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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Dover han perdido el norte

Y lo han hecho deliberadamente, con el objetivo de acabar perdiéndose en algún lugar del sur. El resultado es «I Ka Kené», su nuevo disco -el séptimo de su carrera y el segundo tras el giro de 180 grados en su propuesta-, que verá la luz el próximo 4 de octubre y que ya desde el título da una pista sobre las coordenadas africanas de su sonido. Y aunque aún quedan quince días, hace días que lo nuevo de Dover se ha convertido en tema de debate a nivel de barra de bar. Concretamente desde que lanzaran su primer single, «Dannaya».

Por si alguien no lo ha escuchado todavía, ahí va:

De entrada, conviene dejar algo claro: hay que tenerlos bien puestos para hacer algo así. Porque al hacerlo sabes que te van a llover yoyas hasta en el carné de identidad. Pero tú vas y lo haces. Así que bravo, hermanas Llanos. Principalmente, porque habéis demostrado que no es que os quisierais subir al carro de la electrónica discotequera tipo Madonna en versión chusca, sino que vuestro objetivo era aún más ambicioso: conseguir hacer un disco que no gustase a nadie. Eso sí que es grunge. Y aunque las aguas se han relajado tras la publicación, estos días, de la menos llamativa (y cantada en francés) La Rèsponse Divine, me da en la nariz que vamos a tener Dover para rato, aunque sólo sea leyendo o escuchando cómo todo el mundo los pone a parir. Pero ¿y lo bien que lo pasamos?

De risas

Aquel humorista uruguayo estaba cayendo en la más sonrojante de las medianías. Sus chistes eran pobres, zafios, vacíos. Y sin embargo, el respetable se partía el pecho con cada chascarrillo, con cada silencio y cada mirada del cómico. Quizá era para sentir que amortizaban el precio de la entrada, pensé. En mi caso, como no había pagado un duro (alguna ventaja tiene este oficio: a veces te invitan) no sentí la necesidad de justificar mi presencia en aquel teatro con falsas risotadas. El monólogo, sencillamente, era una puta mierda.

Soy uno de esos tipos que se ríen poco. Al menos, con las cosas que se supone hacen gracia a todo el mundo. Pocas películas logran arrancarme una carcajada; las series actuales de humor me parecen pobres (exceptuando Me llamo Earl y, en menor medida, Big Bang Theory), y los graciosetes patrios, salvo Berto y algún sketch de Muchachada Nui, no consiguen arrancarme más que una leve sonrisa. Qué se le va a hacer si uno es un sieso.

La música no fue concebida para hacer reír. Es más, la gran mayoría de los que intentan hacerlo no pasan de divertimento efímero sin más pretensiones. Por eso, cuando hace años descubrí a Mamá Ladilla, me llevé una grata sorpresa. Lo que siempre pensé que era un grupo de rock calimochero de tres al cuarto resuló ser una banda con mayúsculas: insturmentalmente soberbios, alejados de cualquier encasillamiento estilístico, y líricamente más mordaces, implacables y ocurrentes que nada que yo hubiera escuchado antes en este país. Un grupo con el que te reías, pero que al mismo tiempo metía más dedos en el ojo en cada estrofa que la discografía completa de muchos supuestos punks antisistema. Aquella cinta, Requesound, dio innumerables vueltas en el coche de mi amigo el Very, con el que la escuchaba una y otra vez. Mi nave mix, Lo que necesitas es un buen bofetón, Mofándose están (quizá la crítica a nuestra monarquía más hilarante jamás escrita)… a cada cual más salvajemente divertida.

Siempre tuve la sensación de que Mamá Ladilla son un grupo injustamente infravalorado. Llevan años tocando sin parar, y aunque cuentan con una sólida base de fans, pocos son los que les reivindican como es debido. Los que van de enteradillos, porque no parecen ser lo suficientemente cool. Los grandes medios, porque son demasiado cafres. Y mientras tanto, ellos siguen a lo suyo. Así que hoy, y coincidiendo con la publicación de su nuevo y muy recomendable disco, Jamón Beibe, aprovecho para dedicarles un post y, al mismo tiempo, clamar a los cuatro vientos: ¡larga vida a Mamá Ladilla!

