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Español para inmigrantes

La semana pasada tenía que haber estado en Valparaíso (Chile), donde había sido invitado como ponente en el V Congreso Internacional de la Lengua Española. Como sabréis, el Congreso fue suspendido por el terremoto que sacudió el país en la madrugada del sábado 27 de febrero. La noticia del seísmo me llegó cuando estaba preparando la maleta para irme al aeropuerto.

Los organizadores del Congreso han decidido publicar todas las ponencias en el sitio web oficial del evento. La mía se titula La prensa gratuita, agente de integración social y lingüística. Sostengo en ella que muchos inmigrantes, sobre todo del Magreb y de los países del este europeo, aprenden el español en España gracias a los gratuitos. La puedes leer completa aquí, buscando en el panel sobre migraciones y medios de comunicación.

¿Quo vadis, español?

Reproduzco otro de los artículos sobre el español que escribí para la revista Geo hace ya algunos años. Complementa al artículo que recuperé ayer, que os tuvo debatiendo todo el día (no siempre de lo que yo planteaba).

¿Quo vadis, español?

Arsenio Escolar

Escena inicial. Monasterio de San Millán de la Cogolla, en la actual La Rioja, hace unos mil años. Un monje que consulta homilías y un penitencial escritos en latín anota en los márgenes del documento la traducción de algunos términos a la lengua cotidiana que en esa época se empezaba a usar en la calle. Así crea lo que ahora conocemos como Glosas Emilianenses, el primer texto escrito donde se utiliza de manera consciente la lengua romance que hoy llamamos español. Al menos, el primer texto que nos ha llegado porque, según algunos expertos, aquel religioso utilizaba para sus anotaciones una especie de diccionario latín-romance que desgraciadamente no se ha encontrado.

Tengo las Glosas delante, editadas por Ramón Menéndez Pidal: «Quidam (qui en fot) mo nacus filius sacerdotis ydolorum…». A primera vista, todo parece latín. Pero no lo es: del latín vulgar, del sustrato de lenguas prerromanas, de la influencia de las lenguas germánicas traídas a la Península por los visigodos en el siglo V y de los préstamos del árabe ha nacido un idioma nuevo en las comarcas montañosas que hoy pertenecen a Burgos, La Rioja y Cantabria. Aunque apenas nos reconoceríamos en él, aunque tiene grafías que hoy no usamos –la doble ess (ss), la ce con cedilla (ç)…– y carece de otras que hoy nos parecen tan nuestras como la jota (j) o la eñe (ñ), es nuestra lengua. No hay duda alguna.

Escena final. Imaginemos que dentro de mil años, o sólo de 500, un periodista californiano escribe su crónica en español para un diario digital. ¿Tendrá eñes? ¿Tendrá haches? ¿Usará uves, o sólo bes? ¿Mantendrá el actual sistema de acentuación? ¿Habrá unificado la ce de cero y la zeta de zapato –que son el mismo fonema, el mismo sonido– a un solo signo gráfico, a una misma letra? ¿Estará aún más lleno de siglas y de acrónimos? ¿Incluirá signos gráficos hoy no inventados? ¿Cuántas de las palabras que el periodista use están hoy en el Diccionario de la Real Academia? ¿Se parecerá tanto ese idioma al inglés como las Glosas Emilianenses se parecían al latín? En definitiva, si hoy pudiéramos leer ese texto periodístico, ¿lo reconoceríamos como escrito en nuestra lengua, como español?

Conocida sobre todo como una disciplina aplicada a la política, la prospectiva ha mostrado que es cualquier cosa menos una ciencia exacta. A mediados de los años ochenta, ninguno de sus sacerdotes intuyó que en cortísimo espacio de tiempo iba a caerse el muro de Berlín y a derrumbarse los regímenes del llamado “socialismo real”.

Aplicada a la lingüística, es una ciencia aún más inexacta. Los vaticinios son prácticamente imposibles. ¿Alguien entrevió hace veinte años, o incluso hace diez, que una vieja palabra castellana, arroba, iba a tener una segunda vida con otra acepción? ¿Alguien nos auguró que en 1999 la Ortografía oficial de las academias de la lengua iba a recuperar un viejo signo, &, al que erróneamente muchos han creído anglosajón? ¿A alguien se le ocurrió cuando llegaron los teléfonos móviles que a su calor iban a crear los adolescentes una nueva forma de escritura, los emoticones, en el que :-) es sonrío (mírenlo girando esta página 90 grados); :-D, me carcajeo; y :-P, me muerdo la lengua? Cuando Gabriel García Márquez viró por broma la última e en la portada de la primera edición de Cien años de soledad, ¿alguien intuyó que un día esa e fruto de un nuevo bustrófedon sería frecuente en el nombre comercial de muchas marcas ligadas a la revolución tecnológica y que, seguida o precedida de un guión (e-, -e), iba a convertirse en un prefijo o un sufijo que significara «electrónico»?

Las lenguas son pujantes seres vivos. Siempre están cambiando. Lo hacen sonorizando consonantes sordas o ensordeciendo sonoras, inventando diptongos donde no los había o reduciéndolos donde los había, prescindiendo de vocales que caían justo detrás del acento de una palabra, tomando prestados vocablos de otras lenguas, creando neologismos, aplicando metáforas o eufemismos para alumbrar nuevos términos, desprendiéndose de elementos de su escritura, adoptando otros…

Nuestra lengua, el español, ha sido una de las más dinámicas en ese movimiento continuo de cambio. A aquel idioma recién nacido que usaba el monje de San Millán de la Cogolla le han pasado muchísimas cosas en estos mil años. Éstas son algunas de las más significativas:

-Ha inventado la eñe y la elle donde el latín tenía consonantes dobles, la nn (annu: año) y la elle (caballu: caballo).

-Ha sustituido la efe inicial latina por una hache, primero aspirada y luego muda (facer: hacer).

-Ha apostado por «haber» como verbo auxiliar tras dudar durante mucho tiempo si hacerlo por «ser».

-Ha sido objeto de diversos procesos de homogeneización o de normalización ortográfica: en el siglo XIII, por iniciativa, digamos política, del rey Alfonso X, que apuesta por el «castellano derecho» de Burgos, con algunas concesiones al de Toledo y al de León. En los Siglos de Oro, con la suma de iniciativas individuales de Antonio de Nebrija, Juan de Valdés, Cristóbal de Villalón, Bernardo Aldrete, Sebastián de Covarrubias y Gonzalo Correas. En el siglo XVIII y comienzos del XIX, por decisión de la Real Academia, creada en 1713, que saca adelante una tanda de reformas por las que el idioma queda fijado prácticamente como lo conocemos: distingue entre la u y la uve, suprime la c con cedilla y la doble ese; apuesta por la be para las palabras que en latín tuvieran be o pe y por la uve para las que tuvieran uve…

-En el siglo XVI se dividió prácticamente en dos variantes de pronunciación. Una es la dominante en todo el territorio peninsular, salvo Andalucía, y en Baleares; la otra lo es en Andalucía, Canarias y América.

-Ha importado palabras de Francia casi durante toda su historia. En los silos XI y XII, con el primer auge del Camino de Santiago y la llegada de peregrinos y la reforma cluniacense, tomó del francés o del provenzal vocablos como homenaje, vergel, doncella, manjar, pitanza, hostal o peaje. En el siglo XV trajo, entre otros, dama, paje, galán y corcel; en el XVI, ujier, damisela, frenesí, trinchera o coronel; y en el XVIII, detalle, intriga, modista, chaqueta, pantalón, hotel, aval, burocracia…

-También ha importado vocablos de Italia, sobre todo en el siglo XV (galera, avería, corsario, tramontana, belleza) y en el XVI (escopeta, piloto, escorzo, diseño, novela, modelo).

-Ha tomado muchos préstamos del inglés, la mayoría en el siglo XIX tras la revolución industrial (claxon, vagón, tranvía, túnel) y en el XX con las nuevas tecnologías, los avances científicos, el deporte y el ocio.

-Ha hecho suyos cientos, miles de arabismos, la mayor parte antes del siglo XV.

-Ha tomado vocablos de todas las lenguas americanas precolombinas, y los ha reexportado a las lenguas europeas (tabaco, patata, chocolate, tomate, canoa).

También ha exportado a otras lenguas muchos términos propios. Sobre todo en el siglo XVI y primeros años del XVII, cuando España era la principal potencia militar, política, económica y cultural del mundo. Numerosos vocablos nuestros (armada, flota, siesta, grandeza, pícaro, zarabanda, chacona, fanfarrón) están desde entonces en el francés, el inglés, el italiano, el portugués o el alemán. A los franceses, incluso les prestó la ce con cedilla (ç), hoy casi un símbolo de su idioma.

Desde las pequeñas comarcas en las que nació, se ha extendido con una fuerza imparable por todo el mundo, de modo que hoy hablan español unos 350 millones de personas.

Y ahora en tu segundo milenio de vida, ¿hacia dónde vas, idioma español? ¿Quo vadis? ¿A extenderte aún más gracias a las altas tasas de fertilidad de los actuales hispanohablantes, a las posibilidades de desarrollo de los países donde eres la lengua oficial y al renovado interés que despiertas como lengua de estudio? ¿A la fragmentación, dada la lejanía de los territorios en que te hablan y las variantes de pronunciación antes apuntadas? ¿A perder, por la revolución tecnológica, parte de la ventaja que le habías sacado al francés o al alemán? ¿A convertirte poco a poco en un satélite del inglés?

La hegemonía mundial de Estados Unidos, el liderazgo tecnológico y científico del mundo anglosajón y la globalización de la economía, la cultura y el deporte han convertido a este último idioma en la lengua franca de nuestros días y en la que más préstamos suministra a otras.

Algunas de las grandes lenguas (el chino, el árabe, el ruso) están de algún modo protegidas de la colonización del inglés gracias a que no usan el alfabeto latino. A otras (el francés, el portugués, el italiano, el alemán) las salva, aunque menos, la distancia geográfica entre las respectivas comunidades de hablantes. Y una, sólo una de las grandes lenguas, el español, está en contacto directo con el todopoderoso inglés, hasta el punto de que en varios estados de Estados Unidos (California, Nuevo México, Texas, Florida…) comparten decenas de millones de hablantes bilingües que usan uno u otro idioma según estén en casa, en el trabajo, en una discoteca o en un organismo público.

Un roce tan intenso ha hecho que algunos expertos hablen ya del nacimiento del spanglish, un español que no sólo castellaniza vocablos ingleses y llama a las provisiones «groserías» (de groceries); al mucho frío, «culismo» (de cool); a beber, «drinquear» (de drink); y al espectáculo, «cho» (de show), sino que incluso adopta estructuras sintácticas inglesas. «El spanglish no es todavía un idioma. Está en proceso de convertirse en dialecto», afirmaba recientemente Ilan Stavans, un filólogo nacido en México y radicado en Massachusetts que está elaborando el primer diccionario de spanglish, en el que recogerá unos 6.000 términos. Stavans sostiene que ya es el habla cotidiana de los 40 millones de hispanos de Estados Unidos (incluidos los indocumentados) y será «una lengua franca en todo el mundo hispánico» que transformará radicalmente el español.

Otros expertos creen, sin embargo, que muchos de los términos del spanglish son tan efímeros como la jerga en su conjunto, y que el fuerte crecimiento de la población hispana en Estados Unidos (por mayor fertilidad y por nuevas migraciones) y su mejora en la escala social reforzarán el español allí, aunque no sea el español que consideramos genuino en España.

La pugna entre el español de la Península y el de América será otro de los grandes fenómenos. ¿Prevalecerá coche o sobrevivirá carro? ¿Tipos de interés o tasas? ¿Chaqueta o saco? ¿Entrecot o churrasco? ¿Ordenador o computadora?

El mundo de los ordenadores y de las telecomunicaciones abre horizontes e incertidumbres a nuestro idioma. En Internet, el inglés acapara en torno al 70 por ciento de los contenidos de la World Wide Web (WWW) –castellanizada como Malla Máxima Mundial (MMM) con poco éxito–; el alemán, en torno al 3,3 por ciento; el francés, un 2, y el español, un 1,5 aproximadamente. Por tanto, dos lenguas con muchos menos hablantes que la nuestra nos han superado con creces en ese revolucionario medio de comunicación. En el medio plazo, recortaremos diferencias si los países de Hispanoamérica confirman su crecimiento económico y mejoran su nivel de vida. Mientras eso llega, no es extraño que la Red se haya convertido en un vehículo de la invasión de anglicismos, hasta el punto de que algunos sostienen que los hispanohablantes usan en Internet el ciberspanglish, una jerga en la que imprimir se dice «printear» y borrar, «deletear».

Donde el francés y el alemán quedan muy atrás y el español se acerca al inglés es en la enseñanza. El castellano es una de las lenguas más demandadas en colegios y universidades de Japón, Oriente Medio, Norte de África, Estados Unidos y Europa. La creación en 1991 del Instituto Cervantes, que va camino de los 40 centros en todo el mundo, ha espoleado ese interés. Y uno de los hijos del Instituto, el Centro Virtual Cervantes (http://cvc.cervantes.es), se ha convertido en un gigantesco lugar de encuentro del castellano en Internet. Una de sus secciones, El Oteador, ofrece acceso a mas de 2.000 páginas relacionadas con nuestra lengua.

La decisión de las autoridades de Brasil de convertir el español en asignatura obligatoria en toda la enseñanza secundaria del país trasciende lo meramente académico. Con sus 160 millones de habitantes, Brasil es la quinta nación más poblada del planeta. Rodeados de hispanohablantes por todas sus fronteras, es muy probable que los brasileños de las próximas generaciones también lo sean, sin abandonar su portugués materno.

