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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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‘Marley’, la historia de un icono global

Ayer tuve la oportunidad de ver el documental Marley, que se ha estrenado simultáneamente en salas de cine y en la plataforma de streaming Filmin. Un trabajo dirigido por Kevin Macdonald (La legión del águila, El último rey de Escocia) que se aproxima de manera bastante fiel y equidistante a la figura de uno de los iconos globales más importantes de la música del siglo XX y que resultará interesante tanto a los poco iniciados en su carrera como a los que conocen en profundidad la trayectoria vital de la gran figura de la música jamaicana.

Quizá la mayor virtud del mastodóntico trabajo de Macdonald sea precisamente esa: haber sabido alejarse del estereotipo de documental homenaje -muy habitual en el mundo de la música- que sólo tiende a ensalzar desproporcionadamente al artista y ocultar sus defectos. Marley los tenía. A pares (el filme obvia, entre otras cosas, los supuestos malos tratos a Rita Marley que ella denunció en su biografía o muchas de sus oscuras relaciones con algunos de los sectores más criminales del gueto). Y aún así, pocos se atreverían a poner en duda su condición de genio carismático, compositor brillante y líder nato. Un tipo que, en lo puramente artístico, llevó la música de su país a cotas de popularidad inimaginables años antes y que, para muchos, ejerció de líder espiritual. Aunque fuera pregonando el credo rastafari, esa confusa y algo retrógrada mezcolanza de afrocentrismo y judaísmo que adora al que fuera dictador etíope, Haile Selassie I, como rey de reyes, pero que al mismo tiempo alberga componentes de igualitarismo, paz social y amor al prójimo enormemente necesarios tanto en la Jamaica de ayer y hoy como en el mundo entero.

En el plano personal, y más allá de su indiscutible condición de leyenda, la de Marley es una historia de tenacidad. La de un hombre que vivió convencido de que triunfaría en la música -quizás en ello resida buena parte del secreto del éxito-, pero también la de un joven que creció en Santa Clara antes de mudarse a Kingston, donde sufrió las burlas de otros por ser mulato, lo que marcó de manera definitiva su manera de ver el mundo. Hijo de un militar británico blanco que dejó embarazada a su madre para posteriormente desaparecer sin dejar rastro, el joven Robert Nesta Marley era introvertido y seductor (tuvo once hijos de nueve mujeres distintas), pero también alguien que no se fiaba de su propia sombra, una manera de ser forjada en las durísimas callejuelas del barrio marginal de Trenchtown.

Marley navegó con habilidad en las aguas del mento, el calipso y el ska para protagonizar, junto a nombres como Jimmy Cliff o su compañero en los Wailers Peter Tosh, la transición hacia el reggae, el singular sonido que entre todos exportaron de la isla caribeña al resto del mundo. Lo hizo dejando para la historia canciones inmortales. Muchas más que las que todo el mundo conoce de su etapa con la multinacional Island. De hecho, es en los primeros trabajos de Marley y en composiciones como Soul Rebel, Trenchtown Rock o Judge Not donde se encuentra buena parte de la magia que luego desarrollaría en discos como Kaya o Exodus, que le llevaron al éxito internacional de la mano de las emisoras de radio occidentales.

A pesar del éxito, Bob Marley sólo consiguió a medias el que era su gran sueño: triunfar en África, el lugar que -como todos los rastafaris- consideraba su verdadero hogar. Lo intentó tocando en países como Nigeria o Zimbawe, invitado por sus respectivos y sangrientos dictadores. Y sin embargo, no cabe duda de que si la vida le hubiera dado más tiempo hubiera llegadoa un estatus mucho más elevado en el continente. Su lesión en un dedo del pie, causada por su gran pasión, el fútbol, descubrió un melanoma que fue empeorando a pasos agigantados (en buena parte, por los malos consejos que recibió), y el cáncer se extendió de manera fulminante hasta acabar con su vida en mayo de 1981.

Hoy, 31 años después de su muerte, su legado sigue tan vigente como entonces gracias a trabajos como este soberbio Marley. De obligado visionado para todo aquel que se diga amante de la buena música.

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Lemmy, el personaje

Sonaba a buen plan de sábado noche: cena con los amigos y sesión doble de cine en una pantalla de muchas, muchas pulgadas. Porque hoy en día si no tienes un pantallón no eres los suficientemente hombre.

Por suerte para los allí presentes, ni el menú ni la selección de películas corrieron a cargo de un servidor. Con eso y con todo, dudo que lo hubiera hecho peor en cuanto a la primera cinta de la noche. Cazadores de trolls, un falso documental noruego al más puro estilo La Bruja de Blair es, de largo, una de las pelis más chungas que he visto en años. Un grupo de universitarios recorre los bosques del país de los fiordos en busca de unas criaturas mitológicas que, por culpa de David el Gnomo, dan más risa que miedo. Por si fuera poco, los subtítulos parecían haber sido elaborados con el traductor noruego-español de Google y todas las tildes estaban sustituídas por símbolos como arrobas y paréntesis. Un disparate y un auténtico mojón de película. Y eso que el trailer prometía.

