Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de octubre, 2013

Los ojos del escritor

ojos escritor

No entiendo por qué cuando admiras a alguien tiendes también a querer saber acerca de su vida privada: Qué come, cuántas horas duerme, quién es su pareja, o sus excentricidades con el sexo, o si coquetea con las drogas. Si el sujeto a admirar es un artista, en cierto modo tiene su lógica que intentemos descifrar su engranaje interno uniendo las piezas de su vida y su pasado (traumas, fuentes de inspiración). ¿Pero a quién coño le importa, sin embargo, con quién folla Gerard Piqué, o las rayas de coca que se mete Kate Moss? ¿Acaso los gustos sexuales del primero influyen en su juego, o los hábitos de la modelo afectan a la firmeza de sus tetas?

Ayer tuve el honor de llevar en mi taxi a uno de mis escritores de referencia. Estuvimos más de la mitad del trayecto charlando de libros (me recomendó un par de ellos que anoté y nada más bajarse fui a comprarlos). Pero más allá de la charla o la evidente sabiduría que destilaban sus palabras, me fijé en sus ojos. De hecho, al principio del trayecto quise evitar decirle nada sólo por el placer de observarle observando en silencio.

¿En qué se fija un escritor cuando circula en taxi por la Gran Vía? Él, en este caso, centró la vista en un mendigo. También en una pared forrada con carteles de conciertos. Otros, la mayoría, se habrían fijado en el culo de alguna viandante o en el Ferrari que nos rebasó por la izquierda. Por otra parte se mostraba ensimismado, como si en lugar de observar al mendigo sin más, lo estuviera envolviendo en palabras, o tirando del hilo del mendigo imaginando escenas de su pasado, o la secuencia de escenas que le condujo a ese extremo. Y luego, cuando clavó su vista en aquella pared con carteles de conciertos, tal vez asociara ambos conceptos e imaginara una historia. La de la estrella de rock que acabó mendigando por las calles de Madrid.

Todo, en fin, está lleno de estímulos. Lo vi en sus ojos y en mis ojos clavados en sus ojos a través de un espejo que invertía su imagen. El taxista que escribe observando a un escritor que a su vez observa historias. Metaliteratura taxial en estado puro.

………………………………………………………………………………………………………………….

Nota: Omito el nombre del escritor por motivos obvios. Me pidió que le llevara a un burdel discreto. Y creo recordar que está casado.

El amor es ciego

ciego web

Me fijé en ella de forma casual, circulando con mi taxi libre por la calle Ayala. Simplemente alcé la vista y ahí estaba, al otro lado del balcón de un tercer piso, con su gorro marrón y su abrigo rojo entallado. Me hizo gracia verla ahí, tan quieta, observando la calle a través de la ventana, aunque el reflejo del cristal (y que veo mal de lejos) me impedía distinguir su rostro. Frené para fijarme mejor pero los coches de atrás comenzaron a pitarme. Así que no dudé en dar otra vuelta a la manzana, sólo por comprobar si aún seguía ahí. Y en efecto, ahí estaba. Observando la calle. Impasible.

Pasaron los días y el azar de mi taxi me llevó a cruzar de nuevo esa misma calle. El caso es que volví a asomarme y me quedé atónito: la mujer continuaba erguida en ese mismo balcón, al otro lado de la misma ventana, esta vez con un sombrero beige y una chaqueta verde anudada a la cintura. Seguía sin poder ver su cara, demasiado lejos, pero al menos conseguí intuir en ella unas curvas perfectas.

Desde aquel momento no dejé de pasar ni un sólo día por ese balcón, y ella siempre estaba ahí, cada vez con distinta ropa, gorros distintos y blusas, o chaquetas, o abrigos distintos, siempre quieta y siempre mirando en dirección a la calle. Al quinto o sexto día, cuando al acercarme comencé a notar que sin querer mi corazón se aceleraba, comprendí que, irremediablemente, me había enamorado. Me había enamorado de su estilo y de sus curvas pero, sobre todo, me enamoré del misterio que escondía: ¿Por qué siempre estaba ahí, observando la calle? ¿Qué miraba o buscaba exactamente? ¿Por qué esa obsesión?

Y con el amor llegó también la fantasía. Me imaginé entrando en esa casa de puntillas, acercándome a su espalda, oliendo su perfume, besando su cuello, desabrochando uno a uno los botones de su abrigo, lentamente, y ella mientras dejándose llevar hasta plantar sus manos en un cristal cada vez más empañado por su aliento.

Aquella imagen me obsesionó tanto que al final decidí dar el paso y llamar su atención de algún modo. Pero seguía sin conocer su rostro, en parte por culpa del reflejo del cristal, pero también por mi mala vista (necesito gafas, lo sé, pero siempre me resisto a llevarlas). Así que primero compré unos prismáticos y aparqué mi taxi para observarla a través de ellos desde el otro lado de la calle. Y eso hice: me planté justo en frente, alcé los prismáticos en dirección a su balcón, y entonces, justo entonces, se hundió todo.

La mujer de mis sueños, aquella que sin querer había conseguido robarme el corazón, no era tal, sino un perchero.

Y de ahí me fui, cabizbajo, al oculista.

Crucero coma uno

20131010_124930

No me preguntes por qué, pero estoy en la cubierta superior de un barco, uno de esos cruceros enormes y atroces, bordeando la costa de Francia dirección Marsella o Mónaco o Júpiter, no estoy seguro, bebiendo mi quinto Dry Martini mientras observo atónito a un grupo de viudas obesas de pelo corto y mechas rojas, naranjas, caoba, aprendiendo a bailar el chachachá, siguiendo los pasos de un monitor vigoréxico. En esto la música de DJ Menopausia cambia a sevillanas y a mi lado otras dos solteronas saltan de la silla y gritan VAMOS y se plantan una enfrente de la otra con los brazos en pose botijo a la espera de arrancarse con el MÍRALA CARA A CARA QUE ES LA SEGUNDA, y yo las sigo, hipnotizado, no puedo dejar de mirarlas, y bebo la copa de golpe y me siento astronauta en la cola del Caprabo. Pero entonces giro la cabeza y ahora nuestro barco está pasando por un enorme puerto militar, con buques de guerra y portaaviones franceses atracados (veo el Charles de Gaulle, inmenso) y estoy pensando en lanzarles una bengala de auxilio, en levantarme y hacer señas con los brazos, o señales de humo. Un S.O.S. Un “Mátennos, por piedad, lancen bombas; no me importa morir por la causa”.

Pero entonces pienso en ti que estás durmiendo abajo, camarote 173, ajena a todo. Duermes mientras el barco parte en dos las olas que mecen tus sueños. Pasaste mala noche y yo estuve en vela a tu lado, secándote el sudor de la frente, besándote las manos y no dormiste nada y yo tampoco, empeñado en sacarte a flote. Ahora sé que este barco vale oro sólo por la cama del 173, y me levanto de la silla y arranco el mantel blanco de la mesa, cae la copa, y comienzo a ondearlo a modo de bandera de la paz, me rindo, detengan el ataque, y de súbito me alegro de que no disparen pero no por mí, ni mucho menos por el resto del pasaje. Sólo tú mereces salvarte de ese infierno. Solo tú mereces que este mundo avance. Sólo tú consigues que al fin entienda cuál es la diferencia entre el bien y el mar. Eres una entre mil tripulantes, un cero coma uno por ciento del pasaje. Pero este crucero coma uno lo eclipsa todo, hace bello el barco que te sostiene.

Por eso me acerco a la única mujer que baila sola, Miss Celulitis 1966, levanto los brazos en bombilla pose, y espero con ella a arrancarme por sevillanas: MÍRALA CARA A CARA QUE ES LA TERCERA.

Los tacones como unidad de medida

tacones

Estoy en mi taxi, en la parada de taxis de la calle Princesa, con los ojos cerrados. Escucho unos tacones que se acercan y de súbito pienso qué pasaría si todo se midiera en golpes de tacón. El ritmo de la calle y de la vida. El sonido hueco del tacón como unidad de tiempo. Que las horas pasaran más lentas o más rápidas en función de la prisa de esos pasos.

Son golpes que suenan como latidos: sístole y diástole. Y también tal vez se ocupen de pinchar recuerdos mientras avanzan, explotando las burbujas que conservan y aíslan cada recuerdo del mundanal presente. Un paso y cloc: adiós a la memoria de ese amor enquistado. Otro paso y cloc: adiós a esos momentos turbios que manchaban tu historial.

Pero esos tacones que escucho acercarse acaban abriendo la puerta de mi taxi, la mujer toma asiento, me indica un destino y el silencio se apodera de todo. Sus tacones murieron y con ellos el tiempo se detiene y agoniza. Y entonces noto que me falta el aire, pero ahora la mujer cruza sus piernas y el sonido del roce de las medias genera en mí una nueva unidad de medida. La fricción de sus piernas. Sus piernas como manillas del reloj que rige el universo. Su cruce y su descruce son mi nuevo sístole y diástole. Y así voy sobreviviendo.

La viuda de nadie

cenizas

 

Una mujer vestida de duelo se acercó a mi taxi en la parada del aeropuerto y con gesto de apuro me preguntó:

-Disculpe. Necesito llegar a San Sebastián hoy mismo. ¿Podría llevarme?

-¿Perdió su vuelo? –pregunté extrañado.

-No me dejaron subir al avión con esto –y me enseñó una urna funeraria que llevaba entre las manos.

-De acuerdo, suba -le dije.

El trayecto Madrid-Donosti comprendía algo más de 450 kms. Los cien primeros viajamos en completo silencio. Luego comencé a notarla incómoda.

-¿Se encuentra bien?, ¿necesita que paremos?

-Descuide. Soy fumadora y estoy un tanto nerviosa.

Le dije, como excepción y dada la longitud del trayecto, que podía fumar en mi taxi. De inmediato se encendió un cigarro, me tendió otro, y este simple gesto compartido consiguió que la mujer se relajara y comenzara a hablarme. Y kilómetro a kilómetro fue tomando confianza conmigo hasta acabar confesando el verdadero motivo de aquel viaje.

Esa urna que no soltaba y abrazaba a ratos contenía las cenizas de su amante, hombre a la sazón casado. Falleció tres días atrás en un accidente de tráfico, a la edad de 53 años. Ella, mi usuaria, además de amante era la empleada del hogar de la familia, enamorada en secreto del difunto y él también de ella, compartiendo casa (trabajaba de interna) y a veces, cuando la esposa de él no estaba, cama también, y algún que otro viaje. Fue, precisamente, en uno de esos viajes, paseando por la playa de la Concha, donde se dieron su primer beso hace ahora más de siete años (o daños, según se mire).

Él le había prometido una y mil veces que todo cambiaría. De hecho, ya había iniciado los trámites del divorcio a espaldas de su mujer. Fue, precisamente, en aquel trayecto en coche dirección despacho (o despecho) de su abogado, cuando tuvo el mortal accidente.

Al final, poco antes de llegar a la playa de la Concha, la mujer me confesó que, en realidad, esta misma mañana le había robado a la viuda las cenizas de su amante. Se justificó añadiendo que sólo ella sabía dónde quería que echaran sus restos. Sólo ella se creía dueña de un futuro que nunca tendría, aunque sólo fuera en forma de cenizas esparcidas en el marco secreto de aquel primer beso.

Yo quiero tener 5.000 amigos

N

Facebook, Twitter, Tuenti, Instagram, Linkedin, Google+, Tumblr, MySpace, Flicker, Pinterest, Badoo, YouTube, FourSquare, foros de Yahoo, chats en GTalk. Ahora todos necesitamos decir cosas, compartir lo nuestro con más y más y más desconocidos en volumen exponencial, ad infinitum: hazme un RT y así también aparecerá lo mío en tu timeline. Dale a Me Gusta, Menéalo, sube mi karma por encima de otros karmas. Visitas, visitas, visitas. Gráficas, estadísticas, números.

Números.

Números abrazando, comprimiendo las paredes del ego. Sentirte menos solo. ¿Por qué Facebook limitó a 5.000 mi número de amigos? ¿quién se cree Zuckerberg para poner cortapisas a la amistad? ¡Seguro que hay más gente, amigos de amigos de amigos, que tal vez me conozcan! ¡Seguro que hay más gente que piensa como yo o que aprendió del mismo vídeo a doblar sábanas bajeras! ¡Eh, atento a esto: Un tipo de Tokyo acaba de favear mi enlace en Twitter al YouTube de un niño riendo muy fuerte! ¿Sabes que tengo un follower de Connecticut que desayuna cereales con fibra y no le gusta la Coca ZERO? ¿Tú también has visto 2 Girls 1 Cup? ¿compartes mi mismo asco? ¡Chócala online!

Pero a pesar de todo me sigo resistiendo a interpretar píxeles en el espejo retrovisor de mi taxi. Me resisto a dejar de hablar, dejar de oler o dejar de buscar el tacto. Ayer un usuario de mi taxi, en lugar de preguntarme mi nombre, me dijo: «¿Quién eres en Twitter?».

Y aquello me dio miedo. Un miedo real. Un miedo palpable.

Así limpia el PP las calles de Madrid

A raíz del revuelo que ha suscitado la actual situación de Madrid, descrita por ciertos medios como una ciudad sucia, endeudada, descuidada y con una oferta de ocio en declive, el Ayuntamiento ha decidido tomar medidas urgentes y limpiar la ciudad como sólo la derecha sabe hacerlo, es decir, como Dios manda. Ayer mismo la concejalía de Asuntos Sociales del Ayuntamiento presentó el borrador de una ordenanza de convivencia con nuevas medidas para acabar, de una vez por todas, con la mugre que realmente incomoda al ciudadano de bien. De aprobarse (y os recuerdo que el PP de Madrid cuenta con mayoría absoluta), serán nuevos motivos de sanción, entre otras, las siguientes actuaciones:

  • Pedir limosna en la puerta de un centro comercial: 750€ de multa.
  • Hacer malabares u ofrecer pañuelos en un semáforo: 750€ de multa.
  • Ofrecerse a limpiar parabrisas en un semáforo: 1.500€ de multa (estos suelen ser rumanos y, por lo tanto, mucho más antiestéticos, de ahí que se duplique la cuantía).
  • Dormir en un banco: 750€ de multa.
  • Solicitar servicios de prostitución en la vía pública: 750€ de multa.

Como todo el mundo sabe los hombres de bien copulan con señoritas de compañía en clubs o en hoteles ad hoc. Follar con putas en las cunetas sólo puede ser cosa de rojos depravados (fornicar en las mismas cunetas donde yacen los cadáveres de sus propios abuelos, ¡qué poca vergüenza!). Respecto a los mendigos y dada su situación privilegiada, cobrarles 750€ por una actividad que les aporta pingües beneficios (es un negocio emergente: cada vez son más en más semáforos) no será problema, y además ayudará a sufragar los más de 7.500 millones (+ intereses) de deuda contraída gracias a la excelente gestión que siempre ha caracterizado al Partido Popular. Pero ojo, sólo se multarán a quienes practiquen la mendicidad en semáforos y centros comerciales, ya que desmotivan al consumidor. Sin embargo, se permitirá ejercer de pobre únicamente en las puertas de las iglesias y a no más de uno o dos pobres por templo (siempre y cuando no entorpezcan ni ensucien los zapatos del creyente) para no sobrecargar una estética asociada, en exclusiva, a la caridad cristiana.

De los 1.400 barrenderos que van a despedir las empresas concesionarias del servicio de limpieza de Madrid, los evasores fiscales madrileños con cuentas en Suiza o los políticos que colocan a familiares y amigos a dedo en cargos públicos, la nueva ordenanza no dice nada. Supongo que estarán en ello y acabarán incluyendo éstos y otros puntos a modo de apéndice (o falange). Esperemos pues.

La doble vida de un payaso

payaso doble

Jacinto no le dijo a nadie que se había quedado sin trabajo. Ni siquiera a su mujer, ni a su hijo Tomás. Vale que no tuvo la culpa de que la empresa decidiera prescindir de todo el departamento, pero no podía evitar sentirse en cierto modo culpable, fracasado, y le daba vergüenza reconocerlo. Por eso, aun después de haber cobrado el finiquito, Jacinto siguió saliendo de casa a la misma hora, con su traje de chaqueta y su corbata, aunque en lugar de ir al trabajo ahora salía a buscarlo en secreto, echaba currículums, hacía entrevistas.

Jacinto pasó semanas desesperado por seguir ocultando su situación mientras que nadie, ninguna empresa, le llamaba. Pero un día de tantos le tocó acudir a una reunión de padres de alumnos en el colegio de su hijo Tomás, y charlando entre ellos escuchó a una de las madres anunciar el cumpleaños de su hijo, y también que andaba buscando un payaso para amenizar la fiesta, por si alguien conocía alguno. Sin pensarlo siquiera, a Jacinto le salio del hambre saltar como un resorte y decir que sí, que conocía un payaso, y además le dio un número de teléfono, el mismo número de móvil que él usaba en secreto para buscar trabajo. El propio Jacinto se haría pasar por un payaso procurando, eso, sí, que nadie le reconociera. A la mañana siguiente, la mujer le llamó, acordaron un precio y Jacinto compró un disfraz, una peluca, una nariz de payaso, pinturas y globos de colores. Nunca había ejercido de clown, pero la necesidad le llevó a actuar tan bien, tuvo tanto éxito en aquel primer cumpleaños, que pronto se corrió la voz y Jacinto acabó actuando cada vez en más fiestas, siempre oculto tras su disfraz, engolando la voz y sin que nadie, ni siquiera su mujer y su hijo, llegaran a sospechar nada.

Lo que no esperaba es que su propia mujer acabara decidiendo también contratar a aquel payaso del que tanto había oído hablar para el cumpleaños de su hijo Tomás. Se lo propuso a Jacinto y Jacinto fue incapaz de decir que no. Cómo negarle un payaso a nuestro hijo, añadió.

Así que la tarde del cumpleaños de su propio hijo, Jacinto salió de casa como siempre, con su traje de chaqueta y su corbata, pero esta vez tomó mi taxi, y me pidió algo insólito: que le diera una vuelta de unos diez minutos, para dejarle después otra vez en su mismo portal. Quería un lugar para cambiarse de ropa y pintarse de payaso sin que nadie le viera, y en el entorno de su portal le conocía todo el mundo y apenas tenía tiempo, por eso pensó en usar un taxi igual que Superman usaba cabinas de teléfonos. Durante el trayecto, a medida que sacaba el disfraz del maletín y empezaba a desnudarse, me fue contando su historia. Luego, pintándose la cara de payaso mientras yo le sujetaba un pequeño espejo, me confesó su miedo a que su propio hijo le acabara reconociendo.

Imaginé aquella escena. El padre amenizando la fiesta de cumpleaños de su propio hijo y mientras el niño diciendo: «Todo es perfecto. Lástima que papá tuviera que marcharse a trabajar y se perdiera esto». Y Jacinto, claro, aguantando las lágrimas para no echar a perder el maquillaje.

Jugar feliz

detective privado

La felicidad es patrimonio de la infancia, y los niños juegan. Por eso nunca hay que dejar de jugar. A mí ahora me ha dado por jugar en mi taxi a los espías. Simulo ser un espía disfrazado de taxista y observo minuciosamente a los usuarios de mi taxi. Durante el trayecto les pregunto por sus vidas, y anoto en mi cuaderno de espía dónde y a qué hora tomaron mi taxi, cómo van vestidos, cuál será el destino en cuestión, con quién han quedado, o bien transcribo sus conversaciones telefónicas. A veces, cuando se bajan del taxi en dirección a un restaurante, un club o un hotel que despierta mis sospechas, les espero escondido el tiempo que haga falta (comiendo donuts y bebiendo café en un vaso de cartón) para seguirles después a prudencial distancia.

Pero luego, cuando llego a casa y con los datos que tengo redacto el informe final del seguimiento, todo se derrumba: no sé a quién enviárselo. No sé para quién trabajo. Y este es, en fin, el drama que nos separa por y para siempre de la infancia, la brecha definitiva e irreconciliable. Y es que los adultos necesitamos saber en todo momento para quién trabajamos, cuánto nos pagarán y si ese dinero nos dará para cubrir los gastos y obtener beneficios después de impuestos. Los niños, sin embargo, sólo juegan. Sin matices. Sin consecuencias. Y por lo tanto, felices.

El virus del escritor

miller web

El verdadero escritor se enfrenta a sus miedos sin miedo a morir en el intento. No hay nada más heroico que escribir, nada más valiente que encerrarte en una habitación sorda, tragarte la llave y buscar a tientas por dentro. Todo está oscuro al principio, pero tu pluma es un mechero que usas como único punto de luz, y avanzas decidido con más huevos que un torero, sin saber qué será lo que acabes encontrando: tal vez flashes de un pasado mal resuelto, tal vez espejos, tal vez ese desamor que creíste olvidado, tal vez monstruos, o risas, pero siempre algo. El verdadero escritor siempre encuentra motivos para escribir, porque vive eternamente amenazado. Cada página en blanco es un cuchillo en la yugular del alma. Un caco esquizoide que te dice: «Sácalo todo o te rajo. Suda sangre si es preciso, no me importa».

Imagina dar la vida en cada palabra. Imagínate creyendo en una historia más que en tu propia vida, que nada más exista excepto eso. El insomnio que provoca esa obsesión, caminar o comprar tabaco completamente ausente, tropezar en la calle con tus propios pies y reírte porque esa sangre en la frente contra el bordillo te ha dado una idea nueva para tu historia. Imagina que, aparte de esto, conduces un taxi, tu propio taxi, que te permite buscar o encontrar personajes y adaptarlos a un relato, o encontrar en ellos la inspiración precisa.

Por eso, precisamente por eso, el verdadero escritor se siente superior, por ejemplo, a cualquier político. Henry Miller, sin duda, se sacaría la chorra delante de Rajoy. El escritor es valiente mientras ellos blindan sus mentiras con miles de policías que comen de su mano. La sede del gobierno está blindada, el Congreso está blindado, y se mueven rodeados de un séquito acojonante. Los políticos, por definición, son cobardes. No tienen ni media hostia literaria.

……………………………………………………………………………………………………………………………………….

Nota: Con el presente cumplo 1.500 posts en este blog nilibreniocupado. Un texto al día, cinco a la semana, a lo largo de más de séis años. No he fallado nunca a mi cita ni lo haré, estoy seguro. A no ser que me mates.