Soy trabajador autónomo, titular de una licencia de taxi en Madrid y escritor remunerado. A estas alturas de la crisis, y a pesar de la recuperación económica que nos vende el Gobierno, sigo viéndome obligado a trabajar no menos de catorce horas diarias que apenas me dan para cubrir gastos (pagué un riñón por la licencia; háganse cargo). Con la lógica intención de reducir mi jornada de catorce a ocho horas diarias y dedicarle más tiempo a la escritura, podría plantearme contratar a un conductor asalariado para mi taxi, pero pagarle según dicta el convenio de transportes (poco más de 800 al mes, incluyendo nocturnidad, peligrosidad, y festivos) me parece cifra indigna, y tampoco podría permitirme ofrecerle mucho más. De modo que he descartado la opción de contratar a nadie. Prefiero seguir currando mis catorce horas alternando el taxi y la escritura antes que contribuir a la precariedad más absoluta de un tercero. A cualquier trabajador habría que pagarle un sueldo justo (800 al mes es indecente), y si no eres capaz de cumplir con eso, si no te puedes permitir pagar lo que merece, será mejor no hacerlo. Así de simple.
Digo esto porque me sigue sorprendiendo el servilismo que muestran ciertos líderes de opinión, así como políticos de primer nivel, respecto a esos grandes empresarios “generadores de riqueza y empleo» y «exportadores de la marca España”. Aclaremos, pues, unos cuantos conceptos: Primero, no hay un solo gran empresario que contrate por simple altruismo y bondad. Quien contrata sólo pretende aumentar su volumen de negocio y, por tanto, obtener más beneficios. Cada uno de esos miles de trabajadores que componen cualquier gran empresa generan, individual y colectivamente, más beneficio que el gasto que ellos mismos representan a la empresa. De modo que no es un acto de generosidad “crear empleo”. Es más: ni siquiera debería hablarse de “creación de empleo” por parte del empresario, sino más bien de un acuerdo mutuo enfocado a generar beneficios a cambio de productividad. Conviene recordar que el empresario jamás obtendría tales cifras de resultados sin el sacrificio necesario de cada uno de esos trabajadores.
Segundo, eso de “generadores de riqueza” es relativo. ¿Para quién? ¿Cómo se explica entonces que empresas con beneficios despidan o reduzcan el sueldo a sus empleados? ¿Por qué la OCDE ha llegado a reconocer que la bajada de sueldos a los de abajo sólo ha servido para aumentar los beneficios de los de arriba y no para aumentar la contratación? ¿Cómo se explican reformas laborales emprendidas al dictado de esos grandes empresarios enfocadas en exclusiva a precarizar al trabajador al tiempo que “blindan” la figura del inversor? ¿Cómo es posible que el inversor, cuyo único mérito consiste en jugarse el dinero que le sobra a golpe de tecla (nadie en su sano juicio invertiría el pan de sus hijos), sea mimado muy por encima de quienes realmente producen? ¿Cómo un gobierno puede permitirse cambiar la ley para mermar las condiciones de los trabajadores sólo para que aumenten los beneficios del inversor?
Tercero, ¿debemos dar las gracias a ese gran empresario? Yo creo que no. Más bien deberíamos reprocharles que, por culpa de su ambición desmedida (y su dudosa empatía hacia sus propios trabajadores), han llegado a tal nivel de «poder en la sombra», que ahora son ellos quienes imponen las normas, convirtiendo en legal la evasión de impuestos, la precariedad laboral, el machismo o las prácticas tercermundistas (por ejemplo, “diversificando” su negocio en Bangladesh).
Y cuarto, ¿puede ser considerada una virtud trabajar sin descanso? ¿Acaso trabajar de sol a sol es meritorio de algo? Yo, como dije antes, trabajo catorce horas diarias, y no me siento especialmente orgulloso de ello. Si me dieran a elegir, prefiero dedicarle menos tiempo al trabajo y más al aprendizaje, a la lectura (o ensanchamiento del alma), a la escritura y, por supuesto, al cuidado de mi hija. Eso sí que sería una virtud: ser el dueño de tu tiempo y no un esclavo enfermo del sistema.