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Mundos ‘fake’: vivir en una realidad alternativa o en la mente de Philip K. Dick

La ucronía es un género literario que me atrae como las runas célticas al nazi, la conspiración al anarquista, o el cosmopolitismo al asesor financiero. Historia-ficción o especulativa que empieza siempre con un “y si…”:

¿Qué ocurriría si la línea divisoria del espacio-tiempo hubiera tomado un camino distinto en un momento dado? ¿y si… hubieran ganado los cartagineses en vez de los romanos? ¿y si… Franco hubiera muerto en Marruecos? ¿y si… Kennedy hubiera apretado el botón rojo?

Consiste en imaginar cómo hubiera sido la Historia si en un punto relevante cambian las tornas- presumiblemente inexorables- del pasado: lo fijo se convierte en especulación móvil, lo cerrado se abre al infinito, una grieta que deforma no solo el pasado, sino también el presente y el futuro.

La verdad, el mundo, son inciertos. La realidad: paranoide.

Philip K. Dick escribió su primer gran éxito con una ucronía fundacional titulada El hombre en el castillo, donde se describe un mundo gobernado por un III Reich vencedor.

¿Y si los nazis hubieran ganado la guerra y en realidad viviéramos hoy en sus condominios?

Bandera de los Poderes del Eje de América, de la novela de Philip K.Dick.

Bandera de los Poderes del Eje de América, de la novela de Philip K.Dick.

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El esperado regreso del novelista-pero-no Emmanuele Carrère

Emmanuel Carrère (Téléversé par Dmitry Rozhkov, Wikipedia)

Emmanuel Carrère (Téléversé par Dmitry Rozhkov, Wikipedia)

He tenido la fortuna de ver mi último año bendecido por  las lectura de las obras literarias de Emmanuel Carrère (París, 1957). Llegué tarde, como a tantas otras citas, al encuentro con el autor francés, pero el retraso me sirvió para eliminar las esperas editoriales y someterme a una sobredosis sin interrupciones, a una intoxicación letal por ininterrumpida, gozosa por deseada.

A estas alturas es un escritor indiscutible —acumula premios y sus libros son esperados con la convicción del best seller— e incluso ha tonteado con la farándula —fue miembro del jurado del Festival de Cannes dada su condición paralela de guionista de películas y documentales—, pero, atención, no estamos ante un garrulo tarantinesco que sigue mamando de las palabras gruesas para espantar a los burgueses como su compañero de generación y nacionalidad Michel Houellebecq. Si a este le interesa la descripción de las heces, a Carrère le importan los ruidos interiores de la digestión.

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Cuando Roberto Bolaño ejerció el periodismo

"Entre paréntesis"

«Entre paréntesis»

Encajada en la obra narrativa deslumbrante de Roberto Bolaño, de cuya muerte se cumplen hoy diez años, Entre paréntesis es una obrita pordiosera y sucia . Ambas condiciones, mencionadas con el respeto que merece toda bastardía, cuadran con la vida desordenada pero comprometida del escritor más importante en español  —y cualquier otro idioma— de las últimas décadas.

«Para el escritor de verdad su única patria es su biblioteca, una biblioteca que puede estar en estanterías o dentro de su memoria. El político puede y debe sentir nostalgia, es difícil para un político medrar en el extranjero. El trabajador no puede ni debe sentir nostalgia: sus manos son su patria«, escribe Bolaño en una de las cien piezas de esta antología, editada póstumamente, en 2004, poco antes de la explosión atómica de 2666, y preparada por Ignacio Echevarría, confidente y mano derecha literaria del chileno, apartado de escena poco después por los intereses mercenarios (y multimillonarios: Bolaño es una estrella planetaria) de la empresa hereditaria, regentada con mano de hierro por la viudísima Carolina López.

Entre paréntesis permite el milagro de entrever a Bolaño trabajando como amanuense, manchándose las manos, vehemente como siempre pero escribiendo con la fugacidad nerviosa del límite de caracteres y los deadlines para el periódico chileno Últimas Noticias y el Diari de Girona, donde publicó columnitas semanales desde 1999, vecinas en la maqueta de otra que trajinaba con bastante menos gracia José María Gironella, el autor que había sido admitido como crítico de confianza en tiempos del franquismo.

