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Una fotografía nos muestra los ‘dobles fantasmales’ que produce la guerra

Se llamaba Albina Mali-Hočevar y fue héroe de guerra. Solo sé eso. Busco información en la Red. Es escasa, al menos en nuestro idioma o en inglés. Sé que vivió en Eslovenia y que mató fascistas. “Pатни херој”, leo en cirílico, y en serbio significa: “heroína”.

La imagino como una valquiria menuda empuñando una bayoneta, saltando de trinchera a trinchera contra brazos alzados.

También me dice el traductor que su padre fue un “sinvergüenza”. Supongo que miente, los traductores engañan al mundo, como lo hace esta fotografía

 

Albina Mali-Hočevar (1925 – 2001)

Albina Mali-Hočevar (1925 – 2001)

 

Nació el 12 de septiembre de 1925 en Vinica, una aldea a la izquierda del río Kolpa, en el sureste del pequeño país, tocando a la actual Croacia.

Siendo todavía una niña, la chica tuvo que trabajar. Intentó estudiar pero pronto vino la guerra. La muy perra llegó aullando desde el centro de Europa junto a una melodía de Wagner.

¿Sabían ustedes que la guerra aúlla pero que también pinta? ¿Y saben de lo que es capaz de hacer con el retrato de un niño?

Solo tengo esta fotografía para demostrarlo. En ella aparece Albina junto a su doppelgänger, el doble fantasmagórico, que en alemán significa “el que camina al lado”.

 

Albina Mali-Hočevar, después de la guerra (izquierda) y antes de la guerra.

Albina Mali-Hočevar, después de la guerra (izquierda) y antes de la guerra.

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El cuadro por el que escapan los refugiados

El cuadro de la artista omaní Iman Al Khatri, de 24 años, es un óleo que apunta a los ojos. Se sale del marco. Busca la vida. Quiebra los límites. Desafía la ausencia de humanidad.

Salirse del cuadro es buscar la vida. Escapar de una carnicería.

A veces la vida se parece a un museo, con sus múltiples salas y alegorías. El personaje que retrata el cuadro es un sirio que escapa de esos límites. El marco es la frontera imposible. Un espacio arbitrario que delimita el ellos del nosotros.

Nosotros quiere decir los espectadores. Así nos define el espacio. La posición en la sala. Habitamos el otro lado, en este museo que llaman Europa. Un lugar proclive a coleccionar obras sin contexto.

El audioguía solo susurra: «matanza, cerco, asesinato, horror…».

Los museos son lugares diseñados para mirar. Y aquí vemos a un padre que saca a su hijo de las tinieblas. Estas penumbras son cuadradas. Están selladas. Como un cuartucho bajo las bombas de Alepo, o un campamento de refugiados, un suburbio sin nombre en el invierno.

El padre hace lo imposible: sale del cuadro. Pero duda si lanzar a su hijo a la nada, actúa como un péndulo.

Nadie puede prometerle que el niño será recogido si lo suelta.

La nada es imprevisible.

Somos el sujeto pornográfico. El espectador ciego. Somos la nada que nada recoge.

Iman Al Khatri nos aprieta las córneas con este trabajo. La fuerza de su tela está en la parte invisible: ¿qué habrá bajo los pies del niño de camiseta roja?

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Perfil de un criminal contra el patrimonio universal

Antigua mano de hierro en un desierto sereno, “el señor Al Mahdi”, así es citado por la pionera sentencia de la Corte Penal Internacional, pasará nueve años entre rejas, quizás anhelando el espacio perdido, el enigma geométrico de las dunas móviles, y el viento, el viento que serpentea en el Sahara movido por un aliento cálido que nunca penetrará en su celda.

Ahmad al Mahdi, acusado de crímes de guerra en Malí por el TPI © TPI

Ahmad al Mahdi, acusado de crímenes de guerra en Malí por el TPI © TPI

Es el primer condenado bajo la ley internacional por la destrucción de bienes, arte y patrimonio cultural. La Corte penal consideró que destruir estos bienes equivale a anular personas. Antes de escuchar la sentencia, ha mostrado arrepentimiento por el sufrimiento emocional causado; tal vez de corazón –“por su familia, por su país, por la comunidad internacional”, o quizás buscando el atenuante. Este arrepentimiento viene por haber destruido o dañado joyas irremplazables que dijimos que pertenecen a todos, resilentes piezas de nuestro puzzle antiguo, patrimonio catalogado por la Unesco, mausoleos lejanos que evocaban un tiempo de caravanas y largos trayectos cuando los humanos sabían que la arena era un océano, el origen y final de todo. Tiempos en los que la sal y no el silicio y el petróleo motivaba las guerras.

