Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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La SGAE también podría meterse con los taxistas

La SGAE dice que «podrían meterse con los taxistas» por escuchar la radio en un vehículo de servicio público (donde viajan clientes provistos de orejas) sin pagar su correspondiente canon. Según la SGAE todos los taxistas estamos «fuera de la ley». Aun si sólo sintonizásemos emisoras no musicales (noticias, deportes, etc.) también tendríamos que abonar el canon ya que, según la SGAE, estos programas incluyen música (el cha, cha, chán inicial de los servicios informativos, por ejemplo).

¿Que no te lo crees? Pincha y flipa (a partir del minuto 3:10):

Como es mejor prevenir que curar, antes de que la SGAE llame a las puertas de mi taxi (o de cualquier otro) propongo las siguientes alternativas:

1.- Repartir tapones entre nuestros usuarios.

2.- Llegar a un acuerdo con la COPE para que sólo emita música y rezos Copyleft.

3.- Tararear canciones inventadas.

4.- Repartir retratos robot de Teddy Bautista y la Ministra González-Sindergüenza a todo el gremio para que, cuando cualquiera de los dos suba a un taxi, el taxista les cobre un suplemento proporcional al volumen diametral de su escroto.

5.- (Se admiten ideas)

El afinador

El músico se había dejado la cartera olvidada en su estudio. En aquellos instantes no tenía los 15,75€ que marcaba el taxímetro.

– Puedo darle cualquier otra cosa… – me dijo, apurado.

Al instante, casi sin pensarlo, el músico abrió la funda de su guitarra y con cierto halo de tristeza sacó de sus tripas un pequeño afinador:

– Me costó algo más que la carrera. Tómelo. Espero que sepa apreciarlo.

Sin tiempo de reacción (después pensé que no debí haberlo aceptado) el músico se marchó con un adiós desafinado.

Reanudé la marcha con su afinador en la mano, buscando en él (y en mi cabeza) alguna utilidad práctica. En esto, y aprovechando un semáforo, me lo acerqué a la boca y solté:

– Dooooo…

En la pantalla del aparato apareció un signo «+» que, supuse, me indicaba que tenía que subir el tono hasta alcanzar un «Do» afinado. Modulé mi voz:

– Dooóóó… – del «+» pasó al «-«, y bajé el tono hasta conseguir el «OK» del afinador.

Contento como un niño con cuerdas vocales nuevas (había conseguido alcanzar, con mi misma voz, un Do redondo) continué afinando el resto de mi espectro tonal (Reeééèè, Miiìíì, Faààáá,).

Así, dominado el asunto, cuando se montó en mi taxi el siguiente usuario, solté en Mi bemol:

– ¿Dónde le llevo? – (el afinador, escondido en mi regazo, me dio su «OK»).

– A la Carrera de San Francisco – me dijo desafinando en Fa «-«, según el aparato.

Tres o cuatro usuarios atonales después, buscándole otra nueva utilidad al afinador, se me ocurrió acercármelo al pecho. Por su pantalla comprobé que los latidos de mi corazón sonaban medio semitono por debajo del Re.

Entonces decidí llamarte. Y funcionó: Nada más descolgar el teléfono y oír tu voz me afiné por dentro.

Flechazos verbales

Me ha vuelto a pasar. Ayer llevé en mi taxi a una mujer que, desde la primera frase, encajó conmigo a la perfección. Fue una de esas conversaciones triviales sin fondo pero con forma: En sus matices deduje que ambos teníamos el mismo sentido del humor, la misma visión del mundo, las mismas preocupaciones y los mismos deseos. A lo largo de aquellos veinte minutos de trayecto fuimos dos auténticas gotas de agua verbales, el reflejo del espejo del otro, la partida en tablas. Fue un flechazo puramente humano; ni siquiera me fijé en su físico, en su edad o en su condición de mujer. Esta vez no. En ella no encontré sensualidad ni belleza, sino feeling.

Cuando llegamos a su destino, al pagarme, no pude evitar sentir la tristeza del taxista interrumptus. Me bloqueé, fui lento de reflejos y la dejé marchar sin saber retenerla, o prolongar aquel trayecto con un café, o con mi número de teléfono escrito en el anverso del recibo que me pidió para justificar el gasto. Quizá no lo hice por no querer que lo interpretara como una insinuación por mi parte, por querer ligar sin más. No era eso. Sólo quería continuar hablando con ella:

¿Cómo hacerlo sin caer en esa doble interpretación?

El caso es que perdí mi oportunidad de continuar con ese feeling. Perdí a otra de esas personas tan afines que sólo se cruzan una vez cada mucho.

Y no hace falta que me lo digas tú: Sí. Soy gilipollas.

nilibreniocupado en Buenafuente

Mil gracias taxiales a Andreu por leerme y por traerme, desde Madrid, a su programa. Y gracias también a Berto, a Carles (que me cuidó como a un hijo), a la maquilladora del milagro antiojeras, al chófer, a las chicas del anuncio de ‘La Toja’ (jeje) y al resto del equipo.

