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Hemangioma infantil o nevus en fresa, ¿qué es lo que tiene mi bebé?

Seréis muy pocos a los que no os ha llamado la atención ver alguna vez a un bebé que desde bien pequeñito presenta una mancha abultada roja y brillante en alguna parte de la cara, si es que ese niño no era vuestro propio hijo. Estas manchas que aparecen sobre todo en la cara y el cuello, aunque no es raro que aparezcan en cualquier parte del cuerpo, se conocen como hemangiomas infantiles o «manchas en fresa». Dada la gran frecuencia con la que vemos este tipo de lesiones en consultas de pediatría nos hemos animado a escribir sobre este tema, esperamos que os guste y resulte de utilidad.

¿Qué es un hemangioma infantil?

Un hemangioma es un tumor benigno de los vasos sanguíneos superficiales de la piel que típicamente crece mucho en los primeros meses de vida. Al nacimiento puede pasar inadvertido ya que aparece como una mancha pálida y plana, pero que al cabo de unos días o semanas empieza a crecer muy rápidamente hasta convertirse en un «bulto de color rosa brillante» que estabiliza su crecimiento hacia los 9 meses. Este aspecto tan característico que realmente se parece a una fresa es el causante de que los hemangiomas en muchas ocasiones se les denomina «nevus en fresa». Este tipo de lesiones cutáneas son más frecuentemente en niñas, en niños prematuros o con bajo peso al nacer. Lee el resto de la entrada »

Mi hijo tiene dos años y todavía no habla, ¿es normal?

A lo largo de los dos primeros años de vida, los hitos más esperados del desarrollo neurológico del bebé son cuándo se echa a caminar y posteriormente el momento en el que por fin empieza a hablar. Estos dos procesos forman parte del neurodesarrollo y normalmente no se producen a la vez -andar primero, hablar después-, ya que lo segundo requiere de mayor maduración. De hecho, el lenguaje precisa de varios años (hasta los 5 habitualmente) para terminar de completarse. En el este post hablaremos sobre en qué momento se inicia el lenguaje, cómo evoluciona y cuáles son los problemas que pueden aparecer durante este proceso, además de qué debéis reconocer para consultar con vuestro pediatra. Lee el resto de la entrada »

Alimentos con alto riesgo de atragantamiento

La muerte de un niño es siempre un acontecimiento trágico, pero todavía lo es más cuando se podría haber evitado. Este es el caso de la mayoría de los atragantamientos, los cuales se producen en circunstancias en las que el niño intenta tragar algo que no ha podido masticar bien y que le acaba obstruyendo la vía aérea. Sin duda alguna esta situación es de las que más pánico genera a lo padres, sobre todo cuando toca iniciar la alimentación complementaria y los niños empiezan a probar cosas distintas a la leche.

Según el Instituto Nacional de Estadística, en el 2018 (último año con datos actualizados) fallecieron en España dos niños menores de 14 años a causa de un atragantamiento con algún tipo de alimento, lejos de los 166 adultos que fallecieron por este mismo motivo. Está claro que esta cifra es el último eslabón dentro de una cadena en la que el desenlace no siempre es fatal, ya que muchos niños se atragantan todos los días y no les pasa nada, aunque en algunos casos sí que es es necesario que sean atendidos de urgencia por especialistas para que les extraigan ese trozo de alimento que fue a alojarse a la vía respiratoria y que obstruía parcialmente la entrada de aire al pulmón.

Estos datos ponen de manifiesto dos cosas. Por un lado tranquiliza saber que esta tragedia ocurre en niños de forma muy poco frecuente, pero por otro refuerza la idea de que debemos seguir informando a los padres para que eviten situaciones que ponen en peligro a sus hijos. En este post encontrarás información útil sobre los atragantamientos y sobre qué alimentos se deben evitar en niños pequeños. Lee el resto de la entrada »

Mi hijo ya tiene un año. ¿Es normal que todavía no camine?

El inicio de la marcha libre es uno de los hitos del desarrollo que más expectación causan tanto a padres como abuelos. Es el momento en el que niño pasa a ser algo más independiente y en el que también empieza a hacerse chichones sin parar. A partir de aquí las tardes de parque se convierten en auténticas carreras detrás de la criatura, pero qué alegría da cuando por fin echan a andar. El momento exacto en que cada niño comienza a caminar es muy variable, y el hecho de que uno lo haga a los 10 meses y otro a los 15 va a depender de muchos factores. En este post os aclararemos las dudas más frecuentes en torno a este tema que a menudo nos preguntáis en la consulta. Lee el resto de la entrada »

¿Es seguro que los niños coman espinacas y acelgas?

Hace unos días la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN) publicaba una actualización sobre las recomendaciones de consumo de verduras y hortalizas de hoja en niños y bebés. Y como no podía ser de otra forma, a muchos padres y madres les entró el agobio sobre si las comidas que están ofreciendo a sus hijos son adecuadas o si lo habían estado haciendo bien en los últimos meses. Lo cierto es que los pediatras recomendamos desde hace muchos años que este tipo de verduras no se introduzcan en la alimentación de los niños hasta por lo menos el año de vida, para evitar una exposición excesiva a nitratos que podría conducir a una enfermedad rara que se llama metahemoglobinemia. A lo largo de este post os explicamos todo lo que tenéis que saber sobre este tema para que podáis ofrecer a vuestros hijos una alimentación sana y variada sin temores ni dudas. Lee el resto de la entrada »

¿Cada cuántos días hay que bañar a un bebé?

