Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Tensar la cuerda floja

cuerda web

Dices que consumes drogas para estirar los días, para alargar las noches; que el speed, que el M, que la coca te mantienen despierto, atento y sin embargo ajeno a todo, dentro y fuera de todo, en modo mute aunque a veces el botón no funcione o se quede encasquillado.

Dices que sólo quieres darlo todo y justo ahora, disfrutar del instante o más bien, palabras textuales, tomarte unas vacaciones de ti mismo. Viajar a ser posible en business si la coca es buena, separar los pies del suelo y saber que no habrá cuerda capaz de contener tu ascenso al cielo de la nada; sentirte helio, intocable, inmortal, hasta que el cuerpo diga basta o ya no queden más billetes que enrollar. Un contacto directo con esa alma tuya que se esconde cuando no vas colocado. Jugar a ser un príncipe en el reino de tus santos cojones.

Y días sin dormir. Dos días, tres dias. Convertir el futuro en una suma de presentes continuos. Llenar el tiempo de ritmos progresivos y matices y luces que parpadean. Y al próximo cubata invito yo. Y si me invitas a una raya serás mi mejor amigo. Y sentiré tu abrazo y el sonido de tus palmadas en mi espalda en Dolby Surround Pro Logic. Y hablaremos de todo en profundidad y yo seré el centro de mi universo, y tú te serás el centro de tu universo, y nadie escuchará a nadie aunque sintáis el mismo efecto, gramo a gramo.

Pero yo te miro a través del espejo de mi taxi, miro tus ojos como platos, tu mandíbula de chicle y no puedo evitar decirte: a mí no me engañas. Sólo buscas evitar tu ruido. ¿Vivir rápido? ¿Para qué?

La historia oculta de unas tetas de silicona

-Mi padre murió el año pasado y con el dinero de la herencia me operé las tetas. No sé por qué te cuento esto; voy pelín borracha, pero me has parecido un tío majo y además eres joven y seguro que ya habrás escuchado de todo en el taxi. A lo que iba: mi padre murió en julio, arreglamos los papeles en septiembre, y en octubre me aumenté un par de tallas. Me lo gasté íntegro, los 4.215€. Es más, cuando fui a la clínica, le dije al cirujano que me quería poner tetas por valor de 4.215€; que cuántas tallas sería eso más o menos. Yo no tenía ni pajolera idea de lo que costaba la operación, pero me daba remordimiento de conciencia tener ese dinero ahí, pudriéndose en el banco: ese dinero olía a muerto, tú ya me entiendes. Al final me pusieron un par de implantes de silicona y la verdad es que me quedaron unas tetas de fábula. Estoy contenta con el resultado, de veras te lo digo, pero ahora que estamos en confianza te confieso que me acaba de pasar algo muy muy muy heavy. No sé… necesitaba contárselo a alguien y chico, me has venido a huevo. Puedo tutearte, ¿verdad?

-Por supuesto -dije yo a través del espejo del taxi.

-Bueno, pues el otro día, hace un par de días o tres, fui a un bar con una amiga, un afterwork de esos de gintonics pijus máximus, ya sabes, y en esto me doy cuenta de que al otro lado de la barra hay un hombre super apuesto (aunque algo mayor para mi gusto) que no para de mirarme no sé si a mí o a mis tetas. Se marcha mi amiga un momento al baño y va el hombre, se me acerca, se presenta muy educado él, y nos ponemos a hablar. La verdad es que el tío era, es, un embaucador. Tenía una labia increíble. Bueno, a lo que iba: Vuelve mi amiga del baño, se la presento, y bla, bla, bla, nos invita a otra ronda y al final nos acabamos dando el número de teléfono. El tío, encantador, me llama al día siguiente, y me insiste en quedar para cenar hoy mismo en un restaurante de la de Dios. Y entonces pensé, por qué no. Así que quedamos, cenamos, risas, vino, copas, y va después y me invita a su casa, y al final pasa lo que tenía que pasar. Me lleva al dormitorio, comenzamos, ya sabes, con los sobeteos, me quita el vestido, el sujetador, y justo cuando me está comiendo las tetas, con perdón, comienza a entrarme una paranoia de la leche. Ya te dije que era mayor, pero el caso es que así tan de cerca me dio por pensar que podría ser mi padre. No sé… se daba un aire,incluso tenía la misma cicatriz detrás del cuello, y más o menos tenía la misma edad que mi padre cuando murió. Pero con todo y con eso, me dejé hacer. Y me da mucha vergüenza decirte esto, pero en plena confusión te juro que nunca antes me habían echado semajante polvazo. Imagínate a un tío clavadito a mi padre comiéndome, con perdón, los pezones, y yo mientras imaginando que está intentando succionarme igual que un bebé, pero no la leche materna, sino la silicona que precisamente llevo gracias a la muerte de mi padre. Y ahora no sé si estaría bien volver a quedar con él. ¿tú qué crees?

