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¿Es seguro que los niños coman espinacas y acelgas?

Hace unos días la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN) publicaba una actualización sobre las recomendaciones de consumo de verduras y hortalizas de hoja en niños y bebés. Y como no podía ser de otra forma, a muchos padres y madres les entró el agobio sobre si las comidas que están ofreciendo a sus hijos son adecuadas o si lo habían estado haciendo bien en los últimos meses. Lo cierto es que los pediatras recomendamos desde hace muchos años que este tipo de verduras no se introduzcan en la alimentación de los niños hasta por lo menos el año de vida, para evitar una exposición excesiva a nitratos que podría conducir a una enfermedad rara que se llama metahemoglobinemia. A lo largo de este post os explicamos todo lo que tenéis que saber sobre este tema para que podáis ofrecer a vuestros hijos una alimentación sana y variada sin temores ni dudas. Lee el resto de la entrada »

¿Cada cuántos días hay que bañar a un bebé?

Llegan las ocho de la tarde y en tu cabecita una voz se pregunta: «¿Lo baño hoy o lo dejo para mañana?». En ese momento un angelito aparece en tu hombro derecho y te dice que mejor hoy, no vaya a ser que llame la abuela para preguntar qué tal ha pasado el día su nieto y se entere de que se ha ido a dormir sin haberle metido un buen fregao; mientras, en el otro hombro aparece un diablillo que te intenta convencer de que no pasa nada por dejarlo para el día siguiente, que suficiente has tenido ya con levantarte a las 6.30 am, trabajar hasta las 5 pm, hacer de animadora infantil el resto de la tarde como para ahora montarse un spa para niños cuando a ti lo que te apetece es espanzurrarte en en el sofá y ponerte Netflix.

La pregunta en cuestión tiene mucha más miga de lo que podáis imaginar, o al menos eso me parece a mí, ya que muchos padres y madres nos preguntan en consulta cada cuánto deben bañar a sus hijos entre otros menesteres de higiene infantil. En este post intentaré poner un poco de sentido común al asunto, pero sin perder la perspectiva médica, que al fin y al cabo es la que a nosotros nos atañe.

¿Por qué hay que bañar a los niños?

Desde el mismo momento en que los niños nacen cabe la posibilidad de que se ensucien. De hecho, tras el parto se encuentran impregnados en líquido amniótico y sangre de su mamá que antes o después habrá que lavar de sus pequeños cuerpecitos.

Y a medida que se abren paso a la vida empiezan a surgir otras situaciones que pueden hacer que el bebé esté sucio o no huela bien, como esa caca enorme que le mancha toda la espalda, un pis a modo de fuente que le moja la tripa o regurgitaciones de leche que no es que huelan especialmente bien. Más adelante, cuando empiezan a tener algo de autonomía para desplazarse por si mismos, lo normal es que se arrastren por el suelo y se conviertan en una escoba atrapapolvo. Y si pensamos en cómo se ponen con la alimentación complementaria ya no te quiero ni contar.

A partir de los dos o tres años suelen volver del parque hasta arriba de barro, manchas de césped y vaya usted a saber qué más… Y al acercarse a la adolescencia, quizá ya no se manchen tan a menudo, pero su olor corporal se transforma en algo parecido a un vestuario de gimnasio.

Todas estas situaciones nos deben hacer pensar que en los niños hay que mantener un mínimo de higiene corporal (o quizás aspirar a un máximo). Y hasta que se hagan mayores y sean ellos los que decidan cada cuánto se deben duchar, somos los padres los que debemos tomar la decisión de cuándo pasarlos por el agua y jabón de la bañera. En la mayoría de las ocasiones esto dependerá de si el niño está limpio o sucio.

La piel de los bebés es delicada (y también la de los niños y los adultos)

Aunque no lo parezca, la piel es uno de los órganos más importantes del cuerpo humano. Entre otras muchas cosas nos sirve de barrera física contra las agresiones externas del mundo en el que vivimos. Por eso tenemos vello corporal -que nos protege del frío-, pelo en la cabeza -otro buen aliado contra el frío, pero también contra los golpes– o cejas y pestañas -que proporcionan protección a los ojos-.

Por otro lado, como si de una mano de pintura invisible se tratara, nuestra piel está recubierta por una finísima capa de grasa que proviene de las glándulas sebáceas que hay en ella y que nos aísla de la humedad y otras inclemencias meteorológicas, además de protegernos de contaminantes externos o algunas sustancias irritantes. Los niños poseen esta capa protectora al igual que los adultos, pero cuanto más pequeños son, más delicada es su piel ya que los mecanismos para reparar esa cubierta cutánea son todavía inmaduros.

Los jabones con los que nos lavamos son capaces de disolver la capa de grasa que cubre la piel, por lo que un exceso de limpieza podría eliminarla por completo y dejarla desprotegida, tanto en niños como en adultos. Con esto no quiero decir que no haya que lavar a los niños, pero nos debe hacer pensar que no hace falta frotarles como si hubiera que sacarles brillo ya que podría ser contraproducente.

Baño diario: ¿sí o no?

Decía Aristóteles que la virtud está en el termino medio y aplicado al baño de los niños no podemos estar más de acuerdo. Está claro que a los niños hay que asearlos, pero como hemos visto, un exceso de higiene, incluso con productos respetuosos para su piel, puede ser contraproducente. A pesar de ello, la gran mayoría de los niños toleran de sobra un baño al día.

En España lo habitual es que nos bañemos todos los días, tanto los niños como los adultos, inclusos en verano lo hacemos hasta varias veces en las mismas 24 horas. Sin embargo, en los países del norte de Europa lo habitual es bañar a los niños cada 3 o 4 días, seguramente porque tienen climas más fríos que la península ibérica. En mi opinión no hay una opción mejor que otra siempre y cuando se respeten unos mínimos de higiene.

Entre esos mínimos de higiene estaría, por ejemplo, la zona del pañal de los más pequeños de la casa. En este caso, si veis que con las toallitas no es suficiente para que el bebé esté limpio, sí que deberíais lavar esa zona con agua y jabón todos los días, independientemente de cada cuánto les aseéis todo el cuerpo.

¡¡Aplicad el sentido común y no os agobiéis!!

Teniendo en cuenta todo lo anterior, la decisión de si bañar a un niño todos los días o hacerlo con menor frecuencia la podéis tomar vosotros tranquilamente sin que sea obligatorio hacer una cosa u otra. Es habitual que en consulta muchos padres nos comenten que para sus hijos la hora del baño es un momento agradable y que lo disfrutan mucho, mientras que para otras familias supone un momento de estrés muy grande tanto para el niño como para ellos.

Aplicando el sentido común, y respetando esos mínimos de higiene de los que hablaba antes, haced con vuestros hijos lo que mejor os encaje. Y sobre todo, no os agobiéis ni os sintáis culpables si un día os han dado las diez de la noche y no habéis bañado al churumbel, que podéis dejarlo para el día siguiente sin ningún problema.

Por último, en el caso de que vuestro hijo tenga una piel delicada, como por ejemplo aquellos que padecen dermatitis atópica, puede ser útil desde el punto de vista médico que los baños sean cortos y demorarlos a cada 48-72 horas.

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¿Cuánto medirá mi hijo cuando sea mayor?

Si hiciéramos una encuesta a los padres y a las madres que acaban de tener un hijo sobre qué preferirían que fuera su hijo, si alto o bajo, estamos seguros de que la gran mayoría responderían que prefieren que sus hijos sean altos. La verdad es que vivimos en una sociedad en la que el estándar de belleza nos dice que las personas con más altura son más atractivas y, por qué no, con más éxito en la vida. Lo vemos a diario en los anuncios de la tele en donde los modelos, tanto femeninos como masculinos, no es que sean precisamente bajitos. Y no solo eso, para la gran mayoría de los deportistas de alta competición, otro modelo de vida al que muchos miran como algo deseable, ser alto parece una ventaja. En consulta esto se traduce en padres y madres llenos de orgullo cuando les comentas que su hijo tiene un percentil alto de talla.

Sin embargo, si observamos a nuestro alrededor podemos encontrar fácilmente tanto a personas que apenas pasan del metro cincuenta como a los que llegan a los dos metros, y no por ello son mejores ni peores. Y por otro lado, en España la talla media de un adulto varón es de 174 cm y de 163 cm para las mujeres, algo por debajo de la media europea, lo que nos viene a decir que no es que seamos una sociedad de gigantes.

Pero, ¿podemos predecir cuánto medirá un niño cuando se haga mayor? Pues la verdad es que sí, y con un alto porcentaje de acierto. Vamos a verlo con calma.

¿Qué determina la talla de un niño?

La gran mayoría de los niños al nacer miden entorno a los 50 cm. Algunos con un par de centímetros menos o con alguno de más, pero lo cierto es que la longitud de un recién nacido es bastante predecible alrededor del medio metro. Esto se debe a que el tamaño de un bebé al nacer depende sobre todo de cómo se desarrolló el embarazo, es decir, si la madre recibió una nutrición adecuada, si ha tenido alguna enfermedad o si la placenta no presenta ninguna alteración, mientras que la influencia de los genes de los padres es prácticamente nula. Si durante esos nueve meses todo transcurre con normalidad, lo habitual es que el futuro bebé crezca hasta el tamaño que le permite el útero materno dando lugar a un recién nacido de talla estándar. Es decir, durante el embarazo el crecimiento del feto está influenciado por su entorno y no por lo genética que le han transmitido los padres.

Durante los primeros años de vida una nutrición adecuada es el factor más influyente para el crecimiento del niño. En ausencia de enfermedades, podemos afirmar que un niño que come sano y saludable irá creciendo sin mayores problemas. Además, la hormona de crecimiento -la cual no tenía influencia en el crecimiento fetal- irá tomando un mayor papel y será el estímulo principal del crecimiento del niño. De esta forma, entre el 2º y 3er año de vida ocurrirá lo que se conoce como «canalización» del crecimiento, es decir, independientemente de lo que midieran al nacer, cada niño se situará en un determinado percentil en función de la talla de sus progenitores y del propio ritmo de desarrollo. De hecho, al cumplir los tres años, la correlación entre el perecentil de altura por el que discurre el niño y el percentil de talla de sus padres es muy similar.

A partir de esta edad y una vez que el niño se coloca en el percentil que le toca tras la «canalización» que hemos comentado, lo normal es que siga creciendo por él hasta llegar a la pubertad. Durante esos 10-12 años el crecimiento del niño está muy influenciado por su genotipo, es decir, los genes que ha heredado de sus padres y que le programan para tener una talla concreta. Por ese motivo, los hijos de padres altos suelen ser los más altos de la clase, mientras que los que nacieron de padres con poca altura suelen ser los chiquitajos de su aula. Durante este periodo la hormona de crecimiento es el estímulo principal para el crecimiento.

Al llegar a la pubertad ocurre lo que se conoce como «estirón puberal», o lo que es lo mismo, una aceleración en la velocidad de crecimiento. Esto provoca que en dos o tres año el niño gane altura a una velocidad mayor que lo que venía haciendo anteriormente. Este periodo esta dirigido por la hormona de crecimiento, pero también por los esteroides sexuales propios de la pubertad. Como sucedía en el periodo anterior, los genes de los padres también tienen una influencia muy importante durante este periodo.

Una vez finalizada la pubertad tanto los niños como las niñas crecen muy pocos centímetros más, alcanzando la que será su talla adulta para el resto de su vida. Si os habéis fijado bien, salvo durante la etapa fetal y la primera infancia, los genes de los padres son lo que más influye en que un niño alcance tal o cual altura. Esto nos permite a los médicos predecir con cierta aproximación cuánto medirá un niño cuando se haga mayor siempre y cuando se den condiciones ideales de salud (ausencia de enfermedades y nutrición adecuada). Es lo que se conoce como talla diana familia

El cálculo de la talla diana

Como habéis podido leer la altura de los padres es uno de los determinantes más importantes para la talla de sus hijos. Esa información se trasmite en muchos genes de tal forma que el niño esta programado para crecer hasta cierta estatura. Hay muchas formas de hacer esa predicción, pero la más sencilla de todas es a través de lo que se conoce como talla media parental, cálculo que todos podéis hacer mediante una simple operación matemática: basta con sumar la altura del padre y de la madre y dividirla entre dos.

Una vez que hemos obtenido este resultado, para obtener la talla diana habría que añadir 6,5 cm para los niños y restar 6,5 cm para las niñas. Os lo dejamos de forma más gráfica aquí abajo.

Por último, y una vez finalizado el crecimiento, se considera que ese niño o niña ha cumplido las expectativas de talla cuando su talla adulta esta cinco centímetro por encima o por debajo de la talla diana.

Antes de que empecéis a sacar la calcadora para predecir la talla futura de vuestros hijos cual mago de bola de cristal… hay una cosa que debéis tener en cuenta. Cuando los padres se llevan más de 20 cm de altura entre ellos, el cálculo de la talla diana falla más que una escopeta de feria. En estos casos en los que uno de los progenitores es mucho más bajito que el otro suele pasar que el hijo que tienen en común se parezca a uno de los dos: que sea alto o que sea bajo. Esto se debe a que la genética heredada de uno de los progenitores influye más que la del otro.

¿Y qué pasa si mi hijo es más bajito de lo esperado?

Lo de calcular cuánto medirá tu hijo cuando sea mayor es muy molón: «Pues mi Manolito es muy probable que llegue a medir cerca de un metro ochenta…» y bla, bla, bla… Más allá de lo interesante que puede ser hacerte una idea de cuanto medirá tu hijo cuando se haga mayor, esto de la talla diana es una de las cosas fundamentales que valoramos los pediatras en las consultas de atención primaria.

Desde luego que hay niños que son altos y otros que son bajos, pero lo que hace que se nos encienda una luz a los pediatras es un niño bajito (aunque crezca a una velocidad normal) con unos padres altos. En estos casos, calcular bien la talla diana familiar (midiendo a los padres en la consulta) y hacer una comparación de la talla futura con la actual nos puede poner sobre la pista de que algo esta pasando, es decir, enfermedades que afectan al crecimiento. O al revés, si creemos que un niño es más bajito de lo normal, merece la pena medir a los padres para comprobar si su talla está acorde con la genética que le han transmitido sus progenitores.

En cualquier caso, esa comparación de la talla de un niño con lo que debería medir de mayor no debería hacerse antes de los 2 o 3 años que , como recordareis, es el momento en el que realizan la canalización hacia el percentil por el que crecen el resto de la infancia. De todas formas, un niño con una altura menor de lo esperado por lo que marca la genética de sus padres debe ser valorado por el endocrino pediátrico para analizar qué puede estar pasando.


En resumen, tras el nacimiento, la genética de los progenitores es el factor más influyente para determinar la altura de los niños, siempre y cuando no aparezcan enfermedades crónicas y el niño esté bien nutrido. Mediante la talla media parental podemos calcular de forma sencilla las expectativas de talla de un niño desde la altura de sus padres. En el caso de que el percentil de talla de un niño no sea similar al percentil de talla de su talla diana debemos investigar qué puede estar pasando.

Bibliografía:

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¿Es el Plato de Harvard útil para planificar las comidas infantiles?

En el año 2011 la Escuela de Salud Pública de Harvard y los editores en Publicaciones de Salud de Harvard tuvieron una idea que revolucionó la nutrición. O al menos hizo que aquellas pirámides nutricionales que estudiábamos en el colegio dejaran de ocupar páginas y páginas de revistas y folletos para dar paso a una simple regla para preparar una comida saludable: 50% de vegetales y/o frutas, 25% de cereales y 25% de proteínas, sin que haga falta pesar exactamente cuánta cantidad hay de cada alimento en el plato.

Así de sencillo. Atrás quedaron las pirámides en las que se nos decía cuántas raciones de esto o cuántas de aquello había que tomar a la semana y que hacía que nos comiéramos la cabeza organizando menús semanales para dar paso a algo mucho más sencillo y aplicable en le día a día: basta con abrir la nevera y pensar con lo que tienes en ese momento para montar un plato saludable siguiendo la regla del párrafo anterior. Además, en aquellas pirámides, se suponía que los cereales eran la base de la alimentación.

Y la verdad es que esta nueva regla es una herramienta muy útil para planificar una comida sana, de hecho, el nombre real del Plato de Harvard es «El plato para comer saludable», que además se puede aplicar tanto para adultos como para niños de cualquier edad. Aquí abajo os dejo la infografía de la propia gente de Harvard para que le echéis un vistazo si no la conocéis.

Fuente: https://www.hsph.harvard.edu/nutritionsource/healthy-eating-plate/translations/spanish/

Fijaos si el Plato de Harvard debe ser bueno que hoy en día no hay perfil en redes sociales que se dedique a la nutrición que no hable de ello (incluso nosotros tenemos un post sobre el tema), además de que también podéis encontrar en Instagram miles de fotos de recetas y elaboraciones que especifican que siguen la regla mencionada del 50%-25%-25%.

Sin embargo, el Plato de Harvard tiene un pequeño problema: esta diseñado por británicos. No se si conocéis la comida anglosajona, pero básicamente se podría resumir en que sus comidas suelen tener un solo plato en el que hay un batiburrillo de cosas. Y qué queréis que os diga, esa no es la forma en la que tradicionalmente se ha estructurado la comida mediterránea, que normalmente consta de primero, segundo y postre.

Entonces, ¿tiene sentido aplicar el Plato de Harvard si vivimos en España? Desde luego que sí, pero con matices. A ver si soy capaz de explicarlo a lo largo de este post.

El secreto de una comida saludable

El secreto de una alimentación saludable consiste en comer de forma variada eliminando al máximo los alimentos ultraprocesados, superfluos o con calorías vacías (los que llevan azucares añadidos). En este sentido, aunque la especia humana es omnivora, una alimentación basada sobre todo en productos de origen vegetal es la que ha demostrado tener mejores beneficios para la salud en cuanto a obesidad, diabetes, hipertensión y otras tantas enfermedades crónicas típicas de los adultos. A muchos os puede parecer que si comemos casi en exclusiva alimentos de este tipo consumiendo poca carne o pescado podríamos caer en una deficiencia nutricional, pero no es así. Un claro ejemplo de esto son las personas ovolacteo-vegetarianas que con un poquito de planificación alcanzan todos lo requerimientos nutricionales sin necesitar suplementos.

A pesar de ello, la gran mayoría de las personas comemos de todo, pero al igual que los vegetarianos, para que nuestra comida sea saludable debemos planificar un poco qué comemos. Resulta curioso ver cómo las comidas de los niños que tienen entre seis y doce meses (los que están con alimentación complementaria) suelen ser muy sanas y planificadas, pero superada esa edad esa planificación se va perdiendo o por lo menos no somos tan conscientes de si lo que comen nuestros hijos es igual de saludbale que cuando eran bebés.

Es aquí donde el Plato de Harvard se convierte en una herramienta muy útil para pensar qué podemos dar de comer a nuestros hijos. Basta con seguir la regla del 50%-25%-25% para rellenar el plato y a buen seguro que nuestros hijos estarán comiendo sano. Un ejemplo podría ser esta foto de aquí abajo de la cena de uno de nuestros hijos: la mitad del plato aguacate y tomate (que serían las verduras/fruta), un cuarto con pescado (que sería la parte de proteína) y otro cuarto con pan (que serían los cereales). Os recuerdo que no hace falta pesar nada y basta con mantener esa proporción a ojo.

Este tipo de platos son ideales para niños pequeños cuando vas con prisa y no te ha dado tiempo a cocinar. Os animo a que empecéis a preparar así las comidas de vuestros hijos porque os ahorrará algún que otro comedero de cabeza a la par que acertaréis con lo saludable del plato.

Un solo plato vs. «primero, segundo y postre»

Es verdad que las cenas de los niños suelen tener solo un plato, pero las comidas de medio día en este país suelen componerse de primero, segundo y postre. Os parecerá una tontería, pero esto no hace que no se pueda aplicar el Plato de Harvard.

La forma más sencilla de hacerlo sería juntando en un solo plato el primero y el segundo, pero, que os queréis que os diga, macarrones con tomate, verduras salteadas y merluza a la plancha, por poner un ejemplo, en un solo plato todo entremezclado, a mí, que soy de buen comer, como que me no me parecería apetecible. Prefiero tomar primero los macarrones, luego un plato de verduras con un poco de merluza y de postre algo de fruta. Si la comida en conjunto sigue respetando el 50%-25%-25% estaré siguiendo la regla del Plato de Harvard aunque no lo esté comiendo todo en el mismo plato.

Otro ejemplo. Guisantes rehogados con trocitos de jamón de primero y de segundo pollo asado con arroz. Por poder, también lo podemos entremezclar todo para tomarlo en un solo plato, pero tampoco pasa nada si lo estructuráis en dos platos diferentes mientras mantengáis las proporciones para seguir las recomendaciones del Plato de Harvard.

Para el postre, la fruta es siempre una buena opción. Además os ayudará a alcanzar el 50% de frutas/verduras que nos marca la regla porque, no lo vamos a negar, es la parte que más cuesta conseguir que se tomen los niños.

Planifica las comidas de TODO EL DÍA

Algunos estaréis pensando que vuestros hijos no comen tanto como para plantarles en la mesa un primero, un segundo y un postre. Pues tampoco pasa nasa.

En este caso, lo que habría que hacer es pensar un poco a medio plazo y planificar la comida de todo el día. Si por ejemplo a medio día vuestro hijo se llena con los macarrones con tomate, pues en la cena toca verduras con un poco de proteína saludable. O al revés, si para almorzar se ha tomado un buen plato de judías verdes con un poco de pescado, pues para cenar le podéis poner arroz.

Al fin y al cabo, lo importante para mantener una alimentación saludable es lo que come el niño de forma global y no tanto lo que come en cada comida. Si al final del día habéis conseguido que coma un 50% de frutas/verduras, un 25% de cereales y un 25% de proteínas es que vamos por buen camino aunque en cada comida individual esta proporción no se haya mantenido.

¿Y qué hago si mi hijo toma purés?

Si vuestro hijo es de los que toman triturados y ya tiene más de un año de vida, aplicar el plato de Harvard también es posible. Es tan sencillo como tomar un puré de verduras de primero y de segundo un poco de proteína y cereales. También podéis mezclarlo todo en el tazón y triturarlo porque al fin y al cabo, pasado por la turmix o no, la proporción del 50%-25%-25% se seguiría manteniendo y aplicando.

De todas formas, se recomienda que la introducción de sólidos en los niños que toman triturados se realice hacia los 9-10 meses y no más tarde del año y medio, ya que a partir de esta edad se vuelve más complicado que los niños acepten texturas sólidas. Así que lo de los purés está bien, pero no para darles las comidas de toda la infancia.

¿Y qué pasa con los desayunos y la merienda?

Si con las comidas y las cenas se nos agota el cerebro para no ser repetitivos y seguir ofreciendo comida saludable a nuestros hijos, lo de los desayunos y las meriendas es ya para pedir ayuda divina… Aun así, aplicar el Plato de Harvard en estas dos comidas también es posible, además de ser sinónimo de comer sano.

Para el desayuno, por ejemplo, basta con tomar una pieza de fruta, un trozo de pan tostado con aceite y un vaso de leche. Y para la merienda podrían volver a tomar fruta, un bocata relleno con proteína saludable (por ejemplo queso fresco, humus, jamón cocido…) o frutos secos (si es que vuestros hijos ya tiene edad para tomarlos enteros).

Como veis, la fruta es un recurso muy útil en estos dos momentos del día. De hecho, si solo quieren desayunar o merendar una pieza de fruta, tampoco pasa nada ya que irían a completar el 50% de las frutas/verduras de todo el día, por que, no lo neguemos, del 25% de cereales y 25% de proteínas en España solemos ir sobrados. La verdad es que la fruta es un recurso nutritivo y saludable que no debería faltar en la alimentación de ningún niño (y adulto), además hay un montón de variedades diferentes dependiendo de la temporada, así que la monotonía no debería ser un problema.


En resumen, el Plato de Harvard es una herramienta fácil y sencilla para hacer que los platos de vuestros hijos sean sanos y saludables. Sin embargo, la comida tradicional mediterránea se compone de varios platos a lo largo de una misma comida. Esto no debería impedir que la alimentación de vuestros hijos sea saludable siempre que cumpláis la regla del 50% de frutas/verduras, 25% de cereales y un 25% de proteínas que nos proponen nuestros amigos ingleses al sumar el total de los platos de una comida o el total de las comidas de todo un día. Al final, la planificación es la clave.

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Higiene dental en niños

Está claro que los pediatras debemos estar haciendo algo mal si cuando preguntamos a los padres cómo limpian los dientes a sus hijos pequeños nos responden cosas tan variadas como que no usan pasta, que frotan los dientes con una gasa, que lo hacen solo una vez al día o que la vecina del quinto les ha comentado que como son de leche y se van a caer, pues que no hace falta cepillarlos…

En el mundo en el que vivimos una boca sana es sinónimo de salud, por lo que la higiene dental en los niños es muy importante desde la salida del primer diente. En este post encontraras todas las claves sobre las caries, cuándo empezar con el cepillado y qué pasta utilizar.

Si estás buscando información sobre la salida y la caída de los dientes puedes visitar este otro post que tenemos publicado.

La caries, la enemiga de los dientes

La caries dental es una disbiosis, es decir un crecimiento excesivo de las bacterias que todos tenemos en la boca y que producen ácidos que dañan los dientes. Ese sobrecrecimeinto se produce por un desequilibrio entre los factores que nos protegen de la caries (como la higiene dental) y de los que la favorecen, como una dieta rica en azúcares.

La caries da lugar a la destrucción del tejido duro del diente lo que puede generar infecciones secundarias de los tejidos que rodean al diente (los flemones). Pero además, los dientes, tanto los de leche como los definitivos, son fundamentales en el desarrollo de un niño tanto para la acción de comer como de hablar. De ahí la importancia de su cuidado desde la más temprana infancia para que éstas no aparezcan.

La caries es una enfermedad muy frecuente. Estudios recientes cifran que en España hasta el 20% de los niños de entre 3 y 4 años la sufre, lo que pone de manifiesto la gravedad del problema.

¿Qué provoca la caries?

La caries está provocada por la unión de varios factores.

  • Los microorganismos: para que la caries se produzca es necesaria la presencia de bacterias adheridas al diente (principalmente el Streptoccocus mutans)Esta bacteria es capaz de trasformar los azúcares de la dieta en ácidos que destruyen el diente.
  • La alimentaciónpara que las bacterias produzcan esos ácidos deben metabolizar azúcares que haya en la boca. Por eso una dieta rica en azúcares predispone a la aparición de caries. Los más implicados en su aparición son la glucosa, la fructosa y la sacarosa. Pero lo que realmente influye en la aparición de la caries es la presencia continuada y frecuente de este tipo de azúcares en la boca, es decir depende de la frecuencia de la ingesta y no tanto de la cantidad.
  • La saliva: actúa como un factor protector frente a la caries, tanto por su acción mecánica (limpiando el diente) como por su acción netralizadora de los ácidos de las bacterias.
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Por tanto, para que se produzca la caries es necesario que en el diente haya bacterias que estén produciendo ácido por el metabolismo de azúcares y que la saliva no pueda neutralizarlos. Si el tiempo es suficiente dará lugar a la desmineralización del diente y su posterior destrucción.

¿Cómo puedo prevenirlas?

Si entendemos por qué aparece la caries, no debería resultar difícil saber como prevenirlas. Para ello debemos actuar sobre una serie de factores que protegerán al diente frente a la acción de las bacterias.

En primer lugar, un diente sano y fuerte siempre va a ser menos susceptible a una carie que un diente con una pobre mineralización. Una alimentación adecuada garantiza unos dientes sanos y fuertes, por lo que es fundamental que tus hijos realicen una dieta equilibrada.

La lactancia materna (en comparación con la lactancia artificial) no se ha relacionado con la aparición de caries tras la erupción de los primeros dientes de leche. Este tipo de alimentación está recomendada por la Organización Mundial de la Salud de forma exclusiva hasta los 6 meses y de forma complementaria hasta los 2 años o más (siempre que el bebé y la madre quieran). Sin embargo, la leche (tanto la materna como la artificial) contiene azúcares, por lo que si sigues dando el pecho a tu hijo y éste ya tiene dientes debes extremar las medidas de higiene dental que veremos más adelante exactamente igual que si tomara biberón.

Respecto a la alimentación de niños mayores, hay que evitar el consumo frecuente de dulces o productos con alto contenido en azúcar. Como ya hemos explicado, la presencia de azúcar de forma continua en la boca es uno de los factores más importantes para que se forme la caries.

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¿Y desde cuándo hay que lavarse los dientes?

El punto más fundamental para prevenir la caries dental es la higiene bucal. Está demostrado que el cepillado dental con pasta fluorada es capaz de mantener a ralla a las bacterias de la boca y con ello prevenir la caries dental.

La higiene bucal debe comenzar desde la erupción del primer diente de leche. Parece lógico, ¿no? Si hay dientes puede haber caries, por lo que no debemos esperar a que el niño sea más mayor para empezar a cepillárselos. El cepillado se hará al menos dos veces al día, una de ellas siempre después de la última toma de leche o comida de la noche. Y hasta que el niño tenga la capacidad de hacerlo por el solo (normalmente no antes de los ocho años), son los padres los que deben cepillar los dientes de sus hijos de forma directa por debajo de los 4 años y a partir de ahí, a medida que vayan ganado en autonomía, supervisando siempre que la duración del cepillado o la cantidad de pasta es suficiente. Si fuera necesario les daríamos un repaso para asegurar que el cepillado ha sido correcto. Independientemente de la edad que tenga el niño es que se usen cepillos de cerdas suaves, más grandes o más pequeños dependiendo del tamaño de sus dientes.

img_8720Por otro lado, es muy recomendable que los padres os lavéis los dientes en presencia de vuestros hijos. Los niños aprenden por imitación y si os ven con un cepillo en la mano seguro que pronto adquirirán el hábito del cepillado. Siempre podéis decirles que es un juego en el que interviene toda la familia y hasta os podéis inventar una canción o una rutina para que este momento les resulte divertido.

¿Qué pasta tengo que elegir?

Hasta hora hemos visto que para mantener la caries a raya hay que lavar los dientes de los niños al menos dos veces al día desde la salida del primer diente, además de mantener una dieta equilibrada. La parte en la que quizá hay más desinformación es en si los niños deben usar pasta dental y qué cantidad de flúor debe contener.

Antiguamente se decía que los niños más pequeños no necesitaban pasta dental fluorada. Sin embargo, los estudios más recientes han demostrado que esto no previene de la caries y que por tanto debe utilizarse pasta desde el mismo momento en que sale el primer diente.

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Para elegir la pasta dental para vuestros hijos, lo primero que tenéis que hacer es no fijaros en la edad que pone en el tubo de pasta. Por desgracia, los tramos de edad que figuran en ellos no se ajustan a las recomendaciones actuales de las sociedad científicas sobre qué cantidad de flúor debe usarse. Por ello, lo que tenéis que hacer es fijaros en qué cantidad de flúor contiene el dentífrico en su composición, es decir, las «partes por millón» (p.p.m) de flúor con la que se ha formulado.

Teniendo esto en cuenta, elegir la pasta para vuestros hijos es muy sencillo:

  • Hasta los 5 años los niños deben usar pasta dentífrica con 1.000 p.p.m de flúor.
  • A partir de los 5 años deben usar pasta con 1.450 p.p.m de flúor (como los adultos).

Y una vez que tenéis el bote de pasta en casa, dependiendo de la edad de vuestro hijo también hay que decidir qué cantidad de dentífrico ponéis en el cepillo:

  • Si el niño tiene menos de 3 años usar una cantidad equivalente a un grano de arroz.
  • A partir de los 3 años usad una cantidad similar al tamaño e un guisante.

Seguramente muchos tenéis miedo de usar pasta de dientes con flúor por una enfermedad casi desaparecida que se llama fluorosis derivada del consumo excesivo de flúor en la dieta (o e cualquier otra fuente), que como consecuencia provoca la tinción del esmalte dental. A día de hoy sabemos que para que se produzca por «consumo» de pasta de dientes, un niño debería tragarse la pasta equivalente a 13 cepillados al día durante muchas semanas, por lo que es casi imposible que se produzca.

¿Hay que enjuagarse después del cepillado?

Todos tenemos en mente la imagen de alguien cepillándose los dientes que cuando acaba coge un vaso de agua y se enjuaga el exceso de pasta que le puede haber quedado en la boca. Sin embargo, las recomendaciones actuales sobre higiene dental no lo contemplan.

Esto se debe a que si nos enjuagamos después de cepillarnos, estaríamos impidiendo que el flúor realice todo el efecto que puede ejercer para prevenir la caries. Así que lo que hay que hacer es escupir el exceso de pasta, pero no enjuagarnos.

Esto trasladado a los niños tiene un pequeño problema, los bebés y los más pequeños de la casa no saben escupir, pero tampoco enjugarse. Así que no os volváis locos, les cepilláis los dientes y a correr, y cuando sean lo suficientemente mayores para escupir, pues que lo hagan. Si os preocupa que el bebé se trague la pasta, recordad que, como hemos dicho hace unos párrafos, la cantidad que se usa en ellos es muy pequeña y, además, se necesitaría que se tragaran mucha más cantidad de la que usamos para lavarles los dientes cada día como para que tenga efectos secundarios.

¿Y a partir de cuándo deben los niños ir al odontopediatra?

En este país somos de los que cuando tenemos un problema buscamos una solución y en cuanto al cuidado de los dientes nos pasa tres cuartos de lo mismo. No es raro que cuando un niño (o un adulto) acuda al dentista es porque ya tiene una caries o a un dolor de muelas.

Por fortuna, los hábitos en cuanto a higiene dental están cambiando y cada día es más frecuente que las personas acudan a revisión para comprobar que todo está bien y recibir los consejos de un profesional sanitario sobre higiene dental. Y esto no debería ser ajeno a los niños. Si los niños tienen dientes, aunque sean de leche, ¿por qué no van a acudir al odontólogo desde que son pequeños para que les evalúe?

Esta imagen de arriba es de la Academia Americana de Odontología Pediátrica y resume a la perfección cuándo debería acudir un niño al odontopediatra por primera vez, esto es, a partir de que tengan dientes. Un buen momento es coincidiendo con el primer cumpleaños, ya que la mayoría de los bebés ya tienen varios dientes asomando por las encías.

El objetivo de esta visita tan temprana es por un lado detectar problemas ya existentes, pero sobre todo instruir a los padres sobre el cuidado de los dientes de sus hijos con el objetivos de que no tengan caries.

Llegados a este punto también tenéis que saber que todos los dentistas u odontólogos no están formados para atender a niños. Este papel debería quedar reservado a los odontopediatras, es decir aquellos que han recibido la formación especializada en el cuidado dental infantil.

En resumen…

La caries dental es una enfermedad que destruye los dientes y que se produce por una suma de factores (bacterias, azúcares, saliva, tiempo, escasa higiene…). Para prevenirlas es fundamental actuar evitando el consumo frecuente de alimentos ricos en azúcares y realizando una higiene dental adecuada (cepillado desde el primer diente de leche con pasta dentífrica con flúor).

Este vídeo de aquí abajo fue un directo de Instagram que grabamos junto a la odontopediátra Yaiza Cuba (su perfil es @dra_cuentadientes) en el que hablamos largo y tendido sobre la higiene dental. Si tenéis un rato, no os lo perdáis porque merece mucho la pena.

Otros recursos que os pueden interesar

En la red hay muchos perfiles de expertos que hablan sobre salud dental en la infancia que son un must y que deberíais seguir si os interesa el tema. Nuestro preferidos, asumiendo el riesgo de que nos dejemos a muchos buenos en el tintero, son:

Además siempre puedes echar un vistazo a la sección para padres de la web de la Sociedad Española de Odontopediatría y de la Sociedad Española de Odontología Infantil Integrada.

También te puede interesar:

¿Qué mascarilla debería llevar mi hijo al colegio?

Como muchos sabéis desde que empezó la pandemia por COVID-19 no hemos publicado en este blog ninguna entrada sobre este tema. Es cierto que hemos compartido información y consejos sobre ello en redes sociales, pero no nos habíamos sentado a escribir un post que pudierais consultar siempre que quisierais. Sin embargo, en los últimos días nos habéis preguntado mucho sobre qué mascarillas deben llevar los niños al colegio y nos hemos animado a hablar sobre ello. Esperamos que con esta entrada os queden las cosas más claras.

¿Quién debe usar mascarilla?

El 20 de mayo de 2020 entro en vigor una ley en España que obligaba al uso de mascarillas a las personas mayores de 6 años «en la vía pública, en espacios al aire libre y en cualquier espacio cerrado de uso público o que se encuentre abierto al público, siempre que no sea posible mantener una distancia de seguridad interpersonal de al menos dos metros». Desde entonces se han aprobado distintas leyes en las diferentes comunidades autónomas y actualmente es obligatorio en toda España el uso de mascarilla por encima de los 6 años de edad en cualquier situación. Como podéis imaginar esto implica que mientras estén en el colegio también deben llevar mascarilla, como así recogen todos los protocolos de los centros educativos que hemos consultado y de las diferentes consejerías de educación de las comunidades autónomas.

Entre los 2 y los 6 años la Asociación Española de Pediatría recomienda el empleo de mascarilla en el ámbito privado, pero no dentro de los centros escolares. El motivo de esta recomendación se basa en que por debajo de los 6 años es difícil que los niños empleen la mascarilla de forma adecuada sin una supervisión constante, cosa que resulta muy difícil de conseguir en un aula de infantil con un ratio de unos 20 niños por profesor. De todas formas, estos niños pueden llevar mascarilla para ir al colegio o al recogerles del aula bajo la vigilancia de sus padres.

Tipo de mascarilla

Este es seguramente el punto en el que más dudas tenéis: que si de tela, que si con filtro desechable, que si quirúrgicas, que si homologadas, que si FPP2… Es cierto que en los últimos seis meses el mundo mascarilla ha puesto al servicio del consumidor un montón de opciones diferentes, pero cada mascarilla tiene su papel y además no es necesario que los niños acudan a clase con las que proporcionan mayor protección (sobre todo porque son muy caras, no reutilizables y no están a la venta para el común de los mortales, ya que se reservan para personal sanitario que trabaja en contacto muy estrecho con personas infectadas por COVID).

Para el personal no sanitario, donde estarían incluidos los niños que acuden al colegio, lo indicado es que utilicen mascarillas higiénicas. Este tipo de mascarillas impiden que las gotitas de saliva que salen de nuestra boca o nariz al toser, hablar o estornudar salgan al exterior y así quedan retenidas en la tela de la mascarilla en un porcentaje muy alto. De esta forma, si todos la llevamos puesta es menos probable que nos contagiemos, es decir, su misión es protege a los que tenemos alrededor.

Dentro de las mascarillas higiénicas que hay a la venta debéis buscar las que cumplan la normativa UNE 0065:2020. Si en el paquete o envoltorio de la mascarilla figura que cumplen esta norma significa que son reutilizables (hasta los lavados que especifique el fabricante en el envoltorio) y que su Efectividad de Filtración Bacteriana (EFB) es superior al 90%, entre otros datos técnicos.

El precio de estas mascarillas ronda entre los 3 y los 8 euros. La mayoría de ellas aguantan 10 lavados por lo que el precio «por uso» se equipara a las no reutilizables (que son las que se homologan bajo la normativa UNE 0064:2020 y vienen a costar unos 0,5 euros), pero son más sostenibles que las de usar y tirar desde el punto de vista ecológico.

Estos estándares de homologación son los que propone el Ministerio de Sanidad para considerar que una mascarilla higiénica cumple con los mínimos requisitos de seguridad y de prevención de contagios por COVID, y por tanto para que las usemos en el día a día, incluidos los niños en los colegios.

A pesar de que el EFB que recomienda el ministerio debe ser superior al 90%, a nivel europeo se considera que un EFB superior al 70% es también aceptable (norma CWA 17553:2020), lo que prolongaría la vida útil de las mascarillas reutilizables, algunas de ellas hasta 50 lavados, lo que las haría aún más sostenibles y muy económicas. Una vez que se hayan lavado tantas veces como indica el fabricante ya no se garantiza su eficacia, por lo que habría que desecharlas y hacerse con unas nuevas.

En cualquier caso y para simplificar las cosas buscad mascarillas que cumplan la normativa UNE 0065:2020 y haced caso al fabricante en cuanto al número de lavados.

Antes de pasar al siguiente punto, otra opción son las mascarillas quirúrgicas. En este caso son de usar y tirar y debe especificarse en el envase que cumplen la norma UNE EN 14683:2019, junto al típico simbolito CE de «certificado europeo». En cualquier caso, suelen reservarse para pacientes con síntomas o personal sanitario y no están recomendadas para personas sanas en su día a día.

Cada cuánto hay que lavarlas / cambiarlas

La recomendación general sobre el uso de mascarillas higiénicas es que estas no se empleen durante más de 4 horas. En el caso de las higiénicas reutilizables habría que lavarlas para volver a usarlas pasado este tiempo. Esto hace que si un niño va a estar en el colegio más de 4 horas y está obligado a usar mascarilla, muy probablemente necesite dos para cada día (más una de repuesto por si las moscas).

La de repuesto es importante porque en el caso de que la mascarilla se humedezca (por ejemplo, porque le cae agua encima) o esté visiblemente manchada se recomienda que se sustituya por una limpia, aunque no hayan pasado las 4 horas de rigor.

Por todo ello, como todos los días habrá que lavar las mascarillas que han sido usadas en el colegio y hay que esperar a que se sequen y demás, en mi opinión lo más práctico es tener en casa 6-8 mascarillas higiénicas reutilizables para cada niño y así que os de tiempo a lavarlas y que no haya prisas a primera hora de la mañana con un niño que pregunta a gritos donde diablos está su mascarilla.

¿Y dónde compro las mascarillas homologadas?

Para que un fabricante pueda decir que sus mascarillas cumplen tal o cual norma, estas han de haber pasado un test que lo certifique. En el caso de que así sea lucirán con orgullo en algún sitio del envase de la mascarilla «homologada bajo la norma…», por lo que será fácil encontrarlo. En estos momentos hay muchas empresas que cumplen con estos estándares de homologación y se encuentran fácilmente en comercios locales o en Internet, pero recordad que deben especificarlo.

En el caso de que solo se anuncien como «mascarilla homologada» sin especificar que cumplen la norma, lo más probable es que no hayan conseguido pasar ningún test pero se estén beneficiándo del marketing de poner homologada en su envoltorio. Desconfiad de este tipo de mascarillas si no especifican la norma concreta.

Empleo de la mascarilla

Antes de acabar quería recordaros que las mascarillas deben cubrir desde la nariz hasta la barbilla, ajustándose lo más posible en los laterales. Para los niños hay varias tallas, así que será cuestión de ensayo y error hasta que deis con una que se adapte bien a la cara de vuestros hijos.

Por otro lado, sobre todo con los más pequeños de la casa, no está de más que de vez en cuando les recordéis cómo deben ponerse y quitarse la mascarilla, además de repasar todos los días como han de lavarse las manos.


En resumen, no os volváis locos a la hora de elegir una mascarilla para que vuestros hijos vayan al cole: elegid mascarillas higiénicas reutilizables homologadas bajo la normativa UNE 0065:2020, o en su defecto bajo el estándar CWA 17553:2020, cambiadlas a diario y haced caso al fabricante en cuanto al número de lavados que aguanta la tela.

Si creéis que esta información puede ser de interés para alguien que conocéis, no dudeis en compartirla con ella.

NOTA: este post ha sido escrito siguiendo las recomendaciones del Ministerio de Sanidad sobre qué debes tener en cuenta al comprar una mascarilla.

¿Desde cuándo pueden los niños tomar yogur?

Llega un momento en la vida de los niños en la que sus padres se preguntan cuándo pueden tomar un yogur como parte de su alimentación. Todos tenemos claro que hasta los 6 meses de vida un bebé puede (y debe) alimentarse solo de leche, ya sea esta materna o una fórmula artificial. A partir del año de edad, el sistema digestivo de los niños habrá madurado lo suficiente para que puedan tomar leche entera de vaca, sin que sea necesario que recurráis a las «de crecimiento» (o tipo 3) que se anuncian a bombo y platillo en los medios de comunicación.

Pero, ¿y qué pasa con el yogur? ¿Pueden los niños tomar lácteos procedentes de leche de vaca antes de los 12 meses? ¿Y los yogures para bebés son «buena idea»? Todas estas son muy buenas preguntas que a lo largo de este este post intentaremos daros respuesta. Vamos a ello!!

¿Qué es el yogur?

El yogur es un producto lácteo fermentado, es decir, a través de un proceso controlado en el que se añaden bacterias a la leche se consigue que la leche en versión «líquida» cambie y se produzca el yogur. Ese proceso es relativamente complejo y no lo vamos a explicar aquí, pero sí que querríamos tranquilizaros si os habéis alarmado al leer que el yogur se fabrica con «bacterias», ya que las que se utilizan para este procedimiento no producen enfermedades en las personas, de hecho, muchas forman parte de la microbiota intestinal de todos nosotros.

Como sabréis, hay muchos tipos de yogures, pero básicamente este producto lácteo cumple dos características que lo hacen diferente a la leche líquida. Por un lado, al fermentar adquiere una textura semisólida, o al menos que se puede coger con una cuchara sin que se desparrame. Y por otro, debido también al proceso de fermentación, las bacterias transforman la lactosa (el azúcar presente en la leche de forma natural) en ácido láctico, lo que le da su característico sabor que a muchos niños (y también adultos) no les gusta. Durante ese proceso, el yogur mantiene gran parte de sus propiedades nutricionales como la de ser una excelente fuente de calcio.

¿Cuándo puedo dar a mi hijo yogur?

La Asociación Española de Pediatría (AEP) nos recuerda en su documento sobre Alimentación Complementaria que a partir de los 12 meses los niños ya pueden tomar leche de vaca «sin procesar» de forma libre. Es decir, cumplido el primer año de vida ya no es necesario que los niños tomen una fórmula artificial de leche, si es que no están tomando pecho. Esto se debe a que a partir de esa edad tanto los riñones como el intestino son lo suficientemente maduros como para tolerar la leche de vaca sin que esta les produzca daño. Ojo, que no estamos diciendo que sea obligatorio dar leche de vaca a los niños mayores de un año, pero los lácteos son una excelente fuente de calcio que los hace un alimento muy completo para la alimentación infantil.

Pero, ¿y el yogur? Porque el yogur no es leche, es «otra cosa». La propia AEP nos recuerda que a partir de los 9 o 10 meses los niños pueden empezar a tomar lácteos procedentes directamente de leche de vaca en pequeñas cantidades, como por ejemplo el yogur o el queso fresco, siempre y cuando la cantidad que tomen no supere el 30% del aporte lácteo al día.

No os preocupéis que no hay que calcular nada. Como hacia los 9-10 meses lo niños suelen tomar más de 500 mL de leche al día, sustituir una de esas tomas por un yogur o una tarrina de queso fresco no va a hacer que superéis el límite recomendado. Ojo de nuevo: dar yogur a los niños no es obligatorio, pero es un recurso que os puede facilitar muchas meriendas y desayunos de vuestros hijos. Lo que sí que debéis evitar son los derivados lácteos estilo pettit-suis, natillas o similares porque, aunque se podrían dar a partir de los 9-10 meses como el queso fresco y el yogur, son alimentos poco saludables cargados de azúcares y grasas que no benefician en anda a vuestros hijos.

¿Y qué tipo de yogur debería dar a mi hijo?

Basta con pasearse por el supermercado para darse cuenta que existen miles de tipos de yogures diferentes: sabores, texturas e, incluso, el tipo de leche con el que están fabricados. Sin embargo, el yogur natural sin azúcar, el normal de toda la vida, es el más (si no el único) recomendable para dar a un niño a partir de los 9-10 meses. Si tenéis dudas de si os la están colando, basta con que miréis en la etiqueta para comprobar que, de forma aproximada, el yogur natural sin azúcar añadido contiene un 3% de grasa, un 4% de azúcares y un 3% de proteína.

El resto de yogures que encontréis en el lineal del súper no aportan ningún beneficio sobre el yogur natural, además suelen llevar azúcares añadidos o saborizantes para camuflar ese sabor ácido que a muchas personas no les gusta. Si a tu hijo no le gusta el yogur natural sin azúcar, siempre será mejor darle leche antes que un yogur azucarado, que así a lo tonto lleva un sobre de azúcar de los de cafetería añadido por cada ración.

Algunos sabréis que también están comercializados yogures sin azúcar añadido pero que «saben bien». Esto es porque en vez de azúcar, en el proceso de fabricación del yogur se le añade algún tipo de edulcorante. Desde luego que este tipo de aditivos son seguros, sin embargo inclinan al cerebro del niño a tener preferencia por sabores dulces, por lo que tampoco son recomendables.

En resumen: yogur natural sin azúcar, si es que creéis que este alimento debe formar parte de la alimentación de vuestros hijos.

¿Y qué pasa con los yogures «para bebés»?

Muchos también sabréis que existen yogures que se publicitan como aptos a partir de los 6 meses con un slogan muy parecido a «Mi primer yogur». ¿Cómo es posible que un bebé de esta edad pueda tomar este tipo de yogures si acabamos de decir que la AEP no recomienda su introducción hasta los 9-10 meses? La explicación es muy sencilla.

Este tipo de yogures se fabrican con leche de continuación (tipo 2), que es la leche de fórmula indicada para los bebés entre los 6 y 12 meses de edad que no toman pecho. En este sentido son yogures que se pueden dar desde los 6 meses, pero detrás de ellos hay mucho marketing y pocas necesidades reales de lo que necesita un niño.

Este tipo de yogures no son necesarios para un niño. Como sabréis, a partir de los 6 meses un niño debe empezar con la alimentación complementaria, pero la leche sigue siendo el alimento principal. Durante esos meses el bebé irá comiendo cosas nuevas (frutas, verduras, carne, pesado, legumbres…) de manera progresiva. No es una carrera por ver quién come de todo antes, y en ese sentido no pasa nada por esperar hasta los 9-10 meses para darle a niño su «primer yogur normal natural sin azúcar», sin pasar por el «mi primer yogur de leche de continuación» que anuncian en todos lados.

Además, muchos de estos yogures pensados para bebés son de sabores o tienen azúcares añadidos, que como ya hemos dicho antes no son recomendables para niños de ninguna edad.

Y después de todo esto, ¿es obligatorio que le dé yogur a mi hijo?

En la alimentación de un niño pequeño ningún alimento es «obligatorio», ya que lo que realmente es importante es que coman sano y lo más variado posible. En ese sentido, el yogur (o cualquier otro derivado lácteo) es un recurso más como parte de una alimentación saludable, pero de ahí a que los niños tengan que comer yogur todos los días hay un trecho muy grande.

A nosotros nos ayuda mucho a solucionar una merienda o el postre de una cena, pero lo tenemos integrado como un alimento más que podemos ofrecer a nuestros hijos.


En resumen, a partir de los 9-10 meses a los niños se les pueden ofrecer lácteos precedentes de leche de vaca en pequeñas cantidades. El yogur es el ejemplo más típico, que debe ser siempre natural sin azúcar. Sin embargo, no es obligatorio que los niños tomen yogur, sino que debe verse como un alimento más que ofrecer a nuestros hijos dentro de una alimentación variada y saludable.

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¿Desde cuándo pueden beber agua los bebés?

Ahora que llega el buen tiempo y empieza a hacer calor, muchas madres se preguntan si sus hijos pequeños pueden beber agua para calmar la sed que creen que tienen, en un intento de resfrescarles un poco el espíritu. Porque quizá en Gijón, con la brisa del mar y alguna que otra tormenta, no haga falta, pero en Sevilla, a 43º a la sombra, ¿quién no le daría un buen lingotazo a la fuente del parque para apaciguar el calor del verano? Seguro que todos.

Antes de meternos en faena vamos a dejar claros un par de conceptos. A lo largo de este post nos referiremos como «bebés» a aquellos niños que todavía toman lactancia (ya sea materna o artificial) como la parte fundamental de su alimentación, que como bien sabréis son los menores de un año. Por tanto, el título de esta entrada se podría cambiar por «¿cuándo pueden beber agua los niños menores de un año?»… De esa edad en adelante haremos mención al final de este artículo. Vamos a ello!!

Las necesidades de líquidos de un bebé

Una de las cosas que te grabas a fuego cuando estudias pediatría es la cantidad de mililitros (mL) que necesita un niño según su peso para cubrir sus necesidades hídricas diarias. Es lo que se conoce como regla de Hollyday y nos sirve a los pediatras, por ejemplo, para calcular el suero que tenemos que poner a un niño al que van a operar de una apendicitis para que no se deshidrate, pero también para calcular qué cantidad de leche debería tomar un bebé para mantenerse bien hidratado y crecer de forma adecuada.

Otra cosa que seguro que sabéis es que hasta los 6 meses de vida, los bebés sanos son capaces de alimentarse solo de leche, ya sea materna o artificial. De ahí que la recomendación tanto de la OMS como de la Asociación Española de Pediatría sea la de esperar hasta esa edad para iniciar la alimentación complementaria, es decir, los alimentos diferentes a la leche.

Os parecerá una tontería, pero ¿cómo puede entonces mantenerse un niño tan pequeño bien hidratado si sólo toma leche? Pues aquí es donde la naturaleza hace su magia, porque ¿sabéis qué? Cerca del 90% de la composición de la leche materna (y también de la artificial) es agua, lo que garantiza que el bebé toma líquidos suficientes siempre y cuando se respete la lactancia a demanda.

Pero si la leche es agua casi en su totalidad, ¿puedo darle entonces agua a mi bebé?

Seguro que a más de uno le habrá saltado esta pregunta a la cabeza y tiene toda su lógica, sobre todo a los que alimentáis a vuestros hijos con leche artificial: si para preparar un biberón pongo unos polvos en un recipiente con agua, ¿que tiene de malo que le de un poco de agua sin más? Parece lógico, ¿verdad? Incluso, «¿qué más dará un lingotazo de agua en vez de la teta de mi mamá? Así la dejo descansar un rato…».

El problema surge porque los bebés más pequeños notan hambre cuando se les vacía el estómago, a diferencia de los adultos que nos damos cuenta de que queremos comer de forma diferente. Si a un bebé que pide le damos unos buchitos SOLO de agua, su cuerpo pensará que está comiendo y es probable que luego no reclame una toma cuando realmente le toca, ya sea de teta o de biberón.

Por eso los pediatras repetimos como un mantra «la lactancia debe ser a demanda», lo que garantiza que el niño toma los nutrientes que necesita, pero también los líquidos que le hacen falta. En verano, cuando hace calor y el niño tiene más sed, esta será más frecuente, así como cuando tiene una gastroenteritis ya que las necesidades de líquidos son mayores. Por eso es muy habitual que durante la época estival los bebés reclamen más tomas de lo que hacían habitualmente. Además, recordad que la primera parte de una toma de lactancia materna tiene sobre todo agua, por eso esas tomas «extra» que hacen en verano os puedan parecer solo un chupito comparadas con las que hace cuando os vacían el pecho entero.

¿Y que pasa a partir de los 6 meses?

Entre los 6 y los 12 meses de vida, los niños realizan una transición entre la lactancia exclusiva a comer «de todo», es decir, como un adulto. En ese proceso la leche va perdiendo protagonismo hasta que, al rededor del año de vida, no representa más del 30% de la ingesta calórica diaria (no os volváis locos que no hace falta que calculéis nada). A este periodo de la vida se le conoce como alimentación complementaria.

Como os podéis imaginar, si la leche, que era la fuente única y principal de líquidos para un niño menor de seis meses empieza a perder protagonismo, algo habrá que hacer para que el niño no se deshidrate. Pero no os preocupéis que está todo pensando.

Los alimentos que acompañan a la leche como parte de la alimentación complementaria también contienen agua. Por ejemplo, las frutas son casi todo agua: las fresas un 91%, la manzana un 84%, la naranja un 88%… Y en cuanto a las verduras: las judías verdes un 90%, el calabacín un 95%, la zanahoria un 88%… Además, ¿quién hace un puré de verduras en seco? Todo esto pone de manifiesto que aunque un niño no tome leche para comer o para merendar, parte de la ingesta hídrica que necesita la compensa con los propios alimentos que ha comido.

De todas formas, sobre todo en los niños que toman lactancia artificial o en aquellos que toman materna y su mamá no está presente, no está de más que a partir de los seis meses se les ofrezca (ojo, ofrecer no es forzar a beber) un poco de agua en las comidas, como parte de los líquidos que deben tomar a diario.

¿Y qué es mejor: con vasito o biberón?

Habréis visto en las tiendas para bebés multitud de cacharros para enseñar a los niños a beber: que si vasitos con boquilla, que si vasitos 360º, que si tazas con asas ergonómicas, que si biberones de agua…

La verdad es que da un poco igual lo que utilicéis cuando llegue el momento de ofrecer agua a vuestro hijo. Sin embargo, tenéis que pensar que no es lo mismo tomar teta o un biberón, que tomar un vaso de agua. Así que cuanto antes empecéis el entrenamiento de «tragar» agua como un niño mayor, pues mejor que mejor.

Tampoco pasa nada por hacerlo poco a poco, pero si que es importante que tengáis en la cabeza que los niños se hacen mayores y cuanto antes les quitemos los vicios de bebé, pues mejor que mejor, que luego queremos hijos autónomos a los que no les hemos dado esa oportunidad.

Y si os estáis preguntando que si hay que hervir el agua o debe ser mineral… supongo que ya sabéis que no es necesario. Basta con que ofrezcáis a vuestros hijos la misma que tomáis vosotros: si es del grifo porque vivís en Madrid y dicen que el agua es maravillosa, pues fenomenal; si vivís en zona de costa y no os gusta el sabor y tomáis embotellada, pues tampoco pasa nada… Normalización y sentido común.

¿Y a partir del año de vida?

Como decíamos, a partir del año de vida los niños están sobradamente preparados para comer como un adulto, y en ese sentido el agua es la bebida que no debe faltar en la mesa cuando se sientan a comer o cenar. No pasa nada porque también les deis un poco de leche como parte de esas comidas, pero recordad que esta “bebida”, además de agua, contiene hidratos de carbono, proteínas y grasas que podrían sobrealimentar a vuestro hijo si es que solo tenía sed. Al fin y al cabo, la leche es una fuente no desdeñable de calorías que se debe dar (si es que esta es vuestra decisión) como parte de un alimentación sana y equilibrada.

El problema que tienen los niños pequeños de uno o dos años es que tienen pocos recursos para pedir lo que necesitan, y podría ocurrir que tengan sed y no tengan acceso al agua. Por eso es muy importante que se la ofrezcáis de vez en cuando (otra vez, ofrecer no es forzar), para que beban si es lo que les apetece (por ejemplo, podéis llevar una cantimplora con un vasito en el carro cuando salgáis de paseo para que no os pille desprevenidos). A media que se vayan haciendo mayores estarán más capacitados para transmitiros lo que quieren, de hecho, la palabra «agua» es de las primeras que aparecen en el vocabulario infantil.


En resumen:

  • Hasta los seis meses de vida no se recomienda que los bebés tomen agua ya que con la leche materna o la artificial se cubren las necesidades diarias de líquidos que un niño necesita.
  • Entre los seis y los doce meses, cuando se comienza con la alimentación complementaría, los bebés pueden empezar a beber agua con las comidas en pequeñas cantidades, manteniendo la leche como el aporte hídrico principal.
  • Una vez cumplidos los doce meses la cosa se invierte y es el agua el principal líquido que un niño debería beber.

NOTA: como habéis podido leer, no hemos mencionado ningún otro liquido que no sea agua o leche, ya que no se recomienda que los niños pequeños (y seguramente tampoco los adultos) tomen bebidas para hidratarse diferentes a estas. Otra cosa es que de forma puntual, nos tomemos un refresco que de vez en cuando sienta de maravilla.

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Higiene dental en niños (vídeo)

En este directo de Instagram repasamos con la Dra. Yaiza Cuba (odontopediatra) todo lo que tenéis que saber sobre salud e higiene bucal en la infancia. No os lo perdáis!!

Mensajes importantes que debéis mantener en la cabeza:

  • La caries es una disbiosis (desequilibrio) entre la saliva (factor protector) y las bacterias que producen ácido desde los azúcares de la dieta.
  • La forma de prevenir la caries disminuyendo la ingesta de azúcares y con el cepillado dental.
  • Los dientes en los niños deben lavarse desde la salida del primer diente.
  • Siempre se debe usar pasta con flúor con al menos 1.000 ppm; no os fijéis en las edades que ponga en el tubo.
  • Los dientes se deben cepillar al menos dos veces al día; el cepillado más importante es el de antes de dormir.
  • Los cepillos de dientes deben cambiarse al menos una vez cada 4 meses.
  • Un buen momento para hacer la primera visita al odontopediatra es en torno al año de vida.

Plagiocefalia postural: cuando se deforma la cabeza de un bebé

No se si os habéis fijado alguna vez en unos cascos de colorines un poco aparatosos que llevan algunos niños pequeños. Lejos de ser utilizados como medida preventiva contra un coscorrón, esas ortesis (así es como se llama a los dispositivos que nos ayudan a corregir una deformidad o malformación) están pensadas para devolver al cráneo la forma redondeada de los bebés con plagiocefalia, un tipo de deformidad de la cabeza que se produce por estar apoyada de forma constante en la misma zona.

No se si os acordaréis de cuando estudiabais el cuerpo humano en el colegio, pero el cráneo está formado por varios huesos (frontal, parietal, temporal, occipital…). Al nacimiento estos huesos no están fusionados entre si por dos motivos. El primero, para permitir que la cabeza se amolde al canal del parto (un sitio muy estrecho para que pase una cabeza, todo hay que decirlo) y, en segundo lugar, para que crezca a medida que lo va haciendo el cerebro de los niños. Por este motivo, y hasta que el cráneo se cierre, es fácil que se deforme si siempre esta apoyado en el mismo lado, dando lugar a la plagiocefalia.

En este post os contamos qué medidas preventivas podéis poner en práctica para evitar la plagiocefalia y, en el caso de que se produzca, qué podéis hacer antes de que vuestros hijos acaben con el temido casco de colorines en la cabeza.

¿Qué es la plagiocefalia postural?

El significado de «plagiocefalia» hace referencia a «cabeza oblicua» (la palabra plagio en griego significa oblicuo) y define muy bien qué forma adopta el craneo de los bebés en esta deformidad. Como podéis ver en la foto de abajo, al mirar la cabeza desde arriba esta adquiere la forma de un paralelogramo.

Plagiocefalia en forma de paralelogramo. Obsérvese como las orejas no están a la misma altura.

En los últimos 30 años hemos vivido una «epidemia» de plagiocefalia postural debido a que desde el año 1992 se recomienda que los niños duerman boca arriba como medida para prevenir la muerte súbita del lactante y, por tanto, con la parte de atrás de la cabeza apoyada sobre el colchón. Antes de esa fecha era una deformidad rara, pero en la actualidad es el primer motivo de derivación a las consultas de Neurocirugía desde Atención Primaria y su incidencia varía desde 1 de cada 300 niños sanos hasta un 50% (dependiendo del estudio que se consulte). Sin embargo, a pesar de esa epidemia de cabezas aplanadas, merece la pena poner a los niños a dormir boca arriba para prevenir la muerte súbita.

Esta deformidad aparece hacia el mes de vida y suele mejorar por si sola a partir de los 6 meses (cuando el niño empieza a sentarse solo). A pesar de ello, los casos más graves pueden tener importantes consecuencias estéticas. El diagnóstico no suele requerir pruebas complementarias y con una simple historia clínica y una exploración (siembre desde la parte de arriba de la cabeza) suele ser suficiente.

La plagiocefalia postural debe diferenciarse de la «verdadera plagiocefalia», la cual se produce porque los huesos de la parte de atrás de la cabeza están fusionados y no permiten que esta crezca de forma adecuada. Esta «verdadera plagiocefalia » es rara y suele ser fácil diferenciarla de la de tipo postural, además de requerir corrección quirúrgica. En el caso de que queden dudas de si se trata de un tipo u otro, la prueba a realizar es un escáner con reconstrucción 3D.

Además, la plagiocefalia postural está muy relacionada con la tortícolis congénita: un acortamiento del músculo esternocleidomastoideo del cuello que se produce por la posición excesivamente encogida del bebé dentro de la tripa de su madre. Ese acortamiento condiciona que la cabeza esté girada siempre hacia el mismo lado y por tanto, apoye siempre la misma parte de atrás. Por ello, ante una plagiocefalia postural, el pediatra debe descartar (y tratar) este tipo de tortícolis.

¿Qué implicaciones tiene la plagiocefalia postural?

Cuando se aplana la parte de atrás de la cabeza de un niño se produce una deformidad de todo el cráneo que puede tener consecuencias estéticas.

Si la deformidad se produce por el apoyo sobre uno de los lados de la parte de atrás de la cabeza, ese aplanamiento se compensa con el abobamiento de la frente del mismo lado así como una asimetría de la posición de las orejas vista desde arriba. Si el apoyo es en el centro de la parte de atrás de la cabeza esta suele aplanarse de forma simétrica sin deformar el macizo facial. En cualquier caso, las medidas preventivas y correctoras son similares. Además, en ambos casos suele aparecer una calva con menos pelo en la zona de apoyo.

En las plagiocefalias las orejas se ven a distinta altura cuando se observa la cabeza desde arriba. Además, un lado de la frente suele estar más prominente que el otro.

Antiguamente se creía que una plagiocefalia podía tener consecuencias negativas en el desarrollo del niño. Sin embargo, a día de hoy no esta demostrado que esta deformidad de la cabeza tenga consecuencias en el neurodesarrollo. Es cierto que algunos niños con alteraciones del desarrollo también tienen plagiocefalia, pero lo que parece es que esas alteraciones son las que condicionan una falta de movilidad del niño que a la postre le hacen apoyar la cabeza siempre en el mismo lado.

De todas formas, aunque la plagiocefalia solo tenga consecuencias estéticas, debemos darle la importancia que se merece para procurar una prevención y tratamiento adecuados en el caso de que se produzcan.

¿Cómo se puede prevenir la plagiocefalia?

Durante los primeros 6 meses de vida los bebes pasan mucho tiempo tumbados boca arriba. Por ello, es muy importante que los padres pongáis en marcha una serie de medidas para evitar que se produzca la plagiocefalia..

En primer lugar, es importante colocar a los niños boca abajo para jugar cuando estén despiertos y siempre bajo la supervisión de un adulto. Es lo que se conoce en inglés como tummy time (tiempo de la barriga). Esto ayudará por un lado a que no apoyen la cabeza siempre en la parte de atrás, además de favorecer el desarrollo neurológico ya que potencia la fuerza de la parte de arriba del cuerpo (brazos y hombros), tan necesarios para los primeros hitos del desarrollo. En general se recomienda una hora al día de este tipo de ejercicio, repartido en periodos de 20-30 minutos.

Aunque los niños deben dormir boca arriba, se recomienda que los padres pongan la cabeza del niño girada a un lado y a otro de forma alterna para que el tiempo de descanso del bebé no lo pase apoyado siempre en el mismo lado. A veces esto resulta imposible porque al niño le gusta girar la cabeza hacia donde recibe los estímulos (luz, sonido…). Para corregir este «vicio», también podéis girar al bebé entero en la cuna cada ciertos días poniendo los pies en donde iba la cabeza y viceversa.

Las sillitas con cabezal en las que el niño vaya muy recogido están bien para los viajes en coche (como la maxicosi). Sin embargo, hacen que la cabeza de los bebés esté apoyada siempre en el mismo sitio por lo que debéis evitarlas para los paseos en carro.

Por último, cabeza que no apoya, cabeza que no se aplana. Así que coger en brazos a vuestros hijos todo lo que queráis durante estos primeros meses de vida (y mientras os dejen, que la adolescencia la alcanzan muy pronto). Por el mismo motivo, el porteo como opción de transporte para el bebé previene la plagiocefalia.

El neurocirujano y los «cascos»

Hablábamos al principio de este texto que en algunos casos había que recurrir a los cascos para corregir una plagiocefalia. Antes de llegar a ese extremo, los pediatras somos capaces de manejar casi todas las plagiocefalias una vez establecidas, ya que suelen mejorar enseñando a los padres las mismas medidas posturales que mencionábamos en la parte de la prevención y realizando una seguimiento estrecho. Al fin y al cabo lo que se busca es que el niño apoye la cabeza en la parte que no la tiene aplanada para compensar la deformidad.

Los protocolos sobre plagiocefalia establecen que si a los 5 meses la deformidad sigue estando presente a pesar de haber realizado un plan de reeducación postural, es el momento de derivar al niño al neurocirujano. En el caso de que este especialista lo considere oportuno, valorará la opción de utilizar un casco corrector hasta los 12 meses de edad. Esto cascos «empujan» unas zona determinadas de la cabeza consiguiendo remodelar la deformidad craneal.

Lactante con «casco» (ortesis) para la corrección de una plagiocefalia.

Como última opción, en el caso de que ni las medidas posturales ni el casco hayan sido suficientes para corregir una plagiocefalia postural con graves consecuencia estéticas, queda como posibilidad la corrección quirúrgica. Pero tranquilos, es muy raro que se llegue a este extremo en una plagiocefalia de este tipo.

¿Y qué pasa con ese cojín tan famoso que anuncian en todos lados?

Después de todo lo que habéis leído, muchos estaréis pensando en el cojín ese blandito como con un agujero en el centro que os regaló la prima María cuando nació vuestro bebé y que os dijo que era la solución para que no se le deformara la cabeza. Sin embargo, ninguna guía clínica recomienda este tipo de cojines en niños sanos para la prevención de la plagiocefalia, además cualquier objeto en la cuna de un bebé aumenta el riesgo de muerte súbita del lactante.

Es cierto que estos cojines pueden ayudar a distribuir el peso sobre el que apoya la cabeza del bebé, y que en casos muy seleccionados puede ser útil (como el de los bebés prematuros). Pero en el caso de un niño sano debería bastar con las medidas correctoras de postura antes mencionadas para la prevención de la plagiocefalia.

En los casos en los que la plagiocefalia esté establecida, pueden ayudar al tratamiento junto a los cambios postulares, pero deberá ser vuestro pediatra el que os lo indique más que que sea necesario que todos los niños dispongan de un cojín de este tipo como como parte del pack que toda familia debe comprar cuando trae a un crío a este mundo.


En resumen, la plagiocefalia es una deformidad craneal frecuente que se produce como consecuencia del apoyo constante en la parte de atrás de la cabeza en la misma zona. Se puede prevenir poniendo en práctica una serie de medidas (jugando con el niño boca abajo cuando está despierto, girando la posición de la cuna, porteando al niño cuando se sale a pasear…). En el caso de que no mejore, hacia los 5 meses está justificada la derivación al neurocirujano para que valore si es necesario utilizar un casco como medida correctora.

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Bibliografía:


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Los derecho de imagen de la niña con el casco pertenecen a GeekAron bajo una licencia CC BY-NC-ND 2.0.