Llegan las ocho de la tarde y en tu cabecita una voz se pregunta: «¿Lo baño hoy o lo dejo para mañana?». En ese momento un angelito aparece en tu hombro derecho y te dice que mejor hoy, no vaya a ser que llame la abuela para preguntar qué tal ha pasado el día su nieto y se entere de que se ha ido a dormir sin haberle metido un buen fregao; mientras, en el otro hombro aparece un diablillo que te intenta convencer de que no pasa nada por dejarlo para el día siguiente, que suficiente has tenido ya con levantarte a las 6.30 am, trabajar hasta las 5 pm, hacer de animadora infantil el resto de la tarde como para ahora montarse un spa para niños cuando a ti lo que te apetece es espanzurrarte en en el sofá y ponerte Netflix.

La pregunta en cuestión tiene mucha más miga de lo que podáis imaginar, o al menos eso me parece a mí, ya que muchos padres y madres nos preguntan en consulta cada cuánto deben bañar a sus hijos entre otros menesteres de higiene infantil. En este post intentaré poner un poco de sentido común al asunto, pero sin perder la perspectiva médica, que al fin y al cabo es la que a nosotros nos atañe.

¿Por qué hay que bañar a los niños?

Desde el mismo momento en que los niños nacen cabe la posibilidad de que se ensucien. De hecho, tras el parto se encuentran impregnados en líquido amniótico y sangre de su mamá que antes o después habrá que lavar de sus pequeños cuerpecitos.

Y a medida que se abren paso a la vida empiezan a surgir otras situaciones que pueden hacer que el bebé esté sucio o no huela bien, como esa caca enorme que le mancha toda la espalda, un pis a modo de fuente que le moja la tripa o regurgitaciones de leche que no es que huelan especialmente bien. Más adelante, cuando empiezan a tener algo de autonomía para desplazarse por si mismos, lo normal es que se arrastren por el suelo y se conviertan en una escoba atrapapolvo. Y si pensamos en cómo se ponen con la alimentación complementaria ya no te quiero ni contar.

A partir de los dos o tres años suelen volver del parque hasta arriba de barro, manchas de césped y vaya usted a saber qué más… Y al acercarse a la adolescencia, quizá ya no se manchen tan a menudo, pero su olor corporal se transforma en algo parecido a un vestuario de gimnasio.

Todas estas situaciones nos deben hacer pensar que en los niños hay que mantener un mínimo de higiene corporal (o quizás aspirar a un máximo). Y hasta que se hagan mayores y sean ellos los que decidan cada cuánto se deben duchar, somos los padres los que debemos tomar la decisión de cuándo pasarlos por el agua y jabón de la bañera. En la mayoría de las ocasiones esto dependerá de si el niño está limpio o sucio.

La piel de los bebés es delicada (y también la de los niños y los adultos)

Aunque no lo parezca, la piel es uno de los órganos más importantes del cuerpo humano. Entre otras muchas cosas nos sirve de barrera física contra las agresiones externas del mundo en el que vivimos. Por eso tenemos vello corporal -que nos protege del frío-, pelo en la cabeza -otro buen aliado contra el frío, pero también contra los golpes– o cejas y pestañas -que proporcionan protección a los ojos-.

Por otro lado, como si de una mano de pintura invisible se tratara, nuestra piel está recubierta por una finísima capa de grasa que proviene de las glándulas sebáceas que hay en ella y que nos aísla de la humedad y otras inclemencias meteorológicas, además de protegernos de contaminantes externos o algunas sustancias irritantes. Los niños poseen esta capa protectora al igual que los adultos, pero cuanto más pequeños son, más delicada es su piel ya que los mecanismos para reparar esa cubierta cutánea son todavía inmaduros.

Los jabones con los que nos lavamos son capaces de disolver la capa de grasa que cubre la piel, por lo que un exceso de limpieza podría eliminarla por completo y dejarla desprotegida, tanto en niños como en adultos. Con esto no quiero decir que no haya que lavar a los niños, pero nos debe hacer pensar que no hace falta frotarles como si hubiera que sacarles brillo ya que podría ser contraproducente.

Baño diario: ¿sí o no?

Decía Aristóteles que la virtud está en el termino medio y aplicado al baño de los niños no podemos estar más de acuerdo. Está claro que a los niños hay que asearlos, pero como hemos visto, un exceso de higiene, incluso con productos respetuosos para su piel, puede ser contraproducente. A pesar de ello, la gran mayoría de los niños toleran de sobra un baño al día.

En España lo habitual es que nos bañemos todos los días, tanto los niños como los adultos, inclusos en verano lo hacemos hasta varias veces en las mismas 24 horas. Sin embargo, en los países del norte de Europa lo habitual es bañar a los niños cada 3 o 4 días, seguramente porque tienen climas más fríos que la península ibérica. En mi opinión no hay una opción mejor que otra siempre y cuando se respeten unos mínimos de higiene.

Entre esos mínimos de higiene estaría, por ejemplo, la zona del pañal de los más pequeños de la casa. En este caso, si veis que con las toallitas no es suficiente para que el bebé esté limpio, sí que deberíais lavar esa zona con agua y jabón todos los días, independientemente de cada cuánto les aseéis todo el cuerpo.

¡¡Aplicad el sentido común y no os agobiéis!!

Teniendo en cuenta todo lo anterior, la decisión de si bañar a un niño todos los días o hacerlo con menor frecuencia la podéis tomar vosotros tranquilamente sin que sea obligatorio hacer una cosa u otra. Es habitual que en consulta muchos padres nos comenten que para sus hijos la hora del baño es un momento agradable y que lo disfrutan mucho, mientras que para otras familias supone un momento de estrés muy grande tanto para el niño como para ellos.

