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Buscan dinero para reeditar, en facsímil, el ‘Libro atornillado’ del genio futurista Depero

Le llaman, en inglés, The Bolted Book (El libro atornillado) porque sus páginas-fichas están agujereadas y sujetas por dos pernos industriales de aluminio. Fue publicado hace casi nueve décadas y resulta inencontrable. El autor, el italiano Fortunato Depero (1862-1960), fue un soñador versátil y práctico de un mundo lanzado hacia el futuro. Ejerció con fortuna el diseño gráfico y tipográfico. Con menos destreza se atrevió con el industrial, de interiores, escenográfico, arquitectónico…

Soñó en 1915, intentando, como tantos otros y después, espantar a los burgueses, con una Reconstrucción futurista del Universo que predicaba el maridaje del arte y la vida. Reducía los medios necesarios para el proyecto de poblar el mundo de animales mecánicos y paisajes artificiales a estos:

Hilos metálicos, de algodón, lana, seda, de todos los tamaños, coloreados. Cristales de color, papeles de seda, celuloide, redes metálicas, materiales transparentes de todo tipo, coloreadísimos, telas, espejos, láminas de metal, papel de plata coloreado, y todos los materiales más llamativos. Ingenios mecánicos, electrónicos, musicales y ruidistas, líquidos químicamente luminosos de coloración variable; muelles, palancas, tubos, etc.

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‘MOON’, la reproducción más exacta de la Luna

'MOON' - © Oscar Lhermitte

‘MOON’ – © Oscar Lhermitte

La cara oculta de la Luna es aquella que nunca veremos desde la Tierra. Al tardar el mismo tiempo en rotar sobre sí mismo que en girar alrededor de nuestro planeta, el satélite mantiene escondida a la humanidad el 41% de su superficie. Para conocerla hubo que esperar hasta el 7 de octubre de 1959, cuando la sonda automática soviética Luna 3 tomó las primeras imágenes de aquel terreno para nosotros siempre oscuro, que resultó ser mucho más montañoso.

MOON es un proyecto romántico y científico a partes iguales, una escultura cinética con una abundante recopilación de datos detrás. Ideada y fabricada por el artista francés Oscar Lhermitte en colaboración con el estudio londinense de diseño Kudu, es la esfera lunar más precisa jamás creada.

En escala 1:20 millones, el modelo es un clon del satélite: en la superficie no hay fotografías o ilustraciones pegadas, sino que se reproducen «todos los cráteres, elevaciones y relieves» en 3D, también los de la fascinante cara oculta.

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Somabar, un barman robótico dependiente del móvil

Somabar

Somabar

Al más puro estilo de las teletiendas estadounidenses, pero con un barniz de capricho tecnológico deseable para un público sofisticado, el invento aparece en idílicas y espaciosas cocinas en la promesa de que no ocupará demasiado espacio, llenando copas de cóctel y exhibiendo tubos de cristal con líquidos de colores preparados para la siguiente dosis.

Los creadores de Somabar lo definen como un «barman robótico para tu hogar». La máquina mide, mezcla y agita varias bebidas y en menos de cinco segundos puede preparar un cosmopolitan, un margarita, un tequila sunrise, un whiskey sour

Uno de los últimos grandes éxitos de la microfinanciación, los empresarios —afincados en Los Ángeles— han triunfado a la hora de buscar dinero para comercializar el producto: superaron más de seis veces la cifra de 50.00 dólares (poco más de 44.200 euros) que pedían en principio. Las contribuciones debían ser generosas para conseguir uno de los barmans robóticos, por 399 dólares (353 euros) uno ya podía tener el Somabar «por 100 dólares menos» de lo que costará si se reserva antes de su llegada a las tiendas. El precio en los comercios ascenderá a 699 dólares (620 euros).

