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El tesoro del folclore: 17.400 canciones en streaming, entre ellas muchas españolas

Algunas de las grabaciones españolas de Alan Lomax

Algunas de las grabaciones españolas de Alan Lomax

Si alguien tiene curiosidad por saber qué y cómo cantaban las tierras españolas en los años de acero y frío de la postguerra, tiene poco futuro en los lares patrios, bastante desentendidos de eso que se llama, cada vez poniendo mayor ímpetu en la supuesta hondura cateta del término, folclore. Como si quisiéramos sacudirnos la tierra vieja del nuevo chasis del XXI, lo rústico parece dar miedo: ninguna institición, pública o privada, con muy pocas excepciones, guarda, conserva y retiene lo que fuimos los de a pie y quienes nos precedieron en el deambular.

Por ese abandono, por ese pecado de dejadez, por esa deserción de lo que nos cimentó, tiene mayor importancia el gesto de la asociación estadounidense Cultural Equity, que acaba de colgar en la red 17.400 grabaciones del patrimonio universal de la música folclórica. Todas fueron registradas al raso, en torno a fogatas, en labradíos, penitenciarías, patios, eras y otros terrenos poblados por los comunes por Alan Lomax (1915-2002).

Es el mayor archivo de música popular del mundo e incluye buena parte de las grabaciones de Lomax en más de treinta localizaciones españolas de Andalucía, Aragón, Asturias, Cantabria, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cataluña, Extremadura, Galicia, Islas Baleares, Madrid, Murcia, País Vasco, Valencia

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Almayso, fotógrafo e hijo del fundador de la cervecera Mahou

Almayso. Disfrutando de una cerveza en el Retiro, 1901 © Fondo Almayso

Almayso. Disfrutando de una cerveza en el Retiro, 1901 © Fondo Almayso

El joven Alfredo Mahou y Solana (1850-1913), uno de los hijos del tenaz empresario Casimiro Mahou Bierhans —nacido en Lorena, entonces región alemana, ahora francesa—, se fue de viaje a Europa cuando tenía 20 años con un encargo paterno: buscar maquinaria para el negocio familiar, una fábrica madrileña de papel pintado de nombre muy alambicado: El Arco Iris, Gran Fábrica de Colores al Temple y al Olio.

Cuando el muchacho regresó a Madrid trajo algo más que ingenios mecánicos para la factoría: había descubierto la fotografía, todavía incipiente y compleja, pero en expansión imparable. En 1870 abrió en la capital española el primer estudio fotográfico. Lo bautizó con un acrónimo de sus iniciales, Almayso, y se instaló en los locales de la empresa familiar, en la calle Amaniel, 29.

Aunque el negocio de los Mahou y Solana cambió de objetivo —en 1890, ya fallecido el fundador, los cuatro hijos, entre ellos Alfredo, decidieron dedicarse a la fabricación de cerveza, quizá sin saber que se convertirían en millonarios con una de las marcas más señeras del historial de la bebida en España, Mahou—, el fotógrafo logró compaginar las actividades de gerente empresarial de un producto de éxito y retratista.

Almayso no era un artista de la fotografía y no destaca por la técnica o la excelencia en la composición y el positivado. Al contrario, era tirando a torpe y primario y la intención de la mirada ni siquiera se adivina.

Lo suyo era la cantidad: al morir dejó un archivo de 6.000 originales que han sido restaurados y digitalizados en los últimos años. Mahou, que celebra en 2015 el 125º aniversario de la fundación de la empresa, expone parte de ellos en la exposición Historia de Almayso. Pasado, presente y futuro de la obra de Alfredo Mahou y Solana.

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¿Y si Jim Morrison se hubiese quedado en España?

La última vez que entró en un estudio de grabación, Jim Morrison estaba absolutamente borracho. No era extraño: llevaba varios años bebiendo de manera constante, casi científica, y consideraba al alcohol una forma de «capitulación lenta» contraria a la determinación instantánea del suicidio, porque cuando bebes, decía, «es tu elección cada vez que tomas un sorbito». La canción de arriba, si es que merece esa consideración dada la pobreza de la pieza, se titula Orange County Suite, fue grabada en París en 1971 con un grupo de músicos callejeros y está dedicada a la novia del cantante, la procaz y peligrosa Pamela Courson, que acompañaba a Morrison en la capital francesa, lugar que eligieron muy literariamente para escapar del pasado y acaso intentar eludir el futuro inevitable.

Jim Morrison en París, 1971 - Foto © Hervé Muller

Jim Morrison en París, 1971 – Foto © Hervé Muller

Unos meses antes de grabar el disparate —incluido en el disco no oficial The Lost Paris Tapes: The Private Tapes Of James Douglas Morrison, editado en 1994 y muy querido por los muchos fanáticos de Morrison, tropa empecinada en considerar al cantante y poeta como una de las potenciales reencarnaciones de Jesucristo—, Morrison había tosido sangre. El médico le advirtó del precario estado de salud que arrastraba y le aconsejó dejar por un tiempo el clima húmedo de París y optar por una estancia redentora en lugares secos. También le propuso que redujera el consumo de whisky y cigarrillos —encendía un Marlboro con la colilla del anterior y se ventilaba cuatro cajetillas al día, inhalando cada vez con un hambre de niño inclusero—.

Quizá la elección de España como balneario para una cura temporal estuvo condicionada por la evocación de Spanish Caravan (Caravana española), editada en 1968 en Waiting for the Sun, el tercer álbum de The Doors, el grupo en el que Morrison jugaba el papel de muñeco sexual atacante y letrista belicoso con aspiraciones poéticas. La letra del tema, sobre un arreglo basado en la cita musical de Asturias (Leyenda), uno de los opus de Albéniz que toda academia de guitarra incluye en su temario, es tan pintoresca como un folleto de tour para jubilados sajones: Llévame, caravana, llévame lejos / Llévame a Portugal, llévame a España / Andalucía con campos llenos de trigo (…) / Los vientos alisios encontrarán galeones perdidos en el mar / Sé que hay un tesoro aguardándome / Plata y oro en las montañas de España.

Jim Morrison en París, 1971 - Foto © Hervé Muller

Jim Morrison en París, 1971 – Foto © Hervé Muller

Tal vez esperando confirmar que en España había caravanas y vientros vientos ecuatoriales y en Andalucía trigales —disparates que debemos achacar al romanticismo a la Byron que Morrison cultivaba o a los proverbiales y pésimos programas educativos de geografía humana que se imparten en los EE UU—, Morrison y Courson alquilaron un Peugeot el nueve de abril de 1971 y pusieron rumbo hacia el sur.

De las tres semanas siguientes hay referencias, aunque bastante parcas, en muchas de las biografías dedicadas al ídolo [en Internet puede consultarse el ensayo Jim Morrison’s Quiet Days in Paris, de Rainer Moddemann]: paso por Limoges y Touluse, desvío hacia Andorra con la posible intención de merodear por los Pirineos, estancia de unos días en Madrid y llegada a Granada.

Sabemos que en el Museo del Prado Morrison pasó unas cuantas horas ante El Jardín de las Delicias, el enigmático y moralizante tríptico pintado por El Bosco para desarrollar plásticamente un refrán flamenco que el desmejorado cantante podía asumir e interiorizar como reflexión propia: “La felicidad es como el vidrio, se rompe pronto”. También es conocido el paso por Granada, la melancólica noche de whisky en la taberna-cueva Zíngara, en el Sacromonte, donde pidió a los dueños que pusieran canciones de Janis Joplin, otra descarriada que había muerto, seis meses antes, en soledad, y el amanecer casi místico en la Alhambra.

Jim Morrison y Pamela Courson. Junio, 1971 - Foto: © Alain Ronay

Jim Morrison y Pamela Courson. Junio, 1971 – Foto: © Alain Ronay

El viaje concluyó al otro lado del Estrecho. Cruzaron a Tánger en ferry vía Algeciras y luego condujeron hacia Casablanca, Marrakech y Fez. Devolvieron el coche y el 3 de mayo tomaron un avión de regreso a Paris.

Dos meses exactos después Morrison murió a los 27 años —»estáis bebiendo con el número tres», había anunciado a sus compañeros de parranda tras los fallecimientos de Jimi Hendrix y Joplin, del club de los 27—. Todavía oscilan las teorías sobre las circunstancias del deceso: ataque al corazón en la bañera tras una noche de alcohol esta vez culminada con heroína, droga que llevaba meses sin usar; sobredosis accidental, e incluso muerte en otro lugar, un garito al que había ido a comprar caballo para la novia, voraz consumidora, y traslado subrepticio del cadáver al apartamento para evitar incómodas preguntas policiales.

El viaje por España del adorado cantante de los Doors me interesa por los amplios espacios que deja abiertos y que están pidiendo a gritos una narración de no ficción. Quiero imaginar al par de millonarios —los Doors era una caja registradora muy saludable— vagando por la aridez castellana, deteniéndose en las villas de adobe centenario y mutismo palpitante que duele en los oídos, enfrentándose al sombrío encuentro con una pareja de la Guardia Civil con capotes, paladeando vino más recio que el whisky amanerado, fumando hachís liado con Bisonte rubio, admitiendo que Albéniz era bastante vulgar, comprobando que Goya estaba más alucinado que El Bosco y que El Greco le ganaba a ambos, entrando en una iglesia donde unas señoras con piel de cera rezan el rosario con la misma cadencia con la que cantan gospel en Alabama otras señoras con piel de carbón, comprando en un bar de camioneros una cinta de Camarón para convertirla en banda sonora en loop del viaje entero, buscándose la vida para encontrar heroína para Pamela en la España aún franquista de 1971…

Me gusta preguntarme, aún sabiendo que no hay respuesta, que nueva historia se abriría si en determinado momento Jim y Pan hubieran dedidido, como dicta la lógica, que París es un despojo para tarjetas postales y mejor nos quedamos aquí…

El 25 de abril de 1974, en un epílogo presentido, Pamela Courson murió tras inyectarse heroína en un apartamento de Los Ángeles, la «ciudad de la noche» de la que había escapado con Morrison. También tenía 27 años y su cadáver no fue enterrado, como ella deseaba, en el cementerio parisino de Père Lachaise donde había sido sepultado su novio. Aunque la pereja no estaba legalmente casada, los padres de Courson —que le habían retirado la palabra a la hija años antes por merodear con un «degenerado» como Morrison— se afilaron los dientes, lograron que los tribunales reconocieran la unión como un matrimonio de hecho y, por tanto, legalizaron su papel como herederos de la mitad del legado millonario de Morrison. Ambas familias, los Morrison y los Courson, litigaron con saña durante décadas.

Ánxel Grove

‘Fashion Victims’, mujeres cubiertas de escombros en la Gran Vía de Madrid

'Fashion Victims' - Yolanda Domínguez

‘Fashion Victims’ – Yolanda Domínguez

Las mujeres jóvenes, en diferentes puntos de la calle Gran Vía de Madrid, bien vestidas y atiborradas de complementos, permanecen quietas y tiradas en el suelo, cubiertas de escombros mientras los transeúntes pasan a su lado.

Algunos las miran despreocupados o sacan fotos como entendiendo el mensaje artístico de la escena, otros sencillamente no quieren saber nada, los hay que se preocupan por atenderlas. «Otros miraban hacia arriba pensando simplemente que alguien se había suicidado«, dice en su blog personal Yolanda Domínguez (Madrid, 1977), autora de la acción urbana.

Fashion Victims, el último proyecto de la artista, denuncia la reciente tragedia del derrumbe del edificio en Bangladesh  en el que trabajaban en condiciones infrahumanas 3.000 personas en cinco talleres textiles que cosían para marcas como El Corte Inglés, la sueca H&M, la estadounidense GAP y la irlandesa Primark. A pesar de la situación de ruina de la construcción, fueron obligadas a seguir produciendo: el derrumbe de la fábrica, que se vino abajo el 24 de abril, causó al menos 1.127 muertes.

'Fashion Victims' - Yolanda Domínguez

‘Fashion Victims’ – Yolanda Domínguez

Domínguez alude con el título a «los verdaderos fashion victims« del sistema —»los trabajadores esclavizados, la explotación infantil y los millones de perjudicados por la contaminación que producen las fábricas en los países de producción»— y urge a la reflexión sobre las consecuencias del «consumismo desmedido», la constante ansiedad por poseer objetos nuevos «que alimentan el ego».

Para la puesta en escena, la artista se ha basado en las imágenes de los trabajadores textiles publicadas en los medios de comunicación, en las que «asoman brazos y piernas de las víctimas bajo los restos del edificio». El contraste entre el aspecto cuidado de las actrices y la suciedad de los escombros, acerca la tragedia al mismo escenario en el que se alinean las grandes cadenas de moda.

No es la primera vez que Yolanda Domínguez realiza acciones artísticas con trasfondo social. En el pasado ridiculizó con humor la actitud forzada de las modelos en los anuncios de moda con Poses: una acción callejera en la que mujeres normales y corrientes adoptaban posturas imposibles en la calle, dejando en evidencia el supuesto ideal femenino mostrado en la publicidad de la moda. En Esclavas, otro de sus proyectos recientes, confeccionó con la tela azul de los burkas provocativas prendas de vestir femeninas que apenas cubren el cuerpo, en una reflexión sobre las exigencias masculinas en dos sociedades opuestas.

Helena Celdrán

Kevin Ayers en Madrid en marzo de 1975 y con entrada falsa

Kevin Ayers. Madrid, 1975 (Foto: Jorge Dragón)

Kevin Ayers. Madrid, 1975 (Foto: Jorge Dragón)

Marzo de 1975, balanceándonos borrachos en calles no tan sucias como las de ahora. Pequeños, nada sobrios, pálidos casi siempre, desabrochados, arriando la petulancia del humo y las incógnitas con aristocracia plebeya.

En el teatro Monumental, que ahora sirve de plató para los shows de TVE, actuaba Kevin Ayers, dragón de marfil, chaleco birmano, pantalón de lino blanco… Era insólito ver un ombligo de hombre.

Falsificábamos entradas para aquellos conciertos: comprábamos talonarios en blanco en la sección de papelería de El Corte Inglés y dibujábamos el ticket con bolígrafo negro basándonos en la única entrada legal que nos daba la gana de pagar. El código de barras no existía y el control en la puerta era tan cándido como nosotros.

Hambrientos, hambrientos casi siempre y con ganas de escribir el futuro en presente.

Kevin Ayers vivía entonces en Deià , en Mallorca, donde algunos magos, al mando de Robert Graves, veneraban a la Diosa Blanca, “la hermana del espejismo y del eco”.

Anuncio del concierto

Anuncio del concierto

El concierto fue familiar, recuerdo que me senté en la platea, a la izquierda del escenario. La foto la hizo Jorge Dragón, uno de los nuestros.

Ayers empezó con May I (no tienes que decir nada / eres una canción sin voz) y acabó con Stranger in blue suede shoes (cada regla ha sido dictada para romperla). También tocó Colores para Dolores, Song for Insane Times y, claro, Whatevershebringswesing (canto para la isla / que canta en tu mente).

Ollie Halsall era el guitarrista. Bebían champán, honraban un afrancesamiento antiguo. Creí ver, fugaz, la sombra de Arturito Rimbaud entre el público.

Casi diez años más tarde entrevisté a Ayers en Santiago: tocaba en un show de la televisión autonómica y todavía estaba borracho, pero había cambiado Deià por un pueblo en el Pirineo francés. Cenamos en un mesón barato, pero el Rioja era caro.

Carpeta de  "June 1, 1974". Desde arriba, Brian Eno, Nico, Ayers y John Cale

Carpeta de «June 1, 1974». Desde arriba, Brian Eno, Nico, Ayers y John Cale

Hablamos de la gente con la que había vivido y fabricado música cuando era uno de los ángeles: Robert Wyatt y Daevid Allen (sus compañeros en los años patafísicos de Soft Mahine), Elton John, Brian Eno, Nico, John Cale, Mike Olfield, Syd Barrett…

Estaba cansado. Dijo: “Los vientos no oyen, el cielo no nos asiste”. Dijo: «No tuve ningún problema entre los 17 y los 40, lo malo es que no sé qué demonios hacer con el resto de mi vida«.

Mientras tanto, Ollie sonreía. Era uno de los mejores guitarristas de su generación, pero nunca le reconocieron el mérito más que dos docenas de incondicionales. Volví a encontrarle, a Ollie, entre el público de un macro concierto de Bruce Springsteen en el estadio Vicente Calderón de Madrid:

— Hola, Ollie, ¿te acuerdas de mí?

No me recordaba. Los periodistas consideramos que somos algo más que maquinaria.

Ollie Halsall murió  a los 43 años, en Madrid, en 1992: un ataque al corazón tras un pico de heroína en una localización que no admitía la duda: calle de la Amargura, número 13.

Kevin Ayers, 1977

Kevin Ayers, 1977

Hasta aquí he repetido lo que escribí en un antiguo blog que clausuré hace años por temor al ridículo. Porque hay algo de falsedad en ese temor, conservé el texto.

La semana pasada murió Kevin Ayers, a los 68, mientras dormía en su casa del pueblo francés de Montolieu, una esplendorosa villa medieval poblada por librerías e imprentas. Los roqueros de antes son dados a este tipo de nostalgias: los libros, el champán, la poesía…

Me siento un poco más solo. Como siempre, Bob Dylan lo dijo antes y mejor: No está oscuro / pero casi.

Ánxel Grove

Una peregrina sin megáfonos

Egeria

Egeria

Ahora que el santísimo carrusel se ha detenido, la Santa Esperanza ha vuelto al bordado de su tupida tela de araña y los gendarmes se ocupan, como dicta el dogma de la sagrada democracia, de seguir apaleando a los de siempre, traigo a la sección Top Secret del blog -dedicada a personajes en semi penumbra- a una peregrina que, a diferencia de Benedicto XVI y sus hordas de cachorros, no necesitaba megafonía.

Una peregrina que practicó la condición básica de toda búsqueda, el silencio.

Egeria, que éste parece ser, según dicen los historiados, el nombre más justo (algunos cronistas la llaman también Eteria, Etheria, Echeria o Eucheria), fue mil años antes de Marco Polo la primera cronista viajera: cruzó el mundo conocido aquejada de la dermis enrojecida de los ansiosos de lejanía.

Vivió en la segunda mitad del siglo IV, una edad trémula: acababan de envenenar al presbítero alejandrino Arrio, discutidor de la esencia divina del Dios Hijo, a quien Arrio y su doctrina, el arrianismo, consideraban creado por Dios Padre a partir de la nada, negando la consustancialidad de ambos.

Decía Arrio que el Verbo, aún antes de la creación, había sido engendrado por Dios, una afirmación de gravísimas consecuencias ya que afectaba a la esencia misma de la obra de la redención: si Jesucristo, el Verbo de Dios, no era Dios verdadero, su muerte careció de eficacia salvadora y no es cierta la redención del pecado del hombre.

Arrio de Alejandría

Arrio de Alejandría

Arrio, de origen libio, era un bardo y un gran propagandista: componía pequeños manuales, oraciones y letrillas para el mar, el molino, el camino…

Sus sermones eran cantados y tenían un deje funk de seductora modernidad. Nada que ver con la palabra-apocalipsis del via crucis madrileño:

Nos persiguen porque decimos
que el Hijo tiene comienzo
pero que Dios es sin comienzo

Por esto nos persiguen
porque decimos que es de la nada
que es de la sin sustancia

El que no tiene comienzo hizo al Hijo
y se lo ofreció a Sí mismo como Hijo
y lo adoptó entonces como Hijo

Diré claramente cómo ve el Hijo al Invisible
por aquel poder por el cual ve Dios
a su propia consustancia

Espíritu, Poder, Sabiduría,
Verdad, Imagen, Palabra
Resplandor y Luz

A Arrio le acusaron de amaneramiento (ya ven como algunas estulticias semánticas viajan a través de los siglos); de practicar artes adivinatorias aprendidas de los taumaturgos del desierto egipcio; de reptar en forma de lagarto; de dominar el arte de los fuegos de refugio; de beber sangre de bestias a través del hueso vacío de un aguila de cabeza blanca; de embrujar a sus enemigos mediante ceremoniales en los que, desnudo, masticaba uñas de la víctima; de cantar…

Finalmente, en 336, sus detractores le envenaron mientras tomaba un baño, en la víspera del día en que iba a ser readmitido en la comunión de la Iglesia.

Unos años antes del asesinato de Arrio el primer concilio universal de la iglesia católica, el de Nicea, aprobó el credo:

A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra substancia o esencia, o que es una criatura, o que es mutable o variable, a éstos anatematiza la iglesia católica.

Es decir, el concilio eliminó la intuición de Dios, a quien desde entonces las altas jerarquías de la Iglesia Católica prefieren que imaginemos como a un gendarme omnipresente, omnisciente y omnipotente .

El Imperio Romano en los tiempos de Egeria

El Imperio Romano en los tiempos de Egeria

Los tiempos de Egeria eran agitados: el Imperio Romano estaba a punto de derrumbarse por la presión de los bárbaros del norte, gente que vestía pieles animales, despreciaba la lengua escrita y veneraba a deidades húmedas e impenetrables que habitaban los bosques negros de Germania.

Ni siquiera el muy oportuno descubrimiento de la cruz de Jesucristo, desenterrada del monte Gólgota en 326, puso orden en un mundo donde moraba el hongo.

La patrística cristiana atribuye el hallazgo de la cruz a Santa Helena, una humilde posadera (stabularia) que dio a luz a Constatino el Grande, César de Occidente desde 308.

Ya anciana y magnetizada por Jerusalén, Helena excavó algunos de los santos lugares, erigió iglesias y termas y embelleció la Gruta Sagrada.

Egeria inició su viaje (itinerarium, dicen los manuscritos con un hermoso giro léxico) en el “extremo litoral del mar océano occidental”, en el año 381.

Era gallega, quizá del Bierzo. Es decir, gallega sin género de duda, porque, como los embutidos de cerdo y la pasión por las castañas atestiguan, las tierras del Bierzo, en la franja occidental de León, pertenecen a Galicia y fueron anexionadas a Castilla por meras razones imperiales y de unidad territorial.

El manuscrito viajero de Egeria, en forma de diario epistolar escrito para sus “hermanas” de fe, fue descubierto por casualidad en 1884 por un erudito italiano, Gian Carlo Gamurrino, que ponía orden en una biblioteca italiana de Arezzo [hay una excelente edición crítica en castellano en la Biblioteca de Autores Cristianos].

El códice, escrito en bajo latín, describía una “peregrinatio” hacia algunos lugares bíblicos de una viajera a quien los investigadores tardaron en poner nombre: en 1903 fue asignado a Egeria, una dama de la Gallaecia, acaso emparentada con el emperador Teodosio, oriundo de Coca (Segovia).

Egeria

Egeria

Egeria viajó a la tierra bíblica entre 381 y 384: atravesó Europa por la Vía Domitia hasta Roma, siguió por la Capadocia y las montañas del Tauro hasta Antioquía y embarcó para navegar hacia Sycania (la actual Haifa), puerta de entrada a Tierra Santa.

Los casi tres años que Egeria permaneció en Palestina los dedicó a una gira mística nada típica: prefirió la Tebaida de los ermitaños ascéticos a los grandes templos cristianos, el sepulcro de San Juan a los martyria de los patriarcas…

Finalmente subió hasta el Yébel Musa, el Monte de Dios o Sinaí, en cuya cumbre una pequeña capilla veneraba la zarza ardiente de Moisés. La capilla era mantenida por monjes anacoretas, desnudos y vegetarianos y había sido erigido y fundada por Santa Helena.

Quizá Egeria estaba relacionada con una colectividad priscilianista: escribe a una comunidad religiosa de mujeres; utilizaba textos apócrifos, entre ellos la correspondencia entre Jesús y Abgar; observa y anota las costumbres de ayuno de Palestina; tiene especial interés en los monjes ascéticos y visita a miembros de la secta de los apostólicos, que agrupaba a hombres y mujeres…

Prisciliano, también gallego, fue un proto hippie radical (vegetariano, nudista, abstemio, místico y gnóstico). Le ejecutaron (decapitación) con seis de sus fieles por orden de un tribunal sumarísimo de la curia en 385. Fue el primer religioso católico ajusticiado por la Iglesia por herejía.

Detalle de un fresco en el posible templo priscilianista de Santa Eulalia de Bóveda (Lugo)

Detalle de un fresco en el posible templo priscilianista de Santa Eulalia de Bóveda (Lugo)

En el juicio le acusaron de depravación herética por orar en desnudez, permitir el conciliábulo con mujeres (“se cierran solos con mujercillas, entre coitos y abrazos les cantan los versos virgilianos”), practicar danzas nocturnas de sentido astral, realizar ejercicios tántricos tras largas vigilias, ponderar el ayuno, conseguir que los campesinos obtuvieran buenas cosechas mediante la consagración de los frutos al sol y a la luna, utilizar artes adivinatorias y piedras de abraxas, recomendar la lectura de los evangelios apócrifos, proponer una idea poética de dios.

Prisciliano está enterrado en la catedral de Santiago y es venerado como patrón de España, aunque bajo la identidad sombría, consentida por la iglesia católica, de un apóstol imposible.

Uno de los más bellos templos de la península, Santa Eulalia de Bóveda, en los placenteros robledales cercanos a la ciudad de Lugo, podría haber sido uno de los lugares de culto de los priscilianistas.

En su Himno a Jesús, Prisciliano escribió:

Quiero desatar y quiero ser desatado.
Quiero salvar y quiero ser salvado.
Quiero ser engendrado.
Quiero cantar; cantad todos.
Quiero llorar: golpead vuestros pechos.
Quiero adornar y quiero ser adornado.
Soy lámpara para ti, que me ves.
Soy puerta para ti, que llamas a ella.
Tú ves lo que hago. No lo menciones
La palabra engañó a todos, pero yo no fui
completamente engañado.

En Madrid, la semana pasada, a Prisciliano le habrían apaleado los gendarmes.

Ánxel Grove