Aplicando el sentido común, y respetando esos mínimos de higiene de los que hablaba antes, haced con vuestros hijos lo que mejor os encaje. Y sobre todo, no os agobiéis ni os sintáis culpables si un día os han dado las diez de la noche y no habéis bañado al churumbel, que podéis dejarlo para el día siguiente sin ningún problema.

Por último, en el caso de que vuestro hijo tenga una piel delicada, como por ejemplo aquellos que padecen dermatitis atópica, puede ser útil desde el punto de vista médico que los baños sean cortos y demorarlos a cada 48-72 horas.

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¿Qué pescados pueden comer los niños?

El pescado es uno de los caballos de batalla a los que se enfrentan los padres cuando toca iniciar la alimentación complementaria de sus hijos. A pesar de que todos sabemos que es una fuente de proteína saludable y que su perfil nutricional es muy sano, en muchas ocasiones cuesta que los niños lo consuman de manera habitual. De todas formas, tan mal no lo debemos hacer cuando España es el segundo consumidor mundial de pescado después de Japón.

En consulta, las dudas sobre este alimento son frecuentes: que si puede dar alergia, que si es mejor el pescado blanco o el azul, que si el mercurio, que si el marisco es mejor evitarlo durante los primeros años… Esperamos que con este post queden resueltas todas vuestras dudas para que el pescado ocupe el puesto que se merece en el menú semanal que con tanto cariño -y más de un quebradero de cabeza- programan los padres para los más pequeños de la casa.

¿Cuándo se puede ofrecer el pescado por primera vez?

Como bien sabréis, durante los primeros seis meses de vida los niños pueden alimentarse de forma exclusiva con leche. A partir de esa edad tomar solo leche resulta insuficiente por lo que se deben introducir otros alimentos en la dieta de manera progresiva. A este periodo se le conoce como alimentación complementaria.

Antiguamente la introducción del pescado se solía retrasar hasta los 9 o 10 meses, sobre todo porque se pensaba que hacerlo antes podía inducir algún tipo de alergia a este alimento. Es cierto que el pescado -junto al huevo y la leche de vaca– figura entre los alimentos que con más frecuencia provocan alergias, sin embargo, la evidencia científica actual señala que su introducción en la dieta a partir de los 6 meses de vida es segura. De hecho, para tener una alergia (al pescado o a cualquier otro alimento) el niño debe tener una predisposición genética, la cual no va a cambiar por introducir el pescado 4 o 5 meses más tarde. En este sentido, el niño que va a ser alérgico al pescado lo será independientemente de si se le ofrece este alimento por primera vez con 6 meses o más adelante.

Por todo ello, la Asociación Española de Pediatría y el comité de nutrición de la Sociedad Europea de Digestivo Infantil no ven motivo alguno para que el pescado se retrase de la dieta de un niño más allá de los 6 meses. La única regla que debería cumplirse es que entre alimento nuevo y alimento nuevo deben dejarse 2-3 días para que en el caso de que aparezca un alergia podamos identificar a qué alimento se debe.

¿Y por qué es bueno que los niños coman pescado?

El secreto de una alimentación saludable radica en que sea lo más variada posible y que las frutas y las verduras sean el alimento principal. En cuanto a la fuente de proteínas podemos ofrecer a nuestros hijos alimentos como el pescado, pero también la carne -ternera, cerdo, pollo, cordero…- las legumbres o los frutos secos.

Y entre estas opciones, el pescado debería estar siempre presenta en la dieta de nuestros hijos al menos 3 o 4 veces por semana. No hay sociedad científica que se dedique a la nutrición infantil que no resalte lo esencial que resulta este alimento en los niños por varios motivos:

  • El pescado es rico en ácidos grasos poliisaturados, sobre todo en omega-3. Este tipo de grasas es de las que se consideran «buenas» ya que previenen enfermedades crónicas en la edad adulta, sobre todo las enfermedades cardiovasculares. Además , los ácidos omega-3 tienen un papel fundamental en el desarrollo neurológico de los niños cuando son pequeños.
  • El pescado es una fuente importante de minerales como el selenio, el zinc, el fósforo, el calcio y el yodo (este último presente solo en productos de origen marino y que resulta necesario para un buen funcionamiento del tiroides) y de vitaminas, como las vitaminas A, D y del complejo B.
  • Además, las proteínas que aporta el pescado a la dieta son de alto valor biológico, es decir, aportan todos los tipos de proteínas que necesita el cuerpo para funcionar de forma adecuada. Este perfil de proteínas también lo aporta la carne, aunque en este caso las grasas que la acompaña son mucho menos deseables…

Como veis, el pescado tiene muchas ventajas, por lo que ya desde estas líneas deberíais incluirlo como un habitual en la alimentación de vuestros hijos.

Pescado blanco vs. pescado azul

Esta es otra de las dudas más frecuentes que tienen los padres cuando se enfrentan a qué pescados pueden dar a sus hijos. Durante mucho tiempo a los niños solo se les ofrecía pescado blanco, como el lenguado, el gallo o la merluza, mientras que el pescado azul, como el salmón, el bonito, la caballa, los boquerones o las sardinas, quedaba reservado para cuando se hicieran más mayores.

La (falsa) justificación para esta práctica se basa en que el pescado azul posee mayor cantidad de grasa que el pescado blanco y por tanto podría resultar más indigesto. Es cierto que el cuerpo humano tarda más en digerir aquellos alimentos que contienen mayor cantidad de grasa, pero esto no justifica que no ofrezcamos pescado azul a nuestros hijos desde que tienen 6 meses, sobre todo si el resto de la alimentación es saludable.

Además, el pescado azul es muy rico en vitaminas liposolubles (A y D) y en ácido omega 3 precisamente porque tiene más grasa que el pescado blanco, el cual posee mayor cantidad de vitaminas del complejo B.

