Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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La novia invisible

Me sorprendió escuchar susurros en el asiento trasero. Alcé la vista hacia el espejo: era mi usuario (40 años, chaqueta y corbata floja, lentes gruesas), cubriéndose la boca para que yo no percibiera el movimiento de sus labios. Susurraba algo mientras miraba de reojo a su izquierda. A su izquierda no había nadie. Sólo viajábamos él y yo. Lo juro.

Agudicé el oído. Sólo conseguía oír palabras sueltas: «cariño», «hipoteca», «Mariam», «fútbol». Después dejó de hablar e  inclinó ligeramente la cabeza, como para escuchar a su interlocutora invisible (supuse que se trataba de una mujer llamada Mariam; tal vez su esposa o su novia imaginaria). Luego volvió a susurrar, subiendo el tono aunque con la mano aún tapándose la boca. Ahí sí que pude escucharle con sobrada nitidez: «Que es el Barça-Madrid, joder…». Y volvió a inclinar la cabeza. Su gesto parecía cada vez más serio (ceño fruncido, mordiéndose un dedo aprovechando su mano en la boca).

«No me chilles», susurró claramente molesto.

Ella debió de decirle algo ofensivo, ya que él reaccionó levantando las cejas y diciendo: «¿Sabes lo que te digo? ¡que ahí te quedas!»

Carraspeó y, ya sin su mano en la boca, me dijo en voz alta:

– Perdone…

– ¿Sí? – dije como si nada.

– ¿Podría pararme aquí? Olvidé que… tengo que hacer unas compras en… esa tienda – me dijo señanalando la mercería del otro lado de la calle.

– Ok.

Detuve el taxi, paré el taxímetro y el hombre me pagó. Antes de bajarse volvió a mirar el asiento vacío de su izquierda y volvió a susurrar, enfadado: «Te espero en casa». Y cerró con un portazo.

Reanudé la marcha. 

Instantes después, conduciendo mi taxi libre por el Paseo de la Castellana, comencé a sentirme extrañamente observado por aquella mujer imaginaria. Incluso llegué a notar su aliento en mi nuca. Un aliento cada vez más cálido y nítido, como con sus labios a punto de rozar mi piel.

Víctima de una excitación sin precedentes, detuve mi taxi en un vado y comencé a masturbarme.

Frágil en la ciudad de las piedras

Me quiebran de ternura los miedicas, aquellos que suben a mi taxi y viajan y bajan y viven siempre avergonzados, temerosos,  inseguros, frágiles. Aquellos que aguantan la respiración por no molestar. Actores secundarios de su propia peli.

Nada más entrar me indican su destino con voz de jarrón milenario y luego hunden el cuerpo en su asiento (o en su mundo), bien juntas las piernas, y las manos posadas como plumas sobre las rodillas, pegadito siempre su cuerpo a la puerta (por si tuvieran que huir, de sí mismos tal vez) mientras miran ojipláticos la calle, las luces, los coches y las luces y la calle. Daría mi licencia por saber en qué piensan.

Parecen estar bien, sentirse bien no tanto por su carcasa o por sus gestos como por su forma de entender la soledad en terreno hostil. Se sienten observados aunque nadie les mire, intranquilos pero bien; creen que estorban pero son importantes. Para mí lo son. Su terrible sensibilidad los convierte en esenciales (al contrario que los prescindibles gallitos; los legionarios de la vida misma, los del golpe en el pecho y el dedo en el ojo).

Me inquieta su misma supervivencia. Cómo son capaces de subsistir en una ciudad tan despiadada y cruel como ésta. Cómo pueden sus rostros mostrar temor delante de esa gran manada de lobos salvajes que es Madrid, capital del tonto el último y el sálvese quien pueda.

Quisiera aprender de ellos, pero no hablan. Nunca hablan en los taxis. Viajan porque tienen que viajar pero siempre con su disfraz de aire. ¿O tal vez coraza?

Casting de un actor en pleno atasco

El chico (25 años, piel bronceada, cabello corto, rizado) me indicó como destino el nombre de una calle que no existía:

– ¿General Panteras? ¿Estás seguro?

– Mmmm… no. ¿General… Pardiñas, tal vez?

– Esa sí.

– Bien. Vale. Perdona. Estoy un poco nervioso, ¿sabes? tengo un casting en media hora ahí, en esa calle.

