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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Cookin Bananas: vuelve Mucho Muchacho

Mucho Muchacho es un caso singular en el rap español. Su singular estilo, su flow vacilón y su desparpajo le llevaron lo más alto a base de discos fundamentales para entender el desarrollo del género. Lo hizo primero con su banda, 7 Notas 7 Colores, y más tarde en solitario con su álbum Chulería. Cuando saboreaba las mieles del éxito, decidió desaparecer del mapa para iniciar un retiro espiritual en Ibiza, donde se dedicó fundamentalmente a pinchar en discotecas y a -imagino- disfrutar de la buena vida. Hasta ahora.

El MC catalán regresa junto al trío valenciano de productores Cookin Soul, auténticos maestros a la hora de crear bases poderosas, con quienes ha puesto en marcha el proyecto Cookin Bananas, cuya portada (un guiño nada disimulado a la famosa cubierta de Warhol para la Velvet Underground) encabeza esta entrada.

Tras mucho tiempo con más rumores que noticias, acaba de ver la luz el primer videoclip del disco, Aquí te pillo, aquí temazo, que ya está corriendo como la pólvora por la Red. Helo aquí:

‘Angles’, el regreso de The Strokes

La primera vez que escuché Is this it, en 2001, sentí una sensación que hacía tiempo que no tenía con ningún disco a la primera toma de contacto. En aquellas canciones no había nada especialmente novedoso, ni revolucionario, ni rompedor. Pero había una frescura inusual. Tenía estribillos con gancho, juegos de guitarras extremadamente sencillos, casi infantiles, pero indudablemente inspirados. Melodías que se adherían al cerebro. Y un punto de crudeza, muy contenido, que supuraba la inmediatez de algunos de mis discos preferidos de antaño. Cuando terminaron las once canciones que lo integraban, volví a darle al play.

Entonces vino la locura mediática. El NME, fiel a su afición de fabricar hypes a discreción, los bautizó como los «salvadores del rock». Las bandas de estilos más o menos similares saltaron a la primera división del mainstream. Volvieron las Converse All Star, los pantalones pitillo y las pintas desaliñadas. El H&M comenzó a vender camisetas de los Ramones (hasta bolsos de Motorhead se llegaron a ver). Y se extendió, falsamente, la tesis de que las guitarras habían vuelto. El revival rock, lo llamaron. Y sí, los Strokes tuvieron buena parte de culpa.

Años después de aquello, el tiempo dio la razón a algunos y se la quitó a otros. El rock no volvió, pues nunca se había ido, y de entre la amalgama de bandas que surgieron a rebufo de los neoyorquinos sólo algunas lograron mantener el tipo a base de buenos discos. The Strokes, por su parte, corrían el riesgo de ser engullidos por su propio mito (lo que con sólo veintipocos no deja de ser ridículo) o, por contra, confirmar que efectivamente era una banda llamada a cambiar los destinos de la música. Se quedaron a mitad de camino entre una cosa y la otra: en 2003 publicaron un álbum más que decente, Room on Fire. Tres años después, en 2006, pretendieron llevar su propuesta un paso más allá con First Umpressions of Earth y el tiro les salió (un poco) por la culata.

Tras varios días circulando por Internet, mañana sale oficialmente a la venta Angles, el nuevo álbum de The Strokes. Llega precedido por cinco años de silencio (tiempo que sus miembros han aprovechado para dar rienda suelta a aventuras en solitario que no han pasado de lo anecdótico) y por un proceso de grabación que ha sido un auténtico vía crucis: comenzaron a grabar en Nueva York con Gus Oberg como ingeniero. No les gustó y lo tiraron todo a la basura. Se trasladaron al campo y volvieron a empezar en el estudio del guitarrista Albert Hammond Jr, con ellos mismos como productores. Al final, registraron las canciones por separado, producto de una relación entre los integrantes del grupo que ha ido de mal en peor.

El resultado es un disco irregular, tan anguloso como su propio nombre indica, que por momentos levanta el vuelo y otros deambula sin rumbo. Machu Picchu, introducción en clave de dub que podría haber firmado Blondie en sus años mozos, suena prometedora. Cortes como Under Cover Of Darkness, elegida como primer single, y Taken for a fool recuerdan a los mejores momentos de su carrera. Y ya. Cuando juegan a ampliar horizontes (Games,  You’re so righ) se quedan a mitad de camino, en una especie de quiero y no puedo descorazonador. Otras fases del disco, como Two Kinds of happiness, Metabolism o Gratisfaction, simplemente cumplen sin pena ni gloria. Y desde luego, no de la manera en que debían hacerlo tras tantos años en el dique seco.

