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Los tatuajes que protegen a las mujeres

Hay regiones donde las mujeres aún se tatúan la cara, la barbilla, la frente, lo pómulos, las manos, las piernas, el pubis; hacen de la sangre y la tinta un ritual íntimo. Talismanes que emiten avisos. Líneas que envían al forastero un mensaje, pero también al ser querido: si vienes a joderme, mi espíritu guardián te hará picadillo.

Primera regla:

Nunca subestimes a una chica del desierto, y menos a su espíritu protector.

Si viajas al Norte de Marruecos, en el olvidado Rif, o te pierdes por las cabilas argelinas, podrás ver a estas mujeres. Muchas de ellas ancianas ya, pero aún fuertes, risueñas. Sentirás la mirada que te ensarta bajo sombreros de mimbre y pañuelos. Aparecerán como una manada en las cercanías de las casas bajas de un solo piso, armadas por esas líneas matriarcales que adornan sus rostros.

Son geometrías indescifrables para el neófito, y puede que para el resto de los hombres.

El origen de estos tatuajes se perdió en los tiempos en que adorábamos el fuego celeste, antes de que los humanos convirtiéramos a dios en una neurosis.

Fíjate por ejemplo en la siguiente fotografía. En la belleza y poder de esta mujer joven nacida en el Atlas Sahariano.

 

Mujer amazigh tatuada en Argelia. 1905. Autor: Lehnert Landrock. Ouled Naïl Girl. Wikimedia Commons.

Mujer amazigh tatuada en Argelia. 1905. Autor: Lehnert Landrock. Ouled Naïl Girl. Wikimedia Commons.

Su mirada ha cruzado un siglo y aún es capaz de retarte. Ojos desafiantes, ensalzados por esas marcas que recuerdan a la cruz bereber, vestigio de un culto solar extinto que ha llegado hasta nuestros días. Parecen las cicatrices de una batalla espiritual.

Si te fijas un poco más verás que las señas puntúan un triángulo o pirámide en el rostro ovalado de esta mujer hinchada de fuego.

Ella es la esfinge.

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El cine de Scorsese, desmenuzado en seis vídeo ensayos

Cartel alternativo de 'Uno de los nuestros' - Matthew Durkin - www.behance.net/durkinsdesigns

Cartel alternativo de ‘Uno de los nuestros’ – Matthew Durkin – www.behance.net/durkinsdesigns

“Para mí ser un gánster es mejor que ser presidente de los EE UU”. La frase casi inicial —la inicial es: «Según creo recordar siempre quise ser un gánster»— de Uno de los nuestros (1990), pronunciada en off por Henry Hill, el irlandés que sueña con ser goodfella’, tiene la rebeldía y la inocencia de una proclama revolucionaria. Ahora que un cliente potencial de barra americana habita la Casa Blanca, suena también a acertada profecía.

Martin Marcantonio Luciano Scorsese —el nombre previene sobre la ascendencia familiar, en la honorable Palermo siciliana, donde es obligado ser ferviente en el catolicismo y aún más cumplidor en el culto al linaje— llega a los 75 años en 2017. Falta bastante: el cumpleaños es el 17 de noviembre, pero quiero ser un early bird en el oratorio: el mundo sería mucho menos elocuente y bastante más tedioso sin Marty entre nosotros. Lee el resto de la entrada »

Yasuzo Nojima, desnudos de chicas convencionales de los años 30

Yasuzo Nojima – Miss Chikako Hosokawa, 1932

Yasuzo Nojima – Miss Chikako Hosokawa, 1932

El retrato merece una cita de Baudelaire —«no concibo ningún tipo de belleza sin melancolía»— porque sintentiza una forma especial de tristeza: el corte de la mitad de la cara, la sombra, la cualidad terrenal de la modelo, la mano descansando con un artificio de suavidad sobre la mejilla y el dedo índice rompiendo el equilibrio con una rigidez de arma blanca, la mirada directa y fría…

El autor de la enigmática foto, Yasuzo Nojima, vivió entre 1889 y 1964 y nunca salió de Japón. No le faltaban medios para moverse por el mundo y gozar de sus indulgencias: era de familia acomodada, regentaba galerías de arte y estudios de fotografía y le sobraban tiempo y posibles para ejercer el mecenazgo fundando revistas que pagaba de su bolsillo, entre ellas Koga, el primer magazine de fotografía editado en Japón, donde dió cuartel al también fotógrafo Iwata Nakayama (1895-1949), que le superaría en fama y reputación—.

