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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

Archivo de la categoría ‘Curiosidades, reflexiones, pajas mentales’

La Excepción contra Warner

«Que unos chicos de barrio le den un buen revolcón a una multinacional sería una muy buena noticia, pero complicada».

Esta misma mañana, Juan Manuel Montilla, El Langui, definía con esta frase en su cuenta de Twitter el sentir de su grupo, La Excepción, el día en que comienza su juicio contra la multinacional Warner y su filial Zona Bruta. A modo de breve resumen: en abril de 2008 (y tras varias desavenencias entre grupo y sello por el reparto de royalties) el grupo madrileño de rap interpuso una demanda contra la discográfica por incumplimiento de contrato. La Excepción reclamaba que se declarasen nulas varias cláusulas que consideraba abusivas, entre otras la que contempla la cesión de los derechos de autor sobre sus obras por toda la vida del autor y 70 años después de su muerte. Un dato, este último, que según el grupo no aparecía de manera explícita en el contrato. Un año después publicaban nuevo disco, La verdad más verdadera, regalándolo a través de su web, lo que terminó de encender la ira de Warner.

Hoy, cuatro años después, arranca el juicio (sí,  esa es la agilidad con la que funciona el sistema judicial de este país: si han tardado siete años en declarar constitucionales las bodas homosexuales, esto no iba a ser menos). Y no le falta razón a El Langui cuando dice que la tarea es complicada. Al fin y al cabo, ganar un juicio contra una multinacional parece una tarea compleja. Y sin embargo, todo parece indicar que la razón está de su parte. O al menos, esa es la sensación que da al echar un vistazo a los términos de la demanda.

«Este tipo de cláusulas son frecuentes en los contratos de determinadas discográficas», cuenta Servando Rocha, abogado especialista en propiedad intelectual y miembro de la asociación Cultura Libre. Y pone un ejemplo: «A menudo, el grupo cede los derechos de explotación, reproducción, comunicación y ‘cualesquiera otros que puedan surgir en el futuro’. Esto es claramente abusivo y ha sido sancionado ya por los Tribunales», explica. En el caso concreto de La Excepción, «el plazo de duración de toda la vida del autor y 70 años tras su muerte es el aplicable a los derechos de autor de los autores-compositores sobre sus obras, pero un contrato no puede en modo alguno extenderse durante todo ese tiempo. Es una locura jurídica», explica. Y concluye: «Los contratos de adhesión, que son los que utiliza la industria, son el vestigio de una situación histórica de desventaja entre el artista y las compañías y editoriales. También un síntoma de los tiempos actuales, donde la industria persigue mantener el mismo nivel de beneficios a costa de recaudar más a través de muchos focos de negocio, como la explotación digital de las canciones o los conciertos».

¿Qué puede ocurrir, entonces? Rocha es consciente de la dificultad del caso, pero se muestra esperanzado: «Los jueces no deben ceder ante las pretensiones de las grandes compañías, sino dictar una sentencia de acuerdo a derecho y en base a lo que ha quedado estrictamente probado», subraya. «Es evidente que impone tener delante a una multinacional como Warner, pero los jueces deben ser sensibles a un escenario donde una parte (los artistas) están en una situación muy desigual».

Sea cual sea el veredicto, desde Entrada Gratuita quiero mandar todo mi apoyo a La Excepción. No es el primer caso (ni será el último) de grupo que sufre explotación y abuso por parte de una discográfica. Y aunque su lucha comparable a la de David contra Goliat, sólo por su valentía ya merecen todo mi reconocimiento. Ánimo, suerte y fuerza.

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La música nos trae sin cuidado

Fíjese atentamente el astuto lector en la fotografía que encabeza esta entrada.

Fue tomada ayer por el fotógrafo de esta casa, el gran Jorge París, y ha salido publicada hoy en la edición impresa de este diario como parte de un reportaje firmado por un servidor. Entre los músicos de la imagen se encuentra el libanés de origen armenio Ara Malikian (izda.) probablemente uno de los mejores violinistas del planeta. También estaba allí, aunque no se le ve en la foto, el tenor José Manuel Zapata, quien ha llevado su voz a escenarios como el Teatro Real de Madrid, el Liceo de Barcelona o la Scala de Milán. Ambos, junto a otros tres virtuosos músicos, bajaron al metro de la capital para presentar el espectáculo de ópera y humor Los divinos, que se estrena hoy en los teatros del Canal. Tocaron, cantaron, bailaron y dieron mucho la nota, en parte por lo llamativo de su indumentaria. Y sin embargo, a muchos viajeros como el de la foto no consiguieron arrancarle siquiera uno de sus auriculares. Ni una mirada.

