‘Ven a mí, Paraíso’: mujeres, aislamiento y ciudades de cartón en Hong Kong

Paraíso suele ser una palabra engañosa. Bajo esta imagen pueden aparecer purgatorios o infiernos. Lugares donde nadie mira, territorios fallidos que atrajeron a las personas por la recompensa.

Tenemos ejemplos. Si uno se atreve a visitar Srinagar, la capital de la Cachemira ocupada, se sorprenderá al cruzar el inmenso túnel que fractura el Himalaya: cuando regresa la luz, aparece un océano de campos fértiles y lagos, y un cartel da la bienvenida: “Welcome to Paradise”; un «bienvenidos al paraíso» rodeado de militares armados, helicópteros de guerra y perros policía que ladran en este supuesto edén.

Los paraísos por tanto deberían evitarse, pero hay personas que no deciden su destino.

Chunking House, Hong Kong. ©Jacobo Alcutén. Hoja de Rutas.

Chungking House, Hong Kong. ©Jacobo Alcutén. Hoja de Rutas.

Hong Kong es visto por algunos como otro paraíso, o quizás la única esperanza o salida laboral. Hong Kong, la ciudad imposible, tierra de las chungking mansion, también llamadas dormitorios nicho: verjas, cámaras de seguridad, hacinamiento, hedor a sudor y aguas portuarias que conviven junto al lujo y las torres acristaladas. Hong Kong, el monstruo distópico para los habitantes de las capas bajas. Paraíso económico para unos pocos.

La directora filipino-canadiense Stephanie Comilang ha titulado a su documental Lumapit Sa Akin, Paraiso (Ven a mí, Paraiso), en el que muestra la vida de las trabajadoras migrantes filipinas en un formato que mezcla la ciencia ficción y la realidad íntima de sus protagonistas. Paraiso es en esta historia el nombre de un drone dotado de alma que le sirve a la directora para sobrevolar la trama; paraíso es también un espacio o territorio no reconocido para unas migrantes tratadas casi como alienígenas en la antigua colonia británica.

Todo falso paraíso contiene parámetros, códigos y símbolos matemáticos, y éste no es una excepción: 1 de cada seis trabajadoras domésticas en Hong Kong sufren esclavitud; el 14% de ellas fueron explotadas por el tráfico de personas; el 66,3% sufren signos de gran explotación aunque no puedan ser llamadas trabajadoras forzadas; solo 5,4% no muestra ningún signo de explotación o trabajo forzado, según el informe de Justice Centre, Coming Clean. Globalmente, afirman estas páginas, 21 millones de personas son considerados esclavos modernos. Y para esclavizar a un humano debes empezar primero por considerlo distinto a ti: un alien ajeno a tu especie.

El film de Comilang combina la estética de vídeo del móvil, youtube, y los extractos de video-blog. Apunta la idea de este hipotético drone fantasmal, Paraiso, que captura cada detalle en el laberinto distópico, como una entidad supra-cibernética, capaz de subir y descargar las imágenes de estas trabajadoras, capaz de sentir el aislamiento y los anhelos más íntimos de sus tres protagonistas: Irish May Salinas, Lyra Ancheta Torbela y Romylyn Presto Sampaga.

Estructuras de cartón. Imagen de la película Lumapit Sa Akin, Paraiso, de Stephanie Comilang

Estructuras de cartón. Imagen de la película Lumapit Sa Akin, Paraiso, de Stephanie Comilang

Retrata los domingos en el distrito Central, la zona financiera– ya que estas mujeres extraterritoriales son legalmente forzadas a vivir con sus empleadores y no tienen otro lugar-, ocupada informalmente en ese día por cientos de trabajadoras domésticas que recuperan su aliento en las esquinas, escaleras, o tumbadas sobre el cemento o la hierba: comen, hacen ejercicio, bailan, se acicalan o pintan entre arquitecturas delimitadas por vallas o receptáculos de cartón. Estas endebles paredes buscan una intimidad imposible. Es la ilusión de un lugar propio, casita de ocio, espacio social sagrado, creando presencia en su no pertenencia al territorio urbano más exclusivo de la ciudad: la milla de oro con los nichos dominicales de cartón levantados, como una civilización alienígena caída en desgracia que es obligada a sentarse en el suelo en la riqueza de un imperio que las teme, necesita y detesta.

La lectura aérea de este hipotético drone habla también de las estructuras sociales y patriarcales que sufre la mujer en Asia. La película es un eco del maltrato social, pero también un reflejo del pálpito de estas apátridas.

Muestra como estas mujeres, especialmente las de origen filipino (la comunidad más amplia con 164,628 trabajadoras domésticas), deciden sentarse juntas, unirse en el suelo, compartir, protestar si es necesario, permanecer sobre el cemento dorado donde transcurren sus escasos minutos de libertad colectiva. Inventan una ciudad móvil bajo la gran ciudad. Una ciudad dominical imaginaria. El gobierno de Hong Kong no ha podido por el momento expulsarlas de allí. El espacio negado o ausencia del mismo es ocupado por su cotidianidad alrededor de esos cartones y juegos.

Puerto de Hong Kong, tocando a la milla de oro. ©Jacobo Alcutén. Hoja de Rutas

Puerto de Hong Kong, tocando a la milla de oro. ©Jacobo Alcutén. Hoja de Rutas

Hablan por el móvil, se fotografían, realizan videoconferencias con sus familiares. Una vida común, conectada, espejo de múltiples sueños. Es intrigante ver cómo en este tiempo veloz el precariado dispone de tecnología móvil. Ver cómo estos aparatos se han convertido en el nexo de comunicación universal incluso para los mal llamados grupos minoritarios (¿de qué modo un ser humano puede ser considerado minoría en una especie que se expande en hitos de 6 mil millones de seres?).

Las trabajadoras migrantes se toman selfies, cantan el Love yourself de Justin Bieber en un karaoke, realizan pequeñas entrevistas sobre su vida laboral y el desarraigo sentido por haber abandonado sus planetas de origen, que los turistas también llamarán paraíso por otro error conceptual basado exclusivamente en el color de la arena de una playa. Algunas de estas trabajadoras crean video-blogs en canales de youtube, donde narran su vida o sus aficiones, y estas imágenes aparecen en el documental de Comilang. También es en Internet donde ofrecen sus servicios a los empleadores.

La película se sumerge en el espacio emocional a través de la banda sonora creada por el productor experimental de origen asiático Why Be, que buscó un tono entre la intimidad y la ciencia ficción, un retrato sensorial y cercano sobre los outsiders, los excluidos de las sociedades dominantes de los que pocos hablan.

Banda sonora perfecta para una desatención legal en un Hong Kong que es espacio para crímenes: existen denuncias de palizas por parte de los empleadores, incluso llegándoles a quemar las manos, carencia de horas de sueño, castigos, humillaciones, jornadas de 20 horas al día, amenazas de despido (y sin un contrato vigente en 14 días deben abandonar el país), imposibilidad legal de adquirir la permanencia por muchos que sean los años que se viva trabajando en el territorio… tropelías, demasiadas, fracturas en la humanidad común, denuncian las organizaciones de derechos humanos.

Paraíso suele ser una palabra engañosa. Es mejor huir de ellos. Bajo ricas alfombras pueden aparecer purgatorios o infiernos. Aunque también la rebeldía de unas ciudades de cartón que resisten en su humanidad.

Las fotografías de Hong Kong son cortesía del estupendo blog de viajes Hoja de Rutas.

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