La solución a este embrollo de pescado blanco o azul es bien sencilla. Como en otras muchas cosas, en al variedad está el gusto, por lo que lo más recomendables es que se varíe entre estos dos tipos de pescado de forma habitual para disfrutar de los beneficios de ambos.

Pescados a evitar por el alto contenido en mercurio

En octubre de 2019 la AECOSAN (Agencia Español de Seguridad Alimentaria y Nutrición) lanzaba unas recomendaciones sobre el consumo de pescado centradas en que ciertos grupos de personas «vulnerables» evitaran tomar pescados con alto contenido en mercurio. Estas especies son cuatro: pez espada/emperador, tiburón, lucio y atún rojo.

Según las recomendaciones actuales, el consumo de estos pescados debe evitarse en niños por debajo de los 10 años y en mujeres embarazadas. Entre los 10 y 14 años el consumo debe restringirse a 120 gramos al mes (lo que sería una o dos raciones al mes). A partir de esa edad ya no existen esas restricciones, siendo lo recomendado variar las especies y no centrarse en el consumo de un solo tipo de pescado.

De esas cuatro especies, la que más dudas genera es el atún rojo, tanto que muchas familias evitan el consumo de cualquier tipo de atún al pensar que todos son de alto contenido en mercurio. Sin embargo, el atún rojo es de la especie Thunnus thynnus. El resto de atunes no pertenecen a esta especie por lo que no habría problema en que lo consumieran los niños pequeños, como el atún de lata o el bonito.

¿Y qué pasa con el marisco?

Gambas, langostinos, mejillones, calamares, navajas, pulpo… No creo que haya nadie que se pueda resistir a tales majares. Sin embargo, los padres suelen ser muy reticentes a dar este tipo de alimentemos a sus hijos, aunque desde el punto de vista médico y nutricional no existe ningún motivo.

Como pasaba con el pescado, a partir de los 6 meses de vida los mariscos pueden introducirse en la alimentación de los más pequeños de la casa. Está claro que no hay que abusar de ellos (al igual que con el resto de alimentos) y en todo caso ser una opción más dentro de una alimentación variada. De todas formas, no es imprescindible que los niños prueben estos frutos de mar desde tan pequeños, a diferencia del pescado, el cual si que debería formar parte de los habituales de su dieta.

Quizá el único problema que presentan los mariscos es que su textura puede hacer que sean difíciles de masticar ya que son muy fibrosos. En este sentido, es mejor esperar a que hayan cumplido 2 o 3 años para ofrecérselos por primera vez para evitar que se puedan atragantar. Así que ojo con estos alimentos si es que practicáis Baby Led Weaning. Sin embargo, no habría ningún problema en que los trituréis para añadirlos a un puré, aunque, al menos a mí, me resulta aun poco extraño una crema de verduras con un par de gambas pasadas por la turmix.


En resumen, el pescado es un alimento con un perfil nutricional muy saludable que no debería faltar en la dieta de ninguna persona. Además, los niños pueden empezar a consumirlo desde los 6 meses de vida como parte de una alimentación variada. Solo existen cuatro excepciones: pez espada/emperador, tiburón, lucio y atún rojo; por su alto contenido en mercurio, estos pescados deben evitarse hasta los 10 años de vida y en embarazadas.

Bibliografía:

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Vulvovaginitis: «A mi hija le pica la vulva»

«¡¡Mamáááá!! Me escuece al hacer pis….» ¿Cuántas de vosotras habéis oído esta frase de boca de vuestras hijas? Seguro que muchas. No en vano, este es uno de los motivos de consulta más frecuentes en pediatría en niñas en edad preescolar y escolar. Pero a diferencia de lo que muchas madres piensan, no siempre es debido a una infección de orina, sino que se trata de una vulvovaginitis: una irritación local de la zona genital. En este post te contamos en qué consiste una vulvovaginitis, como prevenirla y como tratarla.

¿En qué consiste una vulvovaginitis?

Una vulvovaginitis se caracteriza por la inflamación local de los genitales externos femeninos, tanto de la vulva como de la zona más externa de la vagina. Como sabréis, la vagina es una zona del cuerpo que está colonizada por bacterias que se mantienen en equilibrio con nuestro cuerpo. Sin embargo, ese equilibrio puede romperse al contaminarse con bacterias procedentes de la zona anal (bacterias provenientes del tubo digestivo) o de las vías respiratoria. En estos casos se produce la vulvovagintis con los síntomas que veremos más adelante. Esta enfermedad es el problema ginecológico más frecuentes en niñas antes de la pubertad, sobre todo entre los 2 y los 7 años, y no es raro que casi todas las niñas hayan padecido algún proceso de este tipo antes de llegar a la adolescencia.

¿Cuáles son los síntomas típicos?

Los síntomas de una vulvovaginitis son fáciles de deducir si os hacéis la imagen mental de unos genitales femeninos inflamados. Por un lado, a la inspección observaremos la zona más externa de la vagina (conocida como introito vulvar) eritematosa. Esa zona enrojecida puede extenderse hacia los labios menores y mayores, dependiendo del grado de afectación. Además, si la vagina está muy afectada, puede aumentar la cantidad de flujo y, en muchos casos, volverse maloliente. Como os podéis imaginar, hacer pis con esa zona inflamada no es plato de buen gusto, por lo que es muy frecuente que se asocie a escozor o sensación de quemazón al ir al baño, porque al fin y al cabo es como orinar sobre una herida o sobre la piel «en carne viva». Sin embargo, este último síntoma al que los pediatras llamamos «disuria» (dolor al orinar) no debe confundirnos y hacernos pensar que la niña sí o sí tiene una infección de orina, en la cual no aparece irritación de la zona genital y, además del escozor al hacer pis, las niñas suelen presentar otros síntomas como «nicturia» (ganas de orinar por la noche) y «poliaquiuria» (ganas de orinar con mucha frecuencia). Además de estos síntomas a los que llamamos en conjunto «síndrome miccional», es frecuente la aparición de fiebre en el caso de una infección de orina y que NUNCA esta presente en el caso de una vulvovaginitis.