Hyperpotamus: música sin instrumentos

Hoy por hoy, innovar en el mundo de la música es realmente complicado. Hay quien dice, incluso, que todo está inventado ya. Y en cierto modo no les falta razón. Sin embargo, de cuando en cuando surge alguien que recoge el legado de otros para dar forma a algo verdaderamente refrescante, haciendo uso de técnicas poco exploradas con anterioridad. Es el caso del madrileño Jorge Ramirez Escudero, más conocido por su sobrenombre artístico, Hyperpotamus, un auténtico hombre orquesta que, haciendo uso exclusivamente de su voz, un par de micrófonos, y un secuenciador, gracias al cual va superponiendo las distintas capas sonoras, arma canciones que alcanzan cotas de admirable complejidad y cercana sutileza. Cuerdas, vientos, bases, voces… Casi todo tiene cabida en el universo de esta singular one man band. Desde el pop al reggae, pasando por el soul, el house o el hip hop.

Habitual en los andenes del metro de Madrid (quien frecuente la estación de Tribunal quizá le haya visto en alguna ocasión), Hyperpotamus no ha pasado desapercibido para nadie que haya tenido la ocasión de asistir a uno de sus directos. Pese a que el escenario (sea cual sea) es su habitat natural, a finales del año pasado lanzó su primer álbum autoeditado, «Largo Bailón». Y en otro alarde de originalidad, se comprometió a llevar el disco al domicilio de cada comprador que viviese en Madrid. Bravo.

«Largo bailón» está también disponible en Spotify.

Calamaro, ese hombre

Aún no ha llegado el día en que pueda entrevistar, cara a cara, a Andrés Calamaro. Lo más cerca que de él pude estar fue en una rueda de prensa, hará cosa de un año, en un céntrico y lujoso hotel de Madrid. Entonces, el cantante argentino dio una muestra más de su capacidad para decir cosas interesantes intercaladas con infinidad de desvaríos. Lo mejor de aquella mañana -y lo único que recuerdo, todo sea dicho- fue su razonamiento de por qué el disco que presentaba (la antología Obras incompletas) era barato. «Con los 60 euros que vale no se paga ni una buena cena. Y ya si hablamos de cocaína, travestis…». El auditorio estalló en una carcajada. Qué truhán.

Calamaro es un genio, y eso está fuera de toda discusión. Un músico prolífico como pocos poseedor de un talento inmenso. Un tipo al que respeto enormemente, pese a no ser santo de mi devoción en lo musical. Pero eso no quita para que sea la viva imagen de la pedantería. Viéndole ayer en Buenafuente, la vergüenza ajena me invadía por momentos. Qué coñazo de tío.

No hablo ya de su patológico egocentrismo, de esa manera chulesca de creerse el ombligo del mundo. No hablo de su manera de confirmar, uno por uno, los tópicos más sobados del argentinismo. Ni siquiera hablo de su vergonzante defensa de la tauromaquia, con argumentos tan pueriles como que el solomillo también viene de un animal que ha muerto (un niño de seis años te rebatiría en segundos, Andrés). Tampoco de su impopular -aunque legítima- defensa de los derechos de autor, ni de su rimbombante manera de comunicar al mundo que «abandona la progresía» porque él siempre ha de mantenerse en los postulados de lo «políticamente incorrecto». No. Hablo ya en general. Porque un tipo que lleva la sinceridad por bandera, así, de primeras, me cae simpático. Pero cuando esa sinceridad sirve para confirmar las sospechas de tus carencias en ciertos campos, ya lo dice el refrán: mejor callarse.

Vuelven Red Hot Chili Peppers

Son una de las bandas más grandes del planeta. O lo fueron. Porque desde aquel Californication los Red Hot no han levantado cabeza en lo creativo. By the way apenas tenía un par de temas salvables, y Stadium Arcadium me dejó más frío que ver a aquel tarado paseando medio en bolas por las calles de Berlín el pasado fin de año. Ahora llega el momento de remontar el vuelo o hundirse definitivamente en el pozo de la mediocridad: el próximo mes de junio, la banda californiana vuelve al estudio para grabar su décimo trabajo. Buenas noticias. O no.

