¡Que paren las máquinas! ¡Que paren las máquinas!

¡Que paren las máquinas! El director de 20 minutos y de 20minutos.es cuenta, entre otras cosas, algunas interioridades del diario

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Aznar se asoma al espejo de las Azores y aún se sigue viendo guapo

Quizás José María Aznar López tenga algún debate interno consigo mismo sin resolver. Alguna tensión indebida entre su consciente, su preconsciente y su inconsciente -algún conflicto entre su ello, su yo y su superyó- que le impida discernir entre lo positivo y lo negativo, entre lo bueno, lo malo y lo horroroso cuando repasa los episodios más significativos de su vida. Creíamos muchos que se miraba muchísimo al espejo, y o estábamos equivocados y apenas se mira o se mira y solo ve lo que le deja vislumbrar su megayó, su hiperyó.

El domingo 16 de marzo de 2003, los entonces presidentes de Estados Unidos, George W. Bush; de Reino Unido, Tony Blair; de España, José María Aznar, y de Portugal, José Manuel Durâo Barroso, que ejercía de anfitrión, se reunieron en las Azores y lanzaron un ultimátum de 24 horas y una amenaza de declaración de guerra al régimen iraquí de Sadam Husein. Le exigían al dirigente iraquí que se desarmara y entregara «las armas de destrucción masiva» de que, según los cuatro presidentes reunidos en la isla portuguesa, Husein disponía.

El jueves 20, cuatro días después de aquel encuentro y aquella famosa foto de las Azores, una coalición internacional liderada por EE UU y sin respaldo explícito de la ONU invadía Irak e iniciaba la Segunda Guerra del Golfo, un conflicto que provocó unos 200.000 muertos directos -la inmensa mayoría de ellos civiles- y una descomunal crisis humana en toda la zona y que está entre los principales aceleradores de movimientos yihadistas de todo el mundo que acabaron atentando en ciudades de varios continentes, incluida Madrid el 11 de marzo de 2004. Los bomberos pirómanos de las Azores habían echado gasolina a un fuego local y provocado un incendio casi universal.

La guerra duró hasta finales del 2011, pero la mentira de las armas de destrucción masiva tenía las patas cortas y fue desmontándose mucho antes.

El 21 de agosto de 2006, George W Bush reconocía en una rueda de prensa en la Casa Blanca que en Irak no había armas de destrucción masiva. El 2 de diciembre de 2008, en una entrevista en el canal Abc, reconocía expresamente «el error» y lo achacaba a los servicios de inteligencia. El 20 de marzo de 2013, Bush ya calificaba el asunto como el «mayor error» de su presidencia, y reconocía: «Cuando no pudimos hallar las pruebas, las fabricamos». Le añadió un final a aquella confesión: «Pido disculpas al pueblo americano y a nuestros soldados y veteranos».

El 18 de de noviembre de 2007, Durâo Barroso, que ya no era presidente portugués sino presidente de la Comisión Europea, contaba a un diario luso que sus tres invitados le presentaron en las Azores documentos sobre Sadam. «Yo los vi, los tuve delante y decían que había armas de destrucción masiva en Irak». Pero añadía después: «Eso no correspondía a la verdad».

El 29 de enero de 2010, Tony Blair comparecía ante una comisión parlamentaria británica y pedía «disculpas por el hecho de que la información de inteligencia que recibimos era errónea».

Aznar tuvo un atisbo de sacar la pata, pero le duró poco. El 8 de febrero de 2008 -es decir, después de la rectificación de Bush-, admitió en un acto en Pozuelo de Alarcón (Madrid): «Todo el mundo pensaba que en Irak había armas de destrucción masiva, y no había armas de destrucción masiva. Eso lo sabe todo el mundo, y yo también lo sé… ahora. Tengo el problema de no haber sido tan listo de haberlo sabido antes». Pero en agosto de ese mismo año, cegaba cualquier atisbo de disculpa y se jactaba incluso de su presencia en la cumbre y foto de las Azores al calificarlo como «el momento histórico más importante que ha tenido España en 200 años».

Y anoche, en un programa de televisión con Bertín Osborne, sostenella y no enmendalla por parte de Aznar: «Nunca he tenido mejor foto que la de las Azores».

En el Callejón del Gato de Valle-Inclán, quienes se asomaban a los espejos se veían deformes, recargados sus rasgos grotescos hasta el esperpento. En el espejo de las Azores, el Aznar más feo y esperpéntico aún se ve guapo y deslumbrante, como nunca ningún español en los últimos 200 años.

El factor edad: Rajoy 60, Sánchez 43, Iglesias 37, Rivera 36, Garzón 30

Un veterano ya cerca de la edad legal de jubilación y que lleva varias décadas en coche oficial y cuatro jóvenes que han pasado hace casi nada a la primera línea de la política y están vírgenes en gestión. En las elecciones del 20 de diciembre va a jugarse un partido entre experiencia y bisoñez o -visto de otra manera- entre un candidato que está ya un poco de vuelta de todo y otros cuatro que están llegando con mucha hambre de balón.
El 20-D, el día de las elecciones, Mariano Rajoy (PP) tendrá 60 años; Pedro Sánchez (PSOE), 43; Pablo Iglesias (Podemos), 37 (los cumple este sábado); Albert Rivera (Ciudadanos), 36 (los hace en un mes); y Alberto Garzón (IU), 30 (los hizo la semana pasada).
Son unas diferencias enormes en sus extremos: 17 años del mayor al segundo mayor; 30 años del mayor al más joven. Salvo en los primeros años de la transición, nunca en las elecciones generales de la democracia ha habido tanta brecha de edad entre los principales líderes.
En las elecciones de 2011, celebradas el 20 de noviembre, Rajoy tenía 56 años; Alfredo Pérez Rubalcaba (PSOE), 60; Cayo Lara (IU), 59; y Rosa Díez (UPyD), también 59. Sólo 4 años de diferencia entre los extremos. Ganó Rajoy.
En las de 2008, el 9 de marzo, José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE) tenía 47; Rajoy, 52; y Gaspar Llamazares (IU), 50. Solo 5 entre los extremos. Ganó Zapatero.
En las de 2004, celebradas el 14 de marzo, Zapatero tenía 43; Rajoy, 48; y Llamazares, 46. También 5 años entre los extremos. Ganó Zapatero.
En las de 2000, el 12 de marzo, José María Aznar (PP) tenía 47; Joaquín Almunia (PSOE), 51; y Francisco Frutos (IU), 60. Una ligera excepción, por Frutos: 13 años de diferencia entre los extremos. Ganó Aznar.
En las de 1996, el 3 de marzo, Aznar tenía 43; Felipe González (PSOE), 53; y Julio Anguita (IU), 54. 11 entre los extremos. Ganó Aznar.
En las de 1993, celebradas el 6 de junio, González tenía 51 años; Aznar, 40; Anguita, 51. 11 entre los extremos. Ganó González.
En las de 1989, el 29 de octubre, González tenía 47; Aznar 36; Anguita, 47. 11 entre los extremos. Ganó González.
En las de 1986, celebradas el 22 de junio, González tenía 44 años; Manuel Fraga (AP, luego PP), 63; y Adolfo Suárez (CDS), 53 años. 19 entre los extremos, por Fraga. Ganó González.
En las de 1982, 28 de octubre, González tenía 40 años; Fraga, 59; Landelino Lavilla (UCD), 48; y Santiago Carrillo (PCE), 67. Otra excepción: 27 entre los extremos, por el efecto Carrillo, nacido en 1915. Ganó González.
En las de 1979, el 1 de marzo, Suárez tenía 46 años; González, 36; Carrillo, 64; y Fraga, 56 años. 28 de distancia entre los extremos. Ganó Suárez.
En las de 1977, celebradas el 15 de junio, Suárez tenía 44 años; González, 35; Carrillo, 62; y Fraga, 54 años. Entre los extremos, 27 años. Ganó Suárez.

Algunas conclusiones estadísticas:
-Tras 11 elecciones generales de la democracia, en 9 ocasiones ganó un candidato quadragenario o cuarentón (Suárez en 1977 y 1979; González en 1982, 1986 y 1989; Aznar en 1996 y 2000; Zapatero en 2004 y 2008) y en 2 un quincuagenario o cincuentón: González en 1993 y Rajoy en 2011.
-Nunca ha ganado un treintañero. Nunca tampoco un sesentón.
-El más joven al ganar, González en 1982. Tenía 40 años, 7 meses y 26 días de edad.
-El más mayor al ganar, Rajoy en 2011. Tenía 56 años, 7 meses y 24 días.

PD. La semana pasada, preguntada sobre sus posibilidades de relevar a Mariano Rajoy como cabeza de lista del PP en las elecciones del 20-D, la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, dijo : «Lo que sea sonará».
El 20-D, Sáenz de Santamaría tendrá 44 años.

Si no se van porque dicen que no son corruptos, ¿no deberían irse por tontos?

