Ayer me desperté gracioso y al salir con mi taxi me dio por lanzarle besos a todos los conductores aparcados en doble fila que encontré a mi paso. Me detenía a su lado, les pitaba y en cuanto me miraban les lanzaba un beso (la doble fila en Madrid es un cáncer que sólo se puede combatir a base de humor y sarcasmo, y ayer también me desperté sarcástico).
Los cuatro primeros conductores (tres hombres y una mujer), en cuanto les lancé un beso, miraron para otro lado. El quinto, sin embargo, arrancó su coche y comenzó a seguirme.
Al verle venir aceleré sorteando el tráfico, pero en el siguiente semáforo en rojo consiguió ponerse a mi lado. Me pitó y al mirarle me lanzó otro beso y me guiñó un ojo. Era un hombre de unos cuarenta años, calvo, con barba y camisa de leñador. Luego bajó su ventanilla:
– Eres directo, como a mí me gustan…
– No. Eh… Era un beso irónico. Estaba usted en doble fila y…
– Paremos ahí delante, en doble fila, y tomémonos algo.
En cuanto se abrió el semáforo mi sentido del decoro me llevó a parar detrás de él en doble fila, bajar del taxi y seguirle hasta la cafetería de enfrente.
A mitad del segundo café Javier, así se llamaba, asumió mis motivos:
– Bien. Comprendido. De todos modos, espera un momento.
Javier salió de la cafetería y volvió a entrar con una carpeta entre sus manos. Entonces, con otro tono de voz completamente distinto (mucho más grave) me dijo:
– Eres un hombre honesto, Daniel. Un luchador. Crees en las causas justas y eso hace que tu vida merezca la pena de verdad. Tu vida es importante, Daniel.
Dicho esto sacó de su carpeta un formulario y me animó a rellenarlo. «Me lo vas a agradecer», me dijo. «Tu vida necesita un buen blindaje».
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Nota: Al despedirme de Javier con un apretón de manos y meterme en mi taxi me di cuenta que yo también me encontraba en doble fila. Antes de arrancar me miré en el espejo retrovisor y me lancé un beso.