Es una pena, porque Under Cover of Darkness prometía.

‘The King of Limbs’: primeras impresiones

Creo que nunca antes en este blog había escrito dos post seguidos con el mismo grupo como protagonista. Tampoco nunca antes había quedado en casa con cuatro amigos para escuchar solemnemente el nuevo disco de una banda, en uno de los planes más nerd que he tenido la oportunidad de organizar últimamente. Pero siempre hay una primera vez para todo, y especialmente si se trata de la banda más importante de las últimas dos décadas. Radiohead están de vuelta, y la ocasión merecía todos los honores.

Lo primero que llama la atención de The King of Limbs es su duración: ocho canciones en apenas 37 minutos, lo que ha originado todo tipo de especulaciones sobre una inminente segunda entrega. Hay motivos para creerlo así: la última canción del disco se llama Separator, lo que para algunos es señal inequívoca de que se trata de un interludio. En ella, Yorke repite varias veces la frase «If you think this is over then you’re wrong» (si piensas que esto se ha acabado, te equivocas). Eso, unido al hecho de que el archivo de descarga se llama TKOL1, invita a pensar en una hipotética segunda parte de un disco que a muchos ha sabido a poco.

Teorías aparte, The King of Limbs va a dar qué hablar.

Desde la introductoria Bloom, una suerte de hipnótico mantra que ya anticipa las coordenadas de lo que vamos a escuchar, a la mencionada y muy recomendable Separator, estamos ante un disco que gana -y mucho- con las sucesivas escuchas. ¿Es eso positivo? Según se mire. The King of Limbs es más sutil, experimental y electrónico que sus dos últimos trabajos, sin llegar ni de lejos al rupturismo magistral de obras como Kid A o Amnesiac. Escasean los temas con olor a clásico inapelable (exceptuando quizá Little by Little -de lo mejor del disco- o la escogida como single, Lotus Flower). A cambio, abundan las capas de sonido al más puro estilo The Eraser, el disco en solitario de Thom Torke (especialmente en cortes como Feral, uno de los más rocosos). Las guitarras de Johnny Greenwood han sido relegadas a un segundo plano mucho más sutil, dejando mayor protagonismo a los sintetizadores. Hay más cajas de ritmos y menos baterías. El piano sólo manda en la delicada Codex, uno de los momentos más bellos del disco. Y cuando llega el final, uno se queda con ganas de más, quizá con una ligera percepción de que falta algo. Entonces vuelve a darle al play y pone un poco más de su parte para tratar de entender los entresijos del álbum.

The King of Limbs es, en líneas generales, el disco menos inspirado de entre los editados por Radiohead desde que revolucionaran el panorama musical con el abrumador Ok Computer. Eso no significa que no encierre multitud de detalles magistrales, pequeñas joyas que se van degustando y descubriendo poco a poco. Son Radiohead, al fin y al cabo, y eso es sinónimo de grandes canciones. De momentos que encogen el alma. Pero el conjunto baja un par de puntos el nivel demostrado durante su impecable carrera a partir del mencionado Ok Computer. Con eso y con todo, no me cabe duda de que se convertirá en uno de los mejores de este año. Sólo cabe preguntarse si, después de cuatro largos años de silencio, no cabía exigirles un poco más.

EMI: cronología de un desastre anunciado

Las multinacionales del disco se tambalean. Citigroup, el mayor conglomerado financiero del planeta y propietario de Visa, se ha hecho con el 100% de la EMI, hogar de bandas como The Beatles, Depeche Mode o Coldplay y que hasta ahora pertenecía a Terra Firma, la empresa de Guy Hands (en la foto). Una operación que tiene como objetivo amortizar la deuda del grupo y que podría desembocar en una nueva venta. Y es que Citigroup quiere desprenderse de la patata caliente cuanto antes, por lo que diversas fuentes apuntan que otra de las cuatro grandes multinacionales, Warner, ya negocia con los dueños de Visa la compra de lo que quede de la maltrecha EMI.

La operación -«un paso extremadamente positivo para la empresa» según el consejero delegado de la discográfica Roger Faxon-, posibilitará que los empleados de EMI cobren sus nóminas, algo que, en la situación anterior, solo estaba garantizado hasta marzo. Por el momento, Citigroup se ha comprometido a garantizar los puestos de trabajo de los empleados de la disquera.