Evidentemente, cuando un grupo cuenta con la trayectoria de Red Hot Chili Peppers merece, cuanto menos, todos los respetos del mundo. Al fin y al cabo, ellos dieron sentido a buena parte de la escena que dignificó el mainstream de los 90. Sus actuaciones en vivo nunca han perdido fuelle gracias a su incontestable colección de hits. Y aunque sólo fuera por aquel imprescindible Blood Sugar Sex Magik, ya merecen un lugar de excepción en la historia del rock.

En los últimos tiempos, los rumores sobre la separación de la banda habían circulado como la pólvora. Con John Frusciante fuera de la banda, Anthony Kiedis dedicado a su familia, Flea centrado en sus estudios en la universidad y Chad Smith en su nuevo grupo, Chicken Foot, los días parecían contados para los Peppers. No ha sido así. La banda ha contratado a Josh Klinghoffer como nuevo guitarrista y volverá a ponerse a las órdenes del legendario Rick Rubin, responsable del sonido de sus discos anteriores.

Lo nuevo de RHCP estará en la calle a finales de año. Será entonces cuando llegue la hora de volver a rendirse a sus pies o, por el contrario, recordar una vez más que a veces una retirada a tiempo es una victoria.

¿Dónde comprar vinilos en Internet?

Como algunos fieles lectores sabrán, hace tiempo que apenas compro cds: aparte del coche, no tengo sitio donde escucharlos. El vinilo me parece, de todo punto de vista, mucho más interesante. Es por ello que, durante los últimos años, buena parte de mi sueldo ha ido destinado a la compra de discos en tan entrañable formato.

De cuando en cuando, algún amiguete melómano me pregunta dónde compro los discos. Pues bien, hoy he decidido revelaros algunos de mis lugares preferidos para hacerlo vía Internet, ese impagable artefacto moderno que no sólo sirve para bajar música a cascoporro. Me voy a centrar exclusivamente en tiendas y distribuidoras, ya que el mundo de los sellos (comprarles directamente a ellos es una apuesta segura) depende bastante de los gustos de cada cual. Además, y en lo referente a los websites extranjeros, me limito a EE UU, ya que la baja cotización del dólar nos permite comprar a precios mucho más asequibles, incluso contando con gastos de envío. Algo bueno tenía que tener el euro.

Vamos allá pues con una selección de mis opciones predilectas.

En EE UU

Insound: Situada en el corazón de Manhattan, cuenta con un extenso catálogo centrado fundamentalmente en el indie-rock, aunque entre sus referencias se pueden encontrar cantidades ingentes de folk, electrónica, soul y casi cualquier cosa. Pros: profesionalidad, decenas de novedades cada semana, actualización constante. Contras: ligeramente caro.

Vinal Edge: Una tienda de Houston, Texas, que vende hard-rock, techno, country, reggae, blues… un poco de todo. Pros: sus precios son muy competitivos (a veces hasta puntos que ni imaginas), con auténticas joyas en su catálogo. Contras: el sistema de pago, vía western union, resulta bastante engorroso.

Interpunk: Visita obligada para todos los amantes del punk. Pros: Si te gusta el género, vas a disfrutar como un enano. Los precios son bastante asequibles. Contras: Los gastos de envío son prohibitivos. Merece la pena hacer piña con un par de amiguetes para pagarlos entre todos y que el bolsillo duela un poco menos.

Vinil Colective: Ubicada en Denver (Colorado), es uno de mis últimos descubrimientos, fruto de la más azarosa de las casualidades. Lo suyo es el rock tirando a friki, algo de punk, indie y un par de buenos discos de power pop. Pros: Precios bajos (en ocasiones rozando lo irrisorio). Contras: stock limitado, al igual que su catálogo.

En España

Atmósfera Abrupta: la distribuidora de mi amiguete Aitor, un bilbaíno afincado en Madrid y una auténtica enciclopedia musical. Su especialidad, los sonidos herederos de la new wave y el post punk. Pros: cercanía (si vives aquí, se puede quedar con él y te ahorras gastos de envío). Sus reseñas de discos son de lo mejor que he leído en años. Contras: Las que tiene el hecho de que el euro esté más caro que el dólar, algo extensible al resto de opciones ubicadas en nuestro país.

Green Ufos: Una distribuidora con sede en Mairena del Aljarafe (Sevilla) y un competitivo catálogo enfocado principalmente a las diferentes vertientes del indie. Pros: Gente maja y seria. Contras: Su catálogo, pese a que cuenta con auténticos ‘must have’, no se encuentra entre mis favoritos.

