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¿Es normal que los recién nacidos pierdan peso al nacer?

Todo los recién nacidos pierden peso al nacer. Todos. En un juego de azar sería una apuesta segura. De hecho, si un niño gana peso durante sus primeros días de vida sin perder un solo gramo, os aseguro que lo que pasa es que la báscula en la que se pesó al nacer estaba rota.

Esto de que los niños pierdan peso trae de cabeza a muchas madres que han decidido dar el pecho a sus recién estrenados retoños. No sin parte de razón, piensan que si su hijo pierde peso debe ser porque no producen leche suficiente para que engorde tras haber dado a luz. Y en muchos casos este es le motivo para que se plantee dejarlo todo y pasarse a la lactancia artificial.

Pero, ¿por qué se produce esa pérdida de peso? ¿Qué cantidad de peso se considera normal que pierda un bebé al nacer ? ¿Y si el parto ha sido una cesárea? ¿Y si el niño toma biberón? En este post resolvemos vuestras dudas para que podáis afrontar con tranquilidad la pérdida de peso de vuestros bebés que a buen seguro sucederá durante esos primeros días de vida.

¿Por qué los recién nacidos pierden peso?

Esta es la pregunta del millón porque ni la comunidad científica se pone de acuerdo en la respuesta. Lo único en lo que todos coinciden es en que los bebés pierden peso después de nacer y esto es una máxima que se repite parto tras parto. Existen diferentes teorías (no excluyentes entre ellas) de por qué se produce este fenómeno y, seguramente, una combinación de ellas sea la explicación a este fenómeno conocido desde hace mucho tiempo por los pediatras.

La primera de ellas intenta explicar la pérdida de peso a través de la redistribución de líquidos que se produce en el neonato tras el parto. No olvidemos que la vida intrauterina es muy diferente a la vida de un bebé tras el parto y la fisiología cardiorespiratoria es completamente diferente en las dos situaciones.

Dentro de la tripa de sus mamás, los futuros neonatos utilizan la placenta para conseguir el oxígeno y los nutrientes que necesitan para desarrollarse, los pulmones y el intestino están en una fase de reposo (esperando a realizar su función una vez que han nacido) y el corazón tiene unos “agujeros” necesarios para que la sangre se mezcle y llegue al resto del cuerpo. De hecho, se considera que el bebé durante el embarazo vive en un estado de hiperhidratación (un exceso de líquido).

Al nacer, y con la adaptación del bebé a un entorno aéreo, todo eso cambia. Para ello, los líquidos que componían los diferentes tejidos del bebé se redistribuyen y lo que sobra se pierde. Esto se traduce en que el niño pierde peso.

Por otro lado tenemos a las teorías que apuestan porque la pérdida de peso del recién nacido se produce porque este quema grasa para contrarrestar el poco alimento que recibe durante los primeros días de vida hasta la subida de la leche de sus mamás, como si estuviera a dieta. Como decíamos al principio, es muy probable que la pérdida de peso se produzca por varios motivos y este debe ser uno de ellos ya que los niños alimentados con leche artificial pierden menos peso que los de teta.

¿Cuánto peso se considera normal que pierda un recién nacido?

Tampoco existe un consenso unánime de cuánto peso es normal que pierda un recién nacido. Sin embargo, los estudios más rigurosos han determinado como “normal” una pérdida de peso del 6% respecto al peso de recién nacido. Ese normal va entre comillas porque hace referencia a lo que le pasa la mayoría de los recién nacidos. Además, estos estudios señalan que esa pérdida máxima de peso se produce en torno a los 2-3 días de vida para después iniciar la ganancia ponderal.

Por otro lado, los pediatras consideramos que una pérdida de peso de hasta el 10% es tolerable para un recién nacido, es decir, pérdidas de peso hasta ese porcentaje es muy poco probable que tengan consecuencias en la salud del bebé. Por ello, a los niños se les pesa todos los días antes del alta hospitalaria para poder evaluar qué niño está perdiendo más peso de lo deseable y así poder establecer un plan de alimentación individualizado para el que lo necesite.

Las más listas del lugar os habréis dado cuenta que la gran mayoría de los recién nacidos se van de alta antes de empezar a ganar peso. Esta situación genera mucha ansiedad a muchas de vosotras al veros desprotegidas al no estar bajo el techo del hospital y no saber si al día siguiente vuestro hijo perderá más peso o empezará a ganar. Tranquilas, los bebés que pierden menos de un 7% del peso al nacimiento a los 2 días de vida (cuando os soléis ir de alta), no suelen alcanzar ese 10% que los pediatras consideramos como el límite que no deberían sobrepasar. En el caso de que un bebé se vaya de alta con un peso entre un 7 y un 10% menor que el peso al nacimiento, solemos decirle que hay que volver a pesarlo en 24-48 horas para asegurarnos que ha empezado a ganar peso.

La evolución de la pérdida de peso durante estos primeros días de vida así como la situación individual de cada madre con subida de la leche serán los factores más influyentes para que se indique desde el punto de vista médico una lactancia mixta.

¿Y cuándo empiezan a ganar peso los recién nacidos?

Tras esa pérdida inicial de peso, y siempre y cuando reciban la cantidad suficiente de leche, los recién nacidos empiezan a ganar peso de tal forma que recuperan lo que pesaban al nacer entre los 7 y 15 días de vida, de hecho el 80% de niños han recuperado el peso al nacimiento a los 12 días de vida. Si todo va bien, es excepcional que un recién nacido no haya recuperado su peso al nacimiento al cumplir las dos semanas de vida.

A partir de ahí, la ganancia de peso es muy constante: unos 30 gramos al día para un total de 200-250 gramos a la semana durante las primeras semanas de vida.

Como decía, en el caso de que un bebé no engorde como se espera habrá que evaluar qué está pasando antes de calzarle biberones para que engorde. En la mayoría de los casos esa escasa ganancia de peso se debe a que la madre no produce leche suficiente. En general, esto se soluciona con un buen asesoramiento que valore si la técnica de lactancia es adecuada y asegurando que el bebé lacta todas las veces que quiere y durante el tiempo que quiera.

¿Y los partos por cesárea?

Si habéis entendido que la pérdida de peso se produce en parte porque el bebé no recibe alimento suficiente durante los primeros días de vida como para compensar el líquido que pierde, no os costará entender que en los partos por cesárea la pérdida de peso del recién nacido suele ser mayor que en la de un parto vaginal.

Esto se debe a que en este tipo de partos a las mamás les tarda un poco más en subir la leche. Si lo normal en un parto vaginal es entre los 2 o 3 días, en uno por cesárea suele ocurrir a los 3 o 4 días, es decir, un poco más tarde.

En este tipo de partos es fundamental el seguimiento estrecho del peso del bebé para asegurar que no pierde más peso del que debería. Sin embargo, siempre y cuando el bebé esté bien desde el punto de vista médico, en las cesáreas solemos esperar un poco más que en los partos vaginales a ver si el niño gana peso para dar una oportunidad a la lactancia materna exclusiva y no tener que recurrir a la mixta, ya que sabemos que la subida se produce más tarde.

¿Y en los niños de biberón?

Los niños que se alimentan con lactancia artificial también pierden peso al nacer. Es cierto que en menor medida, pero también pierden peso.

Además de ser lo habitual, es algo deseable ya que, al fin y al cabo, cuando a unos padres les decimos que el primer día su hijo debe tomar una cantidad pequeña de biberón, el segundo día un poco más y así sucesivamente, lo que estamos haciendo es simular la subida de la leche de la madre. De esta forma permitimos que el bebé se adapte de forma adecuada a la vida extrauterina al perder los líquidos que le sobraban como ya os hemos explicado.


Como habéis podido leer, la pérdida de peso es algo normal que le ocurre a todos los recién nacidos independientemente del tipo de alimentación que reciban. La gran mayoría empezarán a ganar peso a los pocos días de nacer, sin embargo, un pequeño porcentaje puede perder más peso del que se considera normal y podría tener consecuencias para su salud. Por ello, el seguimiento estrecho e individualizado de cada niño durante los primeros días de vida es fundamental para asegurar que la pérdida de peso es la adecuada y no se sale de lo que se considera normal.

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Bibliografía:

¿Qué hago con el pecho si me incorporo al trabajo antes de los 6 meses?

La alimentación complementaria es el periodo de la vida en el que la leche ya no es suficiente para cubrir las necesidades del bebé y se hace necesaria la introducción de nuevos alimentos. Las recomendaciones actuales de la Organización Mundial de la Salud y de todas las asociaciones de pediatría señalan que hasta los 6 meses los niños pueden ser alimentados de forma exclusiva con leche, ya sea materna o artificial; pasada esa edad y de forma progresiva, el resto de alimentos cubrirá las necesidades nutricionales que la leche ya no es capaz de alcanzar. Esta transición acaba alrededor del año de vida en el que los niños pueden (y deben) comer de forma similar a los adultos (con contadas limitaciones).

En el caso de las madres que dan lactancia materna y sus bebés cumplen 6 meses, esta teoría no debería ser muy difícil de aplicar: barra libre de teta y que vayan comiendo de lo demás. De hecho, no debería ser muy diferente a los niños que reciben lactancia artificial si tenemos en cuenta que los biberones también se deben dar a demanda. En el caso de una madre que quiere seguir dando el pecho y se incorpora a trabajar pasados los 6 meses de vida de su bebé, la solución pasaría porque el niño comiera “otras cosas” mientras su madre no está en casa y aproveche cuando vuelva del trabajo para realizar las tomas de lactancia materna.

