Paraíso suele ser una palabra engañosa. Bajo esta imagen pueden aparecer purgatorios o infiernos. Lugares donde nadie mira, territorios fallidos que atrajeron a las personas por la recompensa.
Tenemos ejemplos. Si uno se atreve a visitar Srinagar, la capital de la Cachemira ocupada, se sorprenderá al cruzar el inmenso túnel que fractura el Himalaya: cuando regresa la luz, aparece un océano de campos fértiles y lagos, y un cartel da la bienvenida: “Welcome to Paradise”; un «bienvenidos al paraíso» rodeado de militares armados, helicópteros de guerra y perros policía que ladran en este supuesto edén.
Los paraísos por tanto deberían evitarse, pero hay personas que no deciden su destino.
Hong Kong es visto por algunos como otro paraíso, o quizás la única esperanza o salida laboral. Hong Kong, la ciudad imposible, tierra de las chungking mansion, también llamadas dormitorios nicho: verjas, cámaras de seguridad, hacinamiento, hedor a sudor y aguas portuarias que conviven junto al lujo y las torres acristaladas. Hong Kong, el monstruo distópico para los habitantes de las capas bajas. Paraíso económico para unos pocos.
La directora filipino-canadiense Stephanie Comilang ha titulado a su documental Lumapit Sa Akin, Paraiso (Ven a mí, Paraiso), en el que muestra la vida de las trabajadoras migrantes filipinas en un formato que mezcla la ciencia ficción y la realidad íntima de sus protagonistas. Paraiso es en esta historia el nombre de un drone dotado de alma que le sirve a la directora para sobrevolar la trama; paraíso es también un espacio o territorio no reconocido para unas migrantes tratadas casi como alienígenas en la antigua colonia británica.