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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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José González. Te va a gustar

Si eres un inculto musical, te va a gustar José González, cantautor sueco de padres argentinos y protagonista de hoy en Entrada Gratuita. ¿Por qué? Porque ya escuchaste una de sus canciones en un anuncio de la tele, ese aparato que en su día te descubrió a decenas de grupos de los que ahora eres fan (aunque sólo sea de un pequeño fragmento de una canción). ¿Que no recuerdas el anuncio? Sí, hombre, sí. El de las bolitas de colores.

Si no te gusta el folk, te va a gustar José González. Aunque aborrezcas a Russian Red y otras propuestas similares, tan de moda últimamente. Porque el minimalismo de sus canciones es diferente. Quizás porque tocaba en un grupo de hardcore punk. Quizá porque tiene influencia de flamenco y eso se nota en su manera de tocar. Por lo que sea, pero es especial. Además, hace versiones de temas que nada tienen que ver con el folk y que probablemente conozcas, como «Teardrop», de Massive Attack o «Love will tear us all apart», de Joy Division.

Si te va el rollo acústico, sincero y sin aditivos, te va a gustar a José González. De hecho, en ese caso probablemente ya estés familiarizado con una trayectoria que, aunque corta (dos discos y un puñado de EPs), ya ha dejado una extensa colección de temas memorables, compuestos, ejecutados y cantados con un talento fuera de lo común. Pasión y melodía en estado puro.


Cabe la posibilidad de que, con esto y con todo, no te guste José González. De ser así, casi mejor, porque ya no queda ni una entrada para verle mañana en Madrid (Joy Eslava), en el que será el último concierto de su gira española.

Psapp. Unidos por los juguetes

Chico conoce chica. Se caen bien. Les une la afición por Tom Waits, The Cure, los juguetes y los gatos. Así que juntos deciden formar una banda.

Esta es la sencilla historia de Galia Durant y Carim Clasmann, o lo que es lo mismo, Psapp (pronúnciese sap), un grupo londinense difícil de encasillar. Y es que en sus canciones el dúo encaja, cual armonioso puzzle, electrónica experimental, sonidos reales, instrumentos de juguete (tambores, xilófonos, panderetas, cascabeles..), melodías de pop dulce y, sobre todo, mucha sensibilidad.

Como todo ello era casi imposible de definir en una sola palabra, a algún avispado que por allí pasaba se le ocurrió acuñar el término de turno para referirse a Psapp: toytronica. No iba muy desencaminado. Pero olvídense de prejuicios absurdos. Incluso de etiquetas, a ser posible: lo que hacen Psapp es música bonita. También entrañable, delicada y sutil. Pero sobre todo, bonita.

Como no podía ser de otra forma (a veces la justicia cósmica hace su trabajo), alguien se dio cuenta del gancho de las canciones de Psapp y decidió darles un empujón. Fueron los responsables de la exitosa «Anatomia de Grey», que escogieron Cosy in the Rocket como tema principal de la serie.

Tras un discreto paso por España hace un par de años, el dúo se vuelve a dejar caer por aquí. Lo hace para presentar las canciones de The Camel’s Back, su tercer largo. Hoy estarán en la sala Caracol (Madrid) y mañana en Razzmatazz 3 (Barcelona). No os los perdáis.

Espíritu punk, melodía pop

Aguerridos, afilados, crudos. Pero también dulces, tarareables y pegadizos. Así son The Muffs, una de mis bandas predilectas del punk pop californiano de los 90. Y uno de esos grupos a los que siempre quise ver en directo. Hoy, 13 años después de su última visita, y en plenos preparativos de lo que será su nuevo disco, The Muffs actúan en Madrid.

Liderados por la simpar Kim Shattuck, una de las voces más singulares y enérgicas de la penúltima generación punk, The Muffs comenzaron su andadura en 1991. Tras publicar un par de singles con Sympathy for the Record Industry y Sub Pop, y hacerse un nombre gracias a su pasmosa facilidad para combinar melodía y mala leche, firmaron un contrato con la multinacional Warner para editar su primer álbum, el imprescindible «The Muffs» (1993). Y cómo empezaba, el jodío:

The Muffs tenía muchas papeletas para convertirse en una de las bandas de moda. Era el momento, con grupos de chicas como Hole, L7 o Elastica triunfando en las radios, y el sonido del punk melódico de Green Day y Offspring a punto de explotar. Pero no fue así. Quizás porque The Muffs nunca se casaron con nadie y prefirieron seguir su propio camino: No parecían ser especialmente cool como para arrasar en la MTV, a pesar del carisma de su líder. Tampoco encajaban en el movimiento Riot Grrrl, (el feminismo se la traía bastante floja, lo suyo era pasarlo bien). Quizás, y simplemente, no estuvieron en el lugar apropiado en el momento apropiado. O no quisieron. Tras publicar los otros dos discos acordados por contrato con Warner -«Blonder and Blonder» (1995) y «Happy Birthday to Me» (1997)-, The Muffs volvieron a la independencia para publicar tres discos más, el último de ellos de 2004, «Really really happy», con un sonido algo más dócil pero igualmente irresistible:

La trayectoria de The Muffs ha contribuído a que se hable de ellos empleando la tan recurrente etiqueta de grupo de culto. Y claro, por fin llega el día en el que vuelven a subirse a un escenario y sus fans acudimos fieles a la cita. No podía ser de otra manera.

Y es que, aunque ya no seamos adolescentes, mola acordarse por un rato.

The Gutter Twins: menos es más

Épico, brillante, conmovedor. Cuesta dar con los adjetivos apropiados para definir lo que se vivió ayer en el madrileño teatro Calderón (ahora conocido como teatro Haagen Dags). Mark Lanegan y Greg Dully, o lo que es lo mismo, The Gutter Twins, ofrecieron un concierto acústico lleno de intensidad emocional, de esos que no se olvidan nunca.

Para los que no sepan de qué estamos hablando,un par de apuntes. Mark Lanegan es el ex vocalista de Screaming Trees, una banda de grunge formada en Seattle a mediados de los 80 con un buen puñado de discos memorables. Tras su separación, emprendió una impecable carrera en solitario que durante años ha compaginado con otros proyectos: colabora puntualmente con Queens of the Stone Age, en su día grabó un disco con Isobel Campbell (ex de Belle & Sebastian), y ha liderado otros deslumbrantes proyectos como Soulsavers. Vamos, que no para, el amigo.

Greg Dulli, por su parte, fue el líder de otra banda legendaria del rock alternativo americano, Afghan Whigs. En la actualidad compagina su carrera en solitario con un grupo, The Twilight Singers, en el que también colabora el propio Lanegan.

Acompañados únicamente por un guitarrista, Dave Rosser, con Dulli alternándose a la guitarra y el piano y un Lanegan -completamente inmóvil- haciéndose cargo exclusivamente de su profunda voz, los tres se valieron de sobra para transmitir el amplio abanico de sensaciones que destilan sus canciones. Desde las más oscuras e introspectivas, las de Lanegan, a las más pasionales de Dulli, llenas de luz y matices.

La combinación de las voces de ambos da un juego a especial a su propuesta. Por sí mismas, las cuerdas vocales de Lanegan son capaces de hacer temblar cada rincón de cualquier sala: abre la boca y te tiemblan las entrañas. Los pelos se te erizan y el alma se estremece. La voz de Dulli, mucho más aguda -y algo más limitada-, posee también un feeling único a la hora de dibujar melodías.

A lo largo de un concierto que se hizo corto entonaron algunos de los temas de su único disco hasta la fecha como The Gutter Twins, el sobrecogedor «Saturnalia», alternados con un puñado de canciones de Lanegan (las más celebradas), otras tantas de Dulli y alguna concesión al cancionero de The Twilight Singers, además de un par de versiones facturadas con elegancia: el clásico del country «Tenessee Waltz» y la archiconocida «Dreams», de los Everly Brothers, a la que aportaron su personal sello. Y todos a nuestras casas (o al bar más cercano) tan contentos.

El duelo acústico entre estos dos gigantes del rock americano volvió a poner de manifiesto que, cuando se tiene el talento, menos es más. Y si ese intenso minimialismo se puede disfrutar sentado cómodamente en la butaca de un teatro, mejor que mejor. Será que me estoy haciendo viejo…

The Gutter Twins – «All Misery/Flowers»

Joe Lally: el bajo, por encima de todo

El bajo es quizá el instrumento más injustamente denostado del rock. Es habitual que la gente de a pie no preste atención al bajista ni valore su forma de tocar. Para muchos, incluso, pasa desapercibido. La realidad es que, en un grupo, el bajo es tan importante, o más, que cualquier otro instrumento. Un ejemplo. Cuando una guitarra suena mal o el cantante desafina, se aprecia de manera individual. Queda feo. Por contra, cuando el bajo suena mal, todo cojea globalmente. Y es que no hay nada como una buena base para poder construir, como es debido, el esqueleto de una canción.

Grabar un disco en el que toda la música bascule alrededor del bajo es toda una osadía. Los papeles se invierten, y todo toma otro color. Ese fue el planteamiento inicial de Joe Lally, bajista de Fugazi, a la hora de lanzarse a la aventura como músico en solitario. Rodeado de un amplio grupo de colaboradores y amigos, lanzó en 2006 «There to There», un disco debut marcado por el minimalismo instrumental que tuvo continuidad un año después con «Nothing is underrated». Con el el bajo como indiscutible epicentro, tan solo arropado por suaves líneas de batería con cierto regusto jazz y ocasionales arreglos de guitarra, Lally susurra unas canciones de alta carga política y social para disfrutar con calma, no aptas para los fans de la vertiente más ruda y primigenia de su banda madre.

A la espera de un hipotético regreso de Fugazi (que llevan casi ocho años en punto muerto), las aventuras en solitario de cada uno de sus miembros son más que bienvenidas. Y más aún si incluyen nuestro país en una gira. Es lo que tiene que nuestro protagonista de hoy viva en Roma…

Joe Lally, que ayer estuvo en la Sidecar barcelonesa, actuará hoy en Murcia, mañana en Madrid, pasado en Irún y el domingo en Zaragoza.

Pide un concierto

Tú simplemente pídelo. Luego ya veremos lo que se puede hacer al respecto.

Ese es el sencillo planteamiento de la web pideunconcierto.com, una original propuesta que nació el pasado mes de diciembre. Tras registrarse de manera gratuita, los usuarios pueden votar por el artista que les gustaría que tocase en su pueblo o ciudad. El objetivo es «reflejar en qué lugares hay mayor interés por cada grupo». Como es lógico, el papel de las promotoras, agencias y managers en todo el entramado es fundamental. Gracias a la web, éstas pueden disponer de un baremo para sopesar qué nivel de interés generan sus bandas y, así, garantizar que el concierto sea un éxito. La web cuenta con un ránking en el que se sitúan los artistas que más votos han recibido. En este momento, Loquillo es el líder indiscutible en los dos primeros puestos: 742 personas piden que toque en Barcelona y otras 458 que lo haga en Laviana, Asturias. New Kids on the Block le siguen de cerca…

Así, a bote pronto, se me ocurren un par de pegas que sacarle a la idea.

– Para que se cumplieran los nobles objetivos de sus creadores, sería imprescindible que pideunconcierto.com fuera una web masiva. Sólo así podría convertirse en un instrumento verdaderamente útil. Y es que, a día de hoy, con cientos de nuevas y buenas ideas surgiendo a cada instante en la Red, resulta sencillo pasar desapercibido, a no ser que se haga una campaña muy potente y se tenga el apoyo de todos los artífices, grandes y pequeños, del sector de la música en directo.

– El concepto parte de la ingenua premisa de que todo aquel que afirma que le gustaría ver a tal o cual grupo iría realmente a verlo en caso de producirse, lo cual no siempre es cierto. El ejemplo claro es la red de eventos de Lastfm: yo soy el primero que se apunta a conciertos a los que luego no siempre puedo asistir.

– Toda iniciativa basada en el voto popular vía Internet entraña dos riesgos: por un lado, la trampa, casi siempre posible. Por otro, acabar convertido en un reducto de grupis que compiten entre sí para que su grupo del alma esté más alto que ningún otro. Suele pasar.

Por encima de peros, sugerencias y reflexiones, es evidente que el proyecto es una idea positiva y rebosa buenas intenciones. El mero hecho de intentar fomentar la música en directo ya merece todo apoyo y reconocimiento. Suerte.

Ilustración de María Gil.

El rey de la tristeza

Hubo un tiempo en que la etiqueta emo no se utilizaba para designar a grupos de adolescentes con flequillo, pose atormentada y uñas pintadas. Se trataba entonces de un apelativo claramente minoritario, e incluso rechazado por las bandas de Washington que, a mediados de los 80, fueron pioneras del supuesto género, como Rites of Spring, Embrace o One Last Wish. Herederos de la crudeza y la rabia del hardcore, aquellos grupos habían optado por explorar sus sentimientos más oscuros y adaptarlos, a su manera, a los postulados de la música furiosa que habían mamado.

Con el paso del tiempo, aquella etiqueta se alejó del hardcore y se comenzó a aplicar a bandas de corte más indie. Fue la llamada segunda generación del emo, que englobó a aformaciones como Texas Is The Reason, Mineral y, sobre todo, Sunny Day Real Estate. La banda de Seattle destacó sobre el resto por plasmar como nadie la tristeza en sus canciones, convirtiéndose por méritos propios en una de las bandas clave del rock alternativo americano de la primera mitad de los 90.

El líder de aquella banda, Jeremy Enigk, es nuestro protagonista de hoy.

A buen seguro, el bueno de Enigk detestaría leer la palabra emo junto a su ilustre nombre. Y aunque sea necesario emplearla para entendernos, no lo faltaría buena parte de razón en su cabreo. Y es que hace tiempo que su música es tan rica en matices que trasciende géneros, supera etiquetas y traspasa fronteras. La última de ellas ha sido la de nuestro país: para grabar su último trabajo en solitario (y ya van cinco), Enigk se ha rodeado de algunos de los músicos más destacados de la escena catalana: Ramon Rodríguez (Madee, The New Raemon) a la guitarra, Ricky Falkner (Standstill, The New Raemon) al bajo y producción, Santi Garcia (No More Lies, Ghouls ‘n Ghosts) a la guitarra y también a la producción, y Victor Garcia (Ghouls ‘n Ghosts, Crossword) a la batería. Un conexión musical de lujo y un compositor único (e infravalorado también), cuya inimitable voz sonará hoy y mañana en Barcelona y Madrid, respectivamente. Lo hará teloneado por otra banda excepcional, Madee, cuyo cantante repetirá en ambos conciertos.

Os dejo un vídeo de Enigk tocando, en acústico, River to the sea, uno de los temas de su anterior trabajo, The Missing Link.

Leyendas travestidas

La suya es una batallita contada en innumerables ocasiones. Un clásico de la historia del rock: grupo que durante su tiempo de vida apenas se come un rosco es reivindicado con el paso de los años –y separación mediante– como pionero e influencia básica para multitud de grupos posteriores, todos ellos de repercusión y éxito mucho mayor.

Los New York Dolls se formaron en la Gran manzana en el lejano 1971. Sin apenas saberlo, fueron los encargados de poner las bases de un género, el punk, que explotaría a finales de la década, lo que les ha hecho compartir la etiqueta de proto-punk con bandas como los Stooges de Iggy Pop, The Dictators o MC5. Ellos dieron el pistoletazo de salida a una escena que, poco después, situaría a Nueva York en el centro del mundo del rock con bandas como los Ramones, Blondie, Television o Talking Heads. Y lo hicieron aportando además el desparpajo del glam, con una estética de travestidos y un desmedido descaro que heredarían en los 80 las insufribles bandas de hair metal.

Hoy, y con sólo dos de sus miembros originales vivos (el cantante David Johansen y el guitarrista Syl Sylvain), vuelven tras publicar nuevo álbum en 2006, de título más que apropiado One Day It Will Please Us to Remember Even This. (Algún día nos gustará recordar incluso esto). Seguro que sí.

Ahora es el momento. Comienza el debate entre los que creen que el grupo que viene a tocar (hoy en Madrid, mañana en Zaragoza, pasado mañana en Barakaldo y el sábado en Zaragoza) es sólo la sombra de lo que fueron los New York Dolls, y los que, por el contrario, están convencidos de que ésta es una gran ocasión (quizá la última) para ver sobre las tablas a un grupo legendario. Abran fuego.

The New York Dolls: Personality crisis:

Swing contra la crisis

Volvamos la vista atrás, unos setenta años, y trasladémonos a un clandestino club de la América de la Gran Depresión. El ambiente está cargado. El sudor y el humo se pueden cortar con tijeras. Sólo una preocupación planea sobre la pista de baile: pasarlo bien, desfogarse, darlo todo en el parquet. El resto: los agobios, las penurias y las calamidades de la crisis posterior al crack del 29 se han dejado en la puerta, junto al sombrero. Ahora toca disfrutar. Que suene el swing.

De vuelta en el siglo XXI, la palabra crisis está casi tan presente como entonces. Y aunque los peces gordos de Wall Street aún no se arrojan por las ventanas de sus lujosos despachos del downtown neoyorquino, la música vuelve a perfilarse como el mejor bálsamo contra la acuciante situación económica y cualquier otro contratiempo. Como siempre.

Royal Crown Revue vienen de Los Angeles. Formados hace casi 20 años, la suya es la historia de una de esas bandas que encabezan todo un revival, el llamado neoswing. Puede que a muchos no les suenen nombres como Cherry Poppin Daddies, The Atomic Fireballs, Big Bad Voodoo Daddy o The Brian Setzer Orchestra (la banda del líder de los Stray Cats), pero durante unos años de la década de los 90, fueron los encargados de volver a poner de moda un género mágico y energético como pocos.

Y es que, amigos, si algunos de ustedes puede escuchar Barflies at the beach, Something’s Gotta Give, o Hey, Pachuco! (que puso banda sonora a La Máscara) sin mover las caderas, chasquear los dedos o -en el caso de los más tímidos- dejar escapar un leve movimiento de pies bajo la mesa, es que tienen horchata en las venas, y no sangre. Hagan la prueba. Si el cuerpo no responde, la cura pasa por acudir a cualquiera de los conciertos que ofrecerán a lo largo de esta semana por España. Mañana estarán en Madrid (Caracol), el miércoles en Alicante (Stéreo), el jueves en Valencia (Wha Wha), el viernes en Barcelona (Razzmatazz 3) y el sábado en Vitoria (Helldorado). Para no perdérselo.

Cierra La Riviera

Lo que faltaba. Teníamos pocas salas de conciertos en Madrid y cierran una de las más activas, La Riviera. La cosa no acaba ahí. El consistorio ha echado el cierre también a discotecas como el Moma (José Abascal), el But (Barceló), y una de las salas con mejor sonido de la ciudad (aunque con una programación muy alejada del rock), el Macumba, ubicado en la estación de Chamartín. Se rumorea además que locales como el Dink (en Malasaña), el Archy (Marqués de Riscal), el Déjate Besar (Hermanos Bécquer) y otros muchos pueden ser los siguientes en caer. Estás que te sales, Gállar.

Como podéis leer en la noticia, el cierre de La Riviera obedece a las reiteradas denuncias por falta de licencias, ruidos, ampliación de horarios o venta de alcohol a menores. Pero como también sabréis, todo ello coincide con el triste suceso del Balcón de Rosales y la posterior alarma social entre la opinión pública, lo que sin duda no ha hecho más que acelerar un proceso que, por dejadez o pura conveniencia, se venía demorando desde hace años. Ahora, y para que parezca que se actúa con celeridad y contundencia desde el Ayuntamiento, se coge y se hace todo a capón, sin tener en cuenta a los perjudicados. Los más inmediatos, los que tenían programados conciertos para este fin de semana: Sidonie, que trasladan su concierto de esta noche a la discoteca Joy Eslava (a la misma hora), y Stereolab, que se lo llevan el domingo a la mítica -pero mucho más pequeña- Sala Sol, lo que ha obligado a que ya no se vendan más entradas.

Por mi parte, seré plenamente sincero: me es bastante indiferente que se cierren discotecas. Las hay a pares y apenas las frecuento. Pero el problema que Madrid tiene con las salas de conciertos -que ya viene de largo- raya lo vergonzante y es impropio de una ciudad de más de tres millones de habitantes. Tras los cierres de Canciller, hace ya unos años, el derribo de Aqualung y el fulminante cierre de hoy de La Riviera, prácticamente nos hemos quedado sin salas de aforo medio, aquellas en las que caben entre mil y dos mil personas. Y yo me pregunto, si el cierre de La Riviera se prolonga, ¿dónde van a tocar los grupos que se encuentran a medio camino entre la sala Heineken (800 personas) y el Rockódromo (12.000 personas)?. Porque son unos cuantos, y arrastran a un público más que numeroso. Basta echar la vista atrás para ver la cantidad de conciertos que ha programado La Riviera durante el último año, colgando el cartel de «no hay entradas» con una asiduidad pasmosa.

Los problemas de licencias que puedan tener las salas no son de la incumbencia de los que amamos la música. Si hay motivos legales y de seguridad de auténtico peso para cerrarlas, que las cierren. Pero alguien tendrá que poner de su parte y promover que otras puedan ocupar su lugar con todas las garantías. Porque es un atentado cultural que una ciudad como ésta no apueste más que por los conciertos multitudinarios. Y es que, señores del Ayuntamiento, necesitamos mucho más que Rock in Rio para poder presumir de tener una ciudad en condiciones.

Hoy Madrid es un poco más gris.