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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Querida SGAE

El grupo sevillano Pony Bravo, conocido, además de por la originalidad de su musica, por su política en favor de la libre circulación de sus canciones, ha remitido una carta al nuevo presidente de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), Antón Reixa. En ella, y a través de su abogado, David Bravo, le instan a reunirse con ellos para hablar sobre las licencias Creative Commons –bajo la que también funciona este diario– y de las que son firmes defensores.

Pero la carta va más allá de una simple invitación para hablar de cómo se gestionan los derechos de autor en este país. Y es que la de Pony Bravo, como la de otros tantos, es una situación difícil: al no pertenecer el grupo a la SGAE, y según denuncia Bravo, no pueden reclamar un euro de los derechos que genera su música. Un dinero que, sin embargo, sí recauda la Sociedad. Son parte de los llamados «derechos anónimos», una vía por los que se calcula que, al año, la organización ingresa (y no reparte) unos 10 millones de euros.

Es tiempo de poner solución a una situación a todas luces injusta y que no hace ningún bien por la música de este país. Porque, aunque muchos pensamos que la existencia de un organismo como la SGAE (o similar) es necesaria, no es menos cierto que la manera de gestionarla está más que obsoleta: hace ya unos cuantos años que las nuevas tecnologías dieron paso a un escenario en el que ya no valen las políticas que en el siglo pasado engordaron los bolsillos de algunos de manera obscena, cuando no abiertamente criminal. Toca cambiar. Y de paso, acabar con situaciones tan absurdas como la de Pony Bravo.

«Estimado Sr.: 

Le escribo en nombre del grupo musical Pony Bravo y por su expreso mandato. 

Mi representado es un grupo de música cuyas obras, creadas e interpretadas por ellos mismos, son difundidas con licencias Creative Commons. Como usted cononce, este tipo de licencias permite a los autores la gestión de sus propios derechos patrimoniales, decidiendo qué derechos desean reservarse y cuáles prefieren ceder al público. Pese a algunas manifestaciones que sostienen equivocadamente lo contrario, los grupos que se acogen a este tipo de licencias no están realizando ataque alguno a los derechos de autor sino que se limitan a realizar un legítimo ejercicio de los mismos. 

Con la convicción de que los nuevos tiempos han supuesto un radical cambio de paradigma, los grupos con obras licenciadas con Creative Commons han decidido aprovechar el impulso de la corriente provocada por las nuevas tecnologías en lugar de tratar de frenarla con las manos. De este modo, y sin que eso signifique en absoluto renunciar a cobrar por su trabajo, grupos como Pony Bravo tratan de lograr esa justa remuneración por cauces distintos a los que consideran incompatibles con los nuevos usos sociales y con la deseable expansión y libre distribución de los bienes culturales. 

Las obras de Pony Bravo no están incluidas en el repertorio de SGAE al no estar sus autores asociados ni a esta ni a ninguna otra entidad de gestión del mundo. El problema con el que nos encontramos es que, pese a ello, su entidad cobra por autorizaciones de repertorio o por derechos de gestión colectiva obligatoria, por lo que percibirían cantidades que corresponden a mis mandantes y que estos no reciben por no ser socios de su entidad. Tal y como consta en su reglamento, las cantidades recaudadas que no son repartidas entre los socios quedan pendientes de su reclamación por estos durante cinco años, pasados los cuales se integran en el patrimonio de esa entidad de gestión y para cumplir los fines determinados en sus estatutos. 

Tal y como informó el periódico Público en enero de 2011, el 15% de los derechos recaudados pertenecen a esta categoría, de manera que cada año SGAE se quedaría con unos 10 millones de euros por derechos recaudados y no repartidos. Mis representados, Pony Bravo, se encuentran en esa situación como tantos otros grupos que usan licencias Creative Commons y desean reclamar los derechos devengados por sus obras. 