Bcore: El sello barcelonés goza de un catálogo de distribución envidiable y siempre en constante crecimiento. Rock, punk y hardcore son su fuerte, aunque hace tiempo que su abanico se abrió hasta tocar multitud de géneros dispares. Pros: Variedad, buen gusto, precios dentro de lo razonable. Contras: no vivir en Barcelona para poder ahorrarse los gastos de envío.

Munster: La gran meca del vinilo en este país. Todo un universo de rock and roll, rockabilly, garage, power pop, soul, beat, jazz… Pros: Cuidadas ediciones, seriedad, variedad estilística, exclusividad… Contras: Munster es la pesadilla del coleccionista mileurista: una vez empiezas, ya no puedes parar.

Por supuesto, esta lista está incompleta. Si eres aficionado a comprar vinilos por Internet, ya estás tardando en enlazar tus tiendas y/o distribuidoras preferidas. Compartir es vivir.

MGMT, más allá del hedonismo

Management. O MGMT. O el que ha sido uno de los hypes más sonados de los últimos años. Un poco bluff, quizá. Un grupo de esos «sí pero no», que dice un amigo (no precisamente refiriéndose a ellos, de los que es un fan declarado). Un grupo que nunca fue santo de mi devoción, más allá de su incuestionable frescura. Y es que, reconozcámoslo, uno tiende a desconfiar de un dúo que con veinte años ficha por una multinacional y es encumbrado por los medios y el público más moderno entre los modernos. Se llaman prejuicios. Cuando estuve en Nueva York hace un par de años, todo el mundo hablaba de ellos como si fuesen unos auténticos fuera de serie, lo que a mí me tiraba un poco para atrás. Con todo y con eso, los escuché, y sólo vi en ellos un apetecible pero efímero cóctel de hedonismo pistero.

Pero los prejuicios nunca trajeron nada bueno. Y de cuando en cuando toca sacudírselos con según qué grupos. Ahora ha llegado el momento de hacerlo.

«Congratulations», la esperadísima reválida de MGMT (si no tenemos en cuenta su primera demo, «Climbing to New Lows») me impide despedazarlos sin piedad. No sólo eso, sino que además consigue que se me quiten las ganas de hacerlo. Y es que el nuevo trabajo de MGMT los confirma como una banda con talento, que va a su bola y se ríe de la presión mediática y las posibles expectativas que en ellos ha depositado su extensísima legión de fans. Lo demuestran con un álbum en el que apenas sobresalen los singles en favor del conjunto, en el que saben valerse como un grupo con recursos, infinidad de registros y una personalidad propia. Un grupo cuyas canciones va más allá de los gustos de los chavales con sudaderas de colores del H&M, a muchos de los cuales decepcionará no encontrar algo parecido a «Kids» entre los cortes del álbum.

Un mes antes de que llegue a las tiendas físicas y virtuales, los neoyorquinos han decidido colgar íntegro el disco en su web. No sólo eso, sino que además aseguran que «les hubiera gustado regalarlo». Así que ya sabes, puedes hacer uso de tu descarga directa más próxima sin cargo de conciencia alguno (eso partiendo de que alguna vez lo tuvieses. Yo no. Al menos no con ellos).

Adelante Bonaparte

Nada en el universo Standstill es vulgar. Todo lo que rodea a la banda catalana es único, irrepetible. Como un sueño. Y sin embargo, y como a veces ocurre al dormir, hay viajes oníricos que resultan familiares, como si hubiesen sido vividos con anterioridad. Como si fuéramos conscientes de lo que va a ocurrir inmediatamente después. Pero la sensación es tan irreal como los propios sueños. Porque a cada segundo aguarda una nueva sorpresa.

Concebido como un triple Ep (20 canciones en total), Adelante Bonaparte es, como reza su subtítulo, una fábula circular. Un recorrido cronológico por la vida de una persona que, paradójicamente, arranca con la muerte y concluye en un nacimiento. Una colección de pequeñas y sencillas historias que conforman un puzzle complejo.