Todo esto es muy bonito y ojalá todas pudiéramos optar a bajas largas para cuidar a nuestros hijos para hacer de estas recomendaciones un camino de rosas. Sin embargo, la realidad es bien distinta. Actualmente en España la baja maternal es de 14 semanas y, en algunos casos, se pueden sumar permisos de lactancia (cerca de otro mes) y vacaciones. Con suerte, algunas de vosotras conseguirá acercarse a los 6 meses de vida de vuestro bebé para comenzar entonces con la alimentación complementaria tal y como está recomendado y mantener el pecho si es que esa es vuestra opción.

Sin embargo, el verdadero reto es qué hacer cuando la madre se incorpora al trabajo entre los 4 y los 6 meses de vida de su hijo. Supuestamente no haría falta darle nada más que leche, pero eso, en muchos casos, obligaría a la introducción de una lactancia mixta en la que la madre daría el pecho mientras está con su bebé, entretanto éste toma biberones de fórmula en su ausencia.

Algunas os preguntaréis: ¿sólo hay esa opción? ¿Con lo que me ha costado llegar hasta aquí, ahora me toca darle fórmula? La respuesta es contundente: no siempre es necesario recurrir a una lactancia mixta si la madre se incorpora al trabajo entre los 4 y 6 meses de vida de su bebé.

Veamos que más opciones hay.

La más “sencilla” es la utilización de sacaleches (con muchas comillas). Seguramente es la “más recomendable” (otra vez con muchas comillas) ya que es la que alarga la lactancia materna hasta los 6 meses del bebé (o ya puestos, hasta el infinito) de tal forma que podríamos llegar a esa edad habiendo recibido sólo leche materna. Para ello, la madre debe sacarse leche en el trabajo y guardarla para al día siguiente, mientras su bebé toma biberones con la leche que su madre hubiera dejado el día anterior. Al volver del trabajo, la madre tendría que seguir ofreciendo el pecho a demanda a su hijo, incluyendo la noche.

Las comillas están puestas porque a veces no es fácil sacarse leche en el trabajo para cubrir la necesidades del bebé o simplemente algunas madres no se apañan con él o no están dispuestas a utilizarlo. Seguro que estáis pensando que hacer un pequeño banco de leche desde el nacimiento del retoño para cuando llegue este momento es lo más conveniente y, aunque puede ser útil, es harto complicado cuando el crío pide a demanda y sacarse leche durante esos meses puede hacer que el bebé coma menos de lo que necesite o sobreestimuléis vuestra producción de leche.

La otra opción que podéis valorar es adelantar el inicio de la alimentación complementaria. Como lo habéis oído. Es cierto que se puede esperar a los 6 meses, pero, como indica el documento sobre alimentación complementaria de la Sociedad Europea de Digestivo y Nutrición Infantil, los niños están preparados desde los 4 meses para aceptar una gran variedad de alimentos distintos a la leche. De esta forma, se abre una ventana de oportunidad para mantener el pecho sin que sea necesario recurrir a la fórmula artificial ni al sacaleches para cubrir el tiempoque la madre no esté con su hijo.

Cómo poner en práctica esta última opción es muy sencillo. Basta con empezar a introducir alimentos distintos a la leche unas semanas antes de que la madre se incorpore al trabajo, siempre y cuando el bebé ya tenga 4 meses, para así poder ofrecerle un puré de verduras o una papilla de frutas en las tomas que la madre no esté. Si optáis por el Baby Led Weaning, sería lo mismo pero con los alimentos enteros en vez de pasados por la minipimer, aunque con esta edad es difícil que estén preparados para ello (ya que no suelen estar sentados, haber perdido el reflejo de extrusión…). Con esta opción, los niños recibirán la leche que necesitan cuando su madre vuelve del trabajo, la cual seguiría ofreciendo el pecho a demanda a su bebé al llegar a su domicilio y durante la noche.

Esta opción que acabáis de leer, la de adelantar la alimentación complementaria, es muy útil para las madres que no pueden utilizar sacaleches en su trabajo o simplemente no quieren hacerlo y han decidido mantener el pecho pero no quieren dar leche de formula a sus hijos.


Como veis, no hay una única opción para sustituir al pecho una vez que os incorporéis al trabajo si vuestro crío no ha cumplido 6 meses. En resumen, podríais optar por alguna de  estas formas o incluso combinarlas:

  • Mantener la lactancia materna exclusiva hasta los 6 meses utilizando sacaleches.
  • Optar por una lactancia mixta hasta llegar a los 6 meses.
  • Adelantar la alimentación complementaria, siempre y cuando el bebé ya tenga 4 meses, para cubrir las tomas en las que mamá no esté en casa.

En esta vida cada persona tiene unas necesidades diferentes. Lo que para una madre es la única y mejor opción, para otra puede ser un imposible. De hecho, igual de respetable es la madre que deja el pecho al iniciar el trabajo que aquellas que nunca lo dieron o que lo han decidido mantener hasta que sus bebés decidan dejarlo por ellos mismos

Bibliografía:

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¿Por qué a mi hijo no le gustan las verduras?

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Fuente: Pixabay

Llega un momento en la vida de todo niño en el que se tiene que enfrentar a su primer plato de verduras. Para la mayoría será en torno a los seis meses de vida, momento en el que la leche, ya sea materna o artificial, no es suficiente de forma exclusiva para cubrir las necesidades nutricionales de los niños, abriendo paso a la alimentación complementaria. Algunos optaréis por purés y otros por verduras directamente en trozos, pero de lo que no hay duda es que, en la gran mayoría de los casos, la primera impresión que os causará la cara de vuestros hijos al tomar tan estupendos manjares es que más que estar agradecidos, es que les da asco. ¿Cuántos de vosotros habéis tenido que tirar tarros enteros de comida a la basura porque vuestros hijos no abren la boca y montan el lío padre cada vez que llega la hora de la comida? Estoy convencida que muchos, si no todos. De hecho, me juego una mano a que a más de uno esto le habrá pasado tanto con las verduras como con las frutas o con cualquier nuevo alimento que hayáis intentado ofrecer a vuestros hijos pequeños. Tal suele ser la desesperación que esto genera en los padres que, al final, muchos pensaréis que a Manolito no le gustan las verduras o que a Lola la fruta le da asco, mientras buscáis una solución que os permita mantener una alimentación saludable en vuestros hijos. En este post trataré de explicaros por qué se da esta situación, tanto en lactantes pequeños como en los niños que empiezan a tener autonomía para comer. Espero, que entendiendo por qué ocurre, afrontéis esta etapa de la vida de vuestros hijos sin caer en al desesperación.

La preferencia por lo dulce y lo salado

Hagamos un experimento mental. Si os dieran a elegir a ciegas, sin haberlo probado nunca, entre un vaso de cerveza o un batido de chocolate, ¿cuál creéis que diríais que os gusta más? Apuesto a que la gran mayoría optaría por el batido, mientras que sólo unos pocos elegirían la cerveza. De hecho, la sabiduría popular dice que la cerveza te empieza a gustar a partir de la número cien que te tomas; incluso para algunos, nunca llega a ser un sabor agradable. La elección de qué sabores nos gustan y cuáles no, tiene un claro componente innato, es decir, está condicionado desde el nacimiento. Y esto que nos pasa a los adultos, como en el ejemplo de la cerveza y el batido, es, si cabe, todavía más importante en los niños, sobre todo durante el periodo de alimentación complementaria. Desde hace muchos años sabemos que las personas preferimos los sabores dulce y salado. Las explicaciones a por qué esto ocurre son variadas, pero la mayoría de ellas acepta que, debido al instinto de supervivencia del ser humano, éste prefiere alimentos ricos en hidratos de carbono y minerales, los cuales abundan en los que tienen estos sabores. De forma similar, los alimentos amargos y ácidos suelen ser rechazados, probablemente porque la mayoría de los alimentos tóxicos que encontramos en la naturaleza tienen estos sabores. Quizá ahora entenderéis por qué vuestro hijo os puso esa cara la primera vez que le intentasteis dar un puré de verduras o las pedorretas que os sacaban de quicio con las primeras papillas de frutas. O porqué algunos niños al inicio del Baby Led Weaning, lanzan más comida al suelo en vez de dar palmas con las orejas al llevarse el brócoli a la boca. Por fortuna, esta preferencia por los sabores dulces y salados y el rechazo a los amargos y ácidos puede modificarse. Por un lado habrá que ofrecerles desde que son pequeños esos sabores que no les gustan y, por otro, no estimular continuamente esa predilección por los que acepta de buen grado.