El paso de Guy Hands por EMI es uno de los más catastróficos ejemplos de gestión que se recuerdan. Hace sólo tres años adquiría la compañía apoyándose precisamente en Citigroup para poner el dinero sobre la mesa. Pese a la crisis, EMI había capeado el temporal razonablemente bien. Pero las cosas no tardaron en torcerse, y los intereses comenzaron a acumularse hasta llegar a lo insostenible. Citigroup pasó de entusiasta accionista a principal acreedor.

Los grandes éxitosde Hands hablan por sí solos: en 2007, al poco de llegar, Radiohead abandonaron el barco. Ese mismo año, Paul McCartney publicó su disco con Starbucks, rompiendo una de las más longevas relaciones de la historia de la música. En 2008, Queen hicieron lo propio. Para entonces, la firma ya había entrado en zona roja, y se vio obligada a emprender una campaña de despidos masivos de la que en su día se habló este mismo blog.

Algunos dirán que sólo es cuestión de tiempo que el anquilosado modelo de negocio que representan empresas como EMI se desmorone. Que este es sólo uno más de los síntomas de su enfermedad terminal. Es posible que así sea. Y pese a la colección de trapos sucios que atesora toda multinacional y lo podrido de su manera de enfocar la venta de discos, uno no sabe si esto son buenas noticias. Al fin y al cabo, EMI siempre fue la más digna de las cuatro majors y pareció destilar, por lo general, un mayor respeto a la música que sus competidores directos. Tampoco es que el listón estuviera demasiado alto.

El regreso de The Get Up Kids

Son cientos los discos que pasan por el reproductor de un melómano a lo largo de su vida. Y sin embargo, sólo unos pocos dejan en él una profunda e imborrable huella.

The Get Up Kids son, para un servidor, los responsables de algunos de esos discos. Cuando en 2001 llegó a mis manos «Something to write home about» sentí una sensación similar a la que había experimentado en mi preadolescencia con «Doolittle» de Pixies o en plena época de acné onanista con «Punk in Drublic» de NOFX. Algo así como «esto es lo que necesitaba escuchar en este momento». Desde el arranque de la insuperable «Holiday» hasta las más reposadas «Valentine» o «I’ll catch you», las más guitarreras «Ten Minutes» y «Red Letter Day» o la acústica «Out of reach». El segundo LP de la banda de Kansas City me caló tan hondo que, a día de hoy, no puedo escuchar ni una sola de sus canciones sin que se me encoja el corazón.

The Get Up Kids nunca superaron su obra magna. Le dieron continuidad con el muy digno (y más pop) «On a wire», sorprendieron con un disco de versiones y caras B, «Eudora»,  que pese a ello no pasó de la mera anécdota, y erraron el tiro con el prescindible «Guilt Show». Se separaron en 2005.

Hace apenas un año y medio, la que fuera banda capital del llamado emo pop anunciaba su esperado regreso. Lo hizo publicando el EP «Simple science», que sirvió de excusa para pasar por nuestro país hace unos meses y ofrecer un par de conciertos memorables. Y pese a que sus nuevas canciones estaban lejos de sus momentos de mayor inspiración, había ganas de saber cuál sería su siguiente paso. En principio, éste consistía en lanzar todas sus nuevas composiciones a través de su propio sello en tres EPs sucesivos, el primero de ellos, el mencionado «Simple Science». La idea no terminó de cuajar, y finalmente Matthew Pryor y compañía optaron por un LP.

Hoy, he encendido la radio del coche de camino al periódico y me he dado de bruces con una grata sorpresa. En 180 grados de Radio 3 ha sonado «Regent’s Court», una de las canciones que formarán parte de «There are rules». El álbum (del que pudimos realizar una primera escucha en su myspace hace varias semanas) nos trae de vuelta a unos Get Up que tratan de explorar nuevos caminos sonoros sin traicionar sus postulados: intensidad, melodía y guitarras.

«There are rules» saldrá a la venta el próximo 25 de enero. Será entonces momento de juzgarlo intentando luchar contra la nostalgia, esa que a veces nos impide ver en nuestros grupos favoritos nada comparable a lo que en su día nos hizo estremecernos.

Los mejores discos de 2010

Se acerca el final del año y los medios corren a publicar sus listas con los mejores discos publicados en los últimos doce meses. La cosa da juego, porque siempre genera un encendido y animado debate. Unos se indignan porque no está tal o cual disco, otros lo hacen porque aquel está más arriba de lo que merece. La mayoría, porque no están de acuerdo con el autor y pueden ponerlo a parir alegre y anónimamente. Está claro: elaborar una lista jerárquica de discos es una gilipollez como la copa de un pino. Pero  consultarlas tiene su gracia. Especialmente, porque no es raro descubrir en algunas de ellas discos que has podido pasar por alto a lo largo del año.