¿Qué provoca una vulvovaginitis?

Como decíamos, la gran mayoría de las vulvovaginitis se producen por la contaminación de la zona por bacterias que no deberían estar ahí, sin que haya una en concreto que sea la responsable, sino que suelen ser varias a la vez. De hecho, en la mayoría de los casos no hace falta recoger ninguna muestra para llegar a un diagnóstico. Si os estáis preguntando cómo acaban las bacterias del tubo digestivo y de las vías respiratorias en los genitales de vuestras hijas basta con echarle un poco de imaginación. Porque, por muy limpia y pulcra que sea la niña, no olvidemos que esta enfermedad se produce frecuentemente por debajo de los 7 años, y con esa edad todavía no son autónomas al 100%. Es frecuente que sigan tocándolo todo (incluida su nariz), no se laven las manos antes de ir al baño (y después) y se limpien rápido y mal (de atrás a delante) cuando hacen caca o pis. ¿Entendéis ahora cómo llegan esas bacterias ahí, no? De todas formas, hay una serie de factores que propician que sean las niñas pequeñas las más afectadas por esta enfermedad y no las mujeres mayores:
  • La mucosa que envuelve la vagina antes de la pubertad está atrófica debido a la falta de hormonas femeninas. Esto produce que se defienda peor ante agresiones externas como las que se producen en una vulvovaginitis.
  • Además, el pH de dicha cavidad es alcalino, lo que también contribuye a una pobre defensa contra las infecciones locales.
  • Los genitales externos no están desarrollados antes de la pubertad (labios menores y mayores pequeños, ausencia de vello púbico…), lo que priva a la vagina de una protección anatómica que se desarrolla posteriormente.
  • En las niñas, el ano está muy cerca de la entrada de la vagina, otro factor que contribuye al paso de bacterias del tubo digestivo a esta zona y que se «modifica» con el crecimiento.
  • El empleo de jabones con perfume o irritantes puede ser el desencadenante inicial de una vulvovaginitis.
  • El empleo de ropa interior ajustada o que no transpira aumenta la humedad en la zona. Esto también puede ocurrir cuando no se cambia el bañador después de un baño y se deja mojado en contacto con los genitales de la niña durante mucho tiempo.
En los casos en los que el cuadro clínico no encaja del todo con una vulvovaginitis o no se soluciona al aplicar unas medidas estándar, habrá que sospechar otras causas menos frecuentes de vulvovaginitis, como por ejemplo que la niña se masturbe de forma reiterada(sí, las niñas de esta edad pueden hacerlo y muchas lo hacen…), la introducción de un cuerpo extraño en la vagina, las lombrices o los malos tratos/abusos sexuales.

¿Cómo se trata una vulvovaginitis?

A pesar de lo que muchas podéis pensar, aunque una vulvovaginitis es una enfermedad en la que «intervienen bacterias», rarísima vez hace falta recurrir a un tratamiento antibiótico (ya sea tópico u oral). En la mayoría de los casos basta con aplicar una serie de medidas de higiene para solucionar el problema.
  • Los lavados con suero fisiológico o con soluciones antisépticas dos o tres veces al día son el tratamiento estandar. También podéis emplear un jabón de «higiene intima» ya que están formulados para ofrecer una protección extra a la zona genital (ya sea de una niña o una adulta).
  • Evitar irritantes locales, como la limpieza de la zona con jabones con perfume o la ropa ajustada. Suele ser muy efectivo que las niñas usen braguitas de algodón, ya que es el tejido que más transpira. Si además estamos en verano, habrá que cambiar el bañador de la niñas después de un chapuzón en la piscina para no empeorar la situación.
  • También debemos recordar a las niñas que deben lavarse las manos antes y después de acudir al baño y que deben limpiarse de delante hacia atrás. En muchos casos y hasta que nos hayamos asegurado de que lo hacen correctamente, debemos supervisarlas de forma directa.
  • Para aquellas niñas que todavía usan pañal y que tienen la zona genital muy irritada es conveniente usar una crema estilo «pasta al agua» (las que son blancas y muy espesas) para aislar la zona. Si además contienen zinc o cobre, esto ayudará a que las lesiones de la piel se sequen antes.
En el caso de que con estas medidas no mejoren, debéis consultar con vuestro pediatra para que valore la posibilidad de que se trate de una vulvovaginitis por un germen concreto y no el crecimiento de una flora mixta. En estos casos sí que está justificado el tratamiento antibiótico dirigido.
Como habéis podido leer, la vulvovaginitis es una enfermedad frecuente durante la infancia de las niñas y antes de la pubertad. Se presenta con síntomas locales como el escozor al hacer pis o irritación de la zona. En la mayoría de los casos se resuelve extremando las medidas de higiene y utilizando algún antiséptico o jabón de higiene intima. En el caso de que no mejoren al cabo de unos días o se acompañen de otros síntomas como la fiebre debéis consultar con el pediatra. NOTA: En todos los años que llevo de pediatra he realizado cientos de consultas de este tipo y todavía no dejo de sorprenderme con los nombres que los padres y madres ponéis a los los genitales de las niñas. Os dejo por aquí unos ejemplos por si no se os ocurren y preferís utilizar otro nombre diferente a vulva: chichi, toto, pepote, culo de delante, la rajita, chumino, almejita, parrús, … ¡Qué rico es el lenguaje castellano! Desde aquí agradecemos la colaboración de nuestra amiga Verónica Bernabeu en la elección del título de este post y al reserch sobre los diferentes nombres que se le adjudican a los genitales externos de una niña.

