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Cómo elegir un juguete para un niño pequeño

Elegir un juguete para un niño puede ser un reto para los padres. En ocasiones nos devanamos los sesos pensando cuál será el mejor juguete para nuestros hijos y si realmente ese objeto que hemos elegido le aporta algo al niño. Porque una cosa es segura, todos los niños juegan a lo largo de su infancia. De hecho, el juego favorece el desarrollo neurológico de los niños ya que les permite adquirir nuevas habilidades e investigar en el mundo en que vivimos.

En la sociedad actual en la que vivimos, cargada de tecnología y cachivaches electrónicos, puede resultar muy difícil elegir un juguete que realmente aporte y refuerce algún aspecto del desarrollo cerebral de nuestros hijos. Sin embargo, un juguete no tecnológico, lo que sería un juguete tradicional, no tiene por qué ser peor que uno moderno. Además, un buen juguete es aquél que potencia la relación del niño con los adultos ya que gracias a él obtiene una reciprocidad durante el juego que potencia la propia actividad, cosa que los juguetes electrónicos no lo suelen conseguir.

Con este post queremos revisar cuáles son los conceptos básicos sobre el juego en la infancia de tal forma que os permitan elegir un juguete adecuado para vuestros hijos. Aunque este post está pensado para niños pequeños, los principios que establece serían aplicables a toda la infancia.

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La importancia del juego

El juego es toda actividad que un niño realiza fuera de su rutina diaria. Esta actividad no tiene un fin en sí misma ya que el niño no juega para conseguir un objetivo en concreto. En este sentido, si preguntáramos a un niño pequeño que por qué juega, seguramente no sabría que contestarnos.

El juego facilita el desarrollo neurológico del niño ya que potencia diferentes parcelas cerebrales como son la actividad física, el lenguaje, las relaciones sociales, la solución de problemas o el control de emociones… Por ello, el juego es una actividad esencial a través de la cual el niño conoce el mundo que le rodea y le permite adquirir nuevas habilidades.

«El juego es una actividad esencial en la primera infancia que contribuye al desarrollo cognitivo, social y emocional de los niños» (Dr. Jeffrey Goldstein)

Los juguetes serían todos aquellos objetos que invitan a que el niño juegue. No es necesario que estos objetos sean juguetes comprados ya que cualquier objeto fabricado en casa o encontrado en la naturaleza puede cumplir este papel.  Es tan válido como juguete un sonajero como un palo o unas hojas de un árbol, siempre que el niño los utilice para jugar. Además, cuando un niño juega con juguetes de calidad y adecuados a su desarrollo neurológico, la actividad del juego suele ser más prolongada. Los juguetes juegan un papel tan importante en el desarrollo cerebral del niño que algún estudio ha demostrado que los niños a los que se les ofrecen juguetes variados adaptados a su edad y desarrollo neurológico presentan un coeficiente intelectual a los 3 años mayor que los que no tienen esa posibilidad.

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Los juguetes potencian el juego y hacen que éste sea más duradero.

Habilidades que potencian los juguetes tradicionales

Como decíamos, los juguetes potencian el juego y gracias a ellos, los niños pueden desarrollar nuevas habilidades. Clásicamente se ha catalogado a los juguetes tradicionales según las parcelas del desarrollo cerebral que potencian. Es importante conocerlas para que, a la hora de elegir un juguete para un niño, no caigamos en la repetición y ofrezcamos a nuestros hijos una variedad suficiente que potencie diferentes aspectos del desarrollo cerebral.

  1. Juego manipultativo o motor fino: con este tipo de juego, el niño potencia la destreza a y la motilidad fina. Suele ser un tipo de juego que aparece desde muy pequeños. Juguetes de este tipo serían los bloques de construcción, los juegos con piezas para encajar o los puzzles.
  2. Juego fisico o motor grueso: en contraposición al anterior, potencian las habilidades físicas del niño. Buenos ejemplos de estos juguetes serían las pelotas o balones y los triciclos.
  3. Juego simbólico o referencial: con este tipo de juego, los niños comienzan a interpretar roles y simulan la vida real y, además, desarrollan la imaginación. Ejemplos de este tipo serían las muñecas, los coches, una cocinita o un set de café.
  4. Juego artístico: suelen ser juguetes que potencian la creatividad del niño así como su imaginación, como por ejemplo la plastilina, las pinturas, los instrumentos musicales…
  5. Juego conceptual o lingüísticos: con ellos el niños debe realizar una serie de procesos mentales para resolver enigmas o problemas además de interpretar situaciones. Algunos ejemplos son los libros, los juegos de cartas, los juegos de mesa o de resolución de enigmas.

No existe ningún juguete que solo potencie una sola parcela ya que la mayoría de ellos actúan en varias de ellas a la vez. Por ejemplo, un set de pinturas servirá por un lado para potenciar el área artística pero también, si el niño es pequeño, influirá en el motor fino. De forma similar, un puzzle puede servir para potenciar el motor fino pero también interviene en la solución de problemas o enigmas.

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Unos bloques de construcción potencian la motricidad fina de los niños pequeños.

Una cosa hay que tener presente a la hora de elegir un juguete, ya que se considera que los juguetes de mayor calidad son aquellos que, además de potenciar una o varias de estas parcelas, facilitan una interacción del niño con sus padres o cuidadores. Por ejemplo, una pelota es interesante para potenciar la actividad física y el motor grueso, pero cuando un niño juega con su padre al balón, además consigue una interacción social que hace mucho más valioso al juego.

Qué hay que tener en cuenta a la hora de elegir un juguete

Si hemos entendido que el juego es una activada fundamental que potencia el desarrollo neurológico del niño, no nos debería resultar muy difícil elegir un buen juguete. Este texto que leéis no pretende ser una guía completa con indicaciones milimétricas para elegir un juguete, solo pretende ofreceros una serie de herramientas para que la elección de un juguete sea lo más adecuada posible.

Uno de los aspectos más importantes a la hora de elegir un juguete es conocer bien al niño al que va destinado. Debemos investigar en qué punto del desarrollo neurológico está ya que no es lo mismo, por ejemplo, regalar un juguete a un niño de 1 año que ya camina que a uno que no lo hace. Teniendo esto en cuenta, la elección de un juguete debe hacerse pensando en qué habilidad concreta puede estimular, de tal forma que se potencie lo que el niño ya es capaz de hacer pero también le permita adquirir una nueva habilidad.

Por ejemplo, si le regalamos unos bloques de construcciones a un niño que está empezando a apilar cosas, permitiremos que juegue a hacer construcciones; si le regalamos una pelota a un niño que ha comenzado a caminar, potenciaremos las habilidades motoras gruesas al invitarle a que de patadas al balón; o por ejemplo, si le ofrecemos una cocinita a un niño que ya muestra interés por el juego referencial, le estaremos dando la oportunidad de que desarrolle la imaginación y monte un restaurante y nos prepare una cena imaginaria. La elección de un juguete no debería ser algo muy complicado si nos basamos en qué puede hacer el niño en ese momento (desarrollo neurológico) y qué queremos potenciar (nuevas habilidades).

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Las cocinitas son uno de los mejores ejemplos de juego figurado o referencial.

Otro aspecto importante es elegir juguetes que sean evolutivos, es decir, que al niño le estimulen durante varias etapas de su desarrollo neurológico. Y diréis, seguro que eso es complicado y caro, pero nada más lejos de la realidad. Un juguete evolutivo podría ser un simple bloque de madera que al niño le sirve en una primera etapa para hacer una construcción pero unos meses después lo utiliza como si fuera un vasito para dar de beber a un muñeco. O por ejemplo, el típico juego de vías de tren puede servir en un primer momento para que el niño juegue a empujar esos trenes por las vías y más adelante sea él el que quiera montar el circuito con las diferentes piezas del mismo.

Aunque existen estudios que han relacionado la elección de un tipo de juguetes concretos dependiendo del sexo del niño, es importante que los adultos ofrezcamos a los niños una amplia gama de variedad de juguetes independientemente del genero. Si un niño prefiere jugar con coches que con muñecas, que sea porque él lo ha decidido y no porque no tuvo la posibilidad de tener ambos tipos de juguetes a su alcance.

La importancia de jugar con los niños

Cuando los adultos nos ponemos a jugar con los niños, estamos realizando una actividad de un valor incalculable. Por un lado, el niño obtiene la experiencia propia que le ofrece el juego y que puede potenciar una habilidad en concreto y, en segundo lugar y quizá más importante, la reciprocidad de jugar con alguien del que puede aprender e intercambiar experiencias. De hecho, está demostrado que los niños que juegan con un adulto desarrollan antes el lenguaje y mejoran sus relaciones sociales.

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Cuando un niño juega con un adulto obtiene una doble experiencia: el juego en si y la relación recíproca con el adulto.

No debéis perder la oportunidad de pasar un rato con vuestros hijos jugando en el suelo haciendo una construcción o dando patadas a una pelota, porque no hay mejor juguete que un padre o una madre jugando un rato con su hijo.

«Puedes descubrir más sobre una persona jugando con él durante una hora que en un año entero de conversaciones» (Platón)

Juguetes electrónicos, ¿son mejores que los tradicionales?

Seguro que estáis pensando que todo esto que os estoy contando está muy bien, pero que en la televisión lo único que anuncia son juguetes de última generación con mil luces y sonidos, y que si esto es así es porque seguramente son el no va más en estimulación para los niños. Vivimos en un mundo rodeado de tecnología por lo que no nos debería extrañar que muchos de los juguetes que se venden hoy en día hayan incorporado parte de esa tecnología al juguete. La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿son realmente estos juguetes tecnológicos mejores que los juguetes tradicionales? La respuesta es clara y contundente: No, no lo son.

Muchos estudios han demostrado que los juguetes que incorporan tecnología no permiten que el niño experimente y tenga un juego libre. Muchos de ellos incluyen botones de luz y grabaciones de voz de las que el niño es un mero espectador. Este tipo de juguetes no permite que el niño interactúe con el juguete más allá de darle a un botón para ver lo que pasa después. Tampoco potencian la imaginación del niño ya que son juguetes repetitivos con un patrón que no realiza acciones nuevas. Además, mientras un niño juega con un juguete electrónico suele ocurrir que deja de interactuar con los adultos que hay a su alrededor, lo que conlleva a que se pierda esa reciprocidad que antes mencionábamos cuando un adulto interviene en el juego.

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Los juguetes electrónicos en muchas ocasiones sobreestiman al niño que se convierte en un mero espectador de luces y sonidos, además no han demostrado ser mejores que ls juguetes tradicionales.

Además, los juguetes electrónicos suelen ser más caros que los tradicionales, sin que esto signifique que realmente sean mejores y en ningún caso han demostrado potenciar en mayor medida las habilidades neurológicas que os comentaba al principio respeto a un juguete tradicional. Que no te engañe el marketing y los anuncios, los juguetes tradicionales tienen muchas más posibilidades que la gran mayoría de los juguetes modernos.

Los mejores juguetes son aquellos que cumplen tres propósitos: están diseñados para enseñar o potenciar una habilidad concreta, hacen divertido el aprendizaje y atraen al niño a realizar algo de forma activa mas que ser un simple espectador de algo que ocurre. Los juegetes electrónicos no suelen encajar en esta definición.