El interior del Somabar

El interior del Somabar

Todo comienza —por supuesto— con una aplicación para el móvil, en la que el usuario recibe «sugerencias para bebidas» según los ingredientes que le haya puesto al invento en sus grandes probetas laterales, diseña la mezcla según apetencias, puede comprobar las existencias de cada licor o zumo cuando no tiene el aparato delante…

Con gifs animados, los creadores tratan de disipar la desconfianza que pueda surgir en los compradores potenciales. El Somabar está preparado para activar un sistema automático para limpiar los conductos con agua de manera que no terminen mezclándose los sabores y los colores de las bebidas que se hacen seguidas.

El vídeo de presentación peca de muchos de los vicios de la venta por televisión: imágenes luminosas de grupos de amigos perfectos bebiendo cócteles irresistibles, el «qué pasa cuando no lo tienes» que muestra a una mujer luchando con la coctelera y ha dejado la encimera de la cocina hecha un desastre y llena de botellas, las entrevistas a los expertos…

El aparato tiene un diseño armónico y el prototipo es de un blanco-apple que sin duda corresponde a la obsesión tecnológica de nuestros tiempos, un capricho tontorrón, dependiente del teléfono móvil y con un tamaño que lo destina a permanecer en un lugar alto y apartado de la cocina, junto a esos pequeños electrodomésticos limitados a una sola función o que no terminan de funcionar demasiado bien.

Helena Celdrán

Somabar

Somabar

‘Apetitosos’ balones y guantes de boxeo: la charcutería de mentira de PES

La 'charcutería' de 'Submarine Sandwich'

La ‘charcutería’ de ‘Submarine Sandwich’

En la charcutería añeja y encantadora las vitrinas guardan los productos listos para venderse al peso, con carteles pinchados, en lonchas o en generosos trozos. Aunque la gama de colores rojizos abre el apetito, cuando se muestra de cerca la mano del tendero deslizándose en el interior de los estantes, surge la confusión: lo que parecían salchichones y carnes curadas resultan ser guantes de boxeo, pelotas de fútbol americano y otros objetos incoherentes.

Al convertirlos en lonchas se produce la magia: de la cortadora surgen tapetes rosas de papel, parches de tela… En el caso de un ajado guante de béisbol, salen pequeños y estilizados guantes de cuero.

En Submarine Sandwich (Sandwich submarino) el director de cortometrajes y animador PES —que sigue sin revelar su nombre real— vuelve a conseguir que salivemos con lo que no se puede comer, jugando con la percepción y descontextualizando objetos de un modo deliciosamente infantil.

El autor (al que ya me había referido antes en este blog) continúa así ampliando las posibilidades de un universo culinario de mentira iniciado con Western Spaghetti (Espaguetis del Oeste) —un plato de gomas elásticas de colores con un sofrito de cubo de Rubik, un billete de un dólar y algunos dados— y Fresh Guacamole (Guacamole Fresco), que ostenta el título de ser el cortometraje de menor duración que ha sido nominado a los Oscar.

PES consiguió la financiación para este último proyecto de animación stop motion en noviembre, con una campaña de Kickstarter en la que recaudó casi 49.000 dólares (aproximadamente 41.500 euros). Esta vez para abrir el apetito de los donantes, ha grabado también un cómo se hizo en el que habla de Submarine Sandwich como de su proyecto más ambicioso, el primero para el que ha tenido que construir un escenario completo.

«Lo que realmente me gusta de la animación stop motion es que todo lo que hay ante la cámara es real, no hay trucos digitales, todo es 100% creíble porque se trata de objetos y de un medio fotográfico», cuenta en la grabación, que desvela cómo él y un ayudante juegan con cada elemento para «domarlo» y hacer que se comporte como ellos desean.

Helena Celdrán

‘Termitat’, una colonia de termitas en tu casa

'Termitat' - Chris Poehlmann

‘Termitat’ – Chris Poehlmann

Las termitas horadan la rodaja de madera ofreciendo un espectáculo abierto. En la circunferencia se distinguen los anillos del árbol, interrumpidos y ensanchados por los túneles necesarios para la vida de la colonia. La imagen recuerda a la clásica granja de hormigas, pero con la diferencia de que la termita es un insecto satanizado, asociado siempre con la destrucción de muebles e incluso de bloques de edificios enteros.