La curiosa situación me recuerda a un experimento que realizamos hace años en 20 minutos, percisamente con Ara Malikian como protagonista. Al igual que ayer, bajó al suburbano para tocar el violín, y una aplastante mayoría de los viajeros no le hizo el más mínimo caso. El Washington Post realizó un vídeo muy similar protagonizado por otro maestro del mismo instrumento, Joshua Bell, en el que se le puede ver interpretando obras de Bach durante 45 minutos en el metro de Washington. El resultado fue el mismo.

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El punk se estudiará en la universidad

Hace un par de meses, un amigo residente en Malmö me contaba, ante mi sorpresa, que la ciudad sueca ha sido la primera del mundo en instaurar un bachillerato de skate. Una opción educativa en la que los estudiantes, además de aprender matemáticas, historia y el resto de materias típicas de las que se imparten en un instituto, dedican buena parte de la jornada escolar a patinar supervisados por un profesional. La iniciativa, que partió de un grupo de skaters locales, convenció al ayuntamiento, que entendió que el skate fomentaba entre los adolescentes valores tan saludables como la superación, el esfuerzo y la vida sana. Algo así como el sueño de mi adolescencia, vaya.

En España, a pesar de estar a años luz de Escandinavia en tantas y tantas materias, también surgen propuestas interesantes relacionadas con el mundo de la educación, y más concretamente en el área que nos ocupa: la música. Hoy nos trae aquí una de ellas: La Universidad de Oviedo pondrá en marcha, dentro del llamado Aula de Música de Extensión Universitaria, el curso Hazlo tú mismo. Los discursos y las escenas del punk. A lo largo de 15 días (del 16 de febrero al 3 de mayo en Oviedo y del 14 de febrero al 2 de mayo en Gijón), realizará «un recorrido por la escena punk a ambos lados del charco, sus raíces y sus huellas posteriores». El curso partirá de las bandas anteriores que plantaron la semilla, como Iggy Pop y sus Stooges o The Velvet Underground, para concluir en el movimiento post punk y new wave de principios de los 80, además de los subgéneros posteriores como el hardcore. Entre medias, claro está, Ramones, Sex Pistols, The Clash y todos los nombres clave para entender el género y su filosofía. El curso, que impartirán profesores como Igor Paskual ( guitarrista y compositor de Loquillo) o Mar Álvarez (integrante de ‘Pauline en la Playa’), entre otros, prestará especial atención al impacto del punk en España a través del legado de grupos como Kaka de Luxe, las Vulpess, Parálisis permanente o Siniestro Total. La matrícula, cuyo plazo de inscripción concluye el 16 de febrero, es gratuita y abierta a cualquier interesado, y los estudiantes podrán convalidar la actividad por un crédito.

Es posible que los más puristas entiendan que un movimiento contracultural como el punk no debería tener cabida en la enseñanza oficial. Y sin embargo, no deja de ser una buena noticia que todo aquel que se diga interesado en la música pueda profundizar los entresijos de un movimiento que influyó profundamente a varias generaciones a lo largo y ancho del planeta.

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Cee Lo Green contra los fans de Lennon

Thomas DeCarlo Callaway, o lo que es lo mismo, Cee Lo Green, es un grande. Y no sólo en el sentido literal del término, sino muy especialmente en lo musical -que al fin y al cabo es lo que nos importa- y también en lo escénico, faceta que hoy le trae a este humilde blog. Porque hace ya bastantes años que, en el siempre frívolo ámbito del mainstream musical, saber llamar la atención sobre un escenario es parte fundamental de la labor de un artista. Si entras a formar parte del singular universo del star system yanqui hay que venderse con gracia, y Cee Lo sabe cómo hacerlo. Ya sea disfrazándose de gladiador, de personaje de Star Wars o de colorida ave,  siempre da qué hablar. Pero esta vez, sin embargo, el público no le encontró la gracia al asunto.

Ocurrió la pasada nochevieja. Cee Lo Green cantó en directo durante el especial de la NBC, retransmitido en directo para una abarrotadísima Times Square. Lo hizo interpretando una versión del clásico Imagine, de John Lennon, al que decidió cambiar una línea clave: en lugar de la archiconocida frase «and no religion, too», Green cantó «and all religion’s true» (y todas las religiones son verdaderas). Tal ocurrencia desató las iras en la Red. Twitter y Youtube, entre otras plataformas, comenzaron a echar pestes del rapero. Por un lado se quejaban, mayoritariamente, los fans de Lennon, indignados por su osadía de tocar tan sacrosanta letra. Por otro, los más fervientes fundamentalistas de toda religión (que en EE UU los hay a pares). Todos contra Green, que se vio obligado a dar explicaciones sobre su improvisado cambio de letra. «El cambio en la letra no significa ninguna falta de respeto hacia John Lennon, sino que intentaba decir un mundo en el cual ustedes pudieran creer lo que ustedes quisieran, eso fue todo», escribió en su cuenta de Twitter.