A Nojima siempre le convino la frontera conocida de su país de complejos protocolos, allí donde sabía moverse con la clemencia de las garzas, sin agitar el agua bajo los pies y con el pico dispuesto a pentrar en la piel del pez confiado. Era un mefistófeles con lentes de carey.

Nojima explicó en alguna ocasión que un fotógrafo debe usar la sombra de la luz, la forma y el estilo para crear una estética expresiva. «En la imagen final», añadió, «un retrato no extrae la individualidad del sujeto, sino la individualidad del fotógrafo… El tono emocional de la fotografía expresa es el carácter del artista, no del modelo».

La idea de que el fotógrafo siempre se retrata a sí mismo, tantas veces repetida desde entonces —aunque no por ello menos fácil de llevar a término con dignidad—, tenía sabor a novedad en los años treinta, cuando Nojima  se enfrentó a las corrientes del educado pictorialismo que los fotógrafos japoneses practicaban como reflejo de lo que estaba sucediendo en Europa. Los retratos de mujeres, especialmente los desnudos, no eran infrecuentes, pero las modelos, casi siempre muchachas occidentales contratadas para la ocasión, parecían diosas helénicas de una perfección inalcanzable, reinas del glamour.

«Lo que ellos llaman la fotografía artística no es más que un catálogo de distracciones, de vaguedades, de una profundidad falsa, diluida y débil», decía Nojima, que no deseaba participar en aquella mascarada y, a partir de 1930, empezó a hacer fotos de mujeres desnudas anticonvencionales, chicas de belleza cotidiana, normales, comunes y, por tanto, universales.

La palabra japonesa para la fotografía es shanshin y significa reproducción de la realidad. Las mujeres de Nojima son merecedoras del vocablo y lo llevan a la superficie de la sencillez: se cepillan el pelo, se recortan las uñas de los pies… Ajenas a la mecánica de la representación fotográfica, despreocupadas, podemos sentirlas: son nuestras y no se gustan más allá de lo necesario.

En una de las divertidas y pícaras novelitas de Adolfo Bioy Casares, ese hombre al que le correspondió la bienaventurada desventura de ser el mejor amigo de Borges y, por tanto, ser juzgado siempre según la grandeza de éste, el protagonista opina que existen dos posibles caminos para ejercer la fotografía: ser «un hombre que mira las cosas para fotografiarlas» o «un hombre que mirando las cosas ve adonde hay buena fotografía». Creo que al elegante japonés Yasuzo Nojima le traerían al pairo ambas opciones porque en ambos casos el fotógrafo tendría la misma sensibilidad que un muerto por no ser capaz de tejer intención y sentimiento con las hebras de lo cotidiano.

Ánxel Grove

Betty Davis, la feroz depredadora sexual que llegó demasiado pronto

No quiero amarte / Porque sé cómo eres / Te crees auténtico y honrado / Pero conmigo eso no vale / Porque sabes que puedo poseer tu cuerpo / Que  puedo hacer que te arrastres / Me vuelvo loca contigo / Pero tú te vuelves aún más loco conmigo / No me hace falta amarte

Música sin prisioneros. Muy sucia para los negros y muy negra para los blancos. Las chicas malas no eran aceptadas a comienzos de los años setenta del siglo XX —tiempo de planeos astrales como The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd, y Tubular Bells, de Mike Oldfield— y Betty Davis ponía el sexo por delante: maullaba, gruñía y reclamaba tomar el mando. Era demasiado feroz para un tiempo en que las compositoras —Betty escribía la letra y la música de todas sus canciones— debían ser simbolistas de campus universitario al estilo de Joni Mitchell y no panteras de habitaciones de hotel, autodestructivas muñecas rotas como Janis Joplin y no dominantes y orgullosas traga hombres.

Betty Davis, 1973

Betty Davis, 1973

Betty no quería representar el rol de la damita psicodélica: cantaba en ropa de cama seductora y mínima, se movía explicitamente indicando lo que era capaz de hacer, se mostraba como una amazona lúbrica, una depredadora sexual. Hablaba sobre todo de cuestiones de cama (tríos, sexo, humedades…), pero también dejaba al descubierto asuntos menos íntimos: los manejos comerciales con la carne como moneda, los abusos de los managers contra las cantantes, el acoso sexual que sufrían las mujeres en el negocio del pop… No se presentaba como una feminista redentora: su mensaje era simplemente pélvico, era una guerrillera armada con el sexo como munición.

