Supongo que estarás de acuerdo conmigo si te digo que no hay absolutamente nada más importante que la salud. La enfermedad es la antesala de la muerte, y nadie busca la muerte a excepción de los suicidas (y los legionarios). Vale que somos gilipollas, que no siempre actuamos en favor de la salud, que fumamos, bebemos, abusamos de las grasas saturadas o incluso vemos Tele5, pero al final el instinto se impone a todo lo demás y nos frena de intentar ahorcarnos con la corbata de papá. Incluso los suicidas, en cierto modo, podrían considerarse otra suerte de enfermos por borrar de su sistema operativo la App del instinto (gratuita, por cierto), o porque se instaló defectuosa o adjunta un virus que resetea el juicio o qué sé yo. En cualquier caso el suicida perdió su capacidad de amar, y eso ya es irreversible.
Por supuesto que he llevado a sucidas en mi taxi. Lo sé por sus destinos «¿Me lleva al Puente de Segovia?» o «¿Sabe de algún sitio donde vendan sondas nasales, esparadrapo y bombonas de butano?», o «¿Conoce alguna armería que admitan el pago aplazado o en su defecto Cheques Gourmet?», o «Gire en dirección a ese muro y acelere fuerte». O si al ponerse el cinturón de seguridad se lo da dos vueltas alrededor del cuello y te pide que conduzcas brusco. Pero de entre todos ellos también es fácil reconocer cuál acabará procediendo y quién es un suicida de farol que sólo amaga, tal vez, para llamar la atención de su amada (o para sentir el cariño de un bombero).
Lo sé, básicamente, por su mirada. Quienes sólo buscan llamar la atención tienden a mirarme a los ojos a través del espejo, lo cual indica que, en el fondo, no tienen ese miedo que produce el aliento de la muerte. Sin embargo, los suicidas vocacionales jamás cruzan su mirada conmigo. Evitan mirarme a los ojos para no tener la referencia de otra vida a la cual aferrarse. Más bien se ocupan en mirar a un punto fijo, indeterminado. Y no parpadean. Olvidan el parpadeo. De hecho, jamás he visto mirada más profunda y fija y ciega que la de un suicida. La única mirada capaz de traspasar la frontera del tiempo.