Visto lo visto, no sé qué tipo de fan fatal es más corto de miras: el de Lennon o el del dios de turno.

Inocentes

Cuando uno se sienta ante el ordenador para buscar noticias de cara a actualizar el blog siempre tiene que valorar la fiablidad de las fuentes. Cuando el calendario marca 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes, encontrar una información medianamente sorprendente y además verídica se convierte en una tarea casi titánica. Hoy he leído, entre otras ocurrencias, que Axl Rose será el nuevo cantante de Queen, que Alaska y Mario Vaquerizo se separan, que Pablo Alborán cantará en un vídeo de Lady Gaga ataviado con su famoso vestido de carne, que Ana Belén hará el papel de Ana Botella en una Tv movie o que Ramón Rodríguez,The New Raemon, ha fichado por Amaral para tocar el bajo.

En 20 Minutos no publicamos inocentadas, lo que siempre me ha parecido una postura acertada. Al fin y al cabo estamos aquí para informar y entretener, y no para confundir. Porque a veces la gente se confunde. Hace varias semanas, la mujer que limpia en casa de mi madre me preguntó, entusiasta, si me había enterado de que que los bancos habían decidido donar todos sus beneficios de los últimos años a la creación de empleo. «Eso no puede ser, Rosi», le contesté. «¡Que sí, que sí! ¡Que lo he visto en las noticias!» No mentía: lo había visto en las noticias. En concreto, en el noticiario de La 2, que reflejaba una realidad imaginaria -aunque hermosa- creada por la Fura Dels Baus.

¿Has sufrido alguna inocentada hoy?

El rapero Pablo Hasél, detenido por apología del terrorismo

Ayer, muchos nos sorprendimos con la noticia de la detención en Lleida, por orden de la Audiencia Nacional, del rapero Pablo Hasél. A última hora, multitud de medios se hacían eco del caso e incluso una recogida de firmas a través de la plataforma Actuable -que a esta hora han apoyado más de 6.500 personas- exigía su liberación inmediata. Hasel, de 22 años, está acusado de apología del terrorismo por el contenido de una de sus canciones, ‘Libertad presos políticos‘, en la que, además de un impagable sampleo del Runnaway de Bon Jovi, incluye frases como «Ahí fuera prefieren a El Canto del Bobo que pensar con mi CD, me importa menos que la muerte de concejales del PP», «Deberíamos colgar reyes como Rusia hizo con los zares» o «Quienes manejan los hilos merecen mil kilos de amonal», con las que ensalza a presos anarquistas como Amadeu Casellas, conocido por repartir el dinero que robaba a entidades bancarias.

Desde este blog siempre he manifestado mi más firme defensa de la libertad de expresión en el mundo de la música, incluso cuando se han dicho barbaridades de todos los calibres por parte de determinados artistas. No creo en un sistema que dictamine qué es lo que estoy preparado para escuchar y qué no, pues soy lo suficientemente adulto como para decidir si lo que está expresando un artista -Hasél en este caso- es una verdad como un templo o una mamarrachada mayúscula. Defiendo su libertad para decirlo, y considero ridículo, abusivo y desproporcionado que se le someta a un exhaustivo registro de tres horas, se le incauten varios discos duros y se le traslade en un furgón a la Audiencia Nacional, donde hoy declara, como si se tratase de un peligroso criminal.

Pido, en todo caso, un gran aplauso para la Audiencia Nacional: han conseguido convertir a un rapero del montón al que conocían sólo en el circuito underground en el personaje del día, multiplicando por miles sus oyentes potenciales. Bravo.

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El disco más original de la historia

No en cuanto a sonido. No en cuanto a instrumentación o técnica. Pero posiblemente sí en cuanto a formato y concepto. Os presento un disco que está dando mucho que hablar en Estados Unidos: The National Mall, de Bluebrain.