Sucedió lo que tenía que suceder. El tremendo debut discográfico de la cantautora en 1973 —acompañada por una banda de funk incendiario con músicos de Santana (cuando el grupo tenía fiebre de ritmo y no había caído en el chamanismo) y Sly & the Family Stone y coros de las Pointer Sisters y el gay Sylvester (uno de los primeros cantantes negros en salir sin estridencias del armario)— fue vetado en todas las radios. Las actuaciones, anunciadas por la prensa sensacionalista como atrevidas y demasiado hardcore, fueron boicoteadas por fanáticos religiosos negros que entonaban coros y llamaban ramera a la cantante.

Betty Mabry —su nombre de registro civil— se habia marchado de la casa familiar en Durham (Carolina del Norte) a los 16 años para probar fortuna como estudiante de moda. Encontró trabajo de modelo en revistas de Nueva York y se convirtió en habitual de los clubes de rock y jazz de los barrios más calientes de la ciudad, dondé conoció y trabó amistad con Jimi Hendrix y, en 1967, con Miles Davis (presentó el primero al segundo). El trompetista, que ya era una figura de primera fila, se enamoró locamente de Betty, que aparece en la portada de Filles de Killimanjaro (1968), disco que se cierra con el tema Mademoiselle Mabry, una declaración de amor con estructura de blues.

El matrimonio Davis y Muhammad Ali

El matrimonio Davis

En septiembre de 1968 se casaron pero la unión sólo duró un año. Aunque Miles acusó a Betty de engañarlo con Hendrix —infidelidad que la mujer siempre negó—, terminaron como amigos. Ella fue quien introdujo al músico en el rock y le hizo escuchar por primera vez los tormentosos ritmos funk de Sly & The Family Stone que inspiraron Bitches Brew (1970), el primer disco psicodélico del jazz. Betty fue también quien asesoró a Miles para que cambiara su imagen de jazzero académico de traje y corbata por la de viajero cósmico.

La carrera musical de Betty Davis fue casi subterránea. Castigada por la hostilidad de los medios de difusión, incapaces de tragar con la sexualidad palpitante de la música y las letras, los cuatro discos que editó sonaron en sordina y sin repercusión y sólo fueron reconsiderados cuando la discográfica independiente Light in the Attic los reeditó en 2007 tras las menciones de docenas de cantantes de rap que citaban a la cantante como referencia. Retirada desde los años setenta, Betty Davis concedió entonces algunas entrevistas en las que recordaba los buenos tiempos sin amargura.

Los ecos de la fogosa cantante que narró con naturalidad el deseo sexual femenino desde la voz de una chica mala son palpables, entre otros, en OutKast, Erykah Badu,The RootsMacy Gray… Escuchada hoy, la música de Betty Davis parece cantada desde el presente cuando en realidad es de hace cuarenta años.

En la autobiografía de Miles Davis, editada en 1989, el hombre que cambió varias veces el curso de la música del siglo XX, escribió el mejor análisis: «Si Betty cantase hoy sería una especie de Madonna mezclada con Prince. Ella fue el principio de todo, pero estaba adelantada en el tiempo y nadie la entendió».

Anxel Grove

Arte callejero que denuncia el acoso verbal a las mujeres

'My name is not baby' - Tatyana Fazlalizadeh

‘Mi nombre no es ‘baby’

«Las mujeres no buscan tu validación», «Las mujeres no están en la calle para tu entretenimiento», «Mi atuendo NO es una invitación», «Mi nombre no es baby«. «Las mujeres no te deben su tiempo ni su conversación». Las leyendas ocupan carteles en blanco y negro, ilustrados con los retratos a lápiz de chicas mirando de frente.

Stop Telling Women to Smile (Deja de decirles a las mujeres que sonrían) es el primer proyecto de arte callejero de la artista Tatyana Fazlalizadeh, nacida en Oklahoma (EE UU) y residente en el barrio neoyorquino de Brooklyn.

La iniciativa está dirigida al acoso verbal en la vía pública y tiene como fin hacer visibles opiniones y sentimientos de mujeres que se sienten intimidadas por hombres que se dirigen a ellas con la idea premeditada de producir incomodidad.

Consciente de la polémica que genera la serie de carteles, que se pueden interpretar como una amenaza sin sentido a cualquiera que pretenda acercarse a una chica en la calle, Fazlalizadeh se apresura a aclarar el matiz en una declaración de intenciones: «Este proyecto no está pidiendo la interacción cero entre hombres y mujeres en los espacios públicos, está pidiendo que esta interacción sea respetuosa y segura. Este proyecto no es para persuadir a las mujeres de que se sientan ofendidas, es para quienes se sienten ofendidas por un tratamiento agresivo y fuera de lugar».

