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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Inglés: así, no

Resulta descorazonador escuchar a determinadas bandas españolas cantar en inglés. Una cosa debería estar clara: si has decidido usar en tus canciones una lengua que no es la tuya –opción, por otra parte, totalmente lícita–, debería ser requisito indispensable hacerlo con un dominio mínimo de la misma en materia de pronunciación y vocabulario. En caso contrario es mejor ser valiente, sacudirse los complejos y lanzarse a escribir en el idioma en que uno piensa, habla y sueña.

Una anécdota: en una ocasión le puse a un amigo neoyorquino una canción de una banda española de entre las que apuestan por el idioma de Shakespeare. ¿Qué ocurrió? No entendió ni la mitad y le provocó una gran sonrisa. La misma que se nos dibuja en la cara a nosotros al escuchar el spanglish de Isla de Encanta, de los Pixies, o la reciente adaptación al castellano de Dawned on me de Wilco, traducida como Me avivé.

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A Chygrynskiy le molan los Pixies

Desde hoy, el Barça me cae un poco mejor. Pero no tiene nada que ver con el fútbol. El defensa culé Chygrynskiy ha revelado a Rockzone sus gustos musicales. “Red Hot Chili Peppers, Pixies, Modest Mouse, Smashing Pumpkins, Morrisey, John Frusciante, Johnny Cash, Micah P. Hinson… Muchas cosas diferentes”. Aúpa.

La noticia arroja algo de esperanza sobre la cultura musical de los deportistas de nuestra liga. Y es que sus gustos dejan, salvo excepciones, un poco que desear. O por lo menos, no van más allá de las sobadas radiofórmulas. Ya lo demostró As en su día preguntando a los jugadores de la Selección por la música que llevaban en sus respectivos iPods, en unas declaraciones que recogió mi compañero Darío Manrique en su blog y que reproduzco aquí:

-Xavi: Bruce Springsteen y Bryan Adams.

-Puyol: Shuarma.

-Villa: El Último de la Fila, Manolo García o Quimi Portet.

-Juanito: El Canto del Loco.

-Iniesta: Estopa («Soy muy fiel»).

-Palop: «Flamenquito. Algiva sobre todo». A la pregunta de cuál es su cantante favorito, duda mucho y acaba diciendo que Alejandro Sanz.

-Capdevila: Barricada.

-Sergio García: «Escucho música variada, pero, sobre todo, mucho flamenco».

-Sergio Ramos: José Mercé.

-Arbeloa: Shakira

-De la Red: «Mucha y muy variada».

-Cazorla: Melendi y Sabina.

-Reina: Flamenco.

-Senna: Canciones evangélicas.

-Albiol: «En el Ipod llevo mucha música y muy variada, algún capítulo de Aída y bromas de las que hacen en la radio, en los 40 Principales, divertidísimas».

Otros, como Cristiano Ronaldo, se declaran fans de Ricky Martin. A Pau Gasol le pone el rap, a Rafa Nadal, Maná (ejem), a Fernando Alonso el grupo de su mujer… En fin, juzguen ustedes mismos. Yo, a falta del añorado Mendieta (que era fan confeso de la Velvet Underground) me quedo con el bueno de Chigrynskiy.

Oh, los Pixies…

Hay grupos que te acompañan durante una temporada. Varios meses, un año… Grupos que en un momento dado sacan un disco que te marca profundamente. O incluso dos, o tres, o más discos. Y luego están esos pocos grupos sin altibajos, cuya carrera discográfica podrías recitar de memoria evocando en tu cabeza cada nota, cada frase, cada línea. Esos son los grupos que te cambian la vida.

La primera vez que escuché a los Pixies tenía 12 años. Un amigo de mi hermano (entonces eran los hermanos mayores los que nos descubrían la música, no Internet) le grabó una cinta con los dos primeros discos del grupo: el EP «Come on Pilgrim» y «Surfer Rosa». Para rellenar la cara B incluyó un par de temas del primer disco de Nirvana, «Bleach» (de cuando aún ni se olían la que se les venía encima).

«¿Y qué hacen los Pixies estos?» pregunté a mi hermano. «Hacen punk», respondió. Lo escuché con ciertas reservas. A esa edad mi abanico musical se reducía a Guns ‘n’ Roses, U2, Depeche Mode, The Cure y Héroes del Silencio. Aquel grupo no se parecía a nada que hubiera escuchado antes. Tan pronto desprendían una energía salvaje como te sorprendían con dulces y adictivas melodías. Hablaban de ovnis, de ciencia ficción, de incesto y de violencia bíblica (aunque en la mayoría de las canciones yo no entendía un pijo). Eran raros. Raros de cojones. Pero me engancharon, y de qué manera. Le di miles de vueltas a aquella cinta. Aun la conservo, como si el tiempo no pasase por ella.

Recuerdo la sensación de llegar a casa los viernes, descubrir que mis padres no estaban y aprovechar para poner «Vamos» a todo trapo en el equipo de mi padre. Era todo un ritual. Aquel spanglish tan cutre, aquellas baterías frenéticas, aquellas guitarras retorciéndose… Me volvía loco. La vecina de abajo (hoy una conocida reportera de la tele), subía a menudo a aporrear la puerta.

A día de hoy sigo estremeciéndome cuando escucho ese acople inicial:

Pronto cayó en mis manos otra cinta con su siguiente disco. Volvió a convertirse en un habitual de mi cochambroso walkman. «Doolittle» contenía una antológica colección de hits. «Debaser», «Here comes your man», «Tame»… y «Hey», una de esas pocas canciones que no sabes si te transmiten tristeza o ganas de vivir. En mi caso, provocaba ambas cosas al mismo tiempo.

«Bossanova» y «Trompe le Monde» fueron dos de los primeros cds en entrar en casa. Ya no había que rebobinar para buscar una determinada canción: habían llegado las maravillas de la nueva tecnología. «Velouria», «Cecilia Ann», «Alec Eiffel»… estaban ahí, a golpe de mando a distancia, para ser disfrutados en cualquier momento. Y todavía hoy sigo preguntándome si existe algún tema capaz de transportarme a aquellas soleadas tardes de verano como lo hace «Ana».

Pasó el tiempo. Los Pixies se separaron. Descubrí a muchos otros grupos y un nuevo universo musical se fue abriendo poco a poco ante mis jóvenes orejas. Pero ellos siempre siguieron ahí, acompañándome.

Hoy amanezco con la noticia del lanzamiento de «Minotaur», una edición de lujo que recopila los cinco discos del grupo de Boston. Pese a llevarse a matar entre ellos, hace años que corren los rumores sobre un nuevo álbum. Casi prefiero que lo dejen estar: no quiero que mis recuerdos tengan un final triste.