El forofismo futbolístico extremo es una pasión descerebrada (y quizás inútil), una de las grandes enajenaciones mentales colectivas contemporáneas. Es, además, una cadena casi irrompible. «En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”, escribió Eduardo Galeano. ¡Y tanto!
El forofismo balompédico puede llegar a ser una enajenación mental incluso permanente, no pasajera, de modo que toda aquella realidad contrastable y contrastada que disloque nuestra pasión será tomada como un acto de agresión inadmisible. El forofismo, en fin, obnubila la visión, oscurece el entendimiento y mengua en demasía el raciocinio y el espíritu crítico, hasta el punto de llevarnos a estados emocionales tan extremos que reducen hasta la nada o la casi nada nuestros estados racionales. Yo, que soy del Valencia CF desde niño -no me digáis por qué, uno de Burgos, ¿será el atavismo del Cid, leyenda de las dos ciudades?-, repaso nuestra trayectoria -ejem, la trayectoria del club- en los últimos años y en vez de llegar a la conclusión de que demasiado poco nos ha pasado dadas las manos de propiedad y de gestión en que hemos caído, me enajeno y echo la culpa a los árbitros, a los postes, a los rivales, al centralismo, al pavés y al sursum corda.
Al igual que la enajenación mental del forofismo nos impide ver las golferías de los clubes de nuestros amores o las de sus estrellas ladronas fiscales («detrás de esto están el Barça y el separatismo», dice mucho merengue si el sorprendido sisando es del Madrid; «detrás de esto están el Madrid, Florentino y el centralismo», dice mucho culé si la estrella ladrona es del Barça), los éxitos de los últimos años de la Roja nos volvieron ciegos a casi todos. Los títulos y el buen juego de la selección española de fútbol, y el correspondiente orgullo de camiseta que nos ha atacado a tantos, nos impedía ver, o nos hacía mirar hacia otro lado, las actividades irregulares -por ser blandos- del máximo dirigente de nuestro fútbol, Ángel María Villar, presidente de la Federación desde muy atrás del siglo pasado y exjugador medio centro rompedor en su época de futbolista.
Rompía la Roja maleficios eternos y jugaba divinamente y encadenaba grandes títulos… y se nos rompían a los aficionados las entendederas y ni nos preguntábamos qué hacía la Federación llevando a nuestros héroes a docenas de bolos remotos donde no había ninguna gloria deportiva que ganar. Vibrábamos los futboleros con nuestras pasiones y vibraban Villar y compañía con sus comisiones.
Un auto de 44 folios del juez Santiago Pedraz los manda ahora a prisión sin dudarlo ni un poco y sin fianza. ¿Será la intensa semana futbolística de detenciones, interrogatorios y cárcel el reactivo por el que, sin dejar de disfrutar del espectáculo del fútbol, empecemos a mirar con unos ojos más críticos todo lo que pasa alrededor y detrás del escenario, aunque este sea el de nuestros colores?