No quiero perder la oportunidad de señalar que, además, los juguetes electrónicos o aplicaciones infantiles para tablets o smartphones potencian el sedentarismo infantil, lo que a la larga se traduce en falta de actividad física y muy probablemente en obesidad y sobrepeso. Como ya habréis leído en muchos sitios, los menores de dos años no deberían tener contacto con pantallas y a partir de esa edad no se recomienda más de una hora al día y siempre bajo la supervisión de un adulto.

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Los juegos de balón potencian la motricidad gruesa de los niños además de aumentar si actividad física, a diferencia de los juguetes electrónicos.

Consejos finales para elegir un juguete

Después de todo lo que has leído estarás dándole vueltas a si ese juguete que está por casa es adecuado o cómo vas a elegir algo para regalar a tu sobrina en su próximo cumpleaños. Si me permites, antes de terminar, me gustaría dejarte una serie de consejos que te pueden resultar útiles para cuando tengas que elegir un juguete:

  1. Los juguetes deben facilitar el juego y la interacción del niño con sus cuidadores.
  2. Debemos ofrecer al niño diferentes tipos de juguetes para cubrir las diferentes áreas del desarrollo neurológico: motor fino, motor grueso, artístico, lenguaje/conceptual y referencial.
  3. Elige juguetes que permitan al niño usar su imaginación.
  4. Elige juguetes por los que el niño muestra interés y le permiten explorar su entorno.
  5. Busca juguetes que sean evolutivos y permitan al niño jugar con ellos a lo largo de toda la infancia.
  6. La elección de un buen juguete no debe hacerse en base a su precio. A veces el juguete más simple es mucho mejor que uno complejo.
  7. Es mucho más importante la calidad de un juguete que el tener muchos juguetes.
  8. Ten siempre en cuenta que los juguetes no deben ser nunca un sustituto del juego compartido con los adultos.
  9. Los juguetes electrónicos no son indispensables ni han demostrado que potencien en mayor medida el desarrollo neurológico de los niños.
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El mejor juguete es un adulto jugando con un niño.


Espero que este artículo te ayude a entender un poco mejor el papel del juego en la infancia y cómo elegir un juguete para tu hijo o para un familiar cercano. Recuerda que el mejor juguete que puede tener un niño es a un padre o una madre a su lado jugando con él. Recuerda también que es mejor tener unos pocos juguetes de buena calidad que muchos que realmente no sirvan para nada.

Si te ha interesado el tema te dejo por aquí algunos artículos en los que me he basado para realizar este post (están en inglés):

  • Selecting Appropriate Toys for Young Children in the Digital Era, de la Academia Americana de Pediatría (link).
  • Play in Children´s Development, Health and Well-Beeing, de TIE (Toy Industries of Europe, link).
  • Tips for Choosing Toys for Toddlers, de «Zero to Three» (link).

¿Por qué los padres tienen tanto miedo a la fiebre?

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Fuente: Pixabay

Si hiciéramos una encuesta en la sala de espera de un Servicio de Urgencias de Pediatría cualquiera sobre los temores de los padres con un hijo enfermo, la fiebre estaría en el top 3, si no el primero, con toda seguridad. Cuando un niño tiene fiebre, a sus padres se les enciende una alarma interior que les hace pensar que su hijo está muy enfermo o que algo malo le puede pasar.

Hoy en el blog hablaremos de la fiebre en los niños pero sobre todo de ese temor que tienen los padres a que a sus hijos les pase «algo malo» cuando les sube la temperatura. Hablaremos desde nuestra experiencia como pediatras tras haber visto a miles de niños con fiebre con padres preocupados, pero también desde nuestro punto de vista personal después de haber pasado muchas noches sin dormir vigilando el estado general de nuestros hijos cuando tienen fiebre.

La incertidumbre de la fiebre

No es la primera vez que decimos que la fiebre es uno más de todos los posibles síntomas asociados a una infección, como también pueden ser los mocos de un catarro o la diarrea de una gastroenteritis.

Sin embargo, la fiebre causa pavor a muchos padres. Yo siempre digo a mis pacientes que la fiebre no me preocupa, que lo que me preocupa es que esa fiebre se pueda deber a una apendicitis, a una meningitis o a una neumonía, es decir, me preocupa la enfermedad que provoca la fiebre, pero que la fiebre en sí, los que es la simple elevación de la temperatura corporal, no me preocupa en absoluto.

Muchos padres lo entienden porque se dan cuenta que lo importante cuando un niño tiene fiebre es descubrir por qué la tiene, o en otras ocasiones, descartar enfermedades graves que podrían provocarla. Esto es así porque lo que debe hacer el pediatra al ver a un niño con fiebre es descartar enfermedades para asegurarse que algo grave no es el causante de la fiebre. Por ejemplo, siempre que atendemos a un niño con fiebre y dolor abdominal, realizamos una exploración física en la que tocamos la tripa para descartar esa apendicitis o, si el paciente se queja de dolor de cabeza, miramos si el cuello está rígido para desechar la posibilidad de una meningitis.

Esto que parece tan sencillo, descartar la posibilidad de una enfermedad grave, en ocasiones no es tan fácil como parece. Cuando un niño tiene fiebre, sobre todo un niño pequeño, es muy probable que en las primeras horas de el proceso febril, incluso durante los 2 o 3 primeros días, el niño solo presente fiebre sin otros síntomas acompañantes. Esto nos pone a los pediatras ante una posición que manejamos habitualmente que se conoce como «Fiebre sin foco», lo que traducido a un lenguaje sencillo querría decir «tu hijo tiene fiebre pero todavía no sabemos a qué se debe». Debido a que el 90% de los procesos febriles en niños están causados por virus, la gran mayoría de esas veces en las que no sabemos por qué el niño tiene fiebre se acabará curando solo.

Pero al otro lado de la mesa de la consulta están unos padres recibiendo un mensaje que simple y llanamente lo que les pide es que tengan paciencia para que la enfermedad siga su curso y nos aporte datos nuevos con los que poder hacer un diagnóstico más ajustado. Y esa paciencia que «recetamos» es en ocasiones muy difícil de conseguir. Cuando un niño tiene fiebre los minutos se convierten en horas y las horas en días y estar en casa con un niño con fiebre sin saber a qué se debe acaba minando la seguridad y la confianza de cualquier padre.

Seguramente ese es uno de los motivos por los que muchos padres tienen miedo a la fiebre, el no saber a qué se debe y el tener que esperar ante la incertidumbre de la posibilidad de que todo se deba a la remota posibilidad de una enfermedad grave cuando un virus banal y tontorrón es casi siempre el causante de la fiebre en los niños.

La fiebre no hace daño

El otra gran motivo por el que los padres tienen miedo a la fiebre es porque piensan que la fiebre, o mejor dicho, la «fiebre alta» o la «fiebre que no baja» es mala y puede provocar daños irreparables en sus hijos, uno de los mitos más asociados a la fiebre. Sin embargo, se equivocan.

La fiebre no es ni mala ni buena, solo es un síntoma más de infección. Por esto mismo, la «fiebre alta» no es peor que la fiebre de bajo grado ni significa que la infección que provoca la fiebre sea más grave. La «fiebre que no baja» tampoco debe ser más preocupante que la que responde bien a los antitérmicos porque la respuesta a los mismos no nos da mayor información sobre la causa o la gravedad del proceso.

A pesar de todo, muchos padres creen que la fiebre puede provocar daños en el cerebro o que si no bajan a toda costa la temperatura de sus hijos es muy probable que convulsionen. Está más que demostrado que la fiebre asociada a una infección no hace daño al cerebro. Por otro lado, las convulsiones febriles ocurren en niños que están predispuestos a convulsionar y, como solemos decir, que convulsionen no depende de que bajemos esa fiebre si no de que el niño tenga «mala suerte» y le toque pertenecer al 5% de niños que ha convulsionado alguna vez al tener fiebre. Así que no hace falta alternar antitérmicos, ya que con ello no vamos a conseguir un mejor control de la infección que provoca la fiebre.

Lo que si que ocurre con la fiebre es que es muy incomoda. Lo habitual es que el cuerpo reaccione a la elevación de la temperatura con unos cambios fisiológicos como son la elevación de la frecuencia cardiaca o la respiración agitada. Todos esos cambios generan malestar y es muy normal que un niño cuando tiene fiebre no quiera jugar, no quiera comer o le duela la cabeza. Por eso, cuando damos un antitérmico a un niño lo hacemos para tratar el malestar que provoca la fiebre y no tanto por bajar la temperatura del niño. Si el niño mejora con eso, ya habremos ganado mucho.

Lo que sí nos da «miedo» a los pediatras

Cuando explico la fiebre a los padres en Urgencias siempre les digo lo mismo: prefiero mil veces ver a un niño con 40ºC de temperatura que entra corriendo en la consulta y salta a la camilla que a uno con 38ºC pero que tiene mal aspecto.

Como ya hemos apuntado, lo que importa cuando un niño tiene fiebre es su estado general y no el grado de temperatura que marca el termómetro. Las infecciones graves, además de provocar fiebre, provocan otros síntomas como mal color o manchitas en la piel, decaimiento muy llamativo, dificultad respiratoria… y esos son los niños que «asustan» de verdad. Un niño con 40ºC de fiebre que corre y salta es muy probable que tenga un virus y el tiempo y su inmunidad harán su trabajo y tras unos pocos días el niño estará como una rosa. Por el contrario, si un niño con «fiebre baja» y mal aspecto no es atendido a tiempo puede que la infección que padece se acabe complicando.

Por todo ello, los pediatras siempre insistimos mucho a los padres en los signos de alarma que deben vigilar:  si su hijo empeora el estado general, presenta dificultad respiratoria o le salen manchitas en la piel… tiene que acudir a Urgencias a que valoremos qué está ocurriendo. Ya habrá tiempo después de decidir si el niño está realmente mal o solo es la impresión equivocada de los padres.

La desesperanza de los padres ante un niño con fiebre

Solo cuando tienes hijos puedes entender la desesperanza y ese temor que tienen los padres cuando sus hijos tienen fiebre. Cuando no los tienes no valoras todo el esmero, dedicación y cuidado que un padre o una madre dedica a su hijo cuando está enfermo. A los pediatras, cuando vemos a un niño con fiebre en la Urgencia, nos suelen bastar unos 5 o 10 minutos para decir a los padres lo que tiene el niño y lo que ellos tienen que hacer en casa. Pero tras esa consulta, esos padres se tiene que enfrentar a unos días que se hacen interminables mirando a sus hijos en casa esperando a que la infección remita.

Como os decía, solo siendo padre o madre se es capaz de entender lo que viven los padres con un niño enfermo: noches en blanco al lado de su cama comprobando si todo sigue bien, días y días haciendo piruetas en el trabajo para poder dejar al niño en casa y no llevarlo a la guardería, favores de familiares que te echan una mano para que no falte de nada en la nevera y, sobre todo, sobren besos y palabras de ánimo. Todo ello, minuto a minuto, hora a hora, día a día, acaba generando un desgaste y un cansancio que hace que muchos padres pierdan la confianza en que lo que le pasa a su hijo se va a curar sin ningún tratamiento especial en unos días. Sobre todo teniendo en cuenta que durante los primeros años de escolarización de los niños estos procesos que provocan fiebre se repiten constantemente. Pero la cordura debe imponerse siempre: que unos padres estén cansados por la enésima fiebre de un hijo y la ya incontable noche sin dormir no significa que el niño tenga algo más grave ni que el tratamiento deba ser distinto.

