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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

Entradas etiquetadas como ‘rock’

La muerte del rock

Durante una entrevista reciente, un reputado guitarrista me argumentaba que el rock como fenómeno de masas murió hace ya mucho tiempo. «En el pop tienen a Lady Gaga», me dijo, «pero en el rock, la última gran estrella mediática fue Kurt Cobain. Después, ya no hubo nada».

No le faltaba cierta razón. Claro está que ha habido –y sigue habiendo– multitud de propuestas interesantes dentro del género, pero los grandes iconos de antaño brillan hoy por su ausencia. Apenas hay rock en las emisoras comerciales, y los únicos grupos capaces de llenar estadios triunfaron, en su mayoría, durante épocas de mayor esplendor musical. También de mayor monopolio de los medios de transmisión cultural por parte de una industria hoy en horas bajas.

De niño, yo soñaba con ser una estrella del rock. Emular a Jim Morrison, Freddie Mercury o Axl Rose, cuyos estribillos cantaba ante el espejo. Hoy los críos sueñan, como mucho, con imitar los pasos de baile del Justin Bieber de turno. ¿Significa eso que el rock ha muerto? No. Al fin y al cabo, siempre se encontró cómodo en las profundidades del underground.

Joyas de otro tiempo (I): Wynona Carr

Abundan las novedades. A veces, en exceso. Estamos sobresaturados de grabaciones recién salidas del horno. No es algo necesariamente negativo -entre ellas siempre se pueden encontrar grandes discos-, pero en ocasiones conviene echar una mirada al pasado para redescubrir auténticas joyas, muchas veces injustamente olvidadas. No hablo de los 90 ni de los 80. Ni siquiera de los 70 o los 60, las dos décadas doradas de la música, sino de antes.

Con esta serie que hoy comienza me gustaría compartir con vosotros algunos de mis artistas preferidos de los 50 hacia atrás. Y, como siempre, pedir vuestra colaboración para, entre todos, convertir esta serie en un interesante intercambio de propuestas musicales de la vieja escuela.

Hoy, con todos vosotros, Wynona Carr.

Wynona Merceris Carr estaba destinada a dedicarse a la música. Nacida en 1925 en Cleveland (Ohio, EE UU), desde muy pequeña se dedicó a estudiar piano, canto y armonía en el Cleveland Musical College. Sus dotes la llevaron al coro de góspel Wings Over Jordan Choir, de allí a formar su propio grupo, The Carr Singers, y más tarde a unirse al popular conjunto The Pilgrim Travelers.

Cuando Art Rupe, dueño de Speciality Records, la escuchó cantar, quedó sorprendido: aquella no era la clásica voz de góspel. Carr era contralto, la voz femenina más grave, y eso le confería una personalidad especial. Además, Wynona escribía sus propias canciones. Lo tenía todo.

Entre 1949 y 1954, y bajo el nombre de Sister Wynona Carr, nuestra protagonista grabó un puñado de singles de góspel. Pero el público no respondió, y Carr apenas triunfó tímidamente con un curioso sencillo de 1952, «The Ball Game», que relacionaba el góspel y la religiosidad con el baseball.

Pese a los sucesivos reveses, Carr no desesperó. Conocía su potencial, y su abanico musical iba mucho más allá del góspel. Pidió a Rupe que le dejara coquetear con estilos como el R&B y el rock and roll, y entre 1955 y 1959 grabó una colección de poderosos singles como «Jump Jack Jump!» o «Hurt me» que la llevaron a actuar por varias ciudades del país. Aquella fue su etapa más prolífica e interesante.

Cuando todo parecía ir bien, la mala suerte llamó a su puerta. En 1959 fue diagnosticada de tuberculosis, lo que la alejó de los planes promocionales y forzó su salida de Speciality Records en el verano de 1959. Su carrera se vino abajo, no sin antes llevar a cabo un último intento con un álbum pop editado en 1961 por el sello de Frank Sinatra, Reprise Records. Fue un rotundo fracaso comercial.