– ¿Actor? – le pregunté.

– Sí.  Y esta vez me han dado un guión para la prueba realmente jodido.

– Puedes ensayarlo mientras llegamos, si quieres. Con este atasco calculo que tardaremos quince o veinte minutos – le dije. 

– ¿No te importa?

– Por supuesto que no.

– Vale, pero tendrás que hacerme un favor. Te paso una copia del guión y si me equivoco en alguna parte del texto, me lo dices, ¿vale?

– Hombre… no suelo leer mientras conduzco.

– Tranquilo. Aprovecharemos los parones del atasco y los semáforos.

– Ok.

El chico me tendió un par de hojas arrugadas.

– Una cosa más. Si me equivoco, no me lo digas de palabra, que me jode mucho. Hazme un gesto o… no. Mejor aún, toca el claxon.

– De acuerdo.

Dicho esto comenzó a respirar profundo dos, tres veces, cambió su gesto y en cuanto el taxi se detuvo en el primer atasco soltó (a la vez que yo leía):

«No me mires con esos ojos que no son tuyos ni míos ya. Los reconozco. No a ti. A ellos» – me señaló a través del espejo retrovisor, con el ceño fruncido – «Son los ojos de una ira que no tienes. Ira robada a los lobos. Tú eres manso. No eres tú quien me mira. Arráncate esos ojos. Tíralos lejos. Que se los coman los lobos»

Piiiiii (toqué el claxon).

«Fieras» dije. 

– Eso, joder, «fieras», «fieras». Primero «lobos» y luego «fieras», joder. Sigo: «Que se los coman las fieras. Prefiero tenerte ciego a estar con otro que no conozco. Ven. Abrázame…»

Piiiiii (toqué el claxon)

«Dame tus brazos» – dije.

En esto, el conductor que me precedía se bajó de su coche y se dirigió hacia mí con muy malos humos.

– ¿Tienes prisa? – me gritó al otro lado de mi ventanilla subida.

Negué con la cabeza.

– Como vuelvas a pitarme, te lo tragas. ¿Entendido?

Asentí con la cabeza.

– Putos taxistas… – soltó.

Regresando el conductor a su coche, mi usuario bajó su ventanilla, sacó la cabeza y le gritó:

«Dame tus brazos. El calor no miente. La piel jamás podrá mutar en piel de lobo, ni se arrugará de ira. Seguirá siempre suave».

Piiiiii (toqué el claxon).

«Tersa» – dije.

Y ahí se lió pero bien gorda.

31 días conmigo mismo (Día 24)

– LOSING MY RELIGION –

PLAY

Tra-ti-ta-to-tán… extiendo los brazos, me subo al colchón de espuma y comienzo a saltar… tra-ta-to-tán… la adrenalina inicia su ascenso desde el coxis a la nuez… tra-ti-ta-to-tán… cierro los ojos y sigo el punteo con la mano izquierda… tra-ta-to-tán… me aclaro la voz, ejeeem: Oooohh life… is bigger… no puedo gritar más alto… and you are not me… señalo con el dedo en chulesca pose el marco con las fotocopias del DNI de Beatriz… the distance in your eyes… le hago un corte de mangas al aire, me toco los huevos y pongo cara de malo… oh, no I´ve said too much… con la mano en el corazón, agarro la camiseta… That´s me in the corner… tiro fuerte de la camiseta. Se desgarra por la mitad… Losing my religion… vuelvo a saltar y me golpeo la cabeza con el techo del bungalow… oh, no, I´ve said too much… creo que se me han saltado los puntos de la cabeza. Me toco con los dedos: están manchados de sangre… I thought that I heard you laughing… me chupo los dedos ensangrentados simulando una felación. Abro la ventana y saco la cabeza: I think I thought I saw you try… le grito al camping entero.

Every whisper… vuelvo a saltar y me doy con el marco de la ventana otra vez en la cabeza…  Choosing my confessions… trato de agarrarme a la ventana pero pierdo el equilibrio; caigo fuera del bungalow… Oh no, I,ve said too much… sigo cantando ahora al aire libre y con los brazos en alto… Consider this… vuelvo a saltar, cojeando. Viene alguien con una linterna… The hint of the century… se acerca y comienza a manipular su teléfono móvil… I thought that I heard you laughing… le oigo decir: «¿Policía? Hay un hombre desnudo y ensangrentado…» But that was just a dream… «cantando y dando saltos»… that was just a dream… Se acercan más campistas… that´s me in the corner… me rodean en círculo. That was just a dream, dream…

Tí-ta-ta-to-tí-ta-ta-te-tonnn…. hago una reverencia. Silencio sepulcral.