'Mi atuendo NO es una invitación'

‘Mi atuendo NO es una invitación’

La autora quiere dar visibilidad a este acoso, silencioso y efímero, con carteles que reafirmen la postura de quienes se han sentido humilladas por este trato y que también hagan reflexionar a quienes suelen dirigirse con tono burlón y altivo a  las desconocidas. «Las mujeres no tendrían por qué cruzar la calle para evitar a los hombres que ya desde lejos las han estado mirando mientras se acercaban. (…) No está bien hacer sentir a una mujer como un objeto, sexualizada simplemente porque es mujer».

Aunque de intención noble, es cierto que algunos mensajes de la colección de pósters pueden malinterpretarse como un exceso de susceptibilidad. La frase que da nombre al proyecto (Deja de decirles a las mujeres que sonrían) es ambigua y hostil y han sido muchos los que han escrito sobre los carteles mensajes que expresan esta idea («Un hombre que te pide sonreir sólo quiere contemplar la belleza que hay en ti», «¡Relájate!», dicen algunos de los comentaristas espontáneos) y otras más insultantes, claro está, tratándose de una plataforma anónima en la vía pública.

'Las mujeres no te deben su tiempo o su conversación'

‘Las mujeres no te deben su tiempo o su conversación’

Además, Fazlalizadeh ha puesto en marcha una campaña en Kickstarter para recaudar fondos con el fin de recorrer varias ciudades en las que retratará a mujeres y les preguntará por tratamientos intimidatorios que hayan sufrido en la calle. Con los dibujos y las declaraciones planea hacer carteles diferentes y difundir así el mensaje que ya ha iniciado en Nueva York. Ha superado con creces los 15.000 dólares que pedía y ya ha reunido 26,612.

La elección de las ciudades es, sin embargo, decepcionante. La artista no planea salir de los EE UU y plantea un recorrido por Baltimore, Boston, Atlanta, San Francisco, Miami, Kansas City, Los Ángeles y Chicago.

Es probable que en estas metrópolis muchas mujeres se hayan sentido como mercancía u objetos sexuales por la ligereza verbal de supuestos machos, pero ¿no tendría más sentido propagar el mensaje (tan valiente en Nueva York) en países en los que la mujer no tiene ni el derecho a denunciar una agresión verbal o física, vive oprimida por ley y se le niegan los derechos más básicos para un ser humano?

Helena Celdrán

'Las mujeres no están en la calle para tu entretenimiento'

‘Las mujeres no están en la calle para tu entretenimiento’

'Las críticas a mi cuerpo no son bienvenidas'

‘Las críticas a mi cuerpo no son bienvenidas’

'Deja de decirles a las mujeres que sonrían'

‘Deja de decirles a las mujeres que sonrían’

Mujeres de Argelia posando bajo coacción militar en 1960

Contra una pared, vigiladas por soldados armados, encerradas en un campo de internamiento y obligadas a descubrirse la cara para ser fotografiadas por primera vez.

Son mujeres de Argelia cuyas viviendas habían sido bombardeadas poco antes hasta los escombros por los militares franceses que reprimían el levantamiento anticolonialista del Frente de Liberación Nacional.

Los retratos, realizados por el soldado y fotógrafo Marc Garanger, que tenía 25 años y había sido enviado a hacer la guerra por las autoridades francesas, fueron realizados en 1960. Los mandos militares, que querían tener fichadas a las mujeres y necesitaban retratos de identificación, ordenaron a Garanger que se encargara del trabajo: durante diez días, ayudado por un intérprete, hizo dos mil fotos para otras tantas cartillas de identidad.

Un par de soldados armados con rifles de asalto trasladaban a las detenidas al set —un muro de adobe encalado—, donde eran obligadas a descubrirse la cara y mirar a cámara, desprotegidas del velo que era su segunda piel y solamente se quitaban en presencia de los maridos y familiares directos, muchos de ellos detenidos por el ejército en los feroces raids represivos para combatir la insurreción argelina y llevados a los calabozos donde los militares utilizaban la tortura como estrategia primaria, aprobada por los responsables políticos y los mandos castrenses franceses, para obtener información.

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«No tenían otra opción [que quitarse el velo]. Su única manera de protestar era a través de la mirada (…) Cuando se descarga un condensador, una chispa brota: para mí, la fotografía consiste en aprovechar ese instante de la descarga. En estas sesiones, sentí una emoción completamente loca. Fue una experiencia abrumadora, con un rayo en cada imagen. Me convertí en un espejo para el mundo, reflejando la iluminación que las mujeres me ofrecieron», comenta Garanger, todavía hoy conmocionado, en unas declaraciones que acaba de publicar Time.

