Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Quien olvida lo que lleva dentro

De no haber sido por mi disfraz de taxista bien podría haber pasado por el nieto de aquella anciana: Al montarse (gracias a la ayuda de un espontáneo que abrió su puerta mientras le sujetaba el bastón) aquella octogenaria entrañable comenzó a hablarme como quien habla con un familiar cercano:

– Cómo estás, hijo…

– Muy bien, ¿y usted? – dije siguiendo su entrañable juego.

– Aquí andamos, ya ves, salgo ahora del médico… llévame al barrio de la Concepción, hazme el favor – su voz rápida y vital me ofreció un curioso contraste con aquel cuerpo arrugado y caduco.

– ¿Quiere que le ayude a ponerse el cinturón? – pregunté inclinándome hacia ella.

– Toma, ahí lo tienes… (click)… pues lo que te decía, que el doctor me ha visto estupenda. Me ha dado los resultados de una prueba que me hice hace dos semanas para ver si me funcionaba bien el corazón… y lo tengo estupendo, me ha dicho que tengo un corazón de hierro y, ¿sabes lo que le he dicho yo?

– ¿Qué le ha dicho?

– Que yo no entendía de informes llenos de números y de palabras raras, pero que seguro que no ponía nada ahí, en ese papel, de lo destrozaito que me dejó el corazón mi marido cuando falleció; porque mire si le echo de menos…

– Bueno, mujer: son dos corazones distintos… quédese con la buena noticia que acaba de darle su médico – dije con voz tierna.

– Y la semana pasada me miraron los pulmones, y dentro de quince días tengo cita con el ginecólogo y con el de los huesos, y una semana después con el del riñón… quiero que me lo miren todo, ¿sabes?. De todos modos creo que se me han olvidado unos cuantos órganos de esos… ¿cuales más tenemos dentro?

– Veamos… ¿los pulmones? – dije al azar.

– De esos sí que me acuerdo, claro… porque respiro y me acuerdo. Ya me los miraron también, y los tengo muy sanos. ¿Qué más?

– La vista, el oído…

– Ya, claro… pero esos están por fuera y me acuerdo porque me miro en el espejo… bueno, el oído no se ve con un espejo, pero las orejas sí, ya me entiendes; yo te pregunto por los de dentro, los que no se ven…

– Pues… los riñones, el hígado, el páncreas…

– Eso, eso. ¿Podrías apuntarlo en un papel, que luego se me olvidan?

– Claro – en el siguiente semáforo arranqué un papel de mi libreta y escribí tantos órganos como pude recordar con letra bien grande y en mayúsculas….

Reflexión simpulso: No necesitamos ponerle un nombre a todo lo que llevamos dentro.

Los ojos son ciegos de olfato

Cuando aquel hombre me alzó el brazo, su uniforme de chaqueta, corbata y maletín de piel predecía la típica historia del oficinista que regresa a casa tras una reunión de última hora. Sin embargo, al tomar asiento una ráfaga de olor a whisky caro desmintió por completo tal hipótesis. Luego recibió una llamada: “Lo he pasado genial, ¿repetimos mañana?” con esa mueca de satisfacción posterior a una velada inolvidable.

Al colgar sus ojos me contaron el resto de la historia: Miraba al infinito a través del cristal, sumido en un recuerdo inmediato y placentero. Sonreía según repasaba la situación, fotograma a fotograma.

Pero aquel sueño se derrumbó al alcanzar su destino: sacó del bolsillo un puñado de monedas y billetes arrugados entre los cuales encontró su anillo de casado. Al reparar en su brillo por encima del resto, lo introdujo de súbito en su dedo anular. Entonces, su rostro se transformó: Borró la sonrisa de sus labios mientras me tendía un billete:

– Quédese con el cambio.

Luego bajó del taxi y comenzó a caminar cabizbajo hacia el portal de su casa.

Nota para mis adentros: Pese a su evidente éxito entre las mujeres (entre dos de ellas, al menos) el rostro de derrota que demostró al salir del taxi me hizo pensar que aquel «triunfador social» se sentía terriblemente solo.

En boca cerrada no entran princesas

No abrí la boca en todo el trayecto. No pude. No supe qué decir…

La princesa llegaba tarde al Top Less de todas las noches. Era linda, muy linda, de vestido mínimo suplido por una carne (de cañón) bien cuidada, tersa y suave a la vista; carne que se convertía en piel según la posición del sol, o del foco, o del tuerto en el reino de los ciegos…

– Más de uno se habrá perdido en el abismo de ese escote – pensé mientras conducía a la princesa (cual príncipe azul a lomos de su taxi) Gran Vía abajo.

