Si te soy sincero nunca hubo tres Beatrices sino una, la primera, y dos copias, dos sustitutas, dos parches. La primera abrió la caja de mis truenos, diseccionó en mil pedazos al Daniel que antes era y nunca volveré a ser sin ella (aunque me empeñe en seguir intentando recomponer mis cachitos esnifando pegamento o lamiendo salivas y fluidos ajenos que pegan pero no reconstruyen: las vetas me delatan).
Lo sé porque su recuerdo ahora es nítido y duele y ahoga más que un puñetazo a traición en la nuez. Un recuerdo que me transporta sin querer a su cama y a su espalda desnuda grapada a mi pecho, los dos girados siempre al norte y mis brazos protegiendo su sueño que era el mío despierto. Latidos coordinados, pan y cebolla y mi reloj atado al suyo dentro del congelador.
Había un proyecto en común pero también celos y la inseguridad de haber encontrado a la recta mujer de mi curva vida, de dedicarle mi oxígeno a sus pulmones y viceversa y mandarlo todo a tomar por culo, taxi libertario incluido.
Me quedé sin ella pero con mi taxi y ahora uso el taxi para buscarla a ella por las calles de Madrid. Sé que ha conseguido recomponer los pedazos de su vida como lo hice yo, mediante parches. Sé que ahora duerme protegida por los brazos corruptos de otro soñando que son mis brazos, y que no se quita el reloj de la muñeca por si las horas perdidas.
Sé o necesito saberlo para seguir soñando con palillos en los ojos. Y a quien me lleve la contraria, lo mato.