Ayer se me ocurrió elaborar la lista de marras. Pero en vez de hacerlo como otras veces, me he armado de valor y he hecho una como dios manda: con la herramienta de listas de 20minutos.es. Así, entre todos, podemos votar los mejores del año. De lo más democrático. Eso sí, he hecho una selección de 20 discos internacionales y otros tantos nacionales basándome en mi propia opinión y criterio. Ya se sabe que ninguna democracia es perfecta.

Lo mejor de 2010 (Internacional)

Lo mejor de 2010 (Nacional)

La madurez de Beastie Boys

Recuerdo perfectamente la primera vez que escuché a Beastie Boys. Fue una noche de verano, allá por el 94 o el 95. No sé qué hacíamos en medio del campo, pero sí que en el radiocassete que llevaba bajo el brazo Fran, un amigo de la sierra, sonaba a todo trapo su tercer disco, «Ill Communication». Por aquel entonces, y al contrario que a la mayoría de mis amigos, no me llamaba demasiado la atención el hip hop. Tenía claro que lo mío eran el punk y el rock. Pero aquello era distinto. Entre auténticas joyas de rap vacilón como «Root Down», «Floot Loop» o «Shure Shot» se intercalaban pildorazos de hardcore vitamínico como «Tough Guy» o «Heart Attack Man» y demostraciones exquisitas de música instrumental como «Sabrosa» o «Ricky’s Theme». Un disco variado y adictivo que no tardé en grabarme en una flamante TDK (de las de cromo, que eran más caras) y que aún reposa en la estantería de casa entre toneladas de polvo.

Han pasado 16 largos años desde la edición de aquella obra maestra, y aunque sin llegar a sus cotas de genialidad, la carrera de Beastie Boys ha mantentido el tipo con discos tan recomendables como Hello Nasty o To the 5 Boroughs, amén del algo menos inspirado aunque igualmente disfrutable The mix up, centrado exclusivamente en su faceta instrumental.

El pasado 2009, la impecable trayectoria de Beastie Boys sufría un inesperado revés: en julio, Adam Yauch (más conocido como MCA) anunciaba que padecía un tumor en una glándula salival que obligaba a la banda a cancelar la salida de su próximo  trabajo,  Hot Sauce Committee, Pt. 1. Afortunadamente, varios meses después el propio Yauch comunicaba a sus fans que había superado el trance. Ahora, la banda prepara la segunda parte del propio disco, cuyo lanzamiento está previsto para la próxima primavera, mientras que la primera parte queda postergada hasta nueva orden. Cosa curiosa.

En una reciente entrevista, Yauch ha declarado que el duro trago del cáncer le ha hecho cambiar de perspectiva y enfocar de otra manera las «canciones sobre bromas y pedos». Así pues, algo parece indicar que el futuro inmediato de Beastie Boys pasa por una mayor madurez (entendiendo que hablar de pedos sea síntoma de inmadurez, lo que no deja de ser discutible). Sea como sea, su nuevo disco será recibido con los brazos abiertos.

El regreso de Atom Rhumba

Es tan frecuente hablar de bandas que se separan, que casi suena extraño hacerlo de una que vuelve. Es cierto, a veces sucede. Pero en la mayor parte de los casos no se trata más que de viejas glorias que, pasados varios lustros o décadas, deciden volver al ruedo por cuestiones, a veces, dudosamente lícitas. No es el caso.

Los bilbaínos Atom Rhumba, una de las formaciones más interesantes que ha parido el País Vasco en los últimos tiempos, dejaron los escenarios en 2008. Rober, su vocalista, había sido padre. Y claro, había que centrarse «en darle amor, que los críos de ahora están todos con una falta de cariño que luego te salen bakalas, policías o cosas peores» según ellos mismos contaban recientemente en una entrevista en La Ganzua. Atrás dejaban discos tan imprescindibles como Backbone Ritmo o Amateur Universes.

Ahora, Atom Rhumba vuelven con nuevo trabajo, Gargantuan Melee, en el que llevan un paso más allá sus coordenadas habituales. A saber, blues, rock and roll, arrebatos funk y soul, alma punk y esos ritmos tan suyos que hacen que, aunque seas un sieso, no puedas evitar menearte al menos un poco.