La colección de fotos fue publicada en un libro en 1970 y, desde entonces, ha sido expuesta de manera profusa. Muestra la rebeldía, el orgullo y el imposible mantenimiento de las ocupaciones imperialistas o coloniales. Las mujeres argelinas, más de medio siglo después, siguen siendo contemporáneas, reflejo de otras muchas.

En 2004 Garanger regresó a Argelia con la intención de buscar a las detenidas que habían posado para él en 1960. Todas a las que encontró guardaban las tarjetas de identidad con las fotos tomadas bajo coacción. En casi todos los casos, la imágen era el único retrato que tenían de ellas mismas. No les hacía falta ningún otro.

Ánxel Grove

 

Las ‘big mamas’ que parieron el blues

"The Complete Columbia Recordings" - Bessie Smith

«The Complete Columbia Recordings» – Bessie Smith

Acaban de publicar la colección The Complete Columbia Recordings, un compendio integral de diez discos con todas las grabaciones entre 1923 y 1932 de la mejor cantante de blues de todos los tiempos, Bessie Smith (1894-1937).

La circunstancia de la edición —una vieja demanda de los amantes del blues finalmente cumplida— justifica que repasemos la vida y la obra de unas cuantas pioneras, con frecuencia olvidadas por la propaganda o los falsos mitos (¡he llegado a escuchar más de una vez que Billie Holiday, que llegó más tarde y se inspiró en las big mamas, fue la primera mujer que cantó un blues!).

En un momento nada cómodo —depresión económica, racismo y sexismo rampantes, tiranía blanca en las radios y prohibición expresa de que los negros cantasen todo aquello que no fuese vodevil costumbrista— este grupo de vocalistas se enfrentó al estatus dominante y logró consolidar la música racial de los doce compases y el dolor.

Su historia también contiene una paradoja: aunque cantaban sobre las fracturas del alma y la ingratitud de la vida de la misma manera que lo hacían los bluesmen rurales de las plantaciones de algodón, las big mamas se comportaban como divas, gastaban fortunas en vestuario y joyas y azucaraban formalmente el género contaminándolo con la herencia del vodevil. Sentían el blues, pero lo difrazaban por motivos coyunturales. Como siempre, hay excepciones.

Bessie Smith

Bessie Smith

Bessie Smith: la Emperatriz muerta en la Autopista del blues. No fue la primera, pero sí la mejor y la más radical, la emperatriz, como sugería su apodo, que reinaba sobre una forma expresiva puramente femenina que contiene todo el espectro de las emociones humanas. Con Smith, como ha escrito algún crítico, pasas de la carcajada al llanto y ambos estímulos nacen del mismo rincón de tu alma.

Huérfana de padre –campesino y pastor baptista dominical— y también de madre desde los nueve años, creció en una cabaña miserable y se buscó la vida como niña cantante y bailarina en las esquinas de su pueblo natal, Chattanooga (Tennessee).

Surcó carreteras secundarias para actuar por cuatro monedas en locales de mala muerte antes de que fuera fichada por Columbia en 1923. Su primera grabación Down Hearted Blues, un lamento sobre los «malditos hombres» y su modo de tratar a las mujeres, fue un éxito masivo (780.000 copias vendidas en seis meses) en una época en que la difusión de música negra era muy limitada.

La voz poderosa de Smith, que nunca necesitó amplificación para cantar en teatros y bares, era también vulnerable y majestuosa. Grabó 160 canciones y fue solicitada por los mejores músicos de su época, consiguiendo que la discográfica le ofreciera un contrato de 400.000 dólares, una cantidad elevadísima en un tiempo en que los negros cobraban diez dólares por grabación.

Bessie Smith

Bessie Smith

Vivió a lo grande, bebió a lo grande, cultivó una desgraciada selección de amantes que la explotaron y maltrataron y fue capaz de reducir a golpes y empellones y sin ayuda a un piquete del Klu Klux Klan que le quiso reventar una actuación.

Murió en un accidente de coche a los 43 años, cuando su lujoso Packard descapotable chocó con un camión que estaba detenido al borde de la mítica Highway 61 —la carretera que los bluesmen del Delta utilizaron para emigrar hacia Chicago y dar origen al blues urbano y eléctrico de las décadas siguientes—.

Por culpa de algunos cronistas blancos con ganas de sensacionalismo se extendió la certeza de que había muerto desangrada porque un hospital segregacionista se había negado a atenderla, cuando lo cierto es que había fallecido en la ambulancia.