Pero más allá de su aspecto rompedor, o de su olor a ducha con sales de baño (que horas después se convertiría en olor a sexo de encargo) me sedujo el contexto de la conversación que mantuvo por teléfono:

«Hola, cielo: cómo estás… te echo de menos… ¿qué te pasa?… ¿lo has dejado con tu novio?… ¿qué pasó?… ¿te encuentras bien?… mi vida, lo siento mucho… no sabes cuánto me gustaría estar ahí contigo para darte un abrazo, mi niño…» dijo con voz cándida, dulce, envuelta en alma. Al parecer, su interlocutor era un amigo gay abandonado por su pareja.

La princesa se mordía el labio inferior cada vez que escuchaba en silencio al otro lado del teléfono. Parecía sufrir en sus carnes (o en sus pieles) los problemas ajenos:

«Ahora no puedo verte… tengo que trabajar… ya sabes… estoy tan cansada de esta vida… bailando para desconocidos… dejándome hacer… es un buen sitio, no te creas… tíos con mucha pasta, y eso… pero… la misma mierda de siempre… (silencio)… sé cómo te sientes… yo también estoy sola… y sé lo importante que es, ya sabes, que alguien te espere cuando llegas a casa, que te abrace, que te quiera… pero no te preocupes, cariño… al menos somos amigos… tenemos amigos y eso debería darte motivos para… mira… estoy llegando… luego hablamos… un besazo…»

Al pagarme el servicio (ella a mí, paradójico momento), me pidió disculpas, avergonzada por haberle demostrado a un taxista sus flaquezas. En fin…

Foto de la princesa (de espaldas, con bolso negro) tras salir de mi taxi en dirección al Top Less.

Mucho antes de ser nada

Un tipo disfrazado de oficina (chaqueta, corbata, cabello encerado y PDA soldada a su mano izquierda) con mirada emprendedora y sonrisa de mueca comenzó a interrogarme con la única intención de demostrar que su trabajo era mucho mejor que el mío:

– Son demasiadas horas al volante, ¿no? – me perguntó.

– Muchas horas, claro. Pero muy productivas.

– ¿A qué se refiere?

– ¿Cuántas horas tarda usted en llegar a su oficina? – pregunté.

– Entre 45 minutos y una hora, según el tráfico… – me dijo.

– Yo aparco «mi oficina» en la misma puerta de mi casa: Tardo 5 segundos en llegar al trabajo – no te jode.

– De todos modos son muchas horas al volante – continuó.

– ¿Qué horario tiene usted?

– De 9 a 2 y de 5 a 8, pero siempre salgo más tarde, ya sabe… – me dijo de corrido.

– Bien: si a ese horario le suma los desplazamientos y el intervalo en blanco de la comida, ¿cuántas horas permanece fuera de casa?. ¿13, 14…?; yo no tengo unos horarios tan marcados, caballero – dije.

– Pero todo el día, al volante…

– Pero todo el día, delante de un monitor… – solté repitiendo su entonación.

Y pese a sus repetidos intentos por demostrar que su vida era mucho más importante que la mía, me dejé en el tintero el verdadero motivo de mi profesión.

Todo comenzó detrás de una adolescencia tímida, frente al televisor; con la vista, el oído y demasiados sueños féminos que llevarme a la boca:

Introducción al taxismo

Despierta, camina, abre los ojos hasta que tus párpados te cubran por completo el cráneo. Escucha, huele, palpa, colecciona matices sin perder detalle.

Y si al acabar el día duermes, trata de soñarlo todo. Y si después de lo vivido enfermas, que sea por sobredósis de belleza.

Algunos usuarios de mi taxi confiesan sufrir el mal de la monotonía. Cada día se convierten en la copia de otra copia de otra copia: Los mismos jefes, el mismo teclado, la misma mesa, las mismas fotos enmarcadas, el mismo sabor a café con leche (servido por el mismo camarero pálido de siempre), las mismas ojeras en 3D, el mismo espejo, el mismo reflejo, el mismo espejo, el mismo reflejo, el mismo resplejo…

Ayer por la tarde, una usuaria joven de piel blanca y tersa (y no por ese orden), trató de justificarse al respecto:

– Cada dos meses me tiño el pelo de un color distinto para «escapar de la monotonía».

Me habló de su trabajo gris y aburrido, de su primer y único novio (aún en activo), de su nueva casa a pagar en 35 años, de su tele (o su vida, no recuerdo) de pantalla plana…

– ¿Escapar de la monotonía o de sí misma? – pensé. Entonces me vino a la mente aquella voz en off de Trainspotting:

Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compacdiscs y abrelatas eléctricos.

Elige la salud: colesterol bajo y seguros dentales. Elige pagar hipotecas a interés fijo, elige un piso piloto, elige a tus amigos.

Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos. Elige el bricolaje y pregúntate quien coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el puto sofá a ver teleconcursos que embotan la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura.

Y que la desidia, el conformismo y la ceguera mental se bajen en marcha (a ser posible por la puerta de atrás).

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Dedicado a Rafa, mi anteceZor en esto de los 20blogs: por haber conseguido abrir un nuevo camino en el difícil arte de juntar palabras.