El que la sigue, la consigue

Si os estáis preguntando cuánto hay que esperar para que un niño acepte un sabor nuevo, la respuesta más sincera es que probablemente mucho. Algunos tendréis la suerte de tener un glotón que pide más y más desde el principio; para otros, la diosa fortuna os habrá regalado un tiquismiquis con el que hay que trabajárselo. Mientras esto ocurre y hasta que vuestros hijos acepten un alimento nuevo, los padres debéis cargaros de paciencia y no desistir por mucho que penséis que el niño os ha salido especialito. Aunque no lo parezca, estaréis sentando las bases de su futura alimentación. No quiero desanimaros, pero a veces se requieren hasta 10 o 15 exposiciones a un sabor nuevo para que el niño no diga tururú que te ví. Como veis, esto de la alimentación complementaria es una carrera de fondo. Quizá por eso, durante los primeros meses, no pasa nada porque coman poco de las cosas que no son leche. Con el paso del tiempo su catálogo de alimentos irá aumentado hasta alcanzar el año de vida, momento en el que la leche no debería representar más de un 30% de lo que comen a diario (ya sea materna o artificial). Además, para mantener el gusto recién adquirido por esos nuevos sabores, los niños deben mantener el contacto con esos alimentos a menudo. A este respecto, hay estudios que demuestran que las exposiciones frecuentes a vegetales hacen que los niños no pierdan el gusto por ellas, mientras que aquellos que las toman de pascuas a ramos acaban olvidando que esos sabores no estaban tan malos, lo que acaba en muchas ocasiones en rechazo. Sé por experiencia que «enseñar» a comer a un niño puede acabar con la paciencia de cualquiera. Pero también sé que cuantos más alimentos diferentes coman los niños de pequeños, más variado comerán de mayores. Aquellos niños restrictivos que llegan a los dos o tres años comiendo pocas cosas, es muy probable que mantengan esa actitud durante el resto de su infancia (y también en la vida adulta). Por eso, sin que suene a regañina, no dejéis nunca de ofrecer esos alimentos que creéis que no les gustan cuando todavía su mente es moldeable.

La adolescencia de los dos años

Si la desesperación os atacó cuando ofrecíais las primeras papillas a vuestros hijos… ¿qué me decís de ese momento en el que vuestro retoño que siempre había comido bien decide que ya no le gustan las verduras y de buenas a primeras empieza a rechazar lo que antes comía con gusto? No me extrañaría que además ese pequeñajo tuviera cerca de dos años de edad. Hay gente que los llama «los terribles dos», pero a ese periodo de la vida en el que los niños empiezan a tener conciencia de si mismos y desarrollan su personalidad, a mi me gusta llamarlo «la adolescencia de los dos años». A algunos, les toca un poco antes, pero en general se puede observar entre los 18 meses y los 3 años. No penséis que me estoy volviendo loca, porque esto que os cuento tiene mucho que ver con que los niños de esta edad rechacen las verduras. Durante esta etapa del neurodesarrollo, el niño aprende a decir «no» y, además, lo utiliza con toda la intención del mundo cuando no quiere algo. Así, un día puede estar zampándose un plato de brócoli como si de caviar se tratase y al siguiente dice que no, sin que puedas hacer nada al respecto para que abra la boca ¿A que ahora entendéis lo de la adolescencia? Durante esta época, la neofobia también tiene un papel muy importante. Con ella designamos a la situación en la que se tiene «miedo a lo desconocido». En el día a día de un niño pequeño lo podéis ver en que, por ejemplo, no saluda a un familiar que le vais a presentar o prefiere jugar con el mismo peluche antes que jugar con uno nuevo. Esta situación también se traslada a la comida y no es raro que rechacen alimentos en los que habéis cambiado el aspecto. Por ejemplo, que solo quieran los macarrones de casa y digan que los de la abuela no les gustan. Por fortuna, como ocurre también en los adolescentes, este periodo de la vida no dura para siempre. En torno a los tres o cinco años este miedo desaparece y empiezan a ganar autonomía para decidir qué quieren comer sin que todo sea siempre la negativa por respuesta. Está claro que si les dejáramos, elegirían aquellos alimentos que más les gustan, sin embargo, no suele ser tan difícil convencerlos de que coman lo que ese día habéis preparado. Entendiendo todo esto que les pasa a los niños al llegar a esta edad, no queda otra que afrontar este periodo de la infancia con mucha tranquilidad. Pensad que en unos meses todo mejorará y que aquello que ahora os hace desesperar forma parte de la evolución normal de cualquier niño.
Sé que este post no es el remedio maravilloso que muchos habéis entrado a buscar. De hecho, ese remedio mágico para que vuestros hijos coman verduras no existe. En todo caso es un conjunto de medidas que debéis aplicar con paciencia desde que son pequeños. Espero que al menos, saber por qué ocurren estas cosas os ayude. No desesperéis y ánimo!!

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NOTA: quizá algunos os habéis sorprendido al ver que en uno de los párrafos he afirmado que la leche debe ser el 30% de lo que come un niño a partir del año de vida. Sin embargo, la leche no es imprescindible (ni mucho menos). Aquellos padres que no deseéis que vuestros hijos tomen leche, tendréis que programar una alimentación en la que ofrezcáis a vuestros hijos alimentos ricos en calcio de forma suficiente para cubrir sus necesidades diarias.

¿Es obligatorio que los niños tomen leche de vaca?

Que la leche de vaca es un alimento rico en calcio es una verdad innegable. De hecho, esta bebida es de las fuentes más ricas de este mineral que nos podemos llevar a la boca. Sin embargo, muchos padres y madres de hoy en día se preguntan si realmente es necesario que los niños sigan la ya clásica recomendación de tomar al menos medio litro de leche al día para recibir el calcio que necesitan.

Como ya sabréis, la Organización Mundial de la Salud recomienda que los niños sean alimentados con lactancia materna exclusiva hasta los seis meses y, a partir de entonces, de forma complementaria con otros alimentos, siendo recomendable mantener el pecho hasta los dos años o más, siempre y cuando el bebé y la mamá quieran. Por desgracia, las tasas de lactancia materna en nuestro país rondan el 50% a los seis meses edad, porcentaje que disminuye de manera considerable cuando la mujer se incorpora al trabajo. Este hecho hace que la gran mayoría acaben optando por una fórmula adaptada si el niño tiene menos de doce meses y por leche entera de vaca a partir del año de vida para seguir alimentando a sus hijos.

Sin embargo, por el motivo que sea, algunos padres prefieren que sus pequeños no tomen leche de vaca o cualquiera de sus derivados. En ocasiones por seguir una dieta vegetariana, en otros por creer el falso mito de que produce mocos o, simplemente, porque a ellos no les gusta el sabor. El problema se plantea en qué hacemos entonces para compensar el calcio que dejan de tomar esos niños al no tener leche -o lácteos- entre sus alimentos habituales.

Las necesidades diarias de calcio

Si volviéramos a las clases de primaria que nos daban en el el colegio, recordaríamos sin dificultad que el calcio resulta esencial para mantener una buena salud ósea tanto en la infancia como en el resto de la vida. Además, interviene en otros procesos como la coagulación, la contracción del corazón o la transmisión del impulso nervioso, entre otras muchas cosas. De esto se desprende que, como pasa con otros tantos minerales y vitaminas que nuestro cuerpo necesita, hay que tomar una determinada cantidad al día para no caer en una deficiencia que pueda ser perjudicial para la salud y la máquina que es el cuerpo humano esté bien engrasada.

Hasta el año de vida, las necesidades de calcio de los menores de seis meses son de 200 mg/día y de 260 mg/día entre los seis y doce meses, necesidades que se cubren sin dificultad con la leche que toman a diario, ya sea materna o de fórmula, ya que, por debajo del año de vida, esté es su alimento principal.

A partir de esa edad, las recomendaciones diarias de calcio aumentan. Entre el año y los tres años son de 700 mg/día, hasta los ocho años de 1.000 mg/día y desde entonces hasta la pubertad de 1.300 mg/día.

Pero andar con números y cuentas es una pérdida de tiempo ya que en nuestro día a día, salvo en caso de enfermedades especiales o dietas muy concretas, no estamos contando los miligramos de cada alimento que comemos o cuál es su composición.

¿Y cuánto calcio aporta la leche de vaca?

He aquí el quid de la cuestión que nos ocupa. Cada 100 gramos de leche de vaca (unos 100 ml) contienen 125 mg de calcio. De forma más sencilla, una taza de las normales aporta unos 300 mg de calcio.

Quizá por ello, los pediatras hemos insistido tanto desde hace montones de años en lo recomendable que es que los niños tomen leche, ya que, por ejemplo, con un vaso en el desayuno y uno en la cena, las necesidades diarias de calcio quedan cubiertas en los menores de tres años. En el resto de edades, las necesidades son mayores pero también realizan comidas más grandes, por lo que el resto de alimentos suele compensar los requerimientos diarios que no se alcanzan con un par de vasos de leche. Sobra decir, que cualquier lácteo, como el queso y el yogur, también aportan mucho calcio por ración como lo hace la leche.

Sin embargo, la leche de vaca no es obligatoria. A todas luces no lo es. Lo que es obligatorio es que los niños (y los adultos) tomemos a diario el calcio que nuestro cuerpo necesita. Si este calcio proviene de la leche, pues fenomenal, pero si proviene de otra fuente, pues fenomenal también.

Pero una cosa hay que tener clara, la leche de vaca es una forma sencilla de que los niños tomen calcio ya que en un par de tragos llegan a las necesidades que necesiten cada día. Aquellos padres que decidan que sus hijos no van a tomar leche o sus derivados, tendrán que adaptar sus menús para no caer en una deficiencia.

