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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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La música sale adelante

Ya estamos otra vez. Los artistas (los de las multis, claro) protestando por las descargas. Los internautas, cagándose en sus muelas. Aute, vaticinando que la música se muere. Los piratillas, contestando que lo que se muere es su manera vil de entender el negocio. El Gobierno, metiendo el cuezo hasta el fondo con una ley absurda. Y yo, entendiendo un poco a casi todos. Un hecho: el 80% de la gente que se baja un disco de Internet no tiene ni idea del esfuerzo, tiempo y dinero que cuesta hacerlo. No lo valoran. Y por ende, no se les pasa por la cabeza pagar por él. El internauta sensato que ama la música compagina el P2P con la compra de discos y la asistencia a conciertos. El modelo ha cambiado, y es evidente que muchos han perdido el tren. Pero no olvidemos que este es un negocio como otro cualquiera del que vive mucha gente. Y de alguna manera tendrá que salir de este bache. Eso sí, que nadie dude de que lo hará. Aun llevándose a muchos por delante.

Los blogs de descarga directa

Hace ya tiempo que el fenómeno de la descarga de música por Internet viene evolucionando. Al principio fue Napster, después Kazaa y Audiogalaxy, más tarde Soulseek y Emule… Al final, todo se reducía un poco a lo mismo: Redes P2P en las que la única filosofía era que todos compartieran todo. Algunas de esas redes fueron cerrando por imperativo legal, al mismo tiempo que se estrenaban sitios similares con diferente nombre. Otras, como Napster, intentaron poner en marcha un sistema de pago por canción que, al menos en el caso de España, no llegó a cuajar. Y es que el «para qué pagar algo si se puede tener gratis» es toda una filosofía por estas latitudes.

El hecho es que, desde hace ya un tiempo, florecen como churros por la Red los blogs de descarga directa. Gracias a servidores como mediafire, megaupload o rapidshare, los usuarios pueden colgar discos a mansalva y que otros se los descarguen con sólo pinchar en un enlace. Se acabó depender de ningún tipo de programa. La descarga directa es más rápida, más segura y más cómoda. Y la plataforma blog es idónea para ello. Cada día, el autor sube uno o dos discos comprimidos en zip, incluyendo una breve descripción del álbum en cuestión, lo que en total le lleva apenas unos pocos minutos. El visitante llega, ve lo que quiere y se lo descarga en un tiempo ridículo. Plaf.

Hasta aquí, probablemente todos conozcáis la historia. A poco que manejéis Internet os habréis dado cuenta de que las descargas directas están tan extendidas como las páginas porno. Y no sólo en el ámbito de la música: series y películas también están al alcance de un solo click, haciendo las delicias de todo amante del ocio gratuito.

Un servidor lleva bajando música desde el primer día. Es algo que nunca he ocultado, pues es legal, y algo por lo que tampoco me remuerde la conciencia, ya que soy el primero que compra discos originales y asiste a conciertos regularmente. Sin embargo, con este descubrimiento de los blogs de descarga directa la sensación de despiporre pirata se ha multiplicado. Hay días en los que me he llegado a bajar una cantidad de discos absurda. El colmo fue encontrar un foro en el que un amable internauta con gustos bastante afines a los míos había subido toda su extensísima discografía a mediafire y había colgado todos los enlaces. Babas sobre el teclado.

Me gustaría proponer una reflexión a propósito de este fenómeno. Muchos de los que amamos la música nos damos cuenta de que, al tener acceso ilimitado a toda ella, se valora mucho menos. Hoy en día cualquier hijo de vecino tiene en su casa un disco duro con centenares de gigas de música, discografías completas de grupos que no escuchará en su vida. Puro almacenaje de canciones como rosquillas. Archivos detrás de los cuales hay mucho más que bits de información.

Me gustaría conocer vuestras prácticas virtuales. ¿Bajáis música a través de blogs de descarga directa? ¿Cuáles son vuestros blogs preferidos? ¿Qué fue lo último que descargásteis? ¿Compráis también música original? Soy todo ojos.

Ilustración de María Gil.

Sentido común

Ayer fuimos testigos de la penúltima batalla de la guerra abierta entre los defensores del derecho a compartir música para uso privado y los organismos que dicen defender los derechos de autor. Promusicae, la asociación de productores y editores de música de España, interpuso en 2005 una denuncia contra Telefónica por negarse a publicar los datos de varios usuarios que habían empleado redes P2P para bajarse música. Ayer, el Tribunal de Justicia de la UE se pronunció al respecto dando la razón a Telefónica (y a los internautas) con una sentencia que concluye que «el derecho comunitario no obliga a los Estados miembros a divulgar datos personales con objeto de garantizar la protección efectiva de los derechos de autor, en el marco de un procedimiento civil».

