Archivo de mayo, 2014

Seis casetes de ‘ruido’ en una caja de hormigón

"Archive Box #001"

«Archive Box #001»

Quizá sea el mejor embalaje —packaging, dirían los modernos— de los últimos tiempos, el envoltorio más adecuado al contenido.

Dentro de la caja de hormigón armado a mano hay seis casetes de noise, ese género de fronteras amplias que admite como música —o mejor, nomúsica— a cualquier tipo de cacofonía, disonancia, atonalidad, ruido, repetición, distorsión, estática, zumbido

El producto hormigonado es el Archive Box #001 de la casa discográfica de Manchester (Reino Unido) Sacred Tapes (Cintas Sagradas), una antidiscográfica que, aunque admite con alegría que quien lo desee compré sus productos —la caja de hormigón cuesta 65 libras esterlinas—, también está dispuesta a compartirlos en streaming: en el blog de la compañía o su cuenta de Sound Cloud pueden escucharse temas de todos los artistas del catálogo.

El casete como soporte para la música noise o industrial no es novedad —ahí está la ya veterana American Tapes de John Olson (Wolf Eyes)—: es barato, fácil de compartir y de corta vida física, añadiendo el valor de lo efímero a un estilo que nunca pretende la sacralización, sino precisamente la perdurabilidad limitada y la transformación que conlleva el paso del tiempo.

En Sacred Tapes se han reunido colectivos y creadores de segunda división en términos de mercado pero que merecen una escucha.

Dos ejemplos: los deliciosos serialistas Druss, una nueva aventura de Paddy Shine, el líder de Gnod, banda inglesa inspirada en el alucinado krautrock alemán de los años setenta, y A.P. Macarte, un practicante de drone que juega con la carencia de variaciones armónicas y las vocalizaciones monótonas.

No dejen pasar la ocasión de entrar en los dominios de esta singular empresa dedicada al ruido envuelto en hormigón bastante más porosos de lo que que a simple vista sugiere el embalaje.

Ánxel Grove

‘Ciudades portátiles’ construidas en maletas

'Portable Cities' - Yin Xiuzhen

La visión del equipaje deslizándose sobre las cintas transportadoras del aeropuerto activó la inspiración de la artista. El contenido de una maleta es el hogar de cada uno y cada vez llevamos ese hogar de un lugar a otro con mayor facilidad, las distancias físicas se reducen.

Considerada una figura destacada en el arte contemporáneo chino, Yin Xiuzhen (Beijing, 1963) incluye a menudo en sus trabajos objetos usados y explora en sus creaciones temas relacionados con la globalización y la homogeneización del mundo. Procedente de la capital de China —que en estos últimos años ha arrasado sin piedad con barrios y edificios históricos para hacer sitio a construcciones modernas— es especialmente sensible al modo en que se están desarrollando las ciudades en el presente.

En Portable Cities (Ciudades portátiles), Xiuzhen fabrica urbes con prendas de segunda mano y retales que proceden de los habitantes anónimos de la misma ciudad que representa. Como terreno para los edificios blandos usa maletas usadas abiertas: cofres que atesoran las pertenencias, los recuerdos y los objetos cotidianos y necesarios para quienes viajan. En un momento en que somos capaces de cambiar radicalmente de emplazamiento en unas pocas horas, la artista interpreta la maleta como un ancla a nuestra identidad.

'Portable cities' - Yin Xiuzhen

A lo largo de los años ha creado modelos correspondientes a París, Groningen, Berlín, Düsseldorf, Nueva York, Seattle, Vancouver, Melbourne, varias ciudades chinas (Beijing, el Paso Jiayu, Shénzhen)… Para completar la instalación, la artista pone altavoces dentro creando bandas sonoras para cada lugar y deja una pequeña abertura similar a una mirilla para que el espectador observe, en el fondo de la maleta, un mapa de la ciudad.

