Entradas etiquetadas como ‘cambio climático’

Si perdemos este anillo de arena, nos divorciamos de la Tierra

Las cosas que parecen frágiles y bellas serán las primeras en desaparecer. Piensa en el canario y la cueva, en el gas y la mina. Cae el magnífico pájaro y empieza la estampida… Huyen todos porque es el aviso del escape, la muerte.

Quiero presentaros un curioso atolón, un hermosísimo canario tropical, anillo de tierra que se levanta apenas un metro sobre la superficie del mar Pacífico. Una isla maravilla que parece salida de una fantasía pirata y que tiene un problema. Como le ocurría al pájaro minero, ha comenzado a toser arena.

El atolón de Takuu en una imagen captada por la NASA. Wikimedia Commons.

El atolón de Takuu en una imagen captada por la NASA. Wikimedia Commons.

El Atolón de Takuu, en Papua de Nueva Guinea, tiene los días contados. A pesar de ello, sigue habitado por sus 560 vecinos, que lejos de resignarse, sufren y se sienten impotentes.

Su amenaza principal es el nivel del mar. La ola sin retorno.

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Un documental narra la vida de un refugiado climático en Madrid

Hay países donde el desierto ocupa casi la totalidad, y esta nada informe, devoradora de viajeros, cementerio sin nombre de emigrantes y necesitados, sigue creciendo. El cambio climático mantiene su curso como la gangrena que va desvelando su ruta desde los pies a la cabeza, la mancha ascendente de una catástrofe planetaria.

Si ves morir a tus animales, como lo hizo Usman, un exiliado mauritano; si pierdes los árboles que te cobijan, o sientes la sed como un alambre que juguetea en tu vacío, sabrás que son signos de mal agüero, presagios. Constituyen una señal del peor futuro y una fuerza suficiente que obliga a los desesperados a caminar por la tierra sin descanso.

 

Fotograma del documental El huerto de Usman, de Raquel Diniz

Fotograma del documental ‘El huerto de Usman’, de Raquel Diniz

Tenemos en esos países azotados por el viento, mientras lees estas líneas en el aparente confort, a personas que necesitan una salida urgente, los primeros refugiados climáticos de esta era. Son jóvenes, o familias, incluso poblaciones enteras. A pesar de haberse adaptado durante generaciones a espacios duros o inhóspitos, se están topando con el punto de no retorno.

Esta condición, la del exiliado climático o ambiental, no está reconocida en la legislación internacional. Se ignora la causa y sobre todo el dolor, la ansiedad que mueve sus pies, a pesar de que organizaciones como ACNUR anuncian que en los próximos 50 años entre 250 y 1.000 millones de personas se verán obligadas a abandonar sus hogares por este motivo.

Nuestros gobernantes actúan como si estas personas fueran unos locos del running, como si padecieran una enfermedad que podrían llamar en su característico cinismo la “manía obsesiva atlética”, y que consistiría en masas de seres humanos que sin razón aparente se ponen a caminar miles de kilómetros dejando atrás todo cuanto quieren y necesitan.

Estos gobernantes parecen ciegos y son las sombras más amenazadoras en el extenso desierto. Nadie deja su vida atrás sin una causa; a veces es la ignorancia, pero casi siempre los mueve la perturbación de no poder enfrentarse al día a día. Los seres humanos no se juegan el pellejo solo por incordiar. Los primeros refugiados climáticos ya han empezado a caminar y muchas de sus huellas las borra ahora el mar o la arena en un siniestro recorrido que terminará enfermando a las almas del Occidente (el ascenso del fascismo es solo un síntoma de este mal y no es el peor de todos).

El corto documental El Huerto de Usman, de la realizadora brasileña Raquel Diniz, explica una de estas pequeñas historias cuyo contenido trágico es universal, y por tanto, también nuestro. Usman es un joven mauritano que se ha visto obligado a dejar su país por el avance inexorable de la nada.

 

El Huerto de Usman from Raquel Diniz on Vimeo.

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Un pingüino visita Barcelona asustado por nuestras ansias de Omega 3

Este pingüino, que llegó de turismo a Barcelona, traía consigo un aviso. Uno de esos mensajes que son tachados de aburridos por los parroquianos del bar global.