La sentencia reabre el debate sobre la delgada frontera en que confluyen dos derechos, el de la propiedad y el de la intimidad. Desde las partes implicadas se podía interpretar el fallo de muy distinta manera, y así ha sido. Los internautas se han mostrado satisfechos, al estimar que la resolución “remarca” que bajarse música no es delito. Desde Promusicae también se felicitan a través de una nota de prensa, pues afirman que la sentencia deja abierta la posibilidad de que sea la legislación de los propios países de la Unión la que persiga a los usuarios de las redes P2P por vía civil o incluso penal. Todos contentos.

Los melómanos de a pie como yo entendemos esta sentencia como un triunfo del sentido común y un portazo en la cara de quienes quieren socavar la libertad individual. Malgastar tiempo y dinero en perseguir al que se baja música para disfrutarla en su casa, coche o mp3 es un absurdo, y vuelve a demostrar la falta de ideas y capacidad de evoluciónde la que adolecen organismos como la SGAE o la propia Promusicae, sin olvidar a las grandes discográficas. Sigo siendo un ferviente defensor de la compra de música original, pero ello no es incompatible con el derecho a acceder, a través de Internet, a discos que de otra forma difícilmente llegaría a conocer. ¿Tan difícil es de entender?

Pagar o no pagar

El último disco de Radiohead, In Rainbows, y la original estrategia del grupo de distribuirlo por Internet pidiendo a cambio la voluntad no para de dar qué hablar. Resulta evidente que la banda de Oxford, pese a no haber contado esta vez con el apoyo de discográfica alguna, es tan grande como para poder permitirse ésta y casi cualquier otra aventura al margen de la industria, con la total seguridad de que sus fans (mucho de los cuales los adoran hasta límites casi religiosos) van a responder al envite sin fisuras. La maniobra ha servido de campo de pruebas, y otros artistas como Madonna, Oasis, Jamiroquai o Justin Timberlake ya han manifestado su intención de prescindir de intermediarios en un futuro próximo. Más allá de propuestas tan mainstream, son cientos los grupos que desde hace años distribuyen su música de forma gratuita por la Red, lo que les ha abierto las puertas a una promoción prácticamente ilimitada. Así que Radiohead, lejos de haber inventado nada, lo que han hecho es darle una vuelta de tuerca al panorama que puede traducirse en un punto de inflexión de cara al futuro.

La última noticia al respecto de In Rainbows desvelaba que el propio Thom Yorke se bajó su disco sin pagar un duro, al igual que han hecho más del 60% de los internautas. Yo hice lo mismo. Ignoro si existe un registro con el país de procedencia de los que conforman ese porcentaje, pero algo me dice que los españoles representamos una buena parte de él. Así somos. (¿Para qué pagar por algo si se puede tener gratis?). La confirmación o desmentido de esta teoría y el definitivo examen a la apuesta de Radiohead llegarán con la edición del álbum en cd y vinilo, que acaba de llegar a las tiendas de discos (alguna queda más allá de las grandes superficies, es cuestión de buscar).

Pese a reconocer abiertamente mi tacañería a la hora de pagar por un mp3, creo que hay un innegable, aunque cada vez menos extendido atractivo en el hecho de poseer un disco en formato físico y palpable. Será su portada, su libreto o su condición de pieza única -más acentuada en el caso del vinilo-, pero se trata de algo mágico que conviene no desterrar al olvido ni al mero refugio del nostálgico. Comprendo al adolescente, estudiante o trabajador precario que no está dispuesto a pagar el excesivo precio de algunos discos (no de todos, ojo), pero aun así invito al melómano a apoyar a los grupos cuyas canciones han significado algo para él en algún momento de su vida. Hay muchos maneras de hacerlo que no se limitan a adquirir su disco. Visitar su web, ir a verlos en directo (el gran beneficiado de toda esta revolución), comprarse una camiseta o simplemente recomendárselo a un amigo son sólo algunas opciones. Y si muchos deciden no hacer nada de ello, que no cunda el pánico: la música no va a morir como pronostican algunos agoreros. Está por encima de todo esto.