Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de octubre, 2013

De vocación suicida

inerte

Supongo que estarás de acuerdo conmigo si te digo que no hay absolutamente nada más importante que la salud. La enfermedad es la antesala de la muerte, y nadie busca la muerte a excepción de los suicidas (y los legionarios). Vale que somos gilipollas, que no siempre actuamos en favor de la salud, que fumamos, bebemos, abusamos de las grasas saturadas o incluso vemos Tele5, pero al final el instinto se impone a todo lo demás y nos frena de intentar ahorcarnos con la corbata de papá. Incluso los suicidas, en cierto modo, podrían considerarse otra suerte de enfermos por borrar de su sistema operativo la App del instinto (gratuita, por cierto), o porque se instaló defectuosa o adjunta un virus que resetea el juicio o qué sé yo. En cualquier caso el suicida perdió su capacidad de amar, y eso ya es irreversible.

Por supuesto que he llevado a sucidas en mi taxi. Lo sé por sus destinos «¿Me lleva al Puente de Segovia?» o «¿Sabe de algún sitio donde vendan sondas nasales, esparadrapo y bombonas de butano?», o «¿Conoce alguna armería que admitan el pago aplazado o en su defecto Cheques Gourmet?», o «Gire en dirección a ese muro y acelere fuerte».  O si al ponerse el cinturón de seguridad se lo da dos vueltas alrededor del cuello y te pide que conduzcas brusco. Pero de entre todos ellos también es fácil reconocer cuál acabará procediendo y quién es un suicida de farol que sólo amaga, tal vez, para llamar la atención de su amada (o para sentir el cariño de un bombero).

Lo sé, básicamente, por su mirada. Quienes sólo buscan llamar la atención tienden a mirarme a los ojos a través del espejo, lo cual indica que, en el fondo, no tienen ese miedo que produce el aliento de la muerte. Sin embargo, los suicidas vocacionales jamás cruzan su mirada conmigo. Evitan mirarme a los ojos para no tener la referencia de otra vida a la cual aferrarse. Más bien se ocupan en mirar a un punto fijo, indeterminado. Y no parpadean. Olvidan el parpadeo. De hecho, jamás he visto mirada más profunda y fija y ciega que la de un suicida. La única mirada capaz de traspasar la frontera del tiempo.

Casa, novia, coche, trabajo

esquela

Tienes una casa, una novia, un coche, un trabajo. Si algún viejo amigo te preguntara ¿qué tal?, ¡cuánto tiempo!, ¿cómo te va la vida? tú contestarías «Todo bien. Tengo una casa, una novia, un coche, un trabajo». La misma casa, la misma novia, el mismo coche y el mismo trabajo de los últimos cinco años, piensas;, así que a grandes rasgos, en todo este tiempo, no te ha sucedido absolutamente nada. Al menos tienes la suerte de conservar tu casa, tu novia, tu coche y tu trabajo.  Tuviste suerte de conservar tu trabajo y mantener tu sueldo. Suerte de que nada haya cambiado. Suerte de que todo siga igual.

Ahora estás en la sala del café de la oficina, en tu descanso de las doce y veinte.  Pasas las hojas de un periódico que alguien dejó ahí y te detienes en la sección de esquelas. Lees: «José M. F. Aparejador. Falleció a los 78 años. Su esposa e hijos ruegan una oración por su alma». Aparejador, piensas. Setenta y ocho años de vida resumidos en una palabra:

Aparejador.

Lees otra: «Benito H. R. Abogado del Estado. Falleció a los 59 años de un infarto».

Abogado del Estado.

Tú eres auxiliar administrativo, piensas, aunque en realidad nunca quisiste serlo: te pilló de rebote, no te daba la nota para más; es lo que había. Además, con diecisiete años apenas nadie sabe qué querrá ser el resto de su vida. «Ser», piensas. Sin embargo ahí quedará eso, y será la palabra que resuma tu esquela. «Francisco D. M. Auxiliar administrativo. Falleció a los xx años. Conservó su casa, su novia, su coche y su trabajo». Con Paloma no te va mal, piensas. Tendréis hijos cuando ella acabe la carrera y empiece a trabajar en la empresa de su padre. Y el coche aún te puede durar cuatro o cinco añitos más. Hoy está en el taller, por cierto. Tendrás que coger un taxi.

Y sí, después del trabajo cogiste un taxi. Mi taxi, precisamente. En el trayecto me fijé en tu mirada perdida. Tenías «esos» ojos; como quien se esfuerza en ver las cosas más allá. Casa, novia, coche, trabajo. Tus últimos cinco años resumidos en cuatro palabras. La esquela de tu vida sólo en dos: Auxiliar administrativo. ¿Qué más eres aparte de eso?

¿Acaso deseas ser algo más?