Me fijé en ella de forma casual, circulando con mi taxi libre por la calle Ayala. Simplemente alcé la vista y ahí estaba, al otro lado del balcón de un tercer piso, con su gorro marrón y su abrigo rojo entallado. Me hizo gracia verla ahí, tan quieta, observando la calle a través de la ventana, aunque el reflejo del cristal (y que veo mal de lejos) me impedía distinguir su rostro. Frené para fijarme mejor pero los coches de atrás comenzaron a pitarme. Así que no dudé en dar otra vuelta a la manzana, sólo por comprobar si aún seguía ahí. Y en efecto, ahí estaba. Observando la calle. Impasible.
Pasaron los días y el azar de mi taxi me llevó a cruzar de nuevo esa misma calle. El caso es que volví a asomarme y me quedé atónito: la mujer continuaba erguida en ese mismo balcón, al otro lado de la misma ventana, esta vez con un sombrero beige y una chaqueta verde anudada a la cintura. Seguía sin poder ver su cara, demasiado lejos, pero al menos conseguí intuir en ella unas curvas perfectas.
Desde aquel momento no dejé de pasar ni un sólo día por ese balcón, y ella siempre estaba ahí, cada vez con distinta ropa, gorros distintos y blusas, o chaquetas, o abrigos distintos, siempre quieta y siempre mirando en dirección a la calle. Al quinto o sexto día, cuando al acercarme comencé a notar que sin querer mi corazón se aceleraba, comprendí que, irremediablemente, me había enamorado. Me había enamorado de su estilo y de sus curvas pero, sobre todo, me enamoré del misterio que escondía: ¿Por qué siempre estaba ahí, observando la calle? ¿Qué miraba o buscaba exactamente? ¿Por qué esa obsesión?
Y con el amor llegó también la fantasía. Me imaginé entrando en esa casa de puntillas, acercándome a su espalda, oliendo su perfume, besando su cuello, desabrochando uno a uno los botones de su abrigo, lentamente, y ella mientras dejándose llevar hasta plantar sus manos en un cristal cada vez más empañado por su aliento.
Aquella imagen me obsesionó tanto que al final decidí dar el paso y llamar su atención de algún modo. Pero seguía sin conocer su rostro, en parte por culpa del reflejo del cristal, pero también por mi mala vista (necesito gafas, lo sé, pero siempre me resisto a llevarlas). Así que primero compré unos prismáticos y aparqué mi taxi para observarla a través de ellos desde el otro lado de la calle. Y eso hice: me planté justo en frente, alcé los prismáticos en dirección a su balcón, y entonces, justo entonces, se hundió todo.
La mujer de mis sueños, aquella que sin querer había conseguido robarme el corazón, no era tal, sino un perchero.
Y de ahí me fui, cabizbajo, al oculista.
Ahora, con gafas, ganaré en matices y perderé en amores.
15 octubre 2013 | 23:44
Jajaja, hay que joderse, que cegato, pero llevas razón, el amor es ciego y sino miren a quien han nombrado la mujer más sexy de España: http://xurl.es/bcpng
16 octubre 2013 | 00:59
joder, quien te veria…. parecerias un viejo verde con prismaticos a ver si ves teta jajajaja
16 octubre 2013 | 01:29
Lo que yo te digo que eres un romántico, bueno si algo rarito pero un romántico al fin y al cabo. ¿Quien no se ha enamorado alguna vez de un aroma, de una presecia, de una mirada… ? aunque sea la de un maniquí
http://www.lunaenpapel.blogspot.com
16 octubre 2013 | 03:39
¿Que nos está llevando a adorar percheros en lugar de disfrutar de la piel caliente de un cuerpo que palpite a nuestro lado?
Carla
http://www.lasbolaschinas.com
16 octubre 2013 | 07:20
Un amigo mío siempre decía que el amor era como ver la mujer del quinto, que a veces era mucho más lo que nos imaganábamos que la propia realidad y que cuando luego descubríamos la verdad, podíamos sucumbir a la decepción, porque la fantasía era sumamente poderosa cuando se trataba sobre una persona de sexo opuesto.
http://interesproductivo.blogspot.com.es/
16 octubre 2013 | 08:41
Jejeje!! Está claro, el amor es ciego.
http://areaestudiantis.com
16 octubre 2013 | 08:58
Pero cabizbajo por qué?? Piensa que si pasas hoy estará ahí erguida en el balcón de siempre, con otra ropa y quizá llevando un sombrero. Y te la seguirás imaginando asomada tras el cristal. Y esta vez serás tú el que se quite la ropa y le vista a ella con tus tejanos y tu camiseta DG. Mientras llena de vaho el cristal a la altura de su percha.