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El cruce de dos artistas incorrectos: Kiefer y Céline

Courtesy: Anselm Kiefer

Courtesy: Anselm Kiefer

Tres citas de un monstruo:

Cuando los grandes de este mundo empiezan a amarnos es porque van a convertirnos en carne de cañón.
El amor es el infinito puesto al alcance de los caniches. ¡Y yo tengo dignidad!
Invocar la propia posteridad es hacer un discurso a los gusanos.

Las frases, todo negrura, horca y misantropía, son de Viaje al fin de la noche (1932), una de las novelas más brutas del siglo XX. Escrita por el incómodo Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) —estigmatizado por antisemita, condición negativa a las claras, pero insuficiente para borrarlo del canon literario, como algunos han porfiado—, es la obra cumbre del nihilismo, la incorrección y el tedio de la existencia.

A la figura siempre peligrosa del escritor francés se ha arrimado otro creador complicado, el artista alemán Anselm Kiefer (1945).

Tres de sus citas, para intentar la conexión:

No pinto para pintar un cuadro. Para mí pintar es pensar, investigar (…) y no precisamente investigar sobre la pintura.
Una de mis motivaciones para pintar es la historia de Alemania. Es una investigación sobre mí mismo, sobre lo que soy, sobre dónde nací.
El arte es un intento de llegar al mismo centro de la verdad. Nunca puede, pero es capaz de acercarse bastante.

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Coleman y Wood, escultores que reconstruyeron caras tras la I Guerra Mundial

Son caras de quita y pon, añadidos para simular que la guerra no dejó huellas físicas. Los soldados se las prueban con una seriedad que intenta blindar cualquier expresión de amargur, quienes les ayudan a ajustar las prótesis —aunque no son médicos— los tratan con una suavidad profesional.

La I Guerra Mundial (1914-1919) devoró muchos rostros, fue un conflicto de trincheras, los combatientes asomaban la cabeza y recibían una bala o ráfagas de disparo de las recién inventadas ametralladoras. A su vuelta, cambiaban la expresión de familiares y novias, asustaban a los niños, se convertían en monstruos de la guerra.

De director desconocido, Plastic Reconstruction of the Face (Reconstrucción plástica de la cara), en blanco y negro y sin sonido, es un fragmento de película de 5:36 minutos filmado en 1918. La pieza documenta el trabajo realizado en el Studio for Portrait Masks (Estudio de máscaras-retrato), un eufemismo para referirse a la única esperanza que le quedaba entonces al soldado desfigurado: que le hicieran un rostro postizo para ocultar la deformidad del auténtico.

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Pistolas para bebés, ‘barbies’ viudas de guerra y otros juguetes distópicos

'Barbie War Widow' ('Barbie viuda de guerra') - Peter Adamyan

‘Barbie War Widow’ (‘Barbie viuda de guerra’) – Peter Adamyan

«En la mayoría del mundo de hoy, la violencia es mucho más real, y considerada como una dura realidad en el día a día de los niños. Para el mundo occidental sin embargo, es algo menos tangible, algo que vemos sólo en televisiones y videojuegos. ¿Por qué entonces cala en nuestra cultura de una manera tan extendida?».

Peter Adamyan (1987) intenta descifrar la fórmula del éxito de la violencia en las sociedades acomodadas, se empeña en buscar la explicación en un posible «fomento del imperialismo», la «validación» de la violencia «en los textos religiosos» o la certeza de que lo llevamos «en nuestro ADN». El artista estadounidense pinta sobre lienzo y madera, crea instalaciones y modifica juguetes originales con la mirada puesta en la histórica crueldad del ser humano. Las creaciones son tétricas y burlonas, el estilo es pretendidamente descuidado y pop.

'Cobra Hates Your Freedom' - Peter Adamyan

‘Cobra Hates Your Freedom’ – Peter Adamyan

Dystopia Toyland (Distopía Juguetelandia) es su última colección de balas envenenadas, obras que aluden a las consecuencias de la guerra sobre la población civil, a los abusos sobre los trabajadores o a matanzas y genocidios del pasado. También hay lugar para el cada vez más frecuente caso, como repetido en un funesto bucle, del bebé que dispara el arma y mata a otro niño o a un familiar adulto en alguna remota población estadounidense, uno de esos lugares de los que sólo se hablará de pasada para recordar el desgraciado suceso.