NOTA: Andreu también consiguió mi libro pinchando AQUÍ

Una movida MUY gorda

Comiendo, a la altura de los postres, recibí una llamada:

– ¿Sí?

– Tronco, soy el Juanfran. Me llevaste el otro día a la calle Fuencarral… – me dijo una voz de choni.

– Ahora mismo no caigo…

– Sí, joer, que me contaste que escribías columnas en el 20minutos, y nos estuvimos echando unas risas. Joder, que te quedaste con mi mochila, tronco… La dejé ahi, y al bajar te la llevaste. Me la has jugado pero bien… – dijo ahora comido por los nervios.

– ¿Tu mochila? Espera, espera. Primero: ¿Quién te ha dado mi número? – pregunté mosqueado.

– Un compi tuyo.

– ¿Qué «compi»?

– No lo sé, tronco. Un taxista… Tienes que devolverme la mochila, que como no la entregue hoy me matan, tronco… – comenzó a sollozar.

– No sé ni quién eres ni de qué mochila me hablas.

– Llevaba dentro dos kilos de hachis y la tengo que entregar hoy. No me hagas esto, tronco… que como no se la entregue ahora a las tres, me matan…

– En mi taxi NADIE se ha dejado NINGUNA mochila. No jodas…

– Me piro de Madrid. Me tengo que pirar de Madrid para que no me encuentren.

– ¿Tú sabes en el marrón que me estás metiendo? ¿No te la pudiste dejar olvidada en cualquier otra parte?

– Tranquilo, tío. No pasa nada. Me piro de Madrid, y punto. Cuando pillé tu taxi iba un poco puesto, ¿sabes? Y yo juraría que me la dejé ahí, pero si tú me dices que no, pues… no sé… me piro y punto.

Colgué sin saber qué hacer. ¿Avisar a la policía? (tengo su número grabado en mi móvil), ¿dejarlo pasar?

Esa canción

Reconozco que siempre trato de sacarle la canción apropiada a cada usuario. Nada más montarse en mi taxi le miro a la cara (espejo mediante) y busco en mi archivo la canción que lo clave, que le haga volar a ras de asfalto (¿entre el cielo y el suelo hay algo?). Necesito que cada trayecto sea único e irrepetible, que cada usuario de cada trayecto guarde en las retinas de sus oídos un recuerdo imborrable.

Algunos tienen cara de ‘Streets of Philadelphia», otros de «19 días y 500 noches», o de «Hurricane», o incluso de «Sultans of Swing». Cara de «The World is mine», de «Highway to Hell» o de «Jesucristo García». De «Angel of Harlem», de «Hey Jude» o de «Escuela de Calor». De «Sin Documentos», de «Devil came to me» o de «Como el agua». Cara de «Malo» (por el día) y de «One more time» (por la noche).

Si bien es cierto que no siempre acierto con la selección (algunos usuarios ni se inmutan), hay una canción que nunca falla. Su efecto hipnótico suele invitar a la abstracción. Mientras la escuchan suelen recostarse en el asiento lanzando miradas fugaces y melancólicas a través del cristal:

Y tú, ¿de qué tienes cara?

¿Con qué canción te quedarías eternamente en el asiento trasero de un taxi?

¿Cuánto cobra un traductor?

A-2 dirección Madrid. Un Opel Astra se mete de súbito en mi carril, sin avisar, y me obliga a dar un brusco volantazo. Le pito y le doy las largas. Lejos de alzar su mano en señal de perdón, el muy hijoputa frena adrede bruscamente, lo cual me obliga a frenar a mí también. Le vuelvo a pitar. Esta vez me enseña el dedo corazón por la ventanilla. Desisto. Decido emplear el Método Simpul para olvidarme de él (y de su puta madre). Me pongo a cantar lo primero que me viene a la cabeza:

Deeejalo yaaa… Sabes que nunca has ido a Venus en un barcooo…

Al llegar a Avenida de América, giro por Cartagena y le pierdo de vista.

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Me pregunto por qué habrá gente así. Por qué cuando alguno de estos tipejos (y tipejas) comete un error, en lugar de pedir perdón (que sería lo suyo), le dan la vuelta a su propia tortilla mental y te increpan, te insultan o incluso te agreden.

Pero esto no sólo sucede al volante. Podría aplicarse a cualquier ámbito de la vida: En la calle, en el bar, en la cola del INEM… Los podemos encontrar incluso en la clase política: Dile a Esperanza Aguirre que su gobierno está podrido por dentro (empezando por ella) y te dirá, con su sonrisa de prime time, que la culpa la tienen los sociatas y sus medios afines. En lugar de pedir perdón, le echará la bronca al otro. Como coraza, no está mal. Ya lo hacíamos de niños cuando, con las manos a modo de escudo protector, decíamos:

– Bota, rebota, que tu culo explota.