-¿Yo? Creo sinceramente que necesito unas vacaciones.

Fotosíntaxis

Te sientas en el capó de tu taxi, brazos cruzados, y observas la vida. Observas al tipo del chándal y la yonkilata en un escalón de un McDonalds justo en frente de ti. Observas a una teen paseando con su cocker mientras habla por teléfono. Observas a un gafapasta sentado en la terraza de un irlandés con otro gafapasta, los dos bebiendo Guinness en silencio. Observas a un hipster haciendo fotos,en modo macro, a una margarita crecida de una grieta en el asfalto. Observas a dos gays corriendo de la mano. Observas a esa chica que espera apoyada en la baranda del Metro Tribunal. Lleva catorce minutos esperando. Tal vez su cita no llegue nunca.

Podrías seguir a cualquiera de ellos y tirar del hilo de su historia. Buscar el argumento que les lleva a moverse, a salir a la calle y escoger un plan u otro, un camino o el contrario. Podrías alimentarte de sus fuerzas, chupar sus ganas. Demostrarte a través de ellos que el mundo sigue y gira a su antojo, o al antojo de unos dioses que nadie votó, dioses fascistas.

Pero el sol se coló entre dos nubes y te da de lleno en los ojos que ahora cierras y en la frente, y la telilla interna de los párpados se ve roja, y sonríes porque sientes un calor que no te está tocando, ni siquiera te acaricia y sin embargo lo sientes, como si pudieras echar raíces en cualquier momento de no ser por las macetas de tus zapatos. Por eso te descalzas y te quitas los calcetines con los ojos aún cerrados, y el suelo está frío pero pronto tus pies se aclimatan. Y así plantado sólo deseas fundirte con el suelo y quedarte ahí, ajeno al paso del tiempo.

Pero entonces se te acerca alguien con voz de mujer y te pregunta si tu taxi está libre, y sin abrir los ojos dices que no, que estás haciendo la fotosíntaxis. Que coja otro, por favor.  Notas que se marcha y con el rabillo del ojo compruebas que es ella, la misma chica que esperaba apoyada en la baranda del Metro Tribunal. Tal vez se cansó de esperar. O la dieron plantón. Qué cosas.

El niño que llevo dentro (del taxi)

Ese niño era igual que yo de niño, ¡lo juro!: el mismo pelito rubio, el mismo cuerpo fideo, la misma mirada triste y perdida… Subió a mi taxi con una madre que no era igual que mi madre (tal vez él fuera adoptado; o yo) y se mantuvo en silencio durante todo el trayecto, observando la calle y al taxista, es decir, a mí. Hubo un momento en que el niño me miró a través del espejo y yo le miré a él, nos quedamos clavados, y aquello fue un shock para mí, como si aquel espejo tuviera la cualidad de viajar en el tiempo. Bajé incluso el espejo hacia él, enfocando a sus ojos, y así lo mantuve hasta el final del trayecto. Su mirada parecía pedir auxilio. La mía también. En cualquier caso era asombroso verme reflejado con décadas de diferencia.

Luego, cuando «mi yo pretérito» y mi madre falsa bajaron del taxi, volví a colocar el espejo en su postura original y en su reflejo comencé a ver la trasera de mi taxi y la calle pero veintitantos años antes, los mismos que me separaban de aquel niño. Vi por el espejo que me seguía un Seat 1430 pero después me adelantó y se convirtió en un Seat Toledo último modelo. Lo mismo me pasó con un Renault Cinco Copa que mutó en un Clio nuevísimo (su conductor antes llevaba una camisa con cuellos de pico y flores, y ahora una blazer azul eléctrico). Algunos edificios también eran distintos, incluso vi descampados a través del espejo donde ahora figuran enormes rascacielos.