En las colaboraciones periodísticas escritas en Blanes, el pueblito que en primavera, decía Bolaño, se convertía en «Blanes Ville o en Blanes sur Mer»; ofrecía las «gambas más rojas de la Costa Brava»; permitía compartir el aroma «metafísico» de las cremas bronceadoras que «huelen a democracia, huelen a civilización»; donde viven el pastelero Joan Planells, que ha descubierto el secreto de la felicidad, la librera Pilar Pagespetit i Martori, que escucha los «acordes sombríos» de John Coltrane que ponen nervioso a Bolaño, y el vendedor de videojuegos Santi; el escenario bolañista de los paseos «junto con los viejos verdes» por el Paseo Marítimo, los encuentros con el tabernero Dimas Lunas, que gestiona los méjores cócteles mientras chapurrea en ruso, los gambianos que son Reyes Magos en Navidad y el rapsoda local casi nonagenario Joseo Ponsdomènech, con los bolsillos llenos de versos gratis…

Robero Bolaño (1953-1993) © Alejandro Yofre

Robero Bolaño (1953-1993) © Alejandro Yofre

Y, por supuesto, enmadejada con la vida, la literatura, que para Bolaño era una cosa peluda que habita el alma, te muerde los riñones y te provoca una erección de 30 centímetros —la únicas, según sostenía, que son merecedoras de aparecer en una autobiografia—. Las columnas periodísticas —¡cuánto hemos perdido al condenar a muerte a los diarios de provincias!— están habitadas por el equipo titular: el encuentro con un cuervo ante la tumba de Borges; el «infierno cotidiano» de Javier Tomeo; el Ferdydurke luminoso pero «lleno de claroscuros» de  Gombrovicz; el feroz Hunter S. Thompson; el inevitable Nicanor Parra; los compadres (César Aira, Juan Villoro, Enrique Vila-Matas, Rodrigo Fresán, Javier Cercas); Hannibal el Canibal soñando con una agente Sterling «más guapa que Jodie Foster»; el «abismo inmóvil» de William S. Burroughs; la relectura de Neruda «como quien revisa las cartas comerciales y sentimentales de su abuelo»; el venerado Philip K. Dick, «una especie de Kafka pasado por el ácido lisérgico y por la rabia»…

En el tomo hay otros placeres: el discurso de aceptación del Premio Rómulo Gallegos de 1999 por Los detectives salvajes («muchas pueden ser las patrias, se me ocurre ahora, pero uno solo el pasaporte, y ese pasaporte evidentemente es el de la calidad de la escritura. Que no significa escribir bien, porque eso lo puede hacer cualquiera, sino escribir maravillosamente bien, y ni siquiera eso, pues escribir maravillosamente bien también lo puede hacer cualquiera. ¿Entonces qué es una escritura de calidad? Pues lo que siempre ha sido: saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura básicamente es un oficio peligroso»); la crónica Fragmentos de un regreso al país natal, sobre el reencuentro con Chile en un viaje en 1998; la última entrevista, en la edición mexicana de Playboy; unos consejos para escribir cuentos («a Cela y a Umbral, ni en pintura»)…

Y, claro, el polémico texto Playa, cuyo taxativo inicio («dejé la heroína y volví a mi pueblo con el tratamiento de metadona que me suministraban en el ambulatorio»), ha conducido a la creencia, sobre todo en los EE UU, de que Bolaño y la aguja fueron amantes, mito que me importa escasamente, aunque sí me llega una afirmación generacional de una las columnas para el diario en la que toma partido frontalmente a favor de los dulces perdedores: «Los primeros amigos que tuve en Blanes eran casi todos drogadictos (…) Ahora están muertos, y casi nadie se acuerda de ellos, jóvenes ingenuos que creyeron ser peligrosos pero que sólo fueron un peligro para su propia salud».

Agoten a Bolaño. Lean, por dios, porque nunca lo olvidarán, al menos las dos novelas cruciales (Los detectives salvajes y 2666), los cuentos de Putas asesinas, el ensayo-ficción La literatuza nazi en América y no olviden Entre paréntesis. Encontrarán, sin afeitar y con el aliento iluminado por el procaz olor a callejón de los cigarrillos, a un escritor valiente hasta la temeridad para quien el oficio era una ruleta rusa con cuatro balas en un cargador de cinco: «Correr por el borde del precipicio: a un lado el abismo sin fondo y al otro lado las caras que uno quiere, las sonrientes caras que uno quiere, y los libros, y los amigos, y la comida. Y aceptar esa evidencia aunque a veces nos pese más que la losa que cubre los restos de todos los escritores muertos. La literatura, como diría una folclórica andaluza, es un peligro».