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Primer gusano en el estómago

La niña no tan niña Claudia tomó asiento en el centro, entre su misma madre y su amigo Raúl. Los niños no tan niños (compañeros de clase, supuse) tendrían 11 ó 12 años; la madre era de mi misma edad.

Acudían en mi taxi a una fiesta de cumpleaños. La madre de Claudia se habría hecho cargo también de Raúl, en uno de esos favores que suelen hacerse los padres cuando no todos pueden (o quieren) acompañar a sus respectivos hijos.

Ella, la madre de Claudia, ahora miraba a la calle a través de su ventanilla mientras los niños no tan niños permanecían serios, formales y en silencio. Aunque nada más lejos que la realidad: A través del espejo y al menos durante un instante, me percaté también del dedo meñique de él tratando de rozarse adrede con el meñique de Claudia. Luego, siempre atentos a cualquier giro visual de la madre, se lanzaron un par de miradas nerviosas, sonriendo con los labios apretados y las mejillas (al menos las de ella) en creciente sonrojo. Sin duda eran novios primerizos, clandestinos.

Intuí que ese miedo a ser sorprendidos por la madre era nuevo para ambos. ¿Miedo o morbo?, pensé. En lo que dura el primer amor todo es misterio, incertidumbre; pureza de un instinto desinteresado, no sexual (o al menos, por ahora). Apenas aprendes a besar, y cada beso es un mundo. Y del roce entre dos dedos haces un mundo. Nunca sabes qué vendrá después o si lo sabes no te atreverás, por el momento, a dar el paso por miedo a tropezar y aparentar torpeza ante los importantísimos ojos de tu primer «Raúl» o tu primera «Claudia». El amor más puro es torpe y huele a nuevo. Como recién salido de fábrica. Con sus precintos.

El segundo amor ya no es lo mismo. Está viciado: Arrastra la experiencia del primero. O al menos, así lo recuerdo.

El destino está en tu mano

No recuerdo cómo empezó la conversación, da igual; el caso es que aquella usuaria de unos cincuenta años, pelo ralo y rojizo me acabó soltando lo suyo:

– Soy Tarotista, Vidente natural y también practico la quiromancia. Ahí mismo, donde me has parado, tengo la consulta.

– Ahá.

– Déjame ver tu mano.

En ortopédica pose (y mientras conducía) llevé mi mano derecha por encima del hombro hasta el asiento trasero. Ella se acercó, la tomó con ambas manos, me abrió la palma presionando sus dedos contra los míos (dolor intenso) y me dijo:

– ¡Huy! Tú le das mucho al coco, ¿verdad?

– A ratos.

– ¿Tienes hijos?

– No lo sé. ¿Qué dice mi mano?

– Que no.

– Uffff… le agradezco el dato.

– Pero también dice que eres… digamos… muy fogoso. Ya me entiendes. Tu monte de Venus está muy, muy, pero que muy desarrollado. En la cama tienes que ser todo un tigre, ¿eh?

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Nota: Esta mañana, jugando en la ducha con mi pato de goma Made in Hong Kong, me resbalé y caí sobre el dedo pulgar de esa misma mano. El monte de Venus desarrollado al que se refiere no es más que producto del hinchazón por el hostiazo. Omití este dato a la vidente para hacerme el chulito (aunque en realidad me estuviera retorciendo del dolor).

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– Psí. Algo se comenta – dije al fin.

– Pero tienes que cuidar un poco más tu salud. El hígado, sobre todo. ¿Bebes?

– ¡Vale!

– Me refiero a tu consumo de alcohol. ¿Bebes mucho?

– Depende de lo que entienda por «mucho».

– En cualquiera de los casos, creo que deberías de tomarte más en serio este tema. ¡Aquí!, ¡párame en esta esquina!

– La mujer me pagó con un billete de 20€ arrugado, me tendió también una tarjeta de su consulta y se marchó.