Otros alimentos ricos en calcio

Existen en la naturaleza multitud de alimentos ricos en calcio. Algunos de estar por casa y otros más exóticos, pero todos, al fin y al cabo, en las estanterías del supermercado.

Por ejemplo, las legumbres, una excelente fuente de proteína saludable, tienen un alto contenido en calcio, sobre todo las alubias y los garbanzos. También los pescados estilo sardinillas, los langostinos, las gambas o los berberechos.

En el reino vegetal, las verduras de hoja oscura como las acelgas, las espinacas o el brócoli, también son un fuente considerable de este elemento. Así mismo, casi todos los frutos secos.

El problema de estas fuentes no lácteas de calcio surge porque una ración de estos alimentos no es comparable a la cantidad de calcio que aporta un vaso de leche. Veámoslo con un ejemplo a ver si se entiende mejor.

Para que un niño tome el mismo calcio que con un vaso de leche pero con brócoli, debe tomar unos 300 gramos de este vegetal. Si una ración normal de brócoli es de unos 70 gramos, significa que para compensar el calcio que aportaría la leche debe tomar unas cuatro raciones y media de esta verdura. O lo que es lo mismo, brócoli para desayunar, comer, merendar y cenar.

Con el resto de alimentos pasa lo mismo, se necesita más de una ración al día para alcanzar a una taza de leche. Esto se debe a que, a pesar de que el contenido en calcio de estos alimentos es alto, su biodisponibildad y absorción en comparación con la leche es mucho menor.

La verdad es que no pasa nada porque los niños no tomen leche de vaca, sin embargo, aquellos que no lo hagan tendrán que incluir de forma habitual en sus menús diarios alimentos ricos en calcio para compensar las necesidades diarias.

Por último, no querría acabar este post sin hablar de las bebidas vegetales. Muchos padres están optando por ellas como sustituto a la leche de vaca y es una opción totalmente válida. Sin embargo, deben fijarse en que vayan enriquecidas con calcio para que 100ml de producto aporten 120 mg de calcio. De lo contrario, la idea de que al tomar alguna de estas bebidas compensa lo que aporta la leche es totalmente equivocada, ya que la mayoría de ellas, si no están enriquecidas, no aporta casi nada de calcio.


En resumen, la leche de vaca y los lácteos no son un alimento imprescindible durante la infancia, una vez que se ha completado el periodo de alimentación complementaria. Sin embargo, es un comida sencilla con la que es muy fácil que los niños alcancen los requerimientos diarios de calcio, lo que la convierte en un alimento de gran valor.

Aquellos padres que opten por no dar leche de vaca a sus hijos han de ser conscientes de que deben compensar con otros alimentos estas necesidades diarias de calcio.

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Addenddum: la leche de cabra es muy similar a la leche de vaca en cuento a contenido en calcio por lo que todo este post también es aplicable a ella.

Si estás embarazada debes vacunarte de la gripe

La Campaña de Vacunación contra la gripe empezará en unos días en toda España y entre los grupos de riesgo que se deben vacunar figuran, como todos los años desde que tenemos memoria, las mujeres embarazadas, ya que pueden desarrollar complicaciones. Por desgracia, sólo el 38,5% de las gestantes españolas se vacunaron de la gripe en la temporada 2018-2019, porcentaje que se antoja muy bajo cuando la gripe puede pasar de ser una infección viral sin importancia en una persona sana a algo muy grave en el caso de las embarazadas, tanto para ellas como para sus futuros bebés, aunque es cierto que en la temporada 2019-2020 esta cobertura aumentó hasta el 5.8% (datos de la Comunidad de Madrid).

En este post te contamos todo lo que debes saber sobre la gripe en el embarazo para que no te queden dudas de que lo mejor que puedes hacer es vacunarte. En le caso de que no estés embarazada pero tengas una amiga que esté esperando un hijo, no dudes en compartir con ella esta información.

El riesgo de tener gripe durante el embarazo

Como sabréis, la gripe es una enfermedad viral que cursa con fiebre alta y malestar general y que, a menudo, dura cerca de una semana. En la mayoría de las personas no suele dar lugar a complicaciones, lo que se traduce en una semana de sofá, antitérmicos y Netflix.

Sin embargo, hay una serie de grupos de riesgo en los que la gripe puede complicarse, como por ejemplo los mayores de 65 años o aquellas personas con enfermedades cardiorespiratorias crónicas, incluidos los niños. Desde hace más de 100 años se sabe que las mujeres embarazadas que contraen la gripe tienen mayor riesgo de complicaciones, así como de hospitalización e, incluso, de muerte.

El motivo por el que la gripe puede ser un proceso más grave en las embarazadas que en la población general se debe a que durante la gestación ocurren una serie de cambios fisiológicos, tales como una mayor frecuencia cardíaca, mayor consumo de oxigeno, menor capacidad pulmonar y una menor capacidad para defenderse contra algunas infecciones por una alteración transitoria en la inmunidad.

¿Y qué pasa con el feto?

A menudo se dice que el riesgo de que una madre contraiga la gripe es sólo para ella y que esta infección no acarrea mayor riesgo para el feto que cualquier otra infección viral, afirmación que se basa en que el virus de la gripe no suele atravesar la placenta y llegar a infectar al futuro bebé.

Es cierto que los posibles riesgos para el feto todavía no están bien estudiados, sin embargo, existen estudios que afirman que el riesgo de malformaciones, como labio leporino, defectos del cierre del tubo neural, hidrocefalia y del corazón, es mayor en madres que tuvieron la gripe durante el primero trimestre de embarazo. Además, también hay investigaciones que han concluido que la gripe durante el embarazo conlleva mayor riesgo de aborto y parto prematuro.

¿Y la vacuna de la gripe funciona en las embarazadas?

Desde hace más de diez años, las embarazadas figuran entre los grupos de riesgo que deben vacunarse de la gripe, recomendación que realiza tanto el Center of Disease Control and Prevention americano como europeo.

La vacuna de la gripe consigue una protección similar en las embarazas que en la población general, lo que ha dado como resultado una reducción en el número de complicaciones e ingresos, así como de abortos y partos prematuros.

Sobra decir que, la vacuna de la gripe durante el embarazo es segura y no presenta más riesgos que en el resto de la población.

Entonces, ¿cuándo deben vacunarse las embarazadas?

La Campaña de Vacunación de la gripe en España suele comenzar durante las últimas semanas de octubre o primeras de noviembre, con el objetivo de que, cuando llegue la epidemia (habitualmente entre diciembre y enero), haya dado tiempo a que las personas que deben vacunarse lo hayan hecho.

Por ello, las embarazadas deben vacunarse en cuanto comience la Campaña de Vacunación, independientemente del trimestre de gestación en el que se encuentren.

Extra bonus: protección al recién nacido

La vacuna de la gripe no está autorizada en niños menores de seis meses de vida. Por ello, aunque no es el objetivo principal de la vacunación durante el embarazo, los más pequeños de la casa disfrutan de protección indirecta si sus madres se vacunan durante el embarazo.

Por un lado, el bebé recibe de su madre anticuerpos contra la gripe antes de nacer, ya que existe paso de estas defensas a través de la placenta. Además, aquellos a los que se les da el pecho, también reciben anticuerpos a través de la leche materna. Debido a estos dos mecanismos, los recién nacidos gozan de cierta protección contra la gripe durante los primeros meses de vida.

Por otro lado, una madre vacunada es poco probable que se contagie de la gripe, lo que hace muy improbable que sea ella la causa de contagio a su bebé. Esto es lo que se conoce como estrategia nido: la protección pasiva de un recién nacido gracias a la vacunación de las personas con las que convive.


En resumen, la gripe en las embarazadas puede ser una infección muy grave, tanto para ellas como para sus futuros bebés. Por fortuna, existe una vacuna contra esta infección igual de segura que en la población general y con la misma eficacia. Por ello, todas las embarazadas deben vacunarse durante la Campaña de Vacunación contra la gripe, independientemente del mes de embarazo en el que se encuentren.

También puede interesarte:

Bilbiografía:

  • Influenza and congenital anomalies: a systematic review and meta-analysis (link).
  • Populations at risk for severe or complicated influenza illness: systematic review and meta-analysis (link).
  • Risk of fetal death after pandemic influenza virus infection or vaccination (link).
  • Influenza vaccination of pregnant women and protection of their infants (link).

¿Cuándo debería introducir los sólidos a mi bebé?

