Hoy me ha dado por pensar que cualquier chico o chica de hasta diecisiete años de edad podría ser hijo mío. Uno nunca sabe qué fue de aquellas mujeres que frecuentaron mi cama, o si falló la prevención y decidieron tenerlo a mis espaldas y criarlo sin padre aunque con mis mismos genes, y ahora se encuentren caminando por las calles que yo frecuento o tal vez, incluso, hayan montado en mi taxi alguna vez. De hecho, esta misma tarde subió un chico con su abuela que se parecía a mí (no la abuela, el chico: la misma nariz, los mismos ojos hundidos, e incluso el mismo gesto ensimismado). Me asusté tanto que al bajarse de mi taxi aparqué de tapadillo y me colé en su portal para buscar por los buzones algún nombre que pudiera resultarme familiar. No encontré coincidencias sospechosas, aunque también es cierto que no recuerdo los nombres de todas esas chicas, ni mucho menos sus apellidos (incluso pudiera no acordarme de sus rostros si me cruzara con ellas: algunos de esos encuentros se produjeron tras profusas ingestas de alcohol y derivados). Pero ahí queda la duda y quedará por siempre, supongo.
Imagina por un momento que aquel chaval es mío o medio mío. Imagina que, en un momento dado, le da por preguntarse por su padre e indaga hasta que al final me encuentra. He oído hablar de un programa en Tele5 que se ocupa de esos temas; de hecho, ahora que recuerdo, hace un par de años me llamaron de esa misma cadena para hacerme partícipe de una «sorpresa» que no llegaron a desvelarme. Por aquel entonces rondaba este blog un nutrido grupo de locas del coño obsesionadas con el personaje que parasito así que, pensando que podría tratarse de alguna de ellas, pudo más el miedo que la curiosidad y decliné su oferta. Ahora, sin embargo, me asalta la duda. ¿Y si era un hijo oculto intentando contactar conmigo? ¿Hice bien en no acudir? Ay Dios…