En este caso, conviene matizar a qué especie pertenecen. Las de esta granja son termitas de madera húmeda, mucho menos peligrosas que las de madera seca. Al preferir la madera mojada y deteriorada, no suponen una amenaza, viven ajenas a los intereses de la humanidad, en zonas pantanosas y boscosas.

Chris Poehlmann tiene más de 25 años de experiencia en el diseño y construcción de exposiciones para museos, zoos y acuarios. Entusiasta de la flora y la fauna, declara que ninguna criatura viva lo ha «cautivado» nunca como las termitas. «Desde que construí mi primer prototipo de hábitat para termitas en el Museo de Historia Natural de California allá por 1982, he querido llevar el sencillamente asombroso mundo de las termitas a un público mayor».

El estadounidense se apresura a definir su proyecto como «a prueba de fugas»: Termitat —palabra surgida de la unión de termita y hábitat— es una estructura sellada de metacrilato, una granja portátil que puede contener vida durante años con sólo añadir un poco de agua cada dos semanas. Una vez consumida la madera, el producto puede ser enviado al inventor y, «por un precio moderado» ser enviado de nuevo a su dueño con una rodaja de árbol nueva.

Para financiar su fabricación, Poehlmann ha lanzado una campaña de Kickstarter que ha resultado ser un éxito a pesar de las limitaciones, al contener insectos, la granja no se puede enviar a otros países y ni siquiera a todos los estados de los EE UU. El plazo para contribuir finaliza hoy viernes 9 de enero a las 8:40 de la tarde y saldrá adelante tras recaudar casi 16.300 dólares, unos 14.000 euros: más del triple de los 5.00 dólares (unos 4.200 euros) que se pedía inicialmente.

El 'Termitat' con un microscopio electrónico que permite grabar y ver en el ordenador detalles de la vida de la colonia

El ‘Termitat’ con un microscopio electrónico que permite grabar y ver en el ordenador detalles de la vida de la colonia

Piensa en su idea no sólo como un artículo de ocio, sino también como una herramienta de aprendizaje, y destaca que este tipo de termitas ha sobrevivido con éxito por su capacidad para crear una férrea estructura social y asignar a cada miembro «roles definidos». La reina pone huevos y, junto con el rey, es la fundadora de la colonia. Los soldados son los ejemplares más grandes, tienen una gran cabeza «brillante y oscura» con «poderosas mandíbulas» preparadas para atacar a cualquier especie que se adentre en los túneles y que sin embargo no les sirven para masticar madera: los deben alimentar las ninfas.

«Es momento de contemplar de modo mucho más profundo las maravillas del mundo de los insectos. Como uno de los más asombrosos —y sin embargo más pasados por alto— organismos de nuestro planeta, a causa de su errónea clasificación como plaga, estos insectos incomprendidos, complejos y evolucionados son fascinantes de observar y tienen importantes lecciones que darnos», dice el autor en defensa de su excéntrica granja.

Helena Celdrán

El fotógrafo discreto Jake Shivery y su cámara mamut

Mr. J. Shivery and Daisy, N. Syracuse, 2009 © Jake Shivery

Mr. J. Shivery and Daisy, N. Syracuse, 2009 © Jake Shivery

Les presento a Jake Shivery y su perra Daisy. El tercer y el cuarto elementos de la foto-ecuación están vinculados entre sí, son interdependientes: el coche —¿un Oldsmobile break?— es necesario para transportar la cámara, una Deardorff Deerdorff de gran formato de 8 por 10 pulgadas, una máquina de madera que pesa casi seis kilos y está construida a mano en piezas únicas. Desde 1916 es fabricada por la misma empresa, una firma familiar de artesanos.

No crean que se trata de un capricho de millonario esnob: el modelo que maneja Shivery sale por 1.897 dólares (unos 1.500 euros), bastante menos que los cacharros digitales de gama alta ensamblados en cadenas de montaje en factorías de Extremo Oriente que no soportarían una inspección laboral y dónde cada empleado merece la categoría de esclavo.