Desde hace años se sabe que la leche, sea esta materna o artificial, cubre de forma adecuada las necesidades de un niño sano hasta los seis meses de vida. Sin embargo, a partir de esa edad, la leche no es suficiente, por lo que resulta necesario que el bebé empiece a comer otros alimentos que cubran sus requerimientos nutricionales, dando paso a lo que conocemos como alimentación complementaria. De forma práctica, esto quiere decir que llega un momento en la vida de todo niño en el que se tiene que enfrentar a nuevas texturas ya que, salvo la leche, la gran mayoría de los alimentos que comemos los humanos son sólidos o semisólidos. La forma tradicional de comenzar con la alimentación complementaria desde hace cientos de años ha sido con purés o triturados en los que se mezclaba todo junto, ya fueran diversas frutas o verdura con carne o pescado. Y así, con purés y papillas, podían pasar meses hasta que a alguno de sus familiares se le ocurría que quizá había llegado el momento de ofrecerle algún alimento algo menos pasado por la minipimer y con una textura más sólida. Con un poco de suerte, el niño lo aceptaba de buena gana y antes de los dos años de edad habían conseguido que comiera «comida de mayores». Pero si la suerte no hacía acto de presencia, era (y es) muy frecuente ver como algunos niños no comían otra cosa mas que una simple crema de verduras preparada en casa en la que no podía haber ni una sola hebra de una triste judía verde. Tampoco era de extrañar que a estos niños les costara Dios y ayuda tragar cualquier otro alimento que no tuviera la textura de un puré. Esta alteración en la que se tiene «miedo» a probar nuevos alimentos se conoce como neofobia. Desde hace unos veinticinco años, existe otra forma de ofrecer la comida al niño ha ganado presencia y adeptos en todas partes del mundo. Se llama Baby Led Weanig (BLW) y seguro que ya la conocéis (nosotros publicamos un post sobre ella hace ya tiempo, link). Este método propone ofrecer a los niños desde los inicios de la alimentación complementaria, alimentos que sean capaces de masticar y tragar en forma de trozos enteros, respetando siempre su sensación hambre y saciedad y siendo ellos los encargados de agarrar los alimentos y llevárselos a la boca. El BLW parece que adelanta a los niños a lo que la forma tradicional consigue llegar un poco más tarde: que los niños coman como adultos. Creo profundamente que la forma de dar de comer a niño debe ser elegida por los padres de tal forma que se sientan cómodos a la hora de preparar los alimentos y ofrecérselos a sus hijos. Tan válido puede ser el BLW como la forma tradicional si ambos, al final, nos llevan al mismo sitio. Pero no perdamos el Norte, que este post trata de cuándo es necesario empezar con los sólidos en los niños. En el caso del BLW está claro que es desde el principio, pero ¿y en el método tradicional? ¿Cuándo deben los padres empezar a ofrecer sólidos o semisólidos a los niños?

El niño mayor que sólo quería purés y papillas

Decía hace unos párrafos que con mala suerte es probable que un niño que estaba siendo alimentado de forma tradicional rechazara los alimentos nuevos que no habían sido preparados en forma de puré o papilla. Sería un niño que come sin problemas una crema de calabaza pero que a la hora de ofrecerle una calabaza cocida la escupe o se la saca de la boca. También aquel que toma con gusto un papilla con naranja, manzana y plátano pero que no hay quien le convenza para que ingiera esos manjares sin triturar y por separado. Y no me estoy refiriendo a un niño menor de un año. Ese niño con rechazo a las texturas es muy probable que tuviera más de doce meses, incluso dos, tres o cuatro años. Podríamos pensar que tampoco pasa nada. Que si al final toma los mismos alimentos en forma de puré o papillas y que, de forma milagrosa, tolera cuatro o cinco alimentos con otro tipo de texturas, dará igual, ya que la ingesta de calorías y nutrientes no tiene por qué ser muy diferente a la de un niño que ya come de todo. Por desgracia, esto no es así. Está demostrado que los niños que toman durante mucho tiempo toda su alimentación en forma de purés desarrollan de forma más frecuente aversión tanto por alimentos nuevos (neofobia) como por texturas nuevas, además de estar más predispuestos a desarrollar obesidad en la vida adulta. Como os podéis imaginar, a la larga, estos aspectos tendrían una gran influencia en el tipo de alimentación que estos niños realizarían de mayores así como en su salud y calidad de vida.

Entonces, ¿cuándo le introduzco los sólidos a mi hijo?

Llegados a este punto, parece importante que, independientemente del método empleado para alimentar a un niño, los sólidos y semisólidos deban introducirse pronto para que éste no desarrolle una aversión a las texturas y nuevos alimentos. Pero no penséis mal porque no se trata de pasar de un día para otro del cuenco de puré a una menestra de verduras o de una papilla de frutas a una macedonia. Aquí lo importante es que el niño reciba esas nuevas texturas antes de que llegue a un punto de no retorno. En su último documento sobre alimentación complementaria, la Asociación Española de Pediatría recomienda aumentar de forma progresiva la consistencia de los alimentos, comenzando con texturas grumosas y semisólidas, no más tarde de los ocho o nueve meses de edad. Además, hay que tener en cuenta que a partir de los doce meses, no debería haber ningún inconveniente para que los niños comieran los mismos alimentos del resto de la familia, evitando siempre aquellos con alto riesgo de atragantamiento como los frutos secos enteros.

¿Y cómo lo hago? ¿Por dónde empiezo?

Un buen comienzo es triturar menos el puré de verduras o la papilla de frutas. Es muy probable que las primeras veces el niño lo rechace, así que no perdáis la esperanza e insistid a lo largo de varios días. En cuanto a las verduras, también se pueden cocer durante más tiempo del normal para que queden muy blanditas y sea el niño el que las deshaga en la boca con poco esfuerzo. En cuando a las frutas, cuando están muy maduras son muy fáciles de chafar con un tenedor para luego ofrecérselas a vuestros hijos sin que hayáis tenido que triturarlas. Algo parecido pasa con las legumbres, que cuando están bien cocidas se pueden aplastar si no queréis ofrecérlas enteras. Con el paso del tiempo, el niño irá cogiendo práctica y le será más sencillo comer cualquier tipo de alimento y textura. Es comprensible que tengáis miedo a que el niño se atragante, pero recordad que los episodios de atragantamiento no son más frecuentes en los niños pequeños que toman sólidos de aquellos que toman triturados.

Alimentos prohibidos por riesgo de atragantamiento

Lo que sí que tenéis que tener muy en cuenta es que hay una serie de alimentos que no podéis ofrecer a vuestros hijos pequeños ya que corren el riesgo de atragantarse al no poder masticarlos. De forma general serán todos aquellos que penséis que el niño no puede aplastar con las encías o con la lengua contra el paladar. De forma práctica, si veis que sois incapaces de machacar un alimento con vuestros propios dedos, no se los deis a vuestros hijos. Hay muchos ejemplo a evitar, tantos que seguramente cualquier lista se olvidaría de alguno. Sirva esta como ejemplo de qué es lo que no debéis ofrecer a vuestros hijos:
  • Frutos secos enteros.
  • Manzana o zanahoria cruda.
  • Uvas, tomates cherry, aceitunas, cerezas o cualquier alimento redondo y pequeño sin cortar en cuartos.
  • Carmelos duros, gominolas o chicles.
  • Palomitas de maíz.
  • Salchichas.
La Asociación Española de Pediatría recomienda esperar hasta los tres años para que los niños puedan empezar con este tipo de alimentos, sin embargo, algunos pediatras prefieren esperar hasta los cinco o seis años para ello. De lo que no cabe duda es que, mientras sean pequeños, cuando vuestros hijos los coman deben estar supervisados.
En resumen, la introducción temprana de sólidos y semisólidos en la alimentación de un niño es necesaria para evitar conductas en las que los triturados se convierten en el único alimento que éste es capaz de comer. Además, con ello estamos potenciando un tipo de alimentación más variada y saludable como factor protector contra la obesidad en la etapa adulta. La introducción de estas texturas más grumosas puede hacerse de forma progresiva, nunca más tarde de los ocho o nueve meses, evitando los alimentos con alto riesgo de atragantamiento. El objetivo debería ser que el niño comiera la misma comida que un adulto a partir de los doce meses de edad.

Bibliografía

  • Recomendaciones de la Asociación Española de Pediatría sobre la Alimentación Complementaria 2018 (Link).
  • Learning to eat: birth to age 2 y (Link).
  • The Feeding Infants and Toddlers Study 2008: opportunities to assess parental, cultural, and environmental influences on dietary behaviors and obesity prevention among young children (Link).
  • The timing and duration of a sensitive period in human flavor learning: a randomized trial (Link).

Consejos sobre Lactancia Materna: el destete

Muchas son las dudas que surgen tanto al principio de la lactancia, durante, como al final de la misma. Entre ellas, muchas madres acuden a la consulta preguntando qué deben hacer con las tomas de pecho cuando se incorporan al trabajo y pasarán más horas fuera de casa, o simplemente, quieren dejar de dar el pecho a sus bebés porque consideran que ha llegado el momento.

Con el fin de arrojar algo de luz a esta etapa de la vida del niño, hemos escrito este post en el que os daremos a conocer en qué consiste el destete, cómo debe realizarse teniendo en cuenta las características del niño y cuáles son las mayores dificultades que os vais a encontrar durante el proceso.

¿Qué significa «el destete»? ¿Cuándo ha llegado el momento?

Al proceso de retirar o dejar la alimentación con lactancia materna, sea cual sea la edad del niño, se conoce como «destete».

Como sabéis, la lactancia materna es la opción recomendada por la OMS como método único y exclusivo de alimentación desde el nacimiento y hasta los 6 meses de vida, y a partir de este momento junto con la alimentación complementaria hasta los 2 años o más, siempre que la madre y el niño quieran.