Wynona volvió a Cleveland y su música cayó en el olvido. Pocos se acordarían de ella hasta que, muchos años después, en 1992, el sello Ace Recordings recuperó sus singles con la edición de dos discos, «Dragnet For Jesus» -que recopilaba todos sus temas góspel-, y «Jump Jack Jump!», que hacía lo propio con su etapa de rock and roll y R&B. Muchos reivindicaron entonces su legado, pero Carr no vivió para verlo: tras mudarse a la ciudad que la vio nacer, cayó en una larga y profunda depresión. Falleció en 1976.

¿Es machista el rock?

Ayer dio comienzo en Madrid Ladyfest, una cita que pretende reivindicar la creación cultural de las mujeres. Conciertos, proyecciones de cine y otras actividades como talleres y exposiciones conforman un festival benéfico y autogestionado que se prolongará hasta el sábado, y que tiene lugar en varios locales de la ciudad, como Wurlitzer Ballroom, Nasti o Barbarella.

La raíces del festival se encuentran en el movimiento Riot Grrrl, una corriente feminista capitaneada por Kathleen Hannah (cantante de Bikini Kill y posteriormente de Le Tigre) a principios de los 90, y cuyo objetivo no era otro que potenciar la presencia femenina en las bandas de punk, tradicionalmente copadas por hombres.

El espíritu de Ladyfest parte de la premisa de que «las mujeres se han visto relegadas a un segundo plano históricamente, y por tanto también su contribución a la cultura».

El hecho es que el rock siempre arrastró ciertos arquetipos machistas de los que no ha sido fácil desprenderse. La figura del rockero duro siempre ha estado ahí y es difícil de superar. Ello no ha impedido que la historia del rock esté plagada de grandes nombres escritos en femenino, así como de hombres que en absoluto responden al perfil machista que a priori parece predominar en parte del género.

Me gustaría proponeros este debate. ¿Creéis que el rock es machista? ¿Queda aún camino por recorrer para llegar a la igualdad en este terreno?

El rock, ese invento de Satanás

Hace casi un año, 20minutos.es se hizo eco de una noticia sobre las desavenencias entre el actual pontífice y su predecesor, Juan Pablo II, a raíz de la figura de Bob Dylan y su famosa actuación ante Wojtyla y 300.000 jóvenes con motivo de la clausura del Congreso Eucarístico Nacional en Bolonia. Al teutón no le hizo demasiada gracia. La fuente eran las palabras del propio Ratzinger, que en su libro recién publicado contaba ésta y otras geniales aventuras vividas antes de alcanzar lo más alto del poder vaticano.

El rechazo que causa el rock en Benedicto XVI viene de lejos, aunque algunos de sus episodios son menos conocidos. En noviembre de 1996, cuando aún era cardenal, ya demostró el exceso de tiempo libre del que gozan los altos cargos de la Santa Sede al publicar una lista con los grupos más satánicos, malignos y peligrosos del rock. En esa relación estaban bandas como AC/DC, Pink Floyd, The Beatles, Alice Cooper, Queen o los Rolling Stones. El iluminado pontífice llegó a decir que AC/DC eran las siglas de Anti Christ/Death to Christ.

Que los círculos eclesiásticos se opongan a todo aquello que a los demás nos hace sentir vivos es tan antiguo como la propia iglesia. Pero en el caso concreto del rock, no es de extrañar que muchos religiosos vieran algo maligno en algunos grupos. Parte de la culpa de ello la tiene la influencia de un peculiar personaje que murió antes de que el rock se hubiera popularizado siquiera: Aleister Crowley.

Hijo de un millonario galés, Crowley(1875-1947) heredó una gran fortuna que le permitió dedicarse en cuerpo y alma comerse la cabeza, con la inestimable ayuda de drogas de toda índole. Aquello le llevó a abrazar un particular tipo de satanismo que encauzó a través de las variadas logias y sectas que florecieron en la Gran Bretaña victoriana. Antes de morir devorado por la heroína, escribió una obra, El Libro de la Ley, en la que resumía no sólo sus teorías ocultistas, sino también su filosofía de vida: «Hacer lo que quieras ha de ser la ley absoluta».

Nada de esto tendría demasiada importancia de no ser por la curiosidad, el impacto y hasta la devoción que la obra de Crowley causó en algunos grandes músicos del siglo XX. La lista es larga, pero he aquí alguno de los casos más célebres y llamativos:

John Lennon dejó entrever su admiración por los planteamientos de Crowley en varias entrevistas. El propio Aleister apareció en la portada de Sgt. Peppers, concretamente el segundo por la izquierda en la fila superior.