Shivery es un fotógrafo discreto que habita, como todas las almas cándidas que no necesitan del zalamero swing de las megaciudades, en el barrio de St. Johns, un suburbio del norte de Portland (Oregon-EE UU), un lugar donde convergen dos ríos y la luz es excelente porque las nubes son constantes y el alumbrado natural tiene la empañada resplandescencia del hemisferio norte.

Hace retratos con la cámara mamut tras buscar a desconocidos que le llamen la atención o volviendo a molestar a los amigos de siempre.

Mi ambición es tener fotos de un cierto grupo de gente, siempre las mismas personas, según pasa el tiempo: seguir retratándolos cuando tengas 35, 47, 52, 68, etcétera. ¿Hasta cuándo durará? ¿Cuánto aguantaré?… Bueno, todo lo que pueda. Mi horizonte es dejar de hacer fotos cuando me muera.

Le gusta callejear a primera hora de la mañana, cuando todavía tenemos en los ojos las cenizas de lo que hemos soñado, dice en una entrevista.

También confiesa no se trata de dinero, que el oficio no le da para vivir, y que se siente suficientemente retribuido si los modelos le invitan a unos tragos de «whisky matutino». Creo que el punto canalla también ennoblece los retratos.

Las fotos de Shivery han de ser por obligación posados —con una cámara de placas que pesa un quintal y un trípode de similar carga no estás como para capturar movimientos o gesticulaciones: sólo enfocar exige uno cuantos minutos, es decir, debes ser flemático y moroso—, pero aunque sepamos que la condición de momentos helados viene dada por los condicionantes de la artilllería pesada, hay un fundamento documental en la serie.

Durante casi una década (Shivery tiene un stream de Flickr donde se pueden ver fechas y localizaciones), el merodeador de la vieja cámara de placas ha censado a personas del mismo suburbio, repitiendo spot en muchas ocasiones —el patio de su casa es uno espacio al que regresa una vez tras otra—, sin intentar forzar los retratos, buscando la sutileza antes que la fanfarria.

Nada parecen tener que decir estos sujetos identificados casi registralmente —la inicial de su nombre, el apellido, el lugar y la fecha del crimen—: para el hombre-payaso ha terminado la función, la muchacha de la bicicleta ha dejado de pedalear, la señorita T. Mille, metida en el agua del río hasta las rodillas, mueve las caderas pero sin auditorio.

Sivery es un old timer con todas las consecuencias y pasa a papel las fotos por contacto, con lo que cada copia mide lo mismo que el negativo, 8 por 10 pulgadas (20,3 por 25,4 centímetros). Se siente cómodo siendo anticuado.

En el futuro cuando alguien vea una foto en papel sabrá que es del siglo XX. Contribuyo a que sea así. Podría hacer lo mismo con una cámara pequeña e imprimiendo en alta calidad, pero soy tozudo y me divierte mucho más hacer lo que hago y cómo la hago.

Un amigo de Shivery, Blue Mitchell, fundador y hombre orquesta de One Twelve Publishing, una de esas empresas de edición que trabajan en el milagro de que la fotografía siga siendo un arte en el que te manchas las manos y no un intercambio de estampitas digitales, ha organizado una campaña de micromecenazgo para intentar publicar las fotos de su colega. Aspiran a conseguir 18.500 dólares y, en el moment0 en que escribo esto van por 16.380. Quedan cuatro días para que se cierre el plazo. Me odio por llegar demasiado tarde a lo que de verdad importa. Hagan ustedes lo que puedan.

Bajo un retrato de Shivery y su cámara les dejo un vídeo del fotógrafo trabajando. Lleva el cigarrillo en la boca, la petaca de whisky siempre cerca y la Deardorff en la trinchera. Es una de las cinco partes de un documental más extenso [aquí están los demás capítulos: 2 |3 | 4 | 5] con una máquina de escribir, una perra, una partida de póquer, vías de tren, ríos y un tipo siempre mal afeitado y con ropa que parece de su abuelo con una cámara muy grande a cuestas.