El obstáculo que se encuentran los grupos que usan este tipo licencias para poder recuperar las cantidades recaudadas por su entidad es que se les exige para ello que se hagan socios dado que SGAE solo reparte entre estos. Sin embargo, mis representados no desean ser socios de SGAE por diferentes motivos y, entre ellos, la incompatibilidad que supone cederles a ustedes en exclusiva la gestión de sus derechos y, al mismo tiempo, autogestionarlos con Creative Commons, si bien ya han anunciado ustedes cambios futuros en este sentido. Entendemos que obligarnos a ser socios de su entidad para que ésta no se quede con las cantidades que pertenecen a mis representados es contrario al derecho constitucional de asociación que entraña, no solo el derecho a asociarse con quien se desee, sino también el de no hacerlo. 

Por otra parte, quedarse con las cantidades generadas por las obras de mis representados entendemos que es un caso de enriquecimiento injusto al reunir todos sus requisitos. Según las sentencias del Tribunal Supremo de 2 de julio de 1946 y de 20 de abril de 1947, entre otras, son tres los requisitos que han de cumplirse para que una demanda por enriquecimiento injusto prospere: la existencia de enriquecimiento del demandado, la de un correlativo empobrecimiento del demandante y la ausencia de una causa legal de justificación en el enriquecimiento producido. 

Cuando se plantean este tipo de argumentos a SGAE es común que aleguen que nada ilícito hay en su forma de proceder y que, justa o injusta, su actividad está amparada por la ley. Sin embargo no se exige para la prosperabilidad de la acción de enriquecimiento injusto que la actividad del demandado haya sido ilícita, sino únicamente que su enriquecimiento no esté justificado. O lo que es lo mismo, que la actividad del demandado no sea ilícita no significa que las cantidades que ha obtenido estén justificadas. 

En ese sentido, la sentencia del Tribunal Supremo de 23 de octubre de 2003, manifiesta que: 

“La teoría del enriquecimiento injusto no requiere para su aplicación que exista sólo mala fe, negligencia o acción culpable de ningún género, ni conducta ilícita por parte del enriquecido, sino simplemente el hecho de haber obtenido una ganancia indebida, es decir, sin causa y sin derecho, lo cual es compatible con la buena fe”. (Sentencias de 12 de abril de 1955 y 27 de marzo de 1958). 

Estamos absolutamente seguros de que el cambio de presidencia en SGAE y el autoproclamado cambio de rumbo no significará una mera dulcificación de las formas de dirigirse a la sociedad sino un cambio de fondo en aquellas actividades que son manifiestamente injustas. Es por ello por lo que le solicitamos una reunión para poder tratar esta cuestión y poder solventar este problema, con objeto de que pueda crear un precedente al que puedan acogerse todos los autores y grupos que esten en nuestra misma situación. 

Quedando a la espera de sus noticias, reciba un cordial saludo.»

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Cinco razones para amar a Pony Bravo

Una de las mayores satisfacciones que puede obtener un periodista musical es la de ver cómo una banda por la que apostó desde sus inicios se hace grande. Los sevillanos Pony Bravo formaron parte de «España me pone», aquella serie de este blog que en 2008 trataba de dar cabida a algunas de las bandas más prometedoras de nuestra escena independiente. Hoy, con dos apabullantes discos en la calle, son una de las más aclamadas y admiradas de este país. Y se lo merecen por varias razones.

– Pony Bravo no dejan indiferente a nadie. Su singular fusión de kraut rock atmosférico con raíces andaluzas capta la atención del oyente de inmediato.

– Pony Bravo poseen algunas de las letras más brillantes de nuestro rock. Puro surrealismo cañí.

– Pony Bravo no son -ni creo que pretendan serlo- ningunos virtuosos. Su técnica con los instrumentos es limitada. Y sin embargo, saben sacarle partido a todos ellos como pocos.

– Pony Bravo cuidan al detalle el diseño de sus discos y carteles de conciertos. Un auténtico despliegue de imaginación con guiños constantes a lo más profundo -y a menudo casposo- de la cultura popular, confeccionado con auténtica maestría y buen gusto. Desde Michael Jackson a Los Del Río, desde la Semana Santa a Regreso al Futuro. Aquí podéis echar un vistazo a buena parte de lo que han hecho. Magistral.