Yo me quedé hecho polvo, mirando fijamente la línea de mi hígado (corta, sí).

Y del disgusto aparqué en el primer hueco que encontré a mi paso, me metí en el primer bar que encontré a mi paso y pedí una cerveza.

Cinco cervezas después le pedí al camarero un bolígrafo. Me lo trajo y comencé a dibujarme en la palma de mi mano la prolongación de esa línea (¡hasta el infinito de mi brazo y más allá!). Luego pagué esas cervezas (y tres más) con el mismo billete arrugado de la vidente y me marché, contento como un niño con vida nueva, a coger un taxi. Otro taxi distinto al mío, quiero decir.

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Tomar mi mano al pie de la letra

Yo también tengo la fea costumbre de escribirme notas en el dorso de la mano, palabras «clave» que me sirven de recordatorio urgente o importante, o números de teléfono que trascribo al dictado, en mi misma piel, cuando no encuentro un papel donde anotarlos. Luego, cuando el mensaje ya ha cumplido su función, yo también suelo borrarlo con el dedo mojado en saliva.

Bajando por la Cuesta de San Vicente me acordé de algo. Tenía la intención de presentarme a un concurso de relatos y el plazo de entrega concluía en tres días. Aún no había comenzado a escribirlo, pero ya tenía la trama en la cabeza (se me había ocurrido ese mismo sábado mientras llevaba en mi taxi a una pareja de sordomudos que comenzaron a discutir en silencio y a través de sus manos hasta acabar, justo antes de llegar a su destino, reconciliándose con los labios). Incluso ya tenía pensado el título: Se llamaría «TE QUIERO», pero había pensado escribirlo en Braille, con un punzón (sólo el título, claro).

Así que, en el primer semáforo, escribí «TE QUIERO» en el dorso de mi mano para acordarme del relato y ponerme a ello en cuanto llegara a casa. En esto, la usuaria de mi espalda (veintipocos años, ojos risueños, cabello rizado, piel de leche), víctima de la curiosidad, alzó su cabeza con disimulo para intentar leer lo que acababa de escribirme en la mano, pero justo en ese instante cruzamos las miradas y entonces desistió, avergonzada.

Y así nos mantuvimos, en incómodo silencio, durante el resto del trayecto.

Llegamos a su destino con el taxímetro marcando 9,55€.

– Cóbrate 10 – me dijo tendiéndome un billete de 20.

Y al devolver el cambio con mi mano zurda (me lié y olvidé que era la escrita) ella consiguió al fin leer ese «TE QUIERO», y al instante sonrojó y me miró por un segundo y abrió su puerta temblando, sin dejar de mirarme, y se bajó del taxi y se quedó parada, apoyada en una farola. Y así se quedó durante un rato. Me lo dijo el espejo retrovisor mientras me alejaba.

La espalda del nuevo año

Hoy escribo el post nº 664 desde mi trono destronado: Lo tiene ella y ahora duerme, de espaldas, abrazada a una corona de espinas que no pinchan (foto), a escasos centímetros de un escritorio cuyas teclas no paran de ser violadas por esas diez finas pollas con uñas que tengo por dedos, en una suerte de fiebre literaria sin precedentes.

Tecleo mientras con el rabillo del ojo de mis gafas vigilo su sueño, su contorno pausado, su piel en calma, sus ojos cerrados por defunción de orgasmos.

¿Y qué he conseguido este año? Olvidarme de Bea y acordarme de ti. Escribir mi taxi, recibir miles de visitas en este blog, publicar un libro y celebrar que sigo vivo con decenas de borracheras sin apenas resaca. Ser un poco más viejo de nuez para abajo, pero un poco más joven de pestañas para arriba.

Escribo para leerme y entenderme mejor. Escribo, me leo y a veces lo flipo: ¿Eso ha salido de mí?, ¿yo soy ese? Tú también deberías de escribir para luego leerte: Si todo el mundo escribiera, los psicólogos acabarían siendo taxistas.

Tengo un blog para que los demás me digan quién soy.

Leo los comentarios y entonces, solo entonces, me conozco.

Y aún me quedan tantos posts por escribir, o tantos comentarios por leer, que me mareo sólo de pensarlo, y vomito letras con la ansiedad del mañana qué vendrá, o del quién coño será el próximo usuario de mi taxi, tu taxi, o el taxi de la vida rara.