Sin embargo, la realidad es que las tasas de lactancia materna exclusiva a nivel mundial (datos publicados en 2016 por UNICEF), indican que, globalmente, sólo un 43% (2 de cada 5) de niños continúan recibiendo lactancia materna exclusiva a los 6 meses de vida. Estos porcentajes son incluso más bajos en los países europeos y norteamericanos en comparación con los países del Hemisferio Sur. Probablemente esto se relacione con los estilos de vida de las mujeres en los países de nuestro entorno, donde la mayoría de las mujeres se incorporan a la vida laboral cuando finalizan sus permisos de maternidad, lo que seguramente comprometa la duración de la lactancia materna.

En España, la legislación vigente (Real decreto-ley 6/2019, de 1 de marzo) ofrece la prestación denominada de «nacimiento y cuidado de menor» que otorga 16 semanas de permiso remunerado para la madre biológica y otras 8 semanas para el progenitor diferente de la madre biológica. Periodo al que se suele sumar «el permiso de lactancia» de forma acumulada. Si hacemos cuentas, una madre trabajadora española que ofrece a su bebé lactancia materna exclusiva debe incorporarse al trabajo entre los 4-5 meses de vida del niño; con suerte, algunas conseguirán permisos remunerados hasta los 6 meses «juntando las vacaciones».

Ante todo decir que el momento de la finalización de la lactancia materna debe ser una decisión personal, sea a los 6 meses, antes o después. A veces, simplemente se tiene la falsa creencia de que combinar lactancia materna y trabajo hace necesario empezar con los biberones. Realmente esto no es así ya que trabajar y seguir dando el pecho a vuestros hijos es posible, pero en estos casos hablaríamos de diferentes alternativas como son la lactancia diferida, la lactancia mixta o dejar las tomas de leche para cuando la madre está en casa. Todas estas son opciones que por sí solas darían lugar a otro post diferente, así que volvamos al destete. Llegados a este punto, cuando de forma informada la madre ha decidido dejar de dar el pecho a su hijo, empieza nuestra labor: aconsejar, de acuerdo a las circunstancias individuales de cada una, cómo podéis realizar el destete, independientemente de la edad del niño.

¿Cómo realizar el destete?

No tiene nada que ver destetar a un bebé de 4 meses, que a uno de 10 o bien a un niño de 2 o 3 años, así que, empecemos por el principio.

En un lactante pequeño, aquel menor de 6 meses, la transición al biberón no suele ser complicada. La teoría dice que cada 2-3 días se sustituya una toma de pecho por una de fórmula. De esta manera, en 2 o 3 semanas habréis realizado el destete completo. Durante este periodo, el pecho irá produciendo cada vez menos leche debido al descenso de la demanda. Así escrito suena ideal, pero la realidad es otra cuando el bebé se niega a tomar el biberón o no sabe chupar la tetina. En general será cuestión de tiempo que se acostumbren y ofrecerlo de forma reiterada nos llevará al éxito. Algunos trucos útiles pueden ser buscar tetinas más flexibles o incluso ofrecer la leche con cuchara o vasito.

A partir de 6 meses coincidiendo con la introducción de la alimentación complementaria será más fácil. Lo habitual es sustituir las tomas de leche materna por otros alimentos, asegurando el aporte lácteo en 2-3 tomas con fórmulas de continuación que pueden tomar en biberón o vasito. Recordad además que a partir de los 9 meses ya pueden incorporar en su dieta el yogur y queso fresco, excelentes fuentes de calcio para los niños.

Cuando abordéis el destete, es muy posible que el niño pida pecho, sobre todo durante los primeros días. Para que no sea una tortura, es adecuado ofrecerle si pide e ir dismuyendo las tomas de pecho de forma paulatina. Llegados a este punto, puede que el número de despertares nocturnos tras la retirada del pecho aumente, ya que es normal que los niños, sobre todo hasta los 2 años, mantengan despertares, ya que estos dependen de la madurez del sueño y no de la cantidad de comida que toman antes de dormir o durante la noche. La succión con chupete puede ser un buen sustituto del pecho para calmar al bebé en estos casos.

Pasado el año de vida la cosa cambia mucho ya que el pecho, además de ser un alimento, funciona como elemento de calma, refugio y protección, por lo que es habitual que lo pidan en situaciones muy diversas. En edades más tempranas, esto también ocurre, pero la retirada del pecho suele ser mejor tolerada y con menos trabas por parte del niño.

En los casos en los que la cosa se complica porque el niño solicita el pecho al margen de la alimentación, la frase «no ofrecer, pero no negar» se debe convertir en un mantra, aunque sabemos que muchas veces es difícil de cumplir. En estos casos, ofrecer alternativas, distracciones e incluso negociar en aquellos que son mayores (por ejemplo «solo en casa» o «solo antes de dormir» a cambio de «salidas divertidas al parque» o «el cuento que más te gusta») son una buena opción. Ante todo, debéis respetar las necesidades del niño, buscar el mejor momento y armarnos de paciencia porque no es una cosa que se consiga en 3 días.

Independientemente de la duración de tu lactancia, puedes estar contenta y orgullosa una vez que has tomado la decisión, así que enhorabuena por llegar hasta aquí.

Algunos consejos útiles para el destete

A lo largo del post os hemos dado algunas pinceladas y consejos para sobrellevar mejor esta etapa en niños pequeños como son el uso de chupetes, vasitos o incluso ofrecer la leche con cuchara, al que se unirán sin duda muchos mimos y abrazos. En general, con el paso de los días, la situación se regulará y sabréis atender las necesidades de vuestro hijo sin recurrir al pecho.

Para los niños mayores, en los que ya hemos dicho que el proceso es más largo y difícil, puede ser útil recurrir a cuentos ilustrados y dirigidos a niños en los que se narran historias en las que hay tetas que se cansan de lactar («La teta cansada» de Montse Reverte, link), una fiesta para despedirse de la teta («La fiesteta» de Miriam Tirado, link) o la «Tetita» de Diana Oliver (link) que habla del destete dirigido cuando ha llegado un nuevo bebé.

En cualquier caso, muchos brazos, amor, presencia, comprensión y, sobre todo, paciencia.

Bibliografia que te puede resultar interesante

Lactancia Materna en cifras: Tasas de inicio y duración de la lactancia en España y en otros países Comité de Lactancia Materna · Asociación Española de Pediatría, 2017 (Link).

Lactancia materna en niños mayores o «prolongada». Comité de Lactancia Materna. Asociación Española de Pediatría. 2015. (Link).

Ropa con protección solar, ¿es útil?

Fuente: Pixabay

Seguro que has escuchado a más de un pediatra decir «los niños pequeños, mejor con manga larga para que así estén más protegidos del sol». Sin embargo, ¿os habéis preguntado si vale cualquier prenda? Y si se moja, ¿protege lo mismo? Y el color, ¿influye que elijáis ropa clara o ropa oscura? Y las prendas que anuncian a bombo y platillo que tienen protección solar, ¿son realmente efectivas? En este blog ya hemos hablado de los protectores solares y del efecto del sol en la piel de los niños, pero se nos había quedado en el tintero un post sobre la protección que nos ofrece la ropa. Así que vamos con ello para que podáis mantener al sol a raya durante todo el verano.

Protegerse de sol con ropa es efectivo

Si preguntásemos a un dermatólogo cuál es la mejor manera de evitar los efectos negativos del sol, seguramente nos diría que metiéndonos en una cueva y no saliendo nunca de ella. O lo que es lo mismo, recibiendo la menor cantidad de radiación solar a lo largo de nuestra vida. Y es muy probable que no le falte razón, sin embargo, tanto los niños como los adultos tenemos que hacer cosas en nuestro día a día que implican salir a la calle, como ir a trabajar, hacer la compra, viajar o ir a buscar a nuestros hijos al colegio. Esto, si cabe, es más frecuente en los niños pequeños ya que suelen pasar varias horas al día realizando actividades al aire libre. La ropa es una de las medidas más efectivas que se conoce para evitar que el sol llegue a la piel. Porque todos sabemos que los rayos del sol llegan peor a la piel si llevamos puesta una prenda de ropa. Es tan evidente que hasta existe la expresión «moreno obrero» para hacer referencia al bronceado que adquieren las personas que trabajan al sol, con una camiseta de manga corta, en los brazos y el cuello. Seguramente por esto, los bereberes del desierto van vestidos desde la punta de la cabeza a los pies, por mucho calor que haga, con la intención de evitar en la medida de lo posible la exposición al sol. Y aunque todos los tejidos bloquean en parte los rayos del sol, no todos son igual de efectivos para impedir que la radiación ultravioleta -la que es responsable de la mayoría de los efectos dañinos del sol- llegue hasta nuestro cuerpo y ejerza sus efectos nocivos.

¿Qué hace que una prenda proteja mejor del sol?

Empecemos por lo más lógico de todo: si la prenda es de manga larga, mejor. Parece una tontería, pero siempre va a ser mejor una camiseta o un pantalón de manga larga en vez de unas bermudas si en lo que estamos pensando es en protección solar. De forma similar, es preferible un gorro o sombrero de ala ancha que una gorra, ya que los primeros dan más sombra en la cara y en el cuello, que las segundas. Pero ojo, algunas telas son mejor que otras. Seguro que tenéis por casa alguna camiseta a la que tienes mucho aprecio de cuando eráis adolescentes que si la ponéis al trasluz deja ver lo que hay detrás. Todo lo contrario pasa con la ropa fabricada con tela vaquera, que es muy tupida y deja pasar peor la radiación ultravioleta. Fijaos si puede haber diferencias entre unas telas y otras que los australianos introdujeron en 1996 una forma de clasificar y medir la protección que ofrece una prenda y que, actualmente, se ha estandarizado a nivel mundial. Es lo que se conoce como UPF: ultravioleta protection factor.