'Babys First Homicide' - Peter Adamyan

‘Babys First Homicide’ – Peter Adamyan

Introduciéndose en el universo de los juguetes busca los «momentos formativos de nuestra juventud en los que por primera vez conocemos la violencia verdadera, el momento en que somos más susceptibles y nuestras psiques están todavía en desarrollo». Adamyan se toma al pie de la letra que el juguete es una herramienta para que el niño reproduzca escenarios de la realidad adulta: un G.I. Joe veterano de guerra mendiga junto a un cubo de basura, dos muñecas Bratz ejercen la prostitución en las calles, una bolsa de celofán transparente contiene figuras humanas derretidas y grisáceas que resultan ser «víctimas del napalm».

En un mundo en que, para muchos, es más ofensiva la imagen de un cuerpo humano desnudo que de un cuerpo sin vida, el artista señala que la violencia ya no está «tan aceptada como lo estuvo a lo largo de la historia», pero matiza que nos las seguimos ingeniando par «aceptarla» como inevitable a la naturaleza humana. Sus obras no deben ser confundidas con un gamberrismo tontorrón, sino como una llamada de atención al fatalismo con que aceptamos que un niño «acepte la violencia como parte de la edad adulta».

Helena Celdrán

Instalación creada por Adamyan con trabajos de la serie 'Dystopia Toyland'

Instalación creada por Adamyan con trabajos de la serie ‘Dystopia Toyland’

'Workers Comp Daydreams' - Peter Adamyan

‘Workers Comp Daydreams’ – Peter Adamyan

'Freight Train Fuhrer' - Peter Adamyan

‘Freight Train Fuhrer’ – Peter Adamyan

'The Unfriendly Gost' - Peter Adamyan

‘The Unfriendly Gost’ – Peter Adamyan

El turco Bulent Kilic, el fotógrafo que mejor narró 2014

© Bulent Kilic / AFP

© Bulent Kilic / AFP

Erkin Elvan tenía 15 años y murió en marzo de 2014, tras 269 días en estado de coma, porque le había reventado el cerebro el impacto de un bote de gas lacrimógeno disparado por la policía turca contra los manifestantes que pedían libertades cívicas en el país. El chico no era parte de la protesta: iba a comprar pan para su familia y pasaba por la zona de Estambul donde se producían eso que los siniestros amigos del poder llaman ahora disturbios cuando siempre se llamaron protestas reprimidas a fuego y sangre.

La foto es del día siguiente a la muerte del muchacho, cuando cientos de miles de personas salieron a la calle en 32 provincias turcas y la Policía respondió con la misma moneda: hubo centenares de heridos.

La mirada directa de la chica, como si la cámara fuese el único lugar importante del mundo, consciente de la necesidad de que los ojos hablen, evita contar los pormenores, las causas y los efectos. Todo está dicho en el aspecto doliente de esta madonna adolescente cuyas lágrimas se han mezclado con el agua lanzada a presión por los camiones policiales cuando el poder, con desprecio, escupe a la cara de las víctimas.

El hombre que hizo la foto tiene 35 años y es padre de un niño que acaba de aprender a andar. Se llama Bulent Kilic y nació en el este de Turquía, en Tunceli, un área de mayoría kurda con la memoria histórica todavía ensangrentada por la matanza de Dersim, a mediados de los años treinta, cuando el Ejército turco mató a miles de personas en una masacre sin otra justificación que la el afán genocida.

