Entrada gratuita Entrada gratuita

"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

Archivo de la categoría ‘Conciertos’

El timo de las entradas

La generalización de la venta y reventa de entradas vía Internet tiene un riesgo que ayer quedó patente en el multitudinario y pirotécnico show que Lady Gaga ofreció en Madrid. Cientos de personas (miles, según algunas fuentes) compraron entradas falsas (burdas fotocopias de las originales) y se quedaron con toda la Poker Face al ver que no podían acceder al concierto que probablemente llevaban meses esperando.

Al parecer, las entradas falsas fueron compradas a particulares en webs de intercambio que, como parece lógico, no tienen intención alguna de responsabilizarse del tongo. Y así, el asunto -que pasa por ser el mayor timo de estas características ocurrido en nuestro país- tiene muy mala pinta de cara a los que pretenden recuperar su dinero.

Sólo he comprado entradas en reventa en dos ocasiones. La última me encontré en la Red con actitudes de lo más extraño, como gente que intentaba comprar entradas en un foro al mismo tiempo que las ofrecía en otro. Y sin embargo, la acabé adquiriendo sin problemas. No se me pasó por la cabeza que podría ser víctima de un timo como el ocurrido ayer. Eso sí, las dos veces compré las entradas al mismo precio al que se habían puesto a la venta en taquilla, lo que reduce considerablemente el riesgo de ser estafado.

Lo ocurrido ayer demuestra que, efectivamente, mucha gente tiende a pensar bien del prójimo incluso cuando hay dinero de por medio. ¿Inocencia, estupidez supina? No lo creo. Simplemente es normal pensar que el que te revende una entrada es simplemente eso, un reventa, y no un timador. Y aunque no pueda ponerme en la piel del que está dispuesto a pagar 100 euros o más por ver a Lady Gaga, sí puedo comprender la frustración de quienes se quedaron ayer en la calle maldiciendo al timador de turno mientras los otros miles de fans bailaban en el interior a ritmo de Alejandro.

Al menos espero que os quedarais con su cara.

The Naked Heroes: dos son multitud

De un tiempo a esta parte, el formato dúo se ha puesto de moda. No me refiero a las colaboraciones de Melendi con Pignoise, ni a la que ahora ha formado Albert Hammond con un sinfín de artistas (entre ellos Dani Martín, en una curiosa combinación donde las haya), sino a las bandas que apuestan por una formación de sólo dos miembros.

Algunos dirán que The White Stripes fueron pioneros en demostrar que dos son multitud. Y aunque desde siempre ha habido quien ha apostado por tan minimalista formación, no es menos cierto que la estrepitosa irrupción de Jack y Meg White en el planeta rock fue fundamental para normalizar el dúo como opción habitual para una banda. Hoy día, nombres como Black Keys, Two Gallants, Mr. Airplane Man, MGMT o The Ting Tings dan buena cuenta de ello. En nuestro país, grupos como Cuchillo, His Majesty the King o The Joe K-Plan se encargan de dejar el pabellón alto.

Estos días tenemos la oportunidad de disfrutar del directo de uno de los dúos más en forma de Nueva York. Y a buen seguro, una de las bandas de las que más se hablará próximamente. Son marido y mujer y se llaman The Naked Heroes. Una auténtica apisonadora de rock and roll macarrónico y grasiento. Como a mí me gusta.

The Naked Heroes presentan estos días en nuestro país el intachable «99 Diamonds». Y lo hacen con una gira de las buenas. Diez fechas (de las que ya han quemado dos) que les llevarán a Donosti  (día 24, Ondarra Club), Ubide (25, Elkargunea), Altsasua (26, Altsasuko Gaztetxea), Úbeda (27, La Tetería), Burgos (1 de diciembre, El Vagón), Madrid (2, Wurlitzer Ballroom), Bilbao (3, Crazy Horse), y Barcelona (4, Moog).

Para celebrarlo, Entrada Gratuita y Cuervo Music os regalan tres camisetas de la banda. Tan bonicas tan bonicas que hasta Robbie Williams la lleva con orgullo. Se las llevarán los tres primeros que respondan a una sencilla pregunta:

¿De qué barrio neoyorquino son The Naked Heroes?

<object width=»640″ height=»385″><param name=»movie» value=»https://www.youtube.com/v/cLSKTgpFAeI?fs=1&amp;hl=es_ES»></param><param name=»allowFullScreen» value=»true»></param><param name=»allowscriptaccess» value=»always»></param><embed src=»https://www.youtube.com/v/cLSKTgpFAeI?fs=1&amp;hl=es_ES» type=»application/x-shockwave-flash» allowscriptaccess=»always» allowfullscreen=»true» width=»640″ height=»385″></embed></object>

El regreso de Atom Rhumba

Es tan frecuente hablar de bandas que se separan, que casi suena extraño hacerlo de una que vuelve. Es cierto, a veces sucede. Pero en la mayor parte de los casos no se trata más que de viejas glorias que, pasados varios lustros o décadas, deciden volver al ruedo por cuestiones, a veces, dudosamente lícitas. No es el caso.

Los bilbaínos Atom Rhumba, una de las formaciones más interesantes que ha parido el País Vasco en los últimos tiempos, dejaron los escenarios en 2008. Rober, su vocalista, había sido padre. Y claro, había que centrarse «en darle amor, que los críos de ahora están todos con una falta de cariño que luego te salen bakalas, policías o cosas peores» según ellos mismos contaban recientemente en una entrevista en La Ganzua. Atrás dejaban discos tan imprescindibles como Backbone Ritmo o Amateur Universes.

Ahora, Atom Rhumba vuelven con nuevo trabajo, Gargantuan Melee, en el que llevan un paso más allá sus coordenadas habituales. A saber, blues, rock and roll, arrebatos funk y soul, alma punk y esos ritmos tan suyos que hacen que, aunque seas un sieso, no puedas evitar menearte al menos un poco.

La gira de regreso, que comenzó el pasado viernes en Santander, les llevará este viernes a la sala Zero de Tarragona. El sábado estarán en el City Hall de Barcelona; el 19 en la Jimmy Jazz de Vitoria-Gasteiz; el 26 en la Calleja de la Ciega de Oviedo; el 27 en el Black Pearl Heineken Club de Valladolid. Ya en diciembre, pasarán por la sala Plantabaja de Granada (el día 10); el Teatro Cánovas de Málaga (11) y en el Kafe Antzoki de Bilbao (el 18). Si pueden, no se los pierdan.

El informe también indica que en la red de microblogging participan  más mujeres que hombres (53% frente a un 47%

Gargantuan Melee

)

Rock y matemáticas. La extraña alianza

De entre la amalgama de etiquetas estúpidas que empleamos habitualmente los periodistas para tratar de encasillar los diferentes géneros y subgéneros musicales, pocas son tan curiosas e ilustrativas como el apelativo math, (matemático para los no angloparlantes). Math rock, math core. Math por aquí, math por allá. Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en que muchas propuestas de rock marcadas por la búsqueda de la innovación rupturista recibían alegremente el apelativo de marras: Slint, Shellac, Don Caballero, Battles, Foals… Todas eran math rock. Bandas de las que se decía que se inspiraban en las matemáticas para dar forma a sus canciones. Y eso que los paralelismos entre ellas a menudo no pasaban de lo anecdótico. Ya ves tú qué cosas.

En realidad, todo lo que puede abarcar la denominación math no es más que una derivación, en mayor o menor medida, del rock progresivo. Música hecha con la cabeza que se asienta en estructuras complejas, ritmos marcados y contundentes y desarrollos que rozan lo impredecible. Nada que no hicieran centenares de bandas hace décadas, pero pasado por la túrmix de la modernidad.

En el mundo del metal, el virtuosismo está a la orden del día. No tanto en el del hardcore, marcado por un espíritu cercano al punk consistente en sacar, desde una óptica más visceral que académica, la mala baba que casi todos tenemos dentro. Por eso propuestas como la de nuestros protagonistas de hoy, The Dillinger Escape Plan, a mitad de camino entre ambos sonidos, resultaron en su momento tan estimulantes.