¿Qué son las prendas con UPF?

Como decíamos, hace mas de 30 años la Agencia Australiana para la Seguridad Nuclear y Protección contra la Radiación propuso un test estandarizado para clasificar la cantidad de radiación solar ultravioleta (la que provoca más daños en la piel) que una prenda es capaz de bloquear. Todas las telas tienen cierto grado de UPF, sin embargo, solo las prendas que en su etiqueta indican que protegen contra el sol con un UPF concreto han sido testadas para conocer cuál es la cantidad exacta de radiación que consiguen bloquear. Además, para que se incluya este grado de protección en su etiqueta, la marca que las ha diseñado debe presentar los estudios que avalen la cantidad de UPF que dicen poseer antes de salir a la venta. El UPF indica cuánta radiación solar es capaz de bloquear una tela. Por ejemplo, 50 UPF significa que dicha prenda deja pasar hasta la piel la cantidad 1/50 de radiación solar, lo que representaría un 2% de toda la radiación que llega hasta el tejido. De forma similar, una prenda con 30 UPF dejaría pasar 1/30 de radiación y una prenda con 5 UPF dejaría pasar 1/5 (es decir, un 3,3% y un 20% respectivamente). Según el UPF, una prenda puede clasificarse como: 1) buena protección si posee 15 a 25 UPF, 2) muy buena protección si cuenta con 25 a 40 UPF, y 3) excelente protección con 40 UPF o más. Esta unidad de medida sería algo parecido a los SPF de las cremas de protección solar, aunque estas últimas hacen referencia a cómo de protegido frente a las quemaduras solares está la persona que se aplica el protector, si se compara con alguien que no se hubiera aplicado crema. En definitiva, cuanto mayor UPF o SPF, mejor.

¿Hay que comprar toda la ropa con UPF?

Seguro que ya os habéis agobiado pensando en qué UPF tendrá la camiseta de vuestros hijos, su gorro, la capota del carrito o la sombrilla de la playa. Y es verdad que muchas prendas a día de hoy informan de cuál es su UPF, sin embargo, no es obligatorio y tampoco es necesario. Está claro que conocer el UPF de una prenda que utilicemos para ir a la playa, como una de esas camisetas técnicas para niños o una sombrilla, está muy bien pero no es imprescindible. De hecho, la gran mayoría de la ropa que usamos a diario no incluye esta información en su etiqueta. ¿Os imagináis lo uniformes del colegio informado de los UPF? No parece que tenga mucho sentido. Lo que sí es conveniente es que la ropa que va a utilizar un niño cuando va a pasar mucho tiempo al sol (ropa deportiva, ropa para la playa, ropa para el campo…) sea de las que proporciona una excelente protección. Por el contrario, para la ropa de diario no merece la pena volverse loco buscando el UPF de cada prenda. Sin embargo, podemos seguir una serie de consejos para elegir la prenda de cada día para que esta proporcione mayor protección. En este sentido es importante tener en cuenta que:
  1. Las prendas sintéticas (poliésteres, lycra, nailon…) protegen mejor que las prendas de algodón.
  2. Las prendas brillantes, como la seda, reflejan más sol que las fabricadas con materiales mates, como el lino.
  3. La densidad del tejido influye en su efectividad para reducir la exposición al sol. Por ejemplo, una camiseta de algodón deja pasar más radiación que una prenda con tela vaquera, aunque esta sea de algodón.
  4. Si una prenda queda muy estrecha, pierde capacidad de bloquear la radiación solar.
  5. Si una prenda se moja, en ese momento su protección contra el sol es menor.
  6. Las prendas de algodón mejoran su UPF intrínseco si se lavan dos o tres veces al comprarlas ya que suelen encoger.
  7. Los colores oscuros bloquean más radiación que los colores claros.
  8. Dentro de un mismo color, la tonalidad brillante bloquea más radiación que la tonalidad apagada.
  9. La ropa desgastada y descolorida protege peor que la ropa nueva.

Sentido común, no hay que ser obsesivo ni volverse loco

Ahora que ya conocéis qué son las prendas con UPF y cuáles de las que no tienen este certificado protegen mejor contra el sol, hay que llevarlo a la práctica. No parece que tenga mucho sentido que toda la ropa de vuestros hijos esté certificada con UPF, de hecho, sería imposible. Sin embargo, ciertas prendas que van a usar durante el verano cuando estén mucho tiempo al sol (las camisetas para jugar en la playa o la piscina…) merece la pena comprarlas sabiendo cuál es su UPF. Y algo siempre necesario, en aquellas áreas del cuerpo que no estén cubiertas por ropa hay que aplicar protección solar.

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O

Si te ha gustado lo que has leído, hemos publicado un libro con explicaciones sencillas y amenas sobre las cuestiones de salud más importantes de la infancia. Podéis adquirirlo en puntos de venta habituales o a través de los siguientes enlaces: Este directo de Instagram tenéis un resumen de todo lo que tenéis que saber sobre protección solar en la infancia.

¿Qué es la dermatitis atópica?

La dermatitis atópica es una enfermedad crónica de la piel que cursa con eccemas, un tipo de lesiones que causan picor. Aunque también existen casos en adultos, la infancia es la época de la vida en la que más ocurre por lo que es una enfermedad que los pediatras vemos con mucha frecuencia.

La causa de esta enfermedad es multifactorial aunque se sabe que existe un componente genético ya que es más frecuente en niños con antecedentes familiares de “atopia”, es decir, aquellos con padres que padecen eccemas, rinitis alérgica o asma.

El sentido de la palabra “atopia” es difícil de comprender pero vendría a hacer referencia a la respuesta inusual que puede aparecer después de un estímulo cualquiera, ya sea en la piel (dermatitis atópica), en los pulmones (asma) o en las vías respiratorias altas (rinitis alérgica). Estas tres manifestaciones son un espectro de síntomas dentro de la misma condición, la atopia, así no es raro que veamos a niños que a lo largo de la infancia desarrollan las tres enfermedades en mayor o menor medida.

En este post os explicamos qué es la atopia para que sepáis reconocerla y acudir al pediatra en caso de que fuera necesario. También daremos unas pinceladas sobre su tratamiento.

Una de las enfermedades de la piel más frecuentes en la infancia

Seguramente, la dermatitis atópica es la enfermedad de la piel más frecuente durante la infancia, de hecho, hay estudios que estiman que cerca del 20% de niños la padece. Suele mejorar con la edad, aunque se calcula que entre el 4-5% de estos niños seguirá con ella cuando se conviertan en adultos, eso sí, de forma más leve que cuando eran pequeños.

La gran mayoría de los niños suele comenzar con síntomas antes de los 5 años, incluso antes del año del vida (60%), y predomina muy levemente en las niñas.

El factor de riesgo más importante para padecer ésta enfermedad es que alguno de los padres del niño tenga historia de atopia (rinitis alergica, asma o dermatitis atópica). Se estima que hasta el 70% de estos niños la padecen durante su infancia. Además, es frecuente que en estos niños la barrera cutánea esté alterada de manera intrínseca, lo que condiciona que la piel no reaccione de manera habitual ante estímulos del ambiente.

Como podéis ver, estos factores de riesgo son propios del paciente, es decir, no podemos cambiarlos. Esto provoca que esta condición les acompañe durante toda la infancia. Por ello, el tratamiento de la dermatitis atópica irá destinado a reducir al máximo los síntomas de la enfermedad ya que no hay una pastilla mágica que cure la dermtitis atópica.

Además, es frecuente la combinación entre dermatitis atópica y alergias a pólenes o alimentos ya que la causa de ambas enfermedades es similar.

¿Por qué se produce la dermatitis atópica?

Como decíamos al principio, la causa de la dermatitis atópica no está clara del todo y se cree que es la suma de varios factores lo que condiciona que un niño la acabe padeciendo.

Uno de los principales factores es la alteración de la barrera cutánea. Gracias a esta barrera, las personas sanas, nos defendemos de agresiones externas que podrían ponerse en contacto con nosotros a través de la piel. En los niños con dermatitis atópica esta barrera está alterada lo que provoca que la piel no sea capaz de aislarse de agresiones externas, además de que pierda agua y esté siempre muy seca. Al final, esto da lugar a una piel muy sensible que tiende a irritarse a las primeras de cambio.

El segundo factor más importante es la alteración de la respuesta inmune a nivel local. Esta alteración daría lugar a una respuesta exagerada en forma de inflamación que se traduce en los eccemas que aparecen en la piel de los niños con dermatitis atópica.

Y diréis, ¿de dónde vienen estos factores?, ¿es una lotería que le ha tocado a mi hijo? Estas alteraciones se heredan en la gran mayoría de los casos, es decir,  se presentan desde el nacimiento ya que van en sus genes, los cuales heredaron de sus padres. Por esto es muy habitual que la dermatitis atópica la presenten también los hermanos y los progenitores del niño que la sufre.

