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‘Sampuru’, el arte de hacer reproducciones de comida japonesa

Fake Food Sushi - (www.fake-food.net)

Fake Food Sushi – (www.fake-food.net)

Niguiris y rollos de sushi con apetitosas rodajas de pescado, tempura perfectamente rebozada, deliciosas sopas de fideos con sobreabundancia de ingredientes… Los platos son perfectos como estatuas, lo único sospechoso en ellos es que brillan demasiado.

Denominadas sampuru (del inglés sample, muestra), las reproducciones de comida tienen un papel importante en los restaurantes japoneses, permiten al potencial cliente hacerse una idea de lo que hay en el menú y estimula las papilas gustativas de quien pase por delante. En las grandes ciudades cumplen además la función de facilitar la comunicación entre camareros y los clientes extranjeros en un país donde el inglés es una rara avis.

Hecha de cera —aunque cada vez más, de plástico— la comida falsa requiere de un proceso artesanal que comienza en la mayoría de los casos con alimentos reales de los que se sacan moldes. Después, se añaden detalles realistas a la pieza y se pinta.

Cada restaurante encarga los modelos según los platos que ofrece y con el tiempo el diseño y la confección de estos conjuntos se ha convertido en una especie de disciplina artística. Hay concursos de creación de comida de mentira y los manufacturadores más destacados guardan con celo los secretos para lograr que sus productos tengan un aspecto más realista que otros.

Yakisoba-takoyaki y una tempura de gamba - (www.fake-food.net)

Yakisoba-takoyaki y una tempura de gamba – (www.fake-food.net)

La consideración del sampuru como disciplina artística hizo que en 1985 incluso protagonizara una exposición en el Museo Victoria y Alberto de Londres. En el documental de Wim Wenders sobre Japón titulado Tokyo Ga (1985) el director alemán también se esmeró por enseñar los pormenores de la manufacturación de la comida falsa.

Aunque parece un invento desarrollado tal vez en los últimos 40 años y más relacionado con la extravagancia y el gusto por lo artificial que se cultivan en Japón, las reproducciones de alimentos son un invento de principios del siglo XX.

Para entender su origen es necesario remontarse a la era Meiji, marcada por el reinado del emperador Meiji, de 1868 a 1912. El país iniciaba su apertura al mundo efectuando cambios sociales, económicos, militares, de política interior y exterior, dejaba de ser un país aislado y anclado en un sistema feudal y evolucionaba con el objetivo de ser una potencia mundial.

A raíz de las recién instauradas relaciones comerciales, tuvo acceso a productos que hasta ese momento, como mucho, se conocían de oídas. La comida no fue una excepción: cuando en los años sesenta del siglo XIX se crearon los primeros asentamientos occidentales en el país. Al archipiélago comenzaban a llegar productos occidentales, entre ellos ingredientes y recetas que los japoneses nunca habían probado.

En el libro Modern Japanese Cuisine: Food, Power and National Identity (Cocina japonesa moderna: comida, poder e identidad nacional) la polaca Katarzyna Joanna Cwiertka —académica especializada en Estudios Modernos Japoneses en la universidad holandesa de Leiden— explica que sólo en aquellas últimas décadas llegaban al país zanahorias, guisantes, cebollas, tomates, espárragos, coliflores, perejil… El contacto tardío con otras potencias hizo que por ejemplo, hasta 1925, nadie hubiera probado la mayonesa.

Las réplicas comenzaron representando platos occidentales, entonces sofisticados. Los restaurantes veían difícil que los clientes pidieran lo que desconocían y empezaron por ofrecer muestras, hacer fotos y dibujos… Los métodos disponibles eran caros o no terminaban de ofrecer una visión clara del conjunto y en ese momento surgió el sampuru. Contradictoriamente, ahora son en su mayoría platos japoneses los que (también fuera del país) se exhiben para que el cliente occidental sepa lo que esperar o caiga rendido al aspecto limpio y colorido de las piezas de cera y plástico.

Helena Celdrán

Gustave Verbeek, cómics que se leen al derecho y al revés

Viñeta de 'The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man Muffaroo' al derecho y al revés

Viñeta de ‘The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man Muffaroo’ al derecho y al revés

En seis viñetas cabía una historia para la que en realidad hacían falta doce. Gustave Verbeek (1867-1937) —originalmente Verbeck— llamó la atención del público neoyorquino cuando en 1903 comenzó a publicar sus tiras cómicas en el New York Herald. Los personajes caricaturescos no parecían poder quedarse quietos, no se sabía a ciencia cierta si estaban volando o tenían los pies sobre la tierra. El truco estaba en que el lector tenía que leer la secuencia de seis viñetas primero, darle la vuelta a la revista y terminar la historia al revés.

La biografía del autor de origen holandés podría tener algo que ver con la idea de crear un mundo de antípodas confusas y seres que parecen en continuo movimiento. Nacido en Nagasaki, su padre (Guido Verbeck) era educador y misionero de la Iglesia Reformista de América en Japón además de uno de los asesores políticos extranjeros más importantes del Emperador Meiji Mutsuhito (1852-1912). Gustave se crió en Japón y estudió arte en París. Después de trabajar como ilustrador y viñetista en varias publicaciones europeas, en 1900 se mudó a los Nueva York, donde vivió hasta su muerte.

La serie de 65 episodios, que se publicó semanalmente de octubre de 1903 a enero de 1905 en el diario New York Herald y en filiales de la publicación, se titulaba The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man Muffaroo (Algo así como Las ‘alrevesadas’ de la pequeña dama Lovekins y el Viejo Muffaroo).

Ambos son en realidad el mismo dibujo dado la vuelta: él lleva un gran sombrero de paja y sonríe de oreja a oreja; ella lleva un vestido amarillo y un extraño sombrero y apenas se le ven los pies. Una tienda de campaña se convierte dada la vuelta en una explosión en el agua, un enorme pájaro puede ser también una isla, el pico una barca y las patas dos troncos de árbol. Las aventuras tienen siempre un componente de fantasía loca, hay reinos lejanos y criaturas que con frecuencia recuerdan al folclore japonés.

La influencia oriental de Verbeek  se combina con la viñeta occidental y da como resultado un estilo extrañamente exótico. Criado en Japón cuando el país apenas comenzaba a abandonar su aislamiento cultural y comercial y a relacionarse con el resto del mundo, está claro que para esta colección de trabajos el artista encontró la inspiración en los joge-e (en japonés, dibujos en dos direcciones), xilografías típicas de la dinastía de los Meiji que combinan dos grotescos rostros en el mismo personaje.

Helena Celdrán

'The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man Muffaroo' - Gustave Verbeek

‘The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man Muffaroo’ – Gustave Verbeek

'The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man Muffaroo' - Gustave Verbeek

‘The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man Muffaroo’ – Gustave Verbeek

'The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man Muffaroo' - Gustave Verbeek

‘The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man Muffaroo’ – Gustave Verbeek

'The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man Muffaroo' - Gustave Verbeek

‘The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man Muffaroo’ – Gustave Verbeek

'The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man -  Gustave Verbeek

‘The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man’ – Gustave Verbeek

'The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man Muffaroo' - Gustave Verbeek

‘The Upside Downs of Little Lady Lovekins and Old Man Muffaroo’ – Gustave Verbeek