Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

Archivo de mayo, 2013

Psicología comercial

«Las marcas juegan con nosotros» me suelta un usuario de mi taxi en pleno atasco. «Pongamos como ejemplo los productos para recién nacidos: cremitas, toallitas, leche en polvo, ya sabes… Busca esos productos en cualquier gran superficie. ¿Dónde se encuentran? En efecto: sólo en farmacias o parafarmacias, lugares asépticos enfocados a la salud. El resto de cremitas y potingues para adultos no importan tanto, se venden en cualquier parte y a cualquier precio. Saben, pues, de nuestro proteccionismo hacia los bebés, y por eso entienden que el formato, la ubicación y, sobre todo, el precio, arrastran un factor psicológico importante. Nadie compraría en los chinos del barrio una crema sin marca reconocible para su bebé. Nadie compraría una oferta ¡¡¡30% de descuento!!! para el cuidado de su bebé. Jamás verás ofertas en cremas y toallitas limpiaculos: la gente no se fía ni escatima cuando se trata del cuidado de un ser tan frágil. Si comparas, por ejemplo, el precio de las toallitas para la higiene íntima femenina y el precio de las toallitas para bebés, verás que estas últimas son, en comparación, mucho más caras. Y lo son porque saben que pagaremos por ellas. Basta con que la marca sea reconocible, de confianza, y que en su composición incluyan mierdas tales como Aloe Vera. El Aloe Vera lo asociamos a algo bueno. Limpiar el culo de un niño con una toalla impregnada en Aloe Vera es la hostia, y el bebé tendrá siempre su culito a salvo de cualquier ataque bacteriológico, nuclear o alienígena. ¡El Aloe Vera es amor! ¿Que las toallitas en cuestión cuestan diez putos euros? No importa. Porque los has comprado en una parafarmacia, ojo, y eso implica confianza, seriedad, protección. Y algún día tu bebé te lo agradecerá. Por eso digo que las marcas juegan con nosotros. Conocen mejor que nadie nuestros puntos flacos».

Fotosíntaxis

Te sientas en el capó de tu taxi, brazos cruzados, y observas la vida. Observas al tipo del chándal y la yonkilata en un escalón de un McDonalds justo en frente de ti. Observas a una teen paseando con su cocker mientras habla por teléfono. Observas a un gafapasta sentado en la terraza de un irlandés con otro gafapasta, los dos bebiendo Guinness en silencio. Observas a un hipster haciendo fotos,en modo macro, a una margarita crecida de una grieta en el asfalto. Observas a dos gays corriendo de la mano. Observas a esa chica que espera apoyada en la baranda del Metro Tribunal. Lleva catorce minutos esperando. Tal vez su cita no llegue nunca.

Podrías seguir a cualquiera de ellos y tirar del hilo de su historia. Buscar el argumento que les lleva a moverse, a salir a la calle y escoger un plan u otro, un camino o el contrario. Podrías alimentarte de sus fuerzas, chupar sus ganas. Demostrarte a través de ellos que el mundo sigue y gira a su antojo, o al antojo de unos dioses que nadie votó, dioses fascistas.

Pero el sol se coló entre dos nubes y te da de lleno en los ojos que ahora cierras y en la frente, y la telilla interna de los párpados se ve roja, y sonríes porque sientes un calor que no te está tocando, ni siquiera te acaricia y sin embargo lo sientes, como si pudieras echar raíces en cualquier momento de no ser por las macetas de tus zapatos. Por eso te descalzas y te quitas los calcetines con los ojos aún cerrados, y el suelo está frío pero pronto tus pies se aclimatan. Y así plantado sólo deseas fundirte con el suelo y quedarte ahí, ajeno al paso del tiempo.

Pero entonces se te acerca alguien con voz de mujer y te pregunta si tu taxi está libre, y sin abrir los ojos dices que no, que estás haciendo la fotosíntaxis. Que coja otro, por favor.  Notas que se marcha y con el rabillo del ojo compruebas que es ella, la misma chica que esperaba apoyada en la baranda del Metro Tribunal. Tal vez se cansó de esperar. O la dieron plantón. Qué cosas.