Las fotos, y no hablo de tamaños evaluables con la incompetencia sentimental de las unidades de medición, son aún más grandes.

Jose Ángel González

Jake Shivery con su mamut © Jim Hair

Jake Shivery con su mamut © Jim Hair

El revelador proyecto fotográfico de una mujer obesa

'Anonymity Isn't for Everyone' - Haley Morris-Cafiero

‘Anonymity Isn’t for Everyone’ – Haley Morris-Cafiero

Como una turista cualquiera, la fotógrafa estadounidense Haley Morris-Cafiero (de Memphis, Tennessee) se retrató en la babélica plaza neoyorquina de Times Square para conservar un recuerdo de su viaje. Cuando reveló el carrete de la cámara observó con sorpresa que tras ella había un hombre que la miraba de modo socarrón y con cierto desdeño. Además, en la imagen también se observa a una mujer fotografiándolo, como si la apariencia física de Morris-Cafiero bastara para protagonizar un momento cómico inolvidable.

Obesa y vestida con ropa sencilla, el motivo por el que estaba siendo objeto de burla por lo visto también existe el mundo adulto y es más frecuente de lo que podríamos pensar: ver a una persona gorda sigue dando risa.

«Desde entonces, he estado colocando una cámara en público para capturar las miradas de los desconocidos que pasan junto a mí mientras yo me dedico a cosas cotidianas«, cuenta la autora. Ha pasado los últimos cuatro años inmersa en el proyecto artístico, al que ha llamado Wait Watchers, un juego de palabras entre Weight Watchers (Vigilantes del peso, una empresa estadounidense que ofrece productos y asesoramiento para la pérdida de peso) y el verbo to wait (en inglés, esperar), ya que todas las imágenes implican una espera hasta que el vigilante vocacional de turno lanza una mirada indiscreta o hace un gesto crítico con el aspecto físico de la artista.

'Turtle' - Haley Morris-Cafiero

Una chica con vestido negro, bolsito rojo y gafas de sol a modo de diadema levanta la mirada del móvil y muestra su desaprobación. Un grupo de tres niñas adolescentes se dirigen a la piscina y una de ellas mira sin disimulo a Morris-Cafiero, también en bañador. Un policía eleva su gorra sobre la fotógrafa como si fuera a colocársela. En una tienda de ropa, una mujer de mediana edad muestra su desaprobación al ver a la chica con sobrepeso probarse por encima un vestido corto.

En la iniciativa no hay acritud, sino una llamada a la reflexión. Deja claro que no puede saber lo que cada persona está pensando, pero sí puede lograr que las fotos nos sirvan para mirarnos desde fuera. Las escenas ilustran el deseo de avergonzar a quien tiene un problema o es diferente, actitudes burlonas, sentimientos relacionados con la condescendencia o el desprecio.

'Popsicle', 2014 - Haley Morris-Cafiero
Tras publicarse en varias páginas web y en blogs personales, la autora también comprobó cómo las imágenes suscitaban comentarios anónimos insultantes, «criticando mi cuerpo, mi ropa, mi cara, mi pelo…». Incluso recibió e-mails escritos por desconocidos que se permitían decirle (con rigidez y grosería) que debía perder peso y arreglarse.

«No me importa lo que nadie piense sobre mi cuerpo. Estoy bien en él», dice despreocupada, acompañando sus palabras de un lenguaje corporal que transmite confianza y sinceridad y un tono de voz sereno que no cambia cuando recuerda su experiencia como modelo en la serie de fotografías.

Recientemente ha creado una campaña de microfinanciación en Kickstarter para convertir la serie en un libro. A 17 días de terminar el plazo para contribuir, ha reunido 17.153 dólares (13.750 eutos) cuando sólo pedía 15.000 (12.000 euros). La artista cuenta en un vídeo explicativo del proyecto que el tomo reunirá la colección completa de fotos —algunas nunca antes publicadas— y una selección de mensajes de correo y comentarios de Internet: por un lado, los más sangrantes y crueles; por otro, «cientos» de ellos de personas que la apoyan y que hablan de la dificultad para aceptar sus cuerpos, del acoso que sufren desde la infancia, de enfermedades e intentos de suicidio.

