– Se han dejado algo aquí… – dijo la siguiente usuaria. Se trataba de una cajita pequeña y metálica con forma de pastillero.
– Gracias – dije al tomarlo de su mano.
– Parece un pastillero, ¿no?. Pues, menuda gracia… imagínese que lleva alguna medicación para el corazón o algo así… esperemos que no la eche demasiado… en falta… usted ya me entiende – elucubró la mujer en voz alta.
Dicho esto, y aprovechando el siguiente semáforo, decidí abrir la cajita:
– ¡Hostias! – solté.
– ¿De qué se trata? – me preguntó la mujer movida por mi asombro.
– Es una… colilla arrugada. Nada más. Una colilla de… Ducados. Con su filtro manchado de carmín… mire… – dije mientras se lo mostraba.
– El último cigarrillo de una mujer, sin duda… – dijo asomando la cabeza.
– Pero… antes que usted… montó un hombre mayor… el pastillero tiene que ser suyo… – dije.
– ¿Por qué razón iba a llevar ese hombre, en el bolsillo, una cajita con la colilla de una mujer?