Y todo intento de hacerles razonar será inútil. En dos palabras: Sela pela. Viven en un mundo distinto al nuestro. En sus cabezas parasita un traductor (cómodamente sentado entre el oído y el cerebro) que hace tiempo se vendió a sus propios intereses. Por eso lo interpretan todo a su modo. Al modo que les dicta el traductor, claro. No le encuentro otra explicación.

Ohm…

Relax, relax, relax… me digo mientras trato de encontrar un hueco entre dos coches que ahora giran, y frenan, y casi chocan con un tercero justo antes de abrirse el último puto semáforo de un José Abascal en parada cardiorrespiratoria, agonizante. Relax, relax… y acelero, y sorteo a un malabarista argentino, seguro que es argentino, el mismo que ahora se quita el sombrero en busca de monedas por entre decenas de coches que no pueden moverse, que mueren tras mi espejo de impotencia (cual niños jugando a presionar su vena aorta), y entonces tomo el Paseo de Recoletos a la derecha, justo donde cinco coches oficiales esperan en doble fila a sus correspondientes peces gordos, y pienso en peces, y miro al cielo: no llueve. Los peces gordos no tardarán en morir de asfixia. Relax… y un Agente de Movilidad con cara de pez poniendo multas, y un hombre gordo con bigote y pinta de comisario que cruza sin mirar (¿le atropello?), y otro en bici, y una mujer que me mira con ojos de no haber dormido en los últimos quince años, y un vagabundo buscando cáscaras de vida en la misma papelera donde otro vagabundo acaba de tirar una American Express sin fondos, supongo, y una joven guapísima, con su coleta y su gorra roja y su abrigo rojo repartiendo el 20minutos a la salida del Metro, y otro semáforo en verde después de otro semáforo en rojo, el mismo rojo que la gorra roja de la repartidora verde del periódico rojo, y mi taxímetro apagado por falta de argumentos. Y el horizonte más lejano se encuentra a diez metros, y me falta el aliento porque me he dejado las branquias en casa, porque yo también soy un pez aunque no tan gordo como esos otros peces gordos que se comen a los chicos. No tengo hambre. Relax, relax… y subo el volumen de la radio, Sultans of Swing de los Dire Straits, y a lo que veo le sumo lo que escucho, cada acorde nítido, y lo sumo también a lo que respiro, porque huele a una mezcla de tubos de escape, alergia primaveral y electricidad estática (¿a qué huele la electricidad estática?), y el tacto áspero del volante, de la palanca de cambios, del reloj, de cada goma de cada calcetín, y me pican los ojos, y me los toco porque soy tacto de tu tacto. Mi tacto. Tu tacto. Su tacto. Nuestros tactos. Vuestros tactos. Sus dedos. Me estoy volviendo loco. Irreversiblemente loco. Relax…

Tus anécdotas a bordo de un taxi

Llevo más de dos años hablando de vosotros, de todo cuanto sucede en el asiento trasero de mi taxi, de mi visión usuárica a través del espejo retrovisor.

Cambio de tercio: Hoy me gustaría darle la vuelta a este blog. Me gustaría que me contarais vuestras anécdotas desde el asiento trasero de aquel taxi, aquella vez, con aquel taxista…

Quiero que este post sea más vuestro que mío.

¿Alguna anécdota a bordo de un taxi?

Y si nunca te ha sucedido nada digno de mención, ¿qué te gustaría que sucediera?

Soy todo ojos.

Ahora resulta que mi taxi también habla

Manipulando la radio presioné, sin querer, el botón de desbloqueo del ESP (control electrónico de estabilidad):

– Control de estabilidad desactivado – dijo el taxi con voz metálica.

No sabía que mi taxi hablara…

– Ehh… ¡gracias! – respondí, sin pensar siquiera que le estaba hablando a una máquina (en un claro lapsus lingüe de colegio de pago).

– No hay de qué – dijo entonces la misma voz metálica.

– ¡Coño!. ¡Me ha contestado…! – solté al aire.

– ¡Pues claro que te he contestado! ¿Te crees que soy gilipollas?

– ¿Un taxi gilipollas?. La verdad es que nunca me lo había planteado…

Tras un curioso intercambio dialéctico (comenzamos hablando del tiempo para acabar debatiendo sobre el olor de las cosas que no huelen), me dio el alto una usuaria joven, preciosa, la cual montóse y me dijo:

– ¿Me lleva a la calle Prim?

– Si me enseñas las tetas – dijo entonces el taxi emulando mi voz.

La joven, tras soltarme un sonoro bofetón, salió con un portazo.

– Je, je… ha sido buena esa, ¿eh? – soltó guiñándome su intermitente derecho.

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En fin, que perdí un servicio (y muchos otros futuros, supongo), pero he ganado un nuevo amigo imaginario.

Se llama Metataxi.