Formados en 1997, la banda de Nueva Jersey debutó dos años después con Calculating Infinity. Un álbum vanguardista en su concepción, experimental en su factura y virulento en su minutaje, que tan pronto vapuleaba al oyente con atmósferas industriales como lo confundía con postulados del jazz latino. Tres años después, el grupo dio un paso más allá con el EP «Irony is a dead scene», en el que colaboró el siempre inquieto Mike Patton, líder de Faith No More, Fantomas, Mr. Bungle y Tomahawk, entre otros. Por aquel entonces, The Dillinger Escape Plan ya se habían forjado un nombre entre los amantes de los sonidos más cafres del metal ávidos de una nueva vuelta de tuerca en el género.

Ahora, cuando ya cuentan con cuatro discos a sus espladas, The Dillinger Escape Plan vienen de gira a nuestro país para presentar Option Paralysis, su último y sesudo trabajo. Esta noche tocan en el Café Antzokia de Bilbao, mañana en la sala Heineken de Madrid y pasado en la Razzmatazz 2 de Barcelona.

Mala leche, sí. Pero de la que surge del cerebelo para luego sacarla desde las tripas.

A botellazos contra Guns n’ Roses

Durante mis recientes vacaciones por el mundo balcánico no he parado de ver carteles anunciando la inminente gira de Guns n’ Roses (lo que queda de ellos, se entiende) por aquellas latitudes. Y es que el tour internacional de Axl Rose y sus nuevos mercenarios, que estos días ha pasado por las islas británicas y mañana llega a Roma, va a recorrer medio planeta. También España, donde recalarán el próximo mes de octubre. Aún me lo estoy pensando.

Lo que se podía presuponer como un paseo triunfal del viejo Axl a lomos de su inolvidable colección de hits de antaño (lo de «Chinese Democracy» mejor vamos a obviarlo) no lo está siendo tanto. Sin ir más lejos, antes de ayer, durante su concierto en Dublín, se armó la del pulpo. Según informó el diario The Irish Times, la banda de Los Angeles apareció sobre el escenario a las 22.25, casi una hora y media más tarde de lo programado. Y claro, a esas horas los irlandeses ya llevan un pedo de colores. Entre eso y que muchos fans habrían acudido a regañadientes por lo poco que queda de la banda original y lo antipático y bocazas del propio Axl, no tadó en desatarse el abucheo general. Y ya se sabe que eso Axl lo lleva bastante mal. De poco sirvió que Ron Thal, el tipo que ahora hace de Slash, intentase animar al respetable con el riff inicial de «Welcome to the jungle». Ni siquiera templó los silbidos el legendario grito de Axl abriendo el tema de marras. Porque a las primeras de cambio llegó el primer botellazo Y el mal rollo.

Por suerte para nosotros, siempre hay alguien que dedica la mayor parte del concierto a mirar por el objetivo de su videocámara. Así que ahora podemos disfrutar del impagable y bochornoso momentazo gracias a Youtube:

De entrada, que un grupo suspenda un concierto por la actitud de un capullo malnacido debe ser tanto o más doloroso que un botellazo en la sien. No puedo imaginar la decepción de quien, por ejemplo, lleva a su hijo a un concierto en el que se produce tan desagradable situación y se tiene que tragar el dinero de su entrada. Por otro lado, que polémica y Guns n’ Roses han ido tradicionalmente unidos es algo de sobra conocido por todos (para el recuerdo quedan aquellas imágenes de Axl emprendiéndola a golpes con un fan en St. Louis). Pero entonces tenía como algo de gracia. Hoy ya ni eso.

Cuando el emo era emo

Hubo un tiempo en que el apelativo emo no se empleaba para referirse a adolescentes de estética seudogótica, flequillo delineado y actitud pretendidamente apesadumbrada. Corrían los 80, y ciertas bandas provenientes del hardcore-punk comenzaron a explorar terrenos líricos e instrumentales alejados de los postulados del género. Rites of Spring, Embrace o Fugazi, entre otros, forjaron una nueva manera de entender la música fiera y veloz a través de una mayor introspección, una serie de acordes y cambios de ritmo más impredecibles y un poso de rabia e inconformismo personal, honesto y doliente, dando un paso más en la evolución de la escena. Algún avispado (probablemente un periodista listillo) pensó que aquel sonido contenía un componente emotivo más acentuado de lo que ya de por sí tiene toda la música, y englobó a todas aquellas bandas bajo el paraguas de la etiqueta emocore. Todos renegaron de ella por vacía, inservible y estúpida.

Años después, ya a mediados de los 90, grupos de rock alternativo como Sunny Day Real Estate, Jawbreaker o Texas is the Reason fueron incluídos en una segunda hornada emo. Su sonido poco o nada tenía que ver con el de aquellas bandas primigenias, pero había en su música un indudable componente de pasión desbocada, desencanto posadolescente y, por qué no decirlo, algo de flagelación autocompasiva. A finales de la década, el cajón de sastre del emo se había extendido a propuestas de toda índole y condición, sirviendo tanto para referirse a grupos eminentemente indies de raíz más o menos punk, como The Promise Ring, The Anniversary, Braid, Mineral, Jets to Brazil o The Get Up Kids, como a propuestas claramente folk, desde Pedro The Lion o Dashboard Confesional hasta, incluso, los primeros discos del hoy reverenciado Connor Oberst, líder de Bright Eyes. El sello Deep Elm (uno de los hogares del emo de entonces junto a otros como Jade Tree) editó la serie de recopilatorio The Emo Diaries, y el término acabó por desvirtuarse completamente. A partir de ahí, las grandes multinacionales vieron el filón y comenzaron a denominar emo a bandas de punk-pop para todos los públicos como Brand New, Newfound Glory, Saves the Day o Something Corporate. Llegados a este punto, vuelta al primer párrafo.

Todo este tostón viene al caso. Mañana actúa en Madrid una de mis bandas favoritas y, probablemente, una de las últimas en recibir el apelativo emo con algo de sentido (si es que alguna vez lo tuvo). Oriundos de Kansas City, The Get Up Kids pueden presumir de contar en su discografía con uno de los discos más redondos y apasionantes del indie-rock americano de los 90, el sublime «Something to write home about». También en su haber, el visceral «Four Minute Mile» o el muy recomendable y más reposado «On a Wire», amén de un par de EPs gloriosos («Woodson» y «Red Letter Day» son auténticas joyas) y algún disco bastante más olvidable, como el que hasta el día de hoy es su último LP, «Guilt Show». Tras tres años separados, en 2008 decidieron reunirse (eso sí, convertidos ya en felices padres de familia) para escribir nuevas canciones y publicar un EP, «Simple Science», que acaba de ver la luz y apenas pasa del aprobado raspado. Poco importa. Esta noche sonarán, a buen seguro, algunos de los himnos y melodías que a un servidor más marcaron en su posadolescencia.

Puede que mañana derrame alguna que otra lágrima viendo a The Get Up Kids. Porque aunque no me pinte las uñas de negro ni el pelo me caiga sobre la cara, yo también soy un poco emo. Pero de cuando el emo era emo.

Un concierto en la azotea

Sucedió una mañana del 30 de enero de 1969. Los Beatles, los cuatro de Liverpool, se subían a la azotea de los estudios Apple de Londres para ofrecer el que sería su último concierto. En plena grabación de «Let it be» (el último de sus discos en ser editado, aunque «Abbey Road» se grabaría posteriormente), Paul, John, Ringo y George estaban enzarzados en una interminable espiral de malos rollos. Orgullo, ego, drogas, y Yoko Ono de por medio metiendo cizaña parecían formar un cóctel demasiado explosivo como para mantener viva a la banda por más tiempo. Los días de los Beatles estaban contados. Y sin embargo, todas las tensiones se dejaron a un lado para subir al tejado del edificio y ofrecer a los atónitos viandantes 42 minutos de vibrante show. Un espectáculo sobrecogedor que comenzó con «Get back» y se prolongó hasta que llegó la siempre oportuna policía (los vecinos se habían quejado del ruido) y les obligó a apagar sus amplis para siempre. Aquel era el adiós de la banda más grande de la historia.

Mañana, con la idea de recordar tan emblemático e improvisado show cuatro décadas después, la azotea del madrileño Círculo de Bellas Artes acoge un concierto en el que se darán cita algunos de los más destacados artistas de nuestra música. Amaral, Vetusta Morla, Coque Malla, Tulsa… Vale, no son los Beatles, pero el concepto tiene su aquel. Y aunque un servidor no estará allí, sino en la cercana Boite recordando sus años mozos con el muy apetecible concierto acústico de Joey Cape (Lagwagon) y Tony Sly (No Use for a Name), recomienda encarecidamente el recital del Círculo. Seguro que esta vez (y sin que sirva de precedente) no aparecen los maderos para aguar la fiesta.

Eh! y Pony Bravo, en el teatro Lara

Cada vez me gusta más ver conciertos en teatros. Será porque me da la sensación de que la gente guarda un respetuoso silencio que invita a concentrarse en cada detalle de la actuación. Será porque todo el público puede disfrutar de una visibilidad casi perfecta… O será porque me estoy haciendo (un poco) mayor y de vez en cuando me gusta estar apoltronado en una butaca disfrutando de un buen concierto. El hecho es que, para determinados tipos de música, me parece una opción de lo más sugerente.

Ayer me acerqué a ver el concierto de Eh! (en la foto) y Pony Bravo en el madrileño teatro Lara, y una vez más pude confirmar, punto por punto, el párrafo anterior. Cerveza en mano, vibré con dos de las propuestas más interesantes que se pueden encontrar hoy en día en la música independiente española. Dos maneras radicalmente distintas de entender la música con un punto en común: la intensidad y el gusto por los desarrollos cuidados.

Definir a los sevillanos Pony Bravo es una tarea ardua. Suenan a rock andaluz y a blues, a reggae jamaicano y a swing. A folk, a electrónica, a punk, a copla y a western. Suenan a todo y, al mismo tiempo, sólo a ellos mismos. Apoyados en una base rítmica hipnótica y en el personal timbre de una voz inquietante y profunda, han logrado construír un universo propio, surrealista y adictivo. Con razón todo el mundo habla de ellos. Ayer defendieron las canciones de su debut, «Si bajo de espaldas no me da miedo y otras historias» (descargable de manera gratuita desde su myspace) con una solvencia que casi asusta a estas alturas de carrera discográfica. «El rayo», «El piloto automático», «Trinchera», «Guarda forestal» sonaron redondas y compactas. Junto a ellas, temas nuevos que darán qué hablar («La rave de Dios» no tiene desperdicio). Y al final, el público se pone en pie y se rompe las manos a aplaudir. Bravo, Pony.

Como no tienen vídeo oficial, os dejo un playback de «El Rayo» colgado por una fan. No tiene desperdicio.

Lo de Elías Egido es para echarle de comer aparte. El catalán, residente en Madrid desde que abandonara su labor como bajista de Standstill, ha dado forma en Eh! a un proyecto instrumental en el que la experimentación, el buen gusto y la intensidad afloran a cada nota, a cada silencio, a cada instante. Rodeado de diez experimentados músicos -violín, chelo, teclado, xilófono, guitarras, batería…- desplegó sobre el escenario del Lara todo un abanico de emociones impredecibles en forma de notas que bien podrían poner magistral banda sonora a cualquier filme de suspense. Jazz, post-hardcore, electrónica… filmcore, lo llaman algunos. Por momentos, su propuesta llega a dar auténtico miedo por lo sobrecogedor de su épica y su orquestado caos. «33 de 48», uno de los discos más sobresalientes del año pasado, tendrá su continuación en una reválida que el grupo grabará este mismo verano. Y sus seguidores, que siguen creciendo de forma exponencial, nos frotamos las manos.

Kiss: el gran circo del rock and roll

Madrid. Siete de la tarde de lo que aparentemente es un martes cualquiera. Los habitantes de un barrio tan facha y conservador como Goya flipan en colores ante la presencia de una muchedumbre pintoresca: Hordas de jóvenes y no tan jóvenes con la cara pintada (algunos de manera magistral, otros cutres como ellos solos, aunque igualmente orgullosos), colapsan las inmediaciones del Palacio de los Deportes. ¿Una fiesta de carnaval? ¿Una de esas quedadas frikis del orgullo zombie? Nada de eso, señora: los sesentones Kiss tocan en Madrid. No, no es un martes cualquiera.

¿Que quienes son Kiss? A ver cómo lo explicamos sin paños calientes: Kiss es un grupo de hard rock de medio pelo, al menos en lo estrictamente musical. Contemos con la excepción de un pequeño puñado de hits, evitemos a los siempre irritantes fanáticos, pasemos por alto su icónica contribución a la historia de la música del siglo pasado y lo que nos queda es eso: una banda del montón. De las que celebras escuchar a las cuatro de la mañana borracho perdido en un bar, sí. Y ya.

Pero ah, amigos. Kiss son rock and roll en estado puro. Porque nadie como ellos lleva al escenario todos y cada uno de los sobadísimos clichés del género. Porque nadie sabe sacar tanto partido a sus canciones. Y sobre todo, porque nadie ha sabido crear a su alrededor el aparato de márketing casi místico que ellos llevan cuatro décadas explotando a base de bien. Pero bien, bien: Camisetas (40 euros llegaban a costar, algún insensato picaría), muñecos, cómics, pósters, llaveros, gorras, tazas…. y también algún disco que otro. Todo un universo de gilipolleces kitsch que, para qué negarlo, molan mucho. Pero porque son los Kiss, que si no de qué.

Al lío. Me hubiera gustado ver a Imperial State Electric, la banda del ex Hellacopters Nick Royale, pero las siete y media sigue sin parecerme una hora propicia para un concierto. Así que cuando un servidor se plantó en el abarrotado foso fue para asisistir directamente a la apoteósica aparición de los cuatro jinetes del Apocalipsis montados en sendas plataformas. Comenzó entonces un espectáculo pirotécnico de lo más entretenido: Dos horas y media en las que ante los ojos del espectador no paran de suceder cosas: fuegos artificiales a cascoporro, guitarras que vuelan, sangre de mentirijillas, coreografías perfectas, Eric Singer que saca un bazoca y se carga un foco, (también de mentirijillas), Gene Simmons que enseña sin parar lo larga que sigue teniendo la lengua y despliega sus alas para cruzar volando el cielo palacio… Y mientras tanto, el respetable asiste ojoplático al despliegue de medios. Como niños chicos, oiga.

¿Y las canciones? Sí, también sonaron. Por un lado, los prescindibles temas de «Sonic Boom», su último disco. Por otro, los himnos que casi todos habíamos ido a escuchar: «Crazy crazy nights», «Detroit rock City», «Rock and roll all nite»… y al final, confeti, mucho confeti. Y uno se va de allí con la sonrisa puesta, convencido de que ha sido testigo de algo irrepetible, inenarrable, incomparable: el gran circo del rock and roll.

Lou Reed ofrecerá un concierto sólo para perros

Lou Reed es un tipo raro, capaz de dar forma tanto a auténticas obras maestras en forma de canciones como a truños del tamaño del Empire State Building. Y de cuando en cuando, como si quisiera demostrar al mundo que su capacidad para sorprender sigue intacta a pesar de los años, se marca alguna excentricidad que otra. Sin ir más lejos, el pasado 29 de abril dejó plantados a 50 periodistas en Palma de Mallorca porque «estaba cansado». Antes de tomar esa decisión ya se había dedicado a tocar los cojones pidiendo sillas de oficina con ruedas y un micrófono traído desde casa para la rueda de prensa.

Pero esta vez, Reed parece haber ido un paso más allá en su piradura de pinza. Aunque copn cierta gracia, eso sí. Junto a su mujer, la igualmente peculiar Laurie Anderson, ofrecerá en Sidney un concierto pensado exclusivamente para perros, en el marco del festival Vivid Live de Sídney, cuya programación confeccionan precisamente ellos. ¿Y cómo se hace eso? Pues empleando altas frecuencias que sólo pueden percibir los canes, un trabajo que ha desarrollado la propia Anderson, conocida por sus pinitos en la música experimental.

La pareja ha recomendado a sus dueños que se lleven algo para entretenerse mientras sus mascotas «disfrutan» de los 20 minutos de concierto, que ha sido bautizado con el muy original nombre de «Music for Dogs» . Aunque me imagino que será más divertido observar la reacción de los perros. ¿Se pondrán todos a aullar como locos? ¿Harán un salvaje pogo canino? Lo más probable es que se dediquen a lo que suelen: olerse los culos, mear y plantar olorosos mojones. Alguno, pelearse, a lo sumo. En todo caso, nadie garantiza que les vaya a gustar. Recibir un animal abucheo debe ser de las pocas cosas que le queden por hacer al bueno de Reed.