Hace casi 500 años, el emperador Carlos V contestó así al obispo de Macôn, embajador francés, cuando éste le dijo que no entendía español: «Entiéndame si quiere, y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana». Hace unos meses, el pianista yugoslavo Ivo Pogorelich confesaba en una entrevista que había aprendido español porque era «un idioma estupendo para dudar y para decir lo que te da la gana».

Es curioso y ejemplar un amor tan grande a nuestro idioma pues ni Carlos V ni Pogorelich tuvieron el español como lengua materna.

El español, lengua de malhablados

Promovido por el Instituto Cervantes, hoy se celebra en todo el mundo el Día del Español, con actividades de todo tipo en España y en los 73 centros del Cervantes en el mundo. Me sumo a la celebración trayendo aquí un artículo de una serie sobre nuestra lengua que escribí para la revista Geo hace ya ocho o nueve años.

El largo viaje de una lengua fronteriza

Arsenio Escolar

Prepárense conmigo para un viaje insólito. Fecha de salida: finales del primer milenio, en los siglos oscuros de la Alta Edad Media. Lugar de partida: una pequeña comarca del norte de la península Ibérica, un estrecho cajón limitado al norte por la cordillera Cantábrica, al oeste por el río Pisuerga, al este por los montes vascos y al sur por un gran espacio despoblado al que muchos años después los historiadores llamarán el desierto del Duero.

Ésta es desde hace muchos, muchos siglos una tierra de frontera. Dura, fría, belicosa. Es un volcán. Va a entrar en ebullición, y su lava se va a extender por todo el mundo.

Fíjense bien: estamos en el vértice físico de toda la Península, pues confluyen en él las tres grandes cuencas hidrográficas: mediterránea (aquí mana el Ebro), atlántica (el Pisuerga, nodriza del Duero) y cantábrica (el Nansa). Estamos también en un vértice político, en la frontera donde han chocado docenas de pueblos desde hace muchísimo tiempo. Los iberos con los celtas; los vascones con los pelendones; los cántabros con los romanos; los romanos de la Hispania Citerior con los de la Hispania Ulterior; los alanos con los suevos; los visigodos con los godos; los cristianos del reino de León con los cristianos del reino de Navarra; los cristianos de uno y otro reino con los musulmanes del emirato (luego califato) de Córdoba.

Desde siempre, este ha sido un lugar complicado para vivir, un peligroso far west. Ha conocido tantas guerras que en los años en que arranca nuestra trama se está llenando de fortificaciones, de recios castillos de piedra. Tantos hay, que han dado nombre a la región: Castilla.

¿Quién vive en ellos y en las aldeas que han crecido a sus pies? Gente ruda, poco culta, mal latinizada. Labran algunas tierras; pocas, porque nunca se sabe si las continuas guerras permitirán que las cosechas lleguen a término. Engordan algún ganado. Manufacturan algunos productos muy básicos. Comercian un poco. Y sobre todo, hacen la guerra.

Son gentes ásperas, endurecidas y… malhabladas, muy malhabladas. Sus tatarabuelos de muchos siglos atrás aprendieron tan mal el latín que circulaba un chiste en Roma: «Beati hispani quibus bibere et vivere idem est» («Dichosos los hispanos, para quienes beber y vivir es lo mismo»). No se decía sólo porque les gustara el trago, sino también porque eran los únicos habitantes del imperio que no distinguían, al pronunciarlas, las b de bibere y las v de vivere. Nuestros protagonistas han corrompido aquel latín vulgar y lo han mezclado con viejos términos prerromanos que aún conservaba su atávica memoria y con otros germánicos de su reciente pasado godo y con otros más de los francos y los occitanos traídos por los peregrinos del camino de Santiago y los monjes cluniacenses y aun con otros que han aprendido de los árabes, con los que de continuo guerrean y pactan y a los que cobran o pagan parias, y de los mozárabes, que han desalojado el Duero y se han refugiado en este rincón más norteño y un poco más seguro…

Han mezclado todos esos componentes y han agitado el cóctel. Sorpresa: no sólo mezcla bien, sino que ha entrado en ebullición y cambia muy deprisa de color, de olor, de textura… Sonoriza más consonantes latinas que sus vecinos el aragonés o el gallego. Diptonga de manera más arriesgada. Elimina muchas más vocales postónicas. Introduce muchos más sonidos guturales y velares, de los que suenan en el fondo de la garganta. Llena sus vocablos de sonidos vibrantes, de erres casi impronunciables para los hablantes de las regiones limítrofes.