Helena Celdrán

'Cops' - Haley Morris-Cafiero 'Magnolia' - Haley Morris-Cafiero 'Stripes' - Haley Morris-Cafiero 'Blondie' -  Haley Morris-Cafiero

El bolígrafo de los 16 millones de colores

Scribble Pen

Scribble Pen

Capaz de capturar en su memoria el color de cualquier objeto o superficie, el Scribble (término de la lengua inglesa traducible por garabato o por garabatear) es un aparato entre ensoñador y útil, con el toque infantil y caprichoso que tienen esa clase de objetos tecnológicos llenos de promesas revolucionarias.

El lápiz electrónico, con punta disponible en varios grosores, graba en su memoria el color con sólo entrar en contacto físico con el elemento («una pared, una fruta, un libro o una revista, una pintura o incluso el juguete de un niño») y almacena la tonalidad exacta en forma de datos para que luego el usuario pueda pintar —con uno de los modelos, el que contiene cartuchos de tinta— sobre papel y con el otro modelo sobre una tableta electrónica. Una aplicación para smartphones y tabletas permite al usuario crear una «biblioteca» de colores para clasificarlos y utilizarlos de nuevo. La información se puede importar a los ordenadores y todo es compatible con programas de tratamiento de imagen como el Photoshop o el Corel.

'Scribble Ink'

Los inventores —Mark Barker y Robert Hoffman, de Scribble Technology, una pequeña empresa emergente de las miles que inundan la californiana ciudad de San Francisco— aseguran que el ingenio puede captar hasta 16 millones de colores, que el bolígrafo mágico equivale a tener de manera virtual «una gigantesca caja de rotuladores». Predicen que el bolígrafo despertará el interés de cualquiera que necesite un «amplio acceso» al color y mencionan a artistas, diseñadores gráficos, decoradores interiores, diseñadores de moda, educadores y padres que desean que sus hijos «piensen más allá de la caja de ceras»…

Desde el 11 de agosto, fecha de lanzamiento de la campaña de microfinanciación en la plataforma Kickstarter para hacer el proyecto realidad, el Scribble ha recaudado 366.566 dólares (273.559 euros) cuando sus creadores sólo pedían 100.000 (74.627 euros). La inesperada avalancha hizo que Scribble Technology tuviera que cancelar temporalmente el 15 de agosto la recepción de dinero por petición de Kickstarter, que le ha pedido a la empresa un vídeo más informativo sobre el producto.

Helena Celdrán

Scribble

Scribble Stylus

Scribble Ink

Scribble Stylus

¿Derrotará el Pono de Neil Young al lamentable sonido del mp3?

Pono

Primera edición de Pono: amarillo y negro

Al Pono, el reproductor de música de la foto, que todavía está fase de prototipo —saldrá a la venta en otoño— ya le ha salido un apodo, Toblerone. Si la forma de prisma explica la justicia del alias, la cantidad de músicos de primera fila que han salido en defensa del sistema, un intento de destronar el reinado del mp3 en la música digital, merece que estemos atentos y prestemos atención.

Me merecen mucho respeto las opiniones favorables —en algún caso con adjetivos de alto octanaje: calidad de sonido «excepcional», dinámica «perfecta», claridad «extrema», «calidez», «riqueza absoluta» de detalles, cromatismo «ideal»…— de creadores tan independiente en sus criterios, tan excelentes en lo que hace, sea canciones o producción musical, y tan poco dados a las albricias fáciles como Stephen Stills, Patti Smith, Elvis Costello, Rick Rubin, Gillian Welch, Norah Jones, Eddie Vedder, Elton John, James Taylor, Mumford & Sons, Emmylou Harris, Beck, Tom Petty y un largo etcétera.

En el vídeo de promoción se les puede escuchar de viva voz. No parece que mientan y mucho menos que hayan sido untados para hacer publicidad, entre otras razones porque no la necesitan.