La enterraron en un cementerio cercano al lugar del accidente y se encontraron con que la gran dama del blues estaba arruinada y no había fondos para pagar un túmulo funerario. La tumba permaneció sin marcar hasta 1970, cuando dos mujeres se aliaron para pagar una losa de mármol. Eran Juanita Green, que había sido criada de Smith, y una cantante blanca de blues llamada Janis Joplin. La inscripción dice: «La mejor cantante de blues del mundo nunca dejará de cantar».

Existe una infrecuente oportunidad de ver a Smith y escuchar su voz en el cortometraje St. Louis Blues, rodado en 1929 para narrar en cine la historia de la canción del mismo título, escrita por W.C. Handy y con Louis Armstrong en la trompeta.

Mamie Smith

Mamie Smith

Mamie Smith (1883-1946), la primera mujer que grabó un blues. La segunda Smith de esta relación —no hay lazos familiares con Bessie— figura en la historia de la música como la primera mujer negra en grabar un blues.

El hito corresponde a Crazy Blues, registrado en acetato el 10 de agosto de 1920 en Nueva York por el sello OKeh. La partipación de Smith fue un accidente, porque en la sesión estaba prevista otra cantante, que no pudo acudir por un catarro.

La canción, un blues urbano, con muchos guiños al vodevil del que procedía Smith, fue un gran éxito de ventas y empujó a las discográficas a buscar con ardor a vocalistas de blues para aprovechar la disposición del mercado.

La operación mercantil fue beneficiosa para el género, que consiguió el reconocimiento que merecía, pero también conllevó, como señala el Ted Giogia Gioia en su fundamentela libro El blues, una perversión sobre el pathos original, convirtiendo la declaración íntima de la tragedia del alma en una ceremonia de orgullo adecuada para teatros, con músicos profesionales dando lustre a las canciones.

Mamie Smith, con su voz penetrante y muy femenina, abrió el camino a muchas otras cantantes y vivió una corta gloria. «Pienso que mi público quiere verme cada vez más elegante y no pienso defraudarlo», dijo en una entrevista de aquella época.

Apareció en algunas películas cantando pero murió en la indigencia.

Ma Rainey

Ma Rainey

Ma Rainey (1886 – 1939), la verdadera Madre. Si alguien tiene derecho a la condición materna es esta mujer de limitadísimas dotes vocales, cuyas canciones demuestran que la grandeza del blues no está en el vituosismo sino en la emoción transmitida mediante la voz.

Las empresas discográficas no fueron rápidas con ella y no parece que a Ma Rainey, nacida como Gertrude Pridgett en una villa rural de Georgia, le importase demasiado. Cantó en carpas ambulantes de circos y con matasanos vendedores de tónicos durante tres décadas antes de grabar un disco. Le gustaba compartir descargas con otros artistas y algunos de sus biógrafos sostienen que secuestró durante dos años a la niña Bessie Smith, de quien fue gran protectora, para enseñarle a cantar blues con propiedad.

Sólo tuvo contrato entre 1923 y 1928. Durante esos años, grabó cien canciones, entre ellas los clásicos See See Rider Blues y Bo Weavil Blues.

Áspera, espontánea y sin concesiones a la galería, fue la más honda de las blueswomen. También la menos apegada a la fama: en 1933, cuando se cansó de los aplausos y las fiestas, regresó a su pueblo y alquiló un par de teatros para exhibir películas, progranar actuaciones y pagar los recibos. Sólo cantaba cuando le apetecía y siempre ante familiares y amigos.

Murió de un ataque al corazón en 1939.

Para terminar les dejo una pequeña recopilación de canciones de mujeres que cantaron alto, fuerte y hace casi un siglo en el idioma del blues, el género, de «seca mordacidad» sin el cual, como anota Ted Giogia Gioia, la banda sonora de nuestra vida sería «esencialmente distinta, tibia y desprovista de entrañas».

Ánxel Grove

Las ‘mujeres calientes’ de Robert Crumb

"Hot Women: Women Singers From the Torrid Regions of the World"

«Hot Women: Women Singers From the Torrid Regions of the World»

Además de un dibujante afilado y complejo y un neurótico ser humano, el venerable Robert Crumb (1943) es uno más de los enganchados a la alta toxicidad de los discos previos a la tiranía digital. Su colección de varios miles de acetatos y discos de laca de 78 rpm es mítica.

Pese a la relación inmediata que cualquiera establece entre Crumb y el rock -por la temática hippie-sicodélica y su intervención como diseñador de una cubierta legendaria para el grupo en el que cantaba Janis Joplin-, los gustos musicales del dibujante no van por ese lado.