Ánxel Grove

Muere el editor de la primera revista que tomó en serio al rock

Paul Williams (1948-2013)

Paul Williams (1948-2013)

Ha muerto Paul Williams. Tenía 64 años y era periodista.

¿Importa que muera un periodista en una época en que cualquiera aspira a serlo mediante el cacareo social entre sus amistades virtuales?

Empezaré de nuevo: ha muerto Paul Williams, editor de la primera revista temática dedicada a la música rock desde una perspectiva seria, es decir, ajena a la idea de producción comercial y al sonido de cajas registradoras.

¿Importa que muera un editor independiente en un tiempo en que cualquiera se siente con derecho a serlo porque escribe entradas en una bitácora?

Si la audacia y el amor son todavía valores vivos, debería importarnos.

Cubiertas de Crawdaddy!

Cubiertas de Crawdaddy!

Williams era un estudiante universitario del liberal Swarthmore Collegue, cerca de Filadelfia. Tenía 17 años, había nacido en Boston y le gustaban la ciencia ficción y la música de su tiempo. Sentía que el rock se estaba convirtiendo en una forma expresiva compleja, artística y con suficiente cuerpo y público como para merecer más atención de los medios de comunicación y, sobre todo, una aproximación crítica rigurosa, similar a la que reciben otras expresiones artísticas y culturales.

Sin más ayuda que una ilusión infinita ni mayor pretensión que escribir sobre el motivo de su pasión editó, en febrero de 1966, el primer ejemplar de Crawdaddy! —bautizada en honor a la mítica sala de conciertos del mismo nombre de Surrey (Reino Unido) donde tocaban todos los grupos ingleses de los años sesenta y debutaron los Rolling Stones—. Williams escribió todo el ejemplar e imprimió las copias en el mimeógrafo de la universidad. El editorial señalaba:

Tienes en un tus manos la primera revista de crítica de rock and roll. Crawdaddy! no publicará pin-ups ni noticias de agencia: la esencia de esta revista serán los artículos inteligentes sobre música pop.

Paul Williams en los primeros años de Crawdaddy!

Paul Williams en los primeros años de Crawdaddy!

La revista, casi un año y medio más joven que la publicación de la mafia hippie de San Francisco Rolling Stone —que suele llevarse los honores de ser la primera—, consiguió el milagro de mantenerse y ser fiel a las intenciones editoriales. De protofanzine pasó a publicación como dios manda, con nómina de colaboradores pagados —entre ellos el escritor William Burroughs y el activista yippie Abbie Hoffman— y distribución basada en las subscripciones y envío por correo. Para consolidarla, Williams se dedicó a remitir ejemplares a todo cuanto músico estimaba y, para pasmo del sector periodístico serio, Bob Dylan concedió una entrevista exclusiva a Crawdaddy!. ¿Resultado? En tres años la circulación era de 250.000 ejemplares y ningún músico rechazaba una llamada.

No fue el único ejemplo de la visión de Williams: en 1972, mucho antes de que el resto del mundo se enterara, su revista publicó el primer reportaje amplio sobre un músico que empezaba, un tal Bruce Springsteen. El resto del sector de los media se enteró de la grandeza del Boss años más tarde.

Paul Williams escucha música en el hospital

Paul Williams escucha música en el hospital

Autor de más de una veintena de libros —entre ellos una muy bien documentada trilogía sobre Dylan, considerada una de las obras de referencia biográfica inexcusables sobre el artista [está editada en español]— y amigo personal y responsable del renacer público del autor de ciencia ficción Philip K. Dick, al que empujó a abandonar la reclusión y regresar a la escritura en 1975, Williams era admitido en todos los círculos porque amaba lo que hacía y carecía de los intereses ocultos de los periodistas mainstream. No era complaciente pero tampoco buscaba el escándalo y amaba al rock más allá de toda duda.

Pero el dinámico Wiliams tuvo mala suerte con la vida. A consecuencia de un accidente de bicicleta en 1995, sufrió una grave lesión cerebral que derivó en demencia. Sus últimos años fueron hospitalarios y de desconexión creciente con el mundo. Su segunda esposa, la cantautora anti-folk Cindy Lee Berryhill, le cuidó y reunió dinero para pagar a los médicos. Contó la experiencia en el blog Amado extraño, una crónica de amor, espanto y desolación, a partrir del cual sabemos que, pese a los ataques de agresividad, la descordinación vital y la existencia en el umbral de la locura, Williams se calmaba escuchando música.