El principal promotor de Pono es Neil Young, que inició, bajo el eslogan «para que tu alma redescubra la música», una campaña en línea en de recaudación pública para desarrollar el proyecto y consiguió más de seis millones de dólares —el tercer proyecto con mayor importe de colecta de la historia de Kickstarter—. El diseño del toblerone es de Mike Nuttall, el mismo que diseñó el primer mouse para los ordenadores de Apple y el primero ergonómico, esta vez para Microsoft.

Sabiendo que Young es, además de uno de los músicos de rock más importantes del siglo XX, un tipo inquieto que se ha embarcado en cruzadas bienintencionadas como la del automóvil eléctrico LincVolt —en esencia: una carrocería de cochazo Lincoln impulsada por corriente, un capricho para millonarios del que sólo existe un prototipo, el que conduce él músico de vez en cuando— o la militancia frontal contra la guerra de Irak y en otras aventuras no tan correctas (en los primeros años ochenta, en un episodio que suele borrar de su biografía, defendió la política de Ronald Reagan de recortes sociales y bajada de impuestos para las rentas altas), no es chocante que intente mojar el pan en el complejísimo y multimillonario mundo de la música digitale.

Young presentó en público el Pono en el programa de televisión de David Letterman a finales de 2012

Young presentó en público el Pono en el programa de televisión de David Letterman a finales de 2012

Desde hace décadas Young está empeñado en demandar que la música recupere la calidad de sonido del pasado y no sea vendida en formatos que la reducen hasta la caricatura para hacerla más fácil de bajar de las tiendas online (es decir, vender) y más cómoda para llevar encima en los gadgets universales (para, otra vez, vender)… En la letra de Fork in the Road (2009) el cantautor canadiense dejó clara, con gruesa ironía, su posición: I’m a big rock star / My sales have tanked / But I still got you / Thanks / Download this / Sounds like shit (Soy una gran estrella del rock / Mis ventas se han  estancado / Pero aún te tengo / Gracias / Baja esto / Suena como una mierda).

La propuesta de Pono —nombre tomado del termino hawaiano para correcto— es entregar la música al oyente en un formato de sonido con una profundidad de 24-bit y una frecuencia de 192 kilohertz (kHz) —los discos compactos son habitualmente de 16-bit 44.1 kHz y los mp3 de 16-bit y, como mucho, 48 kHz—. Habrá una tienda en línea de Pono Music y aseguran que el precio de un álbum completo no superará los 20 dólares de coste final para el consumidor.

Pono promete que su fórmula no tiene parangón en ninguno de los muchos formatos digitales que pueblan el mundo virtual y sus tenderetes para hacer caja y que Pono se enfrentará a la inferioridad de audio comprimido del mp3 para «presentar las canciones tal y como suenan durante las sesiones de grabación en un estudio». El objetivo, según ha declarado Young, es «devolver la música a la grandeza de sonido» del pasado.

Que el mp3 es lamentable no es un secreto —vean este vídeo donde se comparan en paralelo temas en este formato y en FLAC—; que ha aplanado los matices y reducido la amplitud cromática y el sentido espacial de la música, tampoco.

Además de la obvia competencia feroz y las probables zancadillas de los gigantes del negocio de la e-música, al Pono ya le han salido enemigos. Algunos expertos (estos sí, posiblemente untados por la mafia del baile —léase iTunes y demás compañeros de parranda—) han asegurado que la extrema fidelidad de sonido del Pono no tiene sentido porque llega a frecuencias y tonos que el oído humano no puede percibir.

Estos profetas, que vienen a decir: tienes un sentido del oído mellado, no te hace falta aspirar a una calidad de sonido sea inmejorable, parecen haber olvidado que buena parte de quienes entendemos la música como el mayor de los regalos de los dioses crecimos escuchando elepés de vinilo de infinita mejor calidad que los productos musicales comprimidos por la dictadura digital.