Helena Celdrán

'Portable Cities' -Sydney

Yin Xiuzhen - 'Portable Cities' - New York

'Portable cities' - Yin Xiuzhen

'Portable Cities' - Yin Xiuzhen

Jane Bown, 65 años haciendo inmensos retratos, sin estruendo y para el mismo diario

Jane Bown - Autorretrato © Jane Bown / The Observer

Jane Bown – Autorretrato © Jane Bown / The Observer

Se llama Jane Bown, pero no tiene tarjetas de identidad con su filiación, teléfono, cuenta de correo y demás vanidades —tampoco tiene web personal, ni un perfil de Twitter o Facebook—. Es fotógrafa, quizá la mejor del Reino Unido, pero la calificación le parece cosa de engreídos. Incluso ser llamada «fotógrafa», opina, es una desmesura. Tiene un lema que no sólo debe aplicarse a las fotos, sino también a la vida: «Se trata de callar, de permanecer en silencio».

Radical —nunca ha usado el color, jamás se ha visto tentada por las cámaras digitales (le basta desde hace 40 años la vieja Olympus OM-1)—, sin el glamour o la altanería que otros retratistas más jóvenes y con menos mañas esgrimen como dones de elegidos, sencilla y silenciosa, Bown ha trabajado 65 años para el mismo medio, The Observer, el dominical de The Guardian. Ahora tiene 89 y sigue en ello. Nunca ha pensado en el retiro.

Quienes la conocen la recuerdan en la agitada normalidad de la redacción esperando con la humildad de cualquier subordinado que el redactor jefe le asignase el trabajo del día. Nunca se negó a ninguno. Todos los afrontó con el mismo entusiamo.

Nacida en la clase baja de Dorset, dejada por los padres en manos de unos familiares de la madre soltera que podían alimentar a la cría, aficionada a la fotografía desde la preadolescencia, sólo pudo comprar una cámara decente con el préstamo que le hizo una de sus tías. No necesitó adiestramiento: por instinto y sensibilidad sabe que cada retrato ha de ser esencial, restando antes que sumando, esperando la chispa de la comunicación y la desnudez integral del alma del modelo.

Ante la lente de Bown han estado todos los notables. En este caso la frase no es un formulismo: la Reina Isabel —su alteza le encargó por decisión personal la foto oficial de su 80º cumpleaños—, Orson Welles, Samuel Beckett (el tipo esquivo hasta la paranoia de quien logró el milagro de captar la mirada más aguda del siglo XX), P. J. Harvey, John Lennon, Truman Capote, Björk, Henri Cartier-Bresson, Nelson Mandela, Margaret Thatcher… Es inútil proseguir con el listado. Este párrafo se iniciaba acudiendo a la palabra todos. Ese todos abraza lo infinito.

Acaban de estrenar un documental sobre la vida y la obra inmensa de Bown —una de las fotógrafas más olvidadas cuando se redactan listas, rankings y otras bastardías clasificatorias que necesitamos para no sé qué—. El título podría adivinarse sin esfuerzo, Looking for Light (Buscando la luz). El metraje incluye recuerdos de una difícil infancia, la extraordinaria relación simbiótica con The Observer y muchos testimonios de agradecimiento de los retratados (la siempre fotogénica Björk asegura que nunca la habían fotografiado bien hasta que conoció a Bown).

La más sopresiva, pero no chocante revelación del documental, codirigido por Luke Dodd y Michael Whyte, es saber, por primera vez, que Bown llevó durante décadas dos existencias paralelas: durante cinco días a la semana era la Señora Moss y vivía con su esposo y tres hijos en una casa de campo, en cuyos alrededores ningún vecino sabía que aquella mujer bajita y seriota era la fotógrafa más famosa del Reino Unido. Los otros dos días bajaba a Londres, entraba en The Observer y esperaba los encargos para la edición del domingo.

Quienes la han visto trabajar —todavía lo hace, aunque cada vez le cuesta más sobrellevar la carga de los casi 90 años— dicen que se mueve sin estruendo y con rapidez pasmosa. Su sesión ideal de retratos dura diez minutos porque entiende que le bastan para conectarse con el retratado, sea John Lennon o la Reina de Inglaterra. Mientras aprieta el disparador de la Olympus OM-1 no pronuncia una palabra, no da indicación alguna. «Los fotógrafos», dice una de las mejores retratistas de los últimos 65 años, «nunca deben ser vistos ni escuchados».

Ánxel Grove