Hrabove, Ucrania, 2 de agosto. Una chica llora al abandonar su hogar en Donetsk tras un corte de luz, agua y abastacimiento ordenado por el gobierno © Bulent Kilic / AFP

Hrabove, Ucrania, 2 de agosto. Una chica llora al abandonar su hogar en Donetsk tras un corte de luz, agua y abastacimiento ordenado por el gobierno © Bulent Kilic / AFP

El padre de Kilic, maestro de profesión, se llevó a la familia a Estambul intentando encontrar un hábitat menos lastrado por el odio. No sospechaba que su hijo, que entonces tenía 5 años, sería elegido por el destino como testigo de la pervivencia del mal, la eternidad circular de las matanzas, el prolongado reguero de dolor y llanto, el eco infinito de las balas…

Cuando en estas fechas se dictan los nombres de los protagonistas del año que se nos acaba de ir de las manos, mencionar a Kilic es mencionar también a todos aquellos para quienes la expresión admirativa «¡feliz año!» no es más que formulismo, porque saben que la felicidad debe conquistarse y en la tarea habrá víctimas inocentes. Kilic ha sido el mejor narrador de 2014, el fotógrafo que ha contado con más bondadosa valentía la vida de los héroes, las miles de personas que van a comprar el pan a lo largo del mundo y les revientan la cabeza en el camino.

A Bulen Kilic, que después de mucho freelanceo pagado con tarifas medievales logró entrar en France Press, le han señalado como mejor reportero de 2014 The Guardian y TimeLa coincidencia no es casual sino resultado de la justicia y de la apuesta de ambos medios por la buena fotografía, que es lo que siempre ha sido: lo contrario a una estampita para ilustrar necedades.

Estambul (Turquía), 31 de mayo. Un policía amenaza a una pareja durante las manifestaciones en favor de mayores libertades ciudadanas © Bulent Kilic / AFP

Estambul (Turquía), 31 de mayo. Un policía amenaza a una pareja durante las manifestaciones en favor de mayores libertades ciudadanas © Bulent Kilic / AFP

Al repasar la obra durante el año que acaba de terminar de este hombre robusto, calvo y ataviado con ropa de mercadillo regresas a cada uno de los escenarios que retrató: la crisis de Ucrania, el accidente minero en Manisa (Turquía), los refugiados kurdos escapando desierto adelante de la invasión del Estado Islámico…

Pero en las fotos de Kilic, necesariamente apocalípticas —con ese material ha decidido traficar en una decisión libre que jamás llegaremos a entender del todo los miedosos—, siempre queda espacio para el hombre corriente, un lugar central que late como un corazón.

Es de buena educación desear que 2015 sea un año más feliz que 2014. Si como resulta más que probable vuelve a ser un rosario de amargura, ojalá Bulen Kilic siga ahí para lapidar las mentiras con el recuerdo de las víctimas, los doloridos, los desesperados…

José Ángel González

Adolescentes sirios refugiados en Zaatari retratan sus vidas

Campo de refugiados de Zaatari, antes y después

Campo de refugiados de Zaatari, antes y después

Entre las dos fotos de arriba han transcurrido menos de tres años. La zona es la misma, un territorio desértico situado diez kilómetros al este de la ciudad jordana de Mafraq, muy cerca de la frontera con Siria. La imagen de la izquierda es de septiembre de 2011 y la otra, de abril de 2014.

El campamento de refugiados de Zaatari se ha convertido de pronto, como si se tratara de un acelerado time-lapse, en una ciudad. Con un censo oficial de 81.000 habitantes, es el 13º núcleo más poblado de Jordania. Es redundante y doloroso anotar que todos los vecinos son refugiados que han escapado del holocausto consentido por Occidente de Siria, país que ha sido abandonado por más de dos millones de personas para evitar el exterminio.

Gestionado por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el campamento de Zaatari es uno más: en el mundo hay 50 millones de personas refugiadas viviendo en lugares donde no desean vivir. El número es el más alto de la historia de la humanidad.

En Zaatari, presentado por algunos medios occidentales con el paternalismo condescendiente habitual —»La ciudad del hazlo tú mismo«, titula The New York Times un reportaje no muy distinto al que merecería un lo que no debes perderte de las islas del Egeo; «Tierra fertil para pequeños negocios», añade la BBC en el mismo tono que un informe sobre posibles oportunidades para inversores—, hay calles, tiendas de ropa y comida, algunas clínicas médicas montadas por militares europeos (no españoles), prostitutas, robos, drogas y frecuentes redadas indiscriminadas de la policía.

Triunfos y derrotas cotidianas, en suma, que pueden contabilizarse también en cualquier barrio español de pocos ingresos.

En agosto de 2014 el fotógrafo  Michael Christopher Brown visitó el campamento para hacer un reportaje. Le gustaron las sonrisas de los 4.000 adolescentes que acuden a diario a los dos centros de actividades educativas y de tiempo libre que gestiona la organización Save the Children y decidió intentar transmitir a algunos la pasión por la fotografía. Les enseñó media docena de normas básicas y les regaló un smartphone.

Los muchachos han montado ahora Inside Za’Atari, un microblog que funciona como diario personal del grupo de fotógrafos aficionados. Las imágenes de sonrisas, brincos y otros desmanes adolescentes aparecen combinadas con fotos de las que brotan arena, hedor y ausencia.

Los chicos de Zaatari también escriben pequeños mensajes. Son incompatibles, por frescura y objetividad, con las resabiadas crónicas de los medios de Occidente. Son periodismo puro.

«En el futuro, si me convierto en un buen reportero, podré dejar este lugar», dice Khaled (que lleva una camiseta del Real Madrid). «El proyecto me ayudó a moverme por el campamento e ir a lugares a los que no me atrevía a ir», añade Rahma, que dibuja un universal corazón con las manos.

El testimonio que mejor sintetizala condición del expulsado de casa por la sinrazón bélica me parece el de Omar: «Es duro vivir aquí. El agua, por ejemplo, no sabe como el agua de Siria».

Jose Ángel González

El exsoldado que se convirtió en taxidermista del fieltro

'Garza' - Kiyoshi Mino

‘Garza’ – Kiyoshi Mino

Kiyoshi Mino escoge a animales silvestres, de granja y domésticos. Los reproduce con rasgos suavizados, miradas inocentes y posturas que resaltan su candidez, pero no los dulcifica hasta el dibujo animado, siguen conservando su esencia realista y natural.

El artista estadounidense de origen japonés elabora las pequeñas figuras con fieltro y una aguja fina rematada con un pequeño gancho. El proceso de cardar la lana le permite después moldearla en esculturas invertebradas que, sin la ayuda de un alambre interno, se mantienen en pie sólo por la densidad que Mino le da al material.

Pasaron bastantes años hasta que se interesó por el arte. Creció en Chicago, fue a la universidad en Massachusetts, se licenció en Illinois y tras estudiar pasó cuatro años en el ejército, uno de ellos destinado en Afganistán. Volvió otro año más a tierras afganas para realizar labores de «ayuda» y «desarrollo», palabras entrecomilladas también por Mino, que descree ahora de ese tipo de misiones.

'Cervatillo' - Kiyoshi Mino

‘Cervatillo’ – Kiyoshi Mino

Con la vivencia, su opinión sobre la labor del ejército estadounidense en el extranjero se tornó escéptica: «Mis experiencias en Afganistán me enseñaron que la mayoría de los problemas más apremiantes del mundo se resolverían si nosotros los estadounidenses dejáramos de intentar forzar a los países «menos desarrollados» a ser más como nosotros y empezáramos a vivir de modo más sencillo».

Tras volver a su país y casarse, le dio un giro a su vida y se inscribió en los talleres ofrecidos por una granja para aprender a llevar la suya propia en un futuro cercano. Su actividad artística llegó con ese renacimiento. En enero de 2011, sin contar con estudios artísticos previos, aprendió a moldear la lana cardada para crear cada vez más detalladas figuras. Desde desarrolla, sin ninguna pretensión más que la de reproducir la belleza innata de un animal, desarrolla una especie de taxidermia del fieltro, fascinado por «el pelaje y los plumajes» de sus modelos.

Helena Celdrán

'Perdiz chucar' - Kiyoshi Mino

Kiyoshi Mino - burro

Kiyoshi Mino - Gallo

Kiyoshi Mino - gato

Kiyoshi Mino - ampelis americano

 

El foto ensayo definitivo sobre la II Guerra Mundial

Agosto, 1944 (Foto: AP)

Agosto, 1944 (Foto: AP)

La miliciana y sus dos compañeros intentan abatir a un francotirador del ejército nazi.

Dos días antes, ella, la chica de los pantalones cortos y los calcetines caídos, había matado a un par de alemanes en el combate casa por casa de los últimos días de la ocupación alemana.

La foto, de la agencia AP y autor anónimo, tiene una tensión palpable, compensada por el glamour -un término sin duda cínico en este escenario- de la miliciana cazadora de nazis.

La imagen forma parte de un proyecto deslumbrante colgado en la red por The Atlantic, la web de la revista mensual progresista fundada en 1857 por los escritores Ralph Waldo Emerson, Henry Wadsworth Longfellow, Oliver Wendell Holmes, Sr. y James Russell Lowell.

El blog de fotografía de la web, In Focus, gestionado por Alan Taylor, publica desde hace 16 semanas una retrospectiva proteica: World War II in Photos (La Segunda Guerra Mundial en fotos).

El proyecto durará cuatro semanas más y pretende convertirse en el foto ensayo definitivo sobre el más sangriento teatro bélico de la historia: 80 millones de muertos, el cuatro por ciento de la población mundial de entonces.

Diciembre, 1936 (Foto: AP)

Diciembre, 1936 (Foto: AP)

Para Taylor no tiene ningún sentido limitar la II Guerra Mundial al arco temporal señalado por los libros de historia: 1939-1945. Su recopilación de fotografías, estruendosas como las bombas y los morteros, dolorosas como la orfandad y el terror, empieza en los años treinta, el tiempo de incubación del huevo de la serpiente.

La Gran Depresión y su efecto devastador sobre los débiles; la Guerra Civil española (la foto de los refugiados de los bombardeos franquistas en el túnel del metro madriñeño no es la única de nuestra vergonzante contienda); la fecundación en Alemania, Japón e Italia de un nacionalismo excluyente y sanguinario; el pacto Hitler-Stalin que consintió las ocupaciones incruentas de Austria y Checoslovaquia… Los antecedentes también son la guerra.

Septiembre, 1939 (Foto: AP / Julien Bryan)

Septiembre, 1939 (Foto: AP / Julien Bryan)

La foto de la izquierda fue tomada en las afueras rurales de Varsovia (Polonia). La niña se llama Kazimiera Mika, tiene 10 años. Llora sobre el cuerpo baleado por una ametralladora nazi de su hermana. Estaba recogiendo patatas cuando la asesinaron.

World War II in Photos tiene la dignidad de bajar a los sembrados, los bosques, los cuartos, las granjas, los arroyos, las fábricas, la vida…

Al contrario que otras recopilaciones de fotografías bélicas, no se limita a las imágenes de fusiles de asalto, bombarderos, tanques y carniceros con uniforme de oficiales, limpiamente planchados con el apresto de los cobardes.

Si entran en la colección, vayan preparados. La sangre, más dura en blanco y negro, es tan roja y latente como la suya. En este ensayo las notas al pie no son referencias bibliográficas: son huesos, gusanos y ceniza.

Diciembre, 1940 (Foto: AP / Al Steinkopf)

Diciembre, 1940 (Foto: AP / Al Steinkopf)

Otro escalofrío. Szydlowiec, en Polonia, durante la Navidad de 1940. Los niños judíos del gueto, como todos los niños en todo lugar y tiempo, se agolpan ante el lente de la cámara. Sonríen, posan, revientan con bullicio el cuadro de la foto. No es impreciso imaginar que todos ellos murieron poco después en alguno de los muchos campos de la muerte que decoraron el paisaje bucólico de Centroeuropa cantado por los rapsodas.

Cada entrega del proyecto muestra, a gran tamaño, 45 fotos. Pueden ustedes bajarlas, guardarlas en el disco duro, retenerlas para aquellos momentos en que caigan en el pecado de la auto conmiseración. Cualquier dolor es venial ante lo que tenemos delante.

1942 (Foto: AP)

1942 (Foto: AP)

El fotógrafo que hizo esta foto se jugó la vida. Logró esconderse tras el cadáver de un oficial alemán y asomar la cámara para captar al pelotón de fusilamiento nazi ejecutando a civiles ucranianos de Kiev, arrodillados y enfrentados a la fosa común en la que caerán tras el balazo mortal.

Durante 1941 y 1942 los soldados alemanes asesinaron a entre 100 y 150.000 gitanos, nacionalistas, judíos y comunistas en la zona.

De este calibre son buena parte de las fotos de ensayo visual: morales, éticas. «Son experiencias reales de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, momentos que explican cómo es el mundo hoy en día«, dice Taylor.

1942 (Foto: NARA)

1942 (Foto: NARA)

«Con la guerra aumentan las propiedades de los hacendados, aumenta la miseria de los miserables, aumentan los discursos del general, y crece el silencio de los hombres«, decía Brecht.

World War II in Photos es una solemne oportunidad para comprobar la eterna certeza de las palabras del viejo Bertolt.

Conviene acercarse como entrando en un templo.

Ánxel Grove