En alguna ocasión alguien preguntó a este íntegro periodista cómo era capaz de seguir escribiendo con pasión sobre rock sin perder el empuje. «Pienso en la gente que me leerá en el futuro», contestó Williams.

Ánxel Grove

Libros que no existen pero que deberían existir

Una de las ediciones del "Necronomicón"

Una de las ediciones del «Necronomicón»

Una de las consultas que siguen recibiendo con regularidad los empleados de las 70 bibliotecas de la Universidad de Harvard  indaga si entre los 150 millones de objetos que guarda el complejo existe alguna copia de un libro titulado Necronomicón (en griego Nεκρονομικόv), una obra de saberes arcanos cuya lectura conduce a la muerte inevitable, acaso precedida de locura.

Los libreros, que en el fondo, según sospecho, desearían conducir a los curiosos a un ejemplar, suelen contestar con buena educación y humor alertando sobre el carácter ficticio de la obra, creada por el autor de cuentos y novelas H.P. Lovecraft y algunos de los escritores de su círculo de soñadores de entidades pretéritas que, de tan precisa que resulta la descripción que nos han legado, terminan pareciendo bichitos de fantaciencia japonesa para adornar estanterías de lofts hipsters: un pulpo montado en una estructura triangular, por ejemplo.

Lovecraft, un tipo de mandíbula saliente que temía a todas las mujeres con la excepción de sus tías maternas y flirteó con peligrosos confabuladores que pretendían establecer un Reich en los EE UU, atribuyó el Necronomicón al poeta loco yemení Abdul Alhazred, dató la obra en torno al año 700 antes de nuestra era y situó ejemplares en cinco bibliotecas, cuatro reales y una que debería serlo, la universitaria de Miskatonic en lo menos deseable ciudad imaginada de Arkham.

El Necronomicón ha sido emulado por varios autores. Algunos simulacros son muy tontos y otros son deliciosos, en especial el escrito en duriac. Hay cierta propensión a convertir la obra en parte del atrezzo de un concierto heavy o en un tratado biológico sobre pólipos.

A partir de la bella idea del libro dentro del libro, trazamos una relación, una sola de las muchas posibles, de obras literarias que no existen pero que deberían existir:

El libro de Holmes

El libro de Holmes

Manual práctico de apicultura, con algunas observaciones sobre la segregación de la reina (Sherlock Holmes, 1903-1904). Retirado a una humilde granja de Sussex, el exdetective Sherlock Holmes se dedica a la vagancia y, sobre todo, a la apicultura. Holmes es visitado por Watson antes del comienzo de uno de los postreros casos que investigará la pareja, El último saludo (Arthur Conan Doyle, 1917). Orgulloso de la «ociosa holganza» del campo, Holmes muestra a su amigo el manual que ha redactado sobre abejas y apicultura: «Lo he escrito yo solo. Contemple el fruto de noches de meditación y días laboriosos, en los que vigilé a las cuadrillas de pequeñas obreras como en otro tiempo había vigilado el mundo criminal de Londres».

 La dinámica de un asteroide (Profesor James Moriarty). Si Sherlock Holmes escribió sobre apicultura, su archienemigo, «el Napoleón del crimen«, es autor de un libro que, según el detective, «asciende a tan enrarecidas alturas de las matemáticas puras que no hay ningún periodista científico capaz de reseñarlo». En la saga de Conan Doyle también se le atribuyo al temible Profesor Moriarty un tratado sobre el binomio de Newton.

Teoría y Práctica del Colectivismo Oligárquico (Enmanuel Goldstein) «Estos tres superestados, en una combinación o en otra, están en guerra permanente y llevan así veinticinco años. Sin embargo, ya no es la guerra aquella lucha desesperada y aniquiladora que era en las primeras décadas del siglo XX. Es una lucha por objetivos limitados entre combatientes incapaces de destruirse unos a otros, sin una causa material para luchar y que no se hallan divididos por diferencias ideológicas claras», señala uno de los capítulos de esta obra —conocida también como El Libro—, citada por George Orwell en la novela 1984. El autor, Emmanuel Goldstein, es una antítesis del Gran Hermano, pero también podría tratarse de una creación de éste para dirigir el odio de los esclavizados habitantes del mundo distópico. El escritor ficticio es físicamente muy parecido a Trostky y tiene un nombre que remite a la anarquista lituana Emma Goldman. Los dos capítulos que aparecen desarrollados en la novela de Orwell se refierena la ignorancia como fuerza y la guerra como paz.

"Tlön, Uqbar, Orbis Tertius"

«Tlön, Uqbar, Orbis Tertius»

A First Encyclopaedia of Tlön. vol. XI. Hlaer to Jangr (autor desconocido).»También son distintos los libros. Los de ficción abarcan un solo argumento, con todas las permutaciones imaginables. Los de naturaleza filosófica invariablemente contienen la tesis y la antítesis, el riguroso pro y el contra de una doctrina. Un libro que no encierra su contralibro es considerado incompleto», propone este tomo sobre la civilización edificada por Jorge Luis Borges en el relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, basado en múltiples obras posibles por su cabal desatino. El cuento formó parte de Ficciones (1944), un compendio de libros ficticios. Una frase para no olvidar: «Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres».

La rosa ilimitada, La perfección ferroviaria y veinte libros más (Benno von Archimboldi). En 2666, la novela que escribió mientras se moría, el gran Roberto Bolaño desarrolla la figura de un escritor y el intrincado, tóxico y dulce placer del abismo. Benno von Archimboldi, un ladrón de identidades, es el centro de un enigma que se inicia en la Europa Central del nazismo y culmina en su espejo, Santa Teresa —como Bolaño bautiza a Ciudad Juárez (Méxixo)—, donde el campo de la muerte es el desierto y el holocausto se comete contra mujeres. En el millar de páginas del libro, la obra de Archimboldi, y su sombra esquiva, es investigada por cuatro filólogos fanáticos.

Ilustración de "Gargantúa y Pantagruel"

Ilustración de «Gargantúa y Pantagruel»

Decretum universitatis Parisiensis super gorgiasitate muliercularum ad placitumDe cagotis tollendis, y un montón de libros más igualmente sarcásticos y llenos de ventosidades (varios autores). François Rabelais construyó un complejo entramado bibliográfico para protegerse de las venganzas de la curia y justificar el humor escatológico, las burlas y las revelaciones escandalosas sobre el tamaño de los genitales de los sacerdotes. En Gargantúa y Pantagruel (1532-1564) inventó autores y libros con prolijidad. También atribuyó a autores reales, como Ignacio de Loyola, obras ficticias pero muy apropiadas: El dulce hedor de los españoles.

La langosta se ha posado (Hawthorne Abdensen). Dentro de la extraordinaria novela El hombre en el castillo (1962), del soñador contemporáneo Philip K. Dick, vive otra novela, La langosta se ha posado, en la cual el escritor Hawthorne Abdensen establece una historia alternativa distinta a la que sufren los protagonistas, de por sí distinta a la real: un mundo dominado por el Eje nazi-japonés, triunfante en la II Guerra Mundial. Alemania es dueña de buena parte del mundo, ha desecado el Mediterráneo para convertirlo en tierras de cultivo y ha matado a todos los negros de África. En la novela dentro de la novela es Inglaterra el país triunfante tras la contienda y se convierte, tras derrotar a los EE UU, en la gran superpotencia planetaria.

Quienes sientan curiosidad por los libros ficticios deben visitar el blog The Invisible Library (La biblioteca invisible), en inglés, donde hay una extensa relación de obras posibles, desde las docenas de ensayos sobre la práctica de la magia que J.K. Rowling ha enunciado en la serie de Harry Potter, hasta los maravillosos extravíos literarios imaginados por Vladimir Nabokov en casi todas sus novelas.

Cierro el paseo por estos jardines soñados con una cita del más memorioso de los escritores, Borges, por supuesto, quien en La Biblioteca de Babel supuso un lugar plagado de infinitos tomos en alguno de cuyos rincones «debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios (…) No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre —¡uno solo, aunque sea, hace miles de años!— lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique».

Ánxel Grove

‘Blade Runner’ en acuarelas

Entre la nebulosa azulada se adivina el ventilador de techo de una sala de interrogatorios donde se lleva a cabo un test. El original, más polvoriento, se sustituye por texturas aguadas y tonos con predominancia de azules.

El sueco Anders Ramsell colgó hace unos días en YouTube una animación de casi 13 minutos que reproduce con acuarelas el comienzo de la película Blade Runner (Ridley Scott, 1982) desde la primera secuencia, en la que un empleado de la companía Tyrell —que desarrolla replicantes— entrevista a uno de sus empleados buscando una respuesta emocional que lo clasifique como humano.

Blade Runner: The Aquarelle Edition (Blade Runner: Edición de acuarela) es un ejercicio artístico imaginativo que transforma el clásico de la ciencia ficción, basado en la novela de Phillip K. Dick (1928-1982) ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?.

En los rostros pocos definidos se adivina la rugosidad del papel y entre las manchas cercanas a la abstracción destacan los elementos más personales de la película, como las pantallas gigantes que pueblan la ciudad de Los Ángeles con rostros de Geishas, el peinado atemporal de Rachel o el buho artificial. Ramsell empleó para esos minutos 3285 acuarelas y se ha impuesto la heroica misión de seguir hasta completar el largometraje.

Helena Celdrán

Diez utopías perversas

George Orwell y la primera edición de '1984'

George Orwell y la primera edición de '1984'

«Estarás hueco. Te vaciaremos y te rellenaremos de… nosotros». Quizá en la frase de 1984, la novela de George Orwell (1903-1950), esté resumido el pavor primario de la distopía, la utopía perversa, uno de los subgéneros literarios que mejor se amolda al angustioso siglo XX y al vacío (por exceso) XXI.

Traducida a casi cien lenguas, del libro emana buena parte de la nomenclatura del pánico que padecemos: la vigilancia que nunca cesa, el doblepensar (creer con determinación en ambos polos de una contradicción: por ejemplo, la guerra como vía hacia la paz), la neolengua de revelación y ocultación de los líderes, la Policía del Pensamiento, la Habitación 101(donde habita el peor de los horrores de cada uno), la reescritura de la historia y, claro, el Big Brother (Gran Hermano), líder, dios pagano y juez supremo.

Jack London y 'Talón de hierro'

Jack London y 'Talón de hierro'

Aunque su pegada ha sido la más intensa, la obra de Orwell, editada en 1932, no fue la primera ficción distópica. El socialista ortodoxo -y algo simplón- Jack London (1876-1916) había narrado en El talón de hierro, publicada 24 años antes, la tiranía sobre los EE UU de un cónclave oligárquico.

En 1921, el ruso Yevgeni Zamyatin (1884-1937) publicó -en inglés, en su país no pasó la censura- Nosotros, novela que anticipa 1984, a la que algunos han llegado a considerar una copia cercana al plagio de la primera: un estado totalitario regido por el Benefactor controla la vida entera de sus ciudadanos -que no tienen nombre, sino unas siglas- y les transmite instrucciones de comportamiento mediante La Mesa, un antecedente claro de las telepantallas del Gran Hermano de Orwell.

La literatura distópica tiene centenares de buenas pesadillas para perderse y temblar. Hoy seleccionamos diez de ellas. No hay ánimo comparativo ni pretensión de establecer un ranking: son solamente una decena de novelas que sueñan futuros peores que nuestro presente, lo cual, tal como están las cosas, tiene bastante mérito.

Alfred Jarry y 'Ubú Rey'

Alfred Jarry y 'Ubú Rey'

1. El proto Berlusconi. No se trata de una distopía al uso, sino de una chanza profética, casí obscena en su acertada predicción de la realidad del porvenir. El patafísico francés -podría ser de Júpiter- Alfred Jarry (1873-1907) publicó en 1986 Ubú Rey, una obra de teatro sobre un tirano  déspota, vulgar, glotón, deshonesto y cobarde. El retrato es hiperrealista dando una pirueta en el tiempo: Silvio Berlusconi es el Ubú soñado por Jarry.

El autor fue tan acerado con su pluma como radical contra su cuerpo: bebía absenta («mi diosa») con prodigalidad. Murió a los 34 años de una meningitis tuberculosa. Los amigos que le cuidaban reclamaron que formulara un último deseo. «Un mondadientes», pidió desde el lecho de muerte.

Aldous Huxley y 'Un mundo feliz'

Aldous Huxley y 'Un mundo feliz'

2. Un Estado Mundial sin dolor (pero sin amor). El uso perverso de la sicología y las tecnologías de reproducción asistida («cultivos humanos») son avanzados por el inteligente Aldoux Huxley (1894-1963) en Un mundo feliz, una novela de 1932 que dibuja una sociedad sin dolor, injusticia ni guerra, pero también sin amor, lazos afectivos y curiosidad intelectual -los conocimientos son inducidos por hipnopedia-. El Estado Mundial del libro no anda muy lejos de la globalización económica y cultural

Huxley falleció en 1963. En su lecho de muerte, incapaz de hablar (tenía un tumor cancerígeno en la lengua), escribió una nota a su esposa con un último deseo: «LSD, 100 miligramos, intramuscular».

Karel Čapek y 'La guerra de las salamandras'

Karel Čapek y 'La guerra de las salamandras'

3. Hitler era un animal anfibio. El escritor checoslovaco Karel Capek (1890-1938) profetiza las guerras étnicas y aventura el avance de los fanatismos, el nazismo y el ultranacionalismo en la fantástica sátira distópica La guerra de las salamandras (1936).

Sólo los últimos cuatro capítulos de los 26 del libro describen la guerra planetaria entre los humanos y las salamandras. El resto está dedicado al descubrimiento de las salamandras, su explotación  como mano de obra y la rebelión de los animales, una vez han adquirido inteligencia y logran organizarse.

Capek fue un antinazi beligerante y la Gestapo le consideró el «enemigo públigo número dos» de Checoslovaquia. Una neumonía ahorró al escritor, el día de Navidad de 1938, el dolor de ver a su país anexionado a la Alemania de Hitler. La fecha es recordada cada año por los seguidores de Capek colocando en su tumba en Praga pequeños robots (el autor fue el inventor de la palabra).

Ray Bradbury y 'Farenheit 451'

Ray Bradbury y 'Farenheit 451'

4. Bradbury quemaría los e-book. La dictadura del hedonismo -una realidad palpable a día de hoy en Occidente-, la represión de la tristeza y la persecución de la duda, anticipadas por Ray Bradbury (1920) en Fahrenheit 451 (1953) a través del viaje de iniciación del bombero quema-libros Guy Montag y su rebelión progresiva contra una sociedad alienada por las paredes parlantes de la televisión y donde está castigado preguntar por qué.

A Bradbury nos lo entregó a los lectores el Ejército de los EE UU, donde estaba dispuesto a alistarse en la II Guerra Mundial pero fue rechazado por miopía severa.

Se ha mostrado contrario a que sus libros sean publicados en e-book («huelen como gasolina ardiendo»), pero no ha logrado detener a los editores.

Pese a que las novelas de Bradbury están repletas de proféticos anuncios tecnológicos, está seguro de que Internet reduce la capacidad de conversación de las personas. «Tenemos demasiados teléfonos móviles. Tenemos demasiado Internet. Tenemos demasiadas máquinas».

Frederik Pohl y 'Mercaderes del espacio'

Frederik Pohl y 'Mercaderes del espacio'

 5. Un mundo corporativo. En un planeta superpoblado, son las megacorporaciones las que dictan la ley, sustituyen al poder político y estratifican la sociedad en productores, ejecutivos y consumidores, cuentan Frederik Pohl (1919) y Cyril M. Kornbluth (1923-1958) en Mercaderes del espacio, una distopía de 1953 que esquematiza el enorme poder de la publicidad y la tiranía económica que padecemos hoy.

El protagonista es un copy de una agencia encargado de diseñar una campaña para atraer nuevos pobladores a las colonias de Venus.

La novela está llena de palabras nuevas que han devenido en estándares léxicos: soyaburger (hamburguesa de soja), tri-di (tridimensional), R and D (research and development, investigación y desarrollo), muzak (musiquilla ambiental)…

Uno de los mejores y más prolíficos escritores de ciencia ficción del siglo XX, Pohl es también un pensador profundo y un analista con ojo fino sobre la sociedad y sus usos. Dos de sus pensamientos: «Nadie está nunca preparado para nada», «nada es suficientemente bueno como para que exista alguien que no lo odie».

Richard Matheson y 'Soy leyenda'

Richard Matheson y 'Soy leyenda'

6. La caza del distinto. Las pandemias virales y la persecución del enfermo y el diferente son los temas centrales de la imprescindible Soy leyenda (1954), de Richard Matheson.

El protagonista, aparentemente el último ser humano normal, vive aislado en una casa-fortaleza de Los Ángeles que de noche es asediada por el resto de los habitantes de la ciudad, que se han convertido en vampiros a consecuencia de una infección.

No se trata sólo del primer libro moderno sobre chupasangres, sino de una reflexión profunda en torno a la soledad humana y la desesperación del distinto en una sociedad basada en las reglas de la caza del hombre y que no está dispuesta a escuchar ningún argumento.

Matheson, hijo de inmigrantes noruegos en los EE UU, es un escritor bregado en los guiones de la serie de televisión The Twilight Zone. Es también el autor de El increible hombre menguante (1957).

Anthony Burgess y 'La naranja mecánica'

Anthony Burgess y 'La naranja mecánica'

7. Rehabilitación postcorrectiva del carácter. El escritor inglés Anthony Burgess (1917-1993) avisa sobre la rehabilitación de los violentos mediante técnicas invasivas de remodelación del carácter en La naranja mecánica (1962).

Aunque la novela no es, ni por asomo, la mejor del prolífico Burgess, la obra fue muy polémica por la descripción explícita de la ultraviolencia de una pandilla de jóvenes drugos, activados por el consumo de leche plus, un combinado con drogas psicoactivas.

Las técnicas postcorrectivas a las que es sometido el protagonista anticipan el uso perverso de las terapias conductistas del comportamiento.

El libro está inspirado en un suceso real ocurrido en 1944, cuando la esposa de Burgess fue atacada y violada en Londres por cuatro soldados estadounidenses. Estaba embarazada y abortó tras el suceso.

Philip K. Dick y '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?'

Philip K. Dick y '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?'

8. Cuando los andy empiezan a sentir. ¿Qué distingue a los humanos de las máquinas?, se pregunta Philip K. Dick (1928-1982) en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), la novela en la que está basada la película Blade Runner (1982).

Tras la guerra nuclear Terminus, el mundo es un erial y las Naciones Unidas invitan a los supervivientes a establecerse en colonias en otros planetas con el incentivo de dar a cada viajero un andy, un androide. La rebelión de los más avanzados tecnológicamente, hasta el punto de sentir, es la trama del libro.

La novela, mucho más compleja que la famosísima película, es una indagación en la identidad personal, lo equívoco del concepto de realidad y la fuerza del inconsciente colectivo en las decisiones de los humanos.

Dick, un escritor que vivió al límite y tuvo experiencias extrasensoriales, construyó una de las obras literarias más complejas y extraordinarias del siglo XX. Otra de sus distopías, El hombre en el castillo (1962), juega con la idea de que los nazis ganaron la II Guerra Mundial.

JG Ballard y 'Rascacielos'

JG Ballard y 'Rascacielos'

9. Los pequeños Hitler de las sociedades tecnificadas. El gran JG Ballard (1930-2009), quizá el más distópico de los escritores, habla en Rascacielos (1975) de un edificio inteligente, diseñado y habitado por la élite acaudalada, que termina por condicionar la forma de pensar y actuar de sus vecinos.

La comunidad de esnobs y yuppies se enfrenta por defender sus derechos al uso de las piscinas o el gimnasio. La consiguiente estratificación en clases divide al rascacielos en repúblicas de pisos malos y pisos buenos.

Como en otras novelas de su extensa producción, Ballard concluye que la sociedad tecnificada convierte a sus siervos en personas de comportamiento hitleriano.

El escritor fue el más prolífico (y certero) diseñador de utopías negras: en Vermilion Sands (1971) habla sobre la vida articial en los resorts de lujo, en Crash (1973) desarrolla el tema del fetichismo sexual provocado por los automóviles, en Millenium People (2003) avanza el clima de violencia implosiva de las sociedades occidentales…

William Gibson y 'Neuromante'

William Gibson y 'Neuromante'

10. Las puertas de la nueva percepción. La novela Neuromante (1984), de William Gibson (1948), proclama la virtualización de la vida, el sexo y los sentimientos.

Antesala del cyberpunk, la obra predice la anulación de las tendencias incómodas mediante la administración de drogas y está protagonizada por un hacker.

El libro, que popularizó, entre otro glosario, los términos ciberespacio y matrix, convirtió a Gibson en un personaje de enorme influencia en el arte y el pensamiento presentes.

No es una gran novela, pero abrió las puertas de la percepción del siglo XXI.

Ánxel Grove