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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Anquilosados

«La música española está anquilosada», dijo, con cierta vehemencia –y un gin-tonic en la mano–, mi buen amigo Kike. «Nadie innova hoy en día, ni siquiera en el mundo indie», sentenció. «Hombre, hay quien sí innova», contesté apurando mi copa. «Así, a bote pronto, innova El Guincho, innovan Pony Bravo, Standstill…». «El Guincho vale», contestó. «¡Pero es que El Guincho es raro de cojones!».

Cierta razón no le faltaba: muchos grupos –al menos, en los terrenos del pop y el rock– suenan a otros grupos, como si los inescrutables caminos de la música no admitieran nuevas vías creativas. Como si, ante el panorama de que todo ha sido ya inventado ya, pocos se tomasen la molestia de ir un poco más allá y buscar un sonido propio lejos de las influencias más evidentes. Como si todo lo que hoy nos venden como nuevo estuviera ya más que trillado. ¿Lo está? Puede que sí. Puede que a nadie le importe lo más mínimo.

[Nota de sinceridad con el lector]: escribo estas líneas en plena escucha para los medios de comunicación del nuevo disco de Amaral, Hacia lo salvaje. Por alguna razón, me ha venido a la mente la conversación de anoche con Kike. «¿Te ha gustado?», me preguntan a la salida. «Sí, sí. Muy en su línea», contesto. «Lo van a petar». Y así lo creo.

El Guincho tiene algo

Hacer música original hoy en día es algo prácticamente imposible. Todo está inventado ya, dirán algunos. Y pese a ello, de cuando en cuando surge algún nombre rompedor, diferente. Alguien que sabe tomar prestados infinidad de recursos sonoros y combinarlos como pocos o nadie lo ha hecho antes. Y claro, la gente lo escucha y se pregunta ¿qué coño es esto?

Algo así debí pensar la primera vez que escuché la música de Pablo Díaz Reixa, alias El Guincho. Había seguido su trayectoria desde aquel «Tropicalismo errado» (2006) de Coconot, su banda, en la que ya esbozaba su gusto por ese sonido tropical tan singular y esa manera de navegar por las coordenadas de las mal llamadas músicas del mundo. Y sin embargo, no fue hasta su emancipación artística, con «Alegranza» (2007), cuando de verdad empecé a dejarme atrapar por su embrujo, sus sampleos imposibles, sus ritmos africanos y sus indescriptibles letras, esa suerte de mantras tan enigmáticos como adictivos.

Quizá esa sea la palabra más apropiada para definir la música de El Guincho: adictiva. Puede que también cargante. O extraña y difícil para según qué oídos. Pero adictiva, sin duda. Por mi parte, lo tengo comprobado: de vez en cuando el cuerpo me pide al Guincho a gritos. Porque El Guincho tiene algo. Y no sé muy bien qué es.

El nuevo disco de este canario afincado en Barcelona, «Pop negro», es la confirmación de un talento creativo desbordante. Tras triunfar en medio planeta a un nivel que pocos artistas nacionales de la escena independiente consiguen (Alegranza recibió todo tipo de elogios de publicaciones como el influyente Pitchfork Media), El Guincho vuelve a dar una lección de madurez y solvencia con un disco continuísta pero igualmente inspirado. Y lo presenta con un primer single y un videoclip, «Bombay», que está dando qué hablar. Y no sólo porque salgan tipas en porretas.

Antes de emprender una gira que le llevará a Australia, Inglaterra y EEUU, Pablo recala este miércoles el Hard Rock Cafe de Madrid, donde ofrecerá un concierto para un pequeño grupo de afortunados que se emitirá en el canal Sol Música.