A medida que avanzaba, en fin, el presente le iba comiendo terreno al pasado, pero no había forma de quitármelo de encima: sentía el aliento del pasado en mi nuca, como persiguiéndome de cerca todo el rato. Entonces me acordé de aquella vez, allá por EGB, cuando mi profe de mates me pilló pintando un corazón en la fachada de la escuela. Por aquel entonces estaba enamorado de una tal Patricia (mi primer amor: una niña preciosa de pelo rizado) y quise dar fe de ello con un Edding 500 color rojo en la fachada principal del colegio y mucha paciencia. El castigo por esa primera muestra de amor duró meses. Ahí me di cuenta que el amor dolía.

Ahora el pequeño edificio de aquel colegio sigue en pie, pero ya no es un colegio, sino un burdel de lujo (lo juro). De todos modos allá que fui con mi taxi.

Cuando llegué al punto exacto del muro maniobré para enfocar en mi espejo la pintada de antaño. Y en efecto, ahí estaba; sólo visible a través del espejo:

«Yo (corazón) Patricia».

Y con la pintada en el punto de mira, metí marcha atrás, aceleré todo lo que pude, y empotré la trasera de mi taxi contra el muro.

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Nota: El taxi se lo llevó la grúa, pero hoy mi psiquiatra me ha visto genial. Me encontró tan mejorado que incluso me ha reducido otra media pastilla. Bien, ¿no?

Mujer al otro lado del espejo

Te tengo en la punta de tu lengua. Tu nombre. Tus gestos. Juro que reconozco esa forma de respirar aunque no te ubico. Tu pelo. Tus labios fríos. Tal vez sea eso: reconozco tu cara pero no al hombre que yo era cuando me crucé contigo. Como si mi nueva etapa hubiera conseguido borrar todos esos rostros o el significado de esos rostros. Como si todo aquello perteneciera a otra vida o a otro mundo y tú hubieras sido importante para mí en aquel preciso instante aunque no sé dónde ni cuándo. Tal vez te soltara un tequiero, un parasiempre, y así lo sintiera en esa vida aunque hoy no recuerde tu nombre, aunque no te localice en el mapa del recuerdo. Ni los lugares que frecuentamos, ni las puestas de sol.

Sólo quiero decirte «¡Dios mío, ha pasado tanto tiempo..! Pensé que nunca volvería a verte, pero ahora estás aquí en mi taxi, y aquí estoy yo también, y el azar nos ha cruzado».

Pero ya no soy el mismo, pero ya no eres la misma y tampoco mi forma de mirarte: ¿dónde se perdieron esas chispas? Tal vez mis ojos cambiaron y crucé tantas fronteras que ya ni me acuerdo.

Y llegaremos a tu destino, me pagarás, te bajarás del taxi y yo seguiré siendo ese pasado perdido entre los rostros, ese presente perdido entre los nombres.

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Nota: Post basado en la canción «Elderly woman behind the counter in a small town» de Pearl Jam.

Mi reino (de príncipe a fin)

Reúne en un punto, pongamos tu ombligo, todos los posos de luz que recuerdes y respira hasta el límite de tus uñas. Mantén ingrávida la respiración y piensa en ella, en lo jodidamente guapa que es, en todas esas veces que despertaste a su lado y pensaste: ¡WOW!, ¿por qué este regalo? ¿acaso lo merezco? Tal vez ella, por el simple hecho de dormir a tu lado y compartir su presente contigo, te recuerde que no eres tan gilipollas como pensabas, que tienes algún tesoro escondido no sabes dónde pero consiguió encontrarlo. Ella realza esas virtudes tuyas que tú no encuentras cuando el mundo, tu mundo, se desinfla. Si despertaras, por ejemplo, al lado de una imbécil sin sustancia, fea por fuera y horrible por dentro, sería lógico sentirte imbécil y feo y horrible. Pero ella es perfecta: algo tendrás. Y te ve guapo. No para de decirte que eres guapo. Ayer me lo dijo a las nueve y treinta y tres de la mañana, recién levantada y resacosa. Le dolía la cabeza y me dijo que era guapo. Así que cubrí los espejos de casa con fotos de ella y me quedé con su verdad.