Pero el meollo, por suerte, estaba en la segunda parte del programa. Y ahí sí que había consenso y buen tino. Lemmy, the movie es un documental codirigido por el periodista Wes Orshoski y el realizador Greg Olliver que trata de acercar al espectador la figura de una de las más grandes leyendas del rock and roll: Lemmy Kilmister, bajista, vocalista y líder de Motorhead.

A través del testimonio de músicos como James Hetfield, Alice Cooper, Slash o Dave Grohl se dibuja la rocosa personalidad de un tipo que ha follado, bebido y consumido más drogas que tú y todos tus amigos juntos en varias vidas. El autor de Ace of Spades, al que se le puede encontrar siempre en el mismo bar de Los Angeles bebiendo Jack Daniels con Coca Cola y jugando a la tragaperras, es probablemente una de las últimas estrellas del rock a la vieja usanza. Un mito viviente que destila autenticidad y carisma por los cuatro costados. Y sin embargo, uno se pregunta si el mito de Lemmy no se merendó a Ian Fraser Kilmister.

No debe ser fácil vivir con los pies en la tierra cuando todo el mundo a tu alrededor lame el suelo por donde pisas. Valga como ejemplo una frase de Dave Grohl extraída del propio documental: «Si hubiese una hecatombe nuclear los únicos supervivientes serían las cucarachas y Lemmy». Así, el grueso del documental consiste en una sucesión de halagos desmedidos hacia su persona y lo inabarcable de su legado. Todo el mundo quiere caerle bien a Lemmy. Todos quieren estar cerca de Lemmy. En el fondo, todos quieren ser como Lemmy. Él simplemente lo es. Y mientras todos se preguntan cómo lo hace, él pide otro Burbon Cola. No hay impostura. No hay trampa ni cartón. Sólo una persona convertida, desde hace ya mucho tiempo, en su propio personaje.

Más allá de la reflexión sobre el estrellato, Lemmy the movie es un documental altamente recomendable y entretenido a más no poder, a pesar de sus casi dos horas de metraje. Tiene momentos impagables, como las confesiones junto a su hijo o cuando abre las puertas de su colección de todo tipo de objetos -especialemente militares-, en una especie de obsesión por la acumulación cercana al síndrome de Diógenes que dejaría en ridículo a más de un museo. Sirve, además, para volver a reivindicar (si es que hiciera falta) a una banda fundamental en la historia del rock, el punk y el metal. Y cuando llegan los títulos de crédito, el espectador se queda con la sensación de que, a sus 65 castañas, el bueno de Lemmy ha logrado cimentar su leyenda a base de honestidad, amor por el rock and roll y toneladas de speed.

No te jubiles nunca, Lemmy.

Lo nuevo de The White Stripes

Jack y Meg. Meg y Jack. El dúo que más ha dado qué hablar en los últimos años está preparando un DVD en directo en el que repasan sus temas más emblemáticos. Hoy, The White Stripes estrenan en exclusiva para myspace uno de esos temas, «Let’s shake hands». Y yo, como no podía ser de otra manera, os lo calzo también. Para eso estamos.


The White Stripes: «Let’s Shake Hands»

THE WHITE STRIPES | Vídeos musicales MySpace

Nunca fui muy amigo de los discos y DVDs en directo. Al fin y al cabo, cuando escucho un álbum me gusta que sea de estudio. Y si escucho un directo, prefiero que sea disfrutándolo en vivo. No le termino de ver la gracia a ponerme un DVD de un concierto en casa. Y los discos en directo, salvando honrosas excepciones, no ocupan un lugar muy destacado en mi colección.

Pese a ello, los discos en directo tienen la indudable y obvia virtud de mostrar a la banda tal cual es. Ni más ni menos. En el caso de The White Stripes, puedo asegurar sin que se me caigan los anillos que el suyo es uno de los directos más arrolladores que se pueden ver hoy día. Guitarra, batería y voz. Ni artificios, ni arreglos innecesarios. Puro rock and roll. Y es que los White se han ganado por méritos propios el respeto de todos: los más puretas del rock, que han sabido valorar su buen gusto a la hora de desgranar las raíces de la música americana en todas sus vertientes, y la gran masa carne de radiofórmulas, que se ha rendido ante sus emblemáticos temas. De hecho, no se me ocurren muchos grupos que sean capaces de provocar que miles de personas coreen un riff de guitarra, el de «Seven Nation Army», en cualquier situación que se precie: desde campos de fútbol hasta congregaciones multitudinarias de cualquier clase.

Larga vida a los White Stripes. Aunque las gaitas no molen.