Haciendo uso de una mayor sencillez instrumental que en Vivalaguerra -aunque al mismo tiempo conjugando infinidad de sonidos y recursos-, Standstill vuelven a dar en la diana con una obra tan demoledora como no apta para todos los oídos. La familia inventada, El resplandor o las dos partes de Adelante Bonaparte son sólo algunos de los puntos álgidos de un disco que atrapa, conmueve y remueve las vísceras. Una auténtica catarsis emocional que por momentos provoca auténtico miedo en el oyente por la sinceridad brutal de cada palabra, de cada nota, de cada silencio. Merece la pena escuchar el disco de principio a fin. Casi es un pecado no hacerlo. Y merece también la pena degustarlo con calma, paladeando todos sus sabores y tratando de desentrañar cada uno de los múltiples secretos que esconde.

Standstill se han vuelto a superar a sí mismos, volviendo a dejar claro que, hoy por hoy, juegan en una liga completamente distinta a la de cualquier otra banda de nuestro país. La suya propia.

Dolly Parton: country de silicona

Puede que muchos no lo sepan, pero la diva del country Dolly Parton goza en EE UU de una popularidad tal que tiene hasta su propio parque temático. Se llama Dollywood y está en Pigeon Forge, Tennessee. Unos amigos fueron a visitarlo y creo que la experiencia es como para mear y no echar gota. «Estábamos rodeados de rednecks blancos y obesos de la América profunda. Fue extraño», relata uno de ellos. Y encima les costó 50 dólares la broma. A quién se le ocurre, insensatos.

El hecho es que la neumática cantante y actriz, autora de más de 3.000 canciones, vuelve a estar de actualidad en lo estrictamente musical gracias al anuncio de Jack White (cantante de The White Stripes y The Raconteurs), de que será el encargado de producir su nuevo trabajo. Bajo su batuta grabará la vieja Dolly un nuevo álbum (y ya van 59) que sumará unas cuantas copias a las más de 100 millones que ya lleva despachadas.

«Espero que la gente vea que hay un cerebro bajo el pelo y un corazón bajo las tetas», dijo en una ocasión la legendaria cantante. No lo dudamos, Dolly. Desde luego hay que ser inteligente para poner un parque temático a 50 dólares la entrada y conseguir que la gente vaya.

Cuando rap y rock se dan la mano

Me vais a perdonar el retraso en hablar de un disco que salió hace ya unos meses, pero que no quería dejar de recoger aquí. Y es que, a menudo, la actualidad marca la pauta, aunque el formato blog me permita la licencia de hablar de lo que sea cuando me venga en gana. Así de chulo que es uno.

El grupo: Black Keys es un dúo de garage, blues y rock cavernario, visceral e infeccioso. Una máquina de rock and roll tan minimalista como poderosa proveniente de Akron (Ohio, EE UU), tierra de aplastante mayoría blanca y mentalidad abiertamente conservadora.

El proyecto: A Damon Dash, cofundador junto a Jay Z del sello Roc-A-Fella Records y reconocido fan de la banda de Ohio, se le ocurrió un buen día juntar en un estudio al dúo con algunos de los nombres más destacados del rap yanki. Ambas partes aceptaron el reto encantados.

Las colaboraciones: Mos Def, RZA, Jim Jones, NOE de ByrdGang, Pharoahe Monch, Ludacris, Raekwon o el fallecido ex Wu Tang Clan Ol Dirty Bastard -que canta un tema gracias a una grabación de hace unos años-, son algunos de los nombres que ponen su voz al disco.

El resultado: Blackroc es un experimento singular, por momentos sublime y en otros simplemente correcto, que suena básicamente a rap de toda la vida con la frescura y potencia que aporta una base intrumental de guitarra, bajo y batería. La fusión, lejos de sonar forzada, resulta orgánica y natural. Pero sobre todo, vuelve a poner de relevancia la compatibilidad de dos estilos habitualmente alejados entre sí. Merece, de eso no cabe duda, un buen par de escuchas.

Os dejo el que para mí es el mejor corte del disco, «Ain’t Nothing Like You (Hoochie Coo)», con Mos Def y Jim Jones poniendo las voces a la música del dúo.

Y de propina, otros tres momentos que nos han dejado las colaboraciones puntuales entre artistas consolidados de rap y rock.

Aerosmith y Run DMC – «Walk this Way»:

Antrax y Public Enemy – «Bring the Noise»:

Linkin Park y Jay Z – «Numb EnCore»: