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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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«La SGAE acosa, y si puede, derriba»

La noticia saltó a la palestra en abril de 2006. La Sociedad General de Autores y Editores ganaba un pleito por la utilización de música en una boda para la que no se habían pagado los pertinentes derechos de autor. La cosa fue aún más esperpéntica de lo que ya de por sí parece: la SGAE contrató a un detective que se coló en la boda y grabó un vídeo, que fue aportado como prueba en el juicio pertinente, y posteriormente rechazado al considerar que vulneraba el derecho a la intimidad. Dio exactamente igual: el salón de bodas fue condenado a pagar 43.179 euros a la SGAE.

Ahora, más de dos años después, la Agencia Española de Protección de Datos ha condenado a la SGAE a pagar 60.101 euros por grabar el vídeo sin permiso, ya que este constituyó «una clara violación del derecho constitucional a la intimidad y a la propia imagen». Sobran las palabras.

Es este tema de los derechos de autor, en muchos sentidos, un auténtico galimatías. Y sobre todo, algo muy desconocido por un amplio sector de la sociedad, más allá de la generalizada antipatía hacia la SGAE por los motivos que todos conocemos. Y así, muchos se preguntan cosas como si todo lugar en el que suene música debe pagar a Teddy Bautista y los suyos en concepto de derechos, o simplemente hasta dónde llega el derecho de la SGAE a meterse en la vida de muchos. Para aportar algo de luz a estas cuestiones, hoy os ofrezco la opinión de alguien que sabe mucho más que yo de esto, el abogado, escritor y músico Servando Rocha, a quien he realizado cuatro sencillas preguntas sobre las que yo mismo tenía ciertas dudas.

¿Debe todo bar, garito o tienda pagar derechos de autor por toda la música que suene en su local?

La SGAE, en principio, sólo puede gestionar, administrar y, por tanto, recaudar los derechos patrimoniales de sus socios. No puede recaudar más allá de sus miembros. Lo que hace la SGAE es gestionar su catálogo, es decir, tiene derecho a percibir una remuneración en compensación por el uso que de este se haga. En el caso de bares o establecimientos públicos habría que ver si, previamente, sus dueños han firmado un contrato con la SGAE por la utilización de un aparato de radiodifusión determinado (radio, televisor, etc). En ese contrato, el local estaría reconociendo que hace uso y/o utiliza repertorio protegido por la SGAE. En ese caso, la SGAE está en su derecho de dirigirse a este y cobrar su cánon. Lo que hace la SGAE es el acoso y, si puede, el derribo. Es decir, envía a los llamados «inspectores», cuyo cometido es visitar bares, levantar actas e intentar que el empresario concierte con la SGAE. Si no se ha suscrito ningún contrato no pueden reclamarte nada, salvo que demuestre que, efectivamente, se programa o difunde música de sus miembros. Son ellos los que, en teoría, deben probar que se vulneran los derechos de autor al no percbir compensación económica por el uso de su repertorio.Una solución está en dirigirte a la propia SGAE y notificarle que de ningún modo hará uso de obras de sus socios (ya existen locales que sólo pinchan y programan obras copyleft). La SGAE debería probar aquello que dice acerca de la utilización de su repertorio, y no al revés (esto es, que sea el dueño del bar quien lo haga). En la gran mayoría de ocasiones, el inspector de la SGAE, al levantar el acta, señala únicamente que la música programada «es de actualidad», nada más. Por otro lado, sus visitas no ostentan las de un inspector con cargo público, sino sólo el de un mero empleado.

¿Cómo un organismo privado como la SGAE puede tener tanto poder en la esfera pública?

El Ministerio de Cultura es el único encargado de autorizar la existencia de las llamadas entidades de gestión que, actualmente, son ocho. La SGAE tiene el monopolio práctico sobre los autores. Cada entidad de gestión administra unos derechos concretos y se circunscribe a sectores de la creación concretos (por ejemplo, otra entidad de gestión, en este caso VEGAP, es la encargada de hacer lo mismo que la SGAE pero para los artistas plásticos). Con el tiempo han ido aumentando su influencia a nivel estatal y de la misma Administración hasta el punto de ser una asociación privada con capacidad para influir notablemente en las modificaciones legislativas, como se ha demostrado en los últimos años. Lejos de apoyar a la industria musical y bajo el pretexto falso de la protección y la difusión de la cultura impide la libre difusión de la música y crea malos hábitos y prácticas. La cuestión no está tanto en si los autores deben cobrar o no por sus derechos, sino en la política obsoleta y fracasada de una entidad como la SGAE.

¿Qué opinas de la sentencia contra la SGAE?

Tiene una doble dimensión. Por un lado, está la vulneración del derecho a la intimidad por el tipo de acto que se estaba realizando (una boda). En este caso, la sentencia es clara y la SGAE ha sido condenada. Cuestión distinta es el valorar si tenía o no derecho la SGAE a cobrar un canon por hacer uso de su repertorio sin autorización y/o pagar derechos de autor. Habría que determinar qué autores fueron difundios y todo parece indicar, según la sentencia emitida dos años antes, que se trataba de un derecho que efectivamente le correspondía a la SGAE. En el fondo, lo que esta estrambótica situación pone de manifiesto son los métodos grotescos y de rapiña de la SGAE que ha ido recogiendo una merecida desconfianza y mala prensa por sus malas artes y prácticas abusivas y desproporcionadas. Y no sólo eso, sus prácticas incluyen falsas ideas como que la música esta en peligro, la criminalización de los manteros o que copiar un cd es lo mismo que atracar a una persona. La realidad está compuesta de miles de situaciones y algunas son injustas o dañinas para terceros y otras no. Aunque no es contradictoria porque protege derechos distintos, la SGAE ha cobrado un dinero a costa de vulnerar la intimidad de una persona, por lo que ha sido condenada.

Con respecto a los grupos, ¿Se puede funcionar totalmente al margen de la SGAE en España?

Sí. De hecho, miles de artistas ya lo hacen. La SGAE tiene cerca de 80.000 socios, por lo que no representa a la totalidad, ni mucho menos, del sector musical en España. El problema es que la SGAE cuenta con el monopolio a la hora de gestionar dichos derechos ante terceros, así como la infraestructura necesaria para hacerse con la información sobre la difusión de tu obra por cualquier medio. Todo autor, por el mero hecho de tener una creación intelectual propia, ostenta el derecho a cobrar derechos de autor y, por tanto, está protegido por la Ley de Propiedad Intelectual. Las licencias libres permiten especificar claramente que derechos aplicas sobre tu obra y cuáles no, así como se adaptan más y mejor a la realidad actual. En caso de no incluir este tipo de clásulas, se te aplica el copyright tradicional de forma automática.

Ilustración de María Gil.

The Hives, acusados de plagio

Una vez más, salta la polémica. Los suecos The Hives han sido acusados de plagio por la banda de Los Angeles Jason Shapiro and The Roofies, que ya ha emprendido acciones legales contra el grupo de Howlin’ Pelle Almquist y compañía (en la foto). El tema de la discordia es «Tick Tick Boom», del último trabajo de los suecos, el conocido como «Black and White album», que se parece, muy sospechosamente, a «Why you», de la banda norteamericana. Antes de sacar cualquier tipo de conclusión, vayamos a las pruebas. Vayamos a los vídeos:

The Hives «Tick Tick Boom»

Jason Shapiro and The Roofies «Why you?»

Con esto de los plagios yo siempre fue muy prudente. Me explico. Hay tantas canciones escritas, tantos grupos en el mundo, que a veces resulta complicado que dos temas no se parezcan. En el caso de una banda de garage rock como los Hives, hablamos de un estilo con unos patrones que en no pocas ocasiones se repiten. Y así, si nos ponemos a indagar, podríamos encontrar, casi con toda seguridad, canciones de los Headcotes que recuerden a los Gories, o temas de los Black Lips que puedan sonar similares a algo de los Oblivians.

En este caso, el riff de guitarra es muy similar y la manera de empezar a cantar la estrofa más aún. De hecho, según empiezas a ver el vídeo de Shapiro, la sentencia parece clara: huele a plagio. Pero realmente ahí acaban las coincidencias. El estribillo (del que apenas podemos escuchar unos segundos en la versión de Youtube), no tiene nada que ver. Y puestos a ser un poco malpensados, el tema de Shapiro (supuestamente escrito en 1997), no ha sido subido a la popular web de vídeos hasta hace unos pocos días… ¿Coincidencia u oportunismo?

Al final, quede en lo que quede la cosa, la banda de Los Angeles, completamente desconocida hasta ayer, ocupa hoy centenares de páginas musicales de Internet, conversaciones de bar entre fans de los Hives y blogs musicales como éste. Así que, aunque el proceso judicial caiga del lado de los Hives, la batalla ya está ganada por parte de Shapiro.

¿Vosotros qué opináis?

Pignoise y el PP

Lo ocurrido estos días tras la actuación de Pignoise en un acto del PP vasco no tiene desperdicio. Repasemos: el pasado miércoles, Alvaro de Benito y sus dos compañeros de grupo tocan en casposo playback ante la cúpula del PP vasco en Bilbao. El objetivo del partido es mostrar su nueva cara, al «estilo Obama», en lo que han bautizado como«política pop.» La imagen es un poco desconcertante: tatuajes y crestas contrastan con el look de gente bien, como de misa de doce, que lucen los asistentes al acto. Suena «Sube a mi cohete». Políticos y juventudes peperas se arrancan con palmas (a destiempo, dicho sea de paso), al más puro estilo plató de programa televisivo. Todo como un poco chungo.

Al día siguiente, la tormenta mediática descarga sobre el grupo. La noticia de 20Minutos.es atesora cientos de comentarios. Quico Alsedo, bloguero de El Mundo, escribe un post lleno de ironía y mala baba (con el que me reí bastante), en el que los pone a parir por tocar ante «Borjamaris (…) con sus polos Ralph Lauren rosa». Y la imagen del grupo ante Basagoiti y compañía llena los telediarios. Ante todo ello, Pignoise se pronuncian a través de su manager emitiendo un comunicado en el que aseguran que «nosotros no pensamos en política» y que «si nos llamara Izquierda Unida también iríamos». Vaya pitote, amigos.

Reconozco que, al ver el vídeo por primera vez, sentí un poco de grima y un mucho de vergüenza ajena. Ni siquera pude terminar de verlo. Pero tratando de ir más allá, a uno le surgen un par de preguntas:

¿Por qué se monta tanto revuelo porque un grupo toque en un mitin del PP? A nadie le hubiera chocado si lo hicieran en uno del PSOE. En este sentido, y aunque mis ideas no puedan estar más lejos del partido de Rajoy, creo que hay algo dudosamente democrático en tanta crítica feroz: ¿hay que ser de izquierdas para ser músico? Pignoise dicen que hubieran tocado para cualquier partido. Pero ¿y qué si fueran peperos hasta la médula? ¿Serían por ello más ridículos o menos creíbles de lo que ya son? Sí, todos lo sabemos: Pignoise tienen menos de punkis que el propio Basagoiti. Pero, si me apuran, puestos a ir a contracorriente y la vista de la que se ha montado, es casi más punk tocar para el PP que para el PSOE, y más en el País Vasco, tal y como está el patio. Al fin y al cabo ser punk siempre consistió en tocar los cojones a lo establecido.

Bono solidario, Bono hipócrita

Paul David Hewson, más conocido como Bono, ha dado estos días un nuevo golpe de efecto en su imparable carrera hacia el Nobel de la Paz, al que ya optó en 2005 y 2006. El cantante de U2 ha sido fichado por el prestigioso The New York Times, para el que escribirá varias columnas (unas diez al año) en las que dará a conocer sus actividades humanitarias y tratará de convencer de la necesidad de actuar en pro de los más desfavorecidos del planeta, especialmente aquellos que padecen las consecuencias del hambre y el Sida. Y lo hará sin cobrar.

La noticia no sorprende. El carismático líder lleva ya muchos años en la primera línea mediática, reuniéndose con mandatarios de todo signo con la, en principio, noble intención de recaudar dinero para los más pobres. Sin embargo, la que podría ser una labor admirable, en el caso de Bono siempre despertó un apasionado debate: muchos piensan que es un hipócrita con más ganas de protagonismo y autopromoción que sólidos principios. Otros le consideran un auténtico mesías. Vayamos a los hechos. Y a las preguntas que surgen de ellos:

– Bono ha acudido a reuniones del G8, y se ha reunido de igual manera con todo tipo de mandararios, desde Bush hasta Mandela. Si partimos de la base de que el primero es un genocida que debería acabar ante el Tribunal de la Haya, ¿es Bono un capullo por concertar una reunión con él y reírle las gracias? ¿No es un poco incoherente cenar con los responsables de ahogar al Tercer Mundo para pedirles que dejen de hacerlo (algo que, por descontado, no van a hacer)?

– En principio, dichas reuniones tienen como objetivo lograr una mayor distribución de la riqueza en el mundo. Estamos hablando de un multimillonario con un patrimonio incalculable, que fijó Holanda como residencia fiscal para pagar menos impuestos. ¿No desprende todo ello un tufillo a demagogia barata?

– Bono parte de una conciencia sobre la pobreza que nace de su identidad católica, esa que se basa en la caridad. Dicho así, se podría afirmar que sigue sus propios principios. Sin embargo, ¿no pecan esos principios de ofrecer una visión simplista de la problemática en lugares como África?.

– Muchos han recriminado a Bono que su actitud perjudica más que beneficia a los más necesitados. Es el caso de Aaron With, que en agosto puso en marcha una curiosa iniciativa para recaudar votos con los que pedir al señor Bono que se retire de la vida política. Según él, una de las campañas impulsadas por el músico para luchar contra el Sida, RED, “ha gastado 40 millones de dólares (25,9 millones de euros) más en marketing que en la verdadera lucha contra la enfermedad». With asegura que «nadie pidió a Bono que se convirtiera en líder de nada».

– Frente a todo lo dicho, un solo argumento: Bono ha fundado la ONG DATA (Debt, AIDS, trade, Africa), y ha conseguido sacar algún tímido compromiso de algún que otro político, además de dinero. Si el hecho de que un tipo como él se movilice ayuda a que las cosas mejoren, aunque sea un poco, ¿no es eso sufcientemente valioso por sí mismo, por encima de cualquier otra consideración?

Una vez más, os pido vuestra opinión para abrir un debate que considero interesante. ¿Es Bono un gran hombre o un cantamañanas con ganas de popularidad?

Ceporros

Abunda en buen número de conciertos un especimen singular que, desgraciadamente, no se encuentra en peligro de extinción, sino que se multiplica a marchas forzadas. Un (habitualmente) voluminoso ejemplar que, previa ingesta de gran cantidad de alcohol, se comporta cual hooligan en cualquier evento musical, importándole bien poco tanto los que le rodean como la propia música. Sirvan un par de ejemplos ilustrativos.

Ejemplo 1. Concierto de Paul Weller. La Riviera. Madrid. Pasado sábado.

Ingleses. El concierto de Paul Weller en Madrid está hasta la bandera de ingleses. Es lógico. El príncipe de los mods es allí tan popular o más de lo que es por aquí un Alejandro Sanz (la comparación es absurda y jode, pero sirve para entendernos), y como es lógico, la comunidad británica radicada en los madriles acude en masa a ver al ex líder de los Jam. Pese a que la actuación del viejo Weller es un poco sosainas, los ingleses la gozan más que nadie y se ocupan de que todos nos enteremos de ello. El más mastodonte está a mi lado. Grita, hace aspavientos en todas direcciones, da cabezazos y golpea las vallas metálicas que hay junto a nosotros, con una mano del tamaño de mi cabeza y una fuerza tal que todo tiembla con cada golpe. Pum pum pum. De pronto, se detiene y se dirige a su acompañante: «Fuck, I’ve hurt my hand!» (¡mierda, me he hecho daño en la mano!). Suelta una sonora carcajada. Y sigue castigando la valla arrítmicamente (y con la misma mano). Pum pum pum.

Ejemplo 2. Concierto de los Dictators. Sala Heineken. Madrid. Un par de semanas atrás.

Un numeroso grupo de enfervorizados españoletes con pinta de bakalas (¿qué harían en un concierto de los Dictators? sólo dios lo sabe) disfruta dando por saco al personal, saltando encima de los montones de ropa y bolsos acumulados en una esquina, lanzando botellas al resto del público y haciendo el monicaco. No se saben ni media canción, pero para el caso da igual: cuando uno tiene ganas de jarana, lo mismo da estar en un concierto de los Dictators que en uno de Camela. Cualquiera les dice algo.

Son sólo dos casos recientes, y bastante leves comparados con situaciones mucho más violentas que me he llegado a encontrar años atrás, cuando frecuentaba conciertos en los que se practicaban salvajes pogos (de los que siempre te llevabas algún recuerdo en forma de moratón). Pero aquello no dejaba de ser voluntario. Y también minoritario. Mientras unos pocos desfogábamos nuestra vitalidad adolescente en las primeras filas, la mayoría disfrutaba del concierto sin demasiados contratiempos. Y aunque podía haber alguien pasado de vueltas, no solía haber malos rollos ni gente con ganas de molestar al resto gratuitamente.

O quizá lo único que pasa es que me hago mayor e intransigente.

Lo cierto es que a veces dan ganas de que llegue un cantante como Phil Anselmo (Pantera, Down), para que haga subirse al escenario al ceporro de turno y le ponga en su sitio. Ocurrió el pasado mes de noviembre en Texas. Anselmo saca al susodicho de entre el público, se encara con él y le obliga a arrodillarse para pedir perdón por arrojar un mini de cerveza al grupo: «Nunca faltes al respeto a esta audiencia. Ni a mí».

Los Planetas apestan, Los Planetas son dioses… ese eterno debate

Durante estos días, gran parte de los medios de comunicación, tanto especializados como generalistas, se han hecho eco del concierto de homenaje en el Auditorio Barcelona, el pasado miércoles, a una de las bandas capitales del indie patrio de las últimas dos décadas: Los Planetas. Allí estaban Nacho Vegas, Lagartija Nick, Lori Meyers, Clovis, Manos de Topo y Tachenko, entre otros abanderados del género. Un cartel del que se cayó el gran Enrique Morente, quizá el mayor atractivo del evento. Y un homenaje paradójico, pues Los Planetas siguen vivitos y coleando, y lo habitual en este mundillo es que los méritos de alguien no se reconozcan así hasta que ese alguien desaparece del mapa, ya sea artísticamente hablando o en el sentido literal.

En toda conversación en la que he estado presente a propósito de Los Planetas siempre se han enfrentado dos posturas tan radicalmente opuestas como irreconciliables. Por un lado, los que los detestan y los consideran sobrevalorados. Por otro, los que les veneran como auténticas divinidades, genios creativos intocables que han puesto banda sonora a toda una generación de españoletes que ahora roza la treintena.

Pese a que mi postura siempre estuvo más cercana al primer grupo que al segundo, a menudo no todo es ni tan blanco ni tan negro. Y es que es un mundillo éste, el de la música, en el que abundan los resabidos y la gente con más ganas de sentar cátedra que auténtico criterio. En mi caso, no es raro que me pueda sentir identificado con algunos de los argumentos que suelen esgrimir ambos bandos. Y así, éstos se enzarzan en mi interior como un absurdo partido de tenis entre alegatos pros y anti Planetas. Veamos.

– Nadie en su sano juicio puede poner en duda que Los Planetas son uno de los grupos más destacados que ha dado este país. Aunque sólo sea a nivel de influencia, la importancia de su legado es indiscutible. 0-15 para los defensores de Jota y compañía.

– La voz de Jota es a menudo irritante, con esa mezcla de desidia, noñez y nula vocalización. Cantar no canta mucho, esa es la verdad. Y encima es un soso del copón. 15-15.

– Atendiendo al contenido de muchas de las letras, la dificultad de entender a Jota cuando canta podría considerarse una virtud. Porque las letras de Los Planetas, pese a que muchos hayan querido venderlas como prodigiosas, siempre me parecieron mediocres e insustanciales. Eso por no hablar del rollo mesías/genio incomprendido que destila el propio Jota, que da un poco de repelús. 30-15.

– Para ser sincero, tienen más de una canción que me gusta. Y aunque se puedan contar con los dedos de una mano (y alguno me sobra), es justo darle al César lo que es del César… 30-30.

– Es cierto que ellos no tienen mucha culpa de ello, pero la ingente cantidad de grupos de sonido similar que han surgido en este país a raíz del éxito de Los Planetas, imitando incluso la propia manera de cantar de Jota, siempre me resultó un auténtico coñazo. 40-30.

– Musicalmente, no creo que la aportación de Los Planetas sea gran cosa. Es cierto, han mezclado y reciclado sonidos dispares con cierta originalidad. Pero a grandes rasgos se me hacen planos y aburridos. Juego, set y partido para mi lado más antiplanetero. Estaba claro.

A buen seguro, habrá entre los lectores un buen puñado de fans de Los Planetas que discrepen profunda y airadamente con mis argumentos desde una opinión más que formada, fruto de haber escuchado religiosamente sus discos muchas más veces que yo. Así que adelante, no sean tímidos y expláyense a gusto, que aquí estamos para eso.

Hip hop en la escuela

La escuela de música y danza de los Ogíjares, en Granada, ha puesto en marcha una iniciativa pionera. Por primera vez en España, su curso 2008-2009 contará con una asignatura dedicada a la cultura del hip hop, y más concretamente, al rap. El objetivo, según ha declarado el director del centro al diario granadino Ideal, es que «los jóvenes tengan una oferta adaptada a los nuevos tiempos». El encargado de impartir las clases será Alejandro Cano, Asube (en la imagen), un joven de 25 años que hace sus pinitos en el mundillo con su grupo, Cientouno, y que tratará de formar a «futuros raperos y raperas» a través de su experiencia, enseñándoles a construir los dos pilares clave de todo tema de rap: base y rima.

Hoy en día el rap es uno de los géneros con más adeptos entre la juventud española, y los medios han respondido dejando de lado parte de ese veto que tradicionalmente sufría. Hace unos años, hubiera sido impensable ver a grupos como La Excepción ganar un premio MTV y pasearse por los platós de televisión, a Violadores del Verso en lo más alto de las listas de ventas junto a los grandes iconos del pop o a miles de chavales colapsando citas festivaleras dedicadas en exclusiva a lo que ahora llaman «cultura urbana». Sin llegar al grado de aceptación masiva que el género tiene en países como Francia, es evidente que el rap se ha hecho mayor en España, y en gran medida ha salido del underground.

Sea como sea, no cabe duda de que estamos ante una buena noticia. Darle la posibilidad a un chaval de que aprenda algo que le motiva es siempre una buena iniciativa. Carece de sentido que alguien pueda estudiar jazz o canto y no pueda, si lo desea, aprender a rimar más allá de la práctica autodidacta. El rap tiene además unas características muy concretas que lo diferencian de otros estilos, y cuya enseñanza no está exenta de mérito. Es bien cierto que no requiere del dominio de un instrumento (una tarea que puede llevar años, doy fe), pero quien lo denosta gratuitamente ignora la dificultad que entraña dominar la métrica, fonética y semántica que, bien empleadas, pueden hacer de un tema de rap una obra extremadamente compleja en cuanto a su dimensión compositiva. Eso por no hablar de las bases, entre las que -es cierto- hay gran cantidad de medianías, pero también un gran número de obras maestras en las que abunda la instrumentación y altas dosis de creatividad.

Es posible que haya quien vea en esta noticia un hecho contraproducente: el rap se aprende en la calle, no entre las paredes de una escuela de música, rodeado de aprendices de violinistas y pianistas gafudos. Pero puristas hay en todas partes, y conviene hacerles un caso relativo. Porque al final, todo lo que sea fomentar el amor a la música a cualquier edad merece un aplauso por parte de todos.

Música y política

Tras su reunión, Rage Against the Machine han decidido volver a la arena, no sólo en lo musical sino también en lo político. Coincidiendo con la convención del Partido Republicano en Minneapolis, la banda de Zach de la Rocha actuará el 3 de septiembre en la ciudad con la idea de servir de contrapunto y denunciar a la administración Bush, algo que ha venido siendo habitual en sus últimos conciertos.

La de RATM siempre fue una propuesta peleona. Enemigos declarados del capitalismo, militantes antiglobalización y cercanos a movimientos como el mexicano Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), con el que el propio Zach colaboró en su día, los miembros del grupo vieron cómo sus canciones fueron censuradas de las radios estadounidenses en los días posteriores al 11-S, tras ser acusados de «antipatriotas». Su caso es además paradigmático, ya que es uno de los grupos que mayor audiencia ha congregado pregonando un mensaje de características tan incendiarias.

El binomio música-política siempre suscita un animado debate entre los melómanos de toda condición. Hay quien ve en la música una poderosa herramienta para transmitir ideas y provocar reacciones, y hay quien cree que los músicos harían mejor en dedicarse exclusivamente a lo suyo y dejar la política para los que de ella entienden. Recientemente, en una entrevista telefónica con el incansable Paul Anka, éste me aseguraba que muchos de los músicos que hablan de política lo hacen sin tener ni idea, repitiendo las proclamas que han oído decir a figuras de la sociedad norteamericana como George Clooney. Quizá no le falte algo de razón.

Lo que es innegable es que música y política han ido unidas en multitud de ocasiones a lo largo de la historia. Desde los juglares de la Edad Media, que criticaban en sus canciones multitud de aspectos de la sociedad de la época, hasta la corrección política de raíz caritativa de Bono, capaz de darse la mano con cualquier mandatario con tal de salir en la foto. Desde las ingenuas letras de Joe Strummer a las ansias de libertad de Bob Marley, pasando por los macroconciertos simultáneos organizados por Bob Geldof para luchar contra la pobreza: Live Aid en 1985 y su masiva réplica en 2005, Live 8. También por multitud de grupos que en nuestro país se han involucrado políticamente en cuestiones de diferente naturaleza.

¿Creéis que música y política deben mantenerse al margen? ¿Pueden los músicos cambiar el mundo a través de sus canciones?

El tocino y la velocidad

El Ayuntamiento de Novelda (Alicante) ha decidio cancelar la actuación del grupo The Juana Chaos en el Raïm Festival, que se celebrará este fin de semana en la localidad levantina. El concejal de Juventud de Novelda, Salvador Martínez, ha afirmado que «no se iba a permitir hacer apología del terrorismo». La actuación de The Juana Chaos había sido denunciada por el partido de Rosa Díez, UPyD, cuyo coordinador comarcal, Armando Esteve, afirmó ayer que el nombre de la banda «supone un grave menosprecio hacia las víctimas de los terroristas».

Este tipo de polémicas me hacen gracia, por una parte, y me enervan por otra. Me hacen gracia porque los miembros del grupo (cuatro chavales veinteañeros que viven en la propia localidad y que de ideología etarra no tienen nada de nada) han conseguido más promoción de la que nunca hubieran soñado, gracias a un nombre que a buen seguro se les ocurrió para recabar cierta atención mediática. Y me enervan porque demuestran (una vez más), que tenemos una clase política garrula e ignorante, que parece no tener cosas importantes de las que preocuparse y que a menudo mete sus zarpas donde no les llaman con el objetivo de actuar en base a los dictados de lo políticamente correcto. Que De Juana Chaos es un asesino que merece todos los desprecios es evidente. Pero que se trate de criminalizar a un grupo por haber hecho un juego de palabras con su nombre (bastante pobre, dicho sea de paso) es del todo absurdo.

El hecho es que casos estúpidos los hay a pares, aquí y en otros países. En Argentina, un grupo que se llamaba Hitler, Cristo y Yo acabó en los tribunales. En España hemos tenido nombres que han causado polémica como Comando 9mm o Lendakaris Muertos. Y todavía recuerdo cuando los madrileños Garzón se vieron obligados a rebautizarse como Grande-Marlaska por capricho de aquel juez (el segundo no puso ninguna pega, incluso le hizo gracia). Desde luego, y una vez más, noticias como esta vuelven a demostrar que hay quien no se entera de nada y confunde el tocino con la velocidad.

No lo entiendo

En este mismo momento están en la redacción del periódico dos miembros de D’Nash, esa boy band a la española (aquí siempre llegamos tarde a las modas) que representó a nuestro país en Eurovision el año pasado y no se comió un rosco.

Un par de horas antes de que llegaran, a las 10 de la mañana, bajé a fumarme un cigarro a la puerta del edificio de 20 Minutos. En la recepción había dos chicas sentadas. Una tendría unos treinta y pico, la otra no llegaría a los 20 años. ¿Adivináis qué hacían ahí? Eso mismo: esperar a los D’Nash. Habían venido nada menos que desde Murcia, y a las 8 de la mañana estaban como un clavo en la sede de 20 Minutos para ver en vivo y en directo a los musculados (pero sensibles) miembros de D’Nash. Eso es tenacidad y pasión, sin duda.

Un par de horas después, el número de grupis se había multiplicado. Decenas de ellas se amontonaban en la puerta, con fotos del grupo y bolígrafos, esperando la salida de sus ídolos para cazar un autógrafo o foto, o ambas cosas.

El fenómeno de los clubs de fans es algo extremadamente extraño, aunque tan viejo como las propias bandas de pop. Pero intentando dejar de lado toda crítica o burla facilona a una actitud de estas características, hago un esfuerzo y procuro comprender las razones que pueden llevar a alguien a venerar así a un grupo. O a un político, futbolista o torero, lo mismo me da. Tiendo a pensar que alguien que forma parte de un club de fans hace cosas como ésta para sentirse parte de algo, o simplemente para dar sentido a su existencia a base de idolatrar a los supuestos triunfadores. Y digo supuestos porque hay pocos casos tan clamorosamente casposos como el de D’Nash, una banda creada a raíz de un casting y concebida, a todas luces, como una estrategia de marketing pura y dura.

Si eso puede llegar a hacer feliz a alguien, adelante. Al fin y al cabo todos buscamos llenar nuestra vida con algo. Pero yo sigo sin entenderlo. Nunca sentí nada parecido por nada ni por nadie. Y en el fondo me pregunto si la existencia de fenómenos como este hacen más daño a la música que otra cosa. Quizás el problema sea partir del supuesto de que estamos hablando de música.