Después saqué a pasear el taxi con el guapo subido. Me sentí creativo, como quien mira el asfalto y los graffitis y los traumas por encima del hombro. Recuerdo que hablé con un usuario de las presuntas cuentas en Suiza del Rey pero, en el fondo, me sentí más guapo que el Rey, más que cualquier Borbón y que el Príncipe incluso. Mi chica vale más que la Leti, pensé, ergo yo soy más guapo que el Príncipe. Somos pobres como ratas, pero tenemos eso que llaman conciencia, y eso que llaman conciencia nos mantiene erguidos, dignos, y dormimos de puta madre, y yo voté por ella y ella votó por mí, y cada noche celebramos referéndums como Dios nos trajo al mundo, y cenamos hojas de parra, y en definitiva vivimos por amor al arte porque SOMOS artistas: yo escribo lo que ella me dicta en silencio. ¿Por qué no restaurar la República en el arco de su espalda? ¿por qué no inventar un mundo en el cielo de su boca? ¿qué mierda es esa de la sangre azul?

Prefiero que alguien me haga guapo aun siendo feo que ser guapo y solo, pensé. Y si de «cuentas» hablamos, mejor un «cuenta conmigo» que una «cuenta en Suiza». Mejor blanquear los pensamientos que el dinero. Mejor el paraíso de tu vientre que el fiscal.

Cada cual con su reino, pensé. Yo del mío no abdico ni muerto.

Tal vez lo imposible

Eran ella y él, él y ella, formalmente, dos compañeros de trabajo. Y estaban casados, pero no entre ellos. Sin embargo había algo en la actitud de ambos que sobrepasaba lo profesional, algo que no querían no podían evitar. No podían evitar comportarse como dos gotas de agua acompasadas, o más bien como una sola gota en un espejo, arrastrada ella en el reflejo de él. Y viceversa. Hablaban de un informe financiero en el asiento trasero de mi taxi, de cómo abordar la reunión con un cliente, pero más allá de esas palabras no querían podían evitar mirarse a los labios, se acariciaban con los ojos, se pisaban las frases porque ya sabían lo que iba a decir el otro, y el otro del uno. Se conocían de memoria y la memoria no bastaba. Sin querer querían más.

Tal vez se conocieron después de casarse él con otra, ella con otro, y ya tuvieran sus vidas con sus planes antes felices y ahora no tanto: sus casas, sus hijos, sus restos guionizados y al juntarse, sin quererlo, llegara el flechazo rompe-esquemas, y cada cual llevara lo suyo en secreto, y nadie se atreviera a decir nada por miedo a despedazar sus mundos, y ambos supieran lo que sienten e intuyeran lo que siente el otro pero fueran conscientes de que no quieren pueden. Y en el fondo se odien por esa extraña inquietud que se generan, esa falta de paz de quien se cree sucio por algo que aún no ha hecho y tal vez no haga nunca pero ahí está, como un bicho que se alimenta de culpa y expulsa, a su vez, larvas de dudas.

Compleja decisión, ¿responsabilidad o egoísmo?

Al bajar del taxi él me pidió un recibo a mano, con propina. Rellené la fecha, rellené el trayecto y en el cuadro del importe, en lugar de la cifra, escribí:

«¿La quieres? Adelante».

 

Miedo

el pais

Usuario cogiendo el diario El País del canguro del asiento de mi taxi. Desdobla la portada como quien despega un pañal usado. Parece que le llega un hedor insoportable, porque arruga la nariz, eleva las cejas y dice en tono despectivo:

-¡Válgame Dios!

-Tremendo, ¿verdad?- le digo.

-Tremenda patraña, sí. Estos ya no saben qué inventar.

-¿Quiere decir que los papeles de Bárcenas que publica el país son… falsos?

-Ya metieron la pata con aquella foto de Chávez. No sé de qué se extraña.

-Cierto. Pero en aquella ocasión, reconocieron su error y rectificaron.

-En cualquier caso, Bárcenas ya ha dicho que es falso. Que nunca hubo caja B.

-¿El mismo Bárcenas que ocultó 22 millones en Suiza? ¿realmente confía en lo que diga ese señor?

-Y además, el PP ha demostrado transparencia sometiéndose de forma voluntaria a una auditoría externa.

-Y estoy seguro de que no encontrarán nada. El dinero negro no figura en las cuentas.

-También se han sometido al control del Tribunal de Cuentas.

-El Tribunal de Cuentas está compuesto, en su mayoría, por miembros del PP. En realidad son ellos mismos.

(Silencio. Su rostro comienza a enrojecerse…)

-Bueno, y si hubieran robado algo, ¿qué pasa? Todos roban.

-¿Usted cree?

-Y le digo más: puestos a robar, prefiero que me roben los míos.