16 octubre 2013 | 09:04
Madre mia q miedito, ves menos q una polla liá en un trapo y vas con tu taxi tan pichi..
Espero q este post estiloso no tenga nada q ver con la puntualización del polo de ayer.
La imagen del vidrio ermpañandose poco a poco, aparte de estremecerme me ha recordado q le tengo q repasar con la ballerina.
Miercoles con ganas.
16 octubre 2013 | 09:29
Lo de no ponerte gafas
Te ha privado de ver claro,
y de creer que un perchero
en el balcón de un tercero
era una posible presa
para un depredador de ojos vagos.
¿Cuántas veces y cuántas noches,
te habrás quedado dormido
intentando de soñar
con alguna transeúnte
de curvas bien pronunciadas
y de ondulantes andares?
Si hubiera llevado lentes,
habrías visto claramente
que con la que te cruzabas,
era un fornido maromo
que marcialmente caminaba,
que las curvas y onduléos
sólo eran ópticos efectos,
de unos ojos con defectos,
de unos ojos de un miope.
16 octubre 2013 | 10:00
Esto es una copia de «Un rayo de luna», de Bécquer. Qué poco original 😛
16 octubre 2013 | 10:04
como decía un amigo mio «el amor es ciego y el matrimonio devuelve la vista»
16 octubre 2013 | 10:18
«Era la gloria vestida de tul,
con la mirada lejana y azul,
que sonreía en un escaparate
con la boquita menuda y granate
y unos zapatos de falso charol
que chispeaban al roce del sol.
Limpia y bonita. Siempre iba a la moda.
Arregladita como pa’ ir de boda.
Y yo a todas horas la iba a ver
porque yo amaba a esa mujer
de cartón piedra
que de San Esteban a Navidades,
entre saldos y novedades,
hacía más tierna mi acera…»
¡Ay, Serrat!
16 octubre 2013 | 11:09
Juassssssssssssssss !!! K caxondo 😉
Te vas a pillar unas gafapasta de esas negras para ir cool…Bueno una no…te tienes k pillar 2 y llevar unas en la guantera…XD…
16 octubre 2013 | 11:16
Ahora sólo es madera pero antes no,
no sé que te ha pasado en el crucero;
era una cincuentona, dulce cual caramelo,
de aquellas a las que habías tomado ley,
con el pelo verde y bonito sombrero,
no hace falta pues, no es necesario,
que vayas al oculista, no estás ciego;
simplemente has mirado con priesa,
y has confundido, compañero,
lo que sin duda es una preciosa hembra
de marcado abolengo, con un vulgar perchero;
perdona, amigo, hay cosas que no entiendo.
16 octubre 2013 | 14:18
Vaya, y yo pensaba que era un maniquí, como la canción de Serrat: » Era la gloria vestida de tul, con la mirada lejana y azúl, que sonreía en un escaparate…», aunque en este caso fuera un balcón.
En cualquier caso, y dada tu prefesión, lo de las gafas no parece mala idea ….
16 octubre 2013 | 17:12
Eres un pervertido inconfesable….jjjajajajajjaaa
16 octubre 2013 | 17:59
Voy a decir la verdad:
Soy político señores,
a mi no me importa un bledo,
que se cobren comisiones,
o elijan cargos dedo;
no sé porqué soy así,
no me pregunten razones
pues no sé ni lo que quiero,
¡a la porra el pueblo entero!,
soy, me sale de los sillones,
orgullosamente ciego,
y protector de ladrones.
16 octubre 2013 | 18:00
Me he comido una «a» en el quinto verso
y aunque estoy errado me habréis de conceder
que en lo de equivocarme soy bastante ordenado
pues por la primera letra, con tino, he empezado.
Luego seguirán muchas más, en fila india,
tantas como el abecedario haya abarcado.
16 octubre 2013 | 18:08
Jajajajajaja
Vaya forma de hacer publicidad encubierta del Corte Inglés de Ayala con Serrano y de «La ventana indiscreta» de Hitchcock.
Entre Visiónlab y Óptica San Gabino, yo me decantaría por la primera; aceptan la Punto Oro, Simp!
16 octubre 2013 | 20:50
Jaja, tu mente estúpidamente romantica.Me da pie a pensar y tal vez restar un poco de credito a todas tus historias. Todo es realmente subjetivo no lo exageres solo con el afan de escribir algo.
22 octubre 2013 | 17:21