 

 

El aviso es el siguiente: el ecosistema de la Antártida podría colapsarse si no actuamos de una vez. Para evitarlo Greenpeace ha desplegado una campaña de título épico o marcial: La marcha de los pingüinos. Reclama un espacio de protección de 1,8 millones de kilómetros cuadrados en este continente helado, que sería el santuario más grande de la Tierra. Quisieron llamar la atención mandando animales de papel por medio mundo. Su supervivencia es también la nuestra.

Nos importa, sin embargo, su futuro lo mismo que nos preocupa el deambular de un bosquimano sediento por el Kalahari. La Antártida no es la Atlántida, claro. Preferimos soñar con las catástrofes del pasado, cosas lejanas, anteriores a los romanos. Las amenazas de presente, y sobre todo las del futuro, son un verdadero coñazo.

«La Atlántida desapareció vaya usted a saber por qué, pero culpa nuestra no fue».

Frases como esta las escucho a diario en los bares. La parroquia sabe mucho de civilizaciones perdidas y poco de los polos actuales. “Al neandertal se lo cargaron los sapiens, los nuestros”, alega uno. Y entonces el bar estalla en un sonoro «¡a por ellos, oé! “¡En los polos no vive nadie, qué más dará!”, interviene otro. “Hombre, los inuit, en el Gran Norte”, respondo. “¿Pero esos tienen estudios o calefacción?”, alegan al contraataque. “Las hipotecas no existen en la Antártida, y solo por esto valdría la pena salvarla”, les contesto siguiendo con la lógica de su clara reducción al absurdo.

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Así será tu pisito tras el apocalipsis

Pagar 900 euros de alquiler por un piso mínimo no es el apocalipsis aunque se le parezca. El futuro podría ser peor. Una casita búnker que se adapte al mundo nuevo. Así será tu hogar tras la catástrofe… Nadie sabe su precio.

Un piso para 2050. Superflux. CCCB.

Un piso para 2050. Superflux. CCCB.

La palabra catástrofe nace del griego y viene a decir «dar la vuelta a algo», cambiar las cosas para peor. Podemos imaginar distintos modos de convertir este planeta en un estercolero pos-apocalíptico que albergaría nuestro pisito adaptado:

  • Desastre nuclear. Kim Jong-un, sumo líder de Corea del Norte, tras una monumental cogorza de ttongsul, un vino de arroz coreano fermentado con heces humanas, aprieta el botón nuclear; o Donald Trump, tras publicar un tuit ingenioso, aprieta «la cosa roja» al confundirlo con el interfono que lo conecta con su secretaria. Los científicos de El Reloj del Apocalipsis cada año ponen en hora este metafórico instrumento que mide la posibilidad de la muerte. Tras valorar las múltiples amenazas que se ciernen sobre nosotros, en enero lo adelantaron por la inestabilidad nuclear: dos gallitos irreconciliables y sin demasiadas luces amenazan con los cohetes de uranio a ambos lados del Pacífico (estamos a 2 minutos de la Media Noche).

  • La crisis hídrica o falta de agua que ya afecta a Sudáfrica se generaliza: migraciones bíblicas, guerras, y una vez más… posibilidad del botón nuclear.
  • La curva del helado derretido. El cambio climático produce una reacción en cadena desde los fondos marinos a las cumbres del Himalaya. Convierte la selva en desierto. Deshielo, suben los mares. Arde Siberia, más gas a la atmósfera procedente del permafrost. Extinciones en masa, ausencia de polinizadores. La Tierra será como un avión galáctico al que se le caen las piezas en pleno vuelo (y cruzamos el espacio a 108.000 kilómetro por hora).
  • Escasez de comida. Supermercados desabastecidos. Imposibilidad de satisfacer la demanda por una huelga natural. La Gran Guerra de las Patatas Fritas. Ricos pegándose los últimos banquetes de carne roja en sus búnkeres de Nueva Zelanda.

Hay además otras maneras de convertir este mundo en una sima de huesos: terrorismo que use bombas sucias, inteligencia artificial que nos considere prescindibles, pandemias impulsadas por bioingeniería, armas de destrucción nanotecnológicas, etc. La vida es un milagro.

El Estudio Superflux ha imaginado estos futuros y lanzado una propuesta de vivienda en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. ¿Cómo será nuestro pisito después de que el reloj dé las 12?

Lo han recreado en una sala para que el visitante confronte las posibilidades del mañana y su responsabilidad presente…

 

Un piso para 2050. Superflux. CCCB

Un piso para 2050. Superflux. CCCB

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Utopía

Among the Sierra Nevada, California, 1868. Albert Bierstadt. Wikimedia Commons.

Among the Sierra Nevada, California, 1868. Albert Bierstadt. Wikimedia Commons.

El cuadro lo firmó Albert Bierstadt, pero yo lo llamaré utopía. En 1868 capturó este horizonte de cordilleras salvajes en el que no sabemos si empieza o termina la noche. Es solo la estampa de un sol naciente o moribundo, inclinado sobre las aguas recién nacidas; allí los animales mojan sus patas, y los bosques, como silenciosos espectadores, se sienten sagrados.

Dejadme llamarlo utopía.

Bierstadt fue el gran retratista del Salvaje Oeste, antes de que el ferrocarril importara la plaga. El cuadro corresponde a Sierra Nevada, estado de California, hoy una antorcha encendida en el valle de la emergencia. Paradójicamente Bierstadt colaboró con la destrucción de estos paisajes con sus labores de topógrafo explorador. Había retratado los territorios aún no conquistados. Murió solo y olvidado, quizás soñando con la utopía perdida.

Las utopías suelen ser lugares lejanos, espacios que pensamos futuros, decimos que inalcanzables. La utopía es el lugar al que se aspira a ir, donde nos gustaría vivir. Y cuando yo miro hacia el futuro en el que querría morir, veo un cuadro de Bierstadt.

Quiero verlo, acudir a él como el elefante que camina a su cementerio:

Veo que en este futuro la naturaleza, como en el lienzo, mantiene su cíclico retorno. Veo en este cuadro el símbolo de nuestra continuidad: la supervivencia de este paisaje significa el porvenir de los hijos. Lo siento como un baile perfecto, orgánico, como la lluvia suave o la brisa fresca en verano, mi esperanza tiene aquí el aliento del musgo. No veo la tecnología en este cuadro porque ahora es invisible, y está al servicio del paisaje y no en contra. Si éste lograr sobrevivir, entiendo que supimos corregir los errores, unir esfuerzos y lazos como si fuéramos un inteligente micelio, y sé que tuvimos que hacerlo en el último minuto… Me entusiasmo porque hemos respondido juntos a esta debacle que empezó en el día en que decidimos comportarnos como una plaga que viaja en ferrocarril. Veo que hemos vencido a la cultura suicida del ahora mismo. Comprendimos el sentido de la palabra hogar al identificarlo con este paisaje. Somos los habitantes del jardín y no la plaga, y lo sentimos en carne viva, vertimos en él nuestro instinto de pertenencia: el río es la arteria; el árbol, el alveolo; el mar, la sangre; el amanecer, la córnea húmeda…

Somos los que podremos volver a pintar un cuadro de Bierstadt.

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¿Tienes planes para después del fin del mundo?

Mis queridos futuros apátridas:

Incendis petroliers, Kuwait (Oil Fires, Kuwait) © Nasa

Incendis petroliers, Kuwait (Oil Fires, Kuwait) © Nasa

Ahora que nuestro pequeño mundo parece fracturarse en feudos, muros y banderas, y que hombres rudos hablan con la hegemonía de las palabras gruesas, como epitafio nihilista, o solo para dividir corazones, y gritar «America First», o «Allah es grande», «o mi tribu prevalece», o «yo soy distinto al resto de chimpancés»… Ahora que tenemos un sentido de la incertidumbre instalado en el corazón taquicárdico… deberíamos detener los juegos y los fuegos para hablar de lo importante: el fin del mundo conocido. Y lo que vendrá después…

Noah's ark on the Mount Ararat - Simone de Myle

Noah’s ark on the Mount Ararat – Simone de Myle

La metáfora cultural más antigua quizás la encontremos en la Biblia: el arca que navegó durante meses sin brújula, la lluvia que cubrió las cumbres nevadas, los animales gimiendo… Noé estaba muy asustado. En la moderna metáfora -que rescata el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona en su próxima exposición, titulada Después del fin del mundo-, sin embargo, la escala del diluvio crece y supera la ficción religiosa: el arca es ahora la Tierra. Y Noé parece un suicida.

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