(Fin de la conversación)

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Nota: Cuando el votante se muestra abducido por un partido u otro, cuando unas siglas políticas se convierten en secta mayoritaria, podemos darnos por jodidos. Sentí miedo. Desazón. En serio.

Orden de alejamiento

Hay otra orden de alejamiento que no te impone ningún juez. Eres tú el que te obligas por miedo a perder el juicio. Cuando el amor se acaba pero te falta asumirlo quisieras saber de ella pero no puedes, no debes. Te mata que tenga una vida después de su vida contigo. Que consiga caminar sin el bastón de tu mano, o se construya un futuro al margen de esos cimientos comunes que ahora sientes desnudos. Por eso, en lo que tarda en pasarse el duelo, te obligas a formar un cordón sanitario alrededor de todo lo suyo. Te prohíbes cualquier opción de cruzarte con ella: ni el entorno de su oficina, ni el entorno de sus amigos, ni el entorno de su casa. Ojos que no ven, corazón anestesiado. Y el tiempo suma puntos de sutura.

Sin embargo ya sabéis que soy taxista, maldita la hora, y aunque evite esa parada de taxis junto a la cafetería donde siempre desayuna, y aunque evite la hora de su camino al trabajo, mis clientes a veces me llevan a entrar en su zona cero. Y es saltarme el cordón y sonar esa otra pulsera atada al alma, ese “¡peligro!, podría ser aquella chica que camina aunque es morena, ¿se habrá cambiado el pelo?; o peor: aquella otra que pasea de la mano de otro”. No veo bien de lejos y todas acaban siendo ella. La imaginación es terca.

Pero anoche, contra todo pronóstico, me curé del todo. Llevé a un cliente cuyo destino pasaba por su portal. Al llegar a su calle cogí fuerte el volante, aceleré con el pulso en la garganta, y al pasar vi luz en su ventana. Sentí tan fuerte esa luz que me cegó y me abrasó la piel. Lo bueno es que también cauterizó mis heridas.

Paraísos artificiales

siete dias

Es la puta locura vivir inmerso en la literatura y conducir tu taxi pensando en darle forma a una escena y de repente alguien te mande parar y frenes a su lado y suba y te indique un destino y tú sin embargo sigas a tu rollo, imaginando la descripción de tal o cual personaje a millones de kilómetros de todo, y que en esto el usuario de tu espalda intente entablar conversación, o te hable de su vida y sin querer se mezcle en tu cabeza la realidad de aquel hombre con tu ficción literaria y se filtre lo que dice con tu historia y te surja una historia nueva, o la misma historia pero más compleja (hasta el punto de meterte mucho más en ti mismo, casi hasta rozarte el revés del alma) y otra vez se te vaya el santo al cielo y olvides el destino de aquel hombre o cambies el trayecto y el hombre te diga extrañado ¿por qué has girado por aquí, si mi casa es todo recto? y tú te excuses y le pidas perdón, es que mi novia vive en esa calle y me dejé llevar por la costumbre, aunque lo que dices sea mentira, no tienes novia y a este paso no la tendrás nunca, pero también aprovechas el giro para darle un nuevo rumbo literario al asunto y se te vuelve a pirar la olla y otra vez te metes por la calle que no era y vuelve el usuario ¿¡PERO QUÉ HACE!?, ¿SE ESTÁ CACHONDEANDO DE MÍ?, ¿¡QUIERE QUE LE DENUNCIE A LA POLICÍA!? y esa precisa palabra, policía, te lleva a barajar la posibilidad de cambiar la profesión del protagonista de tu historia, ¿y si en lugar de registrador de la propiedad fuera policía?, encajaría mejor, y entonces notas que el hombre te golpea en el hombro, ¡PARE AQUÍ! ¡YO ME BAJO! y pares y el usuario se baje corriendo, sin pagarte la carrera, y en lugar de preocuparte por haber perdido ¿diez?, ¿doce euros?, te alegras porque ahora tu taxi está libre y al fin podrás parar en cualquier bar, sacarás boli y libreta, volcarás todas esas ideas frescas y cuando acabes lo que piensas escribir te sentirás como Dios el séptimo día, sin diez o doce euros (más lo que gastes en cervezas) pero feliz por haber encontrado tu objetivo en la vida, escribir, sólo vales para eso, lo sabes muy bien, porque absolutamente todo lo demás, en el fondo, te importa un carajo.