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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Dover han perdido el norte

Y lo han hecho deliberadamente, con el objetivo de acabar perdiéndose en algún lugar del sur. El resultado es «I Ka Kené», su nuevo disco -el séptimo de su carrera y el segundo tras el giro de 180 grados en su propuesta-, que verá la luz el próximo 4 de octubre y que ya desde el título da una pista sobre las coordenadas africanas de su sonido. Y aunque aún quedan quince días, hace días que lo nuevo de Dover se ha convertido en tema de debate a nivel de barra de bar. Concretamente desde que lanzaran su primer single, «Dannaya».

Por si alguien no lo ha escuchado todavía, ahí va:

De entrada, conviene dejar algo claro: hay que tenerlos bien puestos para hacer algo así. Porque al hacerlo sabes que te van a llover yoyas hasta en el carné de identidad. Pero tú vas y lo haces. Así que bravo, hermanas Llanos. Principalmente, porque habéis demostrado que no es que os quisierais subir al carro de la electrónica discotequera tipo Madonna en versión chusca, sino que vuestro objetivo era aún más ambicioso: conseguir hacer un disco que no gustase a nadie. Eso sí que es grunge. Y aunque las aguas se han relajado tras la publicación, estos días, de la menos llamativa (y cantada en francés) La Rèsponse Divine, me da en la nariz que vamos a tener Dover para rato, aunque sólo sea leyendo o escuchando cómo todo el mundo los pone a parir. Pero ¿y lo bien que lo pasamos?

Subterfuge cumple 20 años

La gente de Subterfuge está estos días de enhorabuena. 20 añazos, 20, cumple uno de los sellos de referencia del panorama independiente español. Felicidades.

No se puede tener más que palabras de alabanza para un sello que comenzó desde lo más bajo. Subterfuge nació en 1988 de la mano de un estudiante de Historia del Arte, Carlos Galán, en forma de fanzine. Una publicación que venía acompañada de un cd con temas maqueteros de grupos amigos. Poco a poco, la aventura se convirtió en un trabajo a jornada completa. El fanzine se transformó en sello discográfico y comenzó a publicar sus primeras referencias, con nombres como Australian Blonde (que consiguieron vender 15.000 copias de Pizza Pop), Sexy Sadie, Manta Ray o Killer Barbies.

En 1997 llegó Devil came to me. Y con él, el salto a la primera línea del indie patrio: Dover vendió la friolera de 800.000 copias de su segundo trabajo (en una paradoja del destino, la misma cifra en pesetas que les había costado grabarlo), y ya nada volvió a ser lo mismo. El disco supuso una especie de versión patria (y a menor escala) de lo que se había producido tres años antes en EE UU con el éxito del Smash de Offsring en la independiente Epitaph de Brett Gurewitz: el éxito masivo de Dover convirtió a Subterfuge en el sello de moda, y vino a demostrar que es posible hacerse grande, muy grande, desde la independencia. Con la inestimable ayuda de un spot televisivo, Dover consiguió convertir el tema que daba nombre al disco en la canción del verano y ser tarareada hasta por bakalas y chonis. Todo un logro histórico, teniendo en cuenta el país en que vivimos. Y como era de esperar, el grupo de Majadahonda dio el salto a una multinacional para publicar su tercer trabajo.

Nada de ello perturbó el espíritu del sello madrileño. Desde su estricta independencia (aliviada, eso sí, por los suculentos dividendos aportados por la banda de las hermanas Llanos), el sello siguió en su línea, publicando cómics y revistas, produciendo cortometrajes y vídeos, organizando sus singulares Stereoparties. Y sobre todo, manteniendo intacto su olfato para publicar discos: Marlango, Najwajean, Humbert Humbert, Mastretta

Hoy, y pese a que reconocer que la mayoría de lanzamientos recientes de Subterfuge no son santo de mi devoción, es un día para felicitar a un sello clave de nuestra música. Bravo. Y que dure.