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Bibliografía:

A mi hija le ha empezado a crecer el pecho

Muchas madres consultan aterradas al pediatra cuando a sus hijas les comienza a crecer el pecho, sobre todo cuando esto ocurre antes de lo que ellas esperaban y piensan que es «demasiado pronto». No en vano, el desarrollo de las mamas es el primer signo del inicio de la pubertad en las niñas y tras este primer cambio sucederán otros que desembocarán de forma inevitable en la primera menstruación.

El inicio del desarrollo de las mamas es un tema al que prestamos mucha atención los pediatras ya que cuando se produce a una edad «adecuada» se considera algo normal, es decir, podemos prever que el desarrollo puberal de la niña ocurrirá dentro de unos límites temporales que consideramos normales. Sin embargo, cuando se adelanta respecto a lo que consideramos «normal», debemos investigar qué está pasando para descartar una serie de enfermedades que pueden dar lugar a esta situación.

En este post os explicamos en qué momento consideramos normal que comience el desarrollo de las mamas como primer signo de pubertad en las niñas, además de repasar conceptos sobre la pubertad precoz y sus implicaciones.

¿Por qué se desarrollan las mamas?

La glándula mamaria está presente tanto en niñas como en niños desde el nacimiento; sin embargo, durante toda la etapa infantil y hasta el inicio de la pubertad esta glándula no está desarrollada, lo que da lugar a la imagen que todos tenemos en mente de una niña pequeña sin pecho.

Para que las mamas se desarrollen hacen falta estrógenos, es decir, hormonas femeninas. Cuando estas aparecen, las niña empieza a desarrollar el pecho, fenómeno al que nos referimos de forma técnica como «telarquia». Como os podéis imaginar no es lo mismo que esto ocurra en una niña de cuatro años, que en una niña de once o, incluso, en un niño. Lo que hay que tener claro es que si hay desarrollo mamario se están secretando hormonas femeninas y por tanto habrá que discernir si esto se debe a un proceso madurativo normal (la pubertad) o no.

El desarrollo «normal» de las mamas

La pubertad es un proceso complejo durante el cual se producen una serie de cambios físicos con los que una niña pequeña desarrolla su potencial reproductivo, desarrolla los caracteres sexuales secundarios (mamas, vello púbico, genitales externos…) y crece hasta alcanzar la talla adulta; un proceso «normal» por el que antes o después todas las mujeres deben pasar. Este periodo suele acompañarse de cambios psicológicos y emocionales a los que los padres soléis tener incluso más miedo que a los cambios físicos.

El primer signo de pubertad en las niñas se corresponde con el inicio del desarrollo mamario, lo que normalmente ocurre entre los ocho y los trece años de edad, aunque lo más habitual es que ocurra entre los diez años y medio y los once. Al observar que una niña empieza a desarrollar el pecho podríamos afirmar que se ha puesto en marcha la «máquina» hormonal que dará lugar a los cambios a los que antes hacía referencia.

El inicio del desarrollo mamario se nota como un «botón» o bulto por debajo del pezón, en ocasiones doloroso, o mejor dicho, con un aumento de sensibilidad. Este hecho habría que diferenciarlo del falso aumento de pecho que se ve con frecuencia en niñas con sobrepeso y obesidad, ya que en este caso lo que da apariencia de mama es tejido graso y no un aumento real de esta glándula.

Tras el inicio del desarrollo del pecho aparecen de forma progresiva el resto de caracteres sexuales secundarios (como el vello en el pubis) y se incrementa la velocidad de crecimiento. De forma técnica, cuando aparece la «telarquia» puberal, los pediatras decimos que la niña ha pasado de estadío Tanner I a Tanner II, una clasificación que utilizamos para referirnos a en qué momento del desarrollo puberal están los niños. Os dejo una foto aquí abajo para que la conozcáis.

Estadíos de Tanner: el inicio de la pubertad en las niñas lo marca el inicio del desarrollo del pecho mientras que en los niños lo hace el aumento de tamaño testicular.

Del inicio del desarrollo del pecho a la primera menstruación

La ciencia, la observación y la estadística nos ha permitido saber que al cabo de unos dos años desde el inicio del desarrollo mamario acontece la primera menstruación («menarquia» por su nombre técnico) que en general ocurre cuando las niñas están en estadío IV de Tanner.

Por tanto, si dijimos que es normal que el pecho se empiece a desarrollar entre los ocho y los trece años, también consideraremos normal que la primera menstruación ocurra entre los diez y los quince años, aunque lo habitual es que se produzca entre los doce y trece años.

Seguramente a muchas os parecerá que tener la primera menstruación a los diez años es muy pronto (al fin y al cabo, una niña de diez años está en 5º de primaria), pero desde el punto de vista médico es normal y no constituye ningún tipo de enfermedad, ya que estas niñas alcanzarán su talla diana al acabar la pubertad (la talla que les toca por la carga genética de sus padres) si no hay otros factores externos que lo impidan.

Otro dato importante que es interesante conocer es que el inicio de la pubertad está influido hasta en un 70% por la genética de los padres. Es decir, es habitual que las madres y padres que «desarrollaron pronto» tengan hijos que lo hagan más o menos a la misma edad, para que estéis prevenidos…

Sin embargo, consideramos que una niña tiene una pubertad precoz cuando inicia el desarrollo de las mamas antes de los ocho años. En estos casos debéis consultar con el pediatra para que valore qué puede estar ocurriendo.