Crumb prefiere la sangre vieja y los ambientes robustos del blues, el country, el bluegrass, el cajun, el jazz y el swing

Él mismo cantó y tocó el bajo en R. Crumb & His Cheap Suit Serenaders y la mandolina con Eden and John’s East River String Band. Ambos son grupos sin edad determinada. Podrían haber bajado de las montañas hace siglo y medio o ayer mismo.

El creador de Mr. Natural no es nada egoísta como archivero. En un par de ocasiones ha actuado como editor, seleccionando canciones secretas de su colección para compartirlas con el resto del mundo. Como valor añadido, las portadas de las recolecciones son dibujos originales de Crumb.

En 1999 apareció That’s What I Call Sweet Music, una selección de música de baile de orquestas de los locos años veinte. En 2003 publicaron el disco que hoy recomiendo en la sección Top Secret de este blog, Hot Women: Women Singers From the Torrid Regions of the World (Mujeres calientes: cantantes femeninas de las zonas tórridas del planeta).

¿Mujeres calientes? ¿Qué puede entender un viejo verde como Crumb de una expresión tan, digamos, delicada?

Un ejemplo:

Pastora Pavón, La Niña de los Peines (la cantaora con «voz de sombra» de la que habló Lorca), con Niño Ricardo a la guitarra, dándole fuego a unas sevillanas en 1927.

La brasileña Araci Côrtes y la canción samba Quero Sossego, de 1931.

Toña la Negra, desde México, cantando El cacahuatero en una fecha indeterminada de comienzos de los años treinta.
Cléoma Falcon,  la pionera del cajun de Louisiana, cantando Blues Negres en 1934.

En más de una ocasión Crumb ha declarado que su mayor deseo sería vivir entre las nalgas de una mujer robusta.

Ahora ya conocen ustedes que canciones debe cantar la mujer-vivienda para que el lúbrico señor piojoso esté más contento todavía.

Ánxel Grove

Tres fotógrafas de la RDA hospedadas en el mismo espejo

sibylle bergemann - "Katharina Thalbach, Schauspielerin, Ostberlin 1973, República Democrática de Alemania"

Sibylle Bergemann - "Katharina Thalbach, Schauspielerin, Ostberlin", 1973

Diez años después de hacer el retrato de la izquierda, que acaso pueda justificar su vida entera, Sybille Bergemann, afirmó que sufría de insomnio.

Dijo: «Me pongo a pensar en las fotos que podría hacer y aún no he hecho y no logró conciliar el sueño en toda la noche».

El peso del deber deviene en una forma de trastorno grave del sueño en ciertas latitudes boreales. Bergemann era alemana, la tierra de la pubertad reiterada, pero también de las sendas de Heidegger («prefiero ser un sócrates dubitativo, que un cerdo satisfecho»), el territorio donde prendó la creencia, difundida por Thomas Mann y ejecutada por Adolfo Hitler, de que «la belleza, como el dolor, hace sufrir».

No es injusto pensar que la fotógrafa no disfrutó ni una sola de sus fotos. Necesitaba padecer la siguiente para olvidar la anterior.

La mirada atónita de la muchacha, retratada en uno de esos momentos de parálisis del alma que las cámaras sólo perciben cuando se dejan manejar por una persona triste, es la misma mirada de ojos que nada esperan que Bergemann nos mostraría en uno de sus autorretratos, plantada frente a un espejo, con la Nikon ocultando el centro del pecho, el hogar de las arañas que pasean bajo tu piel en las noches que padecemos con los ojos tan abiertos como los tragaluces de un caserón.

Sibilly Bergemann - "Kirsten Hoppenrade, Brandenburg", 1975

Sibylle Bergemann - "Kirsten Hoppenrade, Brandenburg", 1975

Así como algunos asesinos necesitan utilizar una vez y otra la misma pistola pese a las incriminantes evidencias de las huellas dactilares en la culata y las estrías en las vainas de la munición, algunos fotógrafos no dejan de hacer autorretratos.

Fotografíen lo que fotografíen (un trío de niñas negras antes del oficio dominical, una pandilla de pícaros en una pausa del juego, una cadena de montaje, las piernas tautadas de una teen…), todo es doble dirección: la foto que va siempre regresa.

Los ojos de Kirsten, la niña de harina retratada por Bergemann, impávida como un plato de sopa, son ajenos al engreimiento de la queja. Su ánima, como la de cualquier insomne, pide sangre de alquiler y sabemos con certeza que es Bergemann quien implora la súplica: «tampoco hoy podré dormir, ayúdame».

Traigo hoy a Xpo, la sección de fotografía que programamos los jueves en el blog, a tres fotógrafas de esta categoría, cronistas de sí mismas. Incapaces, por mucho que la paleta contenga otros colores, de salirse de los tonos primarios de su índole.

Helga Paris - "Pauer (from the series 'Berlin Teenagers')",1982

Helga Paris - "Pauer (from the series 'Berlin Teenagers')",1982

La segunda, Helga Paris, hizo sus mejores fotos en la década de los ochenta. Mientras el Occidente próspero se daba a la cocaína, la compra de segundas viviendas y otros desafueros, en Berlín Este soñaban con sacudirse las maldiciones.

En la serie Berlin Teenagers, Paris retrató a chicos en el bordillo de la vida, con las arrugas no del todo descuidadas. Pero era sólo eso, vestuario viejo, sangre de prestamista.

Porque todos maliciamos de las arañas, el muchacho afásico blinda el pecho con el símbolo universal del anarquismo, pero la letra A rodeada de un círculo («es el blanco, dispara») ha empalidecido y parece de contrabando, de un ceremonial de miércoles de ceniza.

Quizá la pose y la laca en el pelo pretendan que el efecto sobre el objetivo sea el de un partisano, un airado proto punk del Telón de Acero (los únicos punk que tenían derecho a serlo), pero los ojos tienen opacidad de estación ferroviaria y la pared no tiene vigencia, podría ser la de un templo copto, la de un centro de interrogatorios de la Stasi, la de una barraca de gulag…

La fotógrafa, una cronista de los que andaban apurados de caricias, elige el momento en que Pauer -así se llama el modelo- dirige la mirada hacia un punto ciego a ras de suelo. Estaría dispuesto a jurar que fue ella quien recomendó esa tangente, esa huida. «Mira hacia tu izquierda, abajo». Es el lugar hacia el cual miramos cuando escapamos de los espejos: a la izquierda, abajo.

Ute Mahler - " Untitled (from the series "Living Together"), 1973

Ute Mahler - " Untitled (from the series "Living Together"), 1973

Los muchachos de Ute Mahler nacieron con un lapiz negro en la mano. Ese único juguete les consintieron: la ciencia exacta de un universo asentado sobre el grafito.

Son deportados existenciales (tal vez una troupe nómada de un circo miserable) y todo el artificio (las manos sobre la sogra, los tupés silenciosos, la buena planta de potrillos sin domar…) empalidece ante la vergüenza del chico que se tapa el pecho como si alguien fuese a hurtarle el aire de los pulmones.

Siempre el pecho, ring de la batalla, tarima del fado, palazzo privado, prefacio sin obra.

Desconozco si las tres fotógrafas se conocieron. Es probable que sí. Sybille Bergemann, Helga Paris y Ute Mahler nacieron y trabajaron en el mismo tiempo de espasmos y en el mismo espacio opaco de la antigua República Democrática Alemana. Están hermanadas. Las unieron sin estruendo la convivencia con los vencidos, las batallas contra el hambre de pan y las tesis taciturnas de la vida basada en la exclusión.

Sibylle Bergemann - "Thomas, Theater RambaZamba, Berlin", 1997

Sibylle Bergemann - "Thomas, Theater RambaZamba, Berlin", 1997

Me pregunto, porque también lo desconozco y me aburre opinar sobre una materia tan imbécil como la biología, si la condición femenina también les concedió esa mirada como de párpados cauterizados que las obligaba, fuese cual fuese la foto, a autorretratarse.

En 1997, tres años antes de morir de cáncer, Sybille Bergemann, la fotógrafa que había perdido la capacidad de dormir porque la acosaban las fotos que le restaban por hacer, firmó su último gran reportaje: una serie de retratos de estudio de los actores de un grupo de teatro de minusválidos síquicos, heridos por la daga.

Estaban preparando una puesta en escena de Woyzeck, la «tragedia de los oprimidos» que el también alemán Georg Büchner, sorprendido por la muerte, no pudo concluir.

En uno de los cuadros de la obra, cuando el médico utiliza como conejillo de indias a Woyzeck para demostrar las consecuencias de la locura, las aberratio, el herido, el sufriente protagonista pregunta:

«Doctor, ¿ha visto usted alguna vez la naturaleza doble? ¡Cuando el sol está en el mediodía, como si el mundo fuera a estallar en llamas!».

Imagino a Sybille Bergemann, Helga Paris y Ute Mahler, tres huéspedes de los espejos, acompañando a Woyzeck en su deseo rebelde de no ver el mundo como un sumidero de angor angustiae, de proyectarse en el pecado luminoso de la vida de los otros, que es siempre nuestra misma vida doble.

Ánxel Grove