No entiendo por qué, cuando estoy solo en mi taxi, tengo que mentirle a mi propio espejo retrovisor. Le miro y fuerzo los gestos del rostro mostrándole mi mejor cara, como para convencerle de lo guapo que soy, o algo así. De hecho creo que nunca me ha pillado desprevenido, en un renuncio.
Sin embargo, cuando estoy en compañía de cualquier usuario, familiar, amigo o mujer precoito, no me fijo en absoluto en los gestos de mi cara, ni en mostrar mi lado bueno, ni en la sonrisa o la mirada que más pudiera favorecerme. Digamos que, con gente delante, me olvido de mi carcasa por completo.
Pero luego, al llegar a casa, me planto delante del espejo del baño y otra vez vuelvo a mentirme y a ponerle cara de gilipollas. Vuelvo a buscar su aprobación.
Lo peor de todo no está en lo que cuento, sino en contarlo. Manda huevos que a mí me mienta y a vosotros os diga la verdad.