Nos encontramos en plena primavera y los que somos alérgicos sabemos que es época de congestión, mucosidad y picor ocular. Sin embargo, cuando un niño es pequeño, diferenciar estos síntomas de un simple catarro es un reto diagnóstico hasta para el pediatra más experimentado.
Como sabréis, los catarros son una enfermedad infecciosa provocada por virus que afecta a las vías respiratorias superiores, muy frecuentes en la época preescolar, sobre todo durante los primeros años de escolarización.
Así que no es raro que nos encontremos durante estos meses a niños en los que un catarro parece que dura más de la cuenta y que nos haga hacernos la pregunta de si no será que tiene alergia en vez de un simple resfriado.
En este post os contamos en qué nos fijamos los pediatras para hacer el diagnóstico diferencial.
Alérgico es quien puede, no quien quiere
Las alergias, hasta cierto punto, son consideradas una enfermedad genética, es decir, cuando diagnosticamos a alguien de alérgico sabemos que desde que nació tenía en sus genes una predisposición a que su sistema inmunológico reaccione ante ciertos estímulos, ya sea un alimento, un fármaco o el polen de las plantas.
Esa genética que predispone a tener una alergia suele estar muy patente cuando realizamos una historia clínica, ya que solemos encontrar entre sus antecedentes familiares a personas cercanas (padres y hermanos) que también son alérgicos o que tienen (o han tenido) asma o dermatitis atópica, enfermedades que genéticamente se relacionan muy estrechamente con la alergia. De hecho, no es raro que el propio niño tuviera de pequeño alguna de estas enfermedades y que con el paso de los años veamos que desarrolla síntomas de alergia.
Sin embargo, en muchas ocasiones no encontramos entre los antecedentes familiares o personales estos indicadores. Esto no nos excluye el diagnóstico de alergia, ya que aunque la genética la heredamos de nuestros padres, durante el periodo de formación de una nueva vida nuestros genes no tienen porque ser un calco al 50% de nuestros progenitores.
Lo que está claro es que un niño con padres o hermanos alérgicos tiene muchas papeletas de desarrollar algún tipo de alergia durante la infancia, de ahí que digamos que es alérgico quién puede y no quién quiere. Si bien, esta predisposición no te aboca al 100% a tener una alergia, ya que el ambiente en el que vivimos también juega un papel muy importante.
Con todo ello, la predisposición genética en combinación con múltiples factores ambientales es lo que finalmente hará que un niño (o un adulto) desarrolle algún tipo de alergia.
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Síntomas de la alergia vs. Síntomas de un catarro
Las alergias respiratorias comparten muchos síntomas con los de un catarro, como son la congestión nasal, la mucosidad, la tos o el cansancio.
Al fin y al cabo, los pólenes de las plantas y los virus respiratorias, aunque por mecanismos diferentes, estimulan a nuestro sistema inmunológico que a la postre provoca inflamación en las vías respiratorias, por lo que no nos debería de extrañar que los síntomas fueran muy similares.
Sin embargo, con una buena historia clínica suele ser relativamente sencillo diferenciar un resfriado de una rinoconjuntivitis alérgica. Veamos a continuación qué cosas son diferentes entre estos dos cuadros clínicos:
- La fiebre: este síntoma es propio de una infección, por lo que ante su presencia junto a otros síntomas respiratorias nos debe hacer pensar en un catarro. La fiebre es extremadamente rara en un cuadro de alergia, por lo que ante una persona con tos, mocos y fiebre podemos afirmar casi con toda seguridad que lo que tiene es un resfriado.
- La temporalidad: los catarros, provocados todos ellos por virus, son más frecuentes en los meses fríos del año, aunque siguen siendo muy comunes hasta que llegan las vacaciones de los colegios y las escuelas infantiles, mientras que la polinización suele ocurrir fuera de la época invernal. Digo puede, porque hay plantas, como las arizónicas o el fresno, que poliniza a finales del invierno. Por ello, los pediatras solemos estar atentos a los boletines de información de las comunidades autónomas en las que vivimos para saber en tiempo real si en nuestro entorno hay niveles altos de algún tipo de polen.
- Qué pasó el año pasado: si atendemos a un paciente que en la misma época del año anterior desarrollo síntomas compatibles con alergia y en la nueva temporada le pasa exactamente lo mismo (picor ocular, congestión…) es un dato más a tener en cuenta para sospechar una alergia.
- Qué pasa cuando salgo a la calle: cuando una persona tiene un catarro, sus síntomas no varían si sale a dar un paseo o se queda en casa. Sin embargo, en el caso de los alérgicos, sí que es habitual que los síntomas empeoren al salir a la calle.
- Picor ocular: las conjutivitis (cuando la parte blanca del ojo se pone roja, nos pica o nos molesta y en ocasiones tenemos legañas) es frecuente que aparezca en el contexto de un catarro, es decir, que tengamos a un niño con fiebre, tos y mocos y que, además, tenga una conjuntivitis. En el caso de la alergia, la conjuntivitis también es muy frecuente, incluso a veces aparece como único síntoma. Sin embargo, la conjuntivitis de los alérgicos no suele acompañarse de secreción (legañas) y suelen manifestar que lo que más les molesta es el picor ocular.
- La edad: aunque hace unos párrafos hemos dicho que el desarrollo de una alergia depende de la genética del niño, es excepcional que un niño pequeño, por debajo de los 2 años de edad, desarrolle una alergia al polen de las plantas. Esto es así porque se necesitan al menos una o dos temporadas (una o dos primaveras) para que se ponga de manifiesto esa genética y empiece a desarrollar síntomas. Por ello, ante niños pequeños, sobre todo por debajo de los 3 años, es más probable que lo que tenga un niño sea un catarro y no una alergia.
- Duración del cuadro clínico: en ocasiones los catarros no provocan fiebre, los que a los pediatras nos pone en un brete si los síntomas que nos cuenta la familia empieza a durar más de la cuenta (recordad que los mocos de un catarro pueden durar hasta 3 semanas). En estos casos en los que ese niño parece que tiene un catarro, pero que con el paso del tiempo sigue con los mismos síntomas, habría que plantearse si todo eso que le pasa al niño puede ser por alergia más que por un virus.
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¿Y qué hace el pediatra en esta situación?
Cómo veis, el diagnóstico diferencial entre una alergia primaveral y un catarro puede ser mucho más complejo de lo que en un primer momento pudiera parecer, sobre todo cuando la gran mayoría de los síntomas se solapan. En estos casos habrá que tirar de pericia médica y en ocasiones plantear un tratamiento a ver si el niño mejora.
Está claro que si el niño mejora solo en unos pocos días, sobre todo un niño pequeño que, además, tuvo fiebre al inicio de los síntomas, pues lo más probable es que sea un catarro y santas pascuas.
Sin embargo, en esos niños con algo más de edad, con cuatro, cinco o seis años, que no tuvieron fiebre, que sobre todo tienen congestión sin que al sonarse tengan mucho moco, que les pican los ojos al salir a calle… no es descabellado plantear un tratamiento con un antihistamínico y un colirio y ver que pasa.
Si los síntomas mejoran en unos pocos días, con una muy alta probabilidad lo que tendrá el niño es una alergia al polen que esté circulando en ese momento. Si no es así y el niño continua con síntomas habrá que plantear otras opciones.
¿Y no haría falta hacerle pruebas?
Los alergólogos son los médicos especialistas en la alergia, por lo que no es disparatado pensar que si un niño tiene síntomas de alergia no estaría de más que le evaluara para que pudiera indicar unas pruebas y establecer un diagnóstico definitivo.
En nuestra opinión, y con el máximo respeto a nuestros compañeros (por si hay alguno que nos está leyendo), como pediatras de atención primaria no creemos que todos los niños que presentan síntomas leves de alergia y que mejoran con un antihistamínico deben ser evaluados por un alergólogo. A ver si conseguimos explicar los motivos sin ofender a nadie…
Desde luego que tener una prueba en la mano que te dice si un niño es alérgico a este o a aquel polen es de gran ayuda, pero en la gran mayoría de niños somos capaces de intuir con la historia clínica, sus antecedentes familiares y la época del año a qué son alérgicos. Además, tener un papel que diga que el niño es alérgico a gramíneas, olivo o plátano de sombra… no cambia el enfoque terapéutico inicial si tiene síntomas leves, que sería darle un antihistamínico.
Por otro lado, en algunas ocasiones las pruebas de la alergia salen negativas, aunque el niño tenga muchos síntomas compatibles y la evolución sea la esperada para un alérgico, por lo que ante este niño con pruebas alérgicas negativas, pero que tiene síntomas y mejora con un antihistamínico, no debemos descartar el diagnóstico de alergia.
En definitiva, ante un niño con síntomas de alergia y una respuesta adecuada y esperada a la medicación, las pruebas de alergia nos pueden ayudar (o afianzar) en el diagnóstico, pero no son condición sine qua non.
Por el contrario, las pruebas de alergia y la valoración por parte de un alergólogo es muy necesaria ante situaciones en las las cosas no están yendo bien o en las que dudamos del diagnóstico.
Cuando me refiero a que las cosas no están yendo bien, me refiero a ese paciente en el que a pesar del tratamiento básico de la alergia la evolución no es favorable y sus síntomas no están controlados. En estos casos, la valoración por el alergólogo es necesaria para confirmar el diagnóstico (ahí la importancia de las pruebas en las casos graves), pero también para plantear algún tipo de inmunoterapia o vacuna.
Dentro de esos pacientes con síntomas graves incluimos a los pacientes alérgicos con broncoespasmo, que en muchas ocasiones son asmáticos, ya que el broncoespasmo desencadenado por un supuesto estímulo alérgico, es decir, en primavera y con la polinización a tope, sí que creemos que debería ser evaluada por nuestros compañeros alergólogos.
Por último, en ocasiones es necesaria la evaluación por parte del alergólogo ante síntomas leves, pero que no terminan de encajar en el típico cuadro alérgico. Por ejemplo, en esos niños pequeños por debajo de los dos años que hemos comentado antes en los que parece que su tos y sus mocos ya no nos parecen un catarro o ante esa tos nocturna en época primaveral en un niño más mayor que no nos terminamos de explicar.
Como habéis podido leer, diferenciar si un niño tiene alergia o tiene un catarro puede ser algo muy sencillo o un verdadero reto diagnóstico digno del mejor detective. Lo que está claro es que si las cosas no os cuadran o la evolución de vuestro hijo no es la esperada debéis consultar con vuestro pediatra para que pueda hacer una evaluación completa de cuál es la situación, plantear un diagnóstico y un tratamiento.
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