Entradas etiquetadas como ‘smartphones’

Steve Cutts, el artista tras el nuevo videoclip de Moby

'Santa' - © Steve Cutts 2016

‘Santa’ – © Steve Cutts 2016

«¡¡¡Es noviembre!!! ¡¡¡Empieza ya a comprar mierda!!!», dice un Papá Noel rabioso, con una cadena al cuello que sujeta un hombre encorbatado. El Santa Claus monstruoso, infartado y de enormes fauces, le hace tragar un árbol de Navidad a un consumidor cualquiera. La ilustración corresponde a una de las entradas más nuevas del blog del artista británico Steve Cutts, agitador gráfico, terrorífico, humorístico y veraz.

Sobreexplotación, contaminación, obesidad, desigualdad, falta de empatía, consumismo, maltrato animal… Nada queda fuera del radar de un autor sin reparos en señalarnos como culpables de un mundo miserable e insostenible. Si no te gusta, demasiado tarde, la imagen ya habrá hecho su trabajo recordándote que pasar a otros asuntos más frívolos no surtirá efecto.

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#artificialselfie, un robot que hace ‘selfies’ de modo compulsivo

«El selfie es una manera paradigmática de demostrarle al mundo contemporáneo que uno existe», escribe en su web Daniel Armengol Altayó.

El artista barcelonés aborda en su último proyecto la fiebre de fotografiarse a uno mismo. En #artificialselfie (#selfieartificial), una máquina «ejecuta sin descanso la misma acción una y otra vez»: metido en una urna y conectado a la corriente, un mecanismo sujeta un smartphone ante un espejo, se autorretrata y sube la foto —etiquetada como #artificialselfie, por supuesto— a Instagram.

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¿Derrotará el Pono de Neil Young al lamentable sonido del mp3?

Pono

Primera edición de Pono: amarillo y negro

Al Pono, el reproductor de música de la foto, que todavía está fase de prototipo —saldrá a la venta en otoño— ya le ha salido un apodo, Toblerone. Si la forma de prisma explica la justicia del alias, la cantidad de músicos de primera fila que han salido en defensa del sistema, un intento de destronar el reinado del mp3 en la música digital, merece que estemos atentos y prestemos atención.

Me merecen mucho respeto las opiniones favorables —en algún caso con adjetivos de alto octanaje: calidad de sonido «excepcional», dinámica «perfecta», claridad «extrema», «calidez», «riqueza absoluta» de detalles, cromatismo «ideal»…— de creadores tan independiente en sus criterios, tan excelentes en lo que hace, sea canciones o producción musical, y tan poco dados a las albricias fáciles como Stephen Stills, Patti Smith, Elvis Costello, Rick Rubin, Gillian Welch, Norah Jones, Eddie Vedder, Elton John, James Taylor, Mumford & Sons, Emmylou Harris, Beck, Tom Petty y un largo etcétera.

En el vídeo de promoción se les puede escuchar de viva voz. No parece que mientan y mucho menos que hayan sido untados para hacer publicidad, entre otras razones porque no la necesitan.

El principal promotor de Pono es Neil Young, que inició, bajo el eslogan «para que tu alma redescubra la música», una campaña en línea en de recaudación pública para desarrollar el proyecto y consiguió más de seis millones de dólares —el tercer proyecto con mayor importe de colecta de la historia de Kickstarter—. El diseño del toblerone es de Mike Nuttall, el mismo que diseñó el primer mouse para los ordenadores de Apple y el primero ergonómico, esta vez para Microsoft.

Sabiendo que Young es, además de uno de los músicos de rock más importantes del siglo XX, un tipo inquieto que se ha embarcado en cruzadas bienintencionadas como la del automóvil eléctrico LincVolt —en esencia: una carrocería de cochazo Lincoln impulsada por corriente, un capricho para millonarios del que sólo existe un prototipo, el que conduce él músico de vez en cuando— o la militancia frontal contra la guerra de Irak y en otras aventuras no tan correctas (en los primeros años ochenta, en un episodio que suele borrar de su biografía, defendió la política de Ronald Reagan de recortes sociales y bajada de impuestos para las rentas altas), no es chocante que intente mojar el pan en el complejísimo y multimillonario mundo de la música digitale.

Young presentó en público el Pono en el programa de televisión de David Letterman a finales de 2012

Young presentó en público el Pono en el programa de televisión de David Letterman a finales de 2012

Desde hace décadas Young está empeñado en demandar que la música recupere la calidad de sonido del pasado y no sea vendida en formatos que la reducen hasta la caricatura para hacerla más fácil de bajar de las tiendas online (es decir, vender) y más cómoda para llevar encima en los gadgets universales (para, otra vez, vender)… En la letra de Fork in the Road (2009) el cantautor canadiense dejó clara, con gruesa ironía, su posición: I’m a big rock star / My sales have tanked / But I still got you / Thanks / Download this / Sounds like shit (Soy una gran estrella del rock / Mis ventas se han  estancado / Pero aún te tengo / Gracias / Baja esto / Suena como una mierda).

La propuesta de Pono —nombre tomado del termino hawaiano para correcto— es entregar la música al oyente en un formato de sonido con una profundidad de 24-bit y una frecuencia de 192 kilohertz (kHz) —los discos compactos son habitualmente de 16-bit 44.1 kHz y los mp3 de 16-bit y, como mucho, 48 kHz—. Habrá una tienda en línea de Pono Music y aseguran que el precio de un álbum completo no superará los 20 dólares de coste final para el consumidor.

Pono promete que su fórmula no tiene parangón en ninguno de los muchos formatos digitales que pueblan el mundo virtual y sus tenderetes para hacer caja y que Pono se enfrentará a la inferioridad de audio comprimido del mp3 para «presentar las canciones tal y como suenan durante las sesiones de grabación en un estudio». El objetivo, según ha declarado Young, es «devolver la música a la grandeza de sonido» del pasado.

Que el mp3 es lamentable no es un secreto —vean este vídeo donde se comparan en paralelo temas en este formato y en FLAC—; que ha aplanado los matices y reducido la amplitud cromática y el sentido espacial de la música, tampoco.

Además de la obvia competencia feroz y las probables zancadillas de los gigantes del negocio de la e-música, al Pono ya le han salido enemigos. Algunos expertos (estos sí, posiblemente untados por la mafia del baile —léase iTunes y demás compañeros de parranda—) han asegurado que la extrema fidelidad de sonido del Pono no tiene sentido porque llega a frecuencias y tonos que el oído humano no puede percibir.

Estos profetas, que vienen a decir: tienes un sentido del oído mellado, no te hace falta aspirar a una calidad de sonido sea inmejorable, parecen haber olvidado que buena parte de quienes entendemos la música como el mayor de los regalos de los dioses crecimos escuchando elepés de vinilo de infinita mejor calidad que los productos musicales comprimidos por la dictadura digital.

El Toblerone se enfrentará, sobre todo, a dos problemas:

Primero, el precio de salida de cada reproductor no será barato: 399 dólares para el módelo básico (128 gigas de capacidad, ampliable con tarjetas de memoria).

Segundo, ¿quiere la multitud enganchada a los smartphones y su sonido deleznable apreciar los matices que el nuevo sistema promete devolvernos para volver a la claridad cristalina que se ha perdido durante la senda obligatoria de la digitalización?

Ojalá esté equivocado pero lo dudo: es mucho más importante el apéndice que te permite mensajear, facebookear, twittear, whatsupear y, en suma, llenar el silencio que tanto asusta a los hijos del silicio, que la belleza eterna de la música.

Tengo la impresión de que para una inmensa mayoría basta con que la música zumbe.

Ánxel Grove

‘Selfies’ desgarradores como crímenes

Lee Friendlander - Haverstraw, New York, 1966

Lee Friedlander – Haverstraw, New York, 1966

Lee Friedlander conduciendo un automóvil alquilado: lo hizo durante meses, retratando siempre con el parabrisas o las ventanas como marcos añadidos a la realidad externa, temible y fría. En la imagen se muestra como un ser martirizado por el insomnio, cegado por la llamada arrolladora del asfalto: es el conductor con quien no desearías cruzarte en contra dirección. El autorretrato podría llevar aparejada una adenda informativa —la dolorosa artritis reumatoide del fotógrafo, la capacidad perdida para moverse libremente por el mundo y retratar mientras caminas, el peso doloroso de la cámara, una carga que duele como un amor tóxico—, pero todo es verborrea y la imagen basta.

Diane Arbus - Selfportrait with Doon, 1945

Diane Arbus – Selfportrait with Doon, 1945

Diane Arbus y su primer hijo, Doon. La fotógrafa, que tenía 22 años y aún no era legendaria, abraza al niño con una delicadeza torpe en la toma de la izquierda. A la derecha parece que el bebé resbala hacia el suelo. Los ojos de Arbus duelen de tanto miedo como acumulan. «No puedo hacer fotos porque quiero retratar el mal», diría en uno de los muchos momentos de angustia depresiva de su carrera. El temprano doble autorretrato contiene la misma declaración pero en un flashback infernal y se hace premonición: uno sabe que esa mujer acabará cortándose las venas, no sin antes tragar un buen puñado de barbitúricos para filtrar el dolor final.

Pieter Hugo - Pieter and Sophia Hugo at Home in Cape Town

Pieter Hugo – Pieter and Sophia Hugo at Home in Cape Town, 2012

Pieter Hugo se retrata con su primogénita, Sophia. Nacido en Ciudad del Cabo en 1976 y todavía vecino de Sudáfrica, una de las naciones más violentas del mundo, el fotógrafo se había dedicado poco antes de la foto a concluir una serie para intentar responder a una gran duda: ¿vale la pena seguir en el país y atreverse a criar a un hijo en un ambiente tan marcado por «las fracturas y la esquizofrenia»?. El autorretrato de padre e hija desnudos no es una imagen dichosa. Las pieles vulnerables y la sensación de incomodidad desvelan un porvenir quebradizo y contienen alguna que otra brutalidad estadística: 50 muertes violentas al día, más de 60.000 asaltos sexuales al año (Sudáfrica encabeza el ranking mundial), una pobreza rampante y creciente violencia xenófoba contra los emigrantes y refugiados de los países vecinos—.

¿Por qué me asustan y desquician las tres fotos? Porque son autorretratos y están tomadas, precisamente, por el mejor de los matarifes: el fotógrafo que decide someterse a la posesión —y toda posesión es muerte— de despellejarse. El aurorretato sólo vale la pena si la víctima es también un asesino, el asesino de sí mismo.

La fotografía es poco segura o no es, insinuaba Roland Barthes en el ensayo La cámara lúcida. La afirmación lleva pareja la idea de que cada foto provoca un desorden de emociones y, si realmente se trata de una foto intensa —tan intensa que permite cerrar los ojos al espectador y mantener el sentimiento—, el fotógrafo ha desafiado «las leyes de lo probable, de lo posible y de lo interesante” sin perder en el camino la capacidad de sorprender.

Creo que las tres fotos de arriba cumplen: evitan la indiferencia y moldean un lenguaje que podría tener la forma de un grito animal a partir de un objeto inerte —una imagen sobre un papel—. A todas se les puede aplicar la norma según la cual un retrato sólo vale la pena, como afirmaba Henri Cartier-Bresson, si la cámara está situada «entre la piel y la camisa del retratado».

Sobre el pavimento, tejiendo autoemulaciones en las cristaleras de los comercios, jugando a la evidencia con los espejos… La sombra de Vivian Maier, niñera a tiempo casi completo y fotógrafa en los resquicios, abandonando para nadie —si la fotografía es satisfactoria para el fotógrafo, ¿a quién más debe importar?— 40.000 negativos que fueron descubiertos muchas décadas después en el desconcierto polvoriento de un guardamuebles.

En la «inmaculada misión de fotografiar el mundo como abrazándolo, sin más comentario que el contacto», como escribí en otra entrada de este blog, ella misma una sombra como la del pavimento, la fotógrafa-niñera se autorretrató a menudo, joven, despierta y armada siempre con la inseparable cámara Rolleiflex de medio formato, ejerciendo otro de los canócicos guiños de muchos selfies: el fotógrafo se expone con el arma del delito, quiere sugerir qué calibre es el más letal.

Si toda fotografía es terrorífica porque nos permite apropiarnos de la vulnerabilidada ajena —el «asesinato suave» del que hablaba Susan Sontang—, tal vez los autorretratos sean lo más cerca que un fotógrafo puede estar de su propia muerte. En estos tiempos en que la desvergüenza es entendida como una de las formas del sentido del humor y el atrevimiento se ha convertido en un valor seguro —cierto atrevimiento, debe anotarse, porque casi nadie se atreve a la intrepidez de los valientes: afirmar que todos somos culpables del mal olor, que la pestilencia es colectiva—, el autorretato, el selfie, as they say, se ha convertido en paleolítico, primario, condenadamente imbécil.

«El estilo de una persona es el espejo que muestra su propio retrato», afirmaba Goethe. La frase es complementaria con otra de Oscar Wilde: «Todo retrato con sentimiento es un retrato del artista, no del modelo». ¿Qué dice de nosotros el puzzle universal que podría componerse con las piezas de los millones de selfies que desbordan el éter binario e intangible de las redes socialesel 91% de los adolescentes suben actualmente autorretratos a sus perfiles, cuando el porcentaje era del 79% en 2006? Que estamos más solos que nunca, quizá. Que nuestro sentido del pudor es el mismo que el de una gallina ponedora, podría añadirse dado el cerril resultado de las e-convocatorias mundiales para compartir selfies.

No me pidan que busque algo en el autorretrato que las hermanas Obama se están haciendo en el selfie muy difundido, compartido y comentado —con el smartphone de cámara frontal, por supuesto—. Sólo veo autohumillación y convicción —lo contrario a la necesaria inseguridad fotográfica que predicaba Barthes—.

Sasha y Malia Obama se hacen un 'selfie', 2012

Sasha y Malia Obama se hacen un ‘selfie’, 2012

Hace unos días escribí sobre Robert Cornelius, el autor, hace 175 años, del primer autorretrato del que se tiene constancia. Repito unas líneas de la entrada. «No entiendo (…) cómo es posible que el virus haya llegado tan lejos: tengo amigos sociales que se reinventan fotográficamente cada dia, reescribiéndose con selfies que son tan malos (es decir, que dicen tan poco y, cuando dicen, es tontería lo que cuentan) hoy como ayer y como mañana; conozco personajes que consideran honesto y francamente divertido hacer caritas y entregarlas al mundo como memento mori cotidiano».

Antes de dejarles otros cuantos autorretratos más desgarradores que crímenes, copio otra frase de Barthes que aconsejería leer a cualquiera antes de atreverse con un selfie: «La fotografía permite cerrar los ojos, los abrimos y sigue ahí (…), por eso debe ser silenciosa. En la foto no hay un fuera de campo, lo que ocurre solo ocurre dentro». Por favor, autores de selfies, dejen de gritarme al oído.

Ánxel Grove