Que tu espalda de hoy sean tus tetas de mañana. Y los dos ceros del 2010 se conviertan en los únicos pezones que me acabe aprendiendo de memoria.

Y en cuanto publique este post me tumbaré abrazando por detrás a esta foto. Y dormiré cual koala en un zoo cerrado por vacaciones. O hasta el año que viene:

Dermatuyo

Tras días de estudio en el laboratorio de mi cama he conseguido elaborar un listado de motivos que demuestran lo que ya te dije aquel primer día, en mi taxi, a través del espejo empañado:

– Tu piel y mi piel son compatibles.

Espero que compartas cada uno de los siguientes puntos, o los transformes en comas, o me comas y punto:

1.- El lóbulo de cualquiera de mis orejas encaja a la perfección, sin holgura, en tu ombligo.

2.- Mi cuello y tu cuello, al unirse, simulan el mecanismo de dos ruedas dentadas, atascadas, soldadas por una sustancia que el análisis de mi lengua identificó como «aleación de salitre y óxido curioso».

3.- Cada vez que te abrazo fuerte tus órganos internos se coordinan con los míos, lo cual demuestra la alineación perfecta de todos y cada uno de nuestros poros. Por culpa de esta extraña «Ley de los Poros Comunicantes», siempre que te abrazo me duele tu apéndice y a ti te suenan mis tripas.

5.- Tus uñas, al rozar mi espalda, se convierten en pétalos de rosas sin espinas que se clavan en mi espina dorsal. Y sangro cutículas.

6.- Tu labio inferior es idéntico a mi labio superior; y viceversa. Cada vez que nos besamos el tiempo retrocede.

7.- Ayer la Policía Científica nos desmanteló la cama. Me esposaron y me llevaron a comisaría. Laboratorio clandestino, según dicen. Al tomarme las huellas salió en pantalla tu ficha policial. Tranquila, estás limpia.

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Nota a pie de puntos (de sutura): Si, después de tan pormenorizado estudio, sigues desapareciendo en cada abrir y cerrar de costillas, volveré a acordarme de Beatriz con la devoción que se merece.

La pierna fantasma

En la parada de Cea Bermúdez tomó asiento a mi lado un hombre al que le faltaba una pierna. La izquierda, para más señas. Detrás de él se acopló su mujer:

– ¿Nos llevas a Vallecas? – me dijo ella cerrando su puerta.

Al iniciar la marcha no pude evitar mirar de reojo el espacio vacío de aquella pierna mutilada. El pliegue de su pernera, recortada y remangada, se encontraba a escasos centímetros de mi palanca de cambios. ¿Será cierto eso que dicen de los miembros fantasma? ¿Seguirá sintiendo aquel hombre su no-pierna?

Corroído por la duda aproveché un cambio de marcha, de segunda a tercera, para tocarle con el meñique (como sin querer) el pliegue fantasma de su pantalón. Para mi sorpresa el hombre dio un respingo, giró su mirada hacia mi mano y me lanzó una sonrisa pícara. Detrás, su mujer continuaba atenta a los movimientos de la calle, lejos del alcance de mi mano y más lejos aún de la reacción de su marido.

La situación me pareció de lo más excitante, así que, llevado por una curiosidad sin límite, comencé a acariciarle su pierna imaginaria que yo también sentí real.

Heteronota:No me gustan los hombres, pero en mi defensa diré que aquella tampoco era la pierna de un hombre, ni siquiera era una pierna, ni nada.

Llevado por la inercia del momento continué pellizcándole el muslo fantasma hasta que el usuario, en un arranque de efusiva fricción, soltó un gemido:

– Ahhh…

En esto, su mujer reacciono:

– Evaristo, ¿qué ha pasado?

– Un calambre, Puri. Un calambre – soltó enrojecido.

Y ahí lo dejamos.

Al llegar a su destino, con el taxímetro marcando 10,70€, mi satisfecho copiloto le dijo a su mujer:

– Dale 15.

– ¿No te parece excesivo?

– Dale 15, he dicho.

La mujer, resignada, me tendió un billete de 10 y otro de 5. Al cogerlos de su mano, sin embargo, sentí esos billetes menos reales que la pierna irreal de Evaristo.