– Pony Bravo han sabido crear a su alrededor una marca 100% do it yourself, traducida en una manera de hacer las  cosas a su manera que pasa, siempre, por El Rancho, su propio sello discográfico y base de operaciones para otros proyectos de sus integrantes, como los inclasificables Fiera. Por si fuera poco, todo ello se puede descargar gratuitamente desde su web.

– Pony Bravo han conseguido algo harto complicado en los tiempos que corren: ser originales.  Y sólo eso ya es razón más que suficiente para dedicarles un sonoro aplauso. Eso, o acercarse a verles mañana en la sala Joy Eslava, un escenario de auténtico lujo que les confirmará como lo que ya son: una banda grande por derecho propio.

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Anquilosados

«La música española está anquilosada», dijo, con cierta vehemencia –y un gin-tonic en la mano–, mi buen amigo Kike. «Nadie innova hoy en día, ni siquiera en el mundo indie», sentenció. «Hombre, hay quien sí innova», contesté apurando mi copa. «Así, a bote pronto, innova El Guincho, innovan Pony Bravo, Standstill…». «El Guincho vale», contestó. «¡Pero es que El Guincho es raro de cojones!».

Cierta razón no le faltaba: muchos grupos –al menos, en los terrenos del pop y el rock– suenan a otros grupos, como si los inescrutables caminos de la música no admitieran nuevas vías creativas. Como si, ante el panorama de que todo ha sido ya inventado ya, pocos se tomasen la molestia de ir un poco más allá y buscar un sonido propio lejos de las influencias más evidentes. Como si todo lo que hoy nos venden como nuevo estuviera ya más que trillado. ¿Lo está? Puede que sí. Puede que a nadie le importe lo más mínimo.

[Nota de sinceridad con el lector]: escribo estas líneas en plena escucha para los medios de comunicación del nuevo disco de Amaral, Hacia lo salvaje. Por alguna razón, me ha venido a la mente la conversación de anoche con Kike. «¿Te ha gustado?», me preguntan a la salida. «Sí, sí. Muy en su línea», contesto. «Lo van a petar». Y así lo creo.

DeVotchKa: alianza de civilizaciones

¿Qué hay en Denver, Colorado, aparte de las Montañas Rocosas y pueblos perdidos de la América profunda que inspiran series como South Park? ¿Armas en los supermercados y fundamentalistas religiosos? Es posible, pero también unos cuantos grupos que no tienen desperdicio. Y no hablo del pop edulcorado y coñacete de The Fray, no. Tampoco de The Apples in Stereo, probablemente la banda local más conocida a este lado del charco…

El nombre de DeVotchKa (derivado de un término en ruso que significa «chica joven»), quizá no diga nada a algunos. Pero muchos caerán en la cuenta al recordar la banda sonora de la oscarizada Pequeña Miss Sunshine: 10 de las 14 canciones que suenan en la película son suyas, lo que supuso para nuestros protagonistas de hoy todo un trampolín.

«How it ends» ponía la música durante los créditos finales:

DeVotchKa es un grupo peculiar. Tanto, que resulta complicado decir a qué suenan. Beben de la música balcánica, romaní, griega… Pero también del folk, el rock y el punk. Una auténtica alianza musical de civilizaciones con los países del este como eje central, lo que tiene su explicación en los orígenes gitanos de Nick Urata, vocalista, guitarrista y pianista (también toca el ceremín, pero decir que es cereminista suena aún más extraño que el propio nombre del instrumento).

Por si ver a DeVotchKa en concierto no fuera de por sí suficientemente apetecible, en su gira española (mañana en Madrid, pasado en Gijón) estarán acompañados por los sevillanos Pony Bravo, de los que os hablé hace no demasiado tiempo: son una de las bandas más originales surgidas últimamente en este país. Suenan a sur. A desierto y a carretera. A paisajes enigmáticos y a menudo desconcertantes… Hay que escucharlos. Podéis hacerlo en su web, donde han colgado íntegramente su primer trabajo, Si bajo de espalda no me da miedo y otras historias.