El Toblerone se enfrentará, sobre todo, a dos problemas:

Primero, el precio de salida de cada reproductor no será barato: 399 dólares para el módelo básico (128 gigas de capacidad, ampliable con tarjetas de memoria).

Segundo, ¿quiere la multitud enganchada a los smartphones y su sonido deleznable apreciar los matices que el nuevo sistema promete devolvernos para volver a la claridad cristalina que se ha perdido durante la senda obligatoria de la digitalización?

Ojalá esté equivocado pero lo dudo: es mucho más importante el apéndice que te permite mensajear, facebookear, twittear, whatsupear y, en suma, llenar el silencio que tanto asusta a los hijos del silicio, que la belleza eterna de la música.

Tengo la impresión de que para una inmensa mayoría basta con que la música zumbe.

Ánxel Grove

‘Mini Museum’, un gabinete portátil de curiosidades que triunfa en la Red

Mini Museum

Es un gabinete de curiosidades reducido al mínimo posible, una placa de resina transparente, en apariencia anodina, que encierra en su interior pequeños fragmentos ordenados y catalogados.

El Mini Museum reúne trozos de cáscara de huevo de dinosaurio, de meteorito, restos de una palmera encontrada en la Antártida, el Muro de Berlín, un cerebro humano, el Everest, arena de Waikiki… El creador del invento, el estadounidense Hans Fex, lo define como «una colección portátil de curiosidades en la que todo es auténtico» capaz de «llevarte en un viaje al aprendizaje y la exploración»: «Es una herramienta educativa portátil, una inteligente y poco común forma de romper el hielo y una maravillosa pieza de arte histórico».

Hans Fex en la elaboración del Minimuseum

Hans Fex en la elaboración del Minimuseum

Tiene 44 años y asegura que lleva 35 trabajando en el proyecto. En un vídeo de la plataforma de microfinanciación Kickstarter (a la que acudió para poder convertir su idea en un producto disponible a gran escala) cuenta que durante buena parte de su vida ha reunido especímenes recolectándolos o comprándolos a través de especialistas con los que contactó tras hablar con «comisarios de museos, investigadores científicos e historiadores universitarios». Ellos le ayudaron a elaborar una lista con los elementos que debían formar parte de la exposición permanente.

Fue el padre de Fex el gran inspirador del minimuseo. El Doctor Jörgen Fex (1924-2006) —investigador científico y uno de los directores del estadounidense Instituto Nacional de la Salud— volvía en 1977 de un viaje a Malta con algunos especímenes conservados en resina epoxídica. Aunque Fex hijo sólo tenía entonces 7 años, comenzó a fraguar en ese momento la idea de tener una gran colección en un espacio manejable y preservarla con ayuda de ese «precioso» material que su padre le había descubierto.

Mini Museum

«El universo es asombroso. Quería recordárselo a la gente», dice el diseñador, convencido de que es necesario preservar la curiosidad que todos atesoramos de niños. El primer elemento del compendio es un trozo de condrita carbonosa, un meteorito rocoso que representa «la materia más antigua» que conservamos del Universo y data de unos de 4.550 millones de años. Le siguen muestras de roca lunar, heces fosilizadas de dinosaurio, tierra de los terrenos del castillo de Vlad Tepes (inspirador de Drácula) en Rumanía, carbón del Titanic, un trozo de cráneo humano…

Ha creado tres tipos de minimuseos de tres tamaños diferentes: el más pequeño contiene 11 muestras, el mediano cuenta con 22 y el más grande, con 33. Todos incluyen un librito con fotos e información sobre la autenticidad, la procedencia y los pormenores de cada trozo minúsculo e incluso algunas anécdotas de lo que supuso recolectarlos o conseguirlos.

El éxito en Kickstarter ha sido apabullante: de los 38.000 dólares (27.300 euros) que pedía, a dos días de terminar el plazo para financiar el proyecto, ha recaudado 1.224.574 dólares (casi 880.000 euros). Fex —que produce cada minimuseo de manera artesanal, uno a uno— se ve desbordado por los más de 3.000 ejemplares que tiene que manufacturar ahora.

Helena Celdrán