Las fiebres al final se acaban yendo y el cansancio acumulado de los padres se compensa con besos y abrazos. Porque, nos guste o no, la fiebre de los niños pone a prueba a cualquier padre y solo enfrentándonos a ella de una manera segura y sosegada seremos capaces de vencer nuestros miedos sobre la salud de nuestros hijos.

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

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Además, en septiembre de 2021 echó a rodar «Sin Cita Previa», un podcast del que somos presentadores y que seguro que también te pude gustar. Puedes escucharlo en:

¿Para qué sirve el antibiótico de tres días (azitromicina) en niños?

Fuente: Pixabay

Seguro que muchos la conocéis, incluso algún pediatra os la habrá recetado alguna vez porque vuestro hijo estaba enfermo. Hablamos, nada más y nada menos, que de la Azitromicina. Un antibiótico que se emplea en exceso en la edad infantil ya que sus indicaciones son muy limitadas.

¿Qué es la Azitromicina?

La Azitromicina es un antibiótico que pertenece al grupo de los Macrólidos, en el cual podéis encontrar algún otro antibiótico que quizá os suene como la Claritromicina.

Se le conoce como el «antibiótico de los tres días» porque su posología es muy cómoda: 1 dosis cada 24 horas durante 3 días (en ocasiones se emplea una pauta similar pero de 5 días). Esta posología es muy apreciada por los padres ya que, a diferencia de las pautas clásicas de otros antibióticos -como la amoxicilina- que en general se emplean cada 8 horas durante una semana, no es necesario administrárselo durante el horario escolar y en menos que canta un gallo han terminado con el tratamiento.

Sin embargo, la Azitromicina no es un antibiótico mágico que sirva para todo. Que no os engañe esa predilección por un antibiótico tan fácil de administrar.

¿Para qué NO sirve la Azitromicina?

Como cualquier antibiótico, la Azitromicina fue diseñada para tratar infecciones provocadas por ALGUNAS bacterias. Por tanto, no es efectivo para el tratamiento de ninguna infección provocada por virus, los cuales suelen provocar catarros, mocos y toses varias.

Si nos centramos en las enfermedades habituales provocadas por bacterias en niños, las más frecuentes son las otitis, las neumonías y las faringitis por estreptococo. Basta repasar los protocolos de la Asociación Española de Pediatría sobre estas infecciones para darse cuenta de que la Azitromicina y los demás Macrólidos, no son nunca la primera opción de tratamiento y se reservan para aquellos niños que son alérgicos a los diferentes antibióticos de elección en cada una de ellas.

La Azitromicina es un antibiótico que sirve para tratar algunas infecciones por bacterías. No es efectiva contra infecciones por virus, como los catarros.

Para entender por qué esto es así debemos fijarnos en cuál es la bacteria que provoca con más frecuencia cada tipo de infección. Por ejemplo, la gran mayoría de  otitis y neumonías de los niños están provocadas por una bacteria que se llama Neumococo. El antibiótico de elección en ambos casos es la Amoxicilina, ya que el Neumococo es muy sensible a este antibiótico. En el caso de las faringitis provocadas por Streptococo pyogenes (las únicas que hay que tratar con antibiótico), este germen es sensible a la penicilina por lo que debemos emplearla en primer lugar.

En España, el Neumococo y el Streptococo son resistentes a la Azitromicina y resto de Macrólidos en el 30% y 20% respectivamente, por lo que, como ya hemos comentado, no deben emplearse nunca como primera opción y deben reservarse para situaciones especiales.

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Entonces, ¿para que SÍ sirve la Azitromicina en niños?

Pues bien, aunque hace un momento hayamos dicho que la Azitromicina no tiene casi papel en las infecciones habituales en pediatría, sí que tiene un hueco en un par de infecciones concretas.

La Azitromicina es el antibiótico de primera elección para el tratamiento de la tosferina. Esta enfermedad está provocada por un bacteria que se llama Bordetella pertussis y es altamente sensible a la azitromicina, motivo por el que se emplea como primera opción.

Este antibiótico también es muy efectivo como tratamiento del Mycoplasma pneumoniae, bacteria que da lugar a un tipo de nuemonía especial que se denomina Neumonía Atípica. Cursa con fiebre de bajo grado (incluso hay niños que no llegan a tener fiebre) y tos en niños de entre 5 y 15 años. A diferencia de la neumonía típica, la clínica es más insidiosa lo que hace que en general se tarde en diagnosticar varios días, incluso algunas semanas.

Por tanto, si tu pediatra te pauta este antibiótico de tres días, debería decirte que está sospechando alguna de estas dos infecciones: una tosferina o una nuemonía atípica. De lo contrario, no tiene mucho sentido administrar Azitromicina a un niño por cualquier otro motivo.

Excepcionalmente también se utiliza en caso de diarrea por Campylobacter. La gran mayoría de las gastroenteritis se curan solas, incluidas las provocadas por este patógeno. En caso de que la diarrea fuera persistente y siempre con un cultivo en heces para este patógeno, la Azitromicina estaría indicada. Sin embargo, esta situación escapa del día a día de la consulta del pediatra.

Pero es que, cuando mi hijo tiene tos y mocos y su pediatra se lo pauta, siempre mejora en 2-3 días…

En el caso de que tu pediatra te pautara la Azitromicina porque esté sospechado una tosferina o un neumonía atípica, es normal que el cuadro clínico mejore en unos días. Pero, ¿cuántas veces puede tener un niño una infección de este tipo durante la infancia?, ¿una vez? Me atrevería a decir que dos como muchísimo.

Otra cosa bien distinta es que, ante un catarro vulgar, tu hijo mejore con este antibiótico. Como ya hemos dicho en varias ocasiones, un catarro es una infección que está provocada por un virus y que da lugar a fiebre, tos y mucosidad. Debido a que es una infección provocada por un virus, mejorará sola en unos días y en el caso de que le estés administrado Azitromicina a tu hijo tendrás la falsa sensación de que mejora por el antibiótico y no porque tenía que mejorar ella sola. No os debéis quedar con esa sensación de que tu hijo mejora de sus fiebres, toses y mocos cada vez que recibe Azitromicna ya que los catarros se curan igual con y sin antibiótico.

Sin embargo, y sin poner en duda la profesionalidad de vuestros pediatras, hay que desconfiar de la indicación de este antibiótico si cada vez que vuestro hijo tiene fiebre, tos y mocos, acaba con un ciclo de tres días de Azitromicina.

Bueno, tampoco pasará nada porque mi hijo lo tome de vez en cuando aunque lo que tenga sea un virus, ¿no?

Esta es un pensamiento que tienen muchos padres y que me preocupa.

La Azitromicina, como cualquier antibiótico, debe prescribirse con una sospecha clara y fundada de que lo que está padeciendo un niño va a mejorar cuando se lo tome.

Si mandamos antibióticos «por mandar algo» estaremos cayendo en dos gravísimas situaciones. Por un lado estaremos exponiendo al niño a los efectos secundarios de un fármaco que no necesita. Por otro, y quizá más importante, estaremos contribuyendo al aumento de las resistencias bacterianas a los antibióticos al prescribirlo en infecciones que no se necesitan. Éste es un problema muy grave a nivel mundial que puede dar lugar a que antibióticos que ahora son excelentes para tratar cierto tipo de infecciones dejen de ser eficaces y no sirvan para nada en el futuro.


Resumiendo, la Azitromicina tiene unas indicaciones muy claras en pediatría. Tu pediatra debe conocerlas y hacer una prescripción adecuada y responsable en el caso de que esté sospechando una de las infecciones que requiere este tratamiento. Así que por favor, no acudáis a la consulta pidiendo el antibiótico de tres días como si fuera la solución a todos los problemas del vuestros hijos. Ya os lo mandará el pediatra en el caso de que esté indicado.


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NOTA: queremos dedicar este post a nuestra amiga Verónica Bernabéu, una de las grandes defensoras de la adecuada prescripción de este antibiótico.

El piel con piel: los primeros minutos de vida de un bebé

Todas las madres y padres que se están preparando para recibir a un bebé habrán oído en más de una ocasión «una vez que nace el bebé se colocará en piel con piel con la madre…».  Esto no es solo poesía (a mí me parece que suena muy bien) sino que es la mejor «medicina» que podemos dar al recién nacido en su proceso de transición a la vida.

El «piel con piel» -traducido del inglés «skin to skin»- está avalado como el mejor método para asegurar una buena adaptación a la vida extrauterina. Además, ésta no es la única ventaja, ya que ha demostrado beneficios tanto para la mamá como para un inicio adecuado de la lactancia materna.

En este post encontrarás información sobre qué es el piel con piel, en qué consiste y qué beneficios presenta. Esperamos que con ello ningún padre/madre llegue al momento del nacimiento de su hijo sin conocer las maravillas de esta práctica.

¿Qué es el «piel con piel»? 

El piel con piel consiste en colocar al recién nacido sobre el abdomen y pecho de su madre inmediatamente después del nacimiento y mantenerlo en esa posición al menos en los primeros 50 minutos tras el nacimiento, aunque si todo va bien podría alargarse hasta 2 horas.  Esto significa que no debemos separar al bebé de su madre para realizar ninguno de los cuidados de rutina habituales tras el nacimiento, tales como el secado, la identificación, la colocación del gorrito para que no pierda calor, la administración de vitamina K o la pomada antibiótica ocular… De igual forma, la sección del cordón umbilical debe realizarse sobre la madre.

¿Qué beneficios tiene?

Tras el nacimiento, los recién nacidos deben empezar a utilizar los pulmones para poder enviar oxigeno a los tejidos del organismo (recuerda que dentro del útero materno estaban llenos de líquido y era la placenta la encargada de oxigenar la sangre del feto).

Múltiples estudios han demostrado que la estabilización cardiorrespiratoria -en donde la placenta deja de usarse y los pulmones empiezan a funcionar- se realiza de forma más adecuada en aquellos casos en los que madres/recién nacido realizaron piel con piel de aquellos que no lo hicieron.

Además, esta practica consigue mejores tasas de lactancia materna así como mejoría del vínculo afectivo y disminución del tiempo de llanto tras el nacimiento.

Respecto a la madre, el piel con piel disminuye la frecuencia de ingurgitación mamaria por mal enganche del recién nacido así como un menor grado de ansiedad tras el parto. También ha demostrado menor tasa de hemorragia postparto precoz, al estar ésta relacionada con el inicio de la lactancia materna en estas primeras horas.

No existe ningún efecto adverso en la realización del piel con piel en los recién nacidos sanos siempre y cuando se realice bajo unos niveles de seguridad mínimos.

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La transición a la vida del recién nacido se realiza de forma más adecuada en el caso de los bebés que realizan piel con piel.

¿Quién puede realizarlo?

Todos los recién nacidos deben realizar el piel con piel salvo que exista una contraindicación médica que lo impida, como por ejemplo la necesidad de reanimación del bebé (lo que ocurre en un 10% de los partos y es mucho más frecuente en niños prematuros) o bien porque la madre necesite anestesia general en una cesárea urgente.

De aquí se puede deducir que el «piel con piel» debe formar parte de los protocolos habituales en todas las maternidades, ya que no existe una justificación para no realizarlo.

