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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

Archivo de la categoría ‘Conciertos’

Dick Dale: El hombre que masturbaba a su guitarra

Viven entre nosotros. Se dejan caer por nuestras ciudades de cuando en cuando y tocan en pequeñas salas ante una fiel legión de seguidores. Son auténticas leyendas vivas a los que sólo unos pocos hacen el caso que se merecen. Y sin embargo, el día que fallezcan para engrosar las filas del olimpo del rock, todos, absolutamente todos los sabidillos del universo sonoro perderán el culo para ensalzar su contribución a la historia y el desarrollo de esta música que nos da la vida. Así son las cosas.

Esta noche toca en la madrileña Gruta 77 el viejo Dick Dale. El rey del surf-rock. El pionero de todo un género. El inventor de una manera única y frenética de tocar la guitarra. Agarren pues su tabla de surf más cercana y prepáranse para cabalgar sobre las olas. Aunque en Madrid sean de asfalto.

Nacido en Boston en 1937, hijo de padre libanés y madre polaca, Richard Anthony Monsour, que así se llamó al nacer, se mudó a California cuando apenas tenía 17 años. Corría 1954, y la costa oesta de EE UU estaba a punto de vivir una auténtica revolución. El surf, un deporte importado de Hawai, fue poco a poco ganando adeptos para popularizarse definitivamente a finales de la década. Con él llegaba toda una manera de entender la juventud: nueva, hedonista y ansiosa de libertad. Y nuestro protagonista, junto a bandas como The Ventures o The Surfaris, iba a ser el encargado de ponerle banda sonora. Desde muy joven, Dale tocaba el ukelele, la trompeta y la guitarra, y entre sus principales influencias estaban los sonidos de Oriente Medio, fruto de su contacto con un tío por parte paterna. Él fue, de hecho, uno de los primeros guitarristas estadounidenses en introducir escalas orientales en la música de su país. Pero si por algo pasará a la historia será por su utilización de la reverb, con la que quiso emular el sonido de las olas. Vive dios que lo consiguió.

Dick Dale debutó en 1962 con el imprescindible «Surfer’s Choice». Pero tuvieron que pasar treinta años para que, de la mano de Tarantino, una de sus canciones fuera conocida hasta por el último monicaco del planeta. Sí, esa.

Si tenéis un hueco, ya sabéis qué hacer esta noche. Luego podréis contar con orgullo que visteis a Dick Dale masturbar a su guitarra sobre un escenario.

Kitty, Daisy & Lewis. ¿Qué hacías tú en la adolescencia?

A los 14, 15 o 16 años, uno se dedica a cosas propias de la edad: Pillarse tus primeros y descontrolados pedos chispas, intentar acercarte por todos los medios al género opuesto (o propio, según el caso), destrozar el mobiliario urbano con un monopatín, hacer el zascandil con tu pandilla de amigos… En fin, un poco lo que comunmente se denomina hacer el gilipollas. Es lo que toca. Y lo que daríamos por seguir haciéndolo.

Pero hay gente que se dedica a otros menesteres no menos interesantes. Los hermanos Kitty, Daisy & Lewis Durham, estos tres pequeños y elegantes jovenzuelos de la fotografía, apostaron por la música. Lo hicieron, en gran medida, gracias al apoyo decidido de sus progenitores, músicos de profesión, que les metieron en vena sus viejos vinilos de rockabilly, swing, country y blues desde su más tierna infancia. No sólo eso, sino que además les enseñaron a tocar multitud de instrumentos, desde guitarras a acordeones, pasando por banjos, xilófonos o ukeleles, y pusieron a su disposición un pequeño estudio casero para grabar sus maquetas. Así ya se puede, ya.

Cuando Kitty, Daisy y Lewis sólo tenían 12, 14 y 16 años respectivamente, ya habían grabado un single, Honolulu Rock. El verano de 2008 debutaron con un disco homónimo formado en su mayoría por versiones de clásicos, grabado de manera completamente analógica y editado en formato CD y vinilo de doce pulgadas a 78 revoluciones, algo que no se veía desde hace más de medio siglo. Todo como muy deliveradamente retro. Pero las canciones, que al fin y al cabo es lo que nos importa, merecían la pena. Y mucho.

El de Kitty, Daisy & Lewis es un ejercicio de revival, sí, pero del que anda sobrado de buen gusto. El mejor rock and roll de viejo cuño acude a nuestra mente al escuchar joyas como Going up the country, Mean son of a gun o Ooo Wee, teletransportándonos de manera instantánea a otro lugar, a otro tiempo. Días de grasa en el tupé e inocente rebeldía juvenil. Días dorados plagados de buena música.

Tras tocar ayer en Barcelona, Kitty, Daisy & Lewis recalan esta noche en Madrid. Id a verles, bailad como posesos y expandid la palabra del buen rock and roll vía boca a boca o Internet. Aunque no sea analógico.

¿Se puede hacer punk en acústico?

Sí, se puede. Al menos así lo cren Jaakko & Jay, un dúo finlandés del que, me apuesto una cerveza, no habéis oído hablar. Pero no preocuparse: aquí estamos los siempre avezados y listillos periodistas para poner remedio a vuestra ignorancia.

Jaakko & Jay fusionan el punk melódico de toda la vida con el folk, armados únicamente con una guitarra acústica y un mini set de batería (caja, bombo y plato). Acaban de publicar su primera referencia, War is Noise, con el muy recomendable sello Fullsteam Records, y ahora vienen a presentarlo a España gracias a los amigos de Cuervo Music.

Más allás del interés de su música, que lo tiene y mucho, el suyo es un directo al que merece la pena asistir. Básicamente, porque Jaakko & Jay la lían parda. La interacción con el público, el desenfreno impredecible y la diversión salvaje están asegurados. Y por si fuera poco, el precio es de los que dan risa con los tiempos que corren. Helos aquí junto a las fechas:

– 11/02 Wurlitzer Ballroom, Madrid (8/10€) con The Shellac Family

– 12/02 Gaztetxe Deusto, Bilbao con Radioaktiva y Horses of Disaster (3€)

– 13/02 Be Cool, Barcelona (8/10€)

Que alguien defienda a Ramoncín

Si elaborásemos un top 10 de los personajes más odiados de este país, no me cabe ninguna duda de que en los puestos de Champions estaría José Ramón Julio Martínez Márquez, Ramoncín para los amigos (y para los enemigos también). Cualquier noticia en esta web que tenga como protagonista al que fuera rey del pollo frito genera un alud de comentarios furibundos. Y es que su férrea campaña contra las descargas y su defensa del canon digital llevadas a cabo desde la SGAE no se las perdona nadie. Y eso que hace ya dos años que abandonó el organismo dirigido por Teddy Bautista y dejó de ser el abanderado de la causa, alegando que «ya había tenido bastante».

Esta semana Ramoncín ha vuelto a ser noticia por su polémica con la revista El Jueves. Una vez más, un vídeo que no pasaba de mera anécdota se hace enormemente popular por el intento del afectado de que no se difunda. El tiro por la culata de toda la vida, vamos. Como el que se llevaron en la cara los partidarios de aquella anacrónica retirada de los quiscos del número de la revista en el que se caricaturizaba el coito principesco. Ay, qué ridículo más grande, madre.

Por todo esto, por tener claro que Ramoncín cae a un elevadísimo porcentaje de la población como una patada en los mismos huevos, no deja de sorprenderme que su carrera musical siga adelante con cierto éxito. Y digo cierto éxito porque acaba de publicar un disco de versiones que presenta el día 23 en la madrileña Joy Eslava, una sala que, con un aforo de 1.600 personas, no resulta fácil llenar. Así que nuestro viejo amigo (son casi 54 palos los que gasta ya, aunque no los aparente) tiene más fans de los que muchos se imaginan. No de esos que le tiraron de todo en el Viñarock 2006, no, sino de los que aplauden con furor y entusiasmo sus canciones y trayectoria.

Yo, en convencimiento de que casi nadie merece ser sometido a una lapidación pública como la que ha sufrido el pobre Ramoncín, invito a esos fans a pasarse por los foros de este periódico (o de este blog) a defender el buen nombre de su ídolo. Buena falta le hace.

Lenny Kravitz: no se puede molar más

12 de la mañana en un céntrico hotel madrileño. Los fotógrafos esperan la llegada del mulato más célebre del rock norteamericano. Se hace el silencio: ahí está. Momento photocall. Flashes, gritos de los fotógrafos para llamar su atención, poses naturalmente forzadas… Guau. El circo del rock en todo su esplendor desfila ante mí.

Si no fuera porque uno de sus ojos mira a Cuenca y el otro un poco a Albacete (detalle que esconde habilmente tras sus inseparables gafas de sol), no se podría molar más que Lenny Kravitz. Está cachas, se rodea de mujeres de buen ver, su piñata brilla como en un anuncio de blanqueador dental y su música gusta tanto a aficionados al buen rock como a gente que a lo más que llega es a escuchar los 40. Hasta Sarkozy es su fan incondicional. Y además destila ese rollo de «soy la hostia y lo sabéis». Cómo molas, Lenny.

El motivo de la rueda de prensa no era otro que su paso por nuestro país: este viernes, Kravitz será el encargado de inaugurar la Caja Mágica, ese recinto ultramoderno construído pensando en la remota posibilidad de que Madrid organice los Juegos Olímpicos de 2016. Como el lugar esta pensado para el tenis, no han faltado las preguntas sobre Nadal (dos de las escasas siete u ocho que se le han hecho tenían algo que ver con él). Y es que a los españoles se nos cae la baba oyendo a un guiri famoso decir que uno de los nuestros es el mejor en algo. Y claro, luego los medios titulamos por ahí. En todo caso, los 25 minutos de rueda tampoco han dado para mucho más que lugares comunes. Había que sacarle un titular.

Que el bueno de Lenny nunca inventó nada no se le escapa a nadie: lo suyo fue recuperar el hard rock, la psicodelia, el funk, el soul y algún otro sonido de los 60 y 70 para revisarlos en clave asequible. Eso no quita para que firmase dos primeros álbumes, «Let Love Rule» y «Mamma Said», plagados de canciones memorables. Y aunque mantuvo el tipo en el notable «Are you gonna go my way», casi mejor no citar alguno de sus estrepitosos discos posteriores. Desde que te hiciste tan religioso molas menos, Lenny.

Ahora, cuando se cumplen 20 años de sus primeros pasos en una industria discográfica que le ha hecho multimillonario, llega la hora de valorar su aportación a la música popular de las últimas dos décadas. Ya no solo como músico y productor, sino también como compositor (de su puño y letra salieron temas como «Justify my love» de Madonna e incluso discos enteros como el homónimo de Vanessa Paradis, siempre demostrando su buen olfato para los hits). También su papel de figura mediática del rock y sus coqueteos con el papel couché.

Lenny Kravitz, ¿genio o músico del montón?

DeVotchKa: alianza de civilizaciones

¿Qué hay en Denver, Colorado, aparte de las Montañas Rocosas y pueblos perdidos de la América profunda que inspiran series como South Park? ¿Armas en los supermercados y fundamentalistas religiosos? Es posible, pero también unos cuantos grupos que no tienen desperdicio. Y no hablo del pop edulcorado y coñacete de The Fray, no. Tampoco de The Apples in Stereo, probablemente la banda local más conocida a este lado del charco…

El nombre de DeVotchKa (derivado de un término en ruso que significa «chica joven»), quizá no diga nada a algunos. Pero muchos caerán en la cuenta al recordar la banda sonora de la oscarizada Pequeña Miss Sunshine: 10 de las 14 canciones que suenan en la película son suyas, lo que supuso para nuestros protagonistas de hoy todo un trampolín.

«How it ends» ponía la música durante los créditos finales:

DeVotchKa es un grupo peculiar. Tanto, que resulta complicado decir a qué suenan. Beben de la música balcánica, romaní, griega… Pero también del folk, el rock y el punk. Una auténtica alianza musical de civilizaciones con los países del este como eje central, lo que tiene su explicación en los orígenes gitanos de Nick Urata, vocalista, guitarrista y pianista (también toca el ceremín, pero decir que es cereminista suena aún más extraño que el propio nombre del instrumento).

Por si ver a DeVotchKa en concierto no fuera de por sí suficientemente apetecible, en su gira española (mañana en Madrid, pasado en Gijón) estarán acompañados por los sevillanos Pony Bravo, de los que os hablé hace no demasiado tiempo: son una de las bandas más originales surgidas últimamente en este país. Suenan a sur. A desierto y a carretera. A paisajes enigmáticos y a menudo desconcertantes… Hay que escucharlos. Podéis hacerlo en su web, donde han colgado íntegramente su primer trabajo, Si bajo de espalda no me da miedo y otras historias.

Geoff Farina: virtuosismo y emoción

Si algo tiene de bueno escribir un blog es poder hablar de lo que a uno le da la gana. No hay más. Tratándose de música, sé lo que hay: cuando hago referencia a grupos minoritarios y desconocidos para el gran público, el número de visitas y comentarios cae a niveles ínfimos, incomparables a los de entradas como la anterior a esta (lo siento chicos, no voy a regalar los cds). Pero, afortunadamente, sigo contando con la libertad para compaginar ese tipo de posts con otros como el de hoy. Porque sigo convencido de que, tal y como ocurre con la propia música, en la variedad está el gusto.

Tras este imporpovisado e innecesario speech, al lío, que hoy traigo cosa buena.

Geoff Farina es un guitarrista, cantante y compositor de Boston que se ha ganado a pulso el estatus de leyenda de la música independiente norteamericana. Su carrera al frente de los inimitables Karate (un grupo que toqué de pasada hace ya tiempo) merecería un capítulo aparte. Creadores de un irresistible híbrido de indie rock y jazz -estilo hacia el que fueron derivando en sus últimos trabajos-, cuentan en su haber con una colección de canciones de las que dejan huella. Íntimas y preciosistas, con impredecibles desarrollos y esa manera de cantar (un poco mal, pero con estilo) que siempre caracterizó a Farina.

Desgraciadamente, casi todo lo bueno termina: Karate dijeron adiós y nuestro protagonista se centró en sus restantes y múltiples proyectos paralelos, como The Secret Stars, Glorytellers o su prolífica carrera en solitario. Ahora nos visita en esta última faceta, la más íntima, pura y desnuda: esta noche estará teloneando a los japoneses Mono en la sala Apolo de Barcelona y mañana en el Círculo de Bellas Artes de Madrid junto a Ainara LeGardon.


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Toots & The Maytals: reyes del reggae

Parece que sí, que esta es la buena: ya está aquí la primavera. Ya llega el sol, las terracitas y el impagable goce de salir del curro cuando todavía es de día. Y ya no paso frío en la moto.

Para celebrarlo, hoy os traigo uno de esos grupos que alegran el día a cualquiera: los legendarios y únicos Toots & The Maytals, aprovechando que mañana tocan en Madrid (sala Heineken) y pasado en Barcelona (sala Apolo). Un pedazo de Jamaica en nuestro país.

Formados a principios de los 60 en la capital del país, Kingston, el grupo está liderado por el carismático vocalista Frederick ‘Toots’ Hibbert, quien siempre fue su principal activo. Procedente de una familia humilde y profundamente religiosa de May Pen -una pequeña localidad a orillas del Río Minho, en el centro del país-, Toots creció cantando en el coro de una iglesia local. Aquello le confirió una afinidad especial con los sonidos del gospel y el soul, lo que, unido a su singular voz, le llevaría años después a ser comparado con Otis Redding.

En 1961, con sólo trece años, Toots se trasladó a la capital de Jamaica, donde conoció a Henry Gordon y Nathaniel McCarthy, con quienes formó el trío vocal The Maytals (en la imagen). Tan solo un año después, y coincidiendo con la independencia del país de Gran Bretaña, el grupo publicó su primer disco, «Hallelujah», una poderosa mezcla de dos estilos, el gospel y el ska, un género este último que vivía entonces sus días dorados en Jamaica.

La prometedora carrera de The Maytals se vio truncada cuando, entre 1966 y 1967, Hilbert estuvo en prisión por posesión de marihuana. Pero lo que podía haber sido un golpe letal acabó de la mejor manera imaginable: Toots salió de prisión, el grupo volvió a reunirse bajo la denominación Toots & The Maytals y el éxito llamó a su puerta, gracias a hits como «Do the reggae» (la primera canción que acuñó el término), «54-46 That’s My Number» (en alusión al número que le había sido asignado en prisión», «Monkey Man» o la inolvidable «Pressure Drop».

Al igual que ocurrió con otros artistas jamaicanos del hoy conocido como «roots reggae» (reggae de raíces), el sonido de The Maytals había evolucionado, llevando los ritmos del ska a un tempo más reposado, el rocksteady, y finalmente, al reggae. Se dice que la culpable de esta progresiva ralentización fue una intensa ola de calor que azotó la isla, y que provocó que los músicos tocaran más despacio.

Durante los 70, el grupo alcanzó sus cotas máximas de popularidad, en parte gracias a la creciente atención que empezaba a recabar la música jamaicana en occidente debido al éxito de Bob Marley y a la edición de sus discos por parte de Island. Pero Toots & The Maytals jugaban en otra liga. Lo suyo tenía poco que ver con el culto rastafari que profesaba Marley, pues ellos eran de origen cristiano. Y su música, pese a cosechar un considerable éxito más allá de las fronteras de Jamaica, nunca fue un fenómeno global comparable al de su compatriota, que ya empezaba a reventar las listas de medio mundo. Pero eso ya es otra historia…

¿Qué tienen The Killers?

Ayer, la banda de Las Vegas abarrotó el madrileño Palacio de Deportes. 15.000 personas acudieron a ver al mormón Brandon Flowers y compañía, en un concierto para el que las entradas estaban agotadísimas hace más de un mes. Y hasta 100 eurazos que se pagaban en la reventa, oiga.

Y yo, cojo y me pregunto: ¿qué demonios tienen The Killers?

Les vengo siguiendo vagamente desde Hot Fuss, un disco con un par de temas frescos. Sam’s Town me fue ganando con las escuchas sin llegar a apasionarme, y Day and age ha pasado por mi vida sin pena ni gloria. Vale, están bien. Y ya.

No termino de entender qué es lo que ha cambiado en su propuesta para que, en su última visita a Madrid (hace cuatro años), tocaran en la sala Copérnico ante 400 personas y ayer fueran recibidos como si Depeche Mode se tratase. Al fin y al cabo hablamos de una banda con sólo tres discos en la calle.

Convénzanme de sus bondades como grupo, oh, apasionados fans de The Killers. Más allá de que sean la banda de moda.

Larga vida a los conciertos cortos

– Arriba los grupos que dejan con ganas al personal. Porque lo bueno, si breve, dos veces bueno. Siempre.

– Arriba los grupos que pasan de los bises (o como mucho hacen uno). Porque es un recurso tan efectista como sobado. Y ya huele.

– Abajo los grupos que creen que tienen que ofrecer dos horas de concierto para que la gente se vaya contenta a su casa. No, no y no. Sois un tostón.

– Abajo, por extensión, los insaciables fans que se cabrean si su grupo del alma toca menos que eso. Poneos el disco en casa si os habéis quedado con ganas.

Por todo esto, yo clamo: larga vida a los conciertos cortos.