Hay gente, demasiada gente todavía, que se le escapa la vida luchando contra sí misma. Llevan tan adentro ese arcano concepto de «normal» que ocultan su diferencia, y se frustran, y sufren en silencio como nadie. Ayer subió en mi taxi un hombre de unos cuarenta años con su mujer y sus dos hijos pequeños. A mitad de trayecto el hombre fingió hacer una llamada telefónica y se excusó ante la mujer. Surgió un problema en el trabajo, le dijo; tengo que volver de inmediato a la oficina. Así que dejé a la mujer y a los dos niños en la puerta de su casa, se despidió de ellos con un beso en la frente, y al reanudar la marcha, en lugar de a la oficina, me pidió que le llevara a una de esas saunas de hombres para hombres. En realidad no me dijo la palabra «sauna» sino que me dio una dirección y al dejarle en un portal contiguo a su destino real, le vi por el espejo cruzar la calle y meterse de incógnito en la sauna. Así que a mí también quiso engañarme aunque no me conociera de nada.
Sin embargo le entendí perfectamente. Era uno de esos hombres educados en lo que a juicio de otros era lo normal. Y lo normal, también para él, significaba formar una familia de hombre y mujer y un par hijos que sin duda educaría para que fueran «normales». Seguramente nunca se había planteado actuar de cara al mundo de otra forma que no fuera la que marcaban los cánones, pero no podía evitar sentir cierta pulsión hacia su mismo sexo, y cuando eso sucedía y no podía evitarlo se creía miserable, monstruoso y completamente solo incluso hacia esos otros hombres. Se acostaba con hombres aunque sintiera asco y pena por ellos y por lo tanto también se odiara a sí mismo. Y todo por culpa de la educación que le dieron sus padres o un entorno tal vez de fervor religioso. A menudo las creencias son nichos de odio oculto bajo el disfraz del amor al prójimo.
Ese hombre podría haber sido feliz dejándose llevar desde un principio por su propia naturaleza. Pero le educaron en una sola dirección. Y algo me decía que sería así por siempre. Y es posible que sus hijos también. Y nunca se darán cuenta que lo normal no existe. Que la naturaleza no le pertenece a nadie.