La originalidad de The National Mall reside en que no se publica en formato físico o mp3, sino como aplicación para iPhone, lo que le permite una interactividad absolutamente revolucionaria. El álbum está dedicado al parque del mismo nombre, ubicado en Washington, y nace como el el primer disco Location-Aware (algo así como «consciente de la localización») jamás creado. El concepto es simple: según el lugar concreto del parque donde se encuentre el oyente, y sirviéndose del localizador GPS del teléfono, la música evoluciona hacia uno u otro paisaje sonoro. Al descargar la aplicación, el paseante accede a un curioso mapa del parque que le indica las zonas por las que puede  transitar para disfrutar de una experiencia que dependerá de la ruta que escoja.

«La música ha sido compuesta para funcionar específicamente en este paisaje», ha explicado a la web Mashable Ryan Holladay, cincuenta por ciento del dúo, que forma junto a su hermano Hays. «Por ejemplo, en el Lincoln Memorial, a medida que subes por las escaleras hacia la gigantesca estatua, el sonido de las campanas se incrementa. Cuando llegues a los pies de Lincoln, te estarán susurrando. La música cambia constantemente. Subiendo la colina hacia el monumento a Washington, únicamente escucharás el sonido de un chelo, después, gradualmente escucharás violines, un coro, aplausos, fuegos artificiales y sonidos de tambores que se mezclarán a medida que te acerques al obelisco”. Los hermanos Holladay ya preparan otro disco inspirado en el parque de Flushing Meadows de Queens, en Nueva York.

The National Mall, que cuenta con más de tres horas de música, sólo se podrá escuchar a través de iPhone o iPad. No estará en Spotify, ni en iTunes. Eso sí, está disponible de manera gratuita en la app store de Apple. Una pena no estar en Washington para poder disfrutar de un disco que, sin duda, explora inusitados terrenos en el mundo de las nuevas tecnologías aplicadas a la música.

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Los Premios de la Música, esa cosa

La industria musical, como buena industria, siempre ha gustado de inventarse nuevas e insospechadas formas de promocionar sus productos. De entre ellas, pocas son tan autobombásticas y forzadas como las entregas de premios por parte de la propia industria, un paripé onanista que, por lo general, poco o nada tiene que ver con la música en sí.

En EE UU, los Billboard han encumbrado hoy a ese pedazo de artista que es Enrique Iglesias con nueve galardones, entre otros los de mejor artista latino del año y el de mejor disco de pop latino. En la gala actuaron Maná, Gloria Trevi o Marc Anthony, entre otros. Un fiestón.

En España se dieron a conocer ayer los nombres de los ganadores de los Premios de la Música, un invento que la SGAE se sacó de la manga en 1996 y que, desde entonces y salvo contadas excepciones, vienen avergonzando profundamente a todo el que tenga el más mínimo amor por la música más allá de su presencia en las radiofórmulas.

Los galardones, cuya designación corresponde a un reducido grupo de señores de una institución llamada la Academia de las Artes y las Ciencias de la Música (cuyo organigrama directivo es el mismo que el de, sorpresa, la propia SGAE) han recaído este año en Serrat, Rosendo -dos promesas en ciernes que sin duda necesitan de un empujón- y Macaco, entre otros. No hay lugar a las sorpresas: reclamarle a la SGAE que no peque de inmovilismo sería como pedirle al Papa que invite a un grupo de black metal a tocar durante su visita a Madrid.

Lo curioso del asunto es que los premios no se entregan hasta el 18 de mayo, lo cual le resta a la cita cualquier tipo de emoción, en caso de que la tuviere. Pero para qué conformarse con salir una vez en los medios si puedes salir dos.

El porqué de coleccionar discos

En uno de sus cómics de la muy recomendable colección American Splendor, Harvey Pekar retrataba la obsesión de un joven de los años 70 por el coleccionismo de discos de jazz. El protagonista alcanzaba cotas auténticamente enfermizas en su afán por poseer todas las grandes joyas del género, hasta el punto de arruinarse y tener que replantearse su vida.

Hace un par de días, mientras leía ese cómic, me dio por preguntarme por las razones que me han llevado a convertirme en coleccionista de discos. Afortunadamente no he llegado al extremo del personaje de Pekar, pero soy consciente de que, desde que tengo uso de razón y algo de dinero en el bolsillo, he gastado cantidades absurdas en música. Casos como el mío (y el de muchos que conozco) resultan aún más paradójicos si se tiene en cuenta la época en la que nos ha tocado vivir: en los 70, la posibilidad de escuchar un álbum en un momento concreto pasaba obligatoriamente por su posesión en formato físico. Hoy, basta un clic para disfrutar de -casi- cualquier canción. Así pues, el coleccionista de discos es hoy día un tipo extraño al que muchos miran raro y la mayoría no entienden. Casi una especie en extinción. Dicho esto, ¿por qué coleccionar discos? Ahí van diez de mis razones:

1 – Colecciono discos porque adoro el momento de elegir cuál de ellos poner, sacarlo de la funda y escucharlo. Así de simple. O de complejo.

2 – Colecciono discos porque cada uno de ellos es una fotografía de un instante de mi vida en forma de canciones. Soy incapaz de recordar qué ropa llevaba puesta ayer, pero tengo grabado a fuego el momento en que conocí a cada grupo de los que han puesto banda sonora a mi existencia. Del mismo modo, recuerdo de manera precisa el momento en que adquirí éste o aquel  disco, dónde estaba, con quién, qué hacía… La memoria es así de caprichosa.

3 – Colecciono discos porque sus portadas, contraportadas y libretos dicen cosas. Cosas menos importantes que las canciones, pero igualmente interesantes para aquel que disfruta desentrañando los secretos de un álbum. Algunas portadas son, de hecho, auténticas obras de arte.

4 – Colecciono discos porque creo firmemente que si un producto te enriquece culturalmente es de justicia corresponderle con una aportación económica. Es más, disfruto contribuyendo con mi dinero a los músicos, sellos discográficos, distribuidoras o tiendas que creo que merecen recibirlo.

5 – Colecciono discos porque el sonido de un vinilo reproducido en un equipo decente es incomparable al de un cd. Del mp3 (o al menos de la mayoría de los que circula por la Red) mejor ni hablamos.

6 – Colecciono discos porque disfruto del placer de bucear en el catálogo de una tienda, ya sea real o virtual, y encontrar aquel álbum que llevaba años buscando. Igualmente, pocas cosas se pueden comparar al placer de recibir en casa un pedido de discos que has encargado por Internet, actualmente la principal vía que tengo para adquirirlos.

7 – Colecciono discos, en este caso de vinilo, porque su durabilidad está más que comprobada. Tengo vinilos en casa de hace más de cincuenta años, y siguen sonando. Muchos cds de hace diez han dejado de hacerlo, a pesar de que en su día los vendieron como el formato definitivo. De nuevo, del mp3 no hablamos: en su día tenía unos 100 gigas de música en un disco duro. Un buen día desaparecieron cuando a éste le dio por no volver a funcionar.

8 – Colecciono discos porque, lejos de parecerme incompatible, lo veo como el complemento perfecto para mi otra gran manera de disfrutar de la música: Spotify. En casa, con calma y buen sonido, vinilos. Para todo lo demás, circulito verde.

9 – Colecciono discos porque me gustan estéticamente. No es una razón de peso, lo sé. Pero reconozco que me encanta levantar la mirada mientras estoy en el sofá y admirar mi propia colección. Qué bonita es, coño.

10 – Colecciono discos porque, en el fondo, me gusta acumular cosas, clasificarlas y ver cómo crecen en número. Algo muy idiota, pero también muy humano. Creo que siempre fui así: cuando era pequeño coleccionaba  Gi-Joes, luego latas de refrescos y después música. Y entre medias, muchas otras cosas. Así que es posible que haya algo de síndrome de Diógenes en todo esto.

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Mi problema con la prolactina

Siempre pensé que me gusta revolcarme en mi propia miseria de cuando en cuando, pero ahora resulta que mi pasión por las canciones tristes viene determinada por la adicción a una hormona que genera mi propio cuerpo, la prolactina. Curiosamente la misma que se encarga de generar la leche materna y e inhibir la potencia sexual. Afortunadamente esas no me afectan.

Esa es la principal conclusión a la que ha llegado David Huron, un profesor de Ohio con el suficiente tiempo libre y fondos como para investigar sobre cosas como ésta. Según explica en su libro The Science of Sad Music, los sujetos con una elevada capacidad de generar prolactina y una tendencia a la adicción por la misma empatizan mejor con ese tipo de canciones.

Para realizar su estudio, el profesor sometió a los participantes a la escucha de la canción más triste que tenía a mano: «Wicked Game» de Chris Isaak. En el lado de la música alegre, optó por clásicos del bluegrass. «Cuando vives una experiencia dolorosa, como la muerte de tu perro, recibes una inyección de prolactina que evita que la pena se te vaya de las manos», ha explicado Huron a la revista San Francisco Classical Voice. «Al recibir la prolactina sin que exista un dolor psicológico real, te sientes bien». Es decir, que según Huron disfrutamos de una canción triste porque nos proporciona una efímera sensación de tragedia inexistente, algo que paradójicamente nos resulta placentero.

Quizá habría que preguntarle a Huron por qué al escuchar determinadas canciones no obtenemos placer, sino todo lo contrario. Todos sabemos que una canción te puede hundir el día.