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Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Los hijos que tal vez tengo

Imagen del FILM Being John Malcovich

Cartel promocional del film Being John Malcovich

Hoy me ha dado por pensar que cualquier chico o chica de hasta diecisiete años de edad podría ser hijo mío. Uno nunca sabe qué fue de aquellas mujeres que frecuentaron mi cama, o si falló la prevención y decidieron tenerlo a mis espaldas y criarlo sin padre aunque con mis mismos genes, y ahora se encuentren caminando por las calles que yo frecuento o tal vez, incluso, hayan montado en mi taxi alguna vez. De hecho, esta misma tarde subió un chico con su abuela que se parecía a mí (no la abuela, el chico: la misma nariz, los mismos ojos hundidos, e incluso el mismo gesto ensimismado). Me asusté tanto que al bajarse de mi taxi aparqué de tapadillo y me colé en su portal para buscar por los buzones algún nombre que pudiera resultarme familiar. No encontré coincidencias sospechosas, aunque también es cierto que no recuerdo los nombres de todas esas chicas, ni mucho menos sus apellidos (incluso pudiera no acordarme de sus rostros si me cruzara con ellas: algunos de esos encuentros se produjeron tras profusas ingestas de alcohol y derivados). Pero ahí queda la duda y quedará por siempre, supongo.

Imagina por un momento que aquel chaval es mío o medio mío. Imagina que, en un momento dado, le da por preguntarse por su padre e indaga hasta que al final me encuentra. He oído hablar de un programa en Tele5 que se ocupa de esos temas; de hecho, ahora que recuerdo, hace un par de años  me llamaron de esa misma cadena para hacerme partícipe de una «sorpresa» que no llegaron a desvelarme. Por aquel entonces rondaba este blog un nutrido grupo de locas del coño obsesionadas con el personaje que parasito así que, pensando que podría tratarse de alguna de ellas, pudo más el miedo que la curiosidad y decliné su oferta. Ahora, sin embargo, me asalta la duda. ¿Y si era un hijo oculto intentando contactar conmigo? ¿Hice bien en no acudir? Ay Dios…

Carmela y Manuel

Carmela y Manuel se conocieron en un bar, fruto de las casualidades de la vida. Lo suyo fue un flechazo inmediato, algo inexplicable. Se miraron desde ambos lados de la barra y al momento se quedaron prendados, obnubilados, como víctimas de un hechizo. Fue Manuel quien se acercó a Carmela. Fue Carmela quien besó a Manuel. 

Tras un par de meses de ensueño, Carmela decidió presentarle a sus padres. Acudieron los dos a la casa y, nada más abrir la puerta y toparse con Manuel, la madre de Carmela enmudeció. Se quedó pálida, con sus ojos clavados en los ojos de Manuel. Después sufrió un desvanecimiento y cayó al suelo.

¿Os suena la historia de aquellos miles de niños robados durante el franquismo? Carmela nunca llegó a saber que, con ella, nació también otro gemelo. Pero nada más nacer los dos, su gemelo desapareció en extrañas circunstancias. Los médicos lo dieron por muerto justo después abandonar el paritorio. Sin embargo, sus padres no llegaron nunca a ver ni a velar el cadáver del recién nacido. Sus sospechas fueron cogiendo fuerza muchos años después, cuando los medios comenzaron a destapar casos similares al suyo.

Pero lo más increíble de esta historia es el innato instinto maternal de saber quién es tu hijo sólo con verle por primera vez aun 37 años después. O el instinto invisible de Carmela, de sentirse atraída hacia Manuel porque se gestó a su lado, fueron embriones juntos, compartieron un mismo líquido amniótico, los mismos genes y jugaron con el mismo cordón umbilical. Tal vez Carmela viera en Manuel el espejo de un amor mal interpretado.

Imagina la reacción de Carmela cuando supo que Manuel, en realidad, era su hermano. Imagina la cara de Carmela viajando en mi mismo taxi, absorta del ruido de los coches y del trayecto mismo. Piensa ahora en lo imprevisible que puede llegar a ser el azar.

El amor mimético

Era un niño con cara de adulto; la suya era una de esas caras que ya sabes cómo envejecerá o qué aspecto tendrá dentro de veinte o treinta años: Rasgos demasiado acentuados, peculiares diría yo. De hecho, era igual que su padre (sentado en mi taxi, a su lado), solo que más pequeño. Su padre también habría sido exactamente igual que él a su edad. La genética, amigos.

El padre me había pedido desviarnos del trayecto para recoger a otra persona. Esa otra persona resultó ser la madre del niño, la esposa del padre y a su vez, asombrosamente parecida a ambos: La misma nariz grande y puntiaguda, las mismas orejas despegadas, la misma barbilla… Ella me habría pegado más como hermana del padre y tía del niño, pero nada más montarse el niño dijo: «¡Hola, mamá!» y luego la mujer tomó la mano del padre y así permanecieron hasta el final del trayecto.

Por una parte estaban los genes: El niño era hijo de ambos. Lo realmente extraño no era eso, sino el parecido físico entre ambos padres (siempre y cuando no fueran hermanos, ni parientes cercanos en incestuosa actitud).

Podría ser, pensé, la verdadera esencia del amor. Que al conocerse fueran físicamente distintos y, con el tiempo, se hubiesen ido mimetizando a base de sentimientos mutuos profundos. Y que ese amor hubiera también moldeado el ADN de ambos, dando como fruto un hijo de rasgos iguales a los de sus amantes padres. Quizás así tendría que ser siempre el amor verdadero: mimético. Saber que dos personas se quieren de verdad porque sean iguales, o destapar un amor fraudulento por sus distintos rasgos.

Quizás, por eso mismo, yo me parezca cada vez más a mi espejo retrovisor.

Llegamos a su destino y ahí no supe si cobrarles el importe íntegro del taxímetro o sólo 1/3.  Al final les cobré 2,8833333 (periodo) €. Me dieron 3€ (el resto, de propina). Buena gente.