«Illorum lingua resona quasi tympano tuba» («Su lengua resuena casi como las trompetas de guerra»). La cita es del Poema de Almería, una obra en latín de hacia 1150. Y se refiere, por supuesto, a la lengua de Castilla, a ese nuevo idioma que había surgido en el crisol de una frontera geográfica y política, y en la cabeza y las gargantas de una gente arrojada, innovadora, poco apegada a las tradiciones porque apenas tiene otra tradición que la guerra.

Y fue la guerra, la larga guerra contra los musulmanes durante la Edad Media y las expediciones de conquista ultramarina del imperio de los Habsburgo en la Edad Moderna, lo que extendió ese nuevo idioma de modo imparable. Pero también, y sobre todo, fue esa capacidad de innovación, de cambio y de asimilación que llevaba dentro: en su fonética, en su morfología, en su ortografía…

Durante el siglo XV, el castellano ya era la lengua de cultura de toda la Península, incluso de los territorios donde en la calle se hablaba otra lengua romance. A finales de esa centuria y en la siguiente, cuando salta a América, se convierte en una coiné –lengua común- de un territorio ingente, hasta entonces fragmentado en 123 familias de lenguas de las que, una vez más, el dinámico idioma toma préstamos.

En el XVII, una pléyade de escritores excelsos (Cervantes, Quevedo, Lope, Gracián, Calderón…) lo convierten también en la lengua de prestigio en media Europa.

En el XVIII, con la llegada al trono español de una dinastía de origen galo, toma una nueva cosecha de términos franceses y los hace suyos. En el XIX y el XX se nutre del inglés, del que toma muchos vocablos surgidos de la revolución industrial, el transporte, el turismo, la economía moderna y las nuevas tecnologías.

Albores del siglo XXI. Última estación del viaje. La lengua de la frontera ha llegado a una más, la enésima en su largo recorrido. En un amplísimo territorio de América del Norte ha entrado en contacto y en pelea directa con el inglés, con el que comparte decenas de millones de hablantes. ¿Quién colonizará a quién? ¿El poderoso idioma del norte, que cuenta con más armas económicas, mediáticas y tecnológicas, o la dinámica e innovadora lengua inventada hace más de mil años por unos rudos guerreros, que cuenta con un arma demoledora: la demografía? ¿Sobrevivirán ambos como hoy los conocemos? ¿O se fusionarán y nacerá de eso que hoy llamamos spanglish una nueva coiné casi universal?

«El idioma común europeo es el inglés»

Xabier Zabaltza, historiador y traductor, autor del libro Una historia de las lenguas y los nacionalismos, firma hoy en El País un artículo titulado Por una lengua europea común, al que pertenecen estos entrecomillados:

«La imagen que proyectan algunos de nuestros representantes en las instituciones europeas es ciertamente patética. Estrasburgo se ha convertido en un gran cementerio de elefantes donde se jubilan con una pensión de oro los políticos fracasados. Cuando los partidos eligen a sus candidatos «para Europa», a menudo no tienen en cuenta su dominio de lenguas. Así que, cuando no hay intérpretes, son incapaces de comunicarse con los políticos de otras nacionalidades e incluso de conocer la realidad de los países en los que ejercen su labor. Desde luego, ésa no es la mejor manera de combatir el euroescepticismo. Hoy la falta de competencia lingüística supone uno de los mayores desafíos a los que tiene que enfrentarse Europa».

(…)

«Es muy fácil criticar la debilidad europea ante los Estados Unidos. Sin embargo, la mera existencia de una diplomacia europea, aun con sus limitaciones, es ya un éxito sorprendente. Pero sin un idioma en el que podamos entendernos resultará muy complicado transformar esa diplomacia común en una opinión pública común. ‘The European’, el primer y por ahora último intento de prensa paneuropea, apenas duró ocho años. Los europeos nos vemos así obligados a informarnos a través de medios cuyo marco de referencia es predominantemente nacional. Y, sin una opinión pública común, Europa seguirá siendo un enano político in aeternum».

(…)

«Por más que los diferentes chovinismos nacionales se empeñen en negarlo, a menudo con la excusa del antiimperialismo, el idioma común europeo es el inglés».

(…)

«Si el tiempo y la energía que se derrochan en denunciar el trato que tal lengua (llámese castellano, catalán, gallego o vascuence) recibe por parte de tal administración, estatal o autonómica, se emplearan en el aprendizaje de idiomas extranjeros, esta pequeña Península y sus islas adyacentes serían uno de los lugares más cultos, y también más competitivos, del planeta».

El artículo completo, aquí.