Vamos a suponer que es verdad que los máximos dirigentes del PP -Aznar, Cascos, Arenas, Rajoy, Acebes, Cospedal…- nunca supieron que, durante al menos 15 años de dos siglos diferentes (1993-2008), y de una forma continua, hubo una financiación ilegal y una caja B en el partido.
Vamos a suponer que es verdad que, como decía anoche Rajoy en una entrevista en Telecinco, «ni yo ni los dirigentes del partido que yo conozco tenían la más remota idea sobre la existencia de eso».
Vamos a suponer que es cierto que nunca les dijo nadie que había magnánimos empresarios que (a cambio de nada, claro) les hacían donaciones millonarias, donaciones que se metían troceadas en pequeñas cantidades en cuentas bancarias de las que -vamos a suponer- ellos desconocían la existencia, y que solo las administraban los tesoreros, contables y administrativos del partido, nunca los políticos.
Vamos a suponer que es verdad que Rajoy nunca preguntó ni le contaron cómo se financiaban las costosísimas campañas electorales o las obras de remodelación del edificio central del partido en Madrid, incluido su despacho, o las compensaciones a dirigentes del partido necesitados de liquidez o las inversiones de urgencia en medios de comunicación afines o…
Vamos a suponer que la cúpula de dirección del PP nunca se enteró de que, con dinero B, se repartían sobres a distintos dirigentes, algunos de los cuales lo han reconocido. Y vamos a suponer que a ellos -contrariamente a lo que dice Bárcenas- nunca llegó ese maná.
Vale. Vamos a suponer que Rajoy y el resto de altos dirigentes del PP de al menos los últimos 15 años no sabían nada de todo ese mar de dinero negro (al menos 7,5 millones de euros) que fluía bajos sus sillones de mando y vamos a suponer que se han enterado ahora por la prensa y por la Justicia, que ya acredita su existencia en escritos del juez Ruz, de la Fiscalía y de la Abogacía del Estado.
Si realmente no sabían nada, y no tienen que dimitir por corruptos, ¿no tendrían que irse por ingenuos, por inútiles, por cortos de entendederas, por tontos?

Aznar, entre la desmemoria y el rencor

¿Qué le pasa a José María Aznar? ¿De dónde sale ese rencor -sobre todo con algunos de sus ‘hijos’ en el PP, entre ellos Mariano Rajoy- y esa desmemoria con la que con cierta frecuencia se desata en público? Lo del viernes pasado, en la convención del PP, ¿es sólo porque aún le dura el cabreo contra los que despeñaron a su mujer, Ana Botella, en la carrera por la candidatura del partido a la Alcaldía de Madrid o responde a heridas mucho más antiguas?

Conocí al personaje hace muchos años, a finales de los ochenta, cuando él era presidente de Castilla y León y se vio salpicado en el caso de la construcción de Burgos. En su despacho de la Junta, en Valladolid, nos intentó colocar a José Ángel Esteban y a mí algunas mentiras medianas y gordas que le desmontamos en pocas horas. En nuestra investigación sobre aquel caso (para El Globo, Cambio 16, Diario 16 y El País) y en la propia investigación judicial, Aznar nos aparecía una y otra vez detrás de muchos recovecos, hasta el punto de que tuvo que comparecer en 1992 en el juicio, como testigo, y se acogió el privilegio -ya era diputado, líder del PP y jefe de la oposición- de hacerlo por escrito para minimizar los riesgos. Dejó pelos en aquella gatera. Hombres suyos en la política de Burgos fueron condenados, su amigo y asesor el constructor Méndez Pozo acabó en la cárcel…

Aquel Aznar, y el que puso a su amigo Miguel Blesa de presidente de CajaMadrid, y el que hizo vicepresidente económico del Gobierno a Rodrigo Rato, y bajo el que se montó la Gürtel y la caja B del PP… ¿es la persona más creíble para ir a una convención del partido a echar la bronca en público a los actuales dirigentes y decirles: «La corrupción es un cáncer que no podemos tolerar. Cada uno tiene que responder de sus actos; con la ley, con todas sus garantías, pero con todas sus exigencias (…) Mirándoos de frente os lo digo: de mis actos respondo desde el primero hasta el último»?

¿Y el rencor, el permanente estado de resentimiento con buena parte del PP? ¿Se ve Aznar insuficientemente reconocido por su partido, cree que le deben aún honores de líder permanente y vitalicio, de estadista, de salvador de la formación y de la patria?

En los noventa, tras la sentencia del caso de la construcción de Burgos, una editorial me encargó un libro sobre Aznar. No lo acabé, se me cruzaron pronto otros proyectos profesionales, pero sí tuve tiempo para dedicar algunos meses a hurgar en su biografía, y encontré a varios de sus compañeros de pupitre de niño y adolescente en el elitista Colegio del Pilar de Madrid y a otros que le acompañaron en minúsculas formaciones neofalangistas. Algunos me pintaron a un chaval acomplejado -quizás en parte por su corta estatura y por su labio superior inmóvil, luego tapado con el bigote-, a un chico que se veía poco reconocido en el grupo y que hacía cosas buscando de modo casi desesperado ese reconocimiento social…

Llegó muchísimo más lejos que ninguno de aquellos compañeros y amigos de la infancia y primera juventud. Llegó a presidente del Gobierno. Pero, viéndole algunos comportamientos actuales, se diría que quizás aún no se haya quitado del todo aquellos complejos remotos.