En el caso de que el niño haya sido separado de la madre por cualquier motivo, una vez solucionado el problema que motivó la interrupción de esta práctica, el bebé debe ser colocado en piel con piel tan pronto como sea posible. En el caso en el que la madre no pueda realizarlo, también está demostrado que el piel con piel posee beneficios si lo realiza el padre.

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En el caso de que la mamá no pueda hacer el piel con piel es le padre el que puede realizarlo. No hace falta depilarse. Vía Flickr.

¿Debo guardar alguna precaución?

En los últimos años, coincidiendo con la generalización de esta práctica, se han descrito algunos episodios de muerte súbita mientras los bebés realizaban el piel con piel. No se conocen las causas exactas, pero las diferentes asociaciones promueven una serie de recomendaciones a seguir para realizar un «piel con piel seguro»:

  1. Enseñar a los padres qué es el piel con piel antes del parto.
  2. Colocación del bebé: debe estar tapado solo sobre la espalda sin cubrir la cabeza, para que la nariz y la boca estén libres, con el cuello girado hacia un lado para que puedan respirar.
  3. Supervisión frecuente tanto de la madre como del bebé, corrigiendo la postura si es preciso y vigilando que la madre no se queda dormida (mayor riesgo en madres primerizas o tras partos largos y extenuantes).
  4. En el caso de que la madre quiera dormir, interrumpir el piel con piel.

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El bebé se debe colocar abdomen contra abdomen con la madre con la cabeza girada hacia un lado. Debe taparse con una manta o una toalla para que no pierda calor.

Y si mi hijo nace por cesárea, ¿podré realizar también el piel con piel?

Está demostrado que los beneficios del piel con piel, tanto para la madre como para el bebé, se conservan en los partos por cesárea. Poco a poco se está imponiendo esta práctica en los protocolos de esta cirugía en las diferentes maternidades. En los casos en los que no se pueda realizar por alguna impedimento materno, es el padre el que debe realizarlo.

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Si no existe contraindicación, en los partos por cesárea se debe realizar piel con piel.

En este documento (link) del Comité de Lactancia Materna de la Asociación Española de Pediatría podéis encontrar más información sobre aspectos prácticos del piel con piel.


Esta entrada ha sido realizada siguiendo las recomendaciones de la Sociedad Española de Neonatología (link) sobre la atención a los recién nacidos tras el parto y del piel con piel de la Academia Americana de Pediatría (link).

La foto de cabecera de este blog ha sido extraída del la Wikipedia, sus derechos de imagen están compartidos bajo una licencia CC BY-SA 2.0. La imagen en el cuerpo del post en el que parece un padre con su bebé pertenece a Remy Sharp y los derechos de imagen están compartidos bajo una licencia CC BY-SA 2.0.

La fiebre: mitos y leyendas

Termómetro

Fuente: Pixabay

La fiebre es un motivo de consulta muy frecuente por el que los padres acuden al pediatra. En ocasiones se acompaña de otros síntomas como mocos, tos y diarrea y en otras, simplemente, el niño tiene fiebre sin que sepamos cuál es el origen.

Ya sea por un motivo o por otro, muchos padres suelen tener miedo cuando sus hijos tiene fiebre ya que, aunque en la gran mayoría de las ocasiones se debe a un proceso banal, creen que están en peligro y que algo malo les puede pasar.

Teniendo todo esto en cuenta, la fiebre es campo abonado para que en la cultura popular existan una serie de mitos y leyendas que hacen pensar a los padres que la fiebre es mala, pero nada más lejos de la realidad. Esperamos que este post sirva para que conozcas mejor en qué consiste este síntoma y aprendas a manejarlo en tus hijos de forma adecuada.

1. Mi hijo es de temperatura baja, con 37°C ya tiene fiebre. FALSO

La fiebre se define como una elevación de la temperatura corporal por encima de 38ºC. Cuando la temperatura se sitúa entre 37 y 38ºC lo llamamos febrícula. Esto es así para todas las personas. Da igual que tu hijo suela estar en 35,8ºC o 36,8ºC, la fiebre siempre se considera cuando la temperatura se eleva más allá de 38ºC.

2. La fiebre es mala. FALSO

La fiebre no es mala ni buena, simplemente es un síntoma que aparece en el contexto de una infección. Es el resultado de la secreción de unas moléculas llamadas interleukinas que dan la orden al cerebro de incrementar la temperatura corporal. Esto ocurre como parte del proceso inflamatorio normal que acontece cuando nuestro cuerpo intenta defenderse de una infección.

3. La fiebre hay que bajarla a toda costa. FALSO

La fiebre suele acompañarse de malestar general e irritabilidad ya que la elevación de la temperatura corporal da lugar a otros síntomas como aumento de la frecuencia cardiaca, elevación de la frecuencia respiratoria, dolor de cabeza, sudoración… Esos síntomas asociados a la fiebre que provocan que un niño se encuentre incómodo deben ser el objetivo del antitérmico ya que lo que debe marcar su indicación es el estado general del niño y no su grado de temperatura. En este sentido, si tu hijo tiene fiebre pero se encuentra bien puedes esperar antes de administrarle algo para la fiebre.

4. La fiebre hace daño al cerebro. FALSO

La única fiebre que puede hacer daño al cerebro es aquella que se eleva por encima de los 42,5ºC, temperatura por encima de la cual se desnaturalizan las proteínas. ¿Conoces a alguien que haya alcanzado esa temperatura?, seguro que no porque es algo treméndamente excepcional. La fiebre normal, la que tienen todos los niños cuando tienen un catarro o una diarrea no hace daño al cerebro, así que tranquilos.

5. La fiebre hay que bajarla para que los niños no convulsionen. FALSO

Las convulsiones febriles son una de las grandes preocupaciones de los padres cuando tienen niños por debajo de los 6 años de edad. Estas convulsiones ocurren en un pequeño porcentaje de niños cuando su temperatura corporal cambia. De hecho, pueden ocurrir también cuando baja la temperatura por lo que no hay que empeñarse en devolver al niño a los 36°C.

6. Siempre que un niño tiene fiebre «hay infección» y hay que dar antibiótico. FALSO

Las infecciones son aquellas enfermedades provocadas por microorganismo, ya sean virus o bacterias. En todas las infecciones puede aparecer la fiebre como síntoma pero esto no debe marcar la necesidad o no de iniciar un tratamiento antibiótico.

 7. Si un niño tiene fiebre, cuanto antes lo vea el pediatra, mejor que mejor. FALSO

La valoración de un niño con fiebre debe estar guiada por otros síntomas distintos a la fiebre, como son el estado general, la dificultad respiratoria, los vómitos persistente, las manchitas en la piel… De hecho, los niños pueden tener fiebre los 2-3 primeros días de una infección sin que sepamos de donde viene, por ello, y siempre que el niño no se encuentre mal, preferimos verle pasadas al menos 48 horas del inicio del proceso febril.

8. Cuanta más alta es la fiebre, más probabilidades hay de que necesite antibiótico. FALSO (a medias)

Cierto es que las enfermedades provocadas por bacterias en general (las que necesitan antibiótico) suelen provocar fiebres más altas que las provocadas por virus. Sin embargo, las enfermedades víricas son mucho más frecuentes lo que hace mucho más probable que ante una fiebre «alta», ésta esté provocada por un virus. El mejor ejemplo es el de la gripe, paradigma de las infecciones por virus, la cual suele provocar un cuadro clínico de fiebre alta de una semana de duración.

9. Para bajar la fiebre, lo mejor es alternar antitérmicos. FALSO

La alternancia de antitérmicos no está recomendada ya que no ha demostrado que el control de la fiebre sea mejor ni la infección se cure antes. Además, el estado general debe ser el que guíe la administración de estos fármacos y no el número que marca el termómetro. En el caso de que tu hijo siga con fiebre después de un jarabe pero se encuentre bien, puedes esperar sin embutirle otra medicina.

10. Si un niño tiene fiebre, hay que darle un baño de agua fría para que le baje. FALSO

Las medidas físicas para bajar la fiebre, como los baños de agua fría o las friegas con compresas, no están recomendadas ya que no han demostrado que el control de la fiebre sea mejor y además suelen generar disconfort en el niño. Sin embargo, quitarle algo de ropa y mantenerle en un ambiente tranquilo pueden ayudar a que mejore su estado general.

11. Los niños con fiebre no deben ir al colegio. VERDADERO

La fiebre no es un síntoma que esté catalogado como de «exclusión escolar», sin embargo, el momento en el que un niño suele contagiar más a sus compañeros de una infección es en el momento del inicio de la fiebre por lo que es muy recomendable que se quede en casa mientras remite la misma. Además, ningún niño con fiebre suele querer ir al colegio porque se encuentra mal, por lo que es más recomendable que se quede en casa descansando.

12. Tengo que poner el termómetro a mi hijo constantemente para saber si le baja la fiebre. FALSO

Siguiendo el principio de que lo realmente importante es el estado general del niño y su disconfort, no tiene sentido estar midiendo la fiebre cada cierto tiempo para ver si le baja tras la administración del antitérmico. Es más importante vigilar si el niño comienza a jugar, quiere comer o se espabila. Además, hay que recordar que la acción máxima de los antitérmicos ocurre a las 3-4 horas de su administración.

13. La salida de los dientes provoca fiebre. FALSO

Pese a la creencia popular de que la salida de los dientes provoca fiebre, no existe ningún estudio de suficiente calidad que haya demostrado que esta asociación sea cierta. Muchos padres afirman que cada vez que a sus hijos les salen los dientes coincide con un proceso febril, sin embargo, estos suelen coinicidir con procesos infecciosos concomitantes lo que da la falsa creencia de que la fiebre está provocada por los dientes.


Una de las cosas que más me gusta decir a mis pacientes cuando acuden a verme es que prefiero que me lo traigan cuando tiene solo 38ºC pero se encuentra muy decaído a que acudan con 40ºC pero el niño esté pegando botes en el salón. Creo que esta comparación refleja muy bien cómo debería actuar un padre ante la fiebre: paciencia y observar antes el estado general del niño que el número que marque el termómetro.

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

Si te ha gustado lo que has leído, hemos publicado un libro con explicaciones sencillas y amenas sobre las cuestiones de salud más importantes de la infancia. Podéis adquirirlo en puntos de venta habituales o a través de los siguientes enlaces:

Además, en septiembre de 2021 echó a rodar «Sin Cita Previa», un podcast del que somos presentadores y que seguro que también te pude gustar. Puedes escucharlo en:

Os dejamos por aquí unas recomendaciones sobre la fiebre de la Sociedad Española de Urgencias Pediátricas (link).

Visitar a un recién nacido en el hospital

Como pediatras, observamos a diario a madres y padres que acaban de tener un hijo y se encuentran ingresados en el hospital. A menudo vemos como las habitaciones se llenan de familiares y amigos que, con toda su buena intención, vienen a ver cómo se encuentra la madre y a dar la bienvenida al recién nacido.

A pesar de que la llegada de un nuevo bebé a este mundo es siempre un motivo de alegría, debemos saber que antes de visitar a un recién nacido en el hospital hay que tomar una serie de precauciones para que nuestras visitas no resulten molestas ni para la madre ni para retoño, ya que ninguna visita, por muy necesaria que parezca, es imprescindible. Llegado el caso, posponer la visita para un momento distinto en ocasiones puede ser incluso lo más inteligente.

Pregunta SIEMPRE antes de acudir al hospital

Y cuando nos referimos a siempre, es siempre.

Puede que tu tengas la mejor de las intenciones acudiendo al hospital para dar un beso a la madre y un abrazo al padre, pero quizá no sea el momento adecuado. Tras el parto, la madre necesitar descansar, por un lado por el gran esfuerzo físico que significa traer una vida a este mundo y por otro debido a las pocas horas de sueño que suelen tener entre teta y teta o biberón y biberón.

Por ello, es imprescindible que preguntes antes de ir al hospital. Lo más probable es que no haya inconveniente pero merece la pena una llamada para poder organizar las visitas y que no coincidas con otros muchos familiares más en la habitación o mientras que la madre se asea o es visitada por la ginecóloga.

Si los nuevos padres te dicen que es mejor dejarlo para otro momento, no te lo tomes como algo personal. Estoy segura de que estarían encantados de recibirte pero si prefieren que no vayas es mejor no forzar las cosas y quedar como un inoportuno.

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Respeta la organización del hospital

Aunque tu no lo observes, el hospital es lugar de trabajo de mucha gente que vela por la salud de la madre y el nuevo bebé. La gran mayoría de las veces nuestro trabajo, al igual que el de las ginecólogas, enfermeras, auxiliares y demás personal del hospital, es invisible para respetar al máximo la privacidad de nuestros pacientes.

Sin embargo, hay una serie de cosas que debemos hacer a lo largo del día encaminadas a comprobar que todo sigue en orden. Por ello es muy importante que cuando alguno de nosotros entre en la habitación -ya sea para darle algo de medicación a la madre, ponerle el termómetro al bebé o simplemente para preguntar que tal han pasado la noche- respetes nuestro trabajo y no interrumpas lo que tenemos que hacer. Cuanto antes terminemos antes nos iremos de la habitación y podréis seguir disfrutando de la compañía mutua.

Además, en caso de que la ginecóloga o la pediatra vaya a explorar a la madre o al bebé, debéis abandonar la habitación por respeto a la intimidad de ambos. Esto que parece tan lógico cuando la ginecóloga tiene que revisar el canal del parto o la cicatriz de una cesárea debe también aplicarse a los recién nacidos ya que ellos también tienen intimidad, y siempre es mejor pecar de prudente que recibir una «sugerencia» a esperar en el pasillo por parte del personal sanitario.

Por otro lado, en el hospital hay muchas otras madres y bebés ingresados, además de otros pacientes con patologías muy variadas. Esto es importante porque puede que en la habitación de al lado de la que estás visitando haya alguien que lo está pasando mal o que necesite descansar, así que, en cualquier caso, intentad ser lo más discretos posibles y no arméis mucho ruido.

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No hace falta coger al bebé ni darle besos

Y dirás, ¿entonces para qué voy al hospital?

Pues simple y llanamente par felicitar a esos padres recién estrenados la llegada de su nuevo hijo. Sin embargo, no es obligatorio coger al bebé ni llenarlo de besos. De hecho, si no lo haces mejor que mejor.

Cierto es que todos somos muy cariñosos con los recién nacidos y se nos cae la baba cuando los miramos, pero esto no implica que debamos aplacar nuestras necesidades de achucharlos sí o sí. Piensa que un recién nacido poco necesita más allá de los brazos de sus padres, alimentarse, dormir y que lo aseen.

En cualquier caso, pregunta a la madre ante de hacerlo y, si no le parece mal, recuerda lavarte las manos siempre antes de hacerlo.

Si estás enfermo, deja la visita para otro momento

Y cuando me refiero a enfermo significa que incluso con un poco de moco o tos puede que acabes contagiando al bebé.

Como bien sabrás, un simple catarro puede ser algo muy grave en un recién nacido y seguro que no quieres ser tu la persona a la que luego dirijan las críticas por haber acudido al hospital estando enfermo.

Como decíamos al principio, ninguna visita es imprescindible para la madre o el niño, así que si crees que puedes contagiar al bebé es mejor que pospongas la visita hasta que te hayas recuperado.

Dentro de este saco de personas enfermas, hay que tener mucho ojo con los niños que acuden a ver al recién nacido. Todos sabemos que un niño pequeño suele estar cargadito de mocos por lo que su visita a un recién nacido -ya sea en casa o en el hospital- se puede volver de lo más inoportuna. Si tu hijo está enfermo, deja mejor la visita para otro momento, quizá en un paseo por el parque en el que el bebé irá en carro y tus hijos podrán correr a sus anchas, reduciendo mucho la probabilidad de contagio.

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Menos es más

En cualquier caso, es mejor una visita corta de cortesía que una visita larga e interminable. La madre no está para atenderte a ti, en todo caso está para recibir tu cariño. Muchas veces con una visita corta de 10-15 minutos es más que suficiente porque, como ya te dije antes, la madre también tiene que descansar y es muy probable que reciba varias visitas además de la tuya.

Otro tema importante en el que menos es más son los regalos que le puedas llevar a los nuevos padres. No hace falta agasajarles con un peluche gigante o con un tarta de pañales enorme que no les quepa en el coche. Te recomiendo que revises este post sobre qué regalos no deberías hacer nunca a un recién nacido que escribimos hace tiempo. En cualquier caso es mejor preguntar a los padres si necesitan algo, y en caso de que te digan que no necesitan nada, es preferible un detalle pequeño o algo de dinero para sufragar el precio de las vacunas que debe recibir el niño durante los primeros años de vida.


Por último, aunque nos hemos referido a la visita al hospital, la mayoría de estas reglas se pueden aplicar a las visitas que podáis hacer a un recién nacido durante las primeras semanas de vida cuando ya esté en su casa, así que ¡¡aplicaros el cuento!!

El primer año de guardería, un reto para la paciencia de los padres

Guardería

Fuente: Pixabay

Antes de empezar y para que no os asustéis, el sistema inmune de vuestros hijos saldrá airoso de la inmensa mayoría de infecciones a las que se va a enfrentar en el primer año de guardería. Otra cosa será vuestra paciencia… Pero para eso estamos aquí, para mostraros lo que va a pasar en este periodo de la vida de vuestros hijos lleno de fiebres, catarros, gastroenteritis y manchas en la piel.

La gran mayoría de los niños acaba acudiendo a la guardería antes de entrar al colegio «de los mayores». Dependiendo de la exigencia laboral de los padres, el apoyo de los abuelos o, simplemente, de los deseos de esos padres de descansar de sus hijos unas horas al día, algunos lo harán desde los 6 meses de edad y otros con 1 o 2 años de vida. Al final, todos tendrán que pasar por ese trance que supone entrar en contacto con otros niños y la posibilidad de contagiarse de múltiples infecciones.

Este hecho, el que un niño se ponga malo muchas veces durante el primer año de guardería es tan común que hasta se le ha bautizado con un nombre: el síndrome de la guardería, y hace referencia a la impresión que tienen los padres de que sus hijos están siempre enfermos.

¿Cuántas veces se pone enfermo un niño en su primer año de guardería?

Aunque parezca mentira, un niño que acude a la guardería por primera vez se contagia de media de unos 10-12 procesos infecciosos. La gran mayoría (90-95%) están provocados por virus y entre ellas, las infecciones de las vías respiratorias altas -también llamadas catarros– son las que vemos con más frecuencia.

Enfermedades como la gastroenteritis, la bronquiolitis, la gripe, la otitis y la faringitis son otras infecciones que suelen pillarse con mucha frecuencia los niños que acuden a guardería. La gran mayoría de estas infecciones se curarán solas con el paso del tiempo aplicando un tratamiento sintomático y sin tomar antibiótico. Además de estas infecciones con nombres vulgares, existen otras con nombre propio como la varicela, el pie-mano-boca o el megaloeritema, infecciones a las que nosotros llamamos Sospechosos Habituales.

¿Y por qué se pone tanto enfermo un niño que acude a guardería por primera vez?

Aquí hay tres factores muy importantes a tener en cuenta.

Por un lado, el propio niño. Un crío que no haya ido nunca a guardería (y que no tenga hermanos mayores que le puedan contagiar…), nunca o casi nunca se habrá puesto enfermo. Esto hace que el sistema inmune, esa parte de nuestro organismo que nos defiende de las infecciones, no haya entrado en contacto con la gran mayoría de los virus que campan a sus anchas en una guardería y por tanto, cuando ese niño se expone por primera vez a una de esas infecciones con las que no ha tenido contacto, se contagie y caiga enfermo con mucha probabilidad. Con el paso de los meses, vuestro hijo habrá «pasado» un montón de virus dejando un recuerdo en el sistema inmune que evita, en la mayoría de los casos, que caiga enfermo por las mismas infecciones cuando se vuelve a encontrar con ellas.

El otro factor importante es el ambiente. La guardería es el lugar perfecto para que un virus se expanda. De hecho, se calcula que cuando una infección de este tipo la padece un niño de la guardería, hasta el 70% de sus compañeros se acaba contagiando. Esto ocurre porque en una guardería los niños están en un contacto muy estrecho durante muchas horas al día compartiendo juguetes o, incluso, chupetes y vasos de agua.

En más de una ocasión os hemos explicado que la forma de transmisión de los virus es básicamente por dos mecanismos: a través del contacto con las secreciones (mocos, saliva, heces…) de un niño enfermo o por inhalación de unas microgotitas que mandamos al ambiente cuando estamos enfermos al toser o al hablar. Como ya hemos dicho, los niños en una guardería están en un contacto tan estrecho que hace inevitable que «compartan» secreciones con otros niños y se acaben contagiando.

El último factor determinante es el frío ya que, la gran mayoría de estas infecciones ocurren durante los meses fríos del año (en el hemisferio norte de octubre a marzo) por lo que es mucho más probable que estas enfermedades aparezcan cuando vuestros hijos estén en periodo escolar y os den una tregua en verano.

La paciencia de los padres a prueba: «mi hijo siempre está enfermo»

Hasta ahí todo bien. Seguro que estás pensando que 10-12 episodios infecciosos en un año no son para tanto. Sin embargo, hay que tener en cuenta lo que dura cada proceso para darse cuenta de la cantidad de días que vuestros hijos estarán con fiebre, tos y mocos a lo largo del año. Veamos…

Un catarro viene a durar unos 15-20 días. De estos, los 3-5 primeros días suelen ir acompañados de fiebre mientras que durante el resto del tiempo, son los mocos y la tos los predominantes. Echemos cuentas: 15 días por cada proceso infeccioso y 10 procesos al año…. nos salen alrededor de 150 días al año en los que el niño tiene mocos. ¿No te haces a la idea de cuántos son?, pues son 5 meses enteritos, vamos, la mitad del año con el niño con las «velas» puestas. También ten en cuenta que tendrán fiebre unos 30-50 días.

No te queremos asustar porque, como ya hemos dicho al principio, la gran mayoría de estas infecciones son banales y se curarán solas. La dinámica habitual durante estos procesos es que tu hijo se ponga enfermo y se recupere al cabo de una o dos semanas, pase bien uno o dos días y vuelva a caer enfermo. Ahí es donde entra en juego la paciencia de los padres ya que a muchos de ellos les dará la sensación de que su hijo está siempre enfermo y que no sale de una para meterse en otra.

Y no os falta parte de razón ya que durante el invierno los niños están siempre con mocos, os lo decimos por experiencia tanto profesional como personal, y tener que lidiar con el cuidado de un niño que está enfermo agota a cualquiera.

«Muy bien doctora, pero yo creo que a mi hijo le pasa algo y quiero que me mande algo para que no se contagie tanto…»

A medida que vayan pasando los meses y vuestros hijos se contagien de casi todo lo que ronde por la guardería, muchos de vosotros os preguntaréis si no será que todo esto se debe a alguna enfermedad de base o una carencia nutricional que predispone a vuestros hijos a caer enfermos.

Cierto es que estas enfermedades que predisponen a padecer infecciones existen pero son muy raras. Además de fiebre, mocos y tos, se acompañan de otros síntomas como perdida de peso, mal estado general, mala coloración de la piel. Son enfermedades  que requieren medidas especiales (empleo frecuente de antibióticos, ingresos hospitalarios…) para solucionar esas infecciones que en otros niños no son más que catarros que se solucionan solos…

Por eso es muy importante que en caso de duda consultéis con vuestro pediatra. Con una buena historia y una exploración física somos capaces de descartar la gran mayoría de esas enfermedades y deciros que lo que le pasa a vuestros hijos, en el caso de que caiga enfermo con frecuencia, es algo normal.

Por desgracia, no existe ninguna medicina que aumente las defensas de vuestros hijos y evite ese camino por el que la mayoría tienen que pasar. Seguro que habréis oído de boca de otros padres de la guardería o leído en otros sitios que tal complejo vitamínico va de maravilla o que la homeopatía es el complemento perfecto. Nada más lejos de la realidad. Ninguno de ellos ha demostrado ser eficaz para prevenir ningún tipo de infección y además no están exentos de efectos secundarios, así que mejor no os planteéis emplearlos en vuestros hijos. Por nuestra parte solo podemos recetaros paciencia.

En otras ocasiones, los padres acuden al pediatra sorprendidos por que el moco de sus hijos, que inicialmente era trasparente, se haya vuelto amarillo y luego verde, como soléis decir vosotros «con aspecto de infectado». Como ya os contamos en otro post, el color verde del moco aparece porque las defensas del cuerpo están luchando contra el virus que lo provoca y no porque esté surgiendo una complicación. Así que de nuevo, paciencia…

¿Y qué puedo hacer yo como madre/padre para evitar que mi hijo se contagie tanto?

Como ya os hemos dicho, es prácticamente inevitable que vuestro hijo se contagie durante el primer año de guardería de un montón de enfermedades. Sin embargo, hay una serie de medidas que puedes aplicar para que se contagie lo menos posible:

  • Lava bien las manos, las tuyas y las de tus hijos, sobre todo después de limpiarle los mocos o cambiarle el pañal.
  • Utiliza pañuelos desechables para limpiar los mocos de los niños.
  • Enseña a los niños a taparse la boca con el codo al toser (nunca con las manos).
  • Limpia bien los chupetes o juguetes que haya llevado tu hijo al colegio para librarlos de babas ajenas.
  • Mientras tu hijo tenga fiebre es muy adecuado que se quede en casa descansando.
  • Respeta los periodos de exclusión escolar para que tu hijo no contagie a otros niños.
  • Vacuna a tu hijo, muchas de las enfermedades de las que nos protegen las vacunas son típicas de la infancia y es en las guarderías y en los colegios en donde se suelen contagiar los niños.

A medida que tu hijo se vaya haciendo mayor verás que es menos frecuente que caiga tantas veces enfermo. El segundo año de guardería es siempre mejor que el primero y el tercero ya os soléis olvidar de cómo se ponía un termómetro. Así que tened paciencia, el camino a recorrer es largo pero al final llega el verano y los mocos se van para dejarnos descansar durante un par de meses y volvernos a visitar con el inicio de un nuevo año escolar.

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

Si te ha gustado lo que has leído, hemos publicado un libro con explicaciones sencillas y amenas sobre las cuestiones de salud más importantes de la infancia. Podéis adquirirlo en puntos de venta habituales o a través de los siguientes enlaces:


BONUS: el año pasado en Twitter relatamos minuto a minuto un episodio febril de uno de nuestros hijos. Sin querer dar lecciones nadie, os lo dejamos por aquí por si os apetece leerlo, quizá aprendáis algo de cómo se debe actuar ante la fiebre de un niño a través de la experiencia de un par de pediatras que también son padres.

La sangre del cordón umbilical, ¿donación pública o banco privado?

Es frecuente que, cuando se acerca la fecha de parto, nuestros amigos que están esperando un bebé nos pregunten si deberían o no guardar la sangre del cordón umbilical en un banco privado. Es una pregunta que resulta difícil de contestar porque, aunque nosotros siempre hemos tenido muy claro que la donación pública es la mejor opción, en muchas ocasiones lo que buscan nuestros amigos es una justificación al margen del marketing de las empresas, para terminar de tomar una decisión que en ocasiones ya tienen pensada antes de llamarnos.

En este post encontrarás información sobre la sangre de cordón umbilical y cuáles son las ventajas de guardarla. Te expondremos la realidad actual sobre los bancos privados para su almacenamiento así como por qué resulta tan útil y necesaria la donación pública para que pueda ser utilizada por cualquier enfermo que necesite un trasplante de médula.

La sangre de cordón umbilical, fuente de células madre

Las células madre hematopoyéticas son aquellas células con el potencial de convertirse en cualquier célula sanguínea. En adultos se encuentran sobre todo en la médula ósea de los huesos y también, en escasa cantidad, en sangre periférica. Esto hace que, en caso de necesitar «recolectarlas», el proceso de extracción sea difícil.

Sin embargo, la sangre del cordón umbilical es muy rica en este tipo de células. Como sabéis, tras el nacimiento de un niño, se debe pinzar el cordón umbilical para separarlo de su madre. Toda la sangre que queda en la parte del cordón que ya no está unida al niño y la placenta se puede recolectar de manera muy sencilla sin que suponga un riesgo para el niño o la madre.

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La sangre del cordón umbilical es rica en células madre. Tras el pinzamiento pueden recogerse de forma sencilla. Fuente: Fundación Josep Carreras contra la Leucemia.

Esto convierte a la sangre del cordón en un bien muy preciado ya que esas células madre forman parte del tratamiento de muchas enfermedades graves como algunas leucemias y linfomas. De hecho, a día de hoy, se ha empleado la sangre de cordón como parte del tratamiento de unas 70 enfermedades distintas. Además, existen líneas de investigación en los laboratorios más avanzados del mundo sobre qué otras enfermedades pueden beneficiarse de su uso.

La recogida de la sangre de cordón debe realizarse en el momento del parto (y solo en ese momento), por lo que la decisión de qué hacer con ella debe estar tomada antes de dar a luz.

Tras la recolección mediante un kit especial, la sangre del cordón se envía a un laboratorio donde se realiza un análisis de la cantidad de células madre y su calidad tras el cual se decide si son suficientes y merece la pena guardarlas o, por el contrario, son pocas y lo más adecuado es desecharlas. Todos los bancos de sangre de cordón, ya sean públicos o privados, debe cumplir con la legislación vigente, que en nuestro país en concreto corresponde con el Real Decreto-ley 9/2014.

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El análisis de la calidad y la cantidad de la sangre de cordón se realiza antes de su almacenamiento. Solo las muestras óptimas pasan a la fase de conservación, el resto se desechan.

¿Para qué sirven las células madre de sangre de cordón umbilical?

Las células madre, tanto las recogidas del cordón umbilical como las que se podrían obtener de un donante de médula ósea adulto, son el principal componente de lo que se conocen como «trasplante de médula». Si somos estrictos, deberíamos llamarlos trasplante de progenitores hemotopoyéticos, ya que la fuente de esas células madre no es siempre la médula ósea, como en el caso de la sangre del cordón umbilical.

Estos trasplantes forman parte del tratamiento de muchas enfermedades, la mayoría de ellas graves. Algunos ejemplos son los cánceres de la sangre (como las leucemias y los linfomas) o enfermedades genéticas como las talasemias y las anemias congéntias.

En todas ellas, y a grosso modo, lo que se pretende con estos trasplantes es sustituir las células «malas» del paciente que están dando lugar a la enfermedad por unas nuevas y sanas. Dicho en otras palabras, sería quitar el trigo enfermo de un campo para sustituirlo por unas nuevas semillas que, con el paso de los días, darán lugar a una cosecha nueva y sana. Pero ojo, para poder utilizar la sangre de cordón de algún bebé o las células madre de un adulto, tanto el donante como el receptor deben ser compatibles. Esto último hace que buscar un donante sea complejo, ya que en muchas ocasiones no existe un donante compatible para el enfermo en cuestión, sea un familiar o un donante anónimo.

Parece que la conclusión de todo lo anterior sale sola, ¿no?: debemos guardar la sangre de cordón de los recién nacidos por si en un futuro puede servir para un trasplante. La siguiente pregunta entonces sería: ¿son los bancos privados la mejor opción o debería optar por la donación pública?. Vayamos por partes.

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Banco de almacenaje de sangre de cordón umbilical. Fuente: Fundación Josep Carreras contra la Leucemia

Los bancos privados de sangre de cordón

Si volvemos al inicio de este texto, nos encontramos con una pareja que va a tener un hijo y que nos preguntaba que qué podían hacer con la sangre de cordón de su futuro bebé. La mayoría de estos padres han leído o alguien les ha comentado que existe la posibilidad de guardar de forma privada la sangre de su propio cordón umbilical. Muchos de ellos, tras consultar la página web de las empresas que ofrecen este servicio, suelen buscar una opinión profesional al margen del markenting o los intereses comerciales.

Los bancos privados ofrecen un servicio que consiste en el almacenaje y conservación de las células madre de sangre de cordón durante 20 o 30 años. El procedimiento es muy sencillo. A los futuros padres se les envía un kit con el material médico necesario para la recogida de la sangre y una caja para el envío de la misma. Tras el parto, el ginecólogo recoge la sangre en una bolsa, la cual se introduce en la caja de transporte. Sobra decir que este sistema está lo suficientemente probado para que la sangre no se estropee durante el envío.

Una vez que la sangre llega al banco privado, el laboratorio analiza la calidad y cantidad de las células madre y decide, como ya hemos explicado, si merece la pena guardarlas o por el contrario, no servirían para un futuro tratamiento.

Al ser una recogida privada, la muestra es propiedad de los padres y, cumplidos los 18 años, del niño del que procede la sangre. Esto garantiza que solo ellos pueden disponer de ella en caso de que se plantee la necesidad de un tratamiento en algún familiar compatible.

El precio de todo el proceso (envió del kit, análisis, conservación…) de estos bancos oscila entre los 1.300 y 1.500€.

La donación pública del cordón umbilical

Además de la opción privada, los futuros padres pueden optar por la donación pública de la sangre de cordón umbilical.

En estos casos, la recogida se realiza de la misma forma que la anterior. Debes avisar con anterioridad a tu ginecólogo para que lo sepa antes del momento del parto ya que hay que firmar unos papeles y cumplir una serie de requisitos (tener más de 18 años, que el embarazo sea normal y el parto trascurra sin incidencias).

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Ejemplo de consentimiento informado de donación publica de sangre de cordón.

El receptor de la sangre es un laboratorio y banco de gestión pública (por ejemplo, en Madrid es el Centro de Transfusión que depende de la Consejería de Sanidad). Estos realizan el análisis y, en caso de que las células madre sean suficientes, las almacenan pasando a formar parte del Registro de Donantes de Médula Ósea (REDMO), creado por la Fundación Josep Carreras en 1991. Hay que tener en cuenta que algo más de la mitad de las muestras recibidas en un banco de sangre de cordón (ya sea público o privado) se desechan debido a que no contienen las células suficientes para que puedan ser utilizadas o simplemente están contaminadas.

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Kit de recogida de sangre de cordón: consiste en un sistema con un aguja que se pincha en el cordón umbilical una vez que esté separado del niño. La sangre pasa directamente a una bolsa. Además hay un par de tubos y un bote para poder hacer los análisis de calidad de la muestra.

Este registro es el que se consulta cuando alguien, en cualquier parte del mundo, necesita un trasplante, siempre de forma anónima. En la actualidad se han realizado más de 8.500 trasplantes gracias a él (la mayoría de ellos procedentes de médula ósea pero también muchos de sangre de cordón).

La donación pública no tiene ningún coste para el donante y, llegado el momento, tampoco para el receptor del futuro trasplante. Puedes optar por ella tanto en un hospital público como en uno privado. En estos últimos, a pesar de realizarse en un hospital privado, el coste del proceso de recogida lo asumen las diferentes entidades públicas que se encargan de su gestión posterior. Puedes consultar la lista de hospitales y maternidades -tanto públicos como privados- en los que está disponible la donación pública de sangre de cordón en este link.

¿Banco privado o donación pública?

En la actualidad, tanto la Organización Nacional de Trasplantes como la Unión Europea dudan de la utilidad del almacenamiento privado de la sangre de cordón, ya que la probabilidad de que un paciente necesite un trasplante autólogo (es decir, utilizar su propia sangre para un trasplante) es extremadamente baja.

Esto se debe a que la gran mayoría de las enfermedades que requieren un trasplante (leucemias, enfermedades congénitas…) tienen una base genética, por lo que dichas alteraciones podrían estar ya presentes en la sangre de cordón. Esto descarta la sangre almacenada como posibilidad para el propio niño o para cualquier otro paciente. Para que te hagas una idea, en la actualidad solo se han realizado 9 trasplantes de sangre de cordón empleado la sangre del propio paciente frente a los más de 20.000 efectuados a nivel mundial con el método clásico (sangre de un donante para un receptor). De hecho, si un niño tiene una leucemia (independientemente de que tenga la sangre de su cordón guardada en un banco privado) tendrá que recurrir a la red pública de donantes en caso de necesitar un trasplante.

Unidad de sangre de cordón umbilical

Sangre de cordón umbilical preparada para su conservación. Fuente: Fundación Josep Carreras contra la Leucemia

Otro caso muy distinto es lo que se conoce como donación dirigida. Esta consiste en conservar la sangre de manera «privada» para ser utilizada en un familiar que ya está enfermo bajo una indicación médica. En estos casos, el almacenamiento se puede realizar en un banco público sin ningun coste.

También es justo decir que hay líneas de investigación en desarrollo que quizá en un futuro puedan encontrar alguna utilidad a la sangre de cordón para el propio paciente (trasplante autólogo). Pero de momento esto es medicina-ficción. Todos somos muy dueños de utilizar nuestro dinero en lo que creamos conveniente, pero también hay que saber que, por el momento, el almacenamiento privado es muy poco rentable desde el punto de vista médico.

Por todo lo anterior, la Organización Nacional de Trasplantes desaconseja el almacenamiento privado y contempla la donación publica como la única opción con verdadera utilidad médica. Nosotros somos de la misma opinión ya que, a día de hoy, donar el cordón es la única opción útil avalada por la ciencia.

De hecho vamos un poco más allá. Si todos donáramos la sangre de cordón de nuestros hijos estaríamos aumentado las posibilidades de encontrar un donante compatible a los enfermos que están «en búsqueda» en espera de un trasplante.  Ser donante es altruista y solidario, y además, no cuesta nada. No hay mejor manera de traer a un niño a este mundo que donando su sangre de cordón. Quién sabe si en el futuro seremos nosotros mismos o algún familiar cercano el que necesite un trasplante, si por algún motivo ese día llega, ojalá todos tengamos un donante compatible.


Con el post de hoy no hemos querido aleccionar a nadie pero sí creemos en un mundo en el que la gente hace las cosas de forma desinteresada sin que unos miles de euros marquen la diferencia. Nosotros con nuestros dos hijos optamos por la donación pública de cordón. Siempre podremos contarles cuando sean un poco más mayores que hay sangre suya por ahí guardada esperando para ayudar a otro niño.

Fuentes:

Las imágenes de este post identificadas con el crédito «Fundación Josep Carreras contra la Leucemia» están protegidas por derechos de propiedad intelectual y pertenecen a la Fundación Internacional Josep Carreras, la cual ha cedido dicho material gráfico bajo consentimiento expreso para esta publicación.

El meningococo: ¿por qué hay varias vacunas?

Un motivo frecuente por el que nos llaman familiares y amigos es porque se hacen un lío con las vacunas del meningococo. Esto se debe a que existen varios tipos de meningococo (conocidos como serogrupos) y, por tanto, existen diferentes vacunas para prevenir las enfermedades que provocan.

En este post encontrarás información útil sobre las diferentes vacunas que existen para el meningococo, cuáles son las indicaciones y cuál debe ser la pauta de vacunación en cada una de ellas.

¿Qué enfermedades provoca el meningococo?

Antes de empezar, pongámonos en contexto. La enfermedad meningocócica es una enfermedad grave, tan grave que la mortalidad de esta infección se acerca al 10% en niños y hasta un 25% en adultos y adolescentes. Esto, en medicina, es muchísimo. Además, el 10-30% de los supervivientes desarrolla secuelas graves.

La forma de presentación clásica es como sepsis meningocócica o meningitis. Ambas cursan con fiebre, mal estado general y, en muchas ocasiones, unas manchas en la piel que al apretarlas no desaparecen (las temidas petequias). La evolución suele ser muy rápida, incluso fulminante, lo que da lugar a que en muchas ocasiones el tratamiento se inicie más tarde de lo deseado para poder salvar la vida del paciente. Lo que justifica la alta mortalidad de la enfermedad.

Por fortuna, la incidencia (el numero nuevo de casos de enfermedad meningocócica al año) en España es bajo. En 2016 se detectaron 0,56 casos por cada 100.000 habitantes (unos 250 casos si hablamos en números absolutos), casi la mitad de los que se diagnosticaban en 2012.

En parte se debe a que en en España existe una alta tasa de vacunación.

¿Cuántos tipos de meningococo existen?

El meningococo (o Neiseria meningitidis por su nombre técnico) es una bacteria de la que se han descrito 12 serogrupos diferentes. Los médicos nos referimos a ellos mediante letras. De entre todos ellos, solo 6 pueden infectar a humanos, en concreto los serogrupos A, B, C, X, W e Y. Por fortuna, para todos ellos existen vacunas.

En la mayoría de los países de Europa, los serogrupos más frecuentes (y casi exclusivos) son el B y el C, como sucede en España. De hecho, en nuestro país, el 77,5% de los casos en niños de enfermedad meningocócica durante la temporada 2015-2016 se debió al serogrupo B.

Sin embargo, en determinados países como Inglaterra, se ha detectado un incremento de los casos por los serogrupos W e Y. Esto es importante ya que la indicación de una vacuna no tiene por qué ser la misma en nuestro país que en otro de nuestro entorno.

¿Quién padece la enfermedad?

La gran mayoría de las personas que sufren una enfermedad por meningococo son niños. Lo más frecuente es que se trate de menores de un año, seguidos de cerca por el grupo de los niños entre 1 y 4 años de edad.

Sin embargo, el reservorio mayoritario de la enfermedad es un reducido grupo de adolescentes y adultos jóvenes. Esto significa que son portadores del meningococo en su garganta sin llegar a padecer la enfermedad, pero si que son capaces de transmitirlo a otras personas.

De ahí la importancia de la vacunación en niños pequeños para que, en el hipotético caso de entrar en contacto con algún portador de la bacteria, no llegaran a desarrollar la enfermedad.

¿Qué vacunas existen para el meningococo?

Actualmente existen tres tipos diferentes para cubrir a los serogrupos de meningococo a los que nos hemos referido:

  • Contra el serogrupo C.
  • Contra el serogrupo B.
  • Contra los serogrupos A, C, W e Y.

Como hemos dicho, las indicaciones para cada una de ellas son diferentes, a esto se suma que algunas de ellas están subvencionadas por el Sistema Nacional de Salud mientras que el coste de otras debe ser afrontado por los padres. Analicémoslas una a una.

Vacuna contra el Serogrupo C

Esta vacuna está incluida en todos los calendarios de las comunidades autónomas de España y, por tanto, financiada por el Sistema Nacional de Salud desde hace ya muchos años. Existe una amplia experiencia con ella y es empleada a nivel europeo por una gran cantidad de países.

La pauta de vacunación que siguen los calendarios oficiales consiste en tres dosis: dos de ellas a los 4 y 12 meses y un recuerdo a los 12 años de edad. Por tanto, todos los niños y adolescentes de nuestro país deberían recibirla.

Vacuna contra el Serogrupo B

A diferencia de la anterior, esta vacuna no está incluida en el calendario financiado por lo que el gasto debe ser afrontado por las familias. La experiencia con esta vacuna en España es de varios años, sin embargo, no ha sido hasta el calendario de vacunación de 2018 propuesto por el Comité Asesor de Vacunas de la AEP, en el que la recomendación de la vacunación se ha convertido en universal para todos lo niños empezando su administración a partir de los 2 meses de edad. Esperemos que pronto sea incluida en el calendario financiado como ya ha solicitado la propia AEP.

La pauta de vacunación es distinta según la edad de inicio de la primera dosis, es decir, no es lo mismo iniciar la vacunación con 2 meses (el niño recibiría 3 dosis) que con 2 años (solamente dos dosis). Para no liar las cosas debido a la complejidad de las diferentes pautas, lo mejor que puedes hacer es consultar con tu pediatra si tienes decidido vacunar a tu hijo con esta vacuna. Si te quedan dudas puedes consultar este post que escribimos hace tiempo sobre ella.

Por último, en España están comercializadas dos vacunas diferentes contra el meningococo B: Bexsero y Trumenba. La primera de ellas está autorizada desde los dos meses de edad, mientras que la segunda puede utilizarse en los mayores de 10 años.

Vacuna contra los Serogrupos ACWY

Esta es la vacuna más «novedosa» ya que se incluyó en calendario por primera vez en el año 2018. Desde la actualización de calendario de 2019, el Comité Asesor de Vacunas de la AEP recomienda la vacunación universal de todos los niños con una dosis a los 12 meses y otra a los 12 años. Y especialmente en determinadas circunstancias:

  • Adolescentes mayores de 14 años que vayan a residir en países en donde esta vacuna se administra de forma sistemática, es decir EEUU y Reino Unido.
  • Niños a partir de las 6 semanas de edad que vayan a viajar a países con alta incidencia por estos serogrupos.

La pauta de vacunación es una sola dosis para los mayores de un año y dos dosis para los menores de 12 meses (con al menos 2 meses de separación entre ellas). Además de un recuerdo a los 12 años de edad.

Actualmente están comercializadas dos vacunas contra los serogrupos ACWY, Nimenrix (que se puede administrar desde las 6 semanas de vida) y Menveo (autorizada en mayores de 2 años). En Marzo de 2019 en Ministerio de Salud español aceptó incluir esta vacuna en calendario financiado con una dosis a los 12 años. Puedes leer más sobre ella en este post que escribimos hace unos meses (link).


Después de este repaso a todas las vacunas que existen contra el meningococo, lo que debes hacer es hablar con tu pediatra de cuáles son las que debes administrar a tus hijos dependiendo de sus propias circunstancias.

Sobra decir que desde Dos Pediatras en Casa recomendamos la vacunación como una de las estrategias más importantes para promover la salud de los niños.

Si te gusta lo que has leído, hemos publicado un libro con explicaciones sencillas y amenas sobre las cuestiones de salud más importantes de la infancia. Sale a la venta en librerías y puntos de venta habituales el 13 de enero de 2021, pero la preventa ya está activada:

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Os dejamos por aquí el calendario oficial vigente de la AEP (enero 2021):

NOTA: Dos Pediatras en Casa no ha recibido ningún tipo de gratificación por realizar esta entrada del blog.

La imagen de cabecera del post pertenece a el banco de imágenes torange.biz bajo una licencia  CC BY 4.0.

El cansancio de los niños al final del verano

Se acerca el final del verano y algunos padres acudirán a las consultas de pediatría porque no ven «bien» a sus hijos y creen que están enfermos. A diferencia de lo que ellos esperarían tras un periodo vacacional de casi tres meses, encuentran muy cansados a sus hijos y, en muchos casos, presentan dificultades a la hora de conciliar el sueño o simplemente no rinden como sus progenitores esperarían.

Por fortuna, los pediatras conocemos de sobra esta situación y sabemos cómo actuar ante este tipo de «patología». En este post te contamos los intringulis de por qué algunos niños están más cansados al acabar el verano.

Parte de este post ha sido elaborado con los datos de una encuesta que planteamos hace unos días en Twitter (puedes ver los resultados en este link) en la que participaron cerca de 2.000 personas.

«Al principio del verano mi hijo estaba a tope, pero desde hace unas semanas está cada vez más cansado e irritable…»

Esta frase suele ser lo primero que nos cuentan los padres al llegar a la consulta de pediatría, preocupados porque encuentran a sus hijos más cansados de lo que ellos esperarían tras el descanso de los meses de verano. Es un tipo de consulta que se repite año tras año en niños de todas las edades con un pico en aquellos en edad preescolar (de 2 a 6 años).

El relato de la historia de este cansancio suele ser siempre la mismo. Al inicio del verano los niños se encontraban espléndidos, con ganas de hacer de todo, con una energía descomunal. Estos niños eran capaces de realizar todas las actividades que los adultos les propusiéramos: piscina, campamentos de verano, largos paseos por la montaña, playa de sol a sol…

Los adultos sabemos que si ese ritmo nos lo aplicaramos a nosotros mismos tardaríamos una o dos semanas en caer rendidos y necesitaríamos varios días de descanso sin movernos del sofá para recuperarnos. Sin embargo, los niños son capaces de recuperarse con una siesta ligerita después de comer o un plácido sueño nocturno y continuar con ese ritmo agotador al que les hemos sometido para mantenerles entretenidos en verano.

Pero todo tiene un límite y ahí esta el quid de la cuestión.

La exigencia física de un niño tiene un límite

Como os decíamos, todos -adultos y niños- tenemos un límite en lo que al cansancio físico se refiere.

Los niños necesitan descansar para poder afrontar el día a día. A lo largo del año escolar, los padres tenemos muy interiorizado que los niños deben cumplir unos horarios para que las cosas vayan rodadas: por la tarde se juega hasta las 20.00h, luego el baño, cena a las 21.00h, cuentos varios a las 21.30h y a las 22.00h todos dormidos. Sin embargo, en verano somos más flexibles y solemos levantar la mano, en el fondo son vacaciones y hacemos excepciones.

Este plan «perfecto» que seguimos en época escolar (con las variaciones propias de la edad de vuestros hijos) se acopla a la exigencia física del niño en su día a día. Sabemos que si en la guardería o el colegio han tenido una clase de educación física y por la tarde han realizado una actividad extraescolar será más fácil dormirles por el cansancio que presentan. Si nos salimos de ese plan (cosa que suele ocurrir los fines de semana) la cosa se empieza a desmadrar y se traduce en niños cansados que no rinden como los padres esperan.

Durante el verano, los padres planeamos un montón de actividades que en algunas ocasiones acaban agotando las reservas de energía de nuestros hijos. Por fortuna, los niños tienen una alta capacidad de recuperación y aguantan lo que les echemos encima día tras día.

En la encuesta que os mencionábamos, en la que participaron cerca de 2.000 padres, muchos confesaban que la rutina de descanso de sus hijos durante el verano era diferente respecto al resto del año: niños que se acostaban más tarde por la noche (cerca del 90%), que se levantaban más tarde por las mañanas (entorno al 80%) y que además lo hacían sin un horario fijo (cerca del 90% de los encuestados respondió a esta pregunta de forma afirmativa) o niños que dormían más siesta de lo habitual (un 21%)…

Junto a esta alteración en las rutinas de descanso de nuestros hijos, según la encuesta, también se alteran tanto los horarios (67%) como la «calidad» de las comidas (45%). La comida es una rutina muy importante que si se pierde puede alterar los ritmos del día a día del niño. Por ello, estas variaciones respecto al resto del año influyen negativamente en el descanso de los niños.

El 15% de los padres encuentra a sus hijos más cansados que al inicio del verano

Estos datos vendrían a confirmar que esas rutinas se pierden en esta época del año, lo que al final se traduce en un tiempo de descanso inadecuado para los niños.

Además, tenemos que tener en cuenta que en verano hace calor, lo que convierte en más exigente cualquier actividad física que realicemos.

Pero todo tiene un límite. Hasta un 15% de los encuestados respondió que encontraba a sus hijos más cansados que al inicio del verano.

Con el paso de los días y las semanas los niños van acumulando cansancio y llega un momento en que no son capaces de recuperarse con el descanso que les proporciona la noche.

Esto se traduce en niños que duermen mal (uno de cada tres encuestados reconocía que les costaba más dormir a sus hijos que en otras épocas del año), que no realizan con alegría o energía las actividades del día a día, incluso niños que prefieren no hacer nada a salir a jugar un rato con los amigos. En los niños más pequeños estos síntomas se traducen en irritabilidad ante cualquier motivo con llantos y rabietas que antes no ocurrían, mientras que en los niños mayores podemos encontrar síntomas físicos como dolores de cabeza al caer la tarde.

Un dato llamativo de la encuesta fue que algo más del 50% de los padres se encontraban más cansados al final del verano. Has leído bien, los padres, no los hijos. Esto que parece la parte cómica de la encuesta tiene mucha importancia ya que un padre cansado es un padre con poco aguante y menos tolerante frente al cansancio de su propio hijo. Esto, a la postre, podría magnificar la percepción del cansancio de su propio hijo pudiendo ofrecerle una visión equivocada de que su hijo en vez de cansado se encuentra enfermo.

El cansancio no es una enfermedad

Volviendo al inicio de este post, con la llegada del final del verano, algunos padres de ese 15% que reconocía que sus hijos estaban más cansados al final del verano acudirá a la consulta del pediatra por si el cansancio se debe a alguna enfermedad.

Estos padres nos preguntan si no será por falta de hierro, si no le habrán bajado las defensas al crío o por si cupiera la posibilidad de que todo se debiera a una enfermedad grave que se esté manifestando con el cansancio como síntoma principal.

Sin embargo, el cansancio puro y duro no es una enfermedad. Las enfermedades que cuentan con el cansancio entre sus síntomas presentan además otras manifestaciones clínicas. Por eso, la historia clínica y la exploración física de estos niños es fundamental para comprobar que no se acompaña de otros síntomas como perdida de peso, mala coloración de piel o fiebre, los cuales apuntarían a otro tipo de enfermedades.

Los que tienes que tener claro es que si te preocupa la situación de tu hijo porque no le notas «bien» debes acudir a tu pediatra para que pueda comprobar si hay algo más detrás esa percepción tuya.

El único tratamiento para el cansancio es el descanso

Parece de perogrullo pero es así. Un niño cansado se recupera descansando.

Piensa que cuando tu hijo vuelva a las rutinas propias de la etapa escolar cogerá un ritmo al que su cuerpo se irá acoplando poco a poco y empezará a rendir al 100% al cabo de unas semanas. No en vano, muchos de los comentarios que surgieron a raíz de la encuesta mencionaban que los padres estaban deseando que empezaran las guarderías y colegios.

Quizá los primeros días de guardería o colegio sean duros y parecerá que ese cansancio se acentúa, pero veréis como en 15 o 20 días todo vuelve a la normalidad.

El pediatra prudente, y siempre que todo lo demás esté dentro de la normalidad, explicará a los padres la situación y les recomendará que esperen 2 o 3 semanas para ver si con la vuelta al cole el cansancio desaparece. Si pasado ese tiempo persiste el cansancio o han aparecido síntomas nuevos, estaría justificado emprender alguna exploración complementaria para descartar la presencia de alguna enfermedad concreta.

Lo que si es muy importante es que huyáis de supuestos tratamientos que sirven para mejorar el cansancio de vuestros hijos: complejos vitamínicos, homeopatía, infusiones de plantas… ninguno ha demostrado ser eficaz para mejorar el rendimiento físico de los niños. Además, estos «tratamientos» no están exentos de efectos secundarios por lo que mejor ni os los planteéis.


Por último, una reflexión. Si habéis entendido que el cansancio es algo «normal» en los niños al acabar el verano quizá nos debamos plantear el año que viene si debemos relajar la exigencia física a la que los sometemos durante esta época. Todos tenemos claro que las vacaciones son una época para que los niños disfruten y que hagan aquellas cosas que, en muchas ocasiones, en invierno les prohibimos, como acostarse tarde o dormir más siesta de lo habitual. Sin embargo, debemos conocer hasta qué punto podemos agotar a nuestros hijos con estos ritmos. Quizá sea mejor que los niños nos marquen el ritmo y no seamos los adultos los que impongamos unas actividades que al final acaban agotando a nuestros hijos.

Y vosotros, ¿cómo vivís el final del verano?, ¿están vuestros hijos más cansados de lo que esperábais?, ¿estáis realmente preocupados por si vuestros hijos están enfermos?.

NOTA: la encuesta a la que nos hemos referido a lo largo del post tiene muchos sesgos, es decir, incorrecciones metodologías que podrían dar lugar a resultados no fiables al 100%. En ningún caso hemos pretendido que tenga una alta calidad científica. Sin embargo, el tamaño muestral (cerca de 2.000 respuestas) nos genera una visión general que resulta creíble. Podéis consultar toda la encuesta siguiendo el hilo del enlace de aquí abajo y mil gracias a todos aquellos que colaboraron con la difusión así como a aquellos que decidieron contestarla: