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Los Stones se exhiben, ¿deberíamos escondernos?

Cartel oficial de la exposición - Foto: Rolling Stones Archive

Cartel oficial de la exposición – Foto: Rolling Stones Archive

Recién llegados del Caribe —en Cuba fueron recibidos como apóstoles del capitalismo que viene: no es para menos, la actuación gratuita en La Habana, bendecida por Obama, pagada por una bastante opaca asesoría financiera establecida en el paraíso offshore de Curazao y celebrada por los medios con un acrítico y complaciente diluvio de adjetivos y sin ápice de ecuanimidad—, los Rolling Stones se entregan al exhibicionismo en Londres.

Después del ridículo «los tiempos están cambiando» de Jagger en un país al que han llamado con indecencia «la última frontera del rock» (pregunten en Yemen, Liberia y Sudán, por ejemplo), ahora toca un espacio vip, la Galería Saatchi de Kings Road, en la City, el lugar en el que se sienten en casa. Londres es ahora la ciudad con más milmillonarios del mundo. Territorio de gánsteres.

Exhibitionism, la exposición sobre el grupo en el local del magnate de la publicidad Charles Saatchi —el hombre que vendió a la opinión pública el gruñido El laborismo no funciona, y llevó en volandas al 10 de Downing Street a la pérfida Margaret Tatcher—, es la alternativa stone a las muestras museísticas que proliferan últimamente en torno al olimpo del pop. Al contrario que el par de antecesoras, David Bowie Is… y The Velvet Underground – New York Extravaganza, que han elegido para desplegarse los espacios que la humanidad ha dedicado al arte desde hace varios siglos, los museos públicos, los Stones optan por una galería privada y clasista.

Los precios de las entradas no son casualidad: de 19 a 21 libras esterlinas. En Londres no hay mecenas offshore ni está a mano el Deutsche Bank, mano armada del liberalismo matón y cómplice de la que está cayendo, para cuyos 700 más hidalgos ejecutivos y clientes selectos tocaron los Stones en una actuación privada en 2007 en el barcelonés Museu Nacional d’Art de Catalunya a cambio de los cuatro millones de euros que pagó la entidad en dinero que hemos de suponer bastante manchado, dadas las operaciones alegales por las que ha sido señalado una vez y otra el macrobanco de Fráncfort como cómplice de tropelías —el escándalo del Libor, hacer negocios con países sujetos a sanciones (Siria y Libia entre ellos), lavado de dinero…—.

«Los tiempos están cambiando», dijo Jagger en La Habana. ¿Deberíamos buscar refugio?

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Los Rolling Stones y Patti Smith hacen ‘monumentos’ de sus ‘momentos’

'Sticky Fingers' (The Rolling Stones, 1971) y 'Horses' (Patti Smith, 1975)

‘Sticky Fingers’ (The Rolling Stones, 1971) y ‘Horses’ (Patti Smith, 1975)

Casi en conexión los Rolling Stones y Patti Smith, ese par de joint ventures que deberían disfrutar de la jubilación —merecida, sin duda, han cotizado—, han decidido conducir en retroceso.

Los primeros, cuya salud musical es delicada —las transfusiones de sangre y el personal coaching retrasan el deterioro biológico, pero no el creativo— desde, digamos con benevolencia, It’s Only Rock ‘N Roll (1974), reeditan Sticky Fingers (1971) —lo tocaron íntegro en una actuación sorpresa en Los Ángeles, gran cementerio de elefantes—.

El grupo califica el disco en el material promocional de la reedición como «el mejor del grupo» y alguna prensa musical repite el entrecomillado con sumiso respeto. Anoto que estoy de acuerdo en parte: es un tremendo álbum, ardiente y sucio —incluso cumplen una antigua aspiración por vez primera: parecer negros (Can’t Your Hear Me Knocking), pero no mejor que el siguiente disco, el lóbrego (por la heroína consumida) y disparatado (por el alcohol) Exile on Main St. (1972), que grabaron en un château de la costa francesa que había sido cuartel de las SS durante el nazismo.

La señora Smith, que ni siquiera tiene a estas alturas salud musical atribuible y ejerce de embajadora pleniponteciaria de los viejos tiempos, se esmera mientras tanto en clonar en directo Horses, el álbum con el que debutó en 1975 y no sólo el mejor de su carrera, sino el único que no ha criado moho y no merece, como los demás de una discografía con más angosturas que lucidez, residir en el cubo de plásticos y envases.

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Los mejores momentos de Mick Taylor, el ‘stone’ ninguneado

Mick Taylor, 1969

Mick Taylor, 1969

En julio de 1969 Mick Taylor —que tenía 20 años— fue recibido por los patrones Mick Jagger y Keith Richards como el remedio que necesitaban los Rolling Stones. Acababan de expulsar del grupo al guitarrista Brian Jones, el más dotado instrumentista de la banda, y la formación se había quedado coja. En algunas de las sesiones del disco que estaban grabando, Let It Bleed, el productor había tenido que llamar a un guitarrista mercenario porque Richards, efectivo con la guitarra rítmica, era un mal solista y no era capaz de dar cuerpo al sonido.

Taylor, un prodigio de técnica y sentimiento que había tocado desde los 16 en el grupo de blues de John Mayall, los dejó boquiabiertos en los primeros ensayos y entró en el grupo con naturalidad, incorporándose a las grabaciones restantes del álbum. Su guitarra puede escucharse a partir de entonces y hasta 1974 brillando en los discos de la mejor etapa de los Rolling Stones.

Foto de las sesiones de "Sticky Fingers". Desde la izquierda, Richards, Watts, Jagger, Wyman y Taylor

Foto de las sesiones de «Sticky Fingers» (1971). Desde la izquierda, Richards, Watts, Jagger, Wyman y Taylor

Querubínico, impenetrable y callado, el guitarrista fue un elemento clave en la formación, que comenzó a ser llamada, con justicia, «la mejor banda del rock and roll del planeta».

Jagger estaba encantado con los contrapuntos de guitarra que Taylor construía para jugar con la voz y Richards se sentía liberado de la responsabilidad de hacer lo que no sabía. Los dos líderes, arteros, sagaces y contrarios a que en su empresa entrase alguien que pudiera robarles gloria —como Jones, que había muerto menos de un mes después de ser expulsado del grupo—, también sabían que Taylor era dúctil y seis años más joven que ellos, es decir, inocente e incapaz de levantar la voz.

La fórmula funcionó a la perfección. Los ábumes Sticky Fingers (1971) y Exile on Main St. (1972) dejaban todo el rock de su tiempo a una gran distancia: eran discos recios, de una suciedad existencial sustentada por la vida disipada de los músicos. Las giras, titánicas pero todavía de perfil humano —sin la mercadotecnia abusiva de las décadas posteriores—, ofrecían a los asistentes una cita con la dorada música del infierno.

El noviazgo fue corto. A Taylor, que se había aficionado a la heroína impulsado, en parte, por la voracidad tóxica de Richards, lo ningunearon y, como a otros antes y después, le robaron crédito. Varias canciones en cuya composición intervino aparecieron sin su nombre en los créditos, atribuidas al tándem dictatorial. En 1973, mientras grababan It’s Only Rock’N’Roll, Richards lo expulsó del estudio: «!Taylor! Estás tocando muy alto. Eres realmente bueno en directo pero eres jodidamente inútil en el estudio. Vete, vuelve más tarde, lo que sea», le gritó con malos modos, según las biografías del grupo.

Desengañado y con deudas —los Stones le dejaron de pagar por supuesto abandono de las grabaciones de las que había sido expulsado—, Taylor se largó a Brasil de vacaciones. En diciembre de 1974 anunció que dejaba el grupo.

Taylor en su reencuentro con los Stones en 2012

Taylor en su reencuentro con los Stones en 2012

Tras su paso por los Stones, Taylor dió bandazos y siguió inyectándose heroína. Colaboró con muchos músicos (Alvin Lee, Mike Oldfield, Jack Bruce, Little Feat, Mark Knopfler, Bob Dylan…) y lo intentó como solista, pero nunca fue el mismo. Aunque el Rey Richards lo denigra como «aburrido» en su biografía, los Stones llamaron a Taylor para incorporarse a los muchos invitados con los que intentan hacer digeribles los indecentes conciertos de la gira que tienen en marcha para celebrar el medio siglo del grupo [aquí hay una grabación desde el público de una versión pobrísima de Midgnight Rambler en la que cada uno va por su lado y Taylor es el único que no pierde el hilo].

En una entrevista de hace unas semanas, Taylor declaraba que no guarda rencor y recuerda aquellos años como envueltos en una «niebla narcoléptica».

Fue el mejor guitarrista que los pomposos Jagger y Richards han tenido a sus órdenes. He compilado algunos de los mejores momentos del stone ninguneado.


Live With Me (Get Yer Ya-Ya’s Out!, 1970)
En el mejor disco en directo de los Stones, grabado durante la gira de 1969 por los EE UU, este cruce de guitarras demuestra la comunión entre Taylor y Richards cuando el momento era el correcto y el colocón no nublaba los sentidos.


Can’t You Hear Me Knocking (Sticky Fingers, 1971)
Toda buena fiesta debe incluir esta larga descarga en su lista de reproducción. A partir del minuto 4:40 Taylor se marca un solo caribe por el que Santana hubiese vendido su alma.


All Down the Line (Exile On Main St., 1972)
Taylor se coloca el cuello de botella en el dedo pulgar y demuestra que también sabía sentir el latido de Nashville y el rock sureño.


Street Fighting Man (Brussels Affair, 1973)
A partir del mínuto 2:20 el grupo entrega las riendas a Taylor, que se desmanda hacia territorios del ¡jazz! Por un momento, los Rolling Stones parecen una banda de fusión.


Time Waits for No One (It’s Only Rock’N’Roll, 1974)
Para entender por qué Jagger siempre añoró a Taylor: desde el mínuto 3:30 hasta el final la voz y la guitarra bailan enamoradas.


Sway / Moonlight Mile (Sticky Fingers, 1971)
Estas dos canciones fueron compuestas por Taylor (música) y Jagger (letra), pero aparecen registradas  como de Jagger & Richards a efectos legales y de derechos. Jagger ha admitido en numerosas entrevistas que Richards, a quien la heroína tenía tumbado, ni siquiera estaba en el estudio, donde nacieron y fueron grabadas las piezas.


Ventilator Blues (Exile On Main St., 1972)
El único tema de los Rolling Stones donde Taylor figura como coautor. Uno de los mejores y más grasientos momentos del disco más sublime del grupo.

Ánxel Grove

Beatles 17 – Rolling Stones 10

Arriba, The Beatles (1968). Abajo, The Rolling Stones (1967)

Arriba, The Beatles (1968). Abajo, The Rolling Stones (1967)

Nueve ingleses con más importancia cultural que Dickens y la Encyclopaedia Britannica. Nueve músicos que reinterpretaron el legado doliente del blues, la embestida sexual del rock and roll y el brillo inmediato del pop para construir algo que, de tan nuevo y bravo, estallaba en las manos de los mayores y hacía diabluras bajo las sábanas de los adolescentes. Los Beatles y los Rolling Stones.

Este año se cumple medio siglo de dos sucesos bautismales: la edición del single de debut los Beatles (5 de octubre de 1962) y la primera actuación de los Rolling Stones (12 de julio de 1962) —que se hacían llamar The Rollin’ Stones, con apóstrofe—.

La efeméride en estéreo viene bien para revivir una de las batallas incruentas más reiteradas: Liverpool contra Londres, scouse contra cockney, provincia contra capital, Mersey contra Támesis…

En la certeza de que la guerra es absurda porque ambos grupos son fascinantes, pero admitiendo que la rivalidad existió y existe —¿quién no ha intervenido en un fructífero combate de café sobre el asunto?—, voy a desplegar una decena de campos de debate a la luz de los cuales desarrollaré otra vez el enfrentamiento. Como demanda el clima del momento futbolístico, en cada asunto otorgaré tres puntos al ganador y ninguno al perdedor. En caso de empate, uno para cada uno.

Todo listo para el clásico infinito: Beatles contra Rolling Stones.

Primeros 'singles' de los Beatles (1962) y los Rolling Stones (1963)

Primeros ‘singles’ de los Beatles (1962) y los Rolling Stones (1963)

1. Ventas. Primero, sobre todo para sacarnos de encima el pegajoso tacto del maldito papel moneda, vamos con el dinero.  Según los datos disponibles, que no siempre son exactos —hay mucha caja negra en esta historia—, los Beatles ganan de calle a los Rolling Stones (y a todos los demás), con 250 millones de discos vendidos y certificados, cantidad a todas luces recortada: una aproximación más objetiva estaría entre los 600 millones y el billón los 1.000 millones de unidades. Los Rolling Stones están bastante más abajo: 89,5 millones certificados y 200 millones reales. Beatles: 3 puntos.

John Lennon y Mick Jagger, 1968

John Lennon y Mick Jagger, 1968

2. Conciencia. Asunto peliagudo que abordo con la necesaria retranca —hablamos de personas multimillonarias, es decir, contaminadas por la necedad de la sobreabundancia— y siguiendo la definición marxista de la conciencia de clase (tener claro que las relaciones sociales se mueven por antagonismos, sean económicos, políticos, culturales…). Me tocó vivir —apunte defensivo: conjugo el verbo vivir con derecho, desde 1964 escuché a ambos grupos en tiempo presente, no soy un recién llegado en estos altares— la sensación de que los Beatles eran los chicos buenos y los Rolling Stones los pillastres. A medida que me saqué de encima la propaganda de la mercadotecnia entendí que la ecuación estaba contaminada: los primeros eran los verdaderos parias —clase baja, infancias complejas, hogares disfuncionales, necesidad de ganarse la vida desde bien pronto, emigración a Hamburgo para tocar en sesiones eternas en burdeles…—, mientras que los Rolling Stones procedían de familias con ingresos estables, estudiaban Artes y no necesitaban sudar para comprar los discos de blues estadounidense que veneraban. Ninguno de ambos grupos fue un ejemplo de coherencia con la comunidad: los Beatles criticaron en una canción (Taxman, escrita por George Harrison) el modelo progresivo de gravar a los ricos con impuestos para pagar las necesidades sociales y los Rolling Stones emigraron en los años setenta a la Costa Azul francesa para huir de las cargas fiscales. Ambos grupos actuaron en países gobernados por dictadores (los Beatles, en la España de Franco y las Filipinas de Marcos, y los Rolling Stones en la Polonia del estalinista Gierek y en el Israel del sionismo belicoso y excluyente por la vía de las balas)… Empate. Un punto para cada uno.

Richards, Jagger, Lennon y McCartney

Richards, Jagger, Lennon y McCartney

3. Personajes / Personas. Los Beatles eran material químico de extrema efectividad, elementos complementarios: la rabia primaria de John Lennon perdía las aristas de la jactancia gracias a la inteligencia musical de Paul McCartney —el más músico de los cuatro beatles se mire por donde se mire— y la blandenguería emocional de éste era tamizada por la ironía casi cínica del primero. En los Rolling Stones el equilibro era más inestable y dependía en exceso de Mick Jagger, un tipo cerebral, muy inteligente, competitivo y codicioso. Su socio de confianza, Keith Richards, es un animal de extraordinaria vitalidad y gran cultura musical, pero incapaz, como ha demostrado en solitario, de dar forma sin la ayuda de Jagger a un proyecto coherente. A Brian Jones, lo sacó de enmedio la intemperancia cuando empezaba a despuntar como voz disonante ante el gobierno de Jagger & Richards. Los actores secundarios beatles (Harrison, Ringo Star) y stones (Bill Wyman, Charlie Watts, Mick Taylor y Ronnie Wood) son de parecido carácter: prescindibles y ensombrecidos. Quizá merezca una cierta consideración Harrison, pero su aportación a los Beatles fue tan discreta —una canción por disco, aunque a menudo muy buena— y tan mediocre su obra en solitario que no cuenta a la hora de medir efectos globales. Dadas las derivas de todos los actores principales —McCartney y Jagger convertidos en nobles domesticados y hombres de negocios de maletín y corbata; Lennon, en un cadáver venerado con ciego fanatismo, y Richards, en una caricatura para películas de piratas—, empate. Un punto para cada uno.

"Let It Be" (The Beatles, mayo de 1970), "Let It Bleed" (The Rolling Stones, diciembre de 1969)

«Let It Be» (The Beatles, mayo de 1970), «Let It Bleed» (The Rolling Stones, diciembre de 1969)

4. Música. En cantidad ganan los Rolling Stones por una tosca cuestión temporal: llevan cinco décadas tocando y han editado como grupo 26 álbumes de estudio. La carrera de los Beatles fue muy corta en duración (1962-1970) y concisa en resultados: 12 álbumes. También en lo musical hay demasiado cliché y lugar común en la liza. Ni los Beatles fueron los apóstoles de la psicodelia, ni los Rolling Stones el coro de la revuelta callejera por el camino del rock and roll, entre otras cosas, según creo, porque los Beatles tocaban mejor rock and roll (por ejemplo, Yer Blues) que los Rolling Stones y éstos, por muy bien que se manejasen como twisters lascivos (Can’t You Hear Me Knockin’), jamás fueron capaces de elaborar viajes sonoros que compendiaban una época (Tomorrow Never Knows). Los stones sabían que eran inferiores musicalmente y, después de mucho emular a los Beatles, sólo fueron capaces de desarrollar su mejor versión cuando éstos se separaron. Beatles: 3 puntos.

"The Beatles" (The Beatles, noviembre de 1968) - "Beggar's Banquet" (The Rolling Stones, diciembre de 1968)

«The Beatles» (The Beatles, noviembre de 1968) – «Beggar’s Banquet» (The Rolling Stones, diciembre de 1968)

5. Letras. No estamos aquí en un territorio en el que hayan brillado ninguno de los dos contendientes. Las letras de los Beatles son malas de solemnidad (ñoñas, tontorronas, dignas de intérpretes de canción ligera…) y no soportan una lectura ni siquiera benevolente hasta Rubber Soul (1965). Incluso después, McCartney siguió adelante con su estilo de letrista de barraca de atracciones (paradigma: Obladi Oblada) o apostolado mariano (Let It Be…) y Lennon con los ejercicios escolares de libre asociación bajo los que subyacía un deseo muy pueril de ser considerado Artista (Hapiness Is a Warm Gun). Jagger y Richards empezaron casi peor, con clonaciones fallidas de lamentos negros (Heart of Stone) o aullidos de macho dominante (Under My Thumb), pero mejoraron con el tiempo y, entre 1968 y 1974, escribieron excelentes letras de canciones con economía de medios y ninguna petulancia: poesía apocalíptica (Sympathy for the Devil), volcánica (Gimme Shelter) y saturnal (Sister Morphine). Rolling Stones: 3 puntos.

Desde la izquierda, Eric Clapton, John Lennon, Mitch Mitchell y Keith Richards (1968)

Desde la izquierda, Eric Clapton, John Lennon, Mitch Mitchell y Keith Richards (1968)

6. Influencia. En ambos casos, enorme y difícil de evaluar. Entiendo que en el caso de los Rolling Stones la sombra que proyectan hacia el futuro es menos musical que relacionada con eso que llaman actitud, es decir, pasarela —con peripatéticas reencarnaciones como las de Pereza o algunos otros grupitos de barrio—, mientras que el sonido beatle ha estado muy presente en las últimas décadas. Por otra parte, como ha escrito el periodista Robert Greenfield (libre de sopechas de favoritsmo: es estoniano de pies a cabeza y autor del libro Viajando con los Rolling Stones), los Beatles pertenecen al género de artistas «únicos y revolucionarios» que no aparecen como «constreñidos por su tiempo». La huella que dejaron en la sociedad del siglo XX es incomparablemente mayor que la de los Rolling Stones, que con el paso de los años ha terminado por ser un canto a la buena vejez derivada de la gimnasia (Jagger) o de la heroína y los médicos privados (Richards). Beatles: 3 puntos.

"Revolver" (The Beatles, 1966) y "Exile on Main St." (The Rolling Stones, 1972)

«Revolver» (The Beatles, 1966) y «Exile on Main St.» (The Rolling Stones, 1972)

7. Mejores discos. Para mi gusto los vértices más elevados de las carreras de los grupos enemigos son Revolver (1966) y Exile on Main St. (1972). En el primero los Beatles rompieron con el pop-rock de cuatro compases de la beatlemanía y se abrieron a la experimentación y las canciones circulares, sin principio ni final definidos. El álbum doble de los Rolling Stones, grabado en un ambiente de disoluta corrupción en un antiguo cuartel de las SS en el sur de Francia, es el disco de rock más sucio de la historia: el ambiente y sus errores son tangibles en el resultado y convierten el álbum en un documento vivo, alejado de toda pose. Por el riesgo y el atrevimiento, se llevan el triunfo. Rolling Stones: 3 puntos.

"Please Please Me" (The Beatles, 1963) y "Bridges to Babylon" (The Rolling Stones, 1997)

«Please Please Me» (The Beatles, 1963) y «Bridges to Babylon» (The Rolling Stones, 1997)

8. Peores discos. El debut de los Beatles, Please Please Me (1963), y el último disco de los Rolling Stones durante la década de los noventa, Bridges to Babylon (1997), son piezas a destruir o, como poco, a evitar. Los de Liverpool, producidos como si de una rondalla se tratase, suenan débiles y culminan aproximaciones vergonzantes a canciones tocadas antes por The Shirelles, The Cookies y los Top Notes, grupos que les derrotaban en alma y sentimiento —aunque, al parecer, el público blanco no lo sabía, acaso porque falta de costumbre o interés en escuchar a grupos negros—. El de los Rolling Stones es una estafa cuya venta y difusión pública debería tener cabida en el Código Penal. La jugada de contratar a productores modernos (The Dust Brothers) le salió mal a Jagger & Richards —por otro lado, distanciados y sólo amarrados por el ansia de dólares derivada de la marca registrada— y las canciones son amaneradas y merecedoras de pedradas contra los ejecutantes. Empate: un punto para cada uno.

"Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band" (The Beatles, junio de 1967) y "Their Satanic Majesties Request" (The Rolling Stones, diciembre de 1967)

«Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band» (The Beatles, junio de 1967) y «Their Satanic Majesties Request» (The Rolling Stones, diciembre de 1967)

9. Virtudes y pecados. Entre las primeras, la más trascendente: hacernos felices y poner música a los mejores años posibles (ahora lo sabemos: sólo nos aguarda el abismo). Los Beatles eran un referente y cada disco, un chispazo anímico. Ellos ponían la iluminación y los Rolling Stones se encargaban del ruido. Los pecados no son menos abundantes. En el casillero de los Rolling Stones: la tétrica pasividad con que Jagger se enfrentó al asesinato de un asistente al concierto de Altamont de 1969, acuchillado por un ángel del infierno contratado como gorila; el intento de robo a cara descubierta del blues You Gotta Move, grabado por el grupo sin mencionar a su autor, Mississippi Fred McDowell; la perversa poética con la que afrontaron la desgraciada muerte de Brian Jones, al que habían expulsado del grupo por, entre otras cuestiones, celos profesionales; su descarado copismo de los Beatles… Éstos pecaron de prepotentes con sus ambiciones cinematográficas y de mecenazgo; cayeron en las redes del falso gurú Maharishi Mahesh Yogui, al que Harrison apoyó de por vida; Lennon se dejó embaucar por la pseudo artista Yoko Ono, una vividora de la subvención, y practicó un izquierdismo muy de boutique pero descerebrado —donaciones dinerarias al IRA incluidas—; manipularon sus biografías oficiales para entrar dentro de la corrección Cirque du Soleil para niños y adultos que venden los herederos —las aficiones de Lennon por la heroína y el maltrato físico a su primera mujer fueron borrados de las cronologías—; las operaciones de mejora estética de McCartney y su sofocante omnipresencia… Empate: un punto para cada uno.

Respetables Señores Iconos

Respetables Señores Iconos

10. Cincuenta años después. La cubierta del mensual Uncut es algo más que una portada de revista: es también la manifestación de una tragedia y el acta de una derrota entreguista. Ninguno de esos dos cantamañanas —que deberían regalar al mundo, ya que no dejaron bellos cadáveres, el alivio de una inmediata jubilación— hubiera aparecido bajo el titular «100 iconos del rock y el cine en la música y las películas que cambiaron nuestro mundo» si les restase algo de respeto por lo que fueron y significaron los Beatles y los Rolling Stones. No reniego de los caminos que me mostraron, pero ¿queda algo del recorrido de aquellas sendas de liberación o han sido inutilizadas? Creo que no me toca responder, pero en el enfrentamiento del futuro sigo apostando por los Beatles, menos cómodos, más rebeldes —pese al cordero Sir McCartney— que los orgullosos pijos Rolling Stones. Beatles: 3 puntos.

Resultado final: Beatles, 17 – Rolling Stones, 10

Ánxel Grove

El mejor fotógrafo de la historia es un renegado

Robert Frank

Robert Frank, autorretrato

Lo rompió todo y de manera definitiva. Varias veces. Todo lo perdió. Varias veces.

Es desde hace décadas una sombra entre la niebla de Nova Scotia, en el Canadá más norteño. En noviembre cumplió 87 años. Vive como un ermitaño en una antigua cabaña de pescadores. Reaparece por impulsos. Tiene un genio cambiante.

Puede ser calificado como el mejor fotógrafo de la historia porque incluso cuando dejó de hacer fotos (porque le cansaban y nada le decían, porque renegó de ellas) siguió siendo el mejor.

Hoy le dedicamos la sección Cotilleando a… a Robert Frank (Suiza, 1924), cuya larga sombra, que se proyecta sobre toda la fotografía de los últimos sesenta años, es notable incluso en la ausencia.

El arte de Frank, como él mismo predicó, es objeto simple, fácil y teorizable. No se puede decir lo mismo de la persona y su reacción, porque la vida, como la fotografía, es una respuesta contra uno mismo.

Cubierta de "40 Fotos", 1946

Cubierta de "40 Fotos", 1946

1. Nace en una familia judía de buena posición económica que lo había perdido todo durante el nazismo y la II Guerra Mundial.

2. Se foguea como aprendiz de fotografía en Suiza. Autoedita su primer libro, 40 Fotos, en 1946. Es un portfolio para intentar venderse como fotógrafo. El estilo, demasiado ecléctico: contiene incluso fotos de otros autores retocadas por Frank. Fue reeditado hace unos años.

3. Viaja por Europa, pero en el continente desolado por la guerra no encuentra receptividad. En febrero de 1947 embarca en Holanda hacia los EE UU («me voy a América, ¿cómo puede ser uno suizo?», escribe). Sobrevive en Nueva York hasta que encuentra trabajo como colaborador habitual de la revista Harper’s Bazaar, donde hace bodegones de bolsos, zapaatos y otros accesorios de moda como protegido del gran Alexey Brodovitch, que dió cancha un puñado de los mejores fotógrafos de la segunda mitad del siglo XX (Richard Avedon, Irving Penn, Lisette Model…).

4. Brodovitch le convence para que abandone la poco ágil Rolleiflex bifocal de medio formato y se pase a la Leica III de 135 milímetros, que permite hacer fotos con una sola mano. Esta decisión cambiará la historia de la fotografía.

"Horse and Sun" - Perú, 1948

"Horse and Sun" - Perú, 1948

5. En 1948 comienza el nomadismo de Frank. Entre junio y diciembre recorre Brasil, Cuba, Panamá y, sobre todo, Perú. Autoedita dos cuadernos de espiral con las fotos. El libro Peru, publicado años más tarde, es su primera obra maestra y predice lo que vendrá.

6. Cruza el Atlántico varias veces. Traba amistad con otros buscadores de verdad (Elliott Erwitt y Bill Brandt) y viaja a Francia, Italia, Reino Unido y España. Entre marzo y agosto de 1952 vive con su mujer, la pintora Mary Lockspeiser, y el primer hijo de la pareja, Pablo, en El Grao (Valencia). Hace fotos sobre corridas de toros. Se hospedan en el hotel El Sol y, como no tienen dinero, pagan al propietario con fotos que hace Frank y que nunca han sido localizadas.

"Sobre Valencia", 1950

"Sobre Valencia", 1950

7. En el casi inencontrable catálogo Sobre Valencia, 1950, el parco Frank -muy poco amigo de teorizar- incluye una de sus más detalladas declaraciones de principios: «Blanco y negro son los colores de la fotografía. Para mí simbolizan las alternativas de esperanza y desesperación a las que la humanidad está eternamente sujeta. La mayoría de mis fotografías son de gente, vista de un modo muy simple, como a través de los ojos del hombre de la calle. Eso es algo que la fotografía debe contener: la humanidad del momento. Esa clase de fotografía es realismo. Pero el realismo no es suficiente: ha de estar lleno de visión, y las dos cosas juntas pueden hacer una buena fotografía. Es difícil describir esa tenue línea donde acaba el tema y empieza la propia mente».

"Funeral. St. Helena, South Carolina, 1955" ("The Americans")

"Funeral. St. Helena, South Carolina, 1955" ("The Americans")

8. En 1954, con el padrinazgo de Walker Evans, fundador del moderno fotoperiodismo, Frank solicita una beca de la fundación Guggenheim. En la memoria indica que desea fotografiar en profundidad, en ciudades y pueblos de los EE UU, el rostro de una «nación cambiante». Le dan 3.600 dólares (que amplirán en una cantidad similar dos años más tarde). Frank compra un Ford de segunda mano y se embarca en un recorrido de decenas de miles de kilómetros a través de 48 estados del país, que atraviesa de este a oeste, de norte a sur, de oeste a este y en varias direcciones erráticas más. Armado con su fiel Leica dispara 767 rollos de película (unas 27.000 fotos) durante dos años y medio. El resultado será con los años el libro de fotografía más importante de la historia, Los americanos.

"Elevator. Miami Beach, 1955" ("The Americans")

"Elevator. Miami Beach, 1955" ("The Americans")

9. Proteico y metafórico, real y humano, el foto-ensayo habla de política, religión, pobreza, racismo, riqueza, alienación, redención, música, juventud, medios de comunicación, nacimiento, muerte… Pese a todo, es autobiográfico: la mirada de Frank, que fue detenido varias veces por la policía, expulsado de pueblos y amenazado, está en cada foto. «Trabajo todo el tiempo, hablo poco, trato de no ser visto», escribe en su diario. En algunas etapas embarca a su esposa y sus dos hijos (Andrea, la segunda, había nacido en 1954) en un viaje que parece comenzar eternamente y no tener fin. Duermen en el coche o en moteles baratos, se mueven por impulsos, entran en tiendas y bares, conviven con las paradojas y registran las grandezas. Nunca nadie, ni antes ni después, se tomó tan en serio un recorrido anatómico-fotográfico para diseccionar un país con ternura pero sin piedad.

"City Hall. Reno, Nevada, 1955" ("The Americans")

"City Hall. Reno, Nevada, 1955" ("The Americans")

10. Los americanos -83 imágenes seleccionadas por Frank tras un meticuloso y agotador proceso- provoca miedo. Es un espejo demasiado exacto. Las editoriales califican el libro de «perverso», «siniestro» y «antiamericano» y ninguna se atreve a publicarlo. En 1958 Frank logra editarlo en Francia. La introducción la escribe Jack Kerouac: «Después de ver estas imágenes, terminas por no saber si un jukebox es más triste que un ataúd (…) Robert Frank, suizo, discreto, amable, con esa pequeña cámara, que levanta y dispara con una mano, se tragó un triste poema desde la misma América y lo pasó a fotografía, haciéndose un sitio entre los grandes poetas trágicos del mundo», dice. En 1959, cuando el libro aparece en los EE UU, ofende a los críticos. La revista Popular Photography publica siete reseñas en un mismo número. Todas son malas menos una, que destaca el uso del contraste.

Hoja de contactos de "The Americans"

Hoja de contactos de "The Americans"

11. «Una decisión: meto la Leica en el armario. Basta de espiar, de cazar, de atrapar a veces la esencia de lo que es negro, de lo que es blanco, de saber dónde se encuentra el Buen Dios», escribe Frank en 1960. Había empezado a tantear con el cine el año anterior, con Pull My Daisy, inspirada en un texto de Kerouac.

12. Desde entonces se dedica a destruir lo descriptivo para ahondar en su propio estado de ánimo. Ha vuelto a hacer fotos con película Polaroid o cámaras desechables, pero las interviene, superpone, raya, dibuja y escribe sobre ellas. De vez en cuando acepta encargos extraños, como fotografiar un catálogo de camisas, una convención política o la contraportada para un disco de Tom Waits, pero se muestra esquivo y prefiere pasar el tiempo grabando vídeos en los alrededores de su cabaña de pescador.

13. Andrea, la hija, murió en 1974 en un accidente de avión en Guatemala; Pablo, el primogénito, padeció esquizofrenia y murió en 1994 en un centro siquiátrico. Frank vive desde 1970 con su segunda esposa, la artista June Leaf.

Fotos para el disco "Exile on Main St." (The Rolling Stones, 1972)

Fotos para el disco "Exile on Main St." (The Rolling Stones, 1972)

14. En 1972 hizo las fotos de la portada y las cubiertas interiores del mejor disco de los Rolling Stones, Exile on Main St. Siguió al grupo en la gira de ese mismo año por los EE UU y filmó el documental Cocksucker Blues (El blues de la felación), que fue estrenado en 1975 y proyectado una docena de veces antes de que Mick Jagger y Keith Richard prohibiesen la exhibición por la imagen de brutal amoralidad que se desprende del film. A la hora de escribir esta entrada, el documental está disponible online a partir de este vínculo.

15. Casi todas las películas de Frank también pueden ser encontradas en la red. Son introspectivas y radicales. «Son los mapas de mis viajes por esta vida», dijo de ellas. Inserto para terminar el bellísimo clip que rodó Frank en 1996 para Patti Smith.

Ánxel Grove

Cuando los Rolling Stones vendían Rice Krispies

Los Rolling Stones retratados por Philip Towsend, 1963

Los Rolling Stones retratados por Philip Towsend, 1963

Eran todavía unos novatos en 1963. Sólo habían grabado tres singles, tres versiones, y perdían en todas las comparativas: la torpe y fofa Come On (comparen con la original y viciosa de Chuck Berry); el quiero y no puedo I Wanna Be Your Man (a la que ganaba de calle la que cantaba Ringo Starr) y una tercera de Not Fade Away (¿a quién se le ocurre enfrentarse a la voz halitósica y quebrada de Buddy Holly?).

Estaban dando palos de ciego pero eran muy guapos, sabían posar y tenían un agente (más joven que ellos) que había trabajado para los Beatles y creía sabérselas todas en el negocio del packaging pop, Andrew Loog Oldham.

Por orden del manager se uniformaron con trajes tan ridículos como los de los Beatles; modificaron el nombre de la banda (quitaron el apóstrofe de slang negro de The Rollin’ Stones y lo escribieron con todas las letras, The Rolling Stones); expulsaron de la alineación titular del grupo al pianista fundador Ian Stewart, que no cumplía el molde de delgado y greñudo, y empezaron a poner cara de malotes en las fotos.

Andrew Loog Oldham y su 'producto'

Andrew Loog Oldham y su 'producto'

Obsesionado con presentar al quinteto como alternativa a los Beatles -obsesión que asumía implícitamente la condición de segundones-, Oldham difundió eslóganes que pretendían vender a su grupo como una pandilla de canallas incorrectos: «¿Dejaría que su hija se casase con un Rolling Stone?», «El grupo que no hace música, hace sexo»…

La historia es bien conocida: tardaron (hasta 1965 no grabaron un buen disco, Out of Our Heads), pero lo consiguieron; creyeron tanto en su imagen de marca que mutaron en proyección de un ideal -ficticio: eran niños pijos de escuelas de arte, pero pasaban por ser más curritos que los Beatles, verdaderos proletarios del pop británico-; se codearon con la izquierda exquisita, el satanismo y los círculos arty; grabaron obras anárquicas y excelentes, entre ellos las piezas cumbre del rock sucio, Sticky Fingers (1971) y Exile on Main St. (1972); inauguraron el rock-estadio; se convirtieron en tópicos sólo por estar vivos y (según parece) seguir haciendo rock…

Poco hay de oculto en la carrera de los Rolling Stones. ¿Por qué los traigo a Top Secret, la sección del blog dedicada a páginas poco conocidas de la historia cultural?

Lean esta letra:

Te levantas por la mañana y hay un chasquido en el lugar
Te levantas por la mañana y hay un crepitar en tu cara
Te levantas por la mañana y hay un estallido que dice:
«Rice Krispies para ti y para ti y para ti»

Echa la leche y oye el chasquido que dice: «Es bueno»
Echa la leche y oye el crepitar de ese arroz
Levántate y oye el estalldo que dice: «Es arroz»
Oye como crujen. ¡Rice Krispies!

Finales de 1963, el grupo más perverso y sensual del Reino Unido compone -en concreto el querubín turbio Brian Jones- graba, y cobra de la compañía Kellogg, un jingle publicitario para Rice Krispies, el arroz inflado que hace snap, crackle and pop.

Ánxel Grove