En resumen, lo que ocurre en la piel de los niños con dermatitis atópica es que responden formando eccemas ante estímulos externos que en otros niños no tendrían consecuencias. Es decir, tienen una piel especial muy sensible ante cualquier agresión.

Unos cuantos párrafos más arriba dijimos que existía cierta relación entre la dermatitis atópica y alergias a pólenes y alimentos. Debido a lo complejo del tema, lo dejaremos para un post que realizaremos más adelante.

¿Cómo se manifiesta la dermatitis atópica?

Los niños con dermatitis atópica presentan una piel muy seca que pica. De hecho, es muy habitual ver cómo estos niños están incómodos, casi siempre rascándose.

Y sobre esta piel seca es donde suelen aparecer los eccemas, las lesiones típcias de piel de los niños con dermatitis. Estas lesiones se manifiestan como pápulas (elevación de la piel) exudativas y eritematosas; cuando las lesiones mejoran, suele quedarse una zona de la piel muy seca y agrietada, incluso engrosada.

Dependiendo de la edad del niño, estas lesiones aparecerán en unas localizaciones o en otras. Por debajo de los dos años es habitual en la cara y en las zonas extensoras de las extremidades mientras que en los mayores de esta edad suelen aparecer en el cuello y en las zonas flexoras de los codos y las rodillas.

Lesiones de dermatitis atópico a la cara típicas de lactantes.

Lesiones de dermatitis atópica en caras extensora de brazos y piernas, típicas en niños en edad preescolar.

Lesiones en zonas flexoras de piernas y brazos típicas de niños mayores.

La dermatitis atópica cursa en brotes, es decir, hay periodos en los que aparecen los eccemas y otros en los que el niño está libres de síntomas. Cuando los brotes son leves, los síntomas suelen mejorar espontáneamente mientras que en los pacientes con dermatitis atópica grave es necesario un tratamiento para que los eccemas se resuelvan.

El diagnóstico de la enfermedad es clínico. Para llegar a él, los pediatras nos basamos en la historia, exploración física y los antecedentes del niño. En general, no es necesario realizar pruebas complementarias.

El tratamiento de la dermatitis atópica

El primer pilar básico de tratamiento es mantener la piel lo más hidratada posible. De esta forma mejoraríamos la función barrera de la piel ya la haríamos más resistente a las agresiones externas. La hidratación por si sola puede ser suficiente para evitar muchos brotes de la enfermedad. Existen multitud de marcas con cremas hidratantes muy buenas, muchas de ellas con líneas exclusivas para niños con dermatitis atópica. Pregunta a tu farmacéutico para elegir la mejor opción para tu hijo.

Para el tratamiento de los eccemas de dermatitis atópica, se emplean cremas o pomadas de corticoides. Estas cremas, por su efecto antiinflmatario, suelen ser muy efectivas observándose resultados en uno o dos días sin que aparezcan efectos secundarios importantes. En general, se aplican una o dos veces al día.

Por otro lado, los niños con eccemas no suelen tolerar la crema hidratante ya que pueden provocar más picor todavía. Se deben esperar unos días a que el corticoide haga efecto para reiniciar la hidratación de esas zonas del cuerpo.

A veces, las lesiones y la sequedad de la piel de los niños con dermatitis atópica empeora con el baño. Si esto ocurre, no es raro que vuestro pediatra os recomiende que bañéis a vuestros hijos cada 2 o 3 días.

Como sucedía en el caso del tratamiento de mantenimiento, si el niño presenta picor se puede emplear un antihistamínico, aunque en muchos casos no es efectivo.

Para evitar complicaciones, es muy importante que el niño no se rasque los eccemas para evitar que las lesiones no se sobreinfecten.

Como hemos dicho, la hidratación corporal y los corticoides son los pilares del tratamiento de la dermatitis atópica, sin embargo, en niños que no responden al tratamiento o que presenta lesiones muy graves, existen otras alternativas que deben ser evaluadas por el dermatólogo infantil.


En resumen, la dermatitis atópica es una enfermedad crónica que acompañará al niño durante toda su infancia en mayor o menor medida. Conocer las lesiones que provoca (eccemas) es importante ya que el tratamiento varía entre las fases de estabilidad (crema hidratante) o los brotes (corticoides).

Las imágenes de dermatitis atópica que se encuentran en el cuerpo del texto están protegidos por una licencia CC BY-NC-ND 3.0 NZ y el copyright pertenece a DermNet NZ.

Si te interesa la dermatología puedes consultar el blog de la Dra. Corea Bagazgoitia en el que encontrarás un montón de información sobre enfermedades de la piel (link).

Sinequia vulvar, ¿qué tengo que saber?

Una de las consultas que más asusta a los padres de niñas que rondan el año de vida es la sinquia vulvar, es decir, cuando los labios menores de los genitales externos se fusionan creando una membrana que tapa la entrada a la vagina. Y no es para menos ya que la gran mayoría se empieza a hacer preguntas muy razonables como por dónde orinará la niña o qué pasará cuando llegue el momento y comience con relaciones sexuales.

Por fortuna, y a pesar del agobio de los padres, la sinequia vulvar es una condición benigna que se resuelve sola en la gran mayoría de los casos. La repasamos en este post.

¿Qué es la sinequia vulvar?

Los genitales externos femeninos están formados por el monte de Venus (la prominencia por encima del pubis que se recubre de vello cuando llega la pubertad), los labios mayores y menores (repliegues de piel alrededor de la entrada da la vagina) y el clítoris.

Pues bien, cuando los labios menores se fusionan entre sí daría lugar a lo que conocemos como sinequia vulvar. Esta fusión se produce por un tejido fibrótico que puede estar recubierto de piel.

Como veremos luego, es una condición adquirida ya que las niñas no nacen con ella y es en torno a los 12-24 meses de edad cuando aparece. Es muy frecuente ya que aparecer en el 5% de las niñas menores de 6 años.

¿Por qué aparece la sinquía vulvar?

No se conocen exactamente los mecanismos por los que se produce la sinequia vulvar. Sin embargo, se han propuesto varias hipótesis, lo que hace pensar que, en la gran mayoría de los casos, la sinequia vulvar se produce por varios motivos.

Hay unanimidad en que una irritación local puede dar lugar a la fusión de los labios menores. Esta agresión podría producirse en el contexto de limpieza excesiva con toallitas comerciales, dermatitis o infecciones de la zona (vulvovaginitis).

Sin embargo, también se postula la ausencia de estrógenos (las hormonas femeninas) en las niñas de esta edad como uno de los factores más importantes. Por ello, la sinequia vulvar no se observa al nacer ya que las niñas recién nacidas todavía tienen las hormonas de su madre que atravesaron la placenta y que las protegerían contra esta condición.

¿Qué síntomas produce?

En la gran mayoría de los casos, la sinequia vulvar es asintomática y se descubre en una exploración rutinaria.

En algunos casos y dependiendo de la extensión, puede dar lugar a infecciones de orina de repetición al impedir la correcta salida de la orina. Por otro lado, si llegados a la adolescencia la sinquía sigue presente, las relaciones sexuales pueden ser dolorosas al ser más estrecha la entrada a la vagina.

¿Es necesario tratar la sinequia?

Las posibles actitudes frente a una sinequia vulvar van desde la observación hasta la intervención quirúrgica. Dependiendo de los síntomas que produzca y la edad de la niña debemos optar por un tratamiento u otro.

Inicialmente, la observación suele ser la opción de elección, ya que se resuelven solas al cabo de unos años (más del 80%). En estos casos indicaremos a los padres que extremen las medidas higiénicas del área del pañal para no empeorar la situación (lavado con jabones sin perfumes y con pH nuestro, secado suave, ropa interior de algodón, …).

Si las medidas higiénicas y el tratamiento conservador no funcionan al cabo de unos meses, se puede ensayar un tratamiento tópico con una crema de estrógenos. Este tipo de tratamientos consigue la resolución de la sinequia entre un 50 y un 90% de los casos con una recurrencia del 0 al 30%. Es un tratamiento prolongado que debe mantenerse al menos durante dos meses. El tratamiento tópico con una crema de corticoide también ha resultado eficaz, obteniéndose resultados similares a con la crema de estrógenos.

En el caso de que con la observación o las cremas no se haya resuelto la sinequia o en los casos en los que recidive, suele optarse por la separación manual. En estos casos lo que se hace es «despegar» los labios menores con un objeto romo. Puede hacerse en consulta del pediatra con anestesia tópica con una crema ya que puede resultar doloroso. Aunque el éxito de este procedimiento es alto (cerca del 100%), en un tercio de las niñas puede volver a reproducirse.

La intervención quirúrigica se reserva para aquellas niñas en las que los tratamientos anteriores no han funcionado o si la sinequia que presentan es muy grande.

Por último, en el caso de que la sinequia condicione infecciones de orina, debe valorarse la intervención inmediata con alguno de los métodos anteriores.


En resumen, la sinequia vulvar es una condición benigna que aparece en niñas de 12 a 24 meses. En la gran mayoría de las ocasiones se resuelve sola con el paso del tiempo y, antes de pensar en un tratamiento quirúrgico, existen tratamientos tópicos que han demostrado una alta eficacia.