¿Qué es la pubertad precoz?

Habíamos dicho que lo normal es que el inicio de la pubertad en las niñas ocurra entre los ocho y los trece años. Este límite es meramente estadístico, ya que hace referencia a que el 95% de las mujeres inicia la pubertad dentro de esos límites etarios. Por el contrario, cuando una niña inicia el desarrollo del pecho (y por tanto la pubertad) por debajo de los ocho años nos referimos a esta situación como pubertad precoz.

Limites de la pubertad «normal»; como se puede ver es un concepto estadístico. Extraído de Marshall, WA, Tanner, JM. Arch Dis Child. 1969; 44: 291

Iniciar el desarrollo del pecho antes de los ocho años, y por tanto la pubertad, puede dar lugar a una talla baja en la edad adulta (al haber tenido menos tiempo para crecer siendo niña), además de tener consecuencias a nivel psicológico como rechazo de la propia imagen al no aceptar los cambios que suceden en los meses siguientes, tendencia al aislamiento social y la depresión. Por ello, toda niña que inicia el desarrollo antes de los ocho años debe ser derivada de forma preferente al endocrino pediátrico para que evalúe la necesidad de frenar la pubertad hasta que la niña entre en una edad que se considera normal.

Las causas que pueden dar lugar a una pubertad precoz son muchas (aunque raras) y no vamos a entrar a describir todas ellas; solo mencionaremos lo que se conoce como «pubertad precoz idiopática», aquella que se produce por una activación del eje hormonal que inicia la pubertad antes de lo debido sin una causa clara y que a menudo se observa en niñas adoptadas y en aquellas que sufren obesidad. El resto de pubertades precoces pueden ser debidas a síndromes raros, tumores y una larga lista que no merece la pena enumerar… Dependiendo de la enfermedad por la que se ha producido el inicio de la pubertad, el tratamiento será uno u otro.

Desarrollo de las mamas a destiempo que no se considera patológico

Antes de acabar me gustaría mencionar dos situaciones habituales que no se consideran patológicas y que tienen que ver con el desarrollo del pecho.

La primera de ellas es los recién nacidos. Es habitual que tanto niñas como niños nazcan con los pechos un poco desarrollados. Esta situación es normal y se produce por las hormonas femeninas de la madre que atravesaron la placenta durante el embarazo. A veces es tan exagerado que que hasta el bebé puede producir leche. Lo habitual es que desparezcan al cabo de unas semanas.

Y la segunda son los varones. El inicio de la pubertad en los niños lo marca el aumento del volumen testicular por encima de los 4 ml y se debe a las hormonas masculinas, los andrógenos, en general entre los nueve y los catorce años. Durante la pubertad de los niños es frecuente que también se desarrolle algo de pecho, ya que durante este periodo se produce una pequeña cantidad de hormonas femeninas (obviamente no tanto como en las niñas) pero es habitual que produzcan un botón mamario doloroso. Como decía, es una situación normal y que desaparece al acabar la pubertad.


En conclusión, el desarrollo de las mamas constituye el primer signo del inicio de la pubertad en las niñas. Este se considera normal cuando aparece después de los ocho años y precede en unos dos años a la primera menstruación. En el caso de que aparezca por debajo de esa edad debéis consultar con el pediatra para que evalúe a qué se puede deber ese adelantado.

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Bibliografía:

¿Desde cuándo pueden los niños tomar yogur?

Llega un momento en la vida de los niños en la que sus padres se preguntan cuándo pueden tomar un yogur como parte de su alimentación. Todos tenemos claro que hasta los 6 meses de vida un bebé puede (y debe) alimentarse solo de leche, ya sea esta materna o una fórmula artificial. A partir del año de edad, el sistema digestivo de los niños habrá madurado lo suficiente para que puedan tomar leche entera de vaca, sin que sea necesario que recurráis a las «de crecimiento» (o tipo 3) que se anuncian a bombo y platillo en los medios de comunicación.

Pero, ¿y qué pasa con el yogur? ¿Pueden los niños tomar lácteos procedentes de leche de vaca antes de los 12 meses? ¿Y los yogures para bebés son «buena idea»? Todas estas son muy buenas preguntas que a lo largo de este este post intentaremos daros respuesta. Vamos a ello!!

¿Qué es el yogur?

El yogur es un producto lácteo fermentado, es decir, a través de un proceso controlado en el que se añaden bacterias a la leche se consigue que la leche en versión «líquida» cambie y se produzca el yogur. Ese proceso es relativamente complejo y no lo vamos a explicar aquí, pero sí que querríamos tranquilizaros si os habéis alarmado al leer que el yogur se fabrica con «bacterias», ya que las que se utilizan para este procedimiento no producen enfermedades en las personas, de hecho, muchas forman parte de la microbiota intestinal de todos nosotros.

Como sabréis, hay muchos tipos de yogures, pero básicamente este producto lácteo cumple dos características que lo hacen diferente a la leche líquida. Por un lado, al fermentar adquiere una textura semisólida, o al menos que se puede coger con una cuchara sin que se desparrame. Y por otro, debido también al proceso de fermentación, las bacterias transforman la lactosa (el azúcar presente en la leche de forma natural) en ácido láctico, lo que le da su característico sabor que a muchos niños (y también adultos) no les gusta. Durante ese proceso, el yogur mantiene gran parte de sus propiedades nutricionales como la de ser una excelente fuente de calcio.

¿Cuándo puedo dar a mi hijo yogur?

La Asociación Española de Pediatría (AEP) nos recuerda en su documento sobre Alimentación Complementaria que a partir de los 12 meses los niños ya pueden tomar leche de vaca «sin procesar» de forma libre. Es decir, cumplido el primer año de vida ya no es necesario que los niños tomen una fórmula artificial de leche, si es que no están tomando pecho. Esto se debe a que a partir de esa edad tanto los riñones como el intestino son lo suficientemente maduros como para tolerar la leche de vaca sin que esta les produzca daño. Ojo, que no estamos diciendo que sea obligatorio dar leche de vaca a los niños mayores de un año, pero los lácteos son una excelente fuente de calcio que los hace un alimento muy completo para la alimentación infantil.

Pero, ¿y el yogur? Porque el yogur no es leche, es «otra cosa». La propia AEP nos recuerda que a partir de los 9 o 10 meses los niños pueden empezar a tomar lácteos procedentes directamente de leche de vaca en pequeñas cantidades, como por ejemplo el yogur o el queso fresco, siempre y cuando la cantidad que tomen no supere el 30% del aporte lácteo al día.

No os preocupéis que no hay que calcular nada. Como hacia los 9-10 meses lo niños suelen tomar más de 500 mL de leche al día, sustituir una de esas tomas por un yogur o una tarrina de queso fresco no va a hacer que superéis el límite recomendado. Ojo de nuevo: dar yogur a los niños no es obligatorio, pero es un recurso que os puede facilitar muchas meriendas y desayunos de vuestros hijos. Lo que sí que debéis evitar son los derivados lácteos estilo pettit-suis, natillas o similares porque, aunque se podrían dar a partir de los 9-10 meses como el queso fresco y el yogur, son alimentos poco saludables cargados de azúcares y grasas que no benefician en anda a vuestros hijos.

¿Y qué tipo de yogur debería dar a mi hijo?

Basta con pasearse por el supermercado para darse cuenta que existen miles de tipos de yogures diferentes: sabores, texturas e, incluso, el tipo de leche con el que están fabricados. Sin embargo, el yogur natural sin azúcar, el normal de toda la vida, es el más (si no el único) recomendable para dar a un niño a partir de los 9-10 meses. Si tenéis dudas de si os la están colando, basta con que miréis en la etiqueta para comprobar que, de forma aproximada, el yogur natural sin azúcar añadido contiene un 3% de grasa, un 4% de azúcares y un 3% de proteína.

El resto de yogures que encontréis en el lineal del súper no aportan ningún beneficio sobre el yogur natural, además suelen llevar azúcares añadidos o saborizantes para camuflar ese sabor ácido que a muchas personas no les gusta. Si a tu hijo no le gusta el yogur natural sin azúcar, siempre será mejor darle leche antes que un yogur azucarado, que así a lo tonto lleva un sobre de azúcar de los de cafetería añadido por cada ración.

Algunos sabréis que también están comercializados yogures sin azúcar añadido pero que «saben bien». Esto es porque en vez de azúcar, en el proceso de fabricación del yogur se le añade algún tipo de edulcorante. Desde luego que este tipo de aditivos son seguros, sin embargo inclinan al cerebro del niño a tener preferencia por sabores dulces, por lo que tampoco son recomendables.

En resumen: yogur natural sin azúcar, si es que creéis que este alimento debe formar parte de la alimentación de vuestros hijos.

¿Y qué pasa con los yogures «para bebés»?

Muchos también sabréis que existen yogures que se publicitan como aptos a partir de los 6 meses con un slogan muy parecido a «Mi primer yogur». ¿Cómo es posible que un bebé de esta edad pueda tomar este tipo de yogures si acabamos de decir que la AEP no recomienda su introducción hasta los 9-10 meses? La explicación es muy sencilla.

Este tipo de yogures se fabrican con leche de continuación (tipo 2), que es la leche de fórmula indicada para los bebés entre los 6 y 12 meses de edad que no toman pecho. En este sentido son yogures que se pueden dar desde los 6 meses, pero detrás de ellos hay mucho marketing y pocas necesidades reales de lo que necesita un niño.

Este tipo de yogures no son necesarios para un niño. Como sabréis, a partir de los 6 meses un niño debe empezar con la alimentación complementaria, pero la leche sigue siendo el alimento principal. Durante esos meses el bebé irá comiendo cosas nuevas (frutas, verduras, carne, pesado, legumbres…) de manera progresiva. No es una carrera por ver quién come de todo antes, y en ese sentido no pasa nada por esperar hasta los 9-10 meses para darle a niño su «primer yogur normal natural sin azúcar», sin pasar por el «mi primer yogur de leche de continuación» que anuncian en todos lados.

Además, muchos de estos yogures pensados para bebés son de sabores o tienen azúcares añadidos, que como ya hemos dicho antes no son recomendables para niños de ninguna edad.

Y después de todo esto, ¿es obligatorio que le dé yogur a mi hijo?

En la alimentación de un niño pequeño ningún alimento es «obligatorio», ya que lo que realmente es importante es que coman sano y lo más variado posible. En ese sentido, el yogur (o cualquier otro derivado lácteo) es un recurso más como parte de una alimentación saludable, pero de ahí a que los niños tengan que comer yogur todos los días hay un trecho muy grande.

A nosotros nos ayuda mucho a solucionar una merienda o el postre de una cena, pero lo tenemos integrado como un alimento más que podemos ofrecer a nuestros hijos.


En resumen, a partir de los 9-10 meses a los niños se les pueden ofrecer lácteos precedentes de leche de vaca en pequeñas cantidades. El yogur es el ejemplo más típico, que debe ser siempre natural sin azúcar. Sin embargo, no es obligatorio que los niños tomen yogur, sino que debe verse como un alimento más que ofrecer a nuestros hijos dentro de una alimentación variada y saludable.

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