– Jim Morrison y The Doors posaron junto a un busto de Crowley para su pimer recopilatorio, 13. El propio Morrison afirmaba que cuando componía era poseído por espíritus oscuros.

– Jimmy Page, de Led Zeppelin, adquirió la mansión en la que vivió y murió Crowley, situada junto al lago Ness. Él mismo residió allí de 1972 a 1992.

– Brian Wilson, de los Beach Boys, se relacionó con los círculos ocultistas de California. De hecho, durante la grabacion de Smile llegó a abandonar el estudio por creer que los incendios que estaban teniendo lugar en el cañón Topanga eran consecuencia directa de sus flirteos con Satán.

– Bruce Dickinson, de Iron Maiden, declaró en la revista Circus que Crowley era una de sus principales fuentes de inspiración.

Hechos como estos llevaron a las mentes más puritanas a crear teorías tan originales como la que afirmaba que escuchar ciertos discos al revés permite escuchar mensajes satánicos, quizá una de las leyendas urbanas más extendidas. Resulta lógico pensar que muchos artistas aprovecharon muchas de esas leyendas para alimentar el halo de misterio y peligrosidad que durante mucho tiempo formó parte del rock. También es cierto que el magnetismo que destilaba la obra de Crowley caló muy hondo en algunos, y hay quien se tomó realmente en serio sus palabras.

Sea como sea, si las idas de olla del amigo Crowley inspiraron a algunos músicos para crear cosas como las que hoy podemos disfrutar, bravo Aleister. Tenías que haber nacido 50 años después y haberte dedicado al rock and roll.

Rock de escaparate

Hace tiempo que el rock, entendido desde un prisma puramente estético y en su vertiente más frívola, se instaló en lugares tan impropios como escaparates de tiendas tipo H&M o armarios de niños y niñas bien. Las Converse All Star, otrora paradigma de las zapatillas cutres y baratas, se empezaron a llevar tanto que su precio se disparó hasta límites desorbitados. Y los fans de la vieja guardia de grupos como Motorhead o los Ramones tuvieron que soportar ver en cada esquina camisetas de sus bandas favoritas llevadas por gente que nunca había oído hablar de ellas. Así funciona la moda.

En esta Navidad que ya ha tocado a su fin me ha llamado la atención la utilización de canciones de rock (vale, rock modernete, asequible y comercial, pero rock al fin y al cabo) en gran cantidad de anuncios. Lo más sorprendente es que muchos de los spots eran de colonias, uno de esos géneros publicitarios con elementos característicos propios, generalmente marcados por la ñoñería, pero que en muchas ocasiones buscan ese lado supuestamente inconformista, rebelde e individualista que destilan el rock y sus acólitos, todos ellos monos y musculados, como no podía ser de otra manera.

Entre los temas empleados, los de Yeah Yeah Yeahs, Franz Ferdinand, Muse o Rooney, una de esas bandas que da el pelotazo gracias a una buena melodía, en este caso, esa pegadiza «I’m a terrible person…» En otras ocasiones, un jingle compuesto para la ocasión desgrana un par de riffs rockeros, a veces sospechamente parecidos a los de alguna canción más conocida.

En su día escribí sobre el idilio, a menudo polémico, entre el rock y la publicidad. Muchos criticaron a Wilco por vender las canciones de Sky blue sky a Volskwagen. Por el contrario, no he oído a nadie criticar a Blondie por ceder One day or another para un anuncio de cereales, ni voz alguna reprochando a Danko Jones la inclusión de Sticky Situation en un anuncio de coches. Lo cierto es que la primera ya hace muchos años que se ganó el respeto y el derecho a hacer lo que le venga en gana, mientras que el segundo quizás no sea tan conocido como para despertar recelos.

Yo tengo la teoría de que el 90% de las críticas son vertidas por gente que haría exactamente lo mismo si tuviera la oportunidad. Al fin y al cabo la envidia es uno de los deportes nacionales. Lo que no termino de tener claro es si prestar tus canciones, además de reportar sustanciosos beneficios, daña la credibilidad de una banda. ¿Qué opináis?