La gira de regreso, que comenzó el pasado viernes en Santander, les llevará este viernes a la sala Zero de Tarragona. El sábado estarán en el City Hall de Barcelona; el 19 en la Jimmy Jazz de Vitoria-Gasteiz; el 26 en la Calleja de la Ciega de Oviedo; el 27 en el Black Pearl Heineken Club de Valladolid. Ya en diciembre, pasarán por la sala Plantabaja de Granada (el día 10); el Teatro Cánovas de Málaga (11) y en el Kafe Antzoki de Bilbao (el 18). Si pueden, no se los pierdan.

El informe también indica que en la red de microblogging participan  más mujeres que hombres (53% frente a un 47%

Gargantuan Melee

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El Guincho tiene algo

Hacer música original hoy en día es algo prácticamente imposible. Todo está inventado ya, dirán algunos. Y pese a ello, de cuando en cuando surge algún nombre rompedor, diferente. Alguien que sabe tomar prestados infinidad de recursos sonoros y combinarlos como pocos o nadie lo ha hecho antes. Y claro, la gente lo escucha y se pregunta ¿qué coño es esto?

Algo así debí pensar la primera vez que escuché la música de Pablo Díaz Reixa, alias El Guincho. Había seguido su trayectoria desde aquel «Tropicalismo errado» (2006) de Coconot, su banda, en la que ya esbozaba su gusto por ese sonido tropical tan singular y esa manera de navegar por las coordenadas de las mal llamadas músicas del mundo. Y sin embargo, no fue hasta su emancipación artística, con «Alegranza» (2007), cuando de verdad empecé a dejarme atrapar por su embrujo, sus sampleos imposibles, sus ritmos africanos y sus indescriptibles letras, esa suerte de mantras tan enigmáticos como adictivos.

Quizá esa sea la palabra más apropiada para definir la música de El Guincho: adictiva. Puede que también cargante. O extraña y difícil para según qué oídos. Pero adictiva, sin duda. Por mi parte, lo tengo comprobado: de vez en cuando el cuerpo me pide al Guincho a gritos. Porque El Guincho tiene algo. Y no sé muy bien qué es.

El nuevo disco de este canario afincado en Barcelona, «Pop negro», es la confirmación de un talento creativo desbordante. Tras triunfar en medio planeta a un nivel que pocos artistas nacionales de la escena independiente consiguen (Alegranza recibió todo tipo de elogios de publicaciones como el influyente Pitchfork Media), El Guincho vuelve a dar una lección de madurez y solvencia con un disco continuísta pero igualmente inspirado. Y lo presenta con un primer single y un videoclip, «Bombay», que está dando qué hablar. Y no sólo porque salgan tipas en porretas.

Antes de emprender una gira que le llevará a Australia, Inglaterra y EEUU, Pablo recala este miércoles el Hard Rock Cafe de Madrid, donde ofrecerá un concierto para un pequeño grupo de afortunados que se emitirá en el canal Sol Música.

Gecko Turner: el alquimista afromeño

Conocí la música de Gecko Turner cuando, en 2006, recibí en la redacción un disco cuyo título me llamó la atención. Chandalismo Ilustrado iba mucho más allá del afrobeat, que era el estilo que yo tenía asociado al nombre del extremeño sin apenas conocerle realmente. Pero aquellas canciones iban mucho más allá: había soul, reggae, funk, bossa nova, música caribeña… temas cantados en castellano, inglés y portugués. Pura vida. Un disco luminoso que no tardó en convertirse en mi banda sonora durante meses.

Hoy he tenido la suerte de poder compartir charla con Gecko a propósito del lanzamiento, el próximo lunes, de su nuevo trabajo, «Gone Down South». El disco, compuesto por doce temas redondos, significa un paso más allá en su intachable carrera, y debería servir para darle el empujón definitivo a la primera división . Y aun así, dudo que lo haga. Porque casos como el de Gecko Turner no hacen más que demostrar que la música en España está podrida. Un tipo de su talento sería una figura ampliamente reconocida en cualquier país con un mínimo de cultura musical. Una referencia. Y en cierto modo, debería darnos un poco de vergüenza que los medios extranjeros se rindan a su propuesta cuando aquí, en su tierra, el gran público sólo le conoce por haber puesto música a un anuncio. Nada nuevo, por otra parte.

Hasta que llegue el día en que se haga justicia, si es que llega, algunos seguiremos disfrutando con lo que salga de la peluda cabeza de este entrañable genio. Y lo haremos dentro de poco. En concreto, el próximo día 24 en